Cartagenamórate

Cartagenamórate

Hoy es Viernes de Dolores, la fiesta de mi ciudad por antonomasia y seguramente sea esta una buena fecha para hablarte de mi ciudad y su diócesis.

La ciudad de Cartagena con el étimo de este nombre (𐤇𐤃𐤔𐤕  𐤒𐤓𐤕, Qrt Hdst, Quart Hadast, Carthago) la fundó el púnico carthaginés Asdrubaal yerno de Amelkart Barca hace ahora 2252 años. Discúlpenme si en lugar de Asdrúbal o Amílcar escribo Asdrubaal o Amelkart pero es que no renuncio en los nombres teofóricos (nombres que incorporan el nombre de una deidad) a tratar de mantener en lo posible la grafía del dios a que hacen mención, Baal en el caso de Asdrúbaal y Melkart en el caso de Amelkart (𐤇𐤌𐤋𐤒𐤓𐤕) Barca.

A veces los nombres nos cuentan cosas.

Como ven Amelkart Barca y Carthago comparte en sus nombre el trilítero «krt», «qrt» o «crt» en grafías actuales (𐤒𐤓𐤕 en alfabeto fenicio) y es normal pues esa palabra significa «ciudad». Así el dios Melkart es el rey (Melek) de la ciudad (Quart) y mi ciudad Quart, más de dos mil años después aún conserva el trilítero CRT, QRT o KRT en grafías actuales que nos indica no solo su origen fenicio sino también su caracter de ciudad.

Y ya me he ido por las ramas.

Mi ciudad y mis vecinos mantienen una idiosincrasia propia que no siempre es entendida en esta región (en realidad casi nunca) a pesar de que desde el año 297 AEC todas las ciudades del sureste que se corresponden con la actual región han formado parte del «Distrito de Cartagena» (sí, «Diócesis» es palabra latina que en castellano significa «Distrito» y a cuyo frente suele haber un «episcopus», o sea, en castellano un «supervisor») y por tanto llevan viviendo juntas 2000 años. Lorca, Jumilla-Coimbra, Cehegín… etc. ya formaban parte con Cartagena del mismo distrito cuando, mil años después, los árabes fundaron Murcia.

Mirar el imafronte de la llamada Catedral de Murcia explica muchas cosas de esta región mejor de lo que lo hacen políticos interesados y webs institucionales.

Si miras el imafronte de la llamada Catedral de Murcia observarás que en ella no aparece ninguna referencia a la ciudad de Murcia. Los santos que aparecen en lugar más relevante son todos cartageneros (Leandro, Fulgencio, Isidoro y Florentina). Incluso el nombre por antonomasia del huertano murciano (Pencho) es el nombre de un cartagenero (Fulgencio) y si tratamos de encontrar otros símbolos que no sean cartageneros lo que encontraremos es, por ejemplo, la Cruz de Caravaca, otra ciudad que no es Murcia. Y es normal, pues Murcia, fundada por árabes, carece de un pasado cristiano que contar y por tanto de nada relevante que colocar en el imafronte de un templo cristiano. Lo curioso es que si alguien le hubiese dicho a Leandro, Isidoro, Fulgencio y Florentina que sus estatuas se colocarían en un lugar llamado Murcia quedarían muy sorprendidos pues, simplemente, cuando ellos vivieron, un lugar con ese nombre ni existía ni se le esperaba. Leandro, Fulgencio, Isidoro y Florentina sí conocían la Diócesis de Cartagena pues habían nacido en ella, pero no Murcia ni una catedral de Murcia, pues las catedrales estaban (y están aunque bombardeadas) en la sede de los distritos (diócesis).

Igual ustedes ignoran de quiénes les estoy hablando pero les diré que son, con toda probabilidad los perdonajes históricos más importantes nacidos en esta tierra nuestra. Quizá Isidoro sea el más conocido (Isidoro, obispo luego, de Sevilla) pues, como a buen cartagenerico, se le ocurrió el disparate de meter todo el conocimiento del mundo en un solo libro creando así la primera enciclopedia de la historia, las «Etimologías», permitiendo que el conocimiento de la Roma clásica atravesase toda la Edad Media hasta que, muchos siglos después, Diderot y D’Alembert se lanzasen de nuevo a una hazaña de similares proporciones.

Seguramente Leandro les suene menos que Isidoro pero, para la historia de España y del mundo, es probable más trascendente que su hermano.

Leandro fue el responsable de la conversión al catolicismo del pueblo visigodo y es ese momento de la historia el considerado por muchos historiadores como el del «nacimiento de España». De hecho, si visitan ustedes el Palacio del Senado de España verán que en lugar prominente hay un cuadro de grandes dimensiones conmemorando ese episodio. Leandro también, en el tercer concilio de Toledo, fue en buena parte responsable de la modificación del Credo de Nicea añadiendo la cláusula «y del Hijo», modificación que, andando el tiempo, daría lugar a la separación de las iglesias católica, apostólica y romana de la católica, apostólica y ortodoxa. ¡Ah si Putin lo supiera!

Isidoro y Leandro pues son santos para toda la cristiandad, ya sea romana u ortodoxa, es decir de Moscú a la Tierra del Fuego.

Cosas de cartagenericos.

