Vacaciones para tiesos (II): entendiendo la Semana Santa

Vacaciones para tiesos (II): entendiendo la Semana Santa

Parece que han sido muchos los abogados y abogadas que leyeron el post de ayer, lo que me confirma que el número de tiesos y tiesas que hay en nuestra profesión estos días es muy alto; esto me anima a seguir en mi tarea de ayudarles a desentrañar los secretos de la Semana Santa para poder disfrutarla sin gastarse un euro y, para ello, nada mejor que terminar de conocer cómo eran, cómo pensaban y en qué creían las gentes de la sociedad en que nació Jesús de Nazaret.

Ayer dejamos a los judíos felices, recién liberados por Ciro el Grande de su cautiverio en Babilonia y prestos a reconstruir el templo de Jerusalén. Habían vuelto de Babilonia llenos de nuevas creencias y tradiciones y hasta hablando un idioma nuevo llamado arameo (de «Aram» Siria) y, aunque miraban el futuro con esperanza, se equivocaban.

Se equivocaban porque en Macedonia, al norte de Grecia, unos años después, el rey Filipo y su esposa Olympia tuvieron un hijo al que pusieron por nombre Alejandro y que habría de cambiar la forma de pensar y la cultura del mundo.

Como Filipo y Olympia eran gente de posibles y tenían un buen pasar, en vez de mandar al chiquillo a un colegio público lo que hicieron fue contratar al tío más listo de aquel momento, un tal Aristóteles, un griego que se tiraba todo el día pensando y que lo mismo te demostraba que la tierra era redonda que te escribía dos o tres tratados de política. Como el zagal era listo y el profesor más aún el chiquillo nos salió una lumbrera que, además de guapo y bien plantado, tenía más gusto por las batallas que un tonto por un lápiz. Fue por eso que, en cuanto tuvo cosa de veinte años, se le puso en la cabeza conquistar el mundo. Y a ello se aplicó.

Relatar las conquistas de Alejandro sería tarea interminable, a nuestros efectos lo que importa es que en poco más de diez años conquistó Egipto, el Imperio Persa hasta India y la tierra que había entre ambos imperios: Canaán. Así pues, los judíos, allá por el año 300 y pico antes de nuestra era, recibieron a Alejandro y sus griegos alborozados pensando que les liberarían de la influencia persa pero se equivocaban y su alegría duró poco, al menos para una parte de los judíos, porque los griegos habían venido para quedarse.

Lo más llamativo de los griegos es que, allá donde llegaban, contagiaban su cultura y pronto en todos los dominios griegos, en Persia, Bactriana, Ecbatana y donde menos se pudiese pensar, de la noche a la mañana se construyeron teatros donde se podía asistir a obras de unos tales Esquilo, Sófocles y Eurípides y la población abrazó con la pasión de los adolescentes las modas griegas y esto, a un judío como Yahweh manda, no podía gustarle.

—¿Has visto, Efrain, que han construido en la ciudad de David un gimnasio?
—¿Y eso qué es?
—Un lugar donde la gente se queda en pelotas y se dedica a dar saltos y perigallos.
—¡Yahweh nos proteja!

Y no es que fueran sólo los gimnasios, los griegos, con sus enloquecidas ideas, permitían a las mujeres que presentasen por sí solas pruebas en juicio e incluso les habían permitido ser «Arcontas» (Mandamases) en varias ciudades…

—¡Dónde vamos a llegar Efraín! ¡Válganme los querubines del Arca!

La fiebre helenística llegó a tal punto que si no hablabas griego eras un «loser» y el que más y la que menos le daban a la cosa de la filosofía que era una actividad que se puso muy de moda y que era como hoy el rap pero con más flou. Un tal Platón se puso muy, muy, de moda.

—Efraín dicen que a los griegos les gusta la coyunda a pelo y a lana…
—¿Pero qué barbaridades dices Neftalí?
—Lo que oyes, sé que todos practican una cosa que llaman homomanfloritismo y que las mujeres son todas libanesas…
—Será lesbianas…
—¡Calla blasfemo!

