El dios alfarero

El dios alfarero

«Oficio noble y bizarro,
entre todos el primero
pues, en la industria del barro,
dios fue el primer alfarero
y el hombre el primer cacharro».

Impresiona fuertemente cómo, a veces, los viejos textos ilustran las más modernas teorías.

Comparto las tesis del premio nobel Ilya Prigogine sobre la forma en que funcionan el universo y la vida, una mezcla de materia energía e información donde está última, mediante un generoso derroche de energía, informa a la primera haciéndola adoptar todas las formas que conocemos; un trabajo que, la entropía, se encargará con el tiempo de borrar.

La imagen del dios creador alfarero presente en numerosos textos antiguos —no sólo en el Génesis— dando con su energía forma a la materia (barro) es una metáfora perfecta de esta forma de funcionamiento del universo de que les hablo.

Como el hombre que escribe en la arena de la playa su nombre para que luego las olas del mar lo borren, como el niño que amontona arena para hacer con ella un castillo que destrozará la marea, como el cántaro informado y cocido por el alfarero que, antes o después, caerá al suelo hasta hacerse añicos, somos materia que por un brevísimo lapso ha sido organizada de forma excepcional hasta que, en un plazo fugaz, incapaz de mantenerse en equilibrio —en homeostásis— se disolverá en el olvido como el nombre en la arena, el castillo del niño o el cántaro del alfarero. O como lágrimas en la lluvia, si quieren una versión más moderna de todos estos símiles.

Razón y revelación

Razón y revelación

El establecimiento del catolicismo como religión oficial del imperio romano provocó una serie de interesantes cambios que serían decisivos para la humanidad, hoy he andado cacharreando y tratando de sintetizar algunos de ellos.

La implantación del catolicismo como religión oficial del Imperio Romano supuso, en primer lugar, un cambio en la relación del ser humano con su entorno, un cambio en la forma de entender y organizar la sociedad, una jerarquía distinta de valores, una nueva respuesta a las preguntas de de dónde venimos y a dónde vamos y, por supuesto, un cambio en la forma de legitimar el poder. Y, siendo el catolicismo una religión mistérica incomprensible para la razón humana en algunos aspectos, el catolicismo también supuso un detrimento de las fórmulas racionales de conocimiento del entorno en favor de las fórmulas reveladas. La facultad de conocer, en última instancia, fue retirada al común de la población y, también en última instancia, entregada a una casta de personas que tenían el monopolio de la interpretación de la verdad revelada. El mundo católico es un mundo donde había una sola verdad, lo cual es, en muchos aspectos, tranquilizador.

Aún recuerdo cómo, durante mi educación infantil, se nos repetía a los niños la anécdota de Agustín de Hipona (San Agustín) que contaba cómo, paseando este cierto día por la playa pensando en el misterio de la Santísima Trinidad, se encontró con un niño que, tras hacer un hoyo en la arena, se dedicaba a echar agua del mar dentro de él.

—¿Por qué haces eso, niño? (preguntó Agustín)
—Quiero meter toda el agua del mar en este hoyo.
—Pero ¿no ves que eso es imposible?

A lo que el niño respondió

—Más imposible es que tú entiendas eso en lo que estás pensando.

La anécdota ilustra bien que con el catolicismo hay cosas que no hay que tratar de entender, que son cuestión de fé y que, por ello, son cosas que se creen, no son cosas que se saben.

Este carácter mistérico del catolicismo hizo que, durante aquellos años oscuros que vieron el advenimiento de la Edad Media, la revelación ocupase un lugar central en lo relativo al conocimiento del mundo y que preguntarse por qué el mundo era como era y no de otra forma hasta cierto punto no tuviese sentido, el mundo era así porque así lo había creado Dios.

Esto no quiere decir que se renunciase a toda investigación, obviamente, pero sí que, en último término, la revelación era la fuente suprema de conocimiento y esta solo podía ser desvelada por una casta especial de hombres: los hombres de iglesia.

Así simplificadas las cosas no es de extrañar que, en el mundo cristiano, todo pareciese estar ordenado hasta los tiempos modernos. Dios gobernaba el mundo, la iglesia expresaba sus deseos extraídos de la revelación, los reyes lo eran por designio divino expresado a través de la sucesión hereditaria y eran ellos quienes gobernaban, hacían las leyes, declaraban las guerras y firmaban las paces, siempre bajo la supervisión de una casta sacerdotal que, curiosamente, ni era ni podía ser hereditaria pues regía el celibato, sino cooptada.

El mundo pues, para la civilización cristiana, fue un lugar seguro y conocido durante casi mil años, cada cosa estaba en su sitio y todo tenía una razón de ser dentro del plan divino, desde la vida terrena hasta la ultraterrena pasando por las formas de vida y de gobierno.

Pero con el redescubrimiento de la antigüedad pagana durante el Renacimiento, con la reforma de Lutero, con la aparición de la imprenta y la difusión de nuevas ideas, está visión monolítica del mundo comenzó a resquebrajarse tras mil años de hegemonía, la razón y la lógica comenzaron a salir del lugar en que les había confinado la revelación y el mundo, claro, se tambaleó.

En la caja de herramientas de la humanidad la razón y el método científico sustituyeron a la revelación como instrumentos del conocimiento y esto tuvo consecuencias políticas a la hora de legitimar las formas de gobierno existentes. Si no estaba tan claro que los reyes fuesen reyes por designio divino ¿por qué no buscar formas de gobierno y gobernantes de acuerdo con las reglas de la razón y no de la revelación?

Cuando en 1793 el rey de Francia Luis XVI fue guillotinado sin que a Dios pareciese importarle demasiado, una visión del mundo, del gobierno y del estado, comenzó a desaparecer.

