Un chato de vino

Un chato de vino

Los romanos medían los volúmenes de forma harto complicada: su mayor medida de capacidad era el cuadrantal (un ánfora) correspondiente a 26,6 litros actuales; el ánfora tenía dos urnas y cada urna cuantro congi; cada congus tenía seis sextarios y cada sextario dos héminas o cuatro cuartarios y cada cuartario tres «cyathi», lo que equivale a 45,6 cm³ de la actualidad.

Y es precisamente este cyathi la medida que a mí me interesa y de la que yo vengo a hablarles.

Porque según nos cuenta Marcial en sus Epigramas el cyathus era la medida de bebida corriente para los romanos; es decir, que si un ciudadano romano se acercaba a un thermopolium a echar un ratico lo normal es que se pidiera un cyathus de vino y en este punto debo repcrdar que el latín es un idioma flexivo donde los sustantivos se declinan según la función que desempeñan en la frase, de forma que debo indicar que cyathi es el plural de ciathus.

Así pues cuando el romano se pedía una sola bebida pedía «un cyathus de vino», por ejemplo, lo cual no deja de sorprender cuando uno es español y al acercarse a una taberna se pide «un chato de vino».

Y sí, aunque la RAE diga que «chato» proviene del latín «platus» (llano), esto está puesto en cuestión por etimólogos notables (Enrique Otón, José Sánchez Real) que afirman que «platus» es válido para los chatos de nariz pero que «chato», en el caso del vino, proviene de la antigua medida romana de capacidad usada para pedir un trago de bebida: el cyathus.

Y yo ¿qué puedo hacer si soy un hispanorromano cultural? Pues haré como Marcial o como Horacio o Virgilio y me aplicaré un «cyathus» de vino y unos altramuces (del ár. hisp. _attarmús,_ este del ár. clás. _turmus,_ y este del gr. θέρμος _thérmos._) y ya otro día les hablaré del por qué al altramuz le llaman chocho.

Gazpacho de jeringuilla

Gazpacho de jeringuilla

Mi amiga Ana Maria Acero Velasco  me ilustra sobre las suertes del gazpacho y me dice en un comentario a un post anterior mío que, a este gazpacho al que yo llamo cartagenero mi amiga Damiana unionense y el resto de la región como mejor le pete, es conocido en España como «gazpacho de jeringuilla».

El nombre me horripila, pero lo compruebo y efectivamente es así. La propia Wikipedia recoge la receta de este gazpacho bajo el nombre de gazpacho de jeringuilla e incluso el propio Kisco García «chef» de Almodóvar del Río donde regenta un restaurante con una estrella Michelín, compruebo que recomendó ya en el año 2020 el gazpacho de jeringuilla como una de las delicatessen de las que no debería privarse ningún español llegado el verano.

Mucho más aún, el mismísimo Ateneo de Córdoba (un lugar donde ciertamente se entiende de gazpachos) nos ofrece una receta oficial del gazpacho de jeringuilla con, según sus señorías, exclusivamente de agua sal vinagre, aceite y pepino.

Tengo para mí que la omisión del orégano por los ateneistas es grave pecado pues le resta a este gazpacho de jeringuilla uno de sus mayores atractivos aromáticos y yo diría que incluso refrescantes.

No he logrado encontrar. el porqué de un nombre tan feo para una preparación culinaria tan sofisticada y si me lo permiten les recordaré de nuevo que esta mezcla de agua, sal y vinagre es la que, desde la noche de los tiempos, se ha venido utilizando por los agricultores de todo el mundo para hidratarse cual si de un isotónico avant la lettre se tratase.

Así nos lo cuenta la Biblia en el libro de Rut y así sabemos que se hidrataban los legionarios romanos. Fue esta mezcla de agua y vinagre la que —ya lo conté ayer— le ofrecieron al propio Cristo para calmar su sed en el madero.

Hijo de la posca este gazpacho de jeringuilla me ha hecho feliz muchas veces veranos. Y espero que lo siga haciendo en el futuro. Pero sobre todo lo que más me gusta es que con los comentarios de mis followers siempre aprendo algo nuevo, siempre me dan una idea nueva y hacen de mí una mejor persona.

Gracias followers, vamos a atacar este gazpacho.

Mazamorra, dips y toppings

Mazamorra, dips y toppings

Hoy para comer me he preparado un cuenco de mazamorra, ese protogazpacho con resabios de sinagoga que ocupó los paladares andaluces antes de que el tomate hiciese su aparición en el siglo XVI.

