De pensamiento, palabra, obra y omisión

De todas estas formas puede pecarse según la doctrina de la Iglesia Católica y de estos cuatro modos podemos condenarnos al fuego eterno.

Las leyes de los hombres resultan bastante menos severas que las divinas y así, por ejemplo, a un ciudadano le resultaría imposible delinquir de pensamiento ya que, por más que desease a la mujer de su prójimo  o codiciase los bienes -evidentemente ajenos- del marido de la sujeta en cuestión, la ley nada tendría que reprocharle y, mucho menos, le impondría castigo alguno.

Por lo que respecta a los delitos cometidos de palabra, obra u omisión, a la ley humana parecen merecerles un distinto grado de reproche en función del método comisivo empleado. Veámoslo.

Piense, por ejemplo, en que acaba de comprarse un coche nuevo con una magnífica tapicería de cuero. Usted va conduciendo alegremente por una carretera cuando divisa en la cuneta a una niña que se ha caído de una bici; la niña sangra abundantemente y parece tener fracturada una pierna. Usted sabe que la niña le pondrá perdida de sangre la tapicería de cuero y que esto le va a costar, probablemente, unos 300 euros. Usted, entonces, considera ambas posiblidades -ayudar a la chica o ahorrarse 300 euros- e inmediatamente decide ayudar a la chica.

No cabe duda de que todos (espero) haríamos lo mismo.

Ahora piense, por el contrario, que recibe por correo una carta de UNICEF pidiéndole un donativo de 300 euros para hacer un pozo de agua en África y de esta forma salvar la vida de muchos niños que viven en un lugar particularmente seco de la región.

En éste segundo caso, me temo, la mayoría de nosotros enviaría la carta de UNICEF a la papelera y, sin embargo, parece evidente que en el caso de UNICEF estaríamos salvando muchas más vidas que con nuestra ayuda a la niña accidentada.

Obsérvese, además, que la repugnancia moral que merecen al legislador ambas acciones es absolutamente distinta:

En el primero de los supuestos, si usted, como conductor del vehículo no hubiese ayudado a la niña herida, habría sido culpable de un delito de omisión del deber de socorro, previsto y penado en el artículo 195 del Código Penal Español de 1995.  El precepto, dice así:

1. El que no socorriere a una persona que se halle desamparada y en peligro manifiesto y grave, cuando pudiere hacerlo sin riesgo propio ni de terceros, será castigado con la pena de multa de tres a doce meses.
2.En las mismas penas incurrirá el que, impedido de prestar socorro, no demande con urgencia auxilio ajeno.
3.Si la víctima lo fuere por accidente ocasionado fortuitamente por el que omitió el auxilio, la pena será de prisión de seis meses a 18 meses, y si el accidente se debiere a imprudencia, la de prisión de seis meses a cuatro años.
En el segundo de los supuestos (no ayudar a los niños a través de UNICEF) nuestro Código Penal no dice nada; es decir, es una conducta absolutamente legal y que no merece reproche moral para el legislador. Puede usted tirar tranquilamente la petición de ayuda a la papelera.

Observemos, de paso, la levedad con que castiga el Código Penal Español la omisión del deber de socorro; en nuestro primer supuesto, en el caso de no haber recogido a la niña fortuitamente herida y haberse descubierto nuestra mala acción, la condena, como máximo, habría sido una multa de doce meses. Es decir, que ni siquiera iría usted a la cárcel en tanto abonase la sanción.

Como puede ver, muchos niños pueden morir en África por falta de agua y de ayudas económicas (entre otras la suya y la mía), y, sin embargo, la ley no sancionará nuestra falta de solidaridad de ningún modo. Sin embargo, si la necesidad de ayuda está «inmediata» a nosotros, es cercana, entonces el no ayudar será considerado delito, si bien con una sanción bastante más leve que si el resultado dañoso es producido por acción.

Los delitos que mayor repugnancia causan al ser humano son, sin duda, los cometidos «de obra», es decir, por acción.

El distinto grado de reproche moral que merecen las acciones u omisiones humanas es subrayado por Marc Hauser en las primeras páginas de su libro «Moral Minds» y, para ello, usa de los ejemplos que antes les acabo de contar.

Para la ley divina, en cambio, da igual el método delictivo empleado. Si uno se encuentra en pecado mortal cometido de pensamiento, palabra, obra u omisión, tiene garantizado el fuego eterno según la doctrina católica. Así, poco importa que usted desée la muerte de su vecino del 5º, o que le grite «¡¡muérete!!» en el ascensor, o que no le ayude y le deje morir en una situación de peligro, o que lo mate usted mismo. En cualquiera de los casos la pena será una y la misma: Al infierno por toda la eternidad.

