Construyendo un meme: el síndrome de Fadh

Construyendo un meme: el síndrome de Fadh

El de Fadh es un síndrome casi siempre idiopático cuyo principal síntoma es la tendencia de quién lo padece a formular argumentos «ad hominem» cuando se ve inmerso en cualquier tipo de debate.

Se ha observado que el síndrome de Fadh (o de la Falacia AD Hominem) suele aquejar principalmente a los participantes en debates en redes sociales y se ha llegado a formular un enunciado de interacción social paralelo a la llamada «Ley de Godwin» que afirma que:

«formulada una afirmación en redes, a medida que la discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una alusión personal relativa a algún atributo del emisor de la afirmación en lugar de analizar el contenido sustancial del argumento en sí mismo, tiende a uno».

Dicho de otro modo, si una conversación en linea se alarga lo suficiente uno de los conversantes acabará efectuando alusiones personales respecto de su interlocutor en lugar de analizar el contenido sustancial del argumento enunciado.

El síndrome de Fadh es crónico entre los miembros de la clase política española (trastorno explosivo del «y tú más») y hay quien le tiene por patognomónico del llamado «trastorno del hooligan político español».

Dada su enorme prevalencia en los debates políticos en redes sociales se ha propuesto como remedio que cualquier conversación se cierre en el exacto momento en que aparezca el primer argumento ad hominem y se coloque en situación de «ignorar» a su emisor señalando o no (en esto no hay consenso) la presencia del síndrome de Fadh.

Aclaración final (wikipedia):

En lógica, se denominan como argumento ad hominem (del latín ‘contra el hombre’) o falacia ad hominem varios tipos de argumentos, muchos de los cuales considerados falacias informales, que consisten en refutar una afirmación en función del carácter o de algún atributo del emisor de la afirmación, en lugar de analizar el contenido sustancial del argumento en sí mismo. Generalmente sigue la siguiente estructura: «A afirma x; B afirma que A tiene algo cuestionable; luego, por extensión, B afirma que x es cuestionable». La conclusión también suele indicar que lo que afirma A no merece ser tenido en cuenta.

Es una de las falacias lógicas más conocidas. Tanto la falacia en sí misma como la acusación de haberse servido de ella (argumento ad logicam) se utilizan como recursos en discursos reales. Como técnica retórica es efectiva, y tiene como objetivo persuadir de una idea a personas que se mueven más por sentimientos que por la lógica; se atacan, así, no los argumentos propiamente dichos, sino a la persona que los produce y algunas de sus circunstancias, como origen, etnia, educación, riqueza (o pobreza), estatus social, moral, familia, etcétera.

El Antiguo Testamento, el trigo y la teoría de la evolución

El Antiguo Testamento, el trigo y la teoría de la evolución

Creo que uno de los mejores instrumentos para entender en profundidad la teoría de la evolución es el Antiguo Testamento.

—Oiga ¿Está usted loco?
—Bien pudiera ser, pero mi locura no afecta a este asunto.

A ver cómo les explico yo esto.

Olviden todos sus prejuicios sobre la evolución y atiendan a lo que les digo: allá donde hay copia y mutación hay evolución.

—Oiga pero eso de la evolución ¿no era una historia que iba de animales más fuertes que se meriendan a los más débiles y de la supervivencia de los más aptos?

No sea usted bruto y ustedes háganme caso: hay evolución allá donde hay copia y mutación y si no me creen «fijarse» en lo que os voy a decir que «se váis» a quedar pasmados.

Todos entendemos con facilidad que cada ser, por ley natural, engendra su semejante (esto está escrito hasta en el prólogo de El Quijote) y que la cría hereda caracteres de su progenitor o progenitores. A estas entidades (animales, plantas) que son capaces de autorreplicarse y de elaborar copias más o menos fidedignas de ellos mismos, les llamamos «seres vivos» por lo que, si un día, tal y como imaginara John Von Neumann, somos capaces de construir máquinas autorreplicantes no nos quedará más remedio que reconocer que hemos creado una nueva forma de vida.

