Canta y no llores

Canta y no llores

Si existe un himno «in pectore» para los mexicanos este es la canción «Canta y no llores» (Cielito lindo). Famosa en México, en España y en el mundo entero pareciera que no pueda existir nada más mexicano que esta canción, un sombrero charro y una botella de Tequila. Y sin embargo…

Sin embargo, a poco que nos fijemos, hay algo sospechoso en la letra de esta canción sobre todo en la estrofa que dice

«De la Sierra Morena,
(cielito lindo)
vienen bajando
un par de ojitos negros
(cielito lindo)
de contrabando.»

En México, necesario es decirlo, no existe ninguna sierra que se llame «Sierra Morena» por lo que si esos ojos negros bajaban de algún lugar ciertamente este no estaba en México.

Mis lectores españoles, estoy seguro, nunca habrían reparado en este detalle pues existiendo en América lugares con nombres tan españoles como Guadalajara, Veracruz, Los Ángeles o Santa Fé ¿por qué no iba a haber en México otra Sierra Morena? Y sin embargo no, por extraño que parezca, a nadie se le ocurrió bautizar ninguna cordillera mexicana con ese nombre y es por eso que resulte chocante que de la Sierra Morena (cielito lindo) bajen de contrabando los ojos de esta canción.

Si prescindimos del omnipresente «cielito lindo» observaremos que la métrica de las estrofas es la que corresponde a las llamadas «seguidillas» con versos de, alternativamente, siete y cinco sílabas

«Ese lunar que tienes
junto a la boca
no se lo des a nadie
que a mí me toca.»

Y con estos datos que les he dado no sería extraño que alguno de mis lectores se decidiese a bucear entre los poemarios y cancioneros en lengua castellana a la búsqueda de alguna letra parecida a las que se cantan en la canción (cielito lindo) que hoy nos ocupa. Y, si lo hiciera, se llevaría la tremenda sorpresa de que, muchos años antes de que la canción fuese compuesta, la letra de la misma ya era popular en España.

Las dos estrofas que hemos citado hasta ahora junto con el estribillo

«Canta y no llores
porque cantando se alegran
los corazones»

Son estrofas de una seguidilla española recogida ya en 1865 por Emilio Lafuente Alcántara aún cuando tienen un origen anterior. Dado que el compositor oficial de la canción, el mexicano Don Quirino Mendoza y Cortés, compuso la canción en 1882 podemos concluir que la letra no era original y podemos preguntarnos ¿fue un plagio?

La respuesta es un rotundo no. Don Quirino no sólo compuso la música de vals que todos conocemos sino que, a las viejas letras, les añadió ese obstinado «cielito lindo» que da chispa, gracia y hasta nombre a la canción. Nada teman los mexicanos, «cielito lindo» es mexicana hasta la médula y lo seguiría siendo aunque la letra hubiese sido escrita en Marte. De hecho el caso de «cielito lindo» ilustra perfectamente esa ley de la vida y de la información que dicen que información y vida mutan siempre hasta alcanzar su máximo nivel replicativo. Las viejas letras españolas casi olvidadas mutaron con solo añadir el «cielito lindo» y hoy todo el mundo las recuerda gracias a esa mínima adición y a la música de Don Quirino.

No fue pues un plagio, lo que sí fue un plagio en toda regla fue la versión que registraron el argentino Osvaldo Fresedo y su hermano Emilio como tango con el nombre de «Cielito mío», una copia clónica del «Cielito lindo» de Don Quirino y que llegó a ser cantada con éxito nada menos que por Carlos Gardel.

Nada de extraño hay en todo esto que les cuento pues es así como funciona la vida y la cultura, nadie crea nunca de la nada y todas las creaciones son, como explicaba magistralmente Jorge Drexler en una charla de TED (véanla), «un poco de todas partes y de todas partes un poco».

Y esto que les cuento no es sólo un caso de mexicanos, españoles y argentinos pues en todas partes cuecen habas y en los Estados Unidos a calderadas. Vean si no el caso de Walt Disney.

En 1928 nació un personaje de dibujos animados. Un temprano Mickey Mouse hizo su debut en mayo de aquel año, en un corto mudo llamado «Plane Crazy». En noviembre de ese mismo año, en el Cine Colonia de la ciudad de Nueva York, en la primera cinta de dibujos animados sincronizados con sonido, «Steamboat Willie» dio a luz al personaje que se convertiría en Mickey Mouse.