Al servírmelo he pensado en comerlo con unas regañás y ponerle por lo alto las aceitunas negras y el huevo duro que se ven en la fotografía y es ahí donde me ha asaltado la duda: ¿cómo explicar todo esto a un chaval que aún no está en la veintena? Y se me ha venido a la mente la imagen de una camarera o camarero de franquicia explicando al chaval: «La mazamorra es una especie de dip al que puedes colocarle los toppings que tú elijas, ya sean olivas, jamón, huevo, almendras laminadas…»

Y me he quedado pensando en cómo un producto con tanta historia detrás como la mazamorra (otro día se la cuento) puede ser desintegrado por una cultura de franquicias sin alma.

Maimónides se revolvería en su tumba si se enterase.

El moje ¿Murciano o Manchego?

El moje ¿Murciano o Manchego?

«Res ipsa loquitur», decían los romanos, las cosas hablan por sí mismas, decimos nosotros y justamente eso he sentido yo este mediodía cuando el camarero me ha traído el plato de mojete murciano que ven en la foto.

Mojete Murciano, Moje, Moje Manchego, ensalada murciana, todos estos nombres designan una y la misma cosa (vid. wikipedia) una preparación hecha a base de tomate partido a trozos pequeños (con o sin piel), cebolla finamente picada (preferiblemene cebolleta), olivas negras o de cuquillo, huevo duro, aceite de oliva virgen y atún de lata (no bonito). Se puede sustituir el atún por bacalao un poco asado y troceado o por capellán troceado y, según la experiencia por mí acumulada en los últimos 63 años, este moje es más común realizado con tomate de bote pelado o escaldado. Yo no recuerdo que me lo hayan servido jamás con tomate natural en ninguna casa de comidas.

Y es que, como les dije, «res ipsa loquitur», las cosas hablan por sí mismas y por más que los murcianos llamen «mojete murciano» y los albaceteños «moje manchego» a este plato es lo cierto que se trata de la misma cosa, al igual que hasta hace apenas 42 años Murcia y Albacete formaban parte de una única y la misma región.

Sin embargo en 1982 Albacete decidió separarse de Murcia e iniciar su camino por separado, todo un siglo XIX de reticencias al centralismo murciano (un día les hablaré de la estancia de la Audiencia Territorial de Albacete en Cartagena) y una cierta doble identidad llevaron a Albacete a abandonar a un antiguo vecino y cambiarlo por otro más prometedor. De ser la tercera ciudad de la Región de Murcia por población (la superan Murcia y Cartagena), Albacete pasó a ser la ciudad más poblada de Castilla-La Mancha, había que elegir: o cola de gato o cabeza de ratón. Y eligieron.

Yo, que soy de Cartagena, disfruto de este plato como de un plato exótico y tanto me da si en la carta reza que el moje es manchego o resulta ser murciano el mojete.

Sólo pienso que, con tantas cosas como nos unen, es penoso que la caterva de políticos que tenemos en la región hagan que muchos cartageneros envidien a los albaceteños y su exitosa salida de naja.

Siempre nos quedará el mojete. (O el moje).

Pablo, Abraham y las morcillas

Pablo, Abraham y las morcillas

Me ocurrió anteayer y, tal y como el lector avisado puede ver en la imagen siguiente, estaba a punto de producirse un hecho terrible.

Llegada la hora de la colación meridiana (fíjense qué finústicamente les he dicho que era la hora de la comida) me bajé a una bodega cercana y el camarero, conociendo mis gustos, junto con las imprescindibles patatas al ajo cabañil me convidó a probar el plato de sangre que están ustedes viendo.

Tal no hiciera.

Yo sé que a alguno de ustedes, incluso sin ser vegano o vegetariano, la costumbre de comer sangre les parecerá un hábito bárbaro pero no fue eso lo que me detuvo antes de meter mano al plato sino el recuerdo de que nada parecía molestar más a Yahweh, el dios del Antiguo Testamento, que esa inclinación de los humanos a comer sangre y fue por ello que lo prohibió inequívocamente y con anuncio de terribles castigos.

Les transcribo lo que ordena Yahweh dios en el Levítico (uno de los libros que se leen en misa como «palabrq de dios») capítulo 17, versículos del 10 al 14.

