Quizá en la historia humana no haya una herramienta tan antigua, ubícua y mal diseñada como el dinero.
Ya les conté hace unos días que, aunque antiguo, el dinero no lo es tanto como para que fuese usado en el antiguo Egipto, en Sumeria o Acad y, desde que fuera inventado —según Herodoto por los lidios— alrededor del año 700 AEC, su historia ha sido una historia de fraudes y abusos de los poderosos (política y económicamente) contra las personas comunes. Veámoslo.
Aunque históricamente se usaron como dinero conchas, piedras, tabaco o incluso cabras, el dinero ha estado asociado, íntimamente y desde antiguo, a los metales. El «dinero» a que hace referencia Herodoto al atribuir su invención a los lidios es precisamente este: el dinero basado en metales.
Su funcionamiento es sencillo: fijando los precios de acuerdo con el valor del peso de un determinado metal (cosa que venían haciendo los Egipcios desde miles de años atrás) bastaba con poseer metal de esa especie en la cantidad necesaria para usarlo como dinero. Naturalmente reyes y poderosos encontraron en la acuñación de moneda un magnífico negocio económico y político: además de hacerse una buena publicidad acuñando su efigie en las monedas, encontraron muchas y variadas formas de engañar a sus súbditos para lucrarse con conductas que se han repetido invariablemente desde entonces hasta nuestros días. Veamos en lineas generales cómo se produjeron dichos engaños.
Acuñar moneda es, sin duda, un buen negocio para quien lo hace pues, para sacarle un dinerillo al asunto, basta con introducir en la aleación de las monedas, por ejemplo, menos plata y más cobre, en ese engaño pequeño el acuñador se gana unos buenos ingresos y, si cree usted que esto no ha ocurrido, debo decirle que es usted un iluso: lo que raramente ha ocurrido es lo contrario: que las monedas contengan el peso prometido de metal precioso. Las monedas a lo largo de la historia se han ido envileciendo no solo por el engaño de los acuñadores sino también de quienes las custodian, singularmente los banqueros.
Si no me cree eche usted mano al bolsillo, saque una moneda de euro —si le quedan— y observe con cuidado su canto. Si lo hace observará usted que el canto de la moneda no es liso, sino que se encuentra rayado en toda su extensión. Estas rayas no están colocadas ahí por casualidad: cuando el dinero valía algo se acuñaban metales como plata y oro y uno de los mejores negocios del banquero era limar sutilmente las monedas, de forma que, con un poco de polvo de oro o plata de aquí y de allá, podían hacerse con un buen dinero. Todavía en el Código Penal de 1973 que hube de estudiar contenía un delito de «quebrantamiento de moneda» en su artículo 283.2⁰ que castigaba con la pena de prisión menor a quien «cercenare o alterare moneda legítima».
Quizá sea el caso del emperador Diocleciano el que mejor ilustre este envilecimiento oficial de la moneda:
En tiempos de Diocleciano las arcas públicas de Roma estaban cada vez mas vacías, de forma que, para solucionarlo, el emoerador recurrió al truco de siempre e hizo alterar las monedas de curso legal hasta reducir en un 90% su contenido en metal precioso pero, claro, sin modificar su valor facial. La consecuencia real de esta práctica daría origen a lo que, en 1558, se bautizó como la máxima de sir Thomas Gresham, previamente formulada por Oresmo y Copérnico, y reflejada en la acumulación secreta del buen dinero romano, según la cual «la moneda mala expulsa siempre a la buena». (Quédense con esta máxima).
Lo que le sucedióa Diocleciano fue que los comerciantes y la población en su conjunto guardaron las monedas de buena aleación y comenzaron a rechazar esa moneda alterada en pago de su mercancía.
Otra consecuencia adicional de esta envilecedora práctica de Diocleciano fue que, el aumento en la emisión de moneda, de una manera primitiva, pero inconfundible, planteó la proposición esencial concerniente a la relación del dinero con los precios: la llamada «teoría cuantitativa del dinero» que sostiene, en su forma más elemental, que, «en igualdad de todo lo demás, los precios varían en relación directa con la cantidad de dinero en circulación».