Por alguna razón, culturalmente, la idea de España ha ido asociada al catolicismo. Los visigodos eran «españoles» porque eran católicos (de ello se encargó Leandro) y las imágenes de sus reyes adornan la Plaza de Oriente y el Palacio Real de Madrid cual si de reyes de España se tratase. Curiosamente los árabes, a pesar de los ocho siglos de presencia en la península ibérica, no son considerados «españoles» por la historiografía tradicional, sino enemigos de los auténticos españoles que, herederos de los reinos godos del norte, eran cristianos desicados a «reconquistar» el viejo reino que perdió Don Rodrigo en el Guadalete. Como ven, a lo que parece, Leandro hizo un buen trabajo y esta caracterización de España es la que todavía mantiene una mayoría sociológica de los españoles.

No es de extrañar que cualquier intento de construir una «identidad regional» sobre un pasado árabe sea una tarea condenada al fracaso. La identidad regional no está vinculada al pasado árabe de Murcia, la identidad regional la tienen escrita en el imafronte de la llamada catedral de Murcia y está vinculada a un pasado cristiano, Cartagenero, Caravaqueño, Jumillano, Ceheginero… Pero no murciano.

Insisto, desde hace dos mil años todas las ciudades de esta zona formamos parte de la misma división administrativa y hemos vivido juntos, aunque 800 años después apareciese una ciudad nueva que, desde 1833, fue designada arbitrariamente capital de este viejo distrito.

Y esto no sentó bien.

Nuestra región, compuesta de dos provincias, Murcia y Albacete, se resquebrajó en la década de los 80 debido a un centralismo crónico que arranca del siglo XIX y que Albacete venía denunciando desde época tan temprana como 1838. Para que se hagan una idea: cuando en 1838 los carlistas aparecieron por Almansa la Audiencia Territorial de Albacete (órgano judicial supremo de las provincias de Murcia, Ciudad Real, Cuenca y Albacete) decidió huir de Albacete y establecerse en Cartagena. Cuando la Diputación de Murcia les ofreció instalarse en Murcia tanto la Audiencia como la Diputación de Albacete se negaron afirmando que si la Audiencia se instalaba en Murcia ya no volvería nunca a Albacete.

Por eso, en cuanto hubo la más mínima oportunidad, Albacete huyó de la Región de Murcia. Hoy tienen una universidad que el centralismo de Murcia les negaba y hoy son la primera ciudad en población de Castilla La Mancha en lugar de ser la tercera ciudad de la Región de Murcia.

Sí, el centralismo mal entendido ha destruido esta Región hasta seccionarla por la mitad y la seguirá destruyendo si persisten asuntos como CAETRA por solo poner un ejemplo.

La propia ciudad de Murcia padece ese centralismo de unos pocos. Pedanías fortísimamente pobladas como El Palmar han venido reclamando una entidad local menor que nunca acaba de llegar en la forma deseada y en general, 52 pedanías que reúnen a la abrumadora mayoría de los habitantes del municipio de Murcia ven como sólo el pequeño centro de Murcia (unos 140.000 habitantes frente a los más de 400.000 de la ciudad, se benefician de un reparto poco equitativo de gastos, impuestos e inversiones).

El centralismo percibido —subrayo «percibido»— ya ha fracturado esta región expulsando a Albacete y la fracturará aún más si, en lugar de una Región centralizada no diseñamos una Región distribuida que haga posible que esta historia de 2000 años que se inició con el distrito carthaginense pueda seguir adelante.

Quizá hoy, día de la fiesta mayor de mi ciudad, sea un buen día para recordar estas cosas.

El juicio de Ramón Luís (podcast)

Provincianismos

Provincianismos

España es un país curioso donde todos parecen saber que Iniesta es el futbolista «de Fuentealbilla», Sergio Ramos o Curro Romero son el defensa y el diestro «de Camas» y que el vino es de Valdepeñas, sin que nadie se sienta obligado a aclarar que Fuentealbilla es un pueblo de Albacete, Camas un municipio colindante con Sevilla (río Guadalquivir de por medio), o que Valdepeñas es un municipio de Castilla-La Mancha.

Turrón de Jijona, peladillas de Alcoy, ajo de Las Pedroñeras, melón de Villaconejos, finos de Montilla-Moriles, torta del Casar, queso de Cabrales… Parece que nadie considera necesario aclarar a nadie dónde se encuentran estas localidades, los autores presumen informada a su audiencia salvo, claro está, que hablen de la Región de Murcia.

Los andaluces en esto son maestros y desde antiguo entendieron que Utrera no está en Sevilla ni Antequera en Málaga, que Utrera está exactamente en Utrera y que Antequera está justamente donde ha de estar: en Antequera; y es precisamente por eso que los mostachones son de Utrera y no de Sevilla en tanto que los molletes vienen de Antequera y no de Málaga.

Nadie en Andalucía parece necesitar explicar que Jerez «está en Cádiz» (lo cual es, por otro lado, absolutamente falso) o que Ronda «está en Málaga». Más aún, si nos vamos al mundo del flamenco esta forma administrativo-provinciana de hablar movería a la risa más desaforada: ¿Imagina usted a un crítico musical hablando de la «Soleá de Alcalá (Sevilla)»

—¿Qué idiotez es esa?
—Es para que no la confunda usted con la soleá de Alcalá de Henares (Madrid)
—Oiga ¿Es usted tonto?
—Pues igual sí.

Explicar a un lector que el vino de Jerez se hace en Cádiz es llamarle ignorante, mejor sería hablarle del Puerto de Santamaría o de Sanlúcar de Barrameda porque, puestos a gastar tinta, más vale hacerlo en algo útil.

En cambio, en relación con nuestra región pareciera que los medios consideran que los españoles son todos unos ignaros.

A ver cómo se lo explico: no hay muchas ciudades en España que tengan una imagen de marca mundial tan poderosa como Cartagena.