«10 Si cualquier varón de la casa de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, comiere alguna sangre, yo pondré mi rostro contra la persona que comiere sangre, y la cortaré de entre su pueblo. 11 Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona. 12 Por tanto, he dicho a los hijos de Israel: Ninguna persona de vosotros comerá sangre, ni el extranjero que mora entre vosotros comerá sangre. 13 Y cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que moran entre ellos, que cazare animal o ave que sea de comer, derramará su sangre y la cubrirá con tierra.

14 Porque la vida de toda carne es su sangre; por tanto, he dicho a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne, porque la vida de toda carne es su sangre; cualquiera que la comiere será cortado.»

La cosa, pues está clara: de sangre nada y es de esta prohibición de la que surge la controvertida práctica de los Testigos de Jehová de no aceptar transfusiones de sangre que reputan un acto similar a comerla.

Pero entonces, si la cosa está tan clara ¿por qué los católicos romanos y ortodoxos junto con otros grupos cristianos sí comen sangre?

La explicación, larga para escribirla a la hora de la siesta y atenazado por los sopores de la torrija postprandial no fui capaz de escribirla pero, advertí, de que si  a alguien le interesaba la expmicación se lo contaría al día siguiente y como fueron varios los que demandaron la explicsción pues…

(Dos días después)

Anteayer les dejé con la intriga de por qué siendo clara y explícita la prohibición de comer sangre que se contiene tanto en el Levítico como en el Deuteronomio los católicos y otras confesiones cristianas —a diferencia de los Testigos de Jehová— sí comen sangre y no la consideran un alimento prohibido.

Para explicarles el porqué de esta diferencia no me queda más remedio que sumergirme en episodios tan escabrosos como bíblicos contenidos en el Génesis y espero que ustedes me sabrán disculpar pues, necesariamente, creo que hoy vamos a tener que hablar de —con perdón— prepucios.

Y si espero que me sepan disculpar es porque no encuentro mejor manera para explicarles el porqué de determinadas prohibiciones y costumbres judías que el empezar por el principio y para ello nada mejor que remontarme hasta su primer patriarca, Abraham.

Supongo que, como conocen ustedes, Yahweh Dios alcanzó un pacto con el patriarca Abraham en virtud del cual el propio Yahweh le haría, entre otras cosas, padre de una descendencia numerosa «como las arenas de la playa y como las estrellas del cielo».

Lo malo es que, para cuando Yahweh alcanzó el pacto con Abraham, este ya había cumplido los 99 años y su mujer andaba también cerca de los 100 con lo cual, la posibilidad de tener descendencia se le aparecía al bueno de Abraham como muy dificultosa.

Sin embargo, Yahweh insistió y, finalmente, alcanzó un pacto con Abraham que, para no relatárselo yo, mejor se lo copio del libro del Génesis capítulo 17. Como verán este pacto no tiene desperdicio… O sí, pero mejor no entremos en honduras y copiemos el texto de Génesis capítulo 17 versículos 9-14.

«Dios también dijo a Abraham:

—Cumple con mi pacto, tú y toda tu descendencia, por todas las generaciones. 10 Y este es el pacto que establezco contigo y con tu descendencia, el cual todos deberán cumplir: Todos los varones entre ustedes deberán ser circuncidados. 11 Circuncidarán la carne de su prepucio; esa será la señal del pacto entre nosotros. 12 Todos los varones de cada generación deberán ser circuncidados a los ocho días de nacidos, tanto los niños nacidos en casa como los que hayan sido comprados por dinero a un extranjero y que, por lo tanto, no sean de la estirpe de ustedes. 13 Todos sin excepción, tanto el nacido en casa como el que haya sido comprado por dinero, deberán ser circuncidados. De esta manera mi pacto quedará como una marca indeleble en la carne de ustedes, como un pacto eterno. 14 Pero el varón incircunciso, al que no se le haya cortado la carne del prepucio, será eliminado de su pueblo por quebrantar mi pacto.»

Ni que decir tiene que Abraham cumplió el pacto y a sus 99 años, sin hospital, ni bisturí, ni desinfectante ni nada de nada fue circuncidado. No sé a ustedes lo que les parece el asunto, a mí me horripila, imaginar a un pobre viejo tajando su carne y sangrando a campo abierto a los 99 años me da escalofríos.

A esta obligación de circuncidarse se fueron añadiendo posteriormente otras muchas obligaciones como la prohibición de comer cerdo o la prohibición de mezclar carne con leche, lo que hace que, aún hoy día, para un judío practicante pedirse un cheeseburger constituya un pecado nefando.

