Abogacía y realismo social

Abogacía y realismo social

A menudo me despierto en medio de la noche justo en ese oscuro momento de la madrugada que todos los problemas parecen estar esperando para aparecer en procesión por la mente.

Cuando eres abogado es difícil dormir pues si algo no falta en tu vida son problemas y es por eso que la capacidad de apartarlos de nuestro cerebro es una condición de supervivencia y salud mental.

Ayer me volvió a ocurrir pero, como persona entrenada en el mal dormir, para estos casos dispongo de un remedio y es que tengo guardada en Youtube una amplia selección de largas conferencias sobre temas que me interesan y que, cuando me sobrevienen estos despertares, rápidamente me pongo a escuchar. Esto fija mi atención en temas que me agradan, apartan los malos pensamientos y dada la monótona prosodia de la mayoría de los conferenciantes pronto vuelvo a recuperar el sueño.

Tengo comprobado que las conferencias de la fundación Juan March ejercen sobre mí un poderoso efecto narcótico y no suelen pasar veinte minutos desde que empiezo a escuchar la conferencia sin que yo esté ya roncando plácidamente. Ayer, en cambio, opté por una conferencia de la fundación BBVA sobre el realismo social en la pintura que pronunciaba el académico Don José Luís Díez, jefe de conservación de pintura del siglo XIX del Museo del Prado.

No debí hacerlo.

No debí hacerlo en primer lugar porque para seguir la conferencia había que contemplar las imágenes de los cuadros de que iba hablando el orador y, como soy de natural curioso, no podía evitar abrir un ojo para entrever las imágenes de las que hablaba el conferenciante. Viendo aquellas imágenes de ancianos abandonados en tiendas asilo, de enfermos y de trabajadores sin los más mínimos derechos laborales, mi mente volvió a la manifestación del sábado y empezaron a pasar frente a mí las caras de muchos compañeros y compañeras con quienes he compartido vida y estrados y cuya peripecia vital conozco íntimamente, buenos abogados y abogadas a quienes personajes infames tratan de arruinar la vida.

He compartido con ellos mucha vida y les conozco. Pertenecen como yo a la generación del baby-boom y ahora, entrados ya en la sesentena, empiezan a vislumbrar el último tramo de su vida, un camino que en muchos casos enfrentarán solos (muchos no tienen hijos o pareja) y confiando exclusivamente en que la suerte o la providencia les conserve la salud para seguir trabajando hasta el final de sus días porque, si la salud llegase a faltarles, su situación sería desesperada. La infame trampa de la Mutualidad de la Abogacía a la que un día les obligaron a apuntarse hoy no les garantiza ni una pensión de subsistencia. En muchos casos su pensión estará por debajo de las pensiones no contributivas con que la administración hace caridad con los más pobres.

Y andaba yo pensando esto cuando el conferenciante habló de este cuadro de la imagen, una obra del pintor donostiarra Ignacio Ugarte titulada «El refectorio de la beneficencia de San Sebastián», un cuadro que muestra a un grupo de hombres, generalmente mayores, comiendo una refacción que sirven unas cuantas religiosas. Rostros dignos que, tras una vida de trabajo y cuando ya son caballos viejos y solos, se ven en la precisión de recurrir a la caridad.

Y, mientras pienso en el cuadro, en mis compañeros y en su futuro, se me aparece la negra imagen de quien, ocupando cargos dirigentes en la mutualidad y la organización colegial, trata de silenciar cualquier protesta y ocultar cualquier problema para mantener su statu quo personal aunque ello suponga un futuro de hambre y miseria para muchos de quienes hace tiempo dejaron de ser sus compañeros.

Y, mientras mastico el amargo bocado de tener que ver invadido mi sueño por alguien que desprecia un futuro de miseria para muchos tan sólo porque le conviene, tomo conciencia de que está noche no dormiré ya.

Construyendo recuerdos: «advocats fins a la mort».

No escribo por el gusto de escribir o de crear textos bellos -el cielo no me dio esa facultad- escribo para contar cosas y poco más. Creo que ya dije que nada me causa tanta satisfacción como saber que mis textos son leídos como si se tratase de piezas de la vieja literatura oral y es por eso que ayer. cerca de la media noche, me sentí inmensamente feliz al recibir el reenvío de la conversación de un chat de whatsapp en el que, una compañera abogada que había estado presenciando en las Cortes Valencianas el debate de la PNL para aprobar una pasarela al RETA de los mutualistas, contaba a sus compañeros que uno de los diputados que intervino en favor de la PNL, Jesús Plá, del grupo parlamentario Compromís, lo había hecho leyendo en su integridad y traducido al valenciano un post que yo escribí hace 7 años denunciando la situación en que se encontraba una mayoría de los mutualistas.

Es verdad que escribí ese post para denunciar una situación dramática, lo que no imaginé es que podría ser usado en el seno de un debate parlamentario para apoyar las justas reivindicaciones de mis compañeras y compañeros. Y para voy a engañarles, al reconocer mi post «Abogados hasta la muerte» leído en valenciano («Advocats fins a la mort») me emocioné porque no creo que pueda haber mejor premio para mí que ese: saber que he ayudado en algo.

Y ahora lo cuento aquí, claro, no tanto porque se sepa sino porque cada año, cada cinco años o cada diez años, desde facebook, instagram o cualquier otra red social, el algoritmo implacable me recordará mientras yo sea capaz de leerlo que una vez, una noche, me sentí feliz y emocionado.

Cuando la soberanía habla

Cuando la soberanía habla

Mira el video y disfruta: ayer todo un parlamento, por unanimidad, aplaudió a un grupo de abogadas y abogados anónimos. Ayer todo un parlamento, los representantes de la soberanía popular, hablaron largo y por derecho de las miserias de la abogacía. Ayer en suma, la abogacía, esa que pertenece a todos los que la integran y no sólo a unos cuantos ególatras, recibió uno de esos homenajes que estos jamás soñarán nunca con recibir.

Pues bien, estos abogados y abogadas sin más liderazgo que una causa común a todos, estos a quienes ayer homenajeó la soberanía popular, son los mismos que hace una semana fueron ninguneados e incluso vejados por quienes dicen representarles.

La jornada fue emocionante, la prensa lo recoge, el ejemplo de unas instituciones democráticas escuchando y atendiendo a unos hombres y mujeres que acuden a ellas en demanda de ayuda devuelve la fe en el ser humano y en la democracia: la piedra que despreciaron los arquitectos ayer, en Sevilla, en el Parlamento Andaluz, se convirtió en la piedra angular.

