Esta semana en Estados Unidos se han aprobado los planes que conducirán a la que será, probablemente, la mayor nacionalización de su historia. El país más poderoso del mundo, el paradigma del capitalismo, trata de dar carpetazo a la crisis hipotecaria nacionalizando las empresas en pérdidas mediante una operación que puede costar a cada norteamericano (hombres, mujeres, niños e inmigrantes incluidos) más de 3.000 dólares.
La medida ha sido celebrada por los mercados de capitales con una euforia bursátil sin precedentes y los propietarios de las empresas que cotizan en bolsa han visto con alegría como, gracias a esos más de 3.000 dólares que va a pagar cada norteamericano, sus acciones suben de nuevo en la bolsa y cómo recuperan gran parte de lo perdido durante esta crisis.
Sin embargo, según fuentes bien informadas, parece ser que ninguno estos accionistas tiene la más mínima intención de compartir sus ganancias con los ciudadanos que van a pagar la cuenta de sus pasados desmanes.
Debo admitir que es probable que el Gobierno de Estados Unidos no tuviese más opción que esa. Es incluso probable también que, de no tomar dicha medida, todos pudiésemos resultar perjudicados mucho más allá de esos 3000 dólares per cápita que les va a costar la fiesta a los norteamericanos. Es, finalmente, probable que, de todas las medidas económicas posibles, esta sea la más acertada. Y quizá todo esto sea así porque el sistema económico en que vivimos se asienta sobre un principio económico no escrito que establece que, sea cual sea el escenario, para que el sistema funcione es preciso privatizar los beneficios cuando las cosas van bien y socializar las pérdidas cuando las cosas vienen mal dadas.
Éste principio de privatización del beneficio y socialización del gasto ha operado desde los albores de la historia. Nada más natural ni consustancial al homo oeconomicus que tratar de obtener los máximos beneficios dejando las pérdidas para los demás. Ésta máxima económica no sólo puede explicar la medida nacionalizadora estadounidense, sino que está en la base de lo que se ha llamado la tragedia de los comunes, esa trampa social en virtud de la cual los menos se apropian de los bienes que corresponden a todos sin retribución alguna. ¿O no es socializar la pérdida y privatizar el beneficio contaminar el aire de todos para que siga funcionando y produciendo ganancias la fábrica de unos pocos? ¿pagan los que vierten al mar, que es de todos, los resíduos de su empresa?. La intervención estatal, en esos casos, es rechazada violentamente por los defensores más acerrimos de un capitalismo cada vez peor entendido. La socialización del gasto y la privatización del beneficio opera de muchas maneras pero, en la base de casi todos los negocios o actividades humanas gobernadas por principios capitalistas estrictos, es posible encontrar esa depredación de los más en favor de los menos.
La intervención nacionalizadora estadounidense deja en el aire una serie de preguntas que resultan verdaderamente inquietantes:
- ¿Cual debe ser la verdadera gravedad de la crisis cuando el gobierno de Estados Unidos ha adoptado una medida que no se atrevió a adoptar ni en los peores momentos de las crisis petrolíferas, ni durante el crack del 29?
- ¿Acaso esta nacionalización hará que los deudores que no pagaban sus hipotecas puedan pagarlas ahora?
- Si la medida no funciona ¿cuánto riñón le queda al gobierno estadounidense para seguir nacionalizando empresas en pérdidas?
El panorama es inquietante. Muy malos deben de ser los números que maneja el gobierno de Estados Unidos cuando ha adoptado esta medida sin precedentes y, sobre todo, esta es una medida que sólo se puede tomar una vez. Si no funciona la medida no duden que la crisis nos va a costar a todos, americanos, europeos y asiáticos, mucho más que 3000 dólares per cápita. Todos acabaremos pagando la falta de control de los reguladores sobre esos listillos del parquet que se han atracado a marisco y ahora pretenden que los demás le paguemos la factura al restaurante.
Te extraña acaso que capitalistas, burócratas, ricachones y gente de esa calaña desee aumentar su capital embolsándose 3000$ de cada norteamericano?
A mí no me extraña (ya no), pero me sigue encolerizando…
Lo malo es que ese sistema gracias al cual viven (cuyos componentes son: 1º.tubo. 2º.dinero que cae a mansalva del tubo) no es eternamente sostenible, y cuando caigan esos ricachones (que tardarán, pero finalmente caerán) nos arrastrarán en su caída si no lo impedimos.
Mi humilde propuesta es: comprar un carro lleno de semillas, comprar un burro y tirar pa’ «Nogmandí» a crear una pequeña granja autosuficiente.
¿Te vienes, aunque sea de hortelano? Siempre habrá coliflor, que egún dices es saludable, y kiwi, que dices que te encanta.
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