A poco que usted lo piense reparará en que cualquier niño o niña del mundo que haya ido al colegio, al estudiar historia antigua, necesariamente toma conocimiento de la existencia de nuestra ciudad y de algunas de las cosas que en ella ocurrieron.

Todos los libros de historia de todos los niños de todos los colegios del mundo contienen mapas donde figura nuestra ciudad y le cuentan a sus alumnos la historia de un vecino de esta ciudad, un tal Aníbal, un zagal que un día decidió conquistar Roma… y que casi lo consigue. ¿Imagina usted lo que le costaría a cualquier ciudad comprar una presencia así en los libros de historia?

La historia de la humanidad se decidió en esa guerra a la que llamamos segunda guerra púnica; si los carthagineses hubiesen ganado, por ejemplo, hoy día no hablariamos castellano sino un idioma derivado del fenicio y toda nuestra cultura sería muy diferente.

Muy pocas ciudades del mundo han sido el escenario donde se han jugado dos imperios el destino de la humanidad; muy pocas ciudades han tenido vecinos tan decisivos para la historia del género humano como Aníbal, Asdrúbal o el mismo Amílcar Barca; muy pocas ciudades, en fin, se han ganado un lugar en la historia tan por derecho propio como la nuestra.

Y sin embargo, a diferencia de Fuentealbilla, Valdepeñas, Jerez, Ronda, Camas o Utrera, muchos medios de comunicación de nuestra región deben de entender que sus lectores son unos ignorantes y se ven compelidos a confundir a sus lectores «explicándoles» que Cartagena «está en Murcia». No en la Región de Murcia, no, sino «en Murcia».

Esta forma de confundir tan propia de nuestra región no es exclusiva de Cartagena, este verano he visto en un telediario nacional afirmar que el festival del Cante de las Minas se celebra «en Murcia» y otro tanto he escuchado de otras fiestas y eventos significativos de nuestra región.

Este borrado regional que aqueja a nuestra autonomía, curiosamente, es celebrado por algunos políticos para quienes nuestra región resulta demasiado grande y variada como para entrarles en la mollera y así, poco a poco, la van erosionando y destruyendo mientras se refocilan con su propia estulticia.

Comprenderán ustedes que, cuando una chirigota de Beniaján compitió en el concurso de agrupaciones carnavalescas de Cádiz, yo me sonriese al ver que era anunciada por Canal Sur TV simplemente como «chirigota de Beniaján» mientras que en «La Verdad» se la llamaba «chirigota murciana». Entenderán que entonces no pudiese evitar pensar en que algún día habría de escribir un post como este.

Cuestión algo más que de estilo. Yo me apunto al estilo andaluz.

El enigma de los michirones

El enigma de los michirones

Desde que el ser humano, hará unos diez mil años, abandonó su vida de cazador-recolector y se estableció en ciudades y estados cada vez más grandes, su natural tendencia al altruismo sufrió cambios impensables. Hasta ese momento, un indivíduo cualquiera, era capaz de cooperar con, y hasta de dar la vida por, los miembros de su clan; no en balde compartían con él la mayoría de sus genes y eran, en mayor o menor grado, su familia. Pero, cuando las ciudades crecieron hasta alcanzar decenas de miles de pobladores, ¿cómo entendería la cooperación este animal nómada solo recientemente sedentarizado?

Por increíble que parezca la especie humana solucionó el problema desarrollando una conducta presente en muchas otras especies animales: el altruismo hacia un marcador.

Para quien no sepa qué es eso del «altruismo hacia un marcador» le diré que, algunas especies animales, por ejemplo, usan de feromonas para reconocerse como miembros de un mismo equipo; el ser humano, sin embargo, para conseguir lo mismo recurre a complejos mitos y relatos que acaban encarnados en banderas, escudos, símbolos, textos, religiones…

En mi ciudad, Cartagena, hemos tenido muchos marcadores de esos: en 1873, por ejemplo, fue la República Federal y eso nos llevó a entrar en guerra contra el mundo; de modo que me entenderán si les digo que, tratar el tema en el que pienso adentrarme tras esta larga introducción, puede suponerme no pocos peligros, porque trata del último marcador que ha seleccionado como seña de identidad el «homo carthaginensis»: los michirones.

Sí, créanme, en este momento, si usted quiere soliviantar a la grey carthaginesa, le bastará para hacerlo afirmar en público que los michirones «son murcianos». Pruebe usted a hacerlo, por ejemplo, en Facebook y verá cómo el número de interacciones aumenta súbitamente y el recuerdo de su señora madre se dispara exponencialmente.

Recientemente he comprobado con no poca consternación como, algún habitante de la vecina ciudad de Murcia, reclamaba para su patria el ser la cuna y lugar de nacencia de esta preparación culinaria; afirmación inmediatamente contestada por furibundos carthagineses y carthaginesas sin que, por cierto, ni unos ni otros, aportasen dato alguno que justificase sus patrióticas afirmaciones. La carthaginesidad o murcianidad de los michirones quedó reducida en ese debate —y debo decir que en todos los que he presenciado— a puros actos de voluntarismo gastronómico-patriótico.

Creo pues llegado el momento de desvelar el enigma de los michirones y aclarar de una vez para siempre su origen. ¿Cartageneros? ¿Murcianos? A partir de hoy lo sabrán ustedes.

Antes de entrar en harina debo aclarar que tan importante debate, crucial sin duda para el futuro de esta región, no puede zanjarse con afirmaciones sin documentar y es por esto que esta tarde me he decidido a llevar a cabo una investigación científica de altura con apoyo de un meticuloso trabajo de campo. Hoy avanzaré mis conclusiones en este post y ya, dentro de unos meses, daré a la imprenta los varios volúmenes de que consta este concienzudo trabajo científico.