Pero… Y si no era Dios quien legitimaba los gobiernos ¿Quién o qué era quien lo hacía?

Hubo que buscarle un sustituto a Dios como legitimador del poder y, de entre las muchas ideas que se propusieron una idea, no menos irracional ni inexplicable que la divina, se abrió paso con tremendo éxito, la nación, una idea que no pareció ser puesta en cuestión hasta que dos guerras mundiales devastaron el planeta poniendo en peligro la propia supervivencia de la especie humana en una hipotética tercera.

¿Qué era y que representaba esa idea llamada nación? ¿tenía algún fundamento racional? ¿era una idea filantrópica o perversa?

El cambio que sufrió el mundo en el siglo XIX no tiene parangón y en pocos años la visión del mundo de los seres humanos cambió por completo.

Pero ¿por qué narices les estoy contando yo todo esto una mañana de domingo?

Esa sí que es una buena pregunta.

Cómo empezó todo

Cómo empezó todo

La mayoría de las civilizaciones de la tierra han tratado de explicar cómo comenzó este mundo que habitamos y, para ello y a falta de conocimientos científicos, han dado en usar de intuiciones, a veces geniales, que han plasmado en mitos.

De los inventores de la historia —los sumerios— nos llega a través de los acadios y los babilonios una de las primeras historias que nos explican cómo el mundo y el hombre fueron creados. A esa historia la conocemos con el nombre de sus primeras palabras «Enuma elish» («Cuando en lo alto».  𒂊𒉡𒈠𒂊𒇺) y nos cuenta cómo el mundo fue creado «Cuando en lo alto el cielo no existía ni abajo existía la tierra firme».

La vieja historia sumeria, en síntesis, nos cuenta uno de los mitos más ampliamente repetidos en todas las civilizaciones del mundo: la lucha entre el caos y el orden; el caos, en el caso del Enuma Elish, representado por la monstruosa diosa Tianmat y el orden por el luminoso dios Marduk. Tras la victoria de Marduk sobre Tianmat, del orden sobre el caos, comienza la labor creadora, ordenadora, de aquel hasta lograr el cosmos y armonía natural que admiran al ser humano.

No muy distinta es la historia que se relata en la creación contenida en nuestro Antiguo Testamento, pues, en el primero de sus libros —conocido como «Génesis» por la mayoría pero que, como en el caso del Enuma Elish, es conocido por su primera palabra por los judíos «Bereshit» («En el principio…»)— también un dios ordenador informa el caos primigenio hasta producir el cosmos armónico que conocemos.

Esta misma lucha caos-orden se produce también en las mitologías mesoamericanas y al lector curioso le sorprenderá comprobar cómo leyendas e imágenes se repiten, por ejemplo:

En el mito de la creación azteca los dioses Tezcatlipoca y Quetzalcóatl logran acabar con el monstruo del caos cuyas lágrimas se convierten en los ríos, justo igual que en el caso de Tianmat, cuyos ojos son las fuentes de los ríos Tigris y Eúfrates para los mesopotámicos. Igualmente sorprendente es el relato contenido en uno de los mitos incas sobre la creación donde el dios Viracocha, tras un primer intento de crear al hombre, al ver que la obra le ha quedado mal, ordena un diluvio para acabar con ellos.

Sí han leído el Antiguo Testamento o tienen nociones de historia sagrada estoy seguro que todos estos relatos que les cuento les suenan.

No digo que todos los mitos de creación de todas las civilizaciones sea iguales, sólo señalo que este de la lucha orden-caos es uno de los más frecuentes (Mesopotamia, Egipto, Mesoamérica…) y resulta, en mi criterio, una ilustración brillante, la expresión poética de una intuición verdaderamente notable sobre la forma en que el mundo funciona y sobre el mecanismo esencial de la «creación».

Porque, si lo analizamos bien, la forma en la que el mundo funciona es esta que nos cuentan los viejos textos, la de una eterna lucha entre una fuerza caótica y un impulso informador que dote de orden al caos. Seguramente este proceso de creación, de cómo puede emerger el orden del caos, es necesario que yo se lo explique aquí pues, de no hacerlo, pueden ustedes pensar que todo esto que les cuento no es más que otro mito como el Enuma Elish o el Bereshit y no la forma en que la naturaleza se comporta.

Para explicar todo este asunto de forma que se entienda bien recurriré a la estructura Sumeria del mito y, si su paciencia lo sufre, les presentaré a la diosa del caos (Tianmat) a la que llamaremos «entropía», al dios informador (Marduk) al que llamaremos energía y el resultado final de esta tensión, la materia informada, será el cosmos y la vida que conocemos.

Veamos cómo Marduk (la energía) pelea con Tianmat (la entropía) y produce orden donde antes sólo había caos.

Quizá para entender esto lo mejor es que empiecen por llenar su lavabo de agua y coloquen firmemente el tapón en su fondo, con esto habremos creado en su cuarto de baño ese océano primigenio de donde brotaron el mundo y la vida. Y ahora prepárense, van a ser espectadores del maravilloso proceso de la creación, ese proceso mediante el cual el caos se informa, se ordena, hasta dar lugar a fenómenos tan complejos y maravilloso como la vida. Vamos allá.

Una vez tenemos lleno nuestro lavabo de agua en nuestro miniocéano primigenio reina el caos, el sistema está en ese aburrido estado de máxima entropía del que parece imposible salir y malamente nadie nos sacará de aquí salvo que se nos aparezca algún dios Marduk que ordene un poco este aburrido charco de agua.

