La Avenida de la Corrupción

Próximamente voy a viajar y he querido probar qué tal se me da hacer videoblogs usando sólamente la cámara de mi teléfono Xiaomi. Estos han sido los resultados de las dos pruebas que he hecho en un recorrido por mi ciudad al que yo llamo «La Avenida de la Corrupción».

La Avenida de la Corrupción. Parte I.
La Avenida de la Corrupción. Parte II.

La cuestión teológica del homoousios, el caldero y el arròs a banda

La cuestión teológica del homoousios, el caldero y el arròs a banda

Hoy en mi casa de comidas habitual se anunciaba como plato del día un sospechosísimo «Arroz abanda» (sic) y aunque he dudado, tras pedirlo, ha comparecido ante mí el individuo que ven en la foto el cual dijo ser y llamarse «arròs a banda» pronunciado con un sospechosísimo acento castellano de la parte de Ciudad Real y al que someto al imparcialísimo juicio de mis lectores levantinos.

El «arròs a banda», ofrecido fuera de la zona sur de la Comunidad Valenciana, suele producirme desconfianza pues ya he visto que me han presentado bajo ese nombre todo tipo de preparaciones donde, efectivamente, el arròs a banda debía servirse «a banda», porque lo que me han servido a mí no lo era.

El «arròs a banda», si no entramos en debates teológicos a propósito de la taxonomía de los peces o el «melis» canónico del arroz, es más que primo hermano del caldero de la costa de Cartagena, San Pedro del Pinatar, San Javier, Los Alcázares y La Unión. El caldero, en la Carthaginense, no suele tener más patria que el mar donde se pescan los peces con los que se prepara y se le llama caldero «del Mar Menor» si los peces vienen (venían) de ese mar o «de Cabo de Palos o el Mar Mayor» si los peces son de los que nadan en el Mediterráneo.

Desconfíe de los anuncios de «caldero murciano» o «caldero cartagenero»; si el restaurante sabe lo que hace no anunciará nunca el caldero así.

Fuera de la Carthaginense existen calderos magníficos en Tabarca (por cierto, ando esperando a que alguien me invite a ir a la isla a dar mi opinión) y Torrevieja (al menos existían) y todo esto conviviendo en paz y armonía con su casi homocigótico hermano el arròs a banda.

¿Cómo distinguimos un caldero del arròs a banda? Difícil cuestión.

Unos le dirán que hay que atender al «melis» que el caldero es más meloso. Otros le dirán que hay que atender a los ingredientes, en el arròs a banda habrá marisco, mejillones, clóchinas o calamar, mientras que en el caldero sólo habrá pescado. Otros atenderán a los «vuelcos» del plato pues, con el arròs a banda, o previamente, se preparará un guiso que incorpora patatas y el pescado del arròs en un sabroso caldo.

Pueden creer a todos y a ninguno. En el barrio de Santa Lucía, Cartagena, se prepara (o al menos se preparaba) un caldero con los mismos vuelcos y patatas que el arròs a banda; el melis depende de muchas circunstancias, que haya o no haya marisco es decisión del chef y, en fin, no se puede estar seguro casi nunca de nada.

Ambos necesitan del imprescindible concurso de la ñora, producto venido del cercano pueblo de La Ñora que dió nombre al pimiento seco de bola. Ambos se acompañan de all i oli (alioli castellanizado) y, eso sí, el uso de la salmorreta es casi exclusivo de nuestros vecinos del norte, en el sur no acostumbramos.

Y dicho esto ya pueden empezar todos los paisanos de Tirant lo Blanc a maldecir el arroz que sale en la foto, lo aceptaré sin rechistar, porque en esto de los arroces hay más sutilezas que en las discusiones teológicas de Bizancio. Eso sí, les diré que estaba bastante bueno.

Identidades gastronómicas o porqué los judíos no comen cerdo

Identidades gastronómicas o porqué los judíos no comen cerdo

Hoy en mi casa de comidas de referencia había para comer arroz con magra de cerdo y eso me he pedido para llenar la andorga. Como ven también hay limón para aliñarlo, pero eso es harina de otro costal. Les explico.

Si vienen a esta región observarán que en Murcia se añade limón a casi cualquier cosa, desde las patatas fritas de bolsa al mejor queso manchego. Que todo sabe mejor con limón parece ser la norma y esto suele llamar la atención del forastero.

En Cartagena, en cambio, añadir limón a algo puede suponerte una reprimenda y no pequeña. Desde que te digan que estás estropeando el producto a que te acusen de mixtificar los sabores, pero aunque te digan eso no te engañes, la realidad es que, quienes esto dicen, no consumen limón para no poder ser confundidos jamás con un murciano.

A usted esto puede parecerle una tontería pero créame, es así y no le voy a hablar ahora de andaluces que desprecian una u otra marca de cerveza en función de su ciudad de origen, le voy a hablar de algo más serio: de religión.

La prohibición de comer cerdo en la religión judía y, por herencia de esta, en la islámica, se ha explicado a menudo como una norma de higiene para prevenir la triquinosis, una enfermedad que transmiten los cerdos, pero esto no es más que una invención sin apoyo en prueba, texto ni documento alguno. Los pueblos de la antigüedad comieron cerdo intensivamente y no se atisba la razón por la que el dios de los judíos prohibió a su pueblo el consumo de este y otros animalitos o prohibir combinar la carne con lácteos, medida esta que hace que un judío no pueda comer la mayor parte de las pizzas y pastas que llevan queso sobre carne o que en los Burguers King de Nueva York los judíos abominen del cheese-burguer.