Comencemos sentando mi tesis de partida: tratándose el michirón no más que de un haba seca rehidratada y luego cocinada, no es lógico pensar que sea exclusiva del sureste peninsular, sino que deben poder encontrarse preparaciones semejantes en cualquier ámbito geográfico donde se cultive la «Vicia Faba», que es el nombre científico del vegetal que nos ocupa.

Me he aplicado a la tarea y el resultado ha sido sorprendente: preparaciones similares a los michirones se llevan a cabo por toda la cuenca mediterránea, oriente medio, la India e incluso el lejano oriente. Son un plato habitual en Marruecos o Siria, pero donde han adquirido carta de naturaleza y son el «plato nacional» es en Egipto donde, una de las formas de prepararlos (el «Foul Medammes» —literalmente habas preparadas—) es para ellos una seña de identidad solo comparable al Canal de Suez o a las pirámides de Giza.

Para acreditar mis descubrimientos con la pertinente prueba testifical, he decidido acercarme hasta la tienda de comestibles que hay debajo de mi casa, pues al hombre que la atiende le había detectado yo trazas de ser egipcio, fundamentalmente por mantenerse sistemáticamente de perfil cuando hablaba conmigo y por la peculiar forma de ángulo recto con mano en forma de cazo que adquiría su extremidad superior derecha al cobrar.

Me equivoqué, mi gozo en un pozo, mi amigo el tendero no era egipcio sino sirio y, aunque al principio pensé que su información no me sería de utilidad, luego he comprobado que el hombre era un pozo de ciencia culinaria.

Testigos de nuestra conversación han sido un cliente de color (negro) y un representante de productos alimenticios con trazas ecuatorianas.

No bien le he planteado mis dudas a mi amigo el tendero, casi se parte de risa y ha empezado a sacarme michirones de todas las clases y calibres que se puedan imaginar, mientras me detallaba las mil y una formas de cocinarlos. Cuando le he preguntado por el «Ful Medammes» se ha sonreído y me ha dicho: «Ful Medammes es lo que yo desayuno todos los días.»

Me he quedado estupefacto, he tratado de indagar si este hombre que desayunaba michirones no tendría ancestros cartageneros, pero no, el hombre es natural de Homs (la Emesa griega) y todos sus antepasados fueron sirios desde que Asurbanipal fue elegido por primera vez alcalde pedáneo; por tanto no había duda: la adicción al michirón como tótem no es patrimonio exclusivo del sureste de la península ibérica, sino que está incluso más acendrada en las tierras del Nilo y Mesopotamia, lo que nos lleva a los momentos fundacionales de la civilización.

Estaba yo a punto de buscar el enlace entre los michirones y el poema de Gilgamesh cuando el sirio me ha dado una información que ha confirmado un bereber magrebí que se había unido a la tertulia: el michirón no está bueno si no hierve lentamente en una perola durante toda la noche.

El rito es poner los michirones a hervir antes de acostarse y dejarlos a fuego lento hirviendo hasta que llega la mañana, momento en que su «ternol» (digámoslo en carthaginés) es máximo. El bereber ha añadido a este rito la conveniencia de que la perola en que se hiervan los michirones sea de cobre, pero, en esto, el sirio no ha estado de acuerdo y ha reputado la tal costumbre un producto de la superstición occidental. Yo ni quito ni pongo, como me lo han contado se lo cuento, pero lo del cobre me ha dejado pensando en la profunda sabiduría de estos pueblos, pues, dicho metal, ahora sabemos que tiene propiedades higienizantes.

Pero bueno, volvamos a lo que nos ocupa, es decir, al origen de los michirones.

Parece evidente que, en cuanto a su preparación y consumo en forma de legumbre secada y rehidratada, ni murcianos ni cartageneros tenemos nada que hacer: los sirios comen michirones desde que Hammurabbi escribió su famoso código y se han encontrado restos (de michirones, no de Hammurabbi) que así lo atestiguan.

Y ahora volvamos a nuestra región ¿pudieron llegar entonces los michirones con los árabes?

Sin ninguna duda.

Los magníficos estudios del lexicógrafo inglés Robert Pocklington ponen de manifiesto que la palabra «michirón» proviene del vocablo árabe «misrun», cuyo significado es, literalmente, «pequeños egipcios».

¡Ah la etimología! ¡Ciencia poco valorada pero incomparablemente útil para entender una realidad que sólo podemos explicar con palabras!

Sin duda estos «pequeños egipcios» les habrán hecho recordar lo que les he contado más arriba del «Ful Medammes», plato nacional egipcio. De la misma forma que los sevillanos comen ahora «Soldaditos de Pavía» aquellos árabes que llegaron a España se refocilaron con estos «Pequeños Egipcios» (misrun) que, por fuerza, habían de consumir sin su aditamento cárnico actual de tocinos, chorizos y jamones pues, como es bien sabido, al profeta no le gustaban ni los andares del, con perdón, cochino.

¿Cuándo llegaron a juntarse la carne del puerco con los, ya sí, michirones?

Pues, obviamente, nunca antes de la Reconquista de Murcia y Cartagena aunque, ciertamente, ni siquiera entonces podríamos dar por cerrado el asunto porque ¿reputaremos michirones legítimos un guiso que no tenga ese puntito picante que da la guindilla y que lleva a tentar el porrón con más frecuencia de la que sería menester?