Es pertinente señalar que, para cuando Jesús de Nazaret predicó su doctrina, toda una serie de normas relacionadas con la circuncisión, la comida y otros aspectos de la vida, gobernaban las conductas de los judíos practicantes y ahí surgió el problema.

El problema nos llegó con Pablo de Tarso, un judío que había estudiado con el rabino Gamaliel y conocía bien las escrituras. Para Pablo había una promesa en el Antiguo Testamento que Yahweh había hecho a Abraham y que era necesario que se cumpliese con carácter previo a la anunciada venida del reino de los cielos y esta promesa no era otra que aquella de que «lo haría padre de muchas naciones», cosa que no parecía haberse cumplido en tiempos de Jesús pues Abraham, patriarca, parecía serlo solo del pueblo judío.

El problema era que, para hacer a Abraham padre de muchas naciones, sería preciso que gente de otras naciones se convirtiese al cristianismo que era, para la época en que Pablo predicaba, no más que una secta del judaísmo.

¿Y cuál era el problema para quienes querían convertirse al judaísmo? Pues era exactamente el mismo que para Abraham, puesto que, conforme al precepto que les he transcrito, cualquier varón que quisiera convertirse al judaísmo tendría que circuncidarse, y no todo el mundo tenía para la época de Pablo el mismo valor que demostró Abraham al circuncidarse con 99 años.

Para la época de Pablo circuncidarse a los 30 a los 40 o a los 50 suponía un riesgo evidente para la vida del que lo hiciera y por tanto dificultaba sobremanera el que nuevas naciones pudiesen incorporarse a la religión judía y creo que esto es sencillo de comprender.

Es bueno señalar que el propio Jesús de Nazaret nunca fue cristiano pues la religión cristiana (hasta en el nombre), es posterior a su muerte. Jesús de Nazaret solo trató de ser un buen judío pero, en la tarea de Pablo de Tarso de convertir a quienes no lo eran, este problema de la circuncisión, de la comida, de las costumbres y prohibiciones que afectaban al pueblo judío, era un problema verdaderamente serio porque dificultaba sobremanera su labor predicadora, así que Pablo tiró por la calle de en medio y comenzó a dejar de lado todas aquellas normas judías sobre circuncisiones y comidas.

Esto, naturalmente, provocó un cabreo monumental entre los cristianos de Jerusalén que, a diferencia de Pablo que no conoció a Jesús, en muchos casos sí le habían conocido, eran familia suya (Santiago) o incluso habían sido elegidos apóstoles por el propio Jesús, como en el caso de Pedro.

La bronca entre Pablo y Pedro, por ejemplo, fue monumental y se conoce como «el incidente de Antioquía».

En síntesis la pelotera se formó porque Pedro, residente a la sazón junto con Pablo en Antioquía, mientras estuvieron solos y sin compañía de ningún judío de Jerusalén, no tenía problemas en comer con los gentiles pero, tal y como cuenta Pablo en su epístola a los Gálatas:

«Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar. Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos».

Seamos claros, para cuando nació Jesús Judea, Galilea y todo Canaán eran territorios fuertemente helenizados, una cultura para la cual las prácticas judías eran consideradas, sobre todo la circuncisión, repulsivas. Como pueden imaginar la expansión del cristianismo en un mundo helenizado, de no renunciar a este tipo de prácticas, era virtualmente imposible.

Fue por eso que Pablo, empeñado en propagar el cristianismo (¿o quizá mejor el judaísmo?) entre las gentes no judías, acabó dirigiéndose a Jerusalén tras reunir una sustanciosa donación para discutir el tema con los cristianos patanegra que allí estaban y a cuyo frente figuraba Santiago (Jacobo) «el hermano de Jesús».

Les ahorro el follón que se montó, el resultado de las disputas concluyó con la decisión de Santiago (Jacobo) de no exigir la circuncisión de los gentiles convertidos.

Este mismo debate, probablemente de manera independiente, apareció por la misma época entre los rabinos según consta en el Talmud. Esto dio lugar a la «doctrina de las Siete Leyes de Noé» (previas a Moisés, a Abraham y al resto de regulaciones), para ser seguidas por los gentiles y fue así como se llegó a la determinación de que «los gentiles no pueden ser enseñados en la Torá». En el siglo XVIII el rabino Jacob Emden era de la opinión que el objetivo original de Jesús, y especialmente Pablo, solamente fue convertir a los gentiles a las Siete Leyes de Noé, mientras que permitían a los judíos seguir la completa Ley Mosaica.