Ando leyendo estos días un libro que se titula «La Biblia desenterrada», un libro escrito por el profesor Israel Finkelstein, un arqueólogo y académico israelí, director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv y corresponsable de las excavaciones en Megido (25 estratos arqueológicos, que abarcan 7000 años de historia) al norte de Israel; y por el arqueólogo e historiador estadounidense Neil Asher Silberman. El libro realiza un análisis exhaustivo de los vestigios arqueológicos encontrados en Israel hasta la fecha para tratar de averiguar los orígenes del pueblo de Israel y sus particulares creencias religiosas.

No me puedo resistir a contarles su hipótesis sobre el por qué de la costumbre judía de no comer carne de cerdo.

Primero debemos saber que la Biblia no comenzó a escribirse como tal antes de los siglos octavo, séptimo, antes de nuestra era pero que antes, en el siglo XII, todo el Mediterráneo Oriental se vio sacudido por una terrible inestabilidad provocada por los misteriosos «Pueblos del Mar».

Las invasiones de los pueblos del mar a acabaron con imperios como el Hitita, arrasaron con las ciudades de la costa de Canaán y pusieron en peligro al propio imperio Egipcio.

Para un pueblo de pastores nómadas como los israelíes la llegada a la costa de Canaán de los pueblos del mar trastocó toda su forma de vida. Los pastores nómadas viven de suministrar a pueblos sedentarios proteinas, cuero y leche; mientras que los pueblos sedentarios suministran a estos pueblos nómadas el cereal que es la base de su dieta; ese es el ciclo económico que aún a día de hoy siguen tribus de beduinos. La llegada de los pueblos del mar, sin embargo, destruyó este ciclo económico al arrasar con las poblaciones costeras. Los pastores nómadas israelíes hubieron de asentarse en poblaciones para poder cultivar por sí mismos el cereal. Los asentamientos de las tierras altas de Judea se multiplicaron exponencialmente en esos años y una miriada de pequeños poblados aparecieron en el registro arqueológico de esos años.

Pero ¿quiénes eran esos recién llegados a la costa de Canaán?

Pues unos viejos conocidos de los lectores de la Biblia, uno de los cientos de pueblos que integraban ese mix llamado «Pueblos del Mar» que recibieron el nombre de «Filisteos».

Los israelíes se recluyeron con sus rebaños de ovejas y cabras en las tierras altas del interior mientras que los filisteos ocuparon la llanura litoral y se dedicaron al consumo intensivo de carne de cerdo.

Es llamativo como, cuatro siglos antes de que empezase a escribirse la Biblia, los israelíes ya no consumían cerdo. En los registros arqueológicos de sus asentamientos no aparece ni un solo hueso de cerdo mientras que en los de los filisteos ocupan un puesto principal.

¿Hicieron los israelitas integristas con el cerdo lo mismo que los cartageneros irredentos con el limón?

Esa es la hipótesis del profesor Finkelstein, una hipótesis que, naturalmente, se acompaña de un importante número de datos adicionales.

Es por eso que hoy, que he sentido el tabú del limón y el del cerdo, no he podido resistirme a contarles esta historia.

Las «fake news» y el Cantón de Cartagena

Las «fake news» y el Cantón de Cartagena

Ayer publiqué en mi muro una reseña sobre el Cantón de Cartagena aprovechando el 149 aniversario de su proclamación y, como era de esperar, en los comentarios al post, aparecieron muchos conteniendo adjetivos del tipo «utópico», «payasada», «idiotez», «petardo»,  «disparate», «23-F de la anarcoizquierda…»

Confieso que lo esperaba, lo único que me sorprendió es que fuesen tan pocos, pues, entre estos calificativos han faltado muchos de los más típicos desde hace años, tales como «irreligión» o «ruptura de la unidad católica» junto con los inevitables de  «crisis de autoridad», «desorden», «anarquía», «ineducación», «tiranía de la plebe» e incluso hasta «socialismo», calificativos todos estos que son repetidos habitualmente incluso hoy, ciento cincuenta años después, por quienes no saben del Cantón más que lo que les han contado. Los tales calificativos, es bueno que lo sepan, son el producto de una de las mejores campañas de «fake news» de la historia.

Permítanme que aquí la denuncie.

La campaña de desprestigo del Cantón comenzó durante la vigencia de la propia Primera República y su autor fue el diputado Emilio Castelar.

Según josé María Jover (Académico de la Real Academia Española de la Historia) la «intensa actividad mitificadora» de lo que había sucedido fue iniciada por Emilio Castelar con el discurso que pronunció en las Cortes el 30 de julio de 1873, solo dos semanas después de que Pi y Margall fuera sustituido por Salmerón. De hecho, del discurso se hizo un folleto con doscientos mil ejemplares de tirada, una cantidad extraordinaria para la época. En él, Castelar equiparaba la rebelión cantonal al «socialismo» y a la «Comuna de París», y lo calificaba de movimiento «separatista» —«una amenaza insensata a la integridad de la Patria, al porvenir de la libertad»—, además de contraponer la condición de español y la condición de cantonal.

La posición denigratoria de Castelar nace de su propia posición política. Aunque la Primera República Española se apellidaba de «Federal» a Castelar y a muchos otros la cosa del federalismo no les gustaba ni un pelo y mucho menos eso de la construcción de España de «abajo a arriba», de forma que, verter infundios sobre el Cantón le venía muy bien.

Contrario también al federalismo fue también Manuel de la Revilla, catedrático a la sazón de literatura de la Universidad Central, quien consideraba el federalismo como algo absurdo en «naciones ya constituidas», y que respondió al libro de Pi y Margall «Las nacionalidades» alegando que la puesta en práctica del pacto federal solo traería «la ruina y la vergüenza».