No, no hay michirones legítimos sino hasta después del descubrimiento de América, pues no fue hasta la llegada de esa genial invención mexica que es el chile, que los michirones se convirtieron en lo que hoy son.

Y ahora díganme: ¿quién inventó los michirones? ¿los sumerios que desecaron las habas desde el nacimiento de la civilización? ¿los egipcios que hicieron de ellos su plato nacional durante casi cuatro mil años? ¿los árabes que trajeron a España a esos «misrún» (pequeños egipcios) que comieron con deleite? ¿los cristianos que le añadieron el cerdo? ¿los mexicas que les dieron el picante necesario para hacer de ellos un pecado mortal?

Como casi todas las cosas, los michirones, no son de ninguna parte y son de todas partes un poco; pero, esto, estoy seguro que no habrá de hacer cambiar de idea ni a tirios ni a troyanos, como la Ley de la Evolución no ha persuadido a los creacionistas de que el mundo no se hizo en seis días o como mil guerras no han convencido a los patriotas de que, independientemente del color de las banderas, todas las sangres son rojas.

Mañana, usted, puede preguntar de nuevo de dónde son los michirones o quien los inventó y siempre habrá quien le responda: ¡De Murcia! o ¡De Cartagena! sin importar cuántos datos pueda usted aportarle.

Porque el verdadero enigma de los michirones no es su origen, el verdadero enigma de los michirones es tratar de comprender cómo el ser humano puede hacer de un trozo de tela teñida, de una madera tallada o incluso de un haba seca, un motivo para creerse distinto y aún porfiar por ello.

Y, ahora, permítanme que les cuente la razón profunda de escribir todo esto y esta no es otra que la fotografía que ven bajo estas líneas y que corresponde a unas imágenes que ilustraban una noticia televisiva sobre la desesperada situación de los habitantes de la franja de Gaza.

La foto, sí, como ven, muestra unas latas de michirones calentándose en un fuego improvisado y es aquí donde volvemos a el triste principio de este post, a ese «altruismo hacia un marcador» capaz de convertir a los seres humanos en héroes o en monstruos dependiendo de si el ser humano de enfrente tremola la misma bandera, cree en el mismo dios o sostiene la misma doctrina.

Quizá sea esa la gran verdad que encierran estos «pequeños egipcios», los michirones, esa que nos enseña el drama que encierra esta funesta enfermedad de hacer que, pequeños particularismos fragmentarios como la ideología, el lugar de nacimiento o la religión, haga perder a los hombres su condición de seres humanos y los reduzca a la pura animalidad.

Michirones.

Olvidando pasados y destruyendo futuros

Olvidando pasados y destruyendo futuros

Hoy, 12 de julio de 2023, se cumplen 150 años de la sublevación republicana y federal que dio lugar al Cantón de Cartagena.

Ninguna institución oficial de la Región de Murcia lo va a conmemorar, ni para su gloria ni para su execración.

La presencia de la Región de Murcia en la historia de España tiende a ser residual. De hecho, si consideramos el término «Historia de España» como ese período histórico que abarca desde la Constitución de Cádiz de 1812 —primera vez que la «Nación Española» es mencionada como protagonista político— hasta nuestros días, la presencia de nuestra región no parece haber sido demasiado relevante.

La imagen general de lo que sea la historia de España para la población ha venido en buena medida influenciada por la obra colosal de Don Benito Pérez Galdós —los «Episodios Nacionales» que, muy apropiadamente, comienzan con la batalla del Cabo Trafalgar y la invasión francesa de 1808— en la cual la Región de Murcia es un personaje absolutamente irrelevante de no ser por qué, Don Benito, relata minuciosamente y de forma por cierto magistral, los sucesos ocurridos durante el Cantón de Cartagena, un movimiento por el que Don Benito no puede ocultar sus simpatías.

Llama la atención que el suceso más relevante ocurrido en la Región de Murcia (sí, el Cantón no sólo fue cosa de cartageneros ¿o hemos olvidado el papel esencial del huertano y diputado Antonete Gálvez?), llama la atención, digo, que el suceso históricamente más relevante ocurrido en nuestra región desde que la nación española es elevada a la categoría de protagonista político, sea minuciosamente olvidado por nuestro gobierno regional y aún municipal.

Pueden ustedes denostar una sublevación que acabó con el 80% de la ciudad destruida tras feroces bombardeos, pueden ustedes censurar un movimiento que pretendía imponer desde abajo una república federal en España, ferozmente laico, donde se reconoció el derecho al divorcio, a donde acudieron en defensa de los más dispares ideales bakuninistas y anarquistas de toda laya al igual que miembros de la recién derrotada Comuna de París (un suceso de importancia mundial), simples republicanos federales y una población en gran medida inocente.

La Región de Murcia ha carecido de toda identidad política hasta que, abandonada por la provincia de Albacete, se constituyó en comunidad autónoma uniprovincial tras la Constitución; sin bandera (hubo que inventarla) y sin himnos (todavía hay que inventarlo), lo peor que le ocurre a esta Región es que carece de ninguna identidad compartida y no porque no la tenga —la tiene y podría repartir identidad entre las comunidades autónomas de España— sino porque sus políticos, obsesionados con la identidad capitalina, son incapaces de leer ni de siquiera intuir cuán profunda es la identidad de esta tierra.

Con estos políticos y con esta visión de nuestra región la Región de Murcia jamás tendrá un lugar en el pasado al que todos podamos mirar con orgullo y, lo que es peor, jamás tendremos un lugar en el futuro al que mirar con esperanza.