Pero no son la vida ni las máquinas autorreplicantes las que me interesan hoy; lo que me interesa hoy es la evolución cuando existe copia y mutación al margen de entidades autorreplicantes (seres vivos) y para ello voy a usar el Antiguo Testamento aunque podría utilizar cualquier otra obra literaria o musical.

Empecemos, pues, por el principio; es decir, por el creciente fértil.

La invención de la agricultura supuso la domesticación por el hombre de determinadas especies vegetales. El proceso de selección natural fue sustituido por el de selección humana en el caso de determinados vegetales y esta acción humana ha ido dejando huellas que la arqueología y el estudio del ADN pueden ahora descifrar. Veamos un ejemplo.

Hace unos ocho mil años los seres humanos domesticaron el trigo. El trigo silvestre tenía sus propias estrategias reproductivas, sus pequeñas semillas eran transportadas por el viento favoreciendo su difusión, la naturaleza favorecía esto pero esto no es lo que convenía al ser humano que prefería semillas más grandes aunque hubiese de ser él el encargado de hacer que el trigo se reprodujese. Fue hace unos ocho mil años que, por mutación o hibridación, aparecieron variedades de trigo con semillas tetraploides, mucho más gruesas, peores para la reproducción del trigo en la vida silvestre pero que encantaban a los seres humanos quienes desde entonces se preocuparon de que esta variedad del trigo se reprodujese. Si el hombre domesticó al trigo o el trigo domesticó al hombre haciéndole trabajar para cuidarlo y que se multiplicarse es una cuestión que aún se debate.

Los seres humanos que cultivaban ese trigo al igual que el trigo mismo tenían su propia firma genética y, gracias a la arqueología y a la genética, hoy podemos saber cómo los genes de ese trigo y esos seres humanos se han ido extendiendo por el mundo. Observar un mapa con los gradientes de esta expansión ha permitido incluso calcular a qué velocidad se fue extendiendo la agricultura por el mundo: un kilómetro al año.

Cuando el trigo mutó y aparecieron las semillas tetraploides su cultivo se fue extendiendo por el mundo y su rastro permitió que los historiadores pudiesen seguir su difusión por el mundo para así comprobar, con sorpresa, cómo su extensión corría pareja al avance de los genes de los seres humanos que habían aprendido a domesticar el propio trigo. Es decir que los marcadores genéticos de quienes habían aprendido a domesticar el trigo se extendían por el mundo a la par que los del trigo por ellos domesticado dibujando un gradiente en los mapas que sugería que la técnica se desplazaba con los técnicos, lo que no es de extrañar en unas civilizaciones mayoritariamente prehistóricas.

Pero este fenómeno no es exclusivo de seres vivos como el trigo o los humanos; copia y mutación las hay también en el mundo de las ideas y por ende —y ese va a ser nuestro ejemplo— en el de la literatura.

Del mismo modo que en el caso del trigo a partir de una mutación puede seguirse su descendencia, pues esta hereda esa mutación, en el caso de la literatura ocurre lo mismo, cuando se produce una mutación en el texto las copias de la copia mutada heredan está variación. Es por eso que el caso del Antiguo Testamento es particularmente atractivo porque en su labor de replicación pugnan, de un lado, el interés de copiar o traducir fiel y exactamente la palabra de dios y de otro lado dificultades de la traducción o la copia y a veces hasta la agenda ideológica del copista/traductor.

Creo que todos podemos citar ejemplos de cómo las canciones o los poemas van mutando hasta alcanzar la forma que les garantiza un mayor éxito replicativo. En mi caso, por ejemplo, jamás he olvidado el primer poema que había en mi libro de lectura de 4⁰, recuerdo que,textualmente, decía:

«Cultivo una rosa blanca
en junio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.»