Era evidente que la llegada de la cultura griega a Judea, el «helenismo», no podía acabar bien.

Y no podía acabar bien porque mientras la mitad de la población abrazó la cultura y costumbres griegas la otra mitad se arriscó en sus costumbres judías y la cosa llegó a tanto que ambas facciones empezaron a beberse el vino de espaldas. Sólo les doy un dato. Según el Evangelio la familia de Jesús vive en Nazaret, una minúscula población de Galilea que, sin más que unas decenas de habitantes, se encontraba a apenas cinco kilómetros de una gran ciudad fuertemente poblada por decenas de miles de habitantes: Séforis.

Con toda probabilidad José trabajó como constructor en Séforis (se conservan recibos de pago de constructores como José por obras en Séforis) pero, si se fijan, Séforis ni una sola vez es mencionada en los evangelios siendo la principal ciudad de la zona a gran distancia de las demás. ¿Por qué? Por el nombre pueden imaginarlo, Séforis era una ciudad habitada por una población fuertemente helenizada.

Dispuestos a acabar con ese sindiós unos patrióticos judíos, los hermanos Macabeos, se conjuraron para acabar con tanto libertinaje y de paso con el dominio griego y, gracias a ellos, hoy tenemos rollos macabeos y Maccabi de Tel Aviv. Sin estos hombres y sus acciones no puede entenderse la época de Jesús.

Vamos a ello.

Aprovechando que Judea estaba enmedio de los dominios de los Seleucidas (sucesores de Seleuco, general de Alejandro, gobernadores de Persia) y de los Ptolemaicos (sucesores de Ptolomeo, otro general de Alejandro y gobernadores de Egipto) los Macabeos fueron abriéndose paso a base de «palicos y cañicas» hasta lograr tomar bajo su control Jerusalén. Llegados allí se dispusieron a poner en orden las cosas y lo primero que hicieron fue ir al templo donde el Sumo Sacerdote los recibió alborozado…

—Loado sea el cuerno del altar de Elohim, por fin unos judíos como Yahweh manda por aquí…
—Déjate de bendiciones que venimos a solucionar la cosa sacerdotal y a poner en claro quién manda aquí.
—Por la barbas de Elías, ¿pues quién va a mandar? ¡el que dicen las escrituras! Hay que buscar un descendiente de David, ungirlo y…
—Para, para, para… Que nosotros no somos descendientes de David, que somos Macabeos…
—Pues entonces no va a poder ser porque la Torá es muy clara en esto y…
—Espera, que te vamos a enseñar lo que dice la Torá… ¡Judas! ¡Ve sacando el sable de degollar curas y enséñaselo aquí al amigo!

Como pueden imaginar la clase sacerdotal que gobernaba el recién recuperado templo tardó poco en ser destituida y expulsada al tiempo que los Macabeos la sustituyeron con otro grupo de gentes afines y que antes les obedecían a ellos que a las escrituras sagradas. Esta acomodaticia clase dirigente sacerdotal se establecerá en el templo y protagonizará buena parte de los sucesos que se narran en la Semana Santa, son los conocidos como «saduceos».

Y ¿qué ocurrió con la clase sacerdotal depuesta?

Al parecer marcharon al desierto donde alimentaron la idea de que el templo estaba corrompido y sus sacerdotes usurpadores también. Sus creencias —y hasta hay quien dice que ellos mismos— están en la base de la comunidad Esenia, autora de los Manuscritos del Mar Muerto a los que, en algún momento, volveremos.