Lo ocurrido en Cartagena hace 150 años puedes condenarlo o puedes elogiarlo, ambas posturas y todos los matices intermedios son legítimos, lo que no puedes hacer es olvidarlo y tratar de que todos lo olviden: eso retrata a cualquier político como un indigente cultural.

Yo no soy nacionalista, yo no creo que existan esos entes a los que llamamos «naciones» y que tienen una identidad propia y distinta de los habitantes de un territorio, entidades en nombre de las cuales hablan personad que, como los venales sacerdotes de otros tiempos, nos dicen lo que la patria «quiere» o qué es y qué no es patriótico. Las naciones son un producto existoso del romanticismo político y son una entelequia tan irreal como los dioses y los reyes «por la gracia de dios» que antes nos gobernaban; las naciones son no más que un relato pero tan eficaz como lo han sido antiguos textos sagrados.

Y dicho esto mi sensación es que quienes nos han gobernado de 1978 aquí, ciegos por la miopía que les impide ver más allá de uno solo de los municipios de esta región, han sido incapaces no ya de imaginar una entidad política moderna y alejada del romanticismo político del que hablo sinp incapaces de hacer algo mucho más sencillo: descubrir y potenciar las brutales señas de identidad de este trozo de tierra del sureste de la península ibérica que, desde Diocleciano, formó una unidad política por muchos motivos protagonista de la historia de nuestra península y del mundo, aunque por entonces no se conociese la palabra «Murcia».

No siempre se cumplen los 150 años de una efeméride y si ni el gobierno regional de mi comunidad ni el municipal de mi ciudad son capaces de recordar el suceso en lo bueno y en lo malo que tuvo lo único que puedo colegir de todo ello es que ninguno de los que nos gobiernan está capacitado para forjar un futuro ilusionante y en el que quepamos todos los habitantes de esta región.

La cuestión teológica del homoousios, el caldero y el arròs a banda

La cuestión teológica del homoousios, el caldero y el arròs a banda

Hoy en mi casa de comidas habitual se anunciaba como plato del día un sospechosísimo «Arroz abanda» (sic) y aunque he dudado, tras pedirlo, ha comparecido ante mí el individuo que ven en la foto el cual dijo ser y llamarse «arròs a banda» pronunciado con un sospechosísimo acento castellano de la parte de Ciudad Real y al que someto al imparcialísimo juicio de mis lectores levantinos.

El «arròs a banda», ofrecido fuera de la zona sur de la Comunidad Valenciana, suele producirme desconfianza pues ya he visto que me han presentado bajo ese nombre todo tipo de preparaciones donde, efectivamente, el arròs a banda debía servirse «a banda», porque lo que me han servido a mí no lo era.

El «arròs a banda», si no entramos en debates teológicos a propósito de la taxonomía de los peces o el «melis» canónico del arroz, es más que primo hermano del caldero de la costa de Cartagena, San Pedro del Pinatar, San Javier, Los Alcázares y La Unión. El caldero, en la Carthaginense, no suele tener más patria que el mar donde se pescan los peces con los que se prepara y se le llama caldero «del Mar Menor» si los peces vienen (venían) de ese mar o «de Cabo de Palos o el Mar Mayor» si los peces son de los que nadan en el Mediterráneo.

Desconfíe de los anuncios de «caldero murciano» o «caldero cartagenero»; si el restaurante sabe lo que hace no anunciará nunca el caldero así.

Fuera de la Carthaginense existen calderos magníficos en Tabarca (por cierto, ando esperando a que alguien me invite a ir a la isla a dar mi opinión) y Torrevieja (al menos existían) y todo esto conviviendo en paz y armonía con su casi homocigótico hermano el arròs a banda.

¿Cómo distinguimos un caldero del arròs a banda? Difícil cuestión.

Unos le dirán que hay que atender al «melis» que el caldero es más meloso. Otros le dirán que hay que atender a los ingredientes, en el arròs a banda habrá marisco, mejillones, clóchinas o calamar, mientras que en el caldero sólo habrá pescado. Otros atenderán a los «vuelcos» del plato pues, con el arròs a banda, o previamente, se preparará un guiso que incorpora patatas y el pescado del arròs en un sabroso caldo.

Pueden creer a todos y a ninguno. En el barrio de Santa Lucía, Cartagena, se prepara (o al menos se preparaba) un caldero con los mismos vuelcos y patatas que el arròs a banda; el melis depende de muchas circunstancias, que haya o no haya marisco es decisión del chef y, en fin, no se puede estar seguro casi nunca de nada.

Ambos necesitan del imprescindible concurso de la ñora, producto venido del cercano pueblo de La Ñora que dió nombre al pimiento seco de bola. Ambos se acompañan de all i oli (alioli castellanizado) y, eso sí, el uso de la salmorreta es casi exclusivo de nuestros vecinos del norte, en el sur no acostumbramos.

Y dicho esto ya pueden empezar todos los paisanos de Tirant lo Blanc a maldecir el arroz que sale en la foto, lo aceptaré sin rechistar, porque en esto de los arroces hay más sutilezas que en las discusiones teológicas de Bizancio. Eso sí, les diré que estaba bastante bueno.

Identidades gastronómicas o porqué los judíos no comen cerdo

Identidades gastronómicas o porqué los judíos no comen cerdo

Hoy en mi casa de comidas de referencia había para comer arroz con magra de cerdo y eso me he pedido para llenar la andorga. Como ven también hay limón para aliñarlo, pero eso es harina de otro costal. Les explico.