Nosotros invocaremos a Marduk (la energía) quitando el tapón del lavabo y dejaremos que la energía (Marduk) en forma de ley de la gravedad actúe sobre nuestro miniocéano primigenio a ver qué pasa.

Y ahora atentos porque la lucha entre Marduk (la energía) y Tianmat (el caos,la entropía) comienza a desarrollarse ante nuestros ojos, el sistema, la materia,entra en desequilibrio, se mueve y,de pronto, como por milagro, el orden aparece en el sistema. Donde antes las moléculas de agua flotaban a su libre albedrío, ahora, por efecto del desequilibrio introducido por Marduk y su generoso derroche de energía, las moléculas de agua se ordenan y forman espirales, esas espirales que usted conoce bien desde niño pero que, hasta ahora, no sabía que eran un ejemplo a escala de cómo Marduk gracias la energía puede ordenar un sistema que, de otro modo, tiende a la entropía, a Tianmat.

Marduk (la energía) ordena el mundo de muchas formas, no sólo en su lavabo. Si usted coloca su pequeño océano primigenio en una olla y la coloca sobre una fuente de energía (Marduk, el fuego) verá como ese miniocéano de agua que hay en la olla se ordena en forma de corrientes de convección (el agua borbollonea) reduciendo de este modo su entropía, ordenándolo, informándolo.

Este proceso de aparición de estructuras coherentes, autoorganizadas en sistemas alejados del equilibrio se trata de un concepto del científico ruso nacionalizado belga Ilya Prigogine, el cual recibió en 1977 el Premio Nobel de Química «por su gran contribución a la acertada extensión de la teoría termodinámica a sistemas alejados del equilibrio, que sólo pueden existir en conjunción con su entorno».

No les pido que entiendan en profundidad esas estructuras coherentes, autoorganizadas en sistemas alejados del equilibrio (estructuras disipativas) sólo les pido que entiendan ese proceso por el cual la información puede ordenar la materia a costa de un generoso derroche de energía, ganando de este modo la batalla, aunque sea local y temporalmente, a la entropía.

La imagen de un dios amasando barro, harina de maíz o cualquier otra sustancia para crear al hombre es una imagen muy ilustrativa de lo que acabo de contarles, la energía, aplicada a la materia, la informa y da lugar a una realidad nueva que es creada. Sí lo piensa bien quizá ni el Enuma Elish, ni el Génesis, ni el mito de Tezcatlipoca y Quetzalcóatl estaban tan lejos de la verdad y representaban bastante bien ese proceso por el cual se puede informar el caos a través de la aportación de energía.

Si quiere saber cómo empezó la vida en la Tierra puede usted pensar en las diversas fuentes de energía (sol, volcanes, vientos, impactos de meteoritos) que introdujeron en nuestro planeta los desequilibrios necesarios para informar nuevas realidades, aunque solo fuese burbujas en el agua que operasen como protocélulas o cualquiera otra forma que usted imagine.

Sí lo piensa tan solo hay tres realidades en nuestro universo: materia, energía e información y, de las tres, es esta última la que hace interesante al universo.

Esta imagen de Dios como una impresora 3D estoy seguro que le hará mirar de otra forma a quienes sustentamos criterios un tanto piratas/informacionales de la realidad.

Enjambres, J2 e información descentralizada

Enjambres, J2 e información descentralizada

Leo al nada impagable sino absolutamente ultrapagado Enrique Sanz Fernández Lomana, presidente de la Mutualidad, quejarse de las invectivas que le dedican los miembros del autodenominado MovimientoJ2 y me sonrío leyendo una de sus quejas principales: que no sabe quiénes son sus representantes.

Y me sonrío porque, habituados a matar al mensajero y a ejercitarse en la falacia ad hominem, me doy cuenta de que estas personas que no son capaces de enfrentar una idea sino solo de cuestionar a sus portadores no han sido capaces de adaptarse a una sociedad que ya no entienden.

Nacidos, criados y amamantados en mundos verticales y jerárquicos, las queratinizadas estructuras mentales de estos indivíduos no son capaces de asimilar los cambios habidos en la sociedad en los últimos 25 años y tratan de entender fenómenos de 2023 con criterios de 1973.

Me apetece hoy tratar de un aspecto de nuestra sociedad que está hoy en vertiginoso desarrollo y que subyace en los movimientos en enjambre que han surgido en la abogacía —y en otros sectores de la sociedad— en la última década. Este aspecto no es otro que el de la información descentralizada.

La descentralización es un principio que encuentra aplicación en una plétora de dominios, sin embargo, una definición clara que encapsule su esencia universalmente es difícil de alcanzar.  En esencia, la descentralización se refiere a la difusión de la autoridad, el control y el poder de una entidad o autoridad central a múltiples entidades, a menudo geográficamente dispersas.  Desafía la estructura jerárquica convencional y promueve la dispersión de la autoridad y la toma de decisiones en unidades locales o individuos.

En un marco tradicional de medios de medios de información centralizados, un número limitado de entidades poderosas, generalmente grandes corporaciones u organismos gubernamentales, controlan la producción, distribución y monetización del contenido.  Este modelo ha sido eficaz para la difusión uniforme y a gran escala de información, pero ha atraído críticas por su potencial para promover la censura, la monopolización y la información sesgada, prácticas todas ellas carísimas para los media del Consejo General de la Abogacía Española.  Este esquema jerárquico ha creado un panorama mediático en el que muchos son influenciados por unos pocos, lo que a menudo genera preocupaciones sobre la libertad de expresión, el sesgo de información y la accesibilidad de diversas perspectivas.

