El Antiguo Testamento, el trigo y la teoría de la evolución

El Antiguo Testamento, el trigo y la teoría de la evolución

Creo que uno de los mejores instrumentos para entender en profundidad la teoría de la evolución es el Antiguo Testamento.

—Oiga ¿Está usted loco?
—Bien pudiera ser, pero mi locura no afecta a este asunto.

A ver cómo les explico yo esto.

Olviden todos sus prejuicios sobre la evolución y atiendan a lo que les digo: allá donde hay copia y mutación hay evolución.

—Oiga pero eso de la evolución ¿no era una historia que iba de animales más fuertes que se meriendan a los más débiles y de la supervivencia de los más aptos?

No sea usted bruto y ustedes háganme caso: hay evolución allá donde hay copia y mutación y si no me creen «fijarse» en lo que os voy a decir que «se váis» a quedar pasmados.

Todos entendemos con facilidad que cada ser, por ley natural, engendra su semejante (esto está escrito hasta en el prólogo de El Quijote) y que la cría hereda caracteres de su progenitor o progenitores. A estas entidades (animales, plantas) que son capaces de autorreplicarse y de elaborar copias más o menos fidedignas de ellos mismos, les llamamos «seres vivos» por lo que, si un día, tal y como imaginara John Von Neumann, somos capaces de construir máquinas autorreplicantes no nos quedará más remedio que reconocer que hemos creado una nueva forma de vida.

Pero no son la vida ni las máquinas autorreplicantes las que me interesan hoy; lo que me interesa hoy es la evolución cuando existe copia y mutación al margen de entidades autorreplicantes (seres vivos) y para ello voy a usar el Antiguo Testamento aunque podría utilizar cualquier otra obra literaria o musical.

Empecemos, pues, por el principio; es decir, por el creciente fértil.

La invención de la agricultura supuso la domesticación por el hombre de determinadas especies vegetales. El proceso de selección natural fue sustituido por el de selección humana en el caso de determinados vegetales y esta acción humana ha ido dejando huellas que la arqueología y el estudio del ADN pueden ahora descifrar. Veamos un ejemplo.

Hace unos ocho mil años los seres humanos domesticaron el trigo. El trigo silvestre tenía sus propias estrategias reproductivas, sus pequeñas semillas eran transportadas por el viento favoreciendo su difusión, la naturaleza favorecía esto pero esto no es lo que convenía al ser humano que prefería semillas más grandes aunque hubiese de ser él el encargado de hacer que el trigo se reprodujese. Fue hace unos ocho mil años que, por mutación o hibridación, aparecieron variedades de trigo con semillas tetraploides, mucho más gruesas, peores para la reproducción del trigo en la vida silvestre pero que encantaban a los seres humanos quienes desde entonces se preocuparon de que esta variedad del trigo se reprodujese. Si el hombre domesticó al trigo o el trigo domesticó al hombre haciéndole trabajar para cuidarlo y que se multiplicarse es una cuestión que aún se debate.

Los seres humanos que cultivaban ese trigo al igual que el trigo mismo tenían su propia firma genética y, gracias a la arqueología y a la genética, hoy podemos saber cómo los genes de ese trigo y esos seres humanos se han ido extendiendo por el mundo. Observar un mapa con los gradientes de esta expansión ha permitido incluso calcular a qué velocidad se fue extendiendo la agricultura por el mundo: un kilómetro al año.

Cuando el trigo mutó y aparecieron las semillas tetraploides su cultivo se fue extendiendo por el mundo y su rastro permitió que los historiadores pudiesen seguir su difusión por el mundo para así comprobar, con sorpresa, cómo su extensión corría pareja al avance de los genes de los seres humanos que habían aprendido a domesticar el propio trigo. Es decir que los marcadores genéticos de quienes habían aprendido a domesticar el trigo se extendían por el mundo a la par que los del trigo por ellos domesticado dibujando un gradiente en los mapas que sugería que la técnica se desplazaba con los técnicos, lo que no es de extrañar en unas civilizaciones mayoritariamente prehistóricas.

Pero este fenómeno no es exclusivo de seres vivos como el trigo o los humanos; copia y mutación las hay también en el mundo de las ideas y por ende —y ese va a ser nuestro ejemplo— en el de la literatura.