Y dicho esto creo que ya pueden ir ustedes haciéndose una idea de cómo estaba el patio en los años que Jesús vino al mundo: por un lado una población judía fuertemente helenizada y que en algunos casos ni siquiera hablaba arameo (por aquellos años se tradujeron todas las escrituras al griego pues había judíos que ya no podían leerlas en hebreo, la llamada «Septuaginta» base del Antiguo Testamento cristiano) y, al lado de esos judíos helenizados, estaban también los judíos patanegra que creían a pie juntillas en las tradiciones traidas del exilio y que se expresaban en arameo sin perjuicio de saber griego y hasta hebreo también. Pero no crean que los judíos patanegra estaban unidos, no señor, entre ellos y a cuenta del gobierno del templo, aparecieron tres sectas principales: los saduceos, los aristócratas que controlaban el templo y eran maestros en la ciencia de ponerse al sol que más calienta; los esenios, gentes tan íntegras y cumplidoras de las escrituras que andaban por los desiertos preparando los caminos del Señor y una nueva clase de gente, los fariseos, que, al igual que los esenios repudiaban a los usurpadores que se habían hecho con el poder del templo. Estos fariseos, a diferencia de los saduceos que solo creían en el mundo presente, ya creían en la resurrección.

Como ves el ambientillo era espeso en Judea en esos años pero, gracias a esto, se entiende mejor, por ejemplo, por qué Jesús se lió a trompadas en el templo. De hecho fariseos y esenios de buen grado hubiesen hecho lo mismo.

Y Jesús ¿que era? ¿helenista, fariseo, saduceo o esenio?

Buena pregunta, lo que pasa es que, para terminar de guisar este potaje, nos falta un elemento primordial: los romanos; unos tipos que llegaron a Canaán apenas 63 (sesenta y tres) años antes del nacimiento de Jesús de Nazaret, pero de eso nos ocuparemos mañana.

Aversión por la filosofía

Aversión por la filosofía

Cuando el jugador de ajedrez mira al tablero todos los datos posibles están al alcance de la vista, nada se le oculta, todo es transparente, por eso, me enseñó mi padre, se le llama el noble juego.

Sin embargo todos esos datos que están a la vista del jugador son inútiles si no sabe interpretarlos, si no es capaz de imaginar situaciones futuras y valorarlas…

En la vida, como en el auedrez, disponer de datos, incluso todos los datos, no servirá más que para ganar concursos de televisión o partidas de trivial pursuit porque lo decisivo es valorar esos datos, entenderlos en conjunto y ser capaz de imaginar futuros.

Los estados y los gobiernos nos atiborran de datos y con esto nos hacen sentir informados, nos abruman con datos y con esa sensación de tenerlo todo al alcance de la mano, a la distancia de un googleo en nuestro teléfono, somos felices.

Pero los datos son inocuos si las personas son incapaces de verlos en conjuntos, de valorarlos, de entenderlos, de convertirlos, como en las combinaciones de ajedrez, en material explosivo.

Es por eso que los estados sienten, cada vez más, aversión por la filosofía.

¿A qué filosofía recurriremos?

¿A qué filosofía recurriremos?

Cuando Alejandro Magno condujo sus victoriosos ejércitos griegos desde Macedonia hasta la ribera del Ganges no sólo estaba dando lugar al imperio más grande del mundo sino que, a la vez, estaba dando muerte a la gloriosa Grecia Clásica.

Hasta Alejandro Magno el horizonte ético de los ciudadanos griegos era su polis, sus deberes se entendían para con ella y respecto de ella, razón por la cual se llamaban a sí mismos «ciudadanos».

El imperio de Alejandro trastocó las tradicionales coordenadas vitales de la Grecia Clásica y todos sus fundamentos éticos de forma que, los otrora ciudadanos en su polis, pasaron a ser súbditos en un imperio. Un imperio en el que, además, convivían razas diversas; un imperio que se extendía por tierras tan dispares de Grecia como Egipto, Mesopotamia o Judea; un imperio, en fin, en el que ya no tenían cabida exacta todas las viejas convicciones de la Grecia clásica. Es el período al que los historiadores designan con la palabra «helenismo», un período que se extiende desde la muerte de Alejandro (323 AEC) hasta la caída de Egipto en manos romanas y la subida al poder de Augusto como emperador (27 AEC), tres siglos que cambiaron la historia del mundo.