Debido a las tremendas subidas de precios se produjeron revueltas y manifestaciones de las clases populares de forma que, para evitarlas, Diocleciano recurrió a lo único a lo que parecen saber recurrir los malos gobernantes: prohibir y regular. Diocleciano, para evitar las alzas de precios, decidió limitar las subidas fijando listas públicas de precios de las diversas mercaderías… Y sobrevino la catástrofe. Siendo ruinoso vender mercancías en tales condiciones los comerciantes abandonaron la actividad, hubo falta de abastecimiento, pobreza, hambre… No creo necesario contarles más, ustedes lo imaginan fácilmente.
La historia del dinero desde entonces ha sido la de unos gobernantes perennemente endeudados y la del uso de soluciones «financieras» que no eran sino engaños directos a la población: bancos concebidos como negocios piramidales que jamás custodiaban metal que respaldase los billetes que emitían o, desde que Nixon desconectó el sistema financiero mundial del patrón oro, una afición desmedida a la producción de papel impreso como «dinero». Si desean una descripción por extenso de toda esta galería de los horrores les recomiendo la lectura del libro «El dinero: de dónde viene y a dónde va», del economista John Kenneth Galbraith, uno de los más importantes economistas del siglo XX.
La penúltima canallada de gobiernos y poderosos contra los comunes la conocen perfectamente ustedes, sucedió en 2008 y arruinó a muchísimas familias del mundo.
Fue toda esa larga historia de latrocinio la que movió a muchos a buscar soluciones para sacar el dinero del control de gobiernos y poderosos y entregarlo, teóricamente, a la comunidad, de forma que, estafas como las de los últimos 2800 años, no pudieran repetirse y fue así como nacieron Bitcoin y posteriormente el resto de las criptomonedas que conocemos.
Desde el 12 de enero de 2009 (fecha de la primera transacción en bitcoin) hasta el boom de las criptomonedas en 2017 las criptomonedas fueron probando la tecnología distribuida que les daba soporte y sufriendo «burbujas» que las ponían a prueba tanto de los experimentos pseudofinancieros de algunos como de las estafas que, directamente pusieron en marcha otros. Un mundo salvaje y sin más regulación que la del propio código informático que lo diseña (una encarnación de lo predicho por el profesor de Stanford Lawrence Lessig en su obra visionaria «Code 2.0») demostró ser capaz de sobrevivir sin leyes ni decretos.
Este mundo de dinero no controlado por los gobiernos sólo necesitaba de la crisis económica creada en 2020 por el coronavirus para explotar y surgir por el horizonte como una amenaza para el sistema financiero tradicional y una promesa para los comunes. Veamos por qué.
La cuestión decisiva a la que han tenido que atender los gobiernos del mundo este año 2020 es la de cómo hacer frente a la crisis económica derivada de la crisis sanitaria del coronavirus y, como pueden imaginar, lo han hecho con el ingenio que ha caracterizado habitualmente a los gobiernos de los imperios: al estilo de Diocleciano; es decir, «fabricando dinero».
Los bancos centrales imprimieron, solo en el mes de mayo del pasado 2020, un valor estimado de USD 15 billones en estímulos como medidas antipandémicas para salvar las economías mundiales, «arrojando al dólar estadounidense debajo del autobús», como dijeron algunos.
Recuerden ustedes ahora la «teoría cuantitativa del dinero» de la que les hablé más areiba y que sostiene, en su forma más elemental, que, «en igualdad de todo lo demás, los precios varían en relación directa con la cantidad de dinero en circulación». Por aplicación de esta ley tamaña impresión de papel tendrá la consecuencia esperable: una importante alza de precios y su pareja pérdida de valor de la moneda.
Tradicionalmente, siempre que los gobiernos han hecho funcionar la máquina de imprimir billetes (billetes que, desde Nixon, carecen de ningún respaldo metálico y que no tienen valor intrínseco alguno) los ciudadanos ham buscado valores refugio que han solido consistir en los metales preciosos que otrora respaldaban las monedas (oro o plata) o en algunas otras mercancías conservadoras de valor.