Por el contrario, en una estructura de medios descentralizada, ninguna entidad individual tiene el poder exclusivo de crear o distribuir contenido.  En cambio, numerosos creadores de contenido, plataformas y consumidores individuales contribuyen colectivamente al panorama de los medios.  Facilita un entorno en el que cada participante tiene el potencial de ser consumidor y creador, promoviendo la diversidad, la inclusión y la democratización.  Este marco introduce una estructura de poder horizontal, en marcado contraste con la jerarquía vertical observada en los medios tradicionales.

En el corazón de la revolución futura de los medios descentralizados se encuentran dos fundamentos tecnológicos clave a los que desde determinados sectores pretamos la máxima atención: blockchain y redes peer-to-peer (P2P).  Estas tecnologías innovadoras proporcionan la infraestructura necesaria para permitir la creación, distribución y verificación descentralizadas de contenido multimedia.

Blockchain, originalmente concebida como la tecnología subyacente para las criptomonedas, se ha convertido en una poderosa herramienta para los medios descentralizados.  Es un libro mayor distribuido que registra y verifica las transacciones de manera transparente y resistente a la manipulación.  En el contexto de los medios, blockchain permite la creación de plataformas descentralizadas donde el contenido se puede publicar, marcar con fecha y hora y validar de forma segura.  Al aprovechar los algoritmos criptográficos y los mecanismos de consenso, blockchain garantiza la inmutabilidad y la integridad del contenido de los medios, lo que mitiga las preocupaciones sobre la manipulación o la censura.

Las redes peer-to-peer, por otro lado, facilitan el intercambio directo de información entre los participantes sin necesidad de intermediarios.  Estas redes permiten a los usuarios compartir archivos multimedia, transmitir contenido y comunicarse directamente entre sí.  Las redes P2P permiten la distribución descentralizada de contenido multimedia, eliminando la dependencia de servidores centralizados y reduciendo el riesgo de puntos únicos de falla.  Este enfoque distribuido promueve la resiliencia, la escalabilidad y un mayor acceso al contenido multimedia.

Cuando se combinan, las redes blockchain y P2P forman una infraestructura robusta para medios descentralizados.  La tecnología Blockchain brinda la confianza y la transparencia necesarias, mientras que las redes P2P ofrecen los medios para una distribución eficiente de contenido.  Juntos, permiten la creación de plataformas de medios descentralizados que empoderan a los usuarios, fomentan la confianza entre los participantes y desafían el status quo de los sistemas de medios tradicionales.

Una de las fortalezas clave de los medios descentralizados radica en su capacidad para fomentar la democratización.  Al desmantelar las barreras de entrada y desafiar el dominio de los guardianes de los medios tradicionales, las plataformas descentralizadas ofrecen igualdad de condiciones para los creadores de contenido, lo que permite que se escuche una gama más diversa de voces.  Esta inclusión promueve un rico tapiz de perspectivas, ideas y narrativas que, de otro modo, podrían quedar marginadas o pasarse por alto en las estructuras centralizadas de los medios.

La transparencia es otro pilar fundamental de los medios descentralizados.  Mediante el uso de la tecnología blockchain, la verificación y auditoría de contenido se vuelven más accesibles y transparentes.  Cada transacción, modificación o distribución de contenido multimedia se registra en la cadena de bloques, lo que proporciona un rastro de evidencia inmutable.  Esta mayor transparencia ayuda a combatir problemas como la información errónea, las noticias falsas y la manipulación al permitir que los usuarios verifiquen de forma independiente la autenticidad y el origen del contenido de los medios.

Además, las plataformas de medios descentralizados tienen el potencial de fomentar una mayor rendición de cuentas.  En los medios tradicionales, las entidades centrales a menudo ejercen un control significativo sobre la narrativa y enfrentan una responsabilidad mínima por la información que difunden.  Los medios descentralizados interrumpen esta dinámica de poder al distribuir la autoridad y la responsabilidad entre los participantes.  Los creadores de contenido son directamente responsables ante sus audiencias, así como ante la comunidad en general, lo que ayuda a promover prácticas éticas, verificación de hechos y creación de contenido responsable.

Volviendo a MovimientoJ2, la coordinación en enjambre comenzó a ser posible en 2013 con herramientas pseudo P2P como whatsapp y redes de distribución de noticias como Twitter. El éxito de Brigada Tuitera confirmó que la generación y puesta en marcha de enjambres era una experiencia fácilmente reproducible en muchis sectores de la realidad con las consecuencias políticas, democráticas y sociales que es fácil apreciar. Las tecnologías blockchain y de las redes peer to peer no harán sino aumentar el potencial de estas experiencias organizadas en torno a los principios de las operaciones en enjambre en el futuro.

Y, mientras, los Sanz Fernández Lomana, las Ortega Benito y todas las estructuras momificadas en el año 1974 de nuestras corporaciones, seguirán sin entender el mundo que discurre a su alrededor y ejercerán de rémora, de lastre, de cadena, para una comunidad tan viva y creativa como la de la abogacía.

(Este artículo es en muchos puntos una simple traducción al castellano del artículo de Damilola, Lawrence «Are There Benefits in Evolving From Traditional to Decentralized Media?» publicado en Cryptopolitan el 30 de junio de 2023)


Ley de Godwin, España 2023

Ley de Godwin, España 2023

La ley de Godwin o regla de analogías nazis de Godwin es técnicamente un enunciado (pese a que se popularizó como ley) de interacción social propuesto por Mike Godwin en 1990 que establece lo siguiente:

«A medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno».

En su consecuencia cuando, en un debate o hilo en internet, alguien menciona a Hitler o a los nazis se considera que quien lo hace ha perdido el debate y se cierra el mismo.

En realidad tal regla es una reformulación lejana de la llamada falacia «del hombre de paja», una forma de falsificación del discurso ajeno consistente en adjetivar o reformular la afirmación ajena para catalogarla dentro de las ideologías socialmente inaceptables.