Y hoy, reconciliado con el mundo, me levanto y reviso las cuentas oficiales de esas corporaciones que, pagadas por estos abogados anónimos, dicen representarles y veo que, como siempre, guardan el miserable silencio de quien no está capacitado para reconocer logros en nadie, de los que escupen a la luciérnaga solo porque brilla.

Dan pena y son dignos de conmiseración.

Incapacitados para la grandeza estos responsables del silencio miserable jamás gozarán de aquello de que ya gozan los abogados y abogadas J2: de un pasado que mirar con orgullo y un futuro que mirar con esperanza. De algo que contar a sus nietos con legítimo orgullo, sin dietas ni obvenciones que lo manchen: solo esfuerzo personal pagado de sus bolsillos, oficio de abogados, oficio de héroes.

Quienes hace apenas unos días despreciaron a estos abogados y abogadas, quienes les apearon la condición de compañeros, quienes tildaron su proceder de rayano en lo delictivo, quienes les negaron la presencia en su propia casa… Todos esos que olvidaron que en la abogacía nadie es más que nadie, hoy deberían recoger sus cosas y liberar a las instituciones de su presencia, de su política de ignorar cualquier cosa que no sea su obsesivo «yo-mi-me-conmigo». Esta actitud autócrata no se aguanta ni un minuto más pues es suicida; no para la abogacía —que es demasiado grande para el escaso calibre de los figurantes— sino para ellos mismos, porque jamás podrán dar ya a la abogacía otra cosa que pena.

Abogados, derrota y gloria

Abogados, derrota y gloria

Ayer mientras escribía el post «Papá quiero ser LAJ» y hablaba del indudable glamour de nuestra profesión, sobre todo en el caso de que los protagonistas fuesen seres frágiles y al borde de la derrota, no podía dejar de pensar en una cita sobre Cervantes de Manuel Vázquez Montalbán:

«Si Cervantes no hubiera sido manco, ni hubiera perdido tantas cosas, incluido el honor mal llevado por sus parientes femeninos, probablemente jamás se habría metido en la piel de Don Quijote, ni habría arrastrado a Sancho al mal camino de la utopía. Sólo a un derrotado se le ocurre convertir la derrota en victoria moral».

Y pensé si no seremos nosotros y los que son como nosotros los auténticos derrotados de esta historia.

Recuerdo que un día, tras escribir uno de mis habituales post sobre abogados reales y abogados de grandes bufetes, un abogado de uno de esos bufetes me puso un comentario agrio diciendo que ellos también tenían gloria y tal… y creo que le respondí algo así como que no se podía querer todo, que el dinero y la gloria en nuestra profesión no suelen ir juntos y que había que escoger porque, como dijo Calamandrei, el abogado nunca o casi nunca se hace rico; ricos se hacen (y cito textualmente)

«…ricos se hacen solamente aquellos que, bajo el título de abogados, son en realidad comerciantes o intermediarios…»

Y ahora, mientras veo a la profesión pelear por las migajas del turno y no atacar al núcleo de esos que, como dijo Calamandrei, son «…en realidad comerciantes o intermediarios…» y están destruyendo la abogacía, me pregunto si no acabaremos cambiando la poca gloria que nos queda por unos, aún más pocos, euros.

Sí, seguramente sólo a los derrotados se les ocurre convertir las derrotas en victorias morales, pero es porque ser pobre es en verdad la única condición que no puede comprarse con dinero.

Vacaciones para tiesos: entendiendo la semana santa

Vacaciones para tiesos: entendiendo la semana santa

Si eres un abogado o abogada patanegra, de esos que ejercen solos o en un despacho pequeño con unos pocos compañeros, a estas alturas tienes que estar tieso, muy tieso, pero… ¡Sssshhhh! ¡que no se entere nadie! tú, abogada, saca el bolso y los zapatos buenos y tú, abogado, ponte la chaqueta y la corbata; los clientes no quieren tener abogados sin blanca y no es bueno que estando tieso dejes ver, aunque sea Semana Santa, que no que es que estés a dos velas, sino a dos cirios pascuales.

Yo, para ayudarte a pasar esta mala época, te sugiero que, en lugar de encerrarte en casa y simular que te has ido a esquiar a Baqueira Beret, comiences a propalar por tu ciudad que este año quieres disfrutar de la experiencia cultural de la Semana Santa de tu ciudad, de la cual no disfrutas hace años debido a la pandemia y a que antes solías pasar las pascuas esquiando en Chamonix.

Propalando la idea de que te quedarás en tu pueblo o ciudad no por necesidad sino por un imperativo cultural tus amigos y clientes te mirarán con respeto y podrás pasar estas semanas que faltan para que la huelga concluya gastando poco y sin desdoro de tu condición.

Ahora bien, esta estrategia tiene un peligro, cada pueblo o ciudad tiene un sinnúmero de personas entregadas a su semana santa, que la consideran la mejor del mundo y que se saben desde el año que se coronó canónicamente a la Virgen de la Amargura hasta las palabras exactas que dijo el desvergonzado de Poncio Pilatos cuando condenó a Jesús de Nazaret. Y claro, siendo tú un letrado o una letrada, no puedes dejar traslucir tu desconocimiento del tema de forma que, para que puedas salvar las formas y salir del paso exhibiendo conocimientos históricos no frecuentes, te brindo esta serie de post que comienzo hoy a fin de que puedas vivir una Semana Santa consciente y en la que puedas distinguir el rito ortodoxo de las barbaridades de cada pueblo o ciudad y que te resultarán válidas tanto si eres un creyente fervoroso, como un ateo militante o un agnóstico lleno de dudas.

Pero, como aún no ha llegado en sí la semana santa, antes que nada hemos de tratar de conocer cómo eran y que pensaban los habitantes de Canaán, de Palestina, del viejo territorio del Reino de Israel o como prefiráis llamarle. La semana santa no se entiende sin saber cómo eran los habitantes de los lugares que menciona el evangelio, así que vamos, primero que nada, a conocer al paisanaje que rodeó a Jesús de Nazaret para lo cual será preciso hacer un poco de historia y remontarnos a unos 580 años antes del nacimiento de Jesús, justo ese momento que cantó el grupo de música disco Boney M. en su famosa canción «The rivers o Babylon» y que decía:

«By the rivers of Babylon
there we sat down
Yeah! We wept
when we remembered Sion».