Sin embargo, en este 2020, a estos valores refugio tradicionales se ha añadido uno más, diseñado como consecuencia de la crisis de 2008: el bitcoin.
El bitcoin, es preciso que lo sepan, reúne todas las características precisas para ser un excelente valor refugio:
1⁰. Suministro limitado
Un buen conservador de valor debe ser un activo limitado. El oro es bueno en eso, su minado es escaso y caro y, salvo que se descubra alguna nueva mina que haga aumentar sustancialme te su cantidad (cosa en que los españoles fuimos especialistas con la plata y las minas de América) permanecerá más o menos constante.
Bitcoin sin embargo supera al oro en este aspecto pues el número máximo de bitcoins está limitaado por el propio sistema a 21 millones. Ya se han «minado» 18 millones y en los próximos 20 años se «minarán» los restantes 3 millones. Ningún gobierno podrá «darle a la máquina de imprimir», hay los bitcoins que hay y no puede haber más. Bitcoin, pues, supera al oro en este aspecto.
2⁰. Fácil de comprar y vender
El oro no es difícil de comprar y vender, basta con que vaya usted con sus joyas a un «compro oro» y acepte el precio que allí le ofrezcan o busque una joyería u otro establecimiento donde comprar unos lingotes o monedas… ¿Fácil o difícil? Usted me dirá.
Para comprar o vender bitcoins solo necesita su teléfono móvil.
Creo que este punto también se va para bitcoin.
3⁰. Ampliamente aceptado como medio de pago.
El oro, no cabe duda, es ampliamente aceptado pero ¿ha probado usted a pagar con oro? Pagar con lingotes de oro o monedas de oro no es tan fácil como podría pensarse, no es fácilmente divisible (¿Cómo le darán el cambio de sus lingotes si no es fraccionándolos?) y ni siquiera su convertibilidad o medición —pesaje, verificación de la ley… etc.— es sencilla.
En cambio, bitcoin, con una capitalización actual de 545.771 miles de millones de dólares (una cifra que iguala al PIB de Suecia) supera con mucho la de la mayoría de los países del mundo y con la posibilidad de usarlo desde su teléfono móvil o a través de PayPal (este año) o tarjetas de crédito, su uso como medio de pago ampliente aceptado podemos decir que supera al oro.
4⁰. Que sea percibido como un acumulador estable de valor.
Basta con leer el primer argumento para saber que bitcoin es intrínsecamente estable como acumulador de valor y, poco a poco en años pasados, pero muy rápidamente es 2020, es percibido como un eficaz acumulador de valor y, en consecuencia, ya ha atraído la atención de conspícuos del mundo de las finanzas como J.P. Morgan o Goldman Sachs que, a lo que se ve, no quieren que esta fiesta se les escape.
Es así como con bitcoin empieza a cumplirse también la máxima de sir Thomas Gresham según la cual «la moneda mala expulsa siempre a la buena» y, en países con problemas económicos derivados de la negligente política monetaria de sus gobiernos, los ciudadanos empiezan a preferir conservar su dinero en forma de bitcoins que de la moneda local haciendo que los cajeros automáticos de bitcoin sean ya una realidad en países como Argentina.
Así pues, una unidad de cuenta eficaz y ajena a los gobiernos, como es el bitcoin, se ha presentado este 2020 como la alternativa definitiva al dinero «fiat» (se llama así a nuestro común dinero de papel basado tan solo en la confianza que nos inspira, pero no en respaldo alguno) y como un defensor de la economía de los indivíduos frente a bancos y gobiernos.
Creo que con todo esto pueden comprender por qué el precio de bitcoin ha pasado de 9.352 $ en enero de 2020 a 29.224 $ en el momento de escribir estas lineas.
Y hasta aquí lo bueno. Supongo que muchos de ustedes se preguntarán a estas alturas ¿Cómo es posible que una moneda sin valor intrínseco alguno y sin el respaldo de ningún gobierno pueda haber alcanzado ese valor? ¿Estaremos locos? ¿No será todo una burbuja como la de los famosos tulipanes holandeses?
Y hacen bien en preguntárselo y es preciso hablar de ello y hablaremos, tenemos por delante un año apasionante para hacerlo.
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