Casi cincuenta años más tarde descubrí que el poema no era así y que en la versión original de José Martí la ortiga no figuraba por ningún lado sino que lo que decía el penúltimo verso era

«cardo ni oruga cultivo»

como ven en el poema se había producido una mutación y hoy, si buscan este poema en internet, se encontrarán con que la versión mutada se encuentra con más frecuencia que la versión original. Alguien, seguramente ajeno a la cultura cubana, en algún momento pensó que la palabra oruga no encajaba en el poema sin caer en la cuenta que «oruga» no solo es un animal sino también una planta y por eso la usó el autor. Pero como el pueblo es soberano y

Hasta que las canta el pueblo
las coplas, coplas no son,
y cuando el pueblo las canta
ya nadie sabe su autor.

el pueblo decidió que ortiga sonaba mejor que oruga y así verá escrito usted el poema en multitud de sitios, incluido mi libro de lectura con el texto aprobado por el entonces Ministerio de Educación y Descanso.

Sin embargo, como digo, siendo el Antiguo Testamento un tipo especial de literatura inspirada por Dios, es razonable pensar que los copistas pusiesen un especialísimo celo en que las copias permaneciesen idénticas a los originales para no alterar las expresiones de la inspiración divina. Como pueden imaginar tal deseo no tuvo éxito y hoy tenemos multitud de versiones del Antiguo Testamento o Biblia Hebrea cada una conteniendo pasajes y libros enteros distintos.

Vamos a analizar por ejemplo el misterioso caso de los cuernos de Moisés.

Si ustedes hacen memoria (y si no miren la fotografía de abajo) recordarán que Miguel Ángel, cuando esculpió la magistral imagen de Moisés que hoy puede verse en Roma en la iglesia de «San Pietro in vincoli», le colocó en la testuz dos visibles cuernos que producen no pocos comentarios entre quienes lo observan. ¿Por qué hizo esto Miguel Ángel? ¿Es que acaso sufrió Moisés una mutación y le salieron cuernos?

No, Miguel Ángel sabía lo que hacía, créanme, la que sufrió una mutación —ya se lo adelanto yo— es la Biblia y todo a cuenta de la traducción de la palabra hebrea «QRM» (qaram o karam).

Si usted consulta hoy una cualquiera de las múltiples y todas distintas traducciones de la Biblia encontrará que estas nos dicen algo como esto (Biblia de la Conferencia Episcopal Española. Éxodo 34,29):

«Cuando Moisés bajó de la montaña del Sinaí con las dos tablas del Testimonio en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, por haber hablado con el Señor.»

Nada muy diferente encontrará si busca en una Biblia protestante como la Reina-Valera que en Éxodo 34,29 nos cuenta:

«Y aconteció, que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, mientras descendía del monte, no sabía él que la tez de su rostro resplandecía, después que hubo con El hablado.»

Pero, si las Biblias dicen esto… ¿Por qué demonios tiene cuernos Moisés?

Creo que en este punto necesitaremos un poco de contexto.

En general, la iglesia católica, en sus primeros años había venido utilizando como versión más o menos oficial del Antiguo Testamento la llamada «Septuaginta»; es decir, la traducción que de este se había realizado al griego en 285-246 AEC por orden del Faraón Ptolomeo II Filadelfo y en la cual, en el texto que se ocupa de los problemas córneos de Moisés, el verbo que utiliza es «dodicastai», que en griego significa algo así como «glorificado» y que, obviamente, no tiene nada que ver con cuernos.

Sin embargo, cuando a finales del siglo IV Jerónimo de Estridón, por orden del papa Dámaso I, tradujo el Antiguo Testamento al latín, lejos de hablar de glorificaciones, brillos ni resplandores de la cara, lo que dice con toda claridad es que a Moisés le estaban saliendo cuernos. Un par y sin anestesia.