Si no identificas la canción búscala en Youtube y verás cómo la has oído muchas veces. Su letra, nos cuenta cómo allá, por los ríos de Babilonia, «nos sentábamos y llorábamos al recordar Sión». Boney M. no inventó nada, es una canción escrita medio milenio antes del nacimiento de Jesús, concretamente es el Salmo 137 y se lleva cantando más de 2000 años.

A ver cómo te lo explico.

Seguro que en tu cabeza te rondan conceptos como «Israel», «Judá», «Las tribus de Israel» o la «Tribu de Judá» sin que sepas exactamente por qué a todos los israelíes se les llama «judíos» y cosas así. Si me lo permites voy a resolver todas tus dudas.

Israel, desde la mítica época de David y Salomón (de cuya existencia real se duda), que podemos colocar grosso modo unos mil años antes de Jesús, nunca fue un solo reino. Tal y como ves en la imagen existía un rico Reino del Norte (Israel) en el que vivían principalmente las tribus de Rubén, Simeón, Gad, Aser, Dan, Neftalí, Isacar, Zabulón y las tribus de la estirpe de José, Efraín y Manasés.

Al sur de este reino existía un reino más pobre, con capital en Jerusalén, en el que vivían principalmente las tribus de Judá y Benjamín y que es el territorio que conocemos como Judea.

Por si alguien siente comezón o piensa que he olvidado a los levitas diré que a esta tribu, según la Torá, nunca se le adjudicó un territorio sino que, en cuanto que sacerdotes, los descendientes de Leví vivían desperdigados por ambos reinos dedicados a sus funciones sagradas.

Y ahora vamos al turrón.

Los reinos de Israel y Judá (el reino del norte y el reino del sur) se encontraban situados entre las dos grandes potencias de la época, Babilonia al oriente y Egipto al oeste, de forma que fueron a lo largo de la historia un territorio en permanente disputa y hubieron de sufrir las arremetidas de unos y de otros. Como consecuencia de estas arremetidas el Reino del Norte (Israel y las 10 tribus que lo poblaban) desapareció para siempre de la historia porque, doscientos años antes de los hechos que voy a contarles, los asirios cayeron sobre el Reino del Norte (Israel), lo derrotaron y deportaron a su población, las diez tribus, a Nínive donde fueron asimilados desapareciendo para siempre de la historia.

No es de extrañar que el mundo a partir de esa fecha conozca a los descendientes de Jacob (Israel) como «judíos» pues, excepción hecha de los descendientes de Benjamín y unos pocos levitas, la gran masa de la población del reino del sur era judía, como Jesús.

Es verdad que muchos habitantes del reino del norte huyeron despavoridos buscando en el Reino del Sur refugio de los asirios y es verdad que este éxodo de norteños hacia el sur tuvo consecuencias religioso políticas como veremos enseguida, pero también es verdad que el Reino del Norte recibió nuevos habitantes traidos por los asirios y conservó algún resto de población israelí originaria. Pues bien, esta amalgama de gente es la que la historia conocerá más tarde como «Samaritanos».

Creo que me estoy extendiendo de más pero merece la pena saber que en este momento el pueblo de Israel y el de Judá eran pueblos principalmente politeístas.

Sí politeístas.

No te dejes engañar por lo que parecen querer decirte en tu iglesia o culto sobre el eterno monoteísmo del pueblo de Israel o sobre el monoteísmo de David o de Salomón, si lees los textos con cuidado verás que no es así, que en Israel se adoraban toda la pléyade de dioses comunes a la región de Canaán y, además de Yahweh se adoraba a dioses como Baal o El y a diosas como Ashera.

Vale, no me crees, permíteme que te transcriba unas lineas del Antiguo Testamento, concretamente del segundo libro de los Reyes, capítulo 23 versículos de 4 en adelante. Sólo citaré un trozo porque la ristra de dioses que adoraban los judíos era interminable:

«Entonces mandó el rey al sumo sacerdote Hilcías, a los sacerdotes de segundo orden, y a los guardianes de la puerta, que sacasen del templo de Jehová todos los utensilios que habían sido hechos para Baal, para Asera y para todo el ejército de los cielos; y los quemó fuera de Jerusalén en el campo del Cedrón, e hizo llevar las cenizas de ellos a Bet-el. 5 Y quitó a los sacerdotes idólatras que habían puesto los reyes de Judá para que quemasen incienso en los lugares altos en las ciudades de Judá, y en los alrededores de Jerusalén; y asimismo a los que quemaban incienso a Baal, al sol y a la luna, y a los signos del zodíaco, y a todo el ejército de los cielos. 6 Hizo también sacar la imagen de Asera fuera de la casa de Jehová, fuera de Jerusalén, al valle del Cedrón, y la quemó en el valle del Cedrón, y la convirtió en polvo, y echó el polvo sobre los sepulcros de los hijos del pueblo. 7 Además derribó los lugares de prostitución idolátrica que estaban en la casa de Jehová, en los cuales tejían las mujeres tiendas para Asera. 8 E hizo venir todos los sacerdotes de las ciudades de Judá, y profanó los lugares altos donde los sacerdotes quemaban incienso, desde Geba hasta Beerseba; y derribó los altares de las puertas que estaban a la entrada de la puerta de Josué, gobernador de la ciudad, que estaban a la mano izquierda, a la puerta de la ciudad. 9 Pero los sacerdotes de los lugares altos no subían al altar de Jehová en Jerusalén, sino que comían panes sin levadura entre sus hermanos. 10 Asimismo profanó a Tofet, que está en el valle del hijo de Hinom, para que ninguno pasase su hijo o su hija por fuego a Moloc. 11 Quitó también los caballos que los reyes de Judá habían dedicado al sol a la entrada del templo de Jehová, junto a la cámara de Natán-melec eunuco, el cual tenía a su cargo los ejidos; y quemó al fuego los carros del sol. 12 Derribó además el rey los altares que estaban sobre la azotea de la sala de Acaz, que los reyes de Judá habían hecho, y los altares que había hecho Manasés en los dos atrios de la casa de Jehová; y de allí corrió y arrojó el polvo al arroyo del Cedrón. 13 Asimismo profanó el rey los lugares altos que estaban delante de Jerusalén, a la mano derecha del monte de la destrucción, los cuales Salomón rey de Israel había edificado a Astoret ídolo abominable de los sidonios, a Quemos ídolo abominable de Moab, y a Milcom ídolo abominable de los hijos de Amón. 14 Y quebró las estatuas, y derribó las imágenes de Asera, y llenó el lugar de ellos de huesos de hombres».