No es precisa demasiada imaginación para encontrar paralelismos entre la perplejidad de aquellos ciudadanos griegos —cuyos ejes de coordenadas se ampliaron desde la reducida geografía de sus polis— y la perplejidad de los ciudadanos de los siglos XX y XXI que han visto como sus estrechas coordenadas mentales vinculadas al estado-nación han quedado obsoletas frente a la dimensión mundial de nuestro presente.

Hoy las organizaciones nacionales han quedado desfasadas para resolver los problemas de dimensión mundial a que se enfrenta la humanidad. Los estados-nación se muestran torpes para resolver los problemas climáticos y ecológicos; los estados nación con sus pseudo-religiosas iconografías de patrias y banderas parecen más aptos para declarar guerras que para construir la paz; los estados nación, en suma, antes parecen dispuestos a hacer desaparecer la humanidad en medio de un holocausto mundial que a desaparecer ellos para que la humanidad pueda seguir adelante.

Los viejos habitantes de las polis, ante la pérdida del marco de referencia de sus ciudades estado desarrollaron nuevas corrientes filosóficas para enfrentar la nueva realidad. Frente a ese mundo hostil apareció un epicureísmo que buscaba la felicidad retrayéndose al ámbito reducido del hogar y a la ascética búsqueda de los placeres naturales y necesarios; junto a él el estoicismo nos enseñó a conllevar los males y a ajustar nuestra vida s las razones seminales del cosmos; el escepticismo comenzó a cuestionar las «fake news» de la época mientras el cinismo sometía a sistemática demolición las huecas convenciones sociales del momento. El pensamiento de Platón fue revisado por el neoplatonismo del cual bebió una nueva religión —el cristianismo— que fue también tomando prestados elementos de otras como el estoicismo.

¿Y ahora? ¿Qué recursos ideológico-filosóficos estamos movilizando para adaptarnos a la nueva realidad?

Los nacionalismos parecen seguir tan vigentes como siempre —a pesar de que sus principios están más cerca de las viejas religiones que del mundo actual—, los conflictos religiosos también y la vitalidad del estado-nación parece estar garantizada. Mientras, las organizaciones internacionales se muestran torpes para enfrentar la crisis climática, los conflictos interestados y el gobierno de una sociedad interconectada no sólo virtualmente sino también material y culturalmente.

Me planteo a qué nuevo estoicismo, epicureismo, escepticismo y cinismo habremos de recurrir para salir de esta discordante situación donde los problemas de todos son enfrentados por pequeñas unidades movidas por intereses particulares.

O quizá resulte que nuestra tecnología ha avanzado ya a una velocidad tal que nuestras sociedades no pueden adaptarse a ella en un plazo razonable y seguiremos resolviendo con conceptos del siglo I EC problemas del siglo XXI.

Yo, que usted, trataría de pensar algo.

Al menos en esto Platón dio en el clavo

Fue Platón quién nos dijo que nuestro conocimiento del mundo se reducía a unas sombras que veíamos proyectadas en el fondo de una caverna.

Seguramente los partidarios de las ideologías totalitarias habían leído a Platón y por eso se adueñaron del cine, de la radio y la televisión, para ser ellos los únicos que pudiesen proyectar sombras en el fondo de la caverna. Lo que supimos del mundo en aquellos años era lo que veíamos o escuchábamos en pantallas y altavoces controlados por quienes detentaban el poder.

Hoy seguimos conociendo el mundo por las sombras que percibimos en otros dispositivos que son el nuevo fondo de la caverna. Ahora ya no son sólo unos pocos los que pueden proyectar sombras en ella sino todos, aunque el control se efectúa de una forma distinta y más sutil, no todos los mensajes se proyectan a todos los ocupantes de la caverna, sólo los que un demiurgo llamado algoritmo permite.