Pablo, pues, con su posición de que los gentiles no necesitaban ser circuncidados ni observar las leyes dietéticas, nos abrió la puerta al consumo de sangre encebollada y todo tipo de morcillas, acción esta que, por desconocimiento e ignorancia supina de la caterva de herejes que forman nuestra sociedad, no somos capaces de agradecerle como se merece.

El tema da para mucho más pero creo que, con esto que les he contado, ya pueden ustedes gobernarse con toda tranquilidad unas buenas ristras de morcillas de esta tierra o, si quieren probar algo más exótico, algunas de esas descomunales («magnum») que produce la casa Ríos en las Merindades de Burgos.

Y supongo que, tras todo esto, entenderán que esta mañana haya buscado un lugar donde, además de la sempiterna media tostada de aceite, me sirviesen una morcilla para desayunar.

Todo sea por honrar a Pablo y sus trajines.

Las ñoras, el caldero y los procesos irreversibles

Las ñoras, el caldero y los procesos irreversibles

Ayer, mientras comía caldero con unos compañeros abogados, la idea del paso del tiempo volvió a asediarme.

Para cualquier ser humano la existencia del tiempo es evidente y, si alguna vez dudamos de ella, las arrugas de nuestro rostro y las muertes de nuestros seres queridos se encargan de recordarnos que el paso del tiempo es real, muy real.

Sin embargo para los científicos la naturaleza del tiempo no es clara en absoluto.

Es muy famosa la carta que Einstein dirigió a la viuda de su gran amigo Michele Besso y en la que dejaba clara cuál era la concepción einsteiniana del tiempo. La carta, en su párrafo esencial, decía así:

Ahora resulta que se me ha adelantado un poco en despedirse de este mundo extraño. Esto no significa nada. Para nosotros, físicos creyentes, la distinción entre el pasado, el presente y el futuro no es más que una ilusión, aunque se trate de una ilusión tenaz.

Sí, el tiempo para Einstein era solo una ilusión. No mucho más real era el tiempo para Newton pues este no pasaba de ser una magnitud más en su universo determinista, un universo que podía moverse adelante o atrás como un mecanismo de relojería y donde, aparentemente, pasado, presente y futuro estaba escritos. Conociendo las leyes de gravitación podíamos fijar la posición de un planeta en el pasado y en el futuro, el tiempo era, pues, solo una variable.

De hecho el tiempo tampoco estuvo claro nunca para los viejos filósofos griegos. Para Aristóteles el tiempo era el estudio del movimiento pero desde la perspectiva del «antes» y el «después»; lo malo es que, Aristóteles, nunca supo explicar de dónde venía esa perspectiva llegando a especular que pudiera producirla el alma.

No existe «antes» ni «después» si no existen procesos irreversibles. Si, como en el universo de Newton, podemos hacer andar los procesos hacia adelante o hacia atrás, el tiempo, ciertamente, no será sino una ilusión. Sólo la existencia de procesos irreversibles, procesos que impidan la vuelta atrás, permitirá obtener una flecha del tiempo que señale la dirección de su avance inexorable, un avance que, siendo evidente e intuitivo para los seres humanos, no es en absoluto evidente para la ciencia ni para los mejores científicos como Einstein.

En este punto siempre me han interesado las inspiradoras tesis del premio nobel de química Ilya Prigogine (1917-2003) acerca de los procesos irreversibles (unos procesos fascinantes de los que les hablaré otro día) y su papel en esta «ilusión» del tiempo einsteiniano.

Para Ilya Prigogine el universo es una realidad en «evolución irreversible» y en eso andaba yo pensando cuando el cocinero del bar «El Palacio» en San Javier me invitó a pasar a la cocina para ver cómo marchaba la preparación del caldero que nos íbamos a comer.

La epifanía tuvo lugar cuando me enseñó unas ñoras, componente indispensable de la receta de un buen caldero y fue ahí donde se me juntaron las ideas del tiempo, Ilya Prigogine, mi amiga Claudia, Colombia, el Perú y el sursum corda.

Hoy, piensen ustedes lo que piensen que sea lo más españolísimo español de España, estarán pensando en un fenómeno mestizo y no sólo mestizo sino «ireversiblemente» mestizo.

Para un buen caldero es preciso el uso de una clase de pimientos secos llamados «ñoras», pimientos que —mal que pese en vecina provincia de Alicante— toman su nombre de un pueblo de la Diócesis de Cartagena llamado «La Ñora». Junto a este pueblo hay un monasterio construido por los frailes Jerónimos que fueron quienes introdujeron el cultivo del pimentón en La Ñora. A estos frailes, a su vez, les habían mandado las semillas los frailes Jerónimos de un monasterio de Extremadura quienes, por su parte, las habían recibido de América. Porque en América no había pimienta pero, oíganme, había unas plantas que picaban tanto o más que la pimienta y que por eso recibieron en España el nombre de «pimentón».

Así pues América está ínsita en el ADN del plato más característico de la costa de la Diócesis Cartaginense, del mismo modo que la fabada asturiana —santo y seña de las esencias asturianas— debe su existencia y nombre a las fabes que ¡oh casualidad! son también americanas. Hoy ya nada es pensable en España sin su ADN americano y ese es un proceso irreversible. Ya no es posible la fabada sin fabes, el caldero sin ñoras, el castellano sin Sor Juana Inés o el Inca Garcilaso ni México sin la Virgen de Guadalupe.

Y le andaba yo dando vueltas a esto mientras pensaba en todos esos locos que desde hace un siglo andan buscando purezas de sangres, de extirpar la sangre semítica de la aria o de separar el producto de razas que se amaron a la busca de restaurar purezas indígenas o europeas. Hoy, racial, cultural, genética y hasta meméticamente, todos esos a los que los rubios gobernantes del norte del Río Grande llaman «hispanos» forman uno de esos «procesos irreversibles» de que hablaba Ilya Prigogine, uno de esos procesos que hacen que el tiempo no pueda volver atrás y que hacen de nosotros, como del universo, una realidad en «evolución irreversible».

Y andaba yo pensando en estas cosas mientras miraba las ñoras que me enseñaba el cocinero cuando mis compañeros me dieron unas voces diciendo que el vino ya estaba en la mesa.

Y tuve que irme hacia la mesa de forma irreversible.

El tiempo, la ñora y el caldero

Agradecer es necesario

Agradecer es necesario

Agradecer es una acción fundamental para poder disfrutar de una psique equilibrada. Son muchas las cosas buenas que nos ocurren a lo largo del día y en las que preferimos no reparar para concentrarnos en aquellas que nos salen mal, el camino a la infelicidad o la depresión queda entonces abierto.

Sin embargo, si cada mañana al despertarnos tomamos conciencia de que aún estamos vivos —cosa que nadie nos garantiza— sentiremos que somos unos tipos con suerte y acumularemos una razón para estar contentos.

Las religiones, todas, dentro de su caja de herramientas de tecnologías espirituales, siempre han incluído la obligación de agradecer (cada una a su Dios naturalmente) por este tipo de cosas y hasta han establecido oraciones específicas a la hora de levantarnos o acostarnos que fuercen al creyente a tomar conciencia de que tienen cosas que agradecer.

A mí, ese pequeño milagro, me sucede todos los días a la hora de la comida cuando veo que, nuevamente, tengo un plato frente a mí con qué alimentarme.

Hoy no es de esos días en que los garbanzos me han quedado bien pero comeré y me alimentaré y eso no es poco, de forma que, aunque no pueda agradecer a ningún dios en concreto este milagro, sí que tengo una sólida razón más para estar alegre y sentir que, en el fondo, aún no me ha abandonado la suerte.

Y sí, cuando te despiertes por las mañanas, o a la hora de comer, o al acostarte o cada vez que te suceda algo bueno que nunca debes dar por garantizado, agradécelo a tu dios —si lo tienes— o a la fortuna que te permite aún seguir aquí disfrutando de este juego al que llamamos vida.

Hoy no me ha quedado bien el guiso, pero no seré yo quien se queje, hay garbanzos, pan y vino y eso, créanme, en el fondo es una fiesta.

¡Ah! Y de postre melón.

Los géneros prohibidos

Los géneros prohibidos

Yo soy el consumidor
de los géneros prohibidos:
a mí me gusta el acohol
y también los embutidos.

Me gusta comer mondongo,
en la salsa mojar pan…
y embadurnar las tostadas
con manteca colorá.

Me caen bien las histaminas,
no soy alérgico al gluten,
yo puedo comer de tó
y, además, comer dabuten.

No sigo dietas veganas
yo no soy vegetariano
y le pongo su jamón
al gazpachito en verano.

Qué esaborías las judías
qué dolor la coliflor
qué tormentos los pimientos
qué tristeza el nabicol.

Por eso, si un día me llevan
camino de la necrópolis,
no será por un empacho
de tofu, lechuga ni brócolis.

Pues soy el consumidor
de los géneros prohibidos
y no me gusta el sabor
a los Estados Unidos.

Me gustan los entremeses
de los buenos dramaturgos
la poesía de contrabando
y las morcillas de Burgos.

Las canciones con mensaje
las novelas con historia
las caras sin maquillaje
y los torreznos de Soria.

Pues soy el consumidor
de los géneros prohibidos
de las historias de amor
y los paraísos perdidos.

Manducando por soleares

Manducando por soleares

Tengo la mala costumbre de vivir solo, de dormir solo, de hablar solo… pero sobre todo tengo la mala costumbre de comer solo, lo cual es una acción, sin duda, contranatura.

Comer en latín se decía «edere» (de ahí por ejemplo la expresión inglesa «edible», «comestible») raíz a la que, según el lexicógrafo español Sebastián de Covarrubias (1539-1613) la sabiduría hispana había añadido la raíz indoeuropea «kom-» que significa «junto, cerca de…» y que nos ha dado palabras como compañero, compasión o comunicación, pero también comunismo.

Si los españoles decimos «comer» (del latín com-edere) es según Covarrubias para que no olvidemos que no se debe comer nunca solo y que conviene siempre compartir el pan (cum-panis) con alguien que, por eso motivo, llamamos com-pañero o com-pañera.

Eso está bien, pero no tanto. Yo, como los flamencos rancios, como de la misma forma que ellos cantan por soleá: solos. «Canto pa Dios y pa mí» dicen que decía Silverio y yo, que no quiero enmendarle la plana, disfruto embaulando ternera por soleares, que también es un arte.

Y, mientras pienso estas cosas, reparo en el ingenio de los camareros de mi figón de cabecera a la hora de tapar la frasca de vino donde, acorde con la evolución de los materiales y las técnicas, han sustituido el corcho por un novedoso diseño de papel de aluminio denominado «gurullo» que funge como la corteza del mejor alcornoque de Extremadura.

Unos fieras.

Zurrapa

Zurrapa

«Zurrapa» es una palabra que asusta y es normal pues, cualquier palabra que empieza por «zurra» acojona. Parece adecuada para formar adjetivos despectivos como «zurrapiento» o «zurrapienta» y, en general, para formar parte del nombre de algo malo.

Pero no es el caso.

Zurrapa es el poso natural que queda en algunos líquidos de forma que, con toda propiedad, podemos censurar la calidad de un vino diciendo que tiene zurrapa o que es zurrapiento.

La palabra zurrapa, expresiva y significante es, casi con toda seguridad, una palabra de origen prerromano, una palabra de ese idioma (idiomas) que se hablaban en la Península Ibérica antes de que llegasen fenicios, griegos, carthagineses o romanos.

Sin embargo cuando hablamos del gorrino —y más si es ibérico— la zurrapa torna sus connotaciones negativas en gloria bendita y alegría para el alma.

Me gusta Andalucía, un lugar inmmune a las prédicas de toda una legión de cantamañanas que han demonizado las grasas los últimos 70 años tan sólo para alimentar a una zurrapastrosa (ahora sí) industria de productos «light» con la que vendernos resíduos de leche como sinfuese leche, agua ascorbosacarinada como gaseosa y féculas y excipientes como jamón cocido.

Hoy, esos que demonizaban la grasa, han caído del caballo y ahora lo que demonizan son los hidratos de carbono. La grasa es su dosis no solo es buena sino imorescindible y si antes había que tomar zumo de naranja al desayunar hoy hacer eso es pecado mortal por el azúcar que lleva el zumo, debes tomar la naranja entera (que tampoco lo recomiendan) o, mejor aún, zamparte unos huevos duros o unas nueces que es el desayuno de moda.

El caso es que, sea por la grasa o sea por los hidratos, unas tostadas con zurrapa no pueden ser buenas.

Ya lo cantaron «Los Inventores» con música del Noly:

«Quien viene a Cádiz
no tiene escape…»

Y es verdad que no que no tiene escape.

#zurrapa #breakfast #desayuno #Cadiz #Cádiz