Como puedes ver el templo de Salomón era un centro comercial con religiones y dioses de todos los gustos, desde ídolos levantados por el mismísimo Salomón (Astoret), hasta prostitutas sagradas consagradas a la diosa Ashera, pasando por el infame dios Moloc, al que los judíos sacrificaban su primer hijo recién nacido.

Tratemos de ser serios, antes del exilio en Babilonia que veremos después los judíos nunca fueron un pueblo monoteista (o monolatrista) y ello a pesar de los esfuerzos del bueno del rey Josías que fue quien ordenó sacar del templo y destruir todos los dioses a excepción de Yahweh.

Por otro lado fue también Josías quien dijo haber encontrado dentro del templo, donde se hallaba perdido, «el libro de la ley» que se decidió a imponer a todo su pueblo. La mayoría de los historiadores sostienen que este «libro de la ley» a que hace referencia Josías es el llamado «Deuteronomio», el quinto de los libros de la Torá o Pentatéuco que, según esta tesis, sería el primer libro escrito de la Biblia. El Génesis, el Éxodo y otros libros se forjaron, como veremos, durante el exilio en Babilonia y más tarde aún hasta etapas casi contemporáneas al propio Jesús.

Se supone que Josías destruyó los idolos y trató de construir un pueblo en torno a un libro acuciado por la necesidad de dotar de unidad a los judíos y a todos cuantos israelitas habían llegado del Reino del Norte huyendo de los asirios pero todo su trabajo se vendría abajo poco tiempo después, cuando el poder asirio fue sustituido por un nuevo poder emergente: Babilonia.

Como ya les adelanté en torno al 580 antes de nuestra era Babilonia cayó sobre el Reino del Sur, sobre Judea y tras derrotarla llevó al cautiverio al pueblo judío. ¿A todo? No. Sólamente a las clases más preparadas, a la nobleza, a la familia real, a los técnicos y personas mejor preparadas dejando al pueblo llano en una conquistada judea.

Son esos deportados a Babilonia quienes lloran su ausencia en salmos como el que Boney M. cantó 2500 años después y, sin embargo, fue este exilio en Babilonia el que verdaderamemte dotó de señas de identidad al pueblo judío.

Por un lado los judíos entraron en contacto con una civilización mucho más avanzada que la suya y allí aprendieron un nuevo idioma de forma que dejaron de hablar hebreo, que quedó reservado a los textos religiosos, para pasar a hablar arameo, el idioma materno de Jesús.

Por otro lado los judíos pudieron conocer los textos sagrados y las ceremonias babilónicas que, con las consiguientes adaptaciones, hicieron suyos. Así llegaron a la tradición judía textos babilonios como el «Enuma Elish» del que se tomaron bastantes ideas para el Génesis, o del «Poema de Gilgamesh» del que se tomó toda la historia del diluvio universal, o del «Ludlul Bel Nemeki» con todo su planteamiento teórico sobre el mal, u observaron en la propia Babilonia el Entenenanki, el zigurat erigido en Babilonia en honor del Dios Marduk, edificado por dioses según los textos babilónicos y que alcanzaba el cielo que sirvió de origen para el relato de la Torre de Babel. Observen que Babel es la misma palabra que dio origen al nombre Babilonia. «Bab» (puerta) «ilu» (de dios) o mas aún «Bab» (puerta) «ilani» (de los dioses). Todavía hoy «Bab» significa «puerta» en las lenguas semíticas de forma que, cuando oigas hablar del Estrecho de Bab El Mandeb a la entrada sur del Mar Rojo, ya puedes especular con lo que significa.

En Babilonia los judíos mantuvieron su identidad como pueblo gracias a la ley, a esa ley que les dio Josías y que ellos fueron corrigiendo y aumentando con leyendas, relatos y mitos babilonios debidamente adaptados.

Para cuando el emperador Ciro el Grande, fundador de la dinastía persa aqueménida, liberó a los judíos y les permitió volver a su país estos habían sufrido una profundísima transformación cultural. Salieron politeistas y hablando hebreo de Judea y ochenta años más tarde volvieron allí hablando arameo y decididos partidarios del monoteísmo.

Ciro el Grande, además, les permitió reconstruir el templo de Yahweh que Nabucodonosor en babilonio había arrasado y no es de extrañar que uno de los libros capitales del Antiguo Testamento, el del profeta Isaías, se otorgue a este emperador, Ciro el Grande, la condición de «Mesías».

¿No me crees?

Acudamos al libro del profeta Isaías, capítulo 45 y leerás:

«Así dice Jehová a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha, para sujetar naciones delante de él y desatar lomos de reyes; para abrir delante de él puertas, y las puertas no se cerrarán: 2 Yo iré delante de ti, y enderezaré los lugares torcidos; quebrantaré puertas de bronce, y cerrojos de hierro haré pedazos; 3 y te daré los tesoros escondidos, y los secretos muy guardados».

Es importante que sepas que donde lees «ungido» debes leer «Mesías» porque «Mesías» (Masiah) es la palabra hebrea que se traduce al español como ungido. Dicho de otra forma, la palabra Mesías, se dice en castellano «ungido» del mismo modo que en griego se dice «Cristo» (Χριστός, Christós). Es decir, Mesías, Ungido y Cristo significan exactamente lo mismo. Mesías, Ungido y Cristo designan a cualquier persona sobre la que se ha derramado el aceite de oliva preparado en la forma que nos enseña el Antiguo Testamento.

—Pero yo no recuerdo que a Jesús de Nazaret nadie le echase aceite.
—Tranquilo, ya veremos eso otro día.

Por hoy debe bastarte saber que Ciro respetó a todos los dioses de los diversos pueblos de su imperio. Él, que adoraba a Ahura Mazda, el dios de los zoroastristas, respetó al dios babilonio Marduk y al judío Yahweh. Para Ciro, al parecer, bajo diversos nombres todos eran uno y el único dios… No es de extrañar que Isaías le considerase como «ungido» de Yahweh pues su posición espiritual indica ya el monoteísmo que acabará cuajando en el pueblo judío.

A la vuelta de Babilonia, el pueblo judío así transformado culturalmente, reedificó bajo el reinado de Zorobabel el templo de Yahweh y se dispuso a vivir feliz sin saber que por las tierras de Macedonia pronto habría de nacer un niño que, educado por Aristóteles, estaba a punto de adueñarse de casi todo el mundo conocido y cambiar de forma determinante las creencias y la forma de pensar de una parte importantísima del pueblo judío.

Pero eso os lo cuento en la segunda parte de esta serie. Por hoy bastante hemos tenido con Babilonia, el exilio y Boney M.