Y junto a ellos se alineó también Marcelino Menéndez y Pelayo, quien en su «Historia de los heterodoxos españoles» escribió:

«…en Barcelona el ejército, indisciplinado y beodo, profanaba los templos con horribles orgías; los insurrectos de Cartagena enarbolaban bandera turca y comenzaban a ejercer la piratería por los puertos indefensos del Mediterráneo;»

Menéndez y Pelayo, M. «Historia de los heterodoxos españoles».

Como ven los detractores del federalismo iniciaron una campaña destinada a confundir el federalismo con el separatismo, la separación iglesia-estado con la antirreligión, con profanaciones e incluso con «orgías». La palabra República se identífico con anarquía y crisis de autoridad, tanto que el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua llegó a reconocer en su edición de 1970 la palabra «República» en su séptima acepción como «lugar donde reina el desorden por exceso de libertades». Si hoy lo consultan este sentido pervive en la sexta acepción. Como ven, la campaña de desprestigio de la República Federal fue todo un éxito.

Es curioso que todos estos adjetivos de entonces, repetidos acríticamente durante siglo y medio, siguen vigentes hasta nuestros días donde se admiten como verdades de fe y pueden comprobarlo simplemente con leer los comentarios a mi post de ayer.

Claro que hubo verdaderos simpatizantes del Cantón y, sin duda, Don Benito Pérez Galdós fue uno de ellos. Su relato del Cantón de Cartagena en sus episodios nacionales («La I República» y «De Cartago a Sagunto») es una lectura dulce para los oídos de los cartageneros máxime cuando Don Benito no tocaba de oído. Don Benito era visitante asiduo de Cartagena y conocía de primera mano los hechos y circunstancias en que se desarrolló el Cantón de Cartagena.

Es por todo esto que, a día de hoy y como dije ayer, son muchos los que ignoran por completo lo sucedido en el Cantón.

Y sin embargo la visión que del mismo dieron sus detractores desde sus trincheras ideológicas sigue vigente.

Es algo digno de estudio.

Hoy es 12 de julio

Hoy es 12 de julio

Hoy es 12 de julio y en Cartagena tenemos algo que conmemorar. Seguramente muchos de ustedes hayan oído hablar de ello pero la experiencia me dice que son pocos quienes saben en realidad lo que pasó.

El 12 de julio de 1873, hace 149 años, la población, la guarnición y los barcos de la flota se sublevaron en Cartagena pronunciándose en favor de la República Federal.

A ese pronunciamiento se unieron restos de la derrotada Comuna de París, anarquistas llegados de toda España, tropas que, abandonando su fidelidad al ejército centralista, se sumaron a la causa cantonal y, de esta forma, pronto, Cartagena contó con un heterogéneo ejército formado por voluntarios federales, fuerzas de infantería de marina, el Regimiento de Iberia al completo y dos batallones de Cazadores de Mendigorría. Con eso, con los mejores barcos de la flota y al amparo de una ciudad amurallada virtualmente inexpugnable, los revolucionarios de Cartagena se dispusieron a pelear por la República Federal.

Se dictaron leyes muy avanzadas para la época, se legalizó el divorcio (sí, el primer divorcio de España se dio en la Cartagena Cantonal) se emitió moneda cuya ley de plata era muy superior a la centralista y la separación iglesia-estado se llevó a efecto con sorprendente meticulosidad.

Todo esto mientras en el norte de la península los carlistas luchaban por la vuelta al más férreo absolutismo de altar y trono bajo el eslogan «dios, patria y rey». España, en aquel tiempo, se debatía entre la vuelta al siglo XVIII que pretendían los carlistas y el salto al siglo XX que querían los cantonales.

El sueño duró siete meses.

Fueron siete meses en que la escuadra cantonal fue declarada pirata por el gobierno de Madrid y, aunque logró derrotar y poner en fuga a la escuadra del gobierno centralista, también hubo de lidiar con las escuadras alemana, inglesa y francesa que pronto hicieron acto de presencia en la zona. Fueron siete meses en que Cartagena fue sometida a un feroz bombardeo que dañó el 80% de las viviendas de la ciudad y cuyos efectos aún pueden verse en muchos lugares. Fueron siete meses en los que, en calles y plazas donde ahora juegan los niños absolutamente ajenos a lo.ocurrido, hubieron de ser enterrados miles de cadáveres algunos de los cuales aún hoy día siguen ahí ignorados por los vecinos y quienes les representan.

Hoy es 12 de julio y se cumplen 149 años de esto que les cuento; de entonces a hoy han pasado muy pocas generaciones pero un manto de silencio —cuando no de engaños politizados— ha cubierto estos hechos hasta hacer que el Cantón de Cartagena sea para los españoles poco menos que una brumosa anécdota festiva.

Y no sólo para los españoles sino incluso para una ciudad que, presa de su pasado romano, no tiene ni un sólo monumento serio ni un programa decorativo urbano —hay apenas una placa desde hace pocos años— que conmemore estos hechos y explique a las generaciones futuras su significado.

Por eso hoy, que es 12 de julio, no estaría mal que alguien se acordase de que hace 149 años en Cartagena alguien intentó, a un altísimo precio, que España ganase el futuro.

Y fracasó.

El Auxiliar 2⁰ de Máquinas

El Auxiliar 2⁰ de Máquinas

Fue por ese detalle por el que, muchos años después, la familia del Auxiliar 2⁰ de Máquinas, sabría que él llevaba el práctico a bordo.