Del mismo modo que en el caso del trigo a partir de una mutación puede seguirse su descendencia, pues esta hereda esa mutación, en el caso de la literatura ocurre lo mismo, cuando se produce una mutación en el texto las copias de la copia mutada heredan está variación. Es por eso que el caso del Antiguo Testamento es particularmente atractivo porque en su labor de replicación pugnan, de un lado, el interés de copiar o traducir fiel y exactamente la palabra de dios y de otro lado dificultades de la traducción o la copia y a veces hasta la agenda ideológica del copista/traductor.

Creo que todos podemos citar ejemplos de cómo las canciones o los poemas van mutando hasta alcanzar la forma que les garantiza un mayor éxito replicativo. En mi caso, por ejemplo, jamás he olvidado el primer poema que había en mi libro de lectura de 4⁰, recuerdo que,textualmente, decía:

«Cultivo una rosa blanca
en junio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.»

Casi cincuenta años más tarde descubrí que el poema no era así y que en la versión original de José Martí la ortiga no figuraba por ningún lado sino que lo que decía el penúltimo verso era

«cardo ni oruga cultivo»

como ven en el poema se había producido una mutación y hoy, si buscan este poema en internet, se encontrarán con que la versión mutada se encuentra con más frecuencia que la versión original. Alguien, seguramente ajeno a la cultura cubana, en algún momento pensó que la palabra oruga no encajaba en el poema sin caer en la cuenta que «oruga» no solo es un animal sino también una planta y por eso la usó el autor. Pero como el pueblo es soberano y

Hasta que las canta el pueblo
las coplas, coplas no son,
y cuando el pueblo las canta
ya nadie sabe su autor.

el pueblo decidió que ortiga sonaba mejor que oruga y así verá escrito usted el poema en multitud de sitios, incluido mi libro de lectura con el texto aprobado por el entonces Ministerio de Educación y Descanso.

Sin embargo, como digo, siendo el Antiguo Testamento un tipo especial de literatura inspirada por Dios, es razonable pensar que los copistas pusiesen un especialísimo celo en que las copias permaneciesen idénticas a los originales para no alterar las expresiones de la inspiración divina. Como pueden imaginar tal deseo no tuvo éxito y hoy tenemos multitud de versiones del Antiguo Testamento o Biblia Hebrea cada una conteniendo pasajes y libros enteros distintos.

Vamos a analizar por ejemplo el misterioso caso de los cuernos de Moisés.

Si ustedes hacen memoria (y si no miren la fotografía de abajo) recordarán que Miguel Ángel, cuando esculpió la magistral imagen de Moisés que hoy puede verse en Roma en la iglesia de «San Pietro in vincoli», le colocó en la testuz dos visibles cuernos que producen no pocos comentarios entre quienes lo observan. ¿Por qué hizo esto Miguel Ángel? ¿Es que acaso sufrió Moisés una mutación y le salieron cuernos?

No, Miguel Ángel sabía lo que hacía, créanme, la que sufrió una mutación —ya se lo adelanto yo— es la Biblia y todo a cuenta de la traducción de la palabra hebrea «QRM» (qaram o karam).

Si usted consulta hoy una cualquiera de las múltiples y todas distintas traducciones de la Biblia encontrará que estas nos dicen algo como esto (Biblia de la Conferencia Episcopal Española. Éxodo 34,29):

«Cuando Moisés bajó de la montaña del Sinaí con las dos tablas del Testimonio en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, por haber hablado con el Señor.»

Nada muy diferente encontrará si busca en una Biblia protestante como la Reina-Valera que en Éxodo 34,29 nos cuenta:

«Y aconteció, que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, mientras descendía del monte, no sabía él que la tez de su rostro resplandecía, después que hubo con El hablado.»

Pero, si las Biblias dicen esto… ¿Por qué demonios tiene cuernos Moisés?

Creo que en este punto necesitaremos un poco de contexto.

En general, la iglesia católica, en sus primeros años había venido utilizando como versión más o menos oficial del Antiguo Testamento la llamada «Septuaginta»; es decir, la traducción que de este se había realizado al griego en 285-246 AEC por orden del Faraón Ptolomeo II Filadelfo y en la cual, en el texto que se ocupa de los problemas córneos de Moisés, el verbo que utiliza es «dodicastai», que en griego significa algo así como «glorificado» y que, obviamente, no tiene nada que ver con cuernos.

Sin embargo, cuando a finales del siglo IV Jerónimo de Estridón, por orden del papa Dámaso I, tradujo el Antiguo Testamento al latín, lejos de hablar de glorificaciones, brillos ni resplandores de la cara, lo que dice con toda claridad es que a Moisés le estaban saliendo cuernos. Un par y sin anestesia.