Economía de mercado y abogacía

Economía de mercado y abogacía

Cuando en tercero de derecho me tocó estudiar Economía Política me pareció un sinsentido pero, como yo venía de un bachiller de ciencias, aquello de las gráficas y las curvas representó una oportunidad para mí. A la edad en que se cursa la carrera los seres humanos no estamos para muchos estudios pues nos preocupan mucho más otros asuntos de forma que, a mí, aquella asignatura, sólo me gustaba porque me ofrecía la posibilidad de explicarle a alguna compañera —que en otras circunstancias ni me hubiese mirado— qué significaba eso de que «el coste marginal se calcula como la derivada de la función del coste total con respecto a la cantidad». En realidad yo creo que el profe, cuando soltaba esa retahíla, era plenamente consciente de que ni era necesaria ni nadie le entendía pero —como él también era joven— no dejaba pasar la oportunidad de darse tono y a mí, la verdad, no me venía mal aquello porque, el haber estudiado matemáticas hasta COU y haberme peleado con Rouché-Frobenius o con el Polinomio de Lagrange, ahora tenía para mí una utilidad práctica jamás pensada por Don Antonio, mi inolvidable profesor de matemáticas.

Sin embargo, a mí, las bases de toda aquella construcción económica me parecían una absoluta filfa.

Todavía guardo en la biblioteca de mi despacho los manuales de economía de Spencer y de Lipsey que, curiosamente, me compré después de acabada la asignatura, porque a mí las cosas por obligación no me salen pero perder el tiempo se me da genial, así que, años después de aprobada la asignatura, me compré dos de los tres manuales clásicos (Samuelson, Spencer y Lipsey) para tratar de ver si mis percepciones eran erróneas; pero no, de entonces a hoy sigo pensando que los principios sobre los que se construye esa teoría (casi una religión para muchos) no me convencen en absoluto sin perjuicio de reconocer que algo —o mucho— de razón pueden tener, sobre todo en economías primitivas.

Ahora, al cabo de los años, me encuentro con que el sanedrín de tal teoría económica ha encargado al Santo Oficio de su muy mercantil iglesia —la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia— pronunciarse sobre un aspecto económico de la profesión a la que he dedicado mi vida y, por lo que veo, esta lo ha hecho con inquisitorial fe en los dogmas de su secta, incapaz de comprender que su doctrina tiene límites. Y el Santo Oficio ha actuado convirtiendo todos los problemas que presenta la faceta económica de una profesión que no entienden en clavos aptos para ser machacados con su martillo ideológico.

Sí, me doy cuenta de que el párrafo anterior me ha quedado del todo barroco y que lo del martillo me la ha dejado botando para hacer un juego de palabras con la inquisitorial CNMC y el «Malleus Maleficarum» del Santo Oficio; pero me contendré, el Santo Oficio no sé si merece que le haga ahora este feo.

Y dicho todo lo anterior —que muy bien pudiera haberme ahorrado— vamos a hablar de lo que quiero hablar: de las costas de los abogados. Pero antes, vamos a repasar un poco esa doctrina económica que ha servido de base para poner en tela de juicio la forma en que actualmente se tasan las costas de los abogados.

En 1776 un profesor escocés, Adam Smith, publicó «The wealth of nations», un libro de capital importancia para la civilización occidental. Este libro consiguió para él el título de «fundador de la economía moderna» porque en él enunciaba claramente su principio de la «Mano Invisible»; es decir, la idea de que, si se permite a cada individuo que persiga su propio interés sin interferencia del gobierno, estos individuos se verían llevados, como dirigidos por una mano invisible, a conseguir lo que es mejor para la sociedad. Veamos cómo lo dice Adam Smith:

«Un individuo no intenta promover el interés público ni sabe que lo está promoviendo… Él pretende sólamente su propia ganancia y es conducido por una mano invisible a promover un fin que no formaba parte de su intención. No es de la benevolencia del carnicero, ni de la del vendedor de cervezas o del panadero, de la que esperamos nuestra comida, sino de su consideración de su interés propio. No apelamos a su filantropía sino a su egoísmo personal y no le hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas».

Este planteamiento, defendido con fe evangélica por muchos prohombres (vgr. Ronald Reagan) y muchas promujeres (vgr. Margaret Thatcher) ha caracterizado a la civilización occidental y, sin duda, alguna noche habrá sido objeto de debate para ti y tus amigos y amigas. ¿Por qué hacen las cosas los seres humanos? ¿Por interés propio o acaso existen el altruismo y otras motivaciones no monetarias? ¿Es el interés económico lo único que mueve al ser humano?

Seguro que este debate ha aparecido en algún momento de tu vida en tu círculo más cercano y estoy seguro también que ha dado lugar a intensas discusiones.

De ser cierto que un individuo «pretende solamente su propia ganancia» habremos de reconocer que todas las consecuencias extraídas de este principio por Adam Smith y los economistas que siguen sus postulados son más o menos acertadas pero, de ser falso, todas las consecuencias, filosóficas, lógicas y legales extraídas del mismo deben ser puestas en cuestión.

Adam Smith, para analizar algunos de sus postulados utilizó como ejemplo una fábrica de alfileres y con este ejemplo ilustró aspectos como la división del trabajo y otros. Ocurre sin embargo que el ejercicio de la abogacía no guarda demasiada relación con la fabricación de alfileres, ni con la manufactura de mercancias textiles o el cultivo de cucurbitáceas; el ejercicio de la abogacía está sometido a principios distintos. Vamos a echarles un vistazo.

Si eres abogado seguro que te ha pasado: la parte contraria te propone un acuerdo favorable para tu parte, tu cliente cobrará y tú cobrarás, pero tu cliente te ordena proseguir el pleito pues, movido por el odio o la simple avidez, él quiere más aunque, tú, sabes que la victoria es dudosa e incluso corres el riesgo de perder y ser condenado en costas.

Tu cliente te ordena que prosigas y entonces tú… ¿qué haces? ¿seguir tu interés económico u obedecer sus instrucciones? ¿Qué haría Adam Smith en ese caso?

No, muy a menudo los seres humanos no buscan solo «su propia ganancia», impulsos morales, deberes deontológicos e incluso legales les imponen tomar decisiones contrarias a ese interés egoista de la búsqueda de la propia ganancia. Pregunten a los sanitarios que arriesgaron su salud en la epidemia del Covid-19; pregunten a un bombero que, cuando todos huyen, tiene el deber de dirigirse al fuego; pregunten al policía, al guardia civil o al soldado que, en situación de riesgo vital, deben hacer frente a la situación aumentando su propio riesgo. No, no en todos los casos el «propio interés» es el criterio a perseguir —aunque ciertamente se desee— sino que, en muchas actividades, el interés económico debe ceder, en virtud de un mandato moral o legal, ante un valor superior y distinto. ¿Es este el caso de la abogacía?