Si alguien afirma que la inmigración ilegal no es deseable la adjetivación de «fascista» tratará de evitar toda discusión sobre el postulado; si alguien afirma que los bancos han expoliado a miles de familias españolas y jamás van a devolver sus latrocinios la adjetivación de «marxista» o «comunista» tratará de evitar entrar a investigar lo dicho.

Pareciera que somos incapaces de debatir con quienes no podemos catalogar dentro de un molde ideológico, pareciera que atendemos antes al perfil ideológico antes que a la sustantividad del argumento. Para nosotros más importante que la verdad es quién la dice, lo decisivo es si es Agamenón o su porquero el autor de la frase.

Me gusta la ley de Godwin y en su virtud suelo dejar de leer las argumentaciones de quienes debaten desde que uno llama al otro «fascista» o desde que el otro llama al uno «marxista» o «comunista» o algo parecido. La taxidermia ideológica no me interesa lo más mínimo, sólo quiero leer argumentos razonados y sin referencias «ad hominem».

«Ad hominem», esa es otra.

La nueva máscara del poder

Para darnos una idea del avance técnico de la humanidad podemos recordar que, en 1950, Alan Turing, en su libro «Computing Machine and Intelligence» propuso un test (el «test de Turing») para comprobar si una máquina era inteligente y capaz de dar respuestas como lo haría un humano.

Setenta años después esas mismas máquinas nos realizan test a los seres humanos para que demostremos que no somos máquinas.

Cada vez que resuelves un captcha o le dices a una máquina eso de «no soy un robot» cliqueando sobre una casilla estás, de una forma u otra, reconociendo quién tiene la sartén por el mango en esta sociedad.

Quién está detrás de esa máquina y por qué parece preocuparnos poco, creemos en el funcionamiento de las máquinas del mismo modo que creemos en las religiones, confirmando de este modo la corrección de aquella vieja cita de Arthur C. Clark que decía: «Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia».

Lo malo es que creemos en la magia.

Creemos en los resultados de las máquinas con una fe inquebrantable sin preguntarnos nunca quien está detrás de esa máquina, quién es el ingeniero que la ha programado, para quién trabaja o qué fines persigue. Desde los velocímetros que nos mandan a prisión o los etilómetros que nos convierten en delincuentes hasta el algoritmo que dice que hemos recibido una notificación por LexNet nos creemos que están «calibrados» y «testeados» y que ello es suficiente a garantizar la corrección de su funcionamiento olvidando que ningún algoritmo ni programa cuyo código fuente no sea auditable es seguro ni debería hacer prueba de nada en derecho.

Me he enfrentado ya a este problema algunas veces —incluso ante el tribunal constitucional— pero la inteligencia humana parece no avanzar a la misma velocidad que la artificial y la velocidad de los procesos judiciales es tan lenta que cada pequeño paso exige años de desesperantes esperas. Mientras los algoritmos procesan información a la velocidad de la luz en favor de sus propietarios y, nosotros, los humanos, somos ya quienes hemos de demostrar que no somos máquinas.

Y les rendimos cuentas a ellos, la nueva máscara tras la que el poder se oculta.

Darwin y los memes

Darwin y los memes

Leo en el muro de una amiga de Facebook que hoy es el aniversario del nacimiento de Charles Darwin, probablemente el científico más inspirador de la última centuria para quienes se ocupan del estudio de los seres vivos.

Pero también de entidades no vivas, me explicaré.

Charles Darwin nos enseñó que allá donde hay herencia y mutación hay evolución y que se perpetúa aquella mutación que ofrece a quien la incorpora un mayor éxito reproductivo.

Pero eso no ocurre solo con los seres vivos.

Hay entidades que se replican no por sí mismas sino parasitando o invadiendo a otros seres vivos. Es el caso de los virus, seres difícilmente clasificables como vivos, que se reproducen no por sí mismos sino invadiendo células donde replicar su código genético; pero yo no hablo de ellos.

Yo hablo de otras entidades que se replican colonizando a otros seres vivos, concretamente los seres humanos.

Pruebe usted a cantar una canción pegadiza, instintivamente otras personas a su alrededor la cantarán, puede que hasta se obsesionen y canten la canción de forma maníaca. El hecho de que una canción salte de un cerebro a otro hace que la canción, una sucesión inerte de sonidos, se replique y perviva hospedada en el cerebro de quienes la cantan. La canción se replica merced a esa peculiar calidad de sus sonidos que provocan a quienes los escuchan a reproducirlos.

La canción se reproduce (se canta) se propaga entre quienes la oyen (están en contacto con ella) que se «contagian» de ella y la reproducen a su vez (la replican) con más o menos exactitud o afinación (mutaciones) las notas que la componen.

En general las mutaciones son perniciosas pero puede ocurrir que alguna de ellas tenga éxito y haga que quienes escuchen la canción con mutaciones sientan más ganas de cantar esa versión que la original, de modo que la canción mutada tenga más éxito replicativo que la versión origina que irá cayendo en el olvido hasta morir.

Ya lo dijo Darwin, si hay herencia y mutación acabará funcionando la evolución y triunfará aquella entidad que tenga mayor éxito reproductivo. Si quieres un buen ejemplo de esto puedes examinar la historia del archifamoso villancico «Jingle Bells» comparando su partitura original con la versión que, hoy, todos conocemos.