Parece que el infierno desconoce la función reinsertadora y reeducativa de las penas, tampoco parece ajustar la gravedad de la pena a la gravedad del delito… el infierno no hace distingos: allí habrán de estar por toda la eternidad tanto aquellos que robaron y no se arrepintieron y los que, tras matar seis millones de personas, tampoco se arrepintieron. Junto a ellos, si hemos de creer a la jerarquía eclesiástica, estarán también los que tuvieron pensamientos impuros, o usaron preservativos, o trabajaron en domingo sin darle mayor importancia o desearon a la mujer del prójimo porque la mujer verdaderamente era deseable,  sin arrepentirse jamás de tamaños crimenes.

El infierno, en fin, como sistema penitenciario sería inaceptable para cualquier legislación humana y quizá, lo que debería hacerse en clases de religión, es hablar del infierno como un ejemplo de todo lo que un sistema punitivo no debe de ser.

7 comentarios en “De pensamiento, palabra, obra y omisión

  1. Agradecí mucho, por necesaria, la clase de cultura e historia del arte, con La caridad romana. Rubens.

    Te reconocería, si en las siguientes entradas, continuases el metodo por, muy adecuado, e incluyes, alguna que otra imagen ilustrativa sobre el tema comentado.

    Gracias por tenerlo en cuenta.

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  2. Pingback: meneame.net
  3. Ya que entras en el proceloso piélago de las cuestiones teológicas, no está de más que te recuerde que en mi opinión el infierno cristiano, al cumplir con la función de castigar a los réprobos convierte al diablo en un ser virtuoso, pues si éste ha de encarnar el Mal, lo lógico es que el Infierno sea el lugar donde los Malos reciben su injusta recompensa por su maldad; esto es, son eternamente premiados.
    Contrariamente a lo que nos han dicho los curas, el Infierno debe ser un lugar extremadamente agradable.

    Para terminar te prestaré una cita que me gusta mucho de mi admirado Ludwig Wittgenstein, la proposición 4116 del Tractatus logico-philosophicus:

    «Cuanto puede siquiera ser pensado, puede ser pensado claramente. Cuanto puede expresarse, puede expresarse claramente»

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  4. También de pensamiento. Estamos hablando del mismísimo demonio. Yo pongo la mano en el fuego (del infierno) y aseguro que pronto vamos a tener que responder por delitos puramente imaginados. El proyecto de reforma del Código Penal que anida en las covachuelas parlamentarias instituye el germen de una figura penal sólo conocida en la literatura fantástica: el «precrime». El legislador, en la exposición de motivos, intenta explicarlo en su lenguaje “politiqués”. Traducido libremente, es algo parecido a esto: “sí, sí, tú habrás cumplido la pena, no decimos que no, pero como nosotros sabemos que eres muy, muy malo, e incorregible, porque se lo hemos oído a Ana Rosa Quintana, vamos a vigilarte de cerca, durante veinte o treinta años, ¡no quiera el diablo! … hasta que te vuelvas aún más loco y podamos trincarte con cualquier excusa”. Los asombrosos avances en el campo de la resonancia magnética funcional del cerebro harán el resto. Sólo pido que no envíen a Tom Cruise a detenerme.

    La omisión de socorro “remota”. El filósofo, novelista y tragaldabas visionario Umberto Eco, explicó hace treinta años que la responsabilidad moral es un producto tecnológico. Mal podía sentirse responsable el hombre medieval o decimonónico de tragedias e injusticias ignoradas o sólo sospechadas. Incluso en épocas mas próximas, identificar los sonrientes rostros de las huchas del “Domund” (un chinito, un negrito, un no-se-sabia-qué …) con el sufrimiento real de seres humanos requería un esfuerzo inhabitual. Pero en nuestro siglo XXI, aunque los coches no vuelen (como muchos esperábamos desde pequeños), sí lo hacen las mentiras y las imágenes. Viendo cualquier informativo de televisión, ¿cómo no sentir sobre nuestras conciencias el peso de todos los males del mundo? Claro que la conciencia es cosa elástica y manejable: basta con donar 100 euros a una oenegé, entre langostino y langostino, para hacerla callar.

    Miguel, voy a darte una información secreta, cuya divulgación garantizo al contártela: hace tiempo que sé para quien trabaja el demonio, ese farsante. Verdugo a sueldo, incluido en la nómina celestial de tapadillo, después de fingir una expulsión, como un vulgar agente del CNI.

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