Y no pensemos que el principio de «seguir su propia ganancia» se quiebra solo en el caso de los servidores públicos que he citado, pensemos también —¿por qué no?— en activistas que anteponen la defensa de determinados derechos y principios no sólo a su propio interés económico sino incluso a su interés vital y es que, de ese tipo de personas, también encontramos muchos y muy buenos ejemplos entre los abogados y abogadas del mundo; por no ir más lejos déjenme mencionar aquí el caso de un abogado que, en defensa de la igualdad de todos los seres humanos, permaneció 27 años de su vida encarcelado; se llamaba Nelson Mandela y sí, era abogado… como tú.

No, no en todas las ocasiones los seres humanos anteponen «su propia ganancia» a cualquier otra consideración y en el caso del ejercicio de la abogacía esta es una situación que se produce mucho más a menudo de lo que puede pensar cualquier inquisidor de la CNMC y es precisamente por eso por lo que la ley sanciona determinadas conductas de los letrados, para que tal no ocurra y letrados y letradas hayamos de defender siempre la justicia o el interés del cliente con preferencia al interés propio.

Y es precisamente porque no es el interés o la propia ganancia el principio que gobierna la labor de un abogado o abogada por lo que no pueden aplicarse sin matización las reglas básicas de la economía clásica, pues hay un interés superior al del propio interés de las partes que defender.

En un proceso hay principios que se deben respetar siempre y eso es así porque el proceso debe ser, antes que nada, justo; se trata de defender el primer valor de nuestro ordenamiento jurídico: la justicia.  Es algo parecido a lo que pasa con una intervención médica, no es el interés del cirujano el primer valor en juego sino la salud del paciente y es por eso que si un cirujano ofreciese operaciones de apendicitis a 150€ todos sabríamos que el paciente que aceptase ese presupuesto no tendría derecho ni a ser anestesiado. En el caso de los procesos judiciales pasa lo mismo ¿le parece a usted que defender un homicidio por 150€ es razonable? ¿y un divorcio? ¿Y si la ley de la oferta y la demanda así lo determinan, lo aceptaremos?

Los estados han establecido sistemas públicos de sanidad (algo contrario a los principios extremos de la pura economía de mercado) porque hay principios superiores al de «la propia ganancia» y, del mismo modo, los estados, para asegurar la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos independientemente de su capacidad económica, ofrecen un sistema de asistencia jurídica gratuita que… que… que…

Que es una vergüenza y una ofensa para cualquier gobierno que haya puesto sus posaderas en el banco azul de la Carrera de San Jerónimo o para cualquier ministro de justicia que haya contaminado con su presencia el palacete de la Calle San Bernardo 21 de Madrid.

Ese derecho constitucional a la asistencia jurídica gratuita se ha construido sobre la explotación infame y desvergonzada de los miembros de una profesión estableciendo como obligatorio un servicio que se retribuye según le da la gana —y siempre le da muy poca gana— al gobernante. En tiempos pasados les llamaban esclavos, ahora les llaman «profesionales que prestan el servicio de asistencia jurídica gratuita». ¿Eso no contraviene los dogmas de la economía de mercado? ¿eso no infringe las más elementales exigencias de la vergüenza?

¿Cómo puede pretenderse que en España exista igualdad de armas en un proceso donde se pagan al letrado cantidades que ni permiten dedicar al caso el tiempo necesario ni acercase siquiera a ver al cliente a prisión? ¿Igualdad de armas dice usted? Si existe la igualdad de armas es porque esa doctrina de Adam Smith que asume como dogma la CNMC no rige en el caso de la abogacía de oficio porque, esta, al «principio del propio interés» antepone la vieja virtud de la vergüenza, ese valor —la vergüenza— que es ajeno a los ministros y consejeros de justicia de España cuando de justicia gratuita se trata.

En la justicia gratuita y en la no gratuita, sépase y no se olvide, el principio del «propio interés» cede siempre a las exigencias de principios y valores que no se encuentran en la fábrica de alfileres de Adam Smith pero que aún existen en el alma y en la mente de una abogacía que se resiste a desaparecer, que se resiste a ser absorbida por empresas que, camuflándose bajo el manto ilustre de la abogacía, no son sino traficantes de carne.

Hay un plan bien trazado para acabar con nuestra profesión por quienes quieren hacer de ella un negocio y que deje de ser el «oficio» (officium) del que les hablaba en el post anterior. Quienes impulsan este plan, obviamente, no son abogados sino estos sedicentes «grandes» bufetes manejados por los titiriteros habituales, los bancos y compañías de seguros que financian los partidos de quienes luego hacen las leyes. Ellos tienen acceso e interlocución con los gobiernos y tienen bien establecidos sus lobbies y grupos de presión.

Es por eso por lo que los sucesivos gobiernos quieren reducir la planta judicial, porque esos «grandes» bufetes pueden tener sedes en las 50 grandes ciudades pero no en los 433 partidos judiciales donde todas las mañanas pelea la abogacía que amo: la abogacía de verdad. Para estos mercaderes hay que hacer que los ciudadanos, los consumidores, sean los que se desplacen en busca de justicia para que ellos puedan hacer un mejor negocio abriendo pocas tiendas y esperan que el estado les ayude —y de hecho les ayuda— en tal tarea.

Es por eso que se redujo a poco más de 50 los juzgados hipotecarios, no para acercar las justicia a la parte débil, los consumidores, sino para alejarla en beneficio de los bancos.

Es por eso también que no se arregla la conciliación laboral y familiar en el mundo de la abogacía, porque para los «grandes» despachos los abogados son elementos fungibles y no es problema alguno, mientras que para la abogacía de verdad la relación cliente-letrado es personalísima y por ello la conciliación es un problema vital.

Es por eso también que se prepara la legislación reguladora de grandes litigios colectivos de forma que los fondos de inversión —que hace años que presionan en este sentido— puedan financiar grandes procedimientos con los que hacer grandes negocios manejando grandes masas de consumidores.

Es por eso también que quisieron introducir las tasas judiciales mientras el ministro mentía como un bellaco soltando los infundios de que los españoles eran querulantes o que el dinero se destinaría a la justicia gratuita. Ese infame nunca pagó su vesania.