Pero eso no pasa solo con las canciones sino con cualquier idea, credo político o religioso, construcciones mentales (informacionales) que sólo existen en el cerebro humano y cuya existencia depende de su capacidad de replicarse en otros cerebros. Para las ideas, para los credos, para las ideologías, la muerte es el olvido. Las entidades informacionales mueren cuando dejan de replicarse por ello sólo llegan a nosotros aquellas mutaciones de cada ideología que encuentra en cada momento un mayor éxito replicativo.

No es de extrañar que las religiones cuiden especialmente a su idea generatriz («Amarás a Dios sobre todas las cosas») o los credos políticos sus dogmas fundacionales («Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad…») y es normal, solo se replican las ideas que impulsan su replicación del mismo modo que la vida solo premia la vida.

Hoy se habla con naturalidad de «memes» y de «volverse viral» pero sospecho que la mayoría de los que lo hacen desconocen que «meme» es una expresión que inventó Richard Dawkins parodiando a «gene» (la forma inglesa de «gen») para referirse a esas entidades informacionales que se comportaban como si fuesen genes.

No un «meme» no es un chiste ni un dibujito, es un concepto mucho más complejo aunque, comi es difícil de explicar, la evolución ha hecho que haya proliferado un significado que no es sino una grosera mutación de su sentido originario pero que, como a nadie escapa, goza de un mayor éxito replicativo entre los cerebros a colonizar.

Entender la información (y por ende la sociedad de la información) es una tarea compleja y apasionante a la que no muchos —a salvo de unas élites no siempre bienintencionadas— parecen querer dedicar tiempo.

En todo caso tal tarea sería imposible sin Darwin.

Adam Smith y los límites del ser humano

Adam Smith y los límites del ser humano

Ayer me entretuve en remendar el primer párrafo de la obra «El Capital» de Marx desde mi punto de vista esencialmente informacional de la realidad, hoy me parece de justicia hacer lo mismo con el primer párrafo de la obra fundamental del economista y filósofo escocés Adam Smith (Kirkcaldy 1723), «La Riqueza de las Naciones» (An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations) en la que dejó sentadas las bases de la economía clásica con sus trabajos y a la qué la cultura popular identifica con la biblia del capitalismo.

Pues bien, el primer párrafo del primer capítulo del primer libro de la obra fundamental de Adam Smith «La riqueza de las naciones» comienza afirmando…

«El mayor progreso de la capacidad productiva del trabajo, y la mayor parte de la habilidad, destreza y juicio con que ha sido dirigido o aplicado, parecen haber sido los efectos de la división del trabajo».

Y, al igual que me sucede con el primer párrafo de la obra «El Capital» de Marx, desde mi punto de vista, tal afirmación tampoco puede ser aceptada así como así. Veámoslo.

La división del trabajo no es una mejora organizativa que los seres humanos escojan simplemente para producir más, la división del trabajo es una realidad que impone la cada vez mayor complejidad de las tareas que desarrollan los seres humanos y la limitada capacidad que tienen estos para almacenar información (conocimientos). Analicémoslo despacio.

Creo que ya les conté una vez —uno siempre predica su fe ya sea de forma directa o indirecta— que el problema del pulpo (sí, el pulpo), como el de muchos prebostillos nacionales, es que es un inculto.

Un pulpo, a lo largo de su vida, puede aprender muchas cosas pero todo lo que aprende muere con él. El pulpo (o la pulpa) ponen sus huevos y los abandonan a su suerte, los pulpillos que eclosionan no tienen madre que, zapatilla en mano, les oriente y les haga entrar en la mollera todo lo que deben aprender de forma que, cada uno de los recien nacidos pulpillos, como Sísifo, debe empujar de nuevo su piedra hacia la cumbre.

El secreto del ser humano como especie es que, a los conocimientos instintivos de que les dota la naturaleza, añaden los que les transmiten sus progenitores, seres con quienes conviven durante toda su infancia. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la cultura es una de las más eficaces estrategias evolutivas de que dispone la especie humana; ahora bien, cuando la cultura (el conocimiento, la información) alcanza un volumen tan enorme como el que ha alcanzado el saber humano en los tiempos modernos, es obvio que ya no puede ser almacenada en un solo indivíduo, de hecho, hace milenios que dejó de poder ser almacenada en un solo indivíduo.

Medimos la capacidad de almacenamiento de información en cualquier soporte con toda naturalidad y así, decimos: «ese disco tiene 18 Terabytes» o «ese USB puede almacenar 500 Gigabytes»… Esta forma de expresarnos es para nosotros, desde hace unos 20 años, perfectamente natural y, sin embargo raramente la aplicamos a las personas y decimos «fulano es un crack, tiene tantos Petabytes de almacenamiento libre…»

La capacidad humana de almacenar conocimientos es finita y es por eso que todos no sabemos hacer todas las cosas.

Los seres vivos vienen al mundo con muchísima información preprogramada. En su «read only memory» (ROM) almacenan todas las instrucciones precisas para mantenerse vivos, respirar, hacer la digestión, realizar la fotosíntesis si son plantas… Todas estas acciones usted (y todos los seres vivos) «saben» llevarlas a cabo aunque no sepan por qué. Luego, cada especie, en mayor o menor medida tiene una memoria «ram» donde almacena conocimientos útiles para ella.

En el paleolítico los conocimientos que el ser humano almacenaba en esa memoria «ram» estaban mayoritariamente dirigidos a procurarse su supervivencia y la de los suyos, aunque la construcción de herramientas de sílex o la confección de pigmentos para «almacenar» información en forma de dibujos y pinturas en sus cavernas, fueron cada vez ocupando una mayor parte de esa «random access memory» (RAM).

Si entendemos que la capacidad humana para acumular información es finita entenderemos sin problema por qué, espontáneamente, aparece la división del trabajo que en lugar tan prominente situa Adam Smith y comprenderemos por qué la fabricación de alfileres de que nos habla Adam Smith o la de sartenes de que nos habla Marx exigen de división del trabajo.