Si vienen a esta región observarán que en Murcia se añade limón a casi cualquier cosa, desde las patatas fritas de bolsa al mejor queso manchego. Que todo sabe mejor con limón parece ser la norma y esto suele llamar la atención del forastero.

En Cartagena, en cambio, añadir limón a algo puede suponerte una reprimenda y no pequeña. Desde que te digan que estás estropeando el producto a que te acusen de mixtificar los sabores, pero aunque te digan eso no te engañes, la realidad es que, quienes esto dicen, no consumen limón para no poder ser confundidos jamás con un murciano.

A usted esto puede parecerle una tontería pero créame, es así y no le voy a hablar ahora de andaluces que desprecian una u otra marca de cerveza en función de su ciudad de origen, le voy a hablar de algo más serio: de religión.

La prohibición de comer cerdo en la religión judía y, por herencia de esta, en la islámica, se ha explicado a menudo como una norma de higiene para prevenir la triquinosis, una enfermedad que transmiten los cerdos, pero esto no es más que una invención sin apoyo en prueba, texto ni documento alguno. Los pueblos de la antigüedad comieron cerdo intensivamente y no se atisba la razón por la que el dios de los judíos prohibió a su pueblo el consumo de este y otros animalitos o prohibir combinar la carne con lácteos, medida esta que hace que un judío no pueda comer la mayor parte de las pizzas y pastas que llevan queso sobre carne o que en los Burguers King de Nueva York los judíos abominen del cheese-burguer.

Ando leyendo estos días un libro que se titula «La Biblia desenterrada», un libro escrito por el profesor Israel Finkelstein, un arqueólogo y académico israelí, director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv y corresponsable de las excavaciones en Megido (25 estratos arqueológicos, que abarcan 7000 años de historia) al norte de Israel; y por el arqueólogo e historiador estadounidense Neil Asher Silberman. El libro realiza un análisis exhaustivo de los vestigios arqueológicos encontrados en Israel hasta la fecha para tratar de averiguar los orígenes del pueblo de Israel y sus particulares creencias religiosas.

No me puedo resistir a contarles su hipótesis sobre el por qué de la costumbre judía de no comer carne de cerdo.

Primero debemos saber que la Biblia no comenzó a escribirse como tal antes de los siglos octavo, séptimo, antes de nuestra era pero que antes, en el siglo XII, todo el Mediterráneo Oriental se vio sacudido por una terrible inestabilidad provocada por los misteriosos «Pueblos del Mar».

Las invasiones de los pueblos del mar a acabaron con imperios como el Hitita, arrasaron con las ciudades de la costa de Canaán y pusieron en peligro al propio imperio Egipcio.

Para un pueblo de pastores nómadas como los israelíes la llegada a la costa de Canaán de los pueblos del mar trastocó toda su forma de vida. Los pastores nómadas viven de suministrar a pueblos sedentarios proteinas, cuero y leche; mientras que los pueblos sedentarios suministran a estos pueblos nómadas el cereal que es la base de su dieta; ese es el ciclo económico que aún a día de hoy siguen tribus de beduinos. La llegada de los pueblos del mar, sin embargo, destruyó este ciclo económico al arrasar con las poblaciones costeras. Los pastores nómadas israelíes hubieron de asentarse en poblaciones para poder cultivar por sí mismos el cereal. Los asentamientos de las tierras altas de Judea se multiplicaron exponencialmente en esos años y una miriada de pequeños poblados aparecieron en el registro arqueológico de esos años.

Pero ¿quiénes eran esos recién llegados a la costa de Canaán?

Pues unos viejos conocidos de los lectores de la Biblia, uno de los cientos de pueblos que integraban ese mix llamado «Pueblos del Mar» que recibieron el nombre de «Filisteos».

Los israelíes se recluyeron con sus rebaños de ovejas y cabras en las tierras altas del interior mientras que los filisteos ocuparon la llanura litoral y se dedicaron al consumo intensivo de carne de cerdo.

Es llamativo como, cuatro siglos antes de que empezase a escribirse la Biblia, los israelíes ya no consumían cerdo. En los registros arqueológicos de sus asentamientos no aparece ni un solo hueso de cerdo mientras que en los de los filisteos ocupan un puesto principal.

¿Hicieron los israelitas integristas con el cerdo lo mismo que los cartageneros irredentos con el limón?

Esa es la hipótesis del profesor Finkelstein, una hipótesis que, naturalmente, se acompaña de un importante número de datos adicionales.

Es por eso que hoy, que he sentido el tabú del limón y el del cerdo, no he podido resistirme a contarles esta historia.

La catedral y la concatedral de esta diócesis

La catedral y la concatedral de esta diócesis

Uno de los dos edificios que ven estas fotos es una catedral, el otro es una concatedral.

Ayer, mientras tomaba fotos en la Plaza de Belluga de Murcia, recordaba la insistencia de mi amigo Juan Francisco López Sánchez (Cartagena 1961), quien siempre que hablo de la «Catedral de Murcia» me corrige y me dice «concatedral, que no catedral», y en abono de sus tesis me aporta documentación oficial tanto de la jerarquía eclesiástica como civil. Y sí, la Catedral de esta diócesis es el segundo edificio que ven: las ruinas de una iglesia bombardeada por la aviación franquista durante la guerra civil.

A mí, de todas maneras, la concatedral de Murcia siempre me ha impresionado y su imafronte me sume siempre en reflexiones sobre lo que fue, es, sea o deba ser, esta región.