El B-6 había sido diez años antes el orgullo del Arma Submarina española pues, el ahora viejo pero entonces joven sumergible, había batido el récord mundial de permanencia en inmersión al mantenerse sumergido tres días, una hazaña increíble para la época.

En aquellos años los marineros del B-6 paseaban orgullosamente por Cartagena luciendo en la cinta del lepanto el distintivo de su sumergible; ahora, sin embargo, la dotación del B-6 esperaba la muerte entre los muros del Arsenal de El Ferrol y uno de ellos, el Auxiliar 2⁰ de Máquinas, se ocupaba en plantearse y resolver difíciles operaciones aritméticas.

Esperar la muerte no es algo para lo que nadie esté preparado. El Auxiliar 2⁰ de Máquinas había oído hablar de personas que habían logrado no perder la cordura en trances como ese ocupando su mente en tareas complejas como analizar partidas de ajedrez, pero él no sabía jugar a ese ni a ningún otro juego parecido y por eso, ahora, ocupaba su mente en resolver difíciles operaciones aritméticas.

Las razones por las que los marineros del B-6 esperaban allí la muerte eran de esa especie que sólo se encuentra en las guerras civiles.

Cuando el B-6 zarpó de su base de Cartagena con una carga de 25 toneladas de munición para el ejército del norte era ya un submarino viejo. Sus tubos lanzatorpedos era dudoso que pudiesen o quisiesen disparar, los 60 metros nominales de profundidad que podía alcanzar en inmersión cuando fue construido se habían reducido a 30 y las 25 toneladas de carga que acarreaba no ayudaban tampoco a que un navío de equilibrio tan delicado como un submarino estuviese en las mejores condiciones de navegar.

Todos en Cartagena sabían, además, que el comandante del submarino no era de fiar. Sospechoso de ser partidario del ejército rebelde, desde Madrid se cometió la insensatez de darle el mando del B-6 para aquella misión, pues a la República no le quedaban ya oficiales del Cuerpo General capaces de mandar este tipo de navíos.

El destino del B-6 estaba escrito desde el mismo momento que zarpó de Cartagena con destino a Bilbao y el desenlace sobrevino cuatro días después de su partida, cuando el sumergible se hallaba a la altura del Cabo de Peñas —frente a la costa asturiana— y fue avistado, navegando en superficie, por el destructor «Velasco» de la escuadra rebelde.

En un primer momento el destructor se lanzó a por el sumergible pero el B-6, al divisarle, hizo inmersión perdiéndose de la vista del destructor el cual, sin dispositivos de rastreo submarino, no pudo sino dar la noticia a otros dos barcos rebeldes que navegaban por la zona, el remolcador artillado «Galicia» y el bou armado «Ciriza» para que extremasen la vigilancia y ahí vio el comandante del B-6 su oportunidad.

Dispuesto a entregar el submarino al enemigo, el comandante ordenó superficie una vez pasado el peligro y permaneció así hasta que el «Galicia» y el «Ciriza» les avistaron de nuevo, momento en el que volvió a ordenar inmersión pero no sin antes sabotear la válvula del acústico. Iniciada la inmersión la tripulación observó como penetraba agua por la vela del submarino y ante el riesgo de hundirse hubieron de volver a salir a superficie donde el comandante contaba con entregar el submarino a la escuadra enemiga.

Sin embargo, la tripulación, ya había decidido que ese no sería el destino del B-6.

Con el «Galicia» disparando sus cañones a una milla por la proa y acercándose a toda máquina, el B-6 hizo su última inmersión mientras el «Galicia» le pasaba por encima lanzando cargas de profundidad. El submarino volvió inmediatamente a superficie y a 1500 metros la tripulación se aprestó a defenderse con el único cañón de cubierta del submarino.

Porque, aunque el comandante traidor siguió ordenando absurdas maniobras para que el submarino quedase a merced de los barcos adversarios, los marineros del B-6 no estaban dispuestos a que eso sucediese y, sordos a las órdenes del comandante, comenzaron a disparar frenéticamente el cañón del submarino contra los barcos adversarios. Y lo hicieron admirablemente.

Tras alcanzar varias veces al «Galicia» causándole daños y la muerte de 9 desgraciados marineros, el submarino forzó máquinas tratando de escapar pero, avisado del combate, el destructor «Velasco» comenzó a cañonear al submarino desde 5000 metros de distancia. Fue cuestión de tiempo que las salvas del Velasco alcanzasen al B6 destrozándole una de ellas la máquina, de forma que, viéndose perdidos y sin gobierno, los marineros del B6 abandonaron el barco no sin que antes el Auxiliar 2⁰ de Electricidad y el Cabo Artillero bajasen al interior del buque para abrir los grifos de fondo y hundirse con su barco: el submarino no combatiría bajo bandera rebelde.

Rescatados por el Velasco, los supervivientes del B6 fueron sometidos a un simulacro de Consejo de Guerra y ahora esperaban en el Arsenal del Ferrol su ejecución. Por eso, ahora, el Auxiliar 2⁰ de Máquinas del B-6 realizaba complejos cálculos mientras esperaba que le sacaran de la prisión para conducirlo frente al pelotón de fusilamiento en el paredón de la Punta del Martillo.

Y así se fueron sucediendo los días para los marineros del B-6, viendo salir y no volver a viejos compañeros, Maquinistas, Auxiliares de Torpedos y de Radio, Cabos de Artillería y Electricidad… y esperando que al día siguiente les tocase a ellos.

Cuando se espera la muerte no hay mucho que hacer, si acaso tratar de no volverse loco y eso era lo que hacía el Auxiliar 2⁰ de Máquinas con sus cálculos y operaciones.