Veamos que nos dice Jerónimo (San Jerónimo) de Estridón:

«Cumque descenderet Moyses de monte Sinai, tenebat duas tabulas testimonii, et ignorabat quod cornuta esset facies sua ex consortio sermonis Domini.»

¿Se había vuelto loco Jerónimo?

Vayamos por partes. Lo primero que deben saber ustedes es que Jerónimo, además de ser un sujeto cultísimo, era un tipo que los tenía bien puestos, cuadrados y cristalizados según el sistema tetragonal. Cuando a Jerónimo se le ordenó traducir el Antiguo Testamento al latín tenía una opción fácil que era simplemente agarrar la Septuaginta y traducirla del griego al latín. Jerónimo era un experto en griego (de hecho acababa de traducir el Nuevo Testamento al latín) pero decidió que no, que él quería traducir el Antiguo Testamento desde los originales hebreos y a tal fin decidió marchar a vivir a Belén hasta que dominase el hebreo como si fuese su lengua nativa.

La machada de Jerónimo no le sentó nada bien a Agustín (San Agustín) de Hipona, el máximo pensador del cristianismo del primer milenio, quién, notando que los evangelios al citar el Antiguo Testamento lo hacían citando aparentemente textos de la Septuaginta (la traducción griega), apercibió a Jerónimo de que su traducción no debería contradecir la versión griega. Agustín le ordenó a Jerónimo que respetase la «auctoritas graeca» a lo que Jerónimo respondió que a él la «auctoritas graeca» se la traía al pairo, que a él lo que le importaba era la «veritas hebraica».

Y se puso a la tarea.

Fue por eso que, cuando Jerónimo llegó al pasaje que les he transcrito antes, tradujo el verbo QRN (qaram o karam) con su significado natural (encornar, echar cuernos) y se quedó tan fresco. Si la Biblia hebrea decía que a Moisés le estaban saliendo cuernos sería por algo y si ponía eso ponía eso.

La traducción de Jerónimo al latín la conocemos hoy como «La Vulgata» y fue el texto oficial de la iglesia durante muchos siglos, de ahí que Miguel Ángel y muchos artistas del renacimiento representen a Moisés con una cuerna que no tiene nada que envidiar a algunos ejemplares de Albaserrada.

Pero entonces ¿Moisés tenía cuernos? ¿Y si los tenía por qué los perdió?

Sí, según los textos hebreos Moisés bajó del Sinaí con cuernos y así se dice explícitamente, lo que ocurre es que, como la «oruga» en el poema de José Martí de que les hablé, a muchos no parece gustarles la cosa de los cuernos y han decidido que es mejor una traducción distinta. Piensen que los cuernos son el atributo del demonio y además ¿qué narices tienen que ver los cuernos con Moisés ni con el monte Sinaí?

Y es verdad que para un lector actual el de los cuernos es un episodio oscuro, que no se entiende y esto es así porque ellos no saben lo que cualquiera de mis lectores sí sabe y es que el episodio de Moisés recibiendo de Yahweh las tablas de la ley en el Sinaí no es más que el trasunto de la entrega de las leyes a Hammurabbi por el dios Shamash y de toda una tradición legitimadora de las leyes en virtud de un pretendido origen divino.

La simbología de los cuernos ha cambiado mucho del mil antes de Cristo hasta nuestros días. En Mesopotamia y Oriente Próximo los cuernos son los atributos de los dioses y por eso se les representa coronados por una abundante colección de cuernos (pueden verlo en la segunda fotografía). Los cuernos en Moisés tras su contacto con Yahweh eran una prueba de su contacto con Dios, era el signo visible de la glorificación de que hablaba la Septuaginta.


Algo parecido a lo que le ha ocurrido a los cuernos le ha pasado a la palabra «cerveza», por alguna razón a los traductores de la Biblia les molesta la palabra «cerveza» y cada vez que aparece está palabra en hebreo la cambian por eufemismos del tipo «bebidas fuertes».

Como ven ni la pretendida palabra de Dios soporta el asedio de los traductores traidores que la van mutando y construyendo versiones que ellos entienden más digeribles o atractivas para el hombre moderno.

Bueno, creo que por hoy esta bien, este post es un ladrillo de consideración y si sigo me veo hablando de los Cerros de Úbeda. Lo importante, créanme, es que no olviden que la información, en todas sus manifestaciones, ADN, literatura, pintura, ideas, memes en general… Muta exactamente igual que la vida y, mientras no falte la energía, mutará siempre hasta alcanzar su mayor nivel replicativo.