Ninguna persona puede dominar al mismo tiempo las habilidades precisas para distinguir los filones de los distintos minerales, detectarlos, picar en una mina, entibar galerías y extraer mineral; mucho menos saber eso y dominar el arte del fundido, aleación y forja de metales, confección de esmaltes y otros elementos necesarios para la terminación del producto… Y aunque alguien tuviera todo el conocimiento necesario para ello lo sería en un grado muy básico. Hoy hay carreras enteras dedicadas a la ingeniería de minas, por ejemplo y a todo lo anterior habrís que añadir el transporte y comercialización del producto.

Si llamamos «personbyte» (como indica C. Hidalgo) a la cantidad de información que es capaz de almacenar un ser humano, se entenderá por qué son necesarias muchísimas personas para fabricar, por ejemplo, un avión o un submarino. No porque lo exija la «división del trabajo» como método organizativo, sino porque son necesarios muchos conocimientos (personbytes) para transformar la materia en una navío submarino o en un aparato volador.

Así pues, desde nuestro punto de vista informacional, tampoco el primer párrafo de «La riqueza de las naciones» de Adam Smith resulta particularmente impactante sino más bien naif.

Entenderán que si, desde el primer párrafo, ambos textos capitales me resultan sospechosos de no entender el mecanismo profundo que determina el funcionamiento de la realidad y las sociedades, el debate comunismo-capitalismo me parezca periclitado. Déjenme tener mi propio criterio y no me embarquen en un antiacuado juego de pares o nones.

Supongo que a estas alturas ya habré hartado a mis lectores, entenderán por eso que un día escriba sobre el Nitrato de Chile y la riqueza, otro sobre el «Personbyte» y la construcción de submarinos y otro sobre la evolución y los Reyes Magos. Sé que si trato de explicarme soy aburrido y por eso es mejor recurrir a la vieja herramientas de las historias y los relatos, porque con ellos siento que siembro poco a poco mi punto de vista, mi forma de entender las cosas.

Los post diarios son práctica, lo demás es teoría.

Marx y el guano: reescribiendo «El Capital»

Marx y el guano: reescribiendo «El Capital»

En la década de los 60 del siglo XIX, mientras Marx redactaba su obra cumbre, El Capital, en América del Sur varios países experimentaban un desarrollo extraordinario gracias a su riqueza en materias primas.

Especialmente representativo de esta prosperidad económica fue el caso del Perú que, debido a la gran riqueza en guano que acumulaban sus islas, comenzó a obtener cuantiosos ingresos mediante el sistema de las llamadas «consignaciones», un sistema mediante el cual el Estado y determinados empresarios llegaban a acuerdos por los que se otorgaba a estos la explotación del guano durante un tiempo a cambio de un porcentaje que variaba entre el 35 y el 45 %. El consignatario se encargaba de todo el proceso de explotación, exportación y venta del guano mientras que el estado recibía una porción del ingreso líquido después de producida la venta. El problema fue que, como el Estado generalmente necesitaba efectivo y no podía esperar hasta el reparto de ingresos, solía pedir dinero por adelantado a los consignatarios que, de este modo, se convirtieron en los mayores prestamistas del Estado cobrándole entre el 4 y 13% de interés.

Los cambios de toda índole que en esta época de prosperidad se produjeron en Perú extienden sus efectos hasta nuestros días, estando en la base de la escisión de la sociedad peruana entre el interior y la costa, pero esa es otra historia.

Mientras duró la fiebre del guano los estados europeos compraron y pagaron a precio de oro este producto —no más que una gigantesca acumulación de defecaciones de aves— y fue gracias a él que pudieron alimentar a su creciente población pues, usado como abono, el guano rendía resultados espectaculares.

Marx no vivió lo suficiente como para asistir al trágico final de esta época dorada de la historia del Perú pues, mientras concluía la primera edición de la primera parte de «El Capital», estaba naciendo en la ciudad de Breslau (entonces Prusia hoy Polonia) el científico alemán Fritz Haber quien, junto con personalidades de la talla de Max Born o Karl Bosch (sí, Bosch, el de BASF) descubrieron procesos químicos para fabricar abonos de forma que el guano se tornó innecesario.

Aquella mercancía maravillosa por la que Chile, Bolivia y Perú habían guerreado, ahora simplemente no valía nada y los países que la producían, simplemente, enfrentaban la bancarrota.

Cuando nació Fritz Haber, Marx, acababa de publicar su primera parte de «Das Kapital» aquella obra colosal cuyo primer párrafo decía:

«La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un «inmenso arsenal de mercancías» y la mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación arranca del análisis de la mercancía».

Seguramente, para un europeo de 1866, la riqueza de las sociedades se podía percibir como un «inmenso arsenal de mercancías»; aunque un peruano, un chileno o un boliviano, unos cuantos decenios después, aprenderían dolorosamente que la riqueza de las sociedades no es un arsenal de mercancías (aunque estas sean tan valiosas como lo fue el maravilloso guano) sino un «inmenso arsenal de conocimientos» como los que acumulaban los alemanes en personalidades como Haber, Born o Bosch. En 1918 Fritz Haber recibió el Premio Nobel y Carl Bosch en 1931.

A día de hoy Perú importa 1,2 millones de toneladas de abonos sintéticos al año; el país del guano hoy paga el abono que gasta a empresas extranjeras y devuelve con creces los ingresos que un día recibió.

Mi parecer es que las sociedades ricas nunca lo han sido por la abundancia de mercancías, sino por poseer la información necesaria para transformar materias primas y así subvenir a sus necesidades.

