Conocí de la existencia de la obra de Gabriel Tarde a través de un artículo de Maurizio Lazzarato llamado «Tradición cultural europea y nuevas formas de producción y transmisión del saber», de cuya lectura extraje no poco placer, pues comparto la hipótesis principal que propone: que los modos de producción, socialización y apropiación del saber y de la cultura son realmente diferentes de los modos de producción, socialización y apropiación de las riquezas.
Se ayuda M. Lazzarato en su artículo de las geniales intuiciones contenidas en el libro de Gariel Tarde «Psychologie économique«, Paris, Félix Alcan (1902).
Siguiendo la interpretación de M. Lazzarato, Tarde propone una crítica de la economía política de intrigante actualidad, invirtiendo el punto de partida del análisis económico. No comienza por la producción de los valores-utilidad, es decir por la «producción material» —la célebre fábrica de alfileres así como la Enciclopedia de las Luces, han pasado a la filosofía moral escocesa de Adam Smith convirtiéndose, de esta manera, en el ápice de la economía política—, sino por la producción de conocimientos: la producción de libros.
Como dice Tarde, los conocimientos como cualquier otro producto, son el resultado de un verdadero proceso de producción. A medida que se desarrollan dispositivos como la prensa», la opinión publica, —hoy también podríamos hablar de la televisión, las redes telemáticas, internet— que hacen que los actos de producción y de consumo de conocimientos sean cada día más reproducibles y uniformes, estos valores-verdad adquieren un «carácter de cantidad cada vez más marcado y propio, que justifica mejor
su comparación con el valor de cambio». ¿Se convierten, de este modo, en mercancías como las demás?
La economía trata efectivamente estos bienes como riqueza económica, considerándolos como valores-utilidad al igual que el resto, pero según Tarde, los conocimientos poseen un
modo de producción que no puede reducirse a «la división del trabajo»; un modo de «socialización» y de «comunicación social» que no puede estar organizado por el mercado y por el intercambio, so pena de desnaturalizar la producción y el consumo de estos valores.
La economía política se ve obligada a tratar los valores verdad del mismo modo que trata a las demás mercancías; puesto que no conoce otros métodos que los que ha elaborado para la producción de valores-utilidad, debe tratarlos, y esto es lo más importante, como productos materiales, so pena de tener que trastocar, completamente, sus fundamentos
teóricos y sobre todo políticos. De hecho las «luces», como Tarde denomina en ocasiones a los conocimientos, agotan el concepto de riqueza de la economía política, basado en la escasez, la carencia y el sacrificio.
No puedo por menos que recomendar la lectura del artículo de Maurizio Lazzarato que, indudablemente, hará surgir en el lector el deseo de conocer la obra de éste visionario francés de finales del XIX y principios del XX que fue Gabriel Tarde. Jurista, sociólogo y filósofo, Gabriel Tarde fue uno de los padres de la criminología moderna y un fuerte opositor a las ideas de Lombroso.
En la obra citada por Lazzarato, «Psychologie économique«, Gabriel Tarde se hace una serie de preguntas que ahora nodulan todo el debate sobre la propiedad intelectual, los derehos de autor y el copyright:
- ¿Se producen los conocimientos de la misma forma que se producen alfileres en la fábrica de Adam Smith?
- ¿Podemos ser propietarios de un conocimiento como lo somos de cualquier valor-utilidad?
- ¿Podemos comparar el consumo de riquezas con el consumo de valores-verdad y de valores-belleza? ¿Consumimos nuestras creencias pensando en ellas y las pinturas que admiramos mirándolas?
- ¿Podemos intercambiar dichos valores de la misma forma que intercambiamos cualquier otra mercancía?
Ciertamente no, ni la producción, ni la propiedad, ni el consumo, ni el intercambio del conocimiento es homologable a la producción, propiedad, consumo o intercambio de cualquier otro bien o utilidad material. La norma, en el caso de los libros, es la producción individual, mientras que su propiedad es esencialmente colectiva; y esto es debido a que la «propiedad literaria» no posee sentido individual más que en el caso de que las obras sean consideradas como mercancías, y la idea de un libro sólo pertenece exclusivamente
al autor hasta el momento de su publicación. Tampoco el consumo del conocimiento es homologable al consumo de bienes materiales, tan solo las riquezas, tal y como las define
la economía política, prevén un «consumo destructivo» que supone a su vez el intercambio y la apropiación exclusiva. El consumo de una creencia, al contrario, no supone una alienación. La transmisión de un conocimiento no empobrece en absoluto a quien lo ha producido y lo intercambia. Al contrario, la difusión de un conocimiento, en lugar de despojar a su creador, aumenta su valor así como el propio valor de su conocimiento.
Resulta impresionante que en fecha tan temprana como 1902 Gabriel Trade se plantease cuestiones tan de rabiosa actualidad. Han pasado cien años sin que, ni la economía ni el derecho, den respuesta a esas cuestiones fundamentales que hoy día deberemos resolver si queremos que la revolución tecnológica que estamos viviendo se transforme en progreso para toda la humanidad.