Veo a Donald Trump en televisión dando cuenta del ataque de los Estados Unidos a instalaciones militares de Irán y le escucho terminar su intervención diciendo: «Gracias Dios. Dios proteja al ejército y a los Estados Unidos». Estas palabras me traen a la memoria la narración que de la guerra entre Israel y sus acérrimos enemigos los amalecitas se hace en el primer libro del profeta Samuel.
Han sido muchos los filósofos y pensadores que se han asombrado de la extrema crueldad con la que Yahweh, el dios de Israel, ordenó el genocidio de la población amalecita (I Samuel. Cap. 15):
«Y Samuel dijo á Saúl: Jehová me envió á que te ungiese por rey sobre su pueblo Israel: oye pues la voz de las palabras de Jehová.
2 Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Acuérdome de lo que hizo Amalec á Israel; que se le opuso en el camino, cuando subía de Egipto.
3 Ve pues, y hiere á Amalec, y destuiréis en él todo lo que tuviere: y no te apiades de él: mata hombres y mujeres, niños y mamantes, vacas y ovejas, camellos y asnos».
El rey Saúl, en cambio, más piadoso que su dios, tras derrotar a los amalecitas no cumplió la orden de Yahweh y perdonó la vida de los mamíferos (según él para sacrificarlos a Yahweh) y de parte de la población amalecita lo que provocó la ira de Yahweh quien retiró su apoyo a Saúl y provocó su caída a manos de David.
Como digo, muchos pensadores y filósofos se han preguntado durante años cómo es posible que un dios, teóricamente justo y bueno, ordenase matar a hombres, mujeres y niños de pecho y se encolerizase porque sus órdenes no fuesen cumplidas al pie de la letra.
Podrían haberse ahorrado sus sesudas reflexiones si hubiesen partido de la evidencia de que el primer libro de Samuel, como toda la Biblia, fue escrito por hombres que tenían un programa político en mente.
Los seres humanos siempre han sentido la necesidad de justificar las terribles iniquidades y vilezas que han llevado a cabo y el expediente al que han recurrido con mayor frecuencia ha sido precisamente dios («Dios lo quiere»).
Islamistas, cristianos, israelitas… Cada vez que han sido autores de matanzas y genocidios han descargado sus conciencias afirmando que cumplían órdenes de dios y no han tenido empacho en hacerlo constar como palabra de dios en los libros sagrados.
Pero que nadie te engañe, los libros sagrados han sido escritos por hombres y estos se han encargado de intercalar entre el mensaje divino las palabras precisas para justificar sus mayores crímenes. Si Israel exterminó de la faz de la tierra a los amalecitas no fue por maldad, sino por orden de dios; si los terroristas islamistas hacen explotar bombas para asesinar personas inocentes es porque dios lo quiere y si Donald Trump lanzó un ataque militar ayer noche contra Irán tampoco tenga usted dudas: es también porque dios lo quiere.
«Gracias Dios. Dios proteja al ejército y a los Estados Unidos» dijo ayer Donald Trump usando de una retórica para nada distinta de la usada por los dirigentes de la República Islámica de Irán. «Gracias Dios. Dios proteja al ejército y a los Estados Unidos» ¿y por qué habría Dios de proteger a los Estados Unidos y no a los niños de Gaza?
El ser humano usa a dios para justificar sus iniquidades y crímenes y esta estrategia parece no haber cambiado en los últimos cinco mil años. Cinco milenios durante los que la humanidad se ha mostrado incapaz de sacar a dios de sus ecuaciones criminales, cinco mil años de que siempre haya una pluma mercenaria que ponga en bica de dios palabras que —si existiese— dios jamás pronunciaría.
Donald Trump no es muy distinto del viejo rey Saúl aunque, seguramente, habría sido menos compasivo que este con los amalecitas.
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Hispano a mucha honra
La Oficina de Administración y Presupuesto sobre raza y etnicidad del gobierno de los Estados Unidos de América (OBM) está empeñada en clasificar a los seres humanos según su raza o etnia y esa —en principio— repugnante forma de clasificar me dice algunas cosas que quizá sean importantes.
Para el gobierno de los USA existen multiples razas pero sólo dos «etnicidades»: los hispanos y el resto de los humanos.
Para los americanos parece que es incomprensible que un blanco, un indio, un negro o culaquiera de los múltiples mestizajes posibles entre ellos sean todos «hispanos». Así que, para las demás razas la Oficina de Administración y Presupuesto sobre raza y etnicidad del gobierno de los Estados Unidos de América aplica criterios puramente raciales pero para los hispanos aplica criterios culturales: es hispano quien habla español o tiene un claro bagaje cultural hispano.
