Cuando Yahweh enseñó a Caín a cultivar y Caín se sintió capacitado para dedicarse a la agricultura, lo primero que hizo fue cercar su plantación para que no se comiese sus plantas el ganado de su hermano. Trazando esa linea Caín señaló aquella tierra como exclusivamente suya, prohibió conductas, definió delitos y, en fin, dividió en dos un mundo que antes era uno: su huerta y el resto.
Ahora que Caín había descubierto la propiedad empezó a experimentar la zozobra de que las aves no se comiesen su cosecha, de que los animales de cuatro y dos patas no entrasen en su huerto, de rezar a Yahweh para que no helase, para que lloviese, para que no hubiese un sol excesivo y para que la plaga no hiciese enfermar sus plantas…
Con todo eso Caín empezó a dudar sobre las verdaderas intenciones de Yahweh al enseñarle las suertes de la agricultura.
Hasta ese momento Caín, como su hermano Abel, había vivido de acompañar al ganado mientras este pastaba por el mundo infinito y sin dueño. Ahora que Caín se había hecho agricultor el mundo era un poco menos infinito, tenía una parcela que era exclusiva de él, pero su vida se había vuelto una pesadilla de trabajos, preocupaciones y temores.
Por eso cuando Yahweh rechazó lo mejor de sus ofrendas tras haberse dejado la vida para obtenerlas, Caín no pudo soportarlo.