En el calcolítico había el mismo cobre en el planeta Tierra que a principios del Paleolítico, la diferencia radicaba en que el ser humano, en el calcolítico, descubrió la forma de trabajarlo. Las herramientas de cobre (arados, cinceles, azuelas…) hicieron más productivas —más ricas— a las sociedades que pudieron disponer de ellas.

De hecho, a día de hoy, existe en la Tierra exactamente la misma cantidad de cobre que había en el calcolítico o en el Paleolítico, ni un átomo más ni un átomo menos, la diferencia es que hoy con el cobre no se fabrican arados, cinceles o azuelas; hoy disponemos de la información precisa para convertir al cobre en un conductor de la electricidad. El ser humano informa la materia en función de la información de que dispone y es esta actividad la que genera riqueza, la que dota de valor de uso a materiales que antes carecían de él, la que los hace valiosos.

Podríamos, pues, provisionalmente, modificar un tantito el primer párrafo de «El Capital» de Marx y donde él escribió:

«La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un «inmenso arsenal de mercancías» y la mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación arranca del análisis de la mercancía».

Escribir nosotros…

«La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un «inmenso arsenal de conocimientos» y la información como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación arranca del análisis de la información».

Si para Marx era la mercancía el centro de su sociedad mercantil, para nosotros será la información el centro de nuestra sociedad a la que —coherentemente— llamaremos Sociedad de la Información.

—¿Y podemos seguir hablando en esta sociedad de cosas como la «propiedad de los medios de producción», los «imperialismos», las «revoluciones» y cosas así?

—No se apure, desde luego que sí, pero eso lo veremos en otros capítulos de esta historia.

De momento le dejo con una fotografía de lo que significa trabajar en el guano.

Países ricos y países pobres

Países ricos y países pobres

En casi todas las charlas que di en Colombia, en algún momento u otro, apareció siempre la cuestión de la América del Sur pobre frente a la América del Norte del Río Grande rica y, para enfrentar esa cuestión, siempre traté de poner en claro qué era eso de la riqueza o de la pobreza de un país.

Si por «riqueza» se entiende que un país disponga de abundantes recursos naturales no cabe duda de que América del Sur es un continente agraciado por la providencia pero, les decía, no creo que la abundancia de recursos naturales sea lo que hace en verdad rico a un país y les solía poner el ejemplo de Chile.

Al comenzar el siglo XX Chile era un país ciertamente rico: su renta «per capita» superaba a la de países europeos como España, Suecia o Finlandia. La causa de tal riqueza se encontraba oculta bajo el suelo del desierto de Atacama: el nitrato. Indispensable para la fabricación de pólvora y magnífico como abono, Chile vendía su nitrato a todo el mundo.

Sin embargo, para desgracia de los chilenos, en 1909 los químicos alemanes Fritz Haber y Carl Bosch descubrieron una forma barata de producir este nitrato a partir de otros componentes y las exportaciones de nitrato de Chile comenzaron a caer; sin duda muchos de ustedes recuerdan aún el azulejo que se ve en la fotografía; «agricultores, abonad con nitrato de Chile» y añadía las palabras «único natural», este fue uno de los últimos esfuerzo chilenos por mantener su comercio.

Para 1958 toda la industria chilena del nitrato había desaparecido sin embargo la fortuna volvió a sonreir a Chile pues, en esos lustros, la electricidad, el telégrafo y la telefonía exigían cada día más hilo de cobre y Chile, por fortuna, era rico en cobre.

Y dicho esto ¿consideran ustedes a Chile un país rico o un país pobre?

Yo, permítanme decirlo y que no se me enfade ningún chileno, no lo considero rico, sino ponre. Rico es el país que, comi Alemania, tiene conocimientos suficientes como para prescindir del comercio del nitrato cuando le hace falta (recordemos que todo el comercio de nitrato de Chile estaba controlado por Gran Bretaña) o es capaz de diseñar e implementar esos aparatos que necesitan del cobre que otros facilitan.

Disponer de materias primas es cuestión de suerte, disponer de cultura y conocimiento es cuestión de esfuerzo pero permite forjar el futuro independientemente de la suerte que se haya tenido en el reparto de riqueza. El cobre no vale nada, si vale es porque alguien le ha encontrado un uso revolucionario (la electricidad) y por eso no es rico quien tiene cobre sino quien tiene los conocimientos que permiten su uso.

No, riqueza no es disponer de recursos materiales, riqueza es disponer de conocimiento, de cultura, de todo eso que, en sentido amplio, llamamos información.

No creo que América del Sur sea pobre en cuanto a materias primas sino todo lo contrario, es riquísima; sí es pobre en cuanto que ella no controla estas materias primas, en general explotadas y esquilmadas por empresas anglosajonas que no han dudado en corromper u ocupar gobiernos para ello y, sobre todo, es pobre, en la medida que la pobreza material de sus gentes drena a sus sociedades de inteligencia, cultura e información, permitiendo que sus mejores cerebros acaben siempre en el extranjero enriqueciendo a otras sociedades.

Y esto que digo no sólo sirve para América del Sur sino para mi propio país; un país que confía en buena parte su futuro a unos turistas de sol y playa que un día dejarán de venir y que, de momento, han acabado con el 80% de los recursos naturales y turísticos del Mediterráneo Español. Un país cuyos profesionales de la sanidad marchan recién egresados a países extranjeros; un país cuyos científicos, si quieren desarrollar una carrera científica exitisa, deben marchar al extranjero.

Estamos perdiendo nuestra mayor riqueza en favor de otros países, así que nadie se extrañe si un día descubrimos que somos, esencialmente, pobres.