Si observan ustedes los elementos decorativos de este imafronte verán que lo que él se muestran son motivos mayoritariamente de esta región pero todos ellos ajenos a la ciudad en que se exhiben: santos cartageneros (Isidoro, Leandro, Florentina, Fulgencio…), la Cruz de Caravaca…

Cartagena, Lorca, Cehegin, Jumilla… Las ciudades de esta región existen y han convivido desde la noche de los tiempos en este trozo de tierra al que Diocleciano llamó Distrito Carthaginense, pero Murcia, la actual capital, llegó tarde, pues llegó con los árabes de forma que, al no tener ningún pasado cristiano, echó mano de los del resto de la Región para decorar la «catedral» (mi amigo Juan Francisco notará las comillas) que hoy conocemos.

La Catedral, en cambio, construida con piedras del viejo teatro romano, sede metropolitana y muchos sostienen que primada de España (hay un documento falso de la época de Gundemaro que la traslada a Toledo) hoy yace en ruinas bombardeada durante la guerra civil por los aviones de quienes decían defender la fe.

¿Comprenden que me dé por pensar?

La luna, el agua y la Región de Murcia

La luna, el agua y la Región de Murcia

Leo que han detectado agua en la luna y no puedo evitar sentimientos encontrados. Me alegro, mucho, sí, soy un trastornado de la carrera espacial y es este un viejo sueño largamente acariciado pero, según me alegro, miro a mi alrededor y me invade la melancolía.

Vivo en un región sedienta de agua, vivo en una región donde Portmán y el Mar Menor nos gritan a la cara todos los días que somos unos inútiles. Somos capaces de alegrarnos de que el ser humano encuentre agua en la luna pero no somos capaces de movilizar a los muchos y buenos científicos que tenemos para, no sólo remediar, sino establecer procedimientos de recuperación del procomún en casos como los dichos de Portmán y el Mar Menor.

En la Región de Murcia la hemos cagado bien cagada, pero, con todo y con eso, la mayor cagada la estamos cometiendo en este momento, demostrando que somos incapaces de movilizar todos nuestros recursos para dar una esperanza al mundo en este tiempo de cambio climático y tragedia del procomún.

Tenemos una causa digna del esfuerzo de la humanidad en su conjunto y en el Paseo de Alfonso XIII son incapaces de liberarse de sus sietemesinas vendas políticas y pensar en grande, como seres humanos parte de una humanidad en peligro.

Sí, me alegra leer que han descubierto agua en la luna, pero, al mismo tiempo, me entristece saber que en el Paseo de Alfonso XIII esos hombres y mujeres a los que los partidos nos dicen que votemos son incapaces de encontrar la forma de ponerse de acuerdo.

Quizá sea ya tiempo de hacer algo.

Ni cartageneros ni murcianos: egipcios

Ni cartageneros ni murcianos: egipcios

A fin de sacar de su error a quienes aún reclaman un origen murcianocarthaginense del michirón, hoy me he determinado a preparar estas legumbres en la forma más difundida por el mundo, llamada universalmente Ful Medammes.

Los ingredientes a prevenir son:

-Michirones cocidos según el método bíblico de cocción. (O eso o los compras ya cocidos).

-Tomate finamente picado

-Perejil ad libitum

-Limón escurrido con toda la generosidad posible

-Comino en polvo usado sin miedo

-Pimentón dulce de La Ñora (si es de otro sitio sirve igual).

-Sal.

-Aceite de oliva del Huerto de Getsemaní. (Si es de Cafarnaún, de Andújar o de Baena, te saldrá más barato y hasta te sabrá mejor).

El michirón a usar en esta preparación conviene que sea un poco más pequeño de lo normal —aunque ello no tenga demasiada importancia— y es imprescindible que sea cocido siguiendo un escrupulosísimo método, probablemente fijado durante el reinado del rey asirio Senaquerib, abuelo de Asurbanipal, aunque no falten autores que, con poco fundamento, lo atribuyan al bestia de Asurnasirpal. El proceso de cocción tiene la particularidad de que ha de llevarse a cabo necesariamente en ollas de cobre pues otros metales no le dan el sabor exacto al michirón y ha de hacerse lentísimamente. El Talmud recoge (y esto no es coña) que estas ollas solían «enterrarse» en las cenizas y brasas del fuego de la noche donde se dejaban hirviendo hasta el día siguiente, de ahí que el plato, en su nombre más común, sea conocido como «Ful Medammes», un compuesto de la palabra egipcia «Ful» (haba) y la voz copta «Medammes» (enterrado).

Esta preparación (Full Medammes) es la comida nacional de los egipcios y es a los habitantes de El Cairo lo que el arroz a los de Pekin. Gracias a los michirones y al Full Medammes los egipcios no sólo construyeron un imperio hace 5000 años sino que incluso en la actualidad promueven disputas entre murcianos y cartageneros.

Pero que el Ful Medammes sea popular en Egipto no significa que sea una comida egipcia; su consumo en las riberas del Tigris y el Eúfrates o incluso en Canaán, está acreditado desde la noche de los tiempos.

Hoy me he decidido a prepararme un plato de Ful Medammes y, para ello, he consultado al mejor consejero aúlico que podía tener, mi amigo el sirio Nasán que, además de regentar una tienda de comestibles debajo de mi casa, es hombre que todos los días, incluso en Ramadán, se desayuna un plato de Full Medammes de forma que, como ven, está el hombre sano y rozagante cual si de un Nemrod o un Hammurabbi se tratase.

Por lo demás el método de preparación del plato es sencillo: se calientan levemente los michirones una vez cocidos y se le añaden el resto de los ingredientes en preparación mezclada, no agitada.

Y créanme, están cojonudos.