Y fue por ese detalle por el que —muchos años después— los familiares del Auxiliar 2⁰ de Máquinas, supieron que el viejo marinero llevaba el práctico a bordo y esperaba la muerte.

Porque el viejo Auxiliar 2⁰ de Máquinas, el mismo que había esquivado la muerte muchos años antes en el Arsenal de El Ferrol, yacía en la cama de un hospital de Cartagena y se le oía musitar, débilmente, complejos cálculos aritméticos.

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Quizá deba dar una explicación a quienes lean esto y no sean de Cartagena. «Llevar el práctico a bordo» es en el habla de aquí —al menos en el habla de hace unos años— sinónimo de llevar la muerte encima. Una expresión del tipo «ese lleva el práctico a bordo» viene a significar algo así como «la enfermedad de ese es incurable», o «ese ya está condenado».

Y otro dato. Toda la tripulación del B-6 fue condenada a muerte salvo —obviamente— el comandante que les traicionó quien se incorporó inmediatamente al ejército rebelde. Quienes no fueron ejecutados vieron conmutada su condena por la de 30 años de prisión.

La presente historia está fundada en hechos reales aunque, creo, que suficientemente deformados en algunos detalles.

Inmigrantes

Inmigrantes

Pienso en las principales hazañas geográficas de los españoles y compruebo que, al menos las más famosas, las llevaron a cabo inmigrantes.

Cristóbal Colón, un hombre de origen desconocido —pero que a nosotros nos llegó desde el Reino de Portugal— fue el impulsor del Descubrimiento de América y otro portugués, Magallanes, fue también el impulsor de la primera circunnavegación del mundo en cuya realización perdería la vida.

Si de victorias militares se trata no cabe duda de que, entre las más conocidas, se encuentran la de Lepanto («la más alta ocasión que vieron los siglos», en palabras de Cervantes) o las gloriosas campañas de los Tercios de Flandes inmortalizadas por Velázquez en el cuadro de «Las lanzas».

Pues bien, Don Juan de Austria, el jefe supremo de la Armada en Lepanto, era un extranjero nacido en Ratisbona hijo bastardo (se decía entonces) de otros dos extranjeros: Carlos de Habsburgo y Bárbara Blomberg.

En los tercios, sin duda, uno de sus mandos más conocidos es el Capitán General de Flandes durante la «Guerra de los ochenta años» Don Ambrosio de Spínola (Ambrogio Spinola Doria. Génova 1569) un italiano vero que fue inmortalizado por Velázquez con ocasión de «La Rendición de Breda».

Pero no sólo el bien, sino también el mal, nos ha llegado de manos de extranjeros como por ejemplo Felipe de Borbón (Versalles 1700) y Carlos de Habsburgo (Karl Von Habsburg. Viena 1685) que destrozaron la nación en una guerra civil que duró catorce años y en la que ambos se movían por el «patriótico» interés de sentarse en el trono de España. Los efectos de aquella guerra aún los sentimos hoy todos los españoles.

Y, seguramente, uno de los extranjeros que mejor captó el espíritu de los españoles —sobre todo de los políticos españoles— fue el Rey italiano Amadeo de Saboya, el único rey elegido por la representación popular de los españoles y el único rey que tuvo el valor y el buen juicio de declararse incompetente para resolver unos males de España que él mismo describió certeramente en su discurso de despedida:

«Si fuesen extranjeros los enemigos (…), entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra, agravan o perpetran los males de la Nación, son españoles…»

Amadeo I. Discurso de despedida.

El año que viene se conmemorará el 150 aniversario de la dimisión de este buen monarca, de la proclamación de la I República Española y de la Revolución Cantonal (Republicana y Federal) que arrasó mi ciudad.

Veremos cuál de estas tres efemérides conmemoran esos «españoles» de que hablaba Amadeo de Saboya.

El dios de los mineros de La Unión

El dios de los mineros de La Unión

La historia que les voy a contar transcurre en el siglo II antes de Cristo en un lugar situado a unos ocho kilómetros de donde escribo ahora estas lineas, se llama la Rambla de la Boltada y está situada en la vertiente sur de uno de los lugares más altos de la Sierra Minera de Cartagena-La Unión: el Cabezo de Sancti Spiritus.

La Rambla de La Boltada es una especie de camino natural que, descendiendo hacia la Bahía de Portmán (hoy llena de estériles minerales para vergüenza y oprobio de esta Región) desde la antigüedad dio salida al mar a las producciones mineras de las minas ubicadas en ella, minas con nombres tan sugerentes como «Mercurio» o «San Ramón». Al final de la Rambla se ubicaba una construcción conocida hoy como «El Huerto del Paturro» que, ya en aquella época, fungía como industria proveedora de aperos para las explotaciones mineras. Pero volvamos a nuestra historia.

En aquel siglo II AEC la joven República Romana había arrebatado a los carthagineses toda esta zona de Hispania y ahora explotaba intensivamente las minas de plata y plomo del entorno de Carthago Nova para sufragar las múltiples guerras de expansión que mantenía.

La explotación, ciertamente, era descomunal para los parámetros de la época.

Para que se hagan una idea les diré que, hoy, el municipio de La Unión apenas si cuenta con veinte mil habitantes pero, en este momento histórico de que les hablo, más de cuarenta mil trabajadores arrancaban plata del interior de la sierra a un ritmo de veinticinco mil dracmas diarios con los que alimentar la insaciable voracidad de la hacienda de la joven república romana. Polibio, un historiador griego que visitó Carthago Nova en el año 151 AEC, señaló que el territorio minero distaba de la ciudad unos veinte estadios y se extendía a lo largo de cuatrocientos y es por él por quien conocemos las cifras que he ofrecido antes en relación con el número de trabajadores y la producción diaria.

