Abogados, derrota y gloria

Abogados, derrota y gloria

Ayer mientras escribía el post «Papá quiero ser LAJ» y hablaba del indudable glamour de nuestra profesión, sobre todo en el caso de que los protagonistas fuesen seres frágiles y al borde de la derrota, no podía dejar de pensar en una cita sobre Cervantes de Manuel Vázquez Montalbán:

«Si Cervantes no hubiera sido manco, ni hubiera perdido tantas cosas, incluido el honor mal llevado por sus parientes femeninos, probablemente jamás se habría metido en la piel de Don Quijote, ni habría arrastrado a Sancho al mal camino de la utopía. Sólo a un derrotado se le ocurre convertir la derrota en victoria moral».

Y pensé si no seremos nosotros y los que son como nosotros los auténticos derrotados de esta historia.

Recuerdo que un día, tras escribir uno de mis habituales post sobre abogados reales y abogados de grandes bufetes, un abogado de uno de esos bufetes me puso un comentario agrio diciendo que ellos también tenían gloria y tal… y creo que le respondí algo así como que no se podía querer todo, que el dinero y la gloria en nuestra profesión no suelen ir juntos y que había que escoger porque, como dijo Calamandrei, el abogado nunca o casi nunca se hace rico; ricos se hacen (y cito textualmente)

«…ricos se hacen solamente aquellos que, bajo el título de abogados, son en realidad comerciantes o intermediarios…»

Y ahora, mientras veo a la profesión pelear por las migajas del turno y no atacar al núcleo de esos que, como dijo Calamandrei, son «…en realidad comerciantes o intermediarios…» y están destruyendo la abogacía, me pregunto si no acabaremos cambiando la poca gloria que nos queda por unos, aún más pocos, euros.

Sí, seguramente sólo a los derrotados se les ocurre convertir las derrotas en victorias morales, pero es porque ser pobre es en verdad la única condición que no puede comprarse con dinero.

Compradores de tristeza

Compradores de tristeza

Suele ocurrir que, cuando tienes el dinero suficiente para comprarte un coche, dejas de viajar en autobús. Y suele ocurrir también que, cuando tienes el dinero suficiente para comprar un chalet en una urbanización tranquila dejas de vivir en el bloque de pisos de tu barrio; cuando tienes dinero ya no cenas en restaurantes abarrotados sino exclusivos y por eso, cuando tienes el dinero suficiente, suele ocurrir que inicias un imperceptible pero fatal camino hacia el aislamiento.

Hace tiempo que los científicos nos dicen que la felicidad está unida a la sensación de integración en una comunidad y sin embargo, el ser humano, cuando tiene el dinero suficiente, parece preferir gastarlo en comprar un aislamiento triste que en integrarse en una comunidad con sentido.

Estudios citados por Christopher Ryan en su libro «Civilizados hasta la muerte: el precio del progreso», revelan que en 1920, en los Estados Unidos, apenas un 5% de la población vivía sola, una cifra que hoy ha aumentado hasta el 25%. En los últimos 20 años el consumo de antidepresivos ha aumentado un 400% en ese país y sospecho que la situación no es diferente en España, donde el suicidio es ya, a muchísima distancia de accidentes de tráfico u homicidios, la primera causa de muerte violenta.

Quizá debiéramos replantearnos nuestros conceptos de riqueza y bienestar, quizá debiéramos reconocer que vivir en lugares exclusivos y viajar de forma exclusiva no son sino carísimas formas de ser exclusivamente infelices.

Quizá sea el momento de reconocer que el afán de exclusividad es un rasgo humano de estupidez que sólo se manifiesta cuando se tiene el dinero suficiente.