Veamos que nos dice Jerónimo (San Jerónimo) de Estridón:

«Cumque descenderet Moyses de monte Sinai, tenebat duas tabulas testimonii, et ignorabat quod cornuta esset facies sua ex consortio sermonis Domini.»

¿Se había vuelto loco Jerónimo?

Vayamos por partes. Lo primero que deben saber ustedes es que Jerónimo, además de ser un sujeto cultísimo, era un tipo que los tenía bien puestos, cuadrados y cristalizados según el sistema tetragonal. Cuando a Jerónimo se le ordenó traducir el Antiguo Testamento al latín tenía una opción fácil que era simplemente agarrar la Septuaginta y traducirla del griego al latín. Jerónimo era un experto en griego (de hecho acababa de traducir el Nuevo Testamento al latín) pero decidió que no, que él quería traducir el Antiguo Testamento desde los originales hebreos y a tal fin decidió marchar a vivir a Belén hasta que dominase el hebreo como si fuese su lengua nativa.

La machada de Jerónimo no le sentó nada bien a Agustín (San Agustín) de Hipona, el máximo pensador del cristianismo del primer milenio, quién, notando que los evangelios al citar el Antiguo Testamento lo hacían citando aparentemente textos de la Septuaginta (la traducción griega), apercibió a Jerónimo de que su traducción no debería contradecir la versión griega. Agustín le ordenó a Jerónimo que respetase la «auctoritas graeca» a lo que Jerónimo respondió que a él la «auctoritas graeca» se la traía al pairo, que a él lo que le importaba era la «veritas hebraica».

Y se puso a la tarea.

Fue por eso que, cuando Jerónimo llegó al pasaje que les he transcrito antes, tradujo el verbo QRN (qaram o karam) con su significado natural (encornar, echar cuernos) y se quedó tan fresco. Si la Biblia hebrea decía que a Moisés le estaban saliendo cuernos sería por algo y si ponía eso ponía eso.

La traducción de Jerónimo al latín la conocemos hoy como «La Vulgata» y fue el texto oficial de la iglesia durante muchos siglos, de ahí que Miguel Ángel y muchos artistas del renacimiento representen a Moisés con una cuerna que no tiene nada que envidiar a algunos ejemplares de Albaserrada.

Pero entonces ¿Moisés tenía cuernos? ¿Y si los tenía por qué los perdió?

Sí, según los textos hebreos Moisés bajó del Sinaí con cuernos y así se dice explícitamente, lo que ocurre es que, como la «oruga» en el poema de José Martí de que les hablé, a muchos no parece gustarles la cosa de los cuernos y han decidido que es mejor una traducción distinta. Piensen que los cuernos son el atributo del demonio y además ¿qué narices tienen que ver los cuernos con Moisés ni con el monte Sinaí?

Y es verdad que para un lector actual el de los cuernos es un episodio oscuro, que no se entiende y esto es así porque ellos no saben lo que cualquiera de mis lectores sí sabe y es que el episodio de Moisés recibiendo de Yahweh las tablas de la ley en el Sinaí no es más que el trasunto de la entrega de las leyes a Hammurabbi por el dios Shamash y de toda una tradición legitimadora de las leyes en virtud de un pretendido origen divino.

La simbología de los cuernos ha cambiado mucho del mil antes de Cristo hasta nuestros días. En Mesopotamia y Oriente Próximo los cuernos son los atributos de los dioses y por eso se les representa coronados por una abundante colección de cuernos (pueden verlo en la segunda fotografía). Los cuernos en Moisés tras su contacto con Yahweh eran una prueba de su contacto con Dios, era el signo visible de la glorificación de que hablaba la Septuaginta.


Algo parecido a lo que le ha ocurrido a los cuernos le ha pasado a la palabra «cerveza», por alguna razón a los traductores de la Biblia les molesta la palabra «cerveza» y cada vez que aparece está palabra en hebreo la cambian por eufemismos del tipo «bebidas fuertes».