Pero son ya tantos los años mirando el fondo de la caverna que parece que se nos haga imposible volvernos para mirar quién maneja los hilos de las marionetas, como para tratar de descubrir la identidad y la lógica del titiritero.

Miramos nuestras pantallas de la misma forma que el hombre de Platón miraba el fondo de la caverna, sólo que a nosotros no tienen que sujetarnos para que no volvamos la cara, a nosotros nos gusta mirar la pared del fondo.

En todas las sociedades la clase dominante siempre ha ido un escalón por delante: cuando los sacerdotes sabían leer el pueblo sólo escuchaba, cuando el pueblo aprendió a leer los ricos les imprimían la lectura, con la radio unos hablaban y otros escuchaban y con el cine y la televisión unos realizaban lo que otros habrían de ver.

Ahora que parece que podemos escribir, publicar, grabar audios y videos… Son los dueños de las plataformas los que deciden quién te verá o te leerá y quién no.

Es la vieja historia de siempre, salvo que ahora la llaman algoritmo.

Sin duda Platón, al menos en esto, dio en el clavo.

Vermú con epojé

Vermú con epojé

Me sirvo un vermut mientras leo y el libro me habla y me dice:

«Cuando un hombre lee un libro no lee lo que el autor del libro dice, sino aquello que el propio lector piensa».

Y tiene razón.

Para Filón de Alejandría las sagradas escrituras eran un texto neoplatónico, en cambio, para el cordobés Maimónides eran un texto Aristotélico. Ni que decir tiene que el primero era neoplatónico y el segundo aristotélico.

Para comprender necesitamos olvidar todo conocimiento previo y tratar de escuchar lo que se nos dice sin juzgar. Necesitamos usar de la epojé, suspender nuestro conocimiento previo y comprender sin juzgar.

Para entender a otras culturas o a otras religiones, filosofías o formas de  pensar debemos «suspender» (epojé) nuestro conocimiento y juicio previos y escuchar y estudiar hasta comprender. Cuando hayamos comprendido ya habrá lugar a otras cosas.

Mientras no hagamos eso no leeremos el libro de nadie, sino nuestro propio libro, nunca escucharemos un discurso de nadie, sino nuestro propio discurso y nunca entenderemos nada, ni siquiera a nosotros mismos.

Hay quien se toma el vermú con una rodaja de naranja, yo lo acompaño con estas otras cosas.

#epojé #neoplatonismo #aristotelismo #vermú #vermouth #vermut #cinzano

Patatas fritas

Patatas fritas

Últimamente se me está haciendo difícil subir fotos de mi comida; algunas de mis followers son tan observadoras que, si bautizo el plato como «pollo con champiñones» y no lleva champiñones, se apresuran a desenmascararme y a denunciar la superchería.

Hoy se ve el pollo (se ve), se ven los champiñones (bajo él) y se ven… Patatas fritas, sí, patatas fritas.

Mi doctora me ha aconsejado que me guarde de los hidratos de carbono de inmediata disposición y que sea cicatero en el consumo de harinas, pastas y tubérculos como las patatas, lo que desconoce mi doctora es que las patatas fritas son como la misma vida.

Cuando te enfrentas a un plato de patatas fritas sabiendo que es una ocasión extraordinaria, atacas el plato con ansia y comes sin tasa hasta que ves que, como sin sentirlo, te has comido medio plato y las patatas que quedan comienzan a menguar. Es entonces cuando las empiezas a comer despacio, morosamente, disfrutando cada patata, masticando lento y saboreando profundo.

Sí: no hay nada como un buen plato de patatas fritas.