Eso quería yo decirles, lo que pasa es que a veces me descarrilo.

Los cuernos como distintivo divino.
Moisés de Miguel Ángel (San Pietro in vincoli. Roma).

Caín el agricultor

Cuando Yahweh enseñó a Caín a cultivar y Caín se sintió capacitado para dedicarse a la agricultura, lo primero que hizo fue cercar su plantación para que no se comiese sus plantas el ganado de su hermano. Trazando esa linea Caín señaló aquella tierra como exclusivamente suya, prohibió conductas, definió delitos y, en fin, dividió en dos un mundo que antes era uno: su huerta y el resto.

Ahora que Caín había descubierto la propiedad empezó a experimentar la zozobra de que las aves no se comiesen su cosecha, de que los animales de cuatro y dos patas no entrasen en su huerto, de rezar a Yahweh para que no helase, para que lloviese, para que no hubiese un sol excesivo y para que la plaga no hiciese enfermar sus plantas…

Con todo eso Caín empezó a dudar sobre las verdaderas intenciones de Yahweh al enseñarle las suertes de la agricultura.

Hasta ese momento Caín, como su hermano Abel, había vivido de acompañar al ganado mientras este pastaba por el mundo infinito y sin dueño. Ahora que Caín se había hecho agricultor el mundo era un poco menos infinito, tenía una parcela que era exclusiva de él, pero su vida se había vuelto una pesadilla de trabajos, preocupaciones y temores.

Por eso cuando Yahweh rechazó lo mejor de sus ofrendas tras haberse dejado la vida para obtenerlas, Caín no pudo soportarlo.

Requiem por el Mar Menor

Requiem por el Mar Menor

¿A quién pertenece el paisaje? ¿A quién pertenece el mar? ¿Dé quién es la fauna que habita los mares y la tierra?

La materia prima del turismo es el paisaje y, cuando este se deteriora en beneficio de unos pocos y en perjuicio de todos, se debería ser extremadamente cuidadoso en su administración.

La mayor parte de la humanidad no tiene una segunda vivienda en la ribera del Mar Menor ni tiene explotaciones agrícolas o industriales que viertan en él residuos; los pocos afortunados que disponen de ellas disfrutan de un lugar único en el mundo a costa de estropear su paisaje y su ecosistema y quienes cultivan en sus riberas se lucran a costa de estropear el patrimonio de todos.

¿Y qué ha hecho el derecho y la justicia en todo esto?

Nada.

La justicia del hombre moderno se funda en principios propios de un derecho forjado hace catorce siglos en Constantinopla y este no contempló nunca un poder tan tremendo del ser humano sobre la naturaleza. Tribunales consuetudinarios como los de los regantes de las huertas de Valencia o Murcia se han revelado más eficaces en la defensa del procomún que cualquier moderna institución jurídica y, sin embargo, hasta esos tribunales y su trabajo han sido despreciados.

La catástrofe del Mar Menor es una oportunidad única para hacer progresar los principios jurídicos, científicos, urbanísticos, paisajísticos y económicos así como, «last but not least» la conciencia de los seres humanos sobre la gestión del procomún.

El reto de la humanidad es aprender a gestionar la atmósfera, los mares, los recursos, las basuras, el hábitan de todas las especies animales del mundo incluída la especie humana… Pero lo dejaremos —ya lo estamos dejando— pasar entre sietemesinas luchas políticas y mezquinos apetitos de ridículo poder para decidir quién manda en el basurero.

Aprender a salvar el Mar Menor es aprender a salvar el mundo pero la mirada de quienes nos gobiernan y de quienes aspiran a hacerlo está tan limitada por su ronzal ideológico-interesado que no cabe en ella algo tan grande como el Mar Menor.

Siento vergüenza.

Una vieja forma de entender el mundo

Conversaba ayer con mi amigo Juan sobre el mito de Adán y Eva y sobre la posibilidad de que el mismo ilustrase la dolorosa metamorfosis sufrida por el género humano en el neolítico, período en el que pasó de ser cazador-recolector a ser agricultor.

Los cambios sociales y jurídicos de ese período histórico aún se dejan sentir en nuestros días.

Nuestros antepasados cazadores recolectores no tenían (no tienen pues aún quedan tribus no contactadas) un concepto establecido de la propiedad de la tierra. ¿Imagina usted a un nómada que, de pronto, se encuentre con que alguien ha vallado una parcela y le prohíbe pasar por ella con su tribu y su ganado?