Como ven ni la pretendida palabra de Dios soporta el asedio de los traductores traidores que la van mutando y construyendo versiones que ellos entienden más digeribles o atractivas para el hombre moderno.

Bueno, creo que por hoy esta bien, este post es un ladrillo de consideración y si sigo me veo hablando de los Cerros de Úbeda. Lo importante, créanme, es que no olviden que la información, en todas sus manifestaciones, ADN, literatura, pintura, ideas, memes en general… Muta exactamente igual que la vida y, mientras no falte la energía, mutará siempre hasta alcanzar su mayor nivel replicativo.

Eso quería yo decirles, lo que pasa es que a veces me descarrilo.

Los cuernos como distintivo divino.
Moisés de Miguel Ángel (San Pietro in vincoli. Roma).

Darwin y los memes

Darwin y los memes

Leo en el muro de una amiga de Facebook que hoy es el aniversario del nacimiento de Charles Darwin, probablemente el científico más inspirador de la última centuria para quienes se ocupan del estudio de los seres vivos.

Pero también de entidades no vivas, me explicaré.

Charles Darwin nos enseñó que allá donde hay herencia y mutación hay evolución y que se perpetúa aquella mutación que ofrece a quien la incorpora un mayor éxito reproductivo.

Pero eso no ocurre solo con los seres vivos.

Hay entidades que se replican no por sí mismas sino parasitando o invadiendo a otros seres vivos. Es el caso de los virus, seres difícilmente clasificables como vivos, que se reproducen no por sí mismos sino invadiendo células donde replicar su código genético; pero yo no hablo de ellos.

Yo hablo de otras entidades que se replican colonizando a otros seres vivos, concretamente los seres humanos.

Pruebe usted a cantar una canción pegadiza, instintivamente otras personas a su alrededor la cantarán, puede que hasta se obsesionen y canten la canción de forma maníaca. El hecho de que una canción salte de un cerebro a otro hace que la canción, una sucesión inerte de sonidos, se replique y perviva hospedada en el cerebro de quienes la cantan. La canción se replica merced a esa peculiar calidad de sus sonidos que provocan a quienes los escuchan a reproducirlos.

La canción se reproduce (se canta) se propaga entre quienes la oyen (están en contacto con ella) que se «contagian» de ella y la reproducen a su vez (la replican) con más o menos exactitud o afinación (mutaciones) las notas que la componen.

En general las mutaciones son perniciosas pero puede ocurrir que alguna de ellas tenga éxito y haga que quienes escuchen la canción con mutaciones sientan más ganas de cantar esa versión que la original, de modo que la canción mutada tenga más éxito replicativo que la versión origina que irá cayendo en el olvido hasta morir.

Ya lo dijo Darwin, si hay herencia y mutación acabará funcionando la evolución y triunfará aquella entidad que tenga mayor éxito reproductivo. Si quieres un buen ejemplo de esto puedes examinar la historia del archifamoso villancico «Jingle Bells» comparando su partitura original con la versión que, hoy, todos conocemos.

Pero eso no pasa solo con las canciones sino con cualquier idea, credo político o religioso, construcciones mentales (informacionales) que sólo existen en el cerebro humano y cuya existencia depende de su capacidad de replicarse en otros cerebros. Para las ideas, para los credos, para las ideologías, la muerte es el olvido. Las entidades informacionales mueren cuando dejan de replicarse por ello sólo llegan a nosotros aquellas mutaciones de cada ideología que encuentra en cada momento un mayor éxito replicativo.

No es de extrañar que las religiones cuiden especialmente a su idea generatriz («Amarás a Dios sobre todas las cosas») o los credos políticos sus dogmas fundacionales («Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad…») y es normal, solo se replican las ideas que impulsan su replicación del mismo modo que la vida solo premia la vida.

Hoy se habla con naturalidad de «memes» y de «volverse viral» pero sospecho que la mayoría de los que lo hacen desconocen que «meme» es una expresión que inventó Richard Dawkins parodiando a «gene» (la forma inglesa de «gen») para referirse a esas entidades informacionales que se comportaban como si fuesen genes.

No un «meme» no es un chiste ni un dibujito, es un concepto mucho más complejo aunque, comi es difícil de explicar, la evolución ha hecho que haya proliferado un significado que no es sino una grosera mutación de su sentido originario pero que, como a nadie escapa, goza de un mayor éxito replicativo entre los cerebros a colonizar.

Entender la información (y por ende la sociedad de la información) es una tarea compleja y apasionante a la que no muchos —a salvo de unas élites no siempre bienintencionadas— parecen querer dedicar tiempo.

En todo caso tal tarea sería imposible sin Darwin.

Proto-lenguajes y proto-dioses 

 el dios El recibiendo una ofrenda 
Ya he contado alguna vez que, al igual que del parecido de las palabras en diversos idiomas se ha inducido por los científicos la existencia de protolenguajes anteriores a ellas y de los que las lenguas actuales no serían más que evoluciones; al igual, digo, pienso que del parecido que presentan ciertos mitos comunes a muchas religiones pudiera inferirse la existencia de proto-religiones de las cuales las actuales no serían sino una evolución. 

Conforme a las teorías de Darwin, allá donde hay reproducción, herencia y mutación operan los principios de la teoría de la evolución y poco importa si hablamos de genes o de información, pues los genes no dejan de ser una especie dentro del género de la información. Richard Dawkins habló de «memes» para referirse a estas unidades de evolución cultural y no cabe duda de que las religiones y los dioses están entre los memes más antiguos y exitosos que se conocen. 

Al igual que la etimología se remonta al origen histórico de las palabras y estudia cómo las mismas han ido mutando y evolucionando hasta llegar a nuestros días, podemos tratar de aproximarnos a estos memes religiosos de la misma forma; y a divertirme con estas cosas he dedicado algún tiempo este verano.

Uno de los encuentros más curiosos que he tenido ha sido el de una deidad cananea que, si tienen la paciencia de seguir leyendo, se nos aparece como el antecedente, el étimo, de alguno de los dioses en que creen y a los que rezan la mayor parte de las personas en nuestros días. No doy más rodeos y se lo presento ya mismo, se trata del dios «El«.

En la mitología cananea, “El” era el nombre de la deidad principal y significaba «padre de todos los dioses» (en los hallazgos arqueológicos siempre es encontrado al frente de las demás deidades). En todo el Levante mediterráneo era denominado El o IL, el dios supremo, padre de la raza humana y de todas las criaturas, incluso para el pueblo de Israel pero con interpretaciones distintas a los cananeos.

La presencia de este dios podemos rastrearla no sólo en los yacimientos arqueológicos que nos hablan de él, sino también en las palabras mismas; así, por ejemplo, si recuerdan el episodio bíblico de Jacob luchando con un ángel (Génesis 32:23-30) recordarán también que Dios le cambió el nombre a Jacob tras aquel enfrentamiento de forma que pasó a llamarse «Israel» que, literalmente, significa «el que lucha junto/contra Dios» en hebreo: יִשְׂרָאֵל, Isra-[El], ‘el que pelea junto al dios El’.

El dios «El» se nos aparece reiteradamente en la Biblia como, por ejemplo, en el sitio conocido como «Bethel» que se traduce como ‘casa de Dios’, siendo beth ‘casa’ (como Bethlehem es ‘casa del pan’, Bethania ‘casa de la aflicción’, Bethsaida: ‘casa del pez’) y el puede referirse tanto al dios Yahvé como al dios El. Tampoco es descartable que «El» sea el dios que da nombre a la torre que los hombres construyeron tratando de alcanzar el cielo (Bab-El) y que yo traduzco (Joludi me corregirá) por «puerta del cielo». 