Si es usted castellano, andaluz, catalán o vasco no se ofenda si para los USA es usted simplemente un hispano más y mientras pienso en esto saboreo el hecho de que para ser hispano no importe la raza ni el sexo porque me tranquiliza respecto a la conducta de nuestros tatarabuelos y tatarabuelas que nunca dudaron en mezclarse con hombres y mujeres de cualquier raza.
Los españoles tenemos muchos problemas con nuestras identidades y con lo que somos, no somos o deberíamos ser, por eso me agrada que la administración norteamericana venga a solucionarnos nuestras querellas identitarias y nos meta a todos en un mismo saco: hispanos.
Y pienso que sí, que hispano a mucha honra, como casi 500 millones de seres humanos más que hablan castellano, el idioma de los pobres y el de la gente con la alegría y el alma necesarias para no clasificar a sus semejantes como si fuesen taxidermistas.
Hispano. Oigan, suena muy bien y, si solo hay dos «etinicidades» para los americanos en el mundo, la normal y la hispana, yo elijo ser parte de esta última. En el fondo nunca me gustó ser normal y al fin y al cabo distinción es una palabra que viene de distinto.
Hispano, sí, me suena muy bien.
Tenim un nom
Lo escribiré en catalán para que me entiendan todos: tenim un nom i el sap tothom.
No, no estoy cantando el himno del Barça, les estoy hablando de algo bien distinto: de las clasificaciones étnicas que lleva a cabo la Oficina de Administración y Presupuesto sobre raza y etnicidad del gobierno de los Estados Unidos de América (OBM).
Y dicho esto y antes de tomarme por loco déjenme que me explique.
Españoles, Argentinos, Peruanos, Chilenos y en general la población de todos esos países que nacieron de la implosión de la Monarquía Católica (el muy mal llamado imperio español) son gentes que adoran las diferencias, las exaltan y hacen de ellas sus señas de identidad cuando no, en los casos más extremos, una razón para morir que es un verbo curioso que, en castellano, se conjuga siempre en forma transitiva como «matar».
Esta obsesión por la diferencia hace que catalanes, andaluces, vascos, navarros, canarios y hasta los de Cartagena como yo nos miremos con recelo. Si suena el himno de España medio estadio aplaudirá y el otro medio silbará para «marcar diferencias» y si hay que pagar impuestos a la caja común no dude que pronto alguien hablará del «hecho diferencial» normalmente para pagar menos.
Y no, no crea que esto es propio solamente de los españoles: argentinos y chilenos andan en líos desde la independencia, se ve que tres siglos (del XV al XVIII) de convivencia pacífica no les enseñaron nada y en los dos últimos siglos (XIX y XX) han ido de bronca en bronca con regularidad pasmosa hasta el decidido apoyo chileno a la flota británica durante la guerra de Malvinas.
¿Y qué decir de las guerras de Perú o Ecuador o de Chile y Bolivia? ¿tendré que recordar aquella horrible atrocidad que fue la llamada «Guerra de Triple Alianza» y que enfrentó al Paraguay contra Uruguay, Argentina y Brasil? En esa guerra —una auténtica guerra de exterminio— fue eliminada la mayoría de la población masculina paraguaya y a uno, en la distancia, le cuesta comprender tanta furia y crueldad entre seres humanos que apenas cincuenta años antes eran compatriotas y vivían en paz.
Es lo que tienen «hechos diferenciales» tan importantes como el haber nacido en la ribera norte o sur del Paraná o a este lado o a aquel lado de los Andes. Sí, la exaltación de la diferencia, la hipérbole del «hecho diferencial» conduce a la locura y, por lo que veo, en ella seguimos instalados.
Pareciera que nadie, desde California a la Tierra del Fuego y desde Menorca a Isla Guadalupe, tuviese el más mínimo interés en señalar todo lo que —y es mucho— tenemos en común sino en acabar con ello, pero, afortunadamente, para salvarnos de nuestros demonios, tenemos a los Estados Unidos de América y su Oficina de Administración y Presupuesto sobre raza y etnicidad.
Y digo que para salvarnos de nuestros demonios, tenemos a los Estados Unidos y su Oficina de Administración y Presupuesto sobre raza y etnicidad (OBM) porque para ellos el asunto es muy claro: del Río Grande a la Tierra del Fuego y de Menorca a Guadalupe viven (vivimos) unas gentes que tenim un nom i el sap tothom: «hispanos».