La guerra entre pastores y agricultores ha perdurado hasta la actualidad con los primeros exigiendo libertad de paso por el campo y los segundos negándose violentamente a ella. La Mesta en España puede ilustrar cómo el conflicto no es tan lejano y aún hoy, simbólicamente, los pastores pasean sus ovejas una vez al año por la Puerta de Alcalá en el corazón de Madrid.

La agricultura hizo de la propiedad de la tierra la principal fuente de riqueza. La necesidad de conseguirla y defenderla de otros grupos que la deseaban fueron haciendo aparecer los primeros estados en el llamado «creciente fértil» (nótese lo de fértil) y todo este proceso fue cambiando la percepción y entendimiento del mundo de los seres humanos.

Así aparecieron los estados que garantizaban la propiedad de las tierras de quienes pertenecían a ellos y surgieron también los ejércitos organizados, las guerras y los imperios. Muy probablemente Sargón de Akkad tiene el dudoso honor de ser el primero de una larga lista de sedicentes «emperadores» dedicados a conquistar nuevas tierras para sembrar y sojuzgar seres humanos que las cultiven. Para conseguir que todos los seres humanos subyugados formasen parte del imperio y fuesen también «nosotros» se les dieron unos dioses, unas leyes y una lengua que les permitiesen reconocerse como miembros de un único grupo y diesen consistencia social a los recién creados estados.

La vida del agricultor era bastante peor que la del cazador-recolector que, como Adán y Eva, para alimentarse simplemente se limitaba a coger las frutas que le ofrecía la naturaleza o a cazar algún animal. Los esqueletos de los cazadores-recolectores de la época nos muestran que su talla y condición física eran mucho mejores que la de los agricultores que poblaban las incipientes ciudades estado mesopotámicas; pero era evidente que poco podían hacer estas tribus frente a las hordas de agricultores organizados en ejércitos que estaban determinados a apropiarse de la tierra por la que, con anterioridad, vagaban libremente los cazadores-recolectores.

La tierra era un jardín de dónde el ser humano cogía lo que necesitaba hasta que llegó la agricultura y el hombre hubo de ganarse el pan (precisamente el pan) con el «sudor de su frente»; es decir, trabajando.

También Cervantes evoca esta «Edad de Oro» en su famoso discurso a los cabreros cuando, por boca de Don Quijote, afirma que lo característico de esta feliz edad de oro es que no existían las palabras de «tuyo» y «mío» y el ser humano alcanzaba a obtener de la naturaleza todo lo necesario.

Sí, la agricultura nos trajo la extensión de las palabras de «tuyo» y «mío» y nos trajo la propiedad de la tierra, la división del trabajo, los estados con sus reyes, religiones, imperios y lenguas oficiales y nos trajo la hipertorfia del concepto del «ellos» y el «nosotros».

El primate humano había dado un salto de proporciones incalculables y de entonces a hoy los esquemas mentales adquiridos en ese momento han sido el más eficaz motor de las guerras.

Hoy, sin embargo, la humanidad se enfrenta a un cambio tan decisivo como el sufrido en el neolítico, un cambio que hace que nos replanteemos toda esa civilización y su tramoya de estados, religiones y patrias que nos legó el neolítico, del mismo modo que hará que repensemos los conceptos del «ellos» y el «nosotros» y el sentido de las palabras «tuyo» y «mío» para satisfacción del espíritu de Cervantes.

Hoy la propiedad de la tierra ya no es la principal fuente de riqueza. Multitud de españoles truenan por la devolución de Gibraltar y agitan todo el universo ideológico consustancial a tal reclamación territorial: leyes, derecho, honor, patrias, banderas, ellos y nosotros, nuestro o suyo. Sin embargo, esos españoles que truenan por recuperar unas pocas hectáreas de tierra rocosa, contemplan con indiferencia cómo las dos Castillas se despueblan y hablan con toda naturalidad de la «España vacía» como si las hectáreas de buena tierra de Castilla fuesen despreciables comparadas con la roca del peñón.

Hoy la tierra ya no es la principal fuente de riqueza, ahora es la tecnología y, en eso, el mundo ha cambiado; lo que no ha cambiado es la forma de entender el mundo del viejo primate humano: por un palmo de tierra se debe matar y morir; es ellos o nosotros.