Pueden imaginar que la mayor parte de estos cuarenta mil trabajadores eran esclavos y, a efectos de la historia que quiero contarles, nos importa saber que no todos eran iberos sino que muchos provenían del importante mercado de esclavos de la isla de Delos, en el mar Egeo, en la actual Grecia, una de las islas más pequeñas de las Cícladas pero, en aquel siglo uno de los más importantes mercados de esclavos del mediterráneo, y es por eso que, entre los nombres de personas relacionadas con las explotaciones mineras, encontramos scon frecuencia nombres sirios, griegos… y, cómo no, también iberos; nombres como Samalo o Toloco.

Pero ¿cómo sabemos que nombres como «Samalo» o «Toloco» son nombres iberos?

Para explicarles eso es preciso dirigirnos a la península Itálica, a un lugar llamado Ascoli y que nos situemos en la mañana del 17 de diciembre del año 89 AEC.

Ese día, el único cónsul que le quedaba a Roma, Cneo Pompeyo, padre de Pompeyo el Grande, el conquistador de Palestina, pasa revista a sus mejores tropas tras la importante toma de Ascoli, un momento decisivo en la llamada Guerra de los Asociados que había desangrado a la República en los años anteriores. Al frente de las tropas revistadas se encuentran dos personajes que, después, serán trascendentales para la historia de Roma: el propio hijo de Cneo Pompeyo (Pompeyo el Grande) y un, por entonces, poco conocido Lucio Sergio Catilina (sí, el de las «Catilinarias» de Cicerón)..

Tras de ellos y en estado de revista forma la mejor «Turma» (regimiento de caballería) del ejército romano: la «Turma Salluitana», un escuadrón de jinetes veteranos, rudos, valientes, leales… e iberos.

Sí, la «Turma Salluitana», como su nombre indica, había sido reclutada en Zaragoza (Salduie) unos años antes y ahora Cneo Pompeyo premiaba a estos tipos naturales de Zaragoza, Egea de los Caballeros, Lérida y otras ciudades de Hispania, concediéndoles la ciudadanía romana, justo la condición por la que peleaban contra sus aliados.

En el bronce Cneo Pompeyo mandó grabar los nombres de los integrantes de la «turma», pero no sólo sus nombres sino también los de sus padres y su lugar de nacimiento.

Gracias a este bronce sabemos por ejemplo que un tipo de Cariñena llamado «Belennes Albennes» se las había tenido muy tiesas en defensa del cónsul durante aquella guerra. Sabemos también, por ejemplo, que aunque los jinetes ilerdenses lucían nombres romanos como Cn(eo) Cornelius, sus padres llevaban nombres tan iberos como Enasagin.

Y aunque, como ven ustedes, la manía de ponerle jennifer o Jonathan a los niños ya circulaba en aquella época, la practica totalidad de los nombres, excepción hecha de estos ilerdenses, era ibera y la tabla de bronce está llena de nombres como Senibelser Adingibas, Ilurtibas Bilustivas o Estopeles Ordennas.

Seguramente ningún soldado de caballería se ha hecho un lugar en la historia tan destacado como los estos soldados de la «Turma Salluitana», pues el llamado Broce de Ascoli, redescubierto en 1908 en la propia ciudad de Ascoli, en Italia, fue la Piedra de Rosetta que utilizó el genial Manuel Gómez Moreno (Granada 1870-Madrid 1970) para descifrar el semisilabario (el alfabeto) ibero y poder desentrañarlo en parte, pues, a dia de hoy, no sabemos traducirlo, aunque sí sabemos bastantes cosas de él y una de ellas es reconocer los nombres iberos.

Dejemos aquí constancia de nuestra gratitud a los soldados de la valerosa «Turma Salluitana» y al genial Don Manuel Gómez Moreno y volvamos a La Unión, siglo II AEC, un poco antes de estos hechos que les he narrado en relación con la toma de Ascoli.

Como ya les he contado unos cuarenta mil esclavos trabajaban en las minas pero, como pueden imaginar, a su frente se encontraban capataces, encargados y en la cúspide de la pirámide social los llamados «negociatores», gentes venidas de la Península Itálica a hacer fortuna en Carthago Nova, un patrón de conducta que, durante siglos, se repetirá en la sierra minera y especialmente en lo que hoy es el municipio de La Unión.

De entre esos negotiatores os interesa una familia muy concreta, los Roscios, gentes que vemos citadas en más e treinta lingotes de plomo encontrados en el «Cabezo Rajado». En los alrededores de este cabezo se encuentran otros muchos lugares de importancia a efectos de la explotación minera, lugares como el Cabezo Ventura, el Cabezo La Atalaya, Los Beatos… lugares donde algunos arqueólogos situan la fundición de esta familia, los Roscii, en todo caso en un paraje que hoy día se conoce como «Roche».

Aclaremos: ni se me ocurre pensar ni sugerir que la etimología de este lugar (Roche) tenga su origen en los Roscii romanos, mineros y negotiatores; la etimología oficial nos dice que este paraje debe su nombre a una palabra catalana «roig» (rojo) y no seré yo quien lo discuta. Ahora bien, se non è vero, è ben trovato.

Y de entre todos esos Roscios hay uno que nos interesa más que los demás, se llamaba Marco, Marco Roscio y. cmo muchos negotiatores de la época, para dirigir sus explotaciones mineras puso en la bocamina de la mina «Mercurio» (tiene narices que aún hoy día la mina lleve el nombre de ese dios romano del comercio) a dos libertos, uno llamado Marco también y el otro no podemos leerlo bien.

Liberar esclavos para dirigir las explotaciones era una práctica habitual como también era una práctica habitual consagrar un altar a la entrada de la mina donde los pobres condenados a trabajar en su interior depositasen sus sacrificios y sus plegarias.

Esta práctica de colocar altares en las minas es tan antigua como la humanidad y a ella debemos avances culturales absolutamente increíbles. Si no me creen busquen en wikipedia «escritura protosinaítica», pues allí, en los amorosos brazos de la egipcia Diosa Hathor, la diosa con forma de vaca, aparecen los primeros signos que darán lugar a la mayor invención qu conocen los siglos: el alfabeto.

Sí, las letras que ahora escribo y con las que me comunico con usted son hijas directas de aquellos signos que los mineros de Serabit Al Jadim grabaron en los brazos y en el cuerpo de Hathor, su protectora.

No fue diferente en la bocamina de la mina «Mercurio» pues, en algún momento, los libertos de Marcus Roscius, atendiendo a la fe de los mineros, colocaron en ella un altar con la siguiente inscripción:

[…] M(arcus) ROSCIES M(arci) L(iberti)
SALAECO DEDERV(nt)

Que traducido resulta

…. y Marco Roscios, libertos de Marco, lo ofrendaron a Salaeco.

La fotografía del altar es la que ven en la fotografía y, por razones incomprensibles, el mismo se encuentra a día de hoy depositado en el museo municipal de Águilas, a casi cien kilómetros del lugar donde fue encontrado.

La presencia de un dios nuevo en la zona, de un dios específicamente protector de los mineros, de los esclavos, de aquellas terribles explotaciones es un hecho que, no sé a usted, pero a mí me conmueve.

¿Y era ese dios griego, sirio, ibero? ¿quiénes formaban esa comunidad de fieles de seleuco?

me van a permitir que eso se lo cuente otro día, por hoy ya he agotado mi tiempo libre para escribir, pero créanme que resulta interesante pensar que a diosas egipcias como Isis, o sirias como Attargattis, podamos añadir un dios que pudiera ser ibero como seleuco.

Pero de eso hablaremos otro día, ya es tiempo de cenar.

De todas partes un poco

De todas partes un poco

Los seres humanos manifestamos una perceptible inclinación hacia la «pureza» y es comprensible, percibir sabores puros (dulce, salado, amargo, umami…) es más sencillo que distinguir todos los complejos matices de un plato de alta cocina.

Sin embargo, los seres humanos somos mestizos, irremediablemente mestizos y en ese mestizaje está nuestra grandeza. Ocurre, sin embargo, que, a los imaginadores de identidades, siempre les han gustado más las identidades puras que las mestizas.

Fíjense, por ejemplo, en el caso de México. Las últimas pruebas de ADN realizadas entre la población mexicana demuestran que el 50% de sus genes son americanos mientras que algo más del 45% son europeos, el pequeño porcentaje restante corresponde a ADN de origen africano y, en mucha menor medida, a otros orígenes. Esta mezcla, curiosamente, se da incluso en las comunidades más aparentemente «indígenas» del país.

En España, recientemente, se ha descubierto que nuestro ADN por vía paterna es de origen indoeuropeo porque, en algún momento del pasado, este pueblo —cuyo idioma está en el origen de casi todas las lenguas europeas— llegó a la península y acabó con la población masculina autóctona mezclándose con la femenina.

No imagino a ningún español (aunque siempre hay una mata para un tiesto) reivindicando su pasado autóctono y tratando a esos malvados indoeuropeos como repugnantes invasores. Somos sus hijos, es la historia, no podemos ni debemos hacer nada a estas alturas.

Y si genéticamente todos los seres humanos somos mestizos, también lo somos culturalmente aunque, como en el caso de los sabores, seamos incapaces de distinguir la procedencia de cada uno de los millones de matices que componen nuestra cultura.

Hoy mientras contaba una anécdota de hace años he hablado del posible origen carthaginés del nombre de Barcelona. Ha sido una boutade.

Los rastros fenicios en la toponimia mediterránea (y recordemos que los carthagineses eran fenicios) son numerosísimos como lo son los rasgos culturales y religiosos. Me explico.

Los fenicios dieron al mundo una de las invenciones más admirables de la especie humana: el alfabeto. Mientras egipcios y mesopotámicos usaban complejos sistemas silabario-ideográficos los fenicios utilizaban un sistema sencillo de signos que representaban sonidos. El sistema era tan simple que incluso prescindían de escribir las vocales comprendiendo que la carga semántica de las palabras está en las consonantes y no en las vocales. Compruébenlo.

Si yo escribo «BRCLN» usted no tardará en entender que muy probablemente estoy refiriéndome a BaRCeLoNa; sin embargo, si escribo solo las vocales «AEOA», sospecho que usted jamás podrá estar seguro de lo que quiero decir. Es por eso que los fenicios decidieron escribir sin vocales y, a día de hoy, lenguas como el hebreo, el árabe y en general las lenguas semitas, siguen escribiendo sin vocales, aunque con el tiempo han ido incorporando signos especiales.

Esta incorporación se debe a que, cuando no conocemos el sonido de la palabra escrita, podemos entenderla pero no estamos seguros de como la pronunciamos lo que puede dar lugar a dudas; pongamos el ejemplo que me vino a la cabeza cuando pensé en Barcelona.

