La cooperación es una estrategia que se impone de forma natural cuando se dan determinadas condiciones independientemente de si los agentes llamados a cooperar son seres racionales o irracionales o de si son amigos o enemigos.

En algún otro post he tratado la cooperación entre seres irracionales —(bacterias)— hoy, mirando viejas fotos de la Primera Guerra Mundial, me ha venido a la cabeza el hablarles de la cooperación entre enemigos.

Quizá hayan visto alguna película de la Primera Guerra Mundial donde se presenta a enemigos irreconciliables —alemanes e ingleses por ejemplo— saliendo de las trincheras y jugando un partido de fútbol en la tierra de nadie durante una efímera tregua; quizá sea bueno que sepan que tales treguas no fueron tan efímeras como las películas pretenden y que la estrategia de «vive y deja vivir» fue un comportamiento tan extendido durante la Gran Guerra que preocupó seriamente a los mandos de los ejércitos en conflicto por si daba lugar a deserciones masivas o negativas generalizadas a combatir. La
correspondencia de los soldados británicos, estudiada en profundidad, revela que, de un modo u otro, la mayoría de sus batallones se vieron envueltos en este tipo de estrategias de «vive y deja vivir». La correspondencia de sus adversarios, aunque menos analizada en este punto, confirma el dato.

¿Por qué este tipo de estrategias se produjeron con frecuencia durante la Primera Guerra Mundial y no en otros conflictos? Bueno, la respuesta rápida es que la guerra de trincheras daba lugar a que el enemigo que estaba al otro lado de la tierra de nadie no cambiase con
frecuencia (esto exige considerar al «batallón» como una unidad con
características especiales) y los contendientes se encontrasen en un
escenario óptimo para llevar adelante un juego del tipo del dilema del prisionero
iterado
.

La cooperación emergía inicialmente de forma espontánea por pequeños actos coincidentes (los soldados observaron que, a la puesta del sol, se producían espontáneos periodos de calma cuando se servía la cena en las trincheras) o por días señalados (la cena de Navidad, por ejemplo, solía dar lugar a espontáneas suspensiones de hostilidades), estas situaciones se extendían y generalizaban posteriormente.

Para los soldados las ventajas de combatir eran mucho menos obvias que las de no disparar, sin embargo cualquier acuerdo verbal con el enemigo podía conducirles ante el pelotón de fusilamiento, de forma que aparecieron espontáneamente comportamientos que, salvando ante los mandos la apariencia de combate, mantenían frente al enemigo un tácito
pacto de no agresión. Los testimonios de comportamientos de esta especie están perfectamente documentados: desde la artillería inglesa que disparaba siempre a los mismos lugares y a las mismas horas, a los tiradores alemanes que demostraban su puntería sobre determinadas marcas pero nunca disparaban al hombre. El reemplazo de los batallones cada ocho días no cambiaba el statu quo, bastaba con un rápido cambio de impresiones entre los soldados que se marchaban y los que llegaban para mantener la entente

—¿Qué tal son aquí los boches?

—Buena gente

Este tipo de comportamientos se extendió tanto que supuso un inmenso dolor de cabeza para los altos mandos, especialmente el aliado, pues en su criterio aquella era una guerra de desgaste: ellos podían reponer las bajas, los alemanes no y por ello un empate a muertos era una victoria, un punto de vista que, claro es, no compartían los soldados.

La estrategia de «vive y deja vivir» finalizó cuando los aliados impusieron la política de «raids». Cada cierto tiempo y de forma
aleatoria una sección del batallón debía tratar de infiltrarse en las trincheras enemigas y hacer prisioneros… o morir en el intento. Con tal estrategia la reciprocidad, base de la cooperación, era imposible y los soldados no podían simular ataques: o traían prisioneros o sus cadáveres acreditarían que el ataque no era fingido. Hubo fusilamientos a millares y —finalmente— los altos mandos salieron triunfantes y obligaron a los soldados a matarse, aún hoy día, no se sabe muy bien por qué.

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