Es por eso que las costas son rebajadas o puestas en cuestión cuando han de cobrarlas los particulares, pero ni a una voz se le ha oído decir que es un abuso intolerable que los bancos, por una demanda a multicopista, presupuesten y embarguen desde el primer momento en sus ejecutivos un 30% para intereses, gastos y costas.

Es por eso que las aseguradoras y su lobby limitaron la libre valoración del daño corporal mediante un baremo que valoraba todos los casos igual e impedía a la judicatura juzgar el caso concreto. En 1995 la indemnización por día de baja era de unas 8000-10000 pesetas, hoy, casi 30 años después sigue siendo siendo lo mismo.

Es por eso que bancos y compañías de seguros establecen baremos leoninos para pagar a sus abogados teóricamente externos, quienes, debido al volumen de trabajo que reciben quedan convertidos virtualmente en trabajadores fijos del banco o la compañía pues, con todos los huevos en esa cesta, su capacidad de negociación es inexistente.

Es por eso que todas las compañías de seguros rebajaron la cobertura del seguro de defensa jurídica a límites ridículos y combaten un día sí y otro también el derecho de los consumidores a la libre elección de letrado.

Y es también por eso que no se cuestiona que bancos y aseguradoras usen de la lentitud de la justicia como parapeto frente a los consumidores, provocando un uso intensivo de la administración de justicia, mientras ellos, a través de sus rápidos juicios ejecutivos, la utilizan como un barato cobrador del frac.

Y podría seguir «ad infinitum»… aunque quizá no sea nada de esto lo peor, porque lo peor quizá sea que, quien debiera defender a la abogacía de verdad, a la auténtica, sigue de fiesta en fiesta y de medalla en medalla, cobrando dietas por comer canapés y sin querer decir a quienes le pagan las dietas cuanto se lleva de lo que todos ponen.

La abogacía de verdad se acaba y mientras muere de hambre y de abandono, a su alrededor, todo son festejos y mascaradas de quienes, por acción u omisión, la están matando.

Pero afortunadamente aún no ha muerto ese espíritu por el que merece la pena vivir y por el que, muchos y muchas, decidimos dedicar nuestras vidas a esa abogacía que, aunque herida, sigue viva y aún no ha dicho su última palabra.

(Continuará).

Sociedad civil

Sociedad civil

Supongo que, cuando las autoridades no hacen aquello que nosotros estimamos que debe ser hecho, no nos queda otro remedio que hacerlo nosotros mismos.

Digo esto porque ayer estuve en Sabadell rodeado de abogados que sueñan que un futuro mejor es posible y, esta mañana, he estado visitando el fruto del esfuerzo de hombres y mujeres que, hace más de un siglo, consideraron que un futuro con más música era un futuro mejor.

El «Palau de la Música Catalana» es probablemente uno de los mejores ejemplos de lo que digo, el ejemplo de lo que una sociedad civil creativa y articulada puede llegar a crear al margen de autoridades insensibles o indolentes.

El Palau es una obra maestra del modernismo, una genialidad del arquitecto Lluís Domènech i Montaner pero, antes que eso, fue el sueño de muchas personas que desearon un futuro más bello para las siguientes generaciones, de una sociedad civil que decidió, en suma, hacer aquello que las autoridades no hacían.

Por eso, aunque hoy el Palau de la Música sigue siendo una institución privada, su sede, su magnífico «Palau», lejos de ser patrimonio de unos pocos barceloneses es ya patrimonio de todo el mundo pues es patrimonio de la humanidad.

Y todo esto da que pensar.

Da que pensar que, cuando muchos creemos en unas cuantas pocas cosas que es imprescindible hacer para que una forma de ejercicio profesional no se extinga, no seamos capaces de llevarlas a cabo. Y es imprescindible —sí, imprescindible— que las llevemos a cabo porque, en otro caso, esta abogacía que hasta ahora ha hecho posible que las esperanzas de justicia de muchos aún sean posibles, se extinguirá y, con ella, las esperanzas de toda la gente común.

Hemos de agruparnos en torno a lo que creemos —agruparnos en torno a personas es algo futil— y a partir de ahí llevar adelante la tarea que sabemos que hemos de llevar adelante.

Y si se ha de levantar un Palau, habremos de levantarlo, todo menos dejar el país en unas manos que sólo saben acariciar dinero.

Ella no va a morir

Ella no va a morir

Hace diez años los abogados morían en Colombia a centenares, ya se lo conté hace dos post y les conté cómo ideamos un convenio a firmar en ambas Cartagenas. Una de las personas que vino a firmar a Cartagena fue Claudia Patricia, una abogada que es, al mismo tiempo, profesora en la universidad y que por entonces peleaba en esos lugares donde crecen las cruces de hierro.

Recuerdo con infinita ternura como un abogado de mi colegio, un tipo bueno y entrañable aunque él se empeña en parecer duro, experimentó algo más que una natural atracción por Claudia. Tanto nos escuchó hablar de muertos y muertes que, en un momento que Claudia había salido me preguntó con gesto angustiado

—A ella no la matarán ¿verdad Decano?

Yo no sabía bien lo que sería de Claudia pero puse todo el gesto de seguridad de que fui capaz y le respondí

—No seas bruto, ella no va a morir.

Y, bueno, creo que diez años después puedo asegurar que Claudia no ha muerto, que sigue viva, que está incluso más guapa, que está casada y que tiene un niño que es una preciosidad.

Así que —no diré tu nombre aunque tú sabes quién eres— puedes estar tranquilo: Claudia está bien y hoy, diez años después, podemos ver una puesta de sol mirando un horizonte detrás del cual, en el otro hemisferio, andas tú.

Deudas pendientes

Deudas pendientes

Déjenme confesarles que, en los últimos diez años de mi vida, he contraído una deuda que, hasta el día de hoy, no he podido siquiera empezar a pagar. Se trata de una deuda que, cada año que ha pasado, me ha ido pesando más aunque, en mi descargo, diré que, si no la he pagado, ha sido porque las más impensables peripecias vitales me han impedido empezar a saldarla siquiera fuera parcialmente.

Sin embargo, este año —por muchos motivos duro y complicado para mí— el cielo me ha dado la salud, el tiempo y la ocasión de poder empezar a devolverla.

Les cuento.

A principios del año 2013, poco más de dos años después de ser elegido decano por mis compañeros del Colegio de Abogados de Cartagena, tuve conocimiento del drama que estaban viviendo los abogados y abogadas de la República de Colombia. Víctimas de un genocidio profesional organizado, más de 600 abogados colombianos habían sido asesinados impunemente por razones incomprensibles para mí y la cuenta iba en rápido aumento.