Sí, la OMB define «hispano o latino» como una persona de cultura u origen cubano, mexicano, puertorriqueño, sudamericano o centroamericano u otro de origen español, independientemente de la raza, de modo que ya lo sabe, independientemente de si usted llama a su amigo güey, boludo, parce, quillo o picha, o de si usted ha nacido al norte o al sur del Paraná o Sierra Morena o acá o allá de los Andes, usted para la OBM es «hispano», porque esos malditos seres blancos, anglosajones y protestantes que viven en USA (WASP), no se fijan en las sutilezas que a nosotros nos obsesionan y saben que, de California al Cabo de Hornos y de Menorca a Guadalupe, vive una comunidad humana que, aunque ella misma no lo sepa, comparte demasiadas cosas como para no considerarla un grandísimo proyecto de futuro en potencia.
Es por eso que se lo escribo en catalán, porque quiero que usted me entienda: entérese que para los gringos tenim un nom i el sap tothom: «hispanos». Y ahora puede usted seguir pensando en las tremendas «diferencias» que existen entre chilenos y argentinos, paraguayos y uruguayos, valencianos y baleares, murcianos y cartageneros… Pero no se extrañe si, al viajar a Estados Unidos, se encuentra usted con un muro en la frontera o con que el oficial de turno le clasifica a usted (se lo repetiré clar i catalá) como «hispano».
Y ahora me voy a desayunar.
La Avenida de la Corrupción
Próximamente voy a viajar y he querido probar qué tal se me da hacer videoblogs usando sólamente la cámara de mi teléfono Xiaomi. Estos han sido los resultados de las dos pruebas que he hecho en un recorrido por mi ciudad al que yo llamo «La Avenida de la Corrupción».
Obama y el copyright

La posición de Barack Obama frente a la actual regulación del copyright es algo que está levantando mucha expectación en el mundo, sobre todo si tenemos en cuenta que en los momentos iniciales de su campaña Lawrence Lessig colaboró con él y, como es sabido, Lessig es una de las personalidades más conocidas mundialmente por su oposición a la actual regulación.
Algo sí podemos afirmar con toda seguridad y es que el poster electoral que ha usado Barack Obama en su campaña ha infringido las leyes del copyright vigentes en los Estados Unidos.
Crisis, fenómenos anticíclicos o porqué es bueno ser diferente
Esta semana, en plena crisis económica, Rodrigo Rato ha lanzado un mensaje de relativa confianza en la solidez de nuestro sistema bancario; el expresidente del Fondo Monetario Internacional ha señalado que determinadas peculiaridades de nuestro sistema bancario lo hacen menos vulnerable a la crisis que a otros sistemas bancarios de nuestro entorno. El señor Rato, concretamente, ha afirmado que:
«España cuenta con elementos anticíclicos, como las reservas impuestas a los bancos a finales de los ’90, que son la base de la solidez del sistema financiero español».
El que la diversidad ofrezca ventajas no es nada nuevo. Si todos los seres humanos fuésemos biológicamente idénticos y no presentásemos diferencias, hace tiempo que habríamos sucumbido como especie ante la primera pandemia. Del mismo modo, si los virus no mutasen, hace tiempo que habríamos acabado con la gripe gracias a las vacunas ya inventadas, pero los virus, aunque les cueste creerlo a los creacionistas que niegan la teoría de la evolución, tienen la manía de mutar, de cambiar, y esto los hace mucho más resistentes a los medicamentos humanos. Seguir leyendo «Crisis, fenómenos anticíclicos o porqué es bueno ser diferente»
La crisis 2008: Privatizar los beneficios, socializar las pérdidas.
Esta semana en Estados Unidos se han aprobado los planes que conducirán a la que será, probablemente, la mayor nacionalización de su historia. El país más poderoso del mundo, el paradigma del capitalismo, trata de dar carpetazo a la crisis hipotecaria nacionalizando las empresas en pérdidas mediante una operación que puede costar a cada norteamericano (hombres, mujeres, niños e inmigrantes incluidos) más de 3.000 dólares.
La medida ha sido celebrada por los mercados de capitales con una euforia bursátil sin precedentes y los propietarios de las empresas que cotizan en bolsa han visto con alegría como, gracias a esos más de 3.000 dólares que va a pagar cada norteamericano, sus acciones suben de nuevo en la bolsa y cómo recuperan gran parte de lo perdido durante esta crisis.
Sin embargo, según fuentes bien informadas, parece ser que ninguno estos accionistas tiene la más mínima intención de compartir sus ganancias con los ciudadanos que van a pagar la cuenta de sus pasados desmanes. Seguir leyendo «La crisis 2008: Privatizar los beneficios, socializar las pérdidas.»