Con la vida pasa algo parecido, cuando ya te has comido medio plato y te quedan menos años por vivir que los ya vividos, también empiezas a masticar despacio y a saborear profundo. Ya no estás para que nadie te quite patatas dándote la tabarra con cosas que tienen importancia para ellos pero que no son importantes para ti; ya no pierdes tu tiempo compartiendo las pocas patatas que te quedan con gentes sin fondo. No, no estás para desperdiciar patatas, cada año que te queda quieres disfrutarlo —aunque venga malo, como este 2020— y vivirlo profundamente, tan profunda e intensamente como sea posible. Y no quieres que te distraigan pues a estas alturas ya solo quieres vivir cosas que te atraigan.

La fortuna, por el momento, me es favorable y aún me quedan años y patatas en la despensa, así que, con su permiso, voy a concentrarme.

Va por ustedes.

Estudia ciencias compañero

Estudia ciencias compañero

Ilya Prigogine fue Premio Nobel en 1977 si no recuerdo mal por sus trabajos sobre las estructuras disipativas. Sé que algunos cientìficos no acaban de estar del todo de acuerdo con sus teorías que, sin embargo, a mí me apasionan. Pero no es de los sistemas en desequilibrio estable como generadores de información ni de la irreversibilidad y la flecha del tiempo, lo que me impresionó vivísamente de Ilya Prigogine fue su profundìsima formación filosófica. En una larga entrevista le vi hablar con solvencia de multitud de filósofos y, al mismo tiempo, del nacimiento del tiempo y la informaciòn en el universo, Epicuro y su teoría del «clinamen» y enlazarlos lógicamente con solidez tomística.

Yo sé que quienes me siguen son mayoritariamente abogados, unos más mayores y otros más jóvenes, pero, si eres joven, permíteme que te recomiende una cosa: estudia ciencias.

Mira, ni los teólogos ni los filósofos suelen cambiar de opinión, antes al contrario, cuando alguien argumenta en su contra lo que suelen hacer instintivamente es reconvenir demostrando su maestría en justificar teorías más que en probarlas. Sólo los científicos (sólo quienes usan el método científico) están acostumbrados a reconocer su error o el fracaso de sus experimentos; es así como avanzan.

La ciencia, el método científico, es la única fuente de conocimientos más o menos válidos y universales y, sólo por eso, creo que es importante conocerlo. Lo malo es que la ciencia sólo nos explica —aunque cada vez más grande— una porción pequeñita de la realidad. Es por eso que, quienes quieren convicciones sólidas, acuden a la teologìa y los demás, los que dudamos, hemos de conformarnos con la filosofía, ese conocimiento que nos permite no quedar paralizados por la duda en un mundo de incertezas.

Por eso, si quieres experimentar el dulce entusiasmo de saber y no creer y quieres acostumbrarte a estar equivocado, estudia ciencias. Te aseguro que es bueno para entender la justicia de verdad y no meramente el derecho positivo.

#ciencias #letras #derecho

Ubuntu

Ubuntu

Somos porque son, soy porque sois, sin vosotros no soy nada y sin mí, aunque me odies, eres un poquito menos.

La ética «ubuntu» se popularizó con la llegada al poder de Nelson Mandela y con los discursos del pastor anglicano Desmond Tutu. Buena parte del éxito de la joven y nueva República Sudafricana se debe a esta particular concepción Bantú de la humanidad.

A veces pienso en nuestro ejercicio profesional en términos de esa palabra zulú, ubuntu: ¿qué razón de ser tendría nuestra profesión si no existiese una ciudadanía que ve amenazados sus derechos fundamentales? ¿Qué otro sentido podría tener nuestro ejercicio profesional sino ese?

Hay quien ve nuestra actividad como un negocio pero hay quien todavía cree que esta profesión es algo más que eso. Porque existen ciudadanos con recursos limitados y que han de enfrentarse solos a corporaciones o instituciones con contactos, influencias y capacidades económicas virtualmente ilimitadas, es por lo que existe una abogacía independiente. Somos porque son.

Si algún día ellos desaparecen no tendremos razón de existir (en un mundo sin derechos los abogados sobran) pero, si un día nosotros desaparecemos, ellos dejarán de ser ciudadanos y serán meros súbditos a merced de los poderosos.