Y si incomprensible era aquel horror de muertes sin sentido, más incomprensible aún me resultaba el hecho de que la mayor parte de esos crímenes apenas si mereciesen un simulacro de investigación por los juzgados y tribunales, con el añadido de que ni siquiera la prensa se hacía eco de ninguno de ellos. Era un genocidio profesional conocido por todos pero que se producía ante la indiferencia general.

Quedé horrorizado.

Investigando me enteré de que el gobierno de Colombia no permitía a los abogados y abogadas constituir colegios, que abogados canadienses y de otros países habían organizado caravanas de juristas a Colombia para denunciar la masacre y que ni la administración de justicia ni el gobierno de Colombia hacían nada eficaz por frenar la tragedia.

Y pensé que, quizá, mi colegio pudiese hacer algo ya que, si a los abogados de la Cartagena de Colombia no les dejaban tener un colegio, podrían usar del colegio de la Cartagena de Levante, mi colegio, para todo aquello que les fuese necesario o conveniente.

No recuerdo cómo logré ponerme en contacto con ellos pero lo cierto es que lo hice y decidimos que lo más útil sería preparar un convenio entre los abogados de las dos Cartagenas el cual planeamos que se firmase en las dos Cartagenas sucesivamente para darle visibilidad, primero en el Colegio de la Cartagena de Levante y después en el Consulado de España en la Cartagena de Indias.

Recuerdo vívidamente la mañana de la firma en mi colegio. Algo tenía que haber sucedido entre las autoridades colombianas pues, con la representación de los abogados y abogadas cartageneros ya en la sala, para mi sorpresa y estupor, se personaron tres militares uniformados de las fuerzas armadas colombianas al acto de la firma junto con un, creo que senador o cargo parecido, de la República de Colombia. Lejos de sentir que empezábamos a hacer ruido aquello me alarmó. ¿Qué hacían tres militares uniformados en un acto civil en mi colegio?

Afortunadamente su trato fue absolutamente exquisito y cordial y dieron un, para mí, inesperado lustre al acto.

Y firmamos.

Al acto de la firma en el Consulado de España en Cartagena de Indias no pude asistir; con todo preparado para viajar hasta allá tuve un accidente de salud del cual hube de ser intervenido de urgencia y hube de quedarme en España. Mi vicedecano asistió y firmó por mí.

A partir de ese momento y sin saber qué más podría hacer me dediqué a escribir necrológicas en mi blog de los abogados que iban siendo asesinandos con siniestra regularidad; mi percepción era que nada molesta más a un gobierno que el que alguien piense que está tolerando una situación tan inhumana y siniestra como la que padecía la abogacía colombiana, años en que la prensa ni siquiera informaba de los asesinatos y, si lo hacía, lo hacía a veces con sesgos nada deseables.

Finalmente la situación fue mejorando para la abogacía colombiana; los esfuerzos de los abogados de muchos otros países, las caravanas de juristas, y sobre todo la pelea de los propios abogados combianos fue dando sus frutos y a día de hoy la situación ha mejorado.

Y contado lo anterior les diré que, desde entonces, en estos diez años, no ha pasado ni uno solo en que, desde Colombia, no me llegue una invitación a viajar allá. Han venido a Cartagena a visitarme posteriormente, es raro que pase medio año sin que mis amigos de Colombia no me inviten a dar un curso o una conferencia vía internet y —debo decirlo— guardo con orgullo a los pies de mi cama un sombrero «vueltiao» que todas las noches me recuerda que tengo algo pendiente con la Cartagena del Caribe.

Ahora que miro todos estos diez años de relación con ellos no puedo evitar emocionarme.

Parece increíble pero, hasta el día de hoy, no he podido viajar a Colombia a pagar diez años de amistad y cariño y pueden creerme sin juramento si les digo que no ha sido por falta de voluntad mía, sino porque circunstancias personales y familiares me lo han impedido.

Tantos y tan inesperados han sido los obstáculos que he tenido en estos años que, hasta ahora que mi avión sobrevuela el Atlántico, no me he atrevido a escribir estas lineas porque, hasta el último momento, he temido que pasase algo que me impidiese ir.

Pero parece que esta vez sí que será, que ya estoy en un avión que me conduce de Cartagena a Cartagena y que, por fin, podré devolver un poco del cariño que ellos me han regalado.

Nunca podré devolverlo todo.

Lenguaje artificial

Lenguaje artificial

Explorar el mundo de las inteligencias artificiales es apasionante. Hoy estoy enredando con GPT-3, una inteligencia artificial capaz de redactar textos a partir de una frase inicial utilizando lenguaje natural.

Para probarla he introducido, en inglés, el texto de uno de los primeros tuits que publiqué: «Los abogados a los que admiro no miden su éxtio en dinero» y el resultado ha sido este texto:

«The lawyers I admire do not measure their success in money or in wins in court. They measure it in the number of people they have helped and the difference they have made in their clients’ lives.

Some of the lawyers I admire most are public defenders. They work long hours for little pay, and they often face difficult odds in court. But they do it because they care about their clients and want to help them.

I also admire trial lawyers. They are often the underdog in court, but they never give up. They are passionate about their work, and they fight for their clients’ rights.»

Lo que, traducido al castellano utilizando la inteligencia artificial de Google Translate, resulta en:

«Los abogados que admiro no miden su éxito en dinero o en victorias en los tribunales. Lo miden en la cantidad de personas a las que han ayudado y la diferencia que han marcado en la vida de sus clientes.

Algunos de los abogados que más admiro son defensores públicos. Trabajan muchas horas por poco dinero y, a menudo, enfrentan dificultades en los tribunales. Pero lo hacen porque se preocupan por sus clientes y quieren ayudarlos.

También admiro a los abogados litigantes. A menudo son los desvalidos en los tribunales, pero nunca se dan por vencidos. Les apasiona su trabajo y luchan por los derechos de sus clientes.

No importa qué tipo de abogado sea, creo que es importante tener un fuerte sentido de la ética y anteponer siempre los intereses de sus clientes. Los abogados que hacen esto son los que marcan la mayor diferencia en la vida de sus clientes.»

Ustedes juzgarán qué tal redacta GPT-3 y si capta más o menos bien el sentido de los textos. Yo tengo no pocos reparos pero debo admitir que impresiona y que, por qué no decirlo, asusta bastante.

Ahora, para que todo quede dentro del mundo de lo artificial, ilustro el post con una imagen generada por otra inteligencia artificial (DALL-E-2) sobre el texto del tuit inicial.