El sonido sincronizado se había introducido en el cine un año antes con la película «El cantor de jazz». Su éxito llevó a que Walt Disney copiara la técnica y mezclara el sonido con los dibujos animados. Nadie sabía si funcionaría o, si funcionaba, si llegaría a ganarse un público. Pero, cuando Disney hizo una prueba en el verano de 1928, los resultados no dejaron lugar a dudas. Disney describió así aquel experimento:

«Dos de mis muchachos sabían leer música, y uno de ellos sabía tocar el órgano. Los pusimos en una habitación en la que no podían ver la pantalla y lo arreglamos todo para llevar el sonido a la habitación en la que nuestras esposas y amigos iban a ver la película. Los muchachos trabajaban a partir de una partitura con música y efectos sonoros. Después de varias salidas en falso, el sonido y la acción echaron a correr juntos. El organista tocaba la melodía, el resto de nosotros en el departamento de sonido golpeábamos cacerolas y soplábamos silbatos. La sincronización era muy buena.

El efecto en nuestro pequeño público no fue nada menos que electrizante. Respondieron casi instintivamente a esta unión de sonido y animación. Pensé que se estaban burlando de mí. De manera que me senté entre el público y lo hicimos todo otra vez. ¡Era terrible, pero era maravilloso! ¡Y era algo nuevo!»

El socio de entonces de Disney, y uno de los talentos más extraordinarios en el campo de la animación, Ub Iwerks, lo explica con mayor intensidad:

_“Nunca he recibido una emoción mayor en mi vida. Nada desde entonces ha estado a la misma altura”._

Disney había creado algo muy nuevo, basándose en algo relativamente nuevo. El sonido sincronizado dio vida a una forma de creatividad que raramente había sido –excepto en manos de Disney– algo más que un relleno para otras películas. Durante toda la historia temprana de la animación, fue la invención de Disney la que marcó el estándar que otros se esforzaron por alcanzar. Y bastante a menudo el gran genio de Disney, su chispa de creatividad, se basó en el trabajo de otros.

Todo esto es algo familiar. Lo que quizá ya no sepas es que 1928 también marcó otra transición importante. Ese año, otro genio, no de la animación sino de la comedia, creo su última película muda producida de forma independiente. Ése genio era Buster Keaton y la película era…  [_«Steamboat Bill Jr._«](http://en.wikipedia.org/wiki/Steamboat_Bill_Jr.).

Buster Keaton nació en una familia de actores de Vodevil en 1895. En la era del cine mudo había sido el rey, usando la comedia corporal como forma de arrancarle incontenibles carcajadas a su público era un clásico de este estilo, famoso entre los cinéfilos por sus números increíbles. La película era puro Keaton, extremadamente popular y de las mejores en su género apareció **antes** que la película de dibujos animados de Disney, _«Steamboat Willie»_.

La coincidencia de títulos no es casual. «_Steamboat Willie»_ es una parodia directa en dibujos animados de y ambas tienen como fuente una misma canción. No es solo a partir de la invención del sonido sincronizado en _«El cantor de jazz»_ que obtenemos _«Steamboat Willie»_. Es también a partir de la invención por parte de Buster Keaton de «Steamboat Bill, Jr_.», inspirado a su vez en la canción _“Steamboat Bill”.  Y a partir de _Steamboat Willie_ obtenemos Mickey Mouse.

Este “préstamo” no era algo único, ni para Disney ni para la industria. Disney estaba siempre repitiendo como un loro los largometrajes para el gran público de su tiempo. Lo mismo hacían muchos otros. Los primeros dibujos animados están llenos de obras derivadas, ligeras variaciones de los temas populares; historias antiguas narradas de nuevo. La clave para el éxito era la brillantez de las diferencias. Con Disney, fue el sonido lo que les dio la chispa a sus animaciones. Más tarde, fue la calidad de su trabajo en comparación con los dibujos animados producidos en masa con los que competía. Sin embargo, estos añadidos fueron creados sobre una base que había tomado prestada. Disney añadió cosas al trabajo de otros antes que él, creando algo nuevo a partir de algo que era apenas viejo.

A veces el préstamo era poca cosa, otras era significativo. Piensa en los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Si tienes la misma mala memoria que yo, seguramente pensarás que estos cuentos son historias dulces y felices, apropiadas para cualquier niño a la hora de acostarse. En realidad, los cuentos de hadas de los hermanos Grimm nos resultan, bueno, bastante siniestros.

Solamente unos pocos padres pasados de ambición se atreverán a leerles a sus hijos, a la de hora de acostarse o a cualquier otra hora, esas historias llenas de sangre y moralina. Disney tomó estas historias y las volvió a contar de una manera que las llevó a una nