La historia que les voy a contar transcurre en el siglo II antes de Cristo en un lugar situado a unos ocho kilómetros de donde escribo ahora estas lineas, se llama la Rambla de la Boltada y está situada en la vertiente sur de uno de los lugares más altos de la Sierra Minera de Cartagena-La Unión: el Cabezo de Sancti Spiritus.

La Rambla de La Boltada es una especie de camino natural que, descendiendo hacia la Bahía de Portmán (hoy llena de estériles minerales para vergüenza y oprobio de esta Región) desde la antigüedad dio salida al mar a las producciones mineras de las minas ubicadas en ella, minas con nombres tan sugerentes como «Mercurio» o «San Ramón». Al final de la Rambla se ubicaba una construcción conocida hoy como «El Huerto del Paturro» que, ya en aquella época, fungía como industria proveedora de aperos para las explotaciones mineras. Pero volvamos a nuestra historia.

En aquel siglo II AEC la joven República Romana había arrebatado a los carthagineses toda esta zona de Hispania y ahora explotaba intensivamente las minas de plata y plomo del entorno de Carthago Nova para sufragar las múltiples guerras de expansión que mantenía.

La explotación, ciertamente, era descomunal para los parámetros de la época.

Para que se hagan una idea les diré que, hoy, el municipio de La Unión apenas si cuenta con veinte mil habitantes pero, en este momento histórico de que les hablo, más de cuarenta mil trabajadores arrancaban plata del interior de la sierra a un ritmo de veinticinco mil dracmas diarios con los que alimentar la insaciable voracidad de la hacienda de la joven república romana. Polibio, un historiador griego que visitó Carthago Nova en el año 151 AEC, señaló que el territorio minero distaba de la ciudad unos veinte estadios y se extendía a lo largo de cuatrocientos y es por él por quien conocemos las cifras que he ofrecido antes en relación con el número de trabajadores y la producción diaria.

Pueden imaginar que la mayor parte de estos cuarenta mil trabajadores eran esclavos y, a efectos de la historia que quiero contarles, nos importa saber que no todos eran iberos sino que muchos provenían del importante mercado de esclavos de la isla de Delos, en el mar Egeo, en la actual Grecia, una de las islas más pequeñas de las Cícladas pero, en aquel siglo uno de los más importantes mercados de esclavos del mediterráneo, y es por eso que, entre los nombres de personas relacionadas con las explotaciones mineras, encontramos scon frecuencia nombres sirios, griegos… y, cómo no, también iberos; nombres como Samalo o Toloco.

Pero ¿cómo sabemos que nombres como «Samalo» o «Toloco» son nombres iberos?

Para explicarles eso es preciso dirigirnos a la península Itálica, a un lugar llamado Ascoli y que nos situemos en la mañana del 17 de diciembre del año 89 AEC.

Ese día, el único cónsul que le quedaba a Roma, Cneo Pompeyo, padre de Pompeyo el Grande, el conquistador de Palestina, pasa revista a sus mejores tropas tras la importante toma de Ascoli, un momento decisivo en la llamada Guerra de los Asociados que había desangrado a la República en los años anteriores. Al frente de las tropas revistadas se encuentran dos personajes que, después, serán trascendentales para la historia de Roma: el propio hijo de Cneo Pompeyo (Pompeyo el Grande) y un, por entonces, poco conocido Lucio Sergio Catilina (sí, el de las «Catilinarias» de Cicerón)..

Tras de ellos y en estado de revista forma la mejor «Turma» (regimiento de caballería) del ejército romano: la «Turma Salluitana», un escuadrón de jinetes veteranos, rudos, valientes, leales… e iberos.

Sí, la «Turma Salluitana», como su nombre indica, había sido reclutada en Zaragoza (Salduie) unos años antes y ahora Cneo Pompeyo premiaba a estos tipos naturales de Zaragoza, Egea de los Caballeros, Lérida y otras ciudades de Hispania, concediéndoles la ciudadanía romana, justo la condición por la que peleaban contra sus aliados.

En el bronce Cneo Pompeyo mandó grabar los nombres de los integrantes de la «turma», pero no sólo sus nombres sino también los de sus padres y su lugar de nacimiento.

Gracias a este bronce sabemos por ejemplo que un tipo de Cariñena llamado «Belennes Albennes» se las había tenido muy tiesas en defensa del cónsul durante aquella guerra. Sabemos también, por ejemplo, que aunque los jinetes ilerdenses lucían nombres romanos como Cn(eo) Cornelius, sus padres llevaban nombres tan iberos como Enasagin.

Y aunque, como ven ustedes, la manía de ponerle jennifer o Jonathan a los niños ya circulaba en aquella época, la practica totalidad de los nombres, excepción hecha de estos ilerdenses, era ibera y la tabla de bronce está llena de nombres como Senibelser Adingibas, Ilurtibas Bilustivas o Estopeles Ordennas.

Seguramente ningún soldado de caballería se ha hecho un lugar en la historia tan destacado como los estos soldados de la «Turma Salluitana», pues el llamado Broce de Ascoli, redescubierto en 1908 en la propia ciudad de Ascoli, en Italia, fue la Piedra de Rosetta que utilizó el genial Manuel Gómez Moreno (Granada 1870-Madrid 1970) para descifrar el semisilabario (el alfabeto) ibero y poder desentrañarlo en parte, pues, a dia de hoy, no sabemos traducirlo, aunque sí sabemos bastantes cosas de él y una de ellas es reconocer los nombres iberos.

Dejemos aquí constancia de nuestra gratitud a los soldados de la valerosa «Turma Salluitana» y al genial Don Manuel Gómez Moreno y volvamos a La Unión, siglo II AEC, un poco antes de estos hechos que les he narrado en relación con la toma de Ascoli.

Como ya les he contado unos cuarenta mil esclavos trabajaban en las minas pero, como pueden imaginar, a su frente se encontraban capataces, encargados y en la cúspide de la pirámide social los llamados «negociatores», gentes venidas de la Península Itálica a hacer fortuna en Carthago Nova, un patrón de conducta que, durante siglos, se repetirá en la sierra minera y especialmente en lo que hoy es el municipio de La Unión.

De entre esos negotiatores os interesa una familia muy concreta, los Roscios, gentes que vemos citadas en más e treinta lingotes de plomo encontrados en el «Cabezo Rajado». En los alrededores de este cabezo se encuentran otros muchos lugares de importancia a efectos de la explotación minera, lugares como el Cabezo Ventura, el Cabezo La Atalaya, Los Beatos… lugares donde algunos arqueólogos situan la fundición de esta familia, los Roscii, en todo caso en un paraje que hoy día se conoce como «Roche».

Aclaremos: ni se me ocurre pensar ni sugerir que la etimología de este lugar (Roche) tenga su origen en los Roscii romanos, mineros y negotiatores; la etimología oficial nos dice que este paraje debe su nombre a una palabra catalana «roig» (rojo) y no seré yo quien lo discuta. Ahora bien, se non è vero, è ben trovato.

Y de entre todos esos Roscios hay uno que nos interesa más que los demás, se llamaba Marco, Marco Roscio y. cmo muchos negotiatores de la época, para dirigir sus explotaciones mineras puso en la bocamina de la mina «Mercurio» (tiene narices que aún hoy día la mina lleve el nombre de ese dios romano del comercio) a dos libertos, uno llamado Marco también y el otro no podemos leerlo bien.

Liberar esclavos para dirigir las explotaciones era una práctica habitual como también era una práctica habitual consagrar un altar a la entrada de la mina donde los pobres condenados a trabajar en su interior depositasen sus sacrificios y sus plegarias.

Esta práctica de colocar altares en las minas es tan antigua como la humanidad y a ella debemos avances culturales absolutamente increíbles. Si no me creen busquen en wikipedia «escritura protosinaítica», pues allí, en los amorosos brazos de la egipcia Diosa Hathor, la diosa con forma de vaca, aparecen los primeros signos que darán lugar a la mayor invención qu conocen los siglos: el alfabeto.

Sí, las letras que ahora escribo y con las que me comunico con usted son hijas directas de aquellos signos que los mineros de Serabit Al Jadim grabaron en los brazos y en el cuerpo de Hathor, su protectora.

No fue diferente en la bocamina de la mina «Mercurio» pues, en algún momento, los libertos de Marcus Roscius, atendiendo a la fe de los mineros, colocaron en ella un altar con la siguiente inscripción:

[…] M(arcus) ROSCIES M(arci) L(iberti)
SALAECO DEDERV(nt)

Que traducido resulta

…. y Marco Roscios, libertos de Marco, lo ofrendaron a Salaeco.

La fotografía del altar es la que ven en la fotografía y, por razones incomprensibles, el mismo se encuentra a día de hoy depositado en el museo municipal de Águilas, a casi cien kilómetros del lugar donde fue encontrado.

La presencia de un dios nuevo en la zona, de un dios específicamente protector de los mineros, de los esclavos, de aquellas terribles explotaciones es un hecho que, no sé a usted, pero a mí me conmueve.

¿Y era ese dios griego, sirio, ibero? ¿quiénes formaban esa comunidad de fieles de seleuco?

me van a permitir que eso se lo cuente otro día, por hoy ya he agotado mi tiempo libre para escribir, pero créanme que resulta interesante pensar que a diosas egipcias como Isis, o sirias como Attargattis, podamos añadir un dios que pudiera ser ibero como seleuco.

Pero de eso hablaremos otro día, ya es tiempo de cenar.

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