A día de hoy la riqueza de las naciones ya no se centra en la agricultura ni en la extensión de tierras cultivables que se tengan y es por eso que la percepción del mundo y del cosmos de los seres humanos ha iniciado un lento proceso de cambio que, desgraciadamente, por lento es incapaz de seguir al acelerado proceso de cambio tecnológico que vivimos y si en un punto es posible apreciar este desajuste es en el campo de las armas, la guerra y las organizaciones humanas.

Hemos construido armas capaces de destruir todo vestigio de vida sobre la tierra, en cambio hemos sido incapaces de descubrir la forma en que todos los seres humanos puedan cooperar.

Disponemos de armas nucleares capaces de destruir el planeta pero aún no disponemos del equipamiento mental que nos haga comprender que ya no existe un «ellos» y un «nosotros», que si declaramos la guerra a alguien nos la estamos declarando a nosotros y que cualquier guerra no es homicida sino suicida.

El mono que llevamos dentro ha cambiado poco desde hace diez mil años y aún se mueve por instintos que, si tuvieron razón de ser hace cien siglos, hoy son suicidas.

La sensación estos días es de impotencia. Todos (con las terraplánicas excepciones de siempre) estamos contra la guerra, el problema es que no sabemos cómo enfrentarla porque los viejos sistemas ya no sirven. Si decidimos hacer frente con todas las consecuencias al chimpancé matón el riesgo de que destruyamos el planeta y todos acabemos muertos es muy alto. El problema es que sabemos cómo hacer la guerra pero no sabemos cómo evitarla, estamos equipados para pelear pero no disponemos de herramientas para la paz.

Enfrentamos el fracaso como especie si no abandonamos nuestra vieja visión del mundo, si no asumimos que en lo que a la humanidad se refiere ya no existe el «ellos» y que todos pertenecemos al mismo bando, que cuando entramos en guerra entramos en guerra contra nosotros y que cuando matamos a alguien estamos matando siempre a uno de los nuestros.

Hay toda una concepción del mundo que, tras diez mil años, ya no se sostiene y es nuestra urgente obligación cambiarla y sustituirla por otra que permita la continuidad del ser humano como especie.

Y yo ahora debería explicar cuál es esa nueva concepción pero, sobre resultar petulante si lo hiciera, alargaría este ya demasiado largo post.

Si a alguien le apetece leerla que me lo diga, las noches de insomnio dan tiempo a muchas cosas.

La humanidad domesticada

La humanidad domesticada

Hubo un tiempo en que los seres humanos eran pocos, tomaban de la naturaleza lo que necesitaban para vivir y esta se lo ofrecía regularmente sin mayores problemas. El ser humano satisfacía sus necesidades y el equilibrio perduraba.

En algún momento en torno al año 10.000 antes de Cristo el hombre dejo de tomar de la naturaleza lo que necesitaba y en lugar de cazar aquello que le era necesario empezó a consagrar su vida a criarlo él mismo y protegerlo de los peligros de la naturaleza. Arriesgó su vida por defender a la cabra y a la oveja y la fortuna le sonrió. Hoy, 130 siglos después, los seres humanos se han multiplicado pero también lo han hecho los animales domesticados con los que el hombre formó sociedad y hoy, por extraño que parezca, viven en nuestro planeta más animales domesticados que salvajes.

Algo parecido pasó con las plantas. El ser humano renunció a coger las plantas cuando las necesitaba y consagró su vida a cuidar a algunas de ellas. Hay quien sostiene que no fue el hombre quien domestió al trigo sino que fue el trigo el que puso a millones de hombres a trabajar para él, cuidándolo, sembrándolo y cuidando de que se reprodujese. Treinta siglos después, miles de millones de hombres siguen cuidando de que el trigo sea un vegetal exitoso. Los seres humanos se multiplican y las plantas domesticadas también. Cada vez queda menos sitio en el mundo para vegetales salvajes y no relacionados con la agricultura.

Hoy, antes de comer, me he encontrado con mis amigos @jesusviartolabrana y @pepefranc que estaban tomando una copa de vino blanco en un comercio de criadores de atún (sí, hoy el atún se cría como las ovejas o el trigo) y mientras hablaba con ellos no podía evitar pensar en como el hombre modifica el mundo y sus equilibrios hasta provocar situaciones insostenibles.

Ahora que vivimos una pandemia quizá debiéramos repensar nuestra percepción de lo que es la salud y aceptar que es imposible estar sano inmerso en un ecosistema enfermo y que sólo en un mundo sano pueden vivir seres humanos sanos.

Al margen de todo eso, este atún encebollado estaba estupendo.