Al general carthaginés Amílcar le apodaban «Barca», según los textos que nos han llegado pero ello no es exactamente así. Un carthaginés sólo usaría consonantes que, transliteradas, serían «BRC». Pero ¿cómo suena BRC?.

Por los textos cananeos, fenicios, hebreos y arameos sabemos que «BRC» significa algo así como «rayo» pero en los textos antiguos encontramos esta secuencia BRC con muchas y diferentes pronunciaciones; así, por ejemplo, encontramos en la Biblia al profeta BaRuC, discípulo de Jeremías, pero BRC también se puede pronunciar BaRCa o puede dar lugar a un nombre famoso en los Estados Unidos actuales BaRaK (Obama). El alfabeto fenicio y su familia de alfabetos afines (hebreo, arameo, árabe…) era eficaz pero si las palabras no se pronunciaban podía olvidarse su significado y este es el caso del nombre de Dios cuyas consonantes conocemos perfectamente (YHWH) pero, al no pronunciarse su nombre, a día de hoy desconocemos cómo se pronuncia en realidad de forma que, poniendo las vocales de nuestra preferencia, lo mismo nos sale YaHWeH que YeHoWaH.

La falta de consonantes no sólo provoca dificultades de pronunciación sino que, a veces, genera ambigüedades. La secuencia MLK significa habitualmente «rey» y encontrarán numerosos ejemplos en la literatura antigua, por ejemplo en la Biblia en personajes como MeLKisedek, abiMeLeK, o en Fenicia con dioses como MeLKart, el cual, literalmente traducido, significa «el Rey» (MLK) «de la ciudad» (KRT). Sin embargo, al menos en torno al año 900AEC MLK (pronunciado MaLaK) significa también «caravana» de forma que si llega una MLK a Israel desde el Reino de Saba, tendremos dudas de si lo que llega es una caravan o una reina ¿me siguen?.

Estas ambigüedades las solucionaron los griegos utilizando como vocales las letras del alfabeto fenicio que no se usaban en griego y así, el alfabeto fenicio con unos cuantos retoques griegos pasó a ser el alfabeto sobre el que la mayor parte de la humanidad ha construido su cultura. Hebreos y árabes solucionaron las ambigüedades usando de pequeños signos que aclaran exactamentea pronunciación y fue así como los viejos judíos masoretas nos transmitieron los textos más cercanos al Antiguo Testamento que aún hoy usamos.

Pero los fenicios siguen aquí, si miras el nombre ze mi ciudad KRT HDST verás la secuencia KRT que significa ciudad y que ya vimos en MeLKaRT (el dios). HDST significa «nueva» y esa H de HaDaST es la que yo, por puro amor a mi ciudad y su historia, mantengo al escribir Carthago o Carthaginés.

La secuencia KRT la encontrarás en muchos lugares del Mediterráneo como también encontrarás la secuencia GDR (la «muralla», el «muro») que da nombre a la lugares como Gadir (Cádiz), Agadir, etc.

Los fenicios, los cananeos, viven entre nosotros y hasta el dios padre cananeo «El» sigue presente en los nombres que llevamos los españoles (MiguEl, RafaEl, GabriEl, Elias…) y las españolas (IsabEl, Elisa…). Ángeles, Leviathanes, infiernos y demás ideas cananeo-mesopotámicas siguen viviendo entre nosotros aunque somos incapaces de distinguirlas y es que son ya tan parte de nosotros que somos hijos de ellas.

Somos irremediablemente mestizos y si hubiésemos de señalar dónde está nuestra patria —la tierra de nuestros padres— probablemente habríamos de señalar a todas las partes del mundo.

La catedral y la concatedral de esta diócesis

La catedral y la concatedral de esta diócesis

Uno de los dos edificios que ven estas fotos es una catedral, el otro es una concatedral.

Ayer, mientras tomaba fotos en la Plaza de Belluga de Murcia, recordaba la insistencia de mi amigo Juan Francisco López Sánchez (Cartagena 1961), quien siempre que hablo de la «Catedral de Murcia» me corrige y me dice «concatedral, que no catedral», y en abono de sus tesis me aporta documentación oficial tanto de la jerarquía eclesiástica como civil. Y sí, la Catedral de esta diócesis es el segundo edificio que ven: las ruinas de una iglesia bombardeada por la aviación franquista durante la guerra civil.

A mí, de todas maneras, la concatedral de Murcia siempre me ha impresionado y su imafronte me sume siempre en reflexiones sobre lo que fue, es, sea o deba ser, esta región.

Si observan ustedes los elementos decorativos de este imafronte verán que lo que él se muestran son motivos mayoritariamente de esta región pero todos ellos ajenos a la ciudad en que se exhiben: santos cartageneros (Isidoro, Leandro, Florentina, Fulgencio…), la Cruz de Caravaca…

Cartagena, Lorca, Cehegin, Jumilla… Las ciudades de esta región existen y han convivido desde la noche de los tiempos en este trozo de tierra al que Diocleciano llamó Distrito Carthaginense, pero Murcia, la actual capital, llegó tarde, pues llegó con los árabes de forma que, al no tener ningún pasado cristiano, echó mano de los del resto de la Región para decorar la «catedral» (mi amigo Juan Francisco notará las comillas) que hoy conocemos.

La Catedral, en cambio, construida con piedras del viejo teatro romano, sede metropolitana y muchos sostienen que primada de España (hay un documento falso de la época de Gundemaro que la traslada a Toledo) hoy yace en ruinas bombardeada durante la guerra civil por los aviones de quienes decían defender la fe.

¿Comprenden que me dé por pensar?