Sí, somos porque son, pero ellos también son porque somos y, por eso, cuando defendemos nuestra particular visión de nuestra profesión también les estamos defendiendo a ellos.

Es por eso que una de las mejores formas de defenderles a ellos es defender a esta abogacía que tú yo queremos. No es egoísmo, capricho ni apetencia, es que defendernos es una de las formas más eficaces de defenderles.

Por eso espero verte en Córdoba o en cualquier otro lugar, porque tenemos un trabajo que hacer juntos y tenemos que hacerlo mucho tiempo.

Buenos días y ubuntu.


Puedes escuchar el audio de este artículo en mi podcast.

Las grandes preguntas y los marrajos

¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? son esas preguntas a las que solemos llamar «las grandes preguntas». Si supiésemos responder a esas preguntas —pensamos— habríamos resuelto el enigma de la existencia humana.

Se me ha ocurrido formular esas tres grandes preguntas al infalible oráculo que lo sabe todo: Google; pero me he llevado un chasco. Para Google esas tres preguntas conducen indefectiblemente a una canción de «Siniestro Total» y, si preguntamos en inglés o francés, entonces Google nos conduce a un cuadro de Paul Gauguin.

«¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?» (en francés D’où venons nous? Que sommes nous? Où allons nous?) es un cuadro de Paul Gauguin hecho en diciembre de 1897 durante su segunda estancia en Tahití.

Lo que Google no es capaz de responder es a esas tres preguntas, de hecho es incapaz incluso de darnos siquiera un pista fiable.

Es para dar respuestas indemostrables a preguntas irresolubles para lo que se inventaron las religiones. A la pregunta de «¿qué somos?» nuestra religión nos responde que somos una creación de un Dios aficionado a la alfarería; si preguntamos «¿A dónde vamos?» nos dirá que, al cielo, al infierno o al purgatorio (aunque en esto hay dudas) y si, finalmenye, le preguntamos «¿De dónde venimos?» nos dirá que «de Dios», sin muchas más precisiones, porque a la religión lo que le preocupa es que te portes de una determinada manera y no de otra y para eso estableció los negociados del cielo y del infierno.

Allá por los años 70 y 80 los portapasos marrajos solían expresarse de forma ruidosa mientras, en la madrugada del Viernes Santo, llevaban en procesión al titular de su cofradía (Nuestro Padre Jesús Nazareno) desde la Lonja de Pescadores del Barrio de Santa Lucía hasta la cartagenera iglesia de Santa María.

En aquellos años —luego una pudorosa cofradía lo prohibió— solía escucharse una antífona más o menos parecida a esta:

(Solo)

—¿Quién viene?

(125 portapasos)

—¡El Jesús!

—¿De dónde venís?

—¡De la pescadería!

—¿A dónde váis?

—¡A Santa María!

A mí, ver pasar de madrugada al Nazareno con toda esa algazara debajo, me gustaba; me daba la sensación de que, lo que no habían resuelto Aristóteles, Kant o Hegel, los marrajos lo tenían resuelto durante unas horas y que, para aquellos 125 corazones, todo lo creado cobraba sentido esa noche porque ellos, en esas breves horas, no tenían la menor duda de quiénes eran, de dónde venían y a dónde iban.

La semana santa se compone no sólo de celebraciones litúrgicas sino también de ceremonias paralitúrgicas y en no pocos casos contralitúrgicas; en este caso la Cofradía Marraja, en nombre de una gris ortodoxia, decidió obligar a los portapasos del Nazareno a hacer su trabajo en silencio de forma que, hoy, ya no puedo disfrutar al ver pasar a esos hombres para quienes, una vez al año, la vida cobra sentido y pueden responder con absoluta certeza a todas y cada una de esas grandes preguntas que la humanidad lleva haciéndose siglos.

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?