Para los judíos «Elohim» era como se llamaba a los dioses o a dios (plural de «El») y hasta en el Gólgota cuando el crucificado llama al señor lo hace según la expresión «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?» (¡Señor!, ¡Señor!, ¿por qué me has abandonado?).

Las referencias a «El» en el mundo contemporáneo nos acompañan de forma muy cercana y muchos de los nombres propios que hoy se usan en España llevan al dios «El» incorporado; así «Daniel» significaría algo parecido al «juicio del dios El» o «Ismael» vendría a significar «El dios EL escucha o cura». También encontramos a «El» como prefijo de muchos nombres de uso común como «Elías» y lo mismo ocurre con los nombres femeninos. Si usted se llama, pues, Miguel, Manuel o Isabel, probablemente esté rindiendo un inadvertido tributo a este antiguo dios de que les hablo.

Lo más curioso es que «El» no sólo se ha perpetuado en el ámbito de las religiones judeo-cristianas pues, como buen dios semítico, está también en el origen del nombre del propio dios de los musulmanes pues a El también se le llamaba a veces Eloáh o Eláh, lo que en árabe dio lugar a Allah.

Y no sigo, «El» tuvo muchos hijos algunos de los cuales llegaron a hacerse extremadamente famosos, como Baal que, navegando en barcos fenicios y carthagineses, llegó hasta mi ciudad (Cartagena) y nos dejó nombres como Aníbal (Hanibaal) o Asdrúbal (Asdrubaal), nombres que, en septiembre, llenarán las calles celebrando de una forma un tanto sui generis el comienzo de la segunda guerra púnica.

De cómo «El» evoluciona hasta dar lugar a deidades como Yahweh les hablaré otro día, de momento basta con este pequeño divertimento de verano.

Dicrocoelium dendriticum

Éste parásito de nombre terrorífico vive habitualmente, como muchos otros, en el estómago de los mamíferos; sin embargo, lo que resulta verdaderamente fascinante de él es la forma en que se reproduce y coloniza nuevos estómagos de mamíferos.

En principio el Dicrocoelium dendriticum pone sus huevos en el interior del sistema digestivo de un mamífero, una vaca muy frecuentemente, de donde salen al exterior mezclados junto con las heces. Una vez en el exterior los huevos son comidos por caracoles que, a su vez, tras ciertas transformaciones, también los expulsan al exterior donde suelen ser ingeridos por las hormigas. Hasta aquí quizá normal, pero es en el interior de la hormiga donde se produce un fenómeno fascinante.

El parásito una vez ingerido, toma el control de las acciones de la hormiga mediante la manipulación de sus nervios. Conforme la noche cae y el aire se enfría, la hormiga infectada es llevada lejos de los otros miembros de la colonia por el parásito y obligada a subirse encima de una brizna de hierba, donde permanecerá hasta el amanecer. Después, la dejarán volver a su actividad normal en la colonia de hormigas pues, si la hormiga se somete al calor del sol morirá y, junto con ella, el parásito. Noche tras noche, la hormiga será conducida a la cima de una brizna de hierba hasta que un animal de pastoreo se coma la hoja.

La ingestión acabará con la vida de la hormiga, pero el Dicrocoelium dendriticum habrá alcanzado el estómago del mamífero que será su anfitrión para el resto de su vida.

La forma en que un parásito puede tomar el control de las acciones de un ser vivo e inducirle a una conducta suicida resulta particularmente espeluznante si no fuese porque en el caso de los seres humanos, ideas parásitas y potencialmente suicidas son introducidas en nuestras mentes a tarvés de los más diversos medios. ¿Hablamos de religión? ¿quizá de nacionalismo?

Les dejo con éste video de una conferencia de Daniel Dennet que es una de las disertaciones más lúcidas que he escuchado últimamente.