En la República de las abogadas y los abogados, de la primera al último, todos son una y la misma cosa: abogados. Quien dice representarles no es más que abogada y el último de los representados no es menos que abogado; es, pues, una república absolutamente igualitaria donde todos en principio gozan de la misma cualificación y tienen competencias técnicas muy similares y esto genera particulares dinámicas de actuación social que favorecen la creación de enjambres.
En las viejas organizaciones jerárquicas la inteligencia colectiva quedaba y queda limitada a la de la persona o personas que las dirigen y uno de los mejores ejemplos de esta limitación lo tenemos en los últimos ocho años de ejercicio en el Consejo General de la Abogacía Española, durante los cuales la cúpula directiva ha demostrado una especial incapacidad para escuchar, recoger y en suma representar las aspiraciones de todo un colectivo. La probada ineptitud de la cúpula dirigente para recoger las aspiraciones de abogados y abogadas y trasladarlas a los foros adecuados ha hecho que el colectivo de iguales decida tomar en sus manos esa tarea y pasar por encima de una organización jerárquica fosilizada en un inmovilismo y sordera autista que la ha conducido a perder todo el contacto con la realidad que la circunda.
La República de los abogados y las abogadas es un extraño club en donde el menos capacitado de sus miembros es abogado; es decir, un experto en resolver problemas y es por eso que no debería extrañar a quienes prefieren hacer el Tancredo y mantenerse quietos sordos y mudos frente a los problemas que estos expertos en resolver problemas, ya que no ven que los suyos sean resueltos por quienes dicen representarles, tomen en sus manos la tarea y decidan ponerse el trabajo por sí mismos. Esto, naturalmente, pone de relieve y subraya la ineptitud de quienes deberían solucionar los problemas del colectivo y suele provocar, en el mejor de los casos, una acción desganada y en el peor, como el que hemos vivido en los últimos ocho años, simplemente la inacción y parálisis absoluta, es decir tratar de hacer como si no pasara nada, como si el elefante no estuviese en la sala y como si no tuviésemos un gravísimo problema entre nosotros.
Afortunadamente las formas de participación política han evolucionado mucho en el siglo XXI y la aparición de las redes sociales ha permitido la organización de grandes colectivos sobre todo como cuando en el caso que nos ocupa se hallan vinculados por un problema muy concreto y específico, dando lugar a una forma de actuación política que se conoce como estrategia de Enjambre.
Si observa usted una bandada de pájaros o un banco de peces verá que todos actúan coordinadamente y se dirigen aparentemente en la misma dirección sin que nadie los dirija; en realidad todo esto es un fenómeno natural y se debe a que cada uno de los integrantes tiene una idea clara y precisa de lo que debe de hacer; esto permite que todo el grupo actúe en conjunto y con acierto. Es verdad que si el abanico de objetivos es muy amplio tales estrategias de Enjambre no son tan sencillas pero cuando los objetivos son pocos, claros y concretos, en un colectivo como el de los abogados y los abogadas todos suficientemente preparados y todos capaces de tomar decisiones creativas, el acuerdo, la conjunción, se produce por sí sola y, al no existir una organización jerárquica que elija un solo jefe o que elija un solo representante, la inteligencia colectiva y la creatividad se manifiestan en todo su esplendor, impidiendo que la eventual estolidez del jefe o jefa único perjudique al grupo y pudiendo aportar cada uno de los integrantes del Enjambre toda su fuerza creativa. Si una iniciativa de un miembro encaja perfectamente con los ideales y con las aspiraciones del resto, el enjambre entero le seguirá y así las estrategias no vienen definidas por unas pocas personas con una inteligencia limitada sino por una masa realmente increíble de personas especialmente cualificadas y especialmente creativas que pueden llegar a demostrar unas habilidades absolutamente sorprendentes. En un enjambre somos más y estamos mejor desorganizados por eso somos más creativos y por eso es imposible parar a un colectivo así.
Asociaciones tradicionales han existido siempre y sus resultados los conocemos sobradamente, la formación de enjambres, al menos en el mundo de la abogacía, ha empezado solo durante el siglo XXI y tenemos magníficos ejemplos de lo que pueden llegar a conseguir, desde poner en jaque a la Ley de Tasas o un gobierno hasta hacer pensar en cambiar toda una Mutualidad. Cuando los objetivos son pocos, claros y compartidos tratar de elegir jefes, representaciones o buscar un asociacionismo tradicional es recaer en el mismo error en el que ha caído el Consejo General de la Abogacía Española; es decir, limitar la creatividad y la inteligencia del colectivo a la que puedan tener su jefe o jefes y, en el caso de que estos no demuestren una especial habilidad o demuestren bien al contrario una especial torpeza, lo que se pondrá en peligro serán los intereses y aspiraciones de la totalidad del colectivo.
Abogados y abogadas en suma no necesitan representantes que trasladen sus aspiraciones ante partidos políticos y organismos oficiales pues, todos y cada uno de ellos, por sí solos, están capacitados para hacerlo por sí mismos de forma que, cuando la representación tradicional no cumple con sus funciones, son estos abogados y abogadas quienes las suplen subrayando así la torpeza o inanidad de quienes deberían representar los intereses del colectivo. Han sido ocho años horribles, ocho años en los que la condición de abogado ha experimentado una de las mayores degradaciones en la historia reciente de nuestro país, no es pues de extrañar que la mayoría ya no quieran dejar su futuro en manos ajenas, que no quieran ser representados donde ellos mismos pueden estar presentes, que no quieran que hablen por ellos en aquellos lugares donde todos y cada uno pueden hablar por sí mismos.
Hay una nueva dirección en el Consejo General de la Abogacía Española pero de momento no se aprecia ningún cambio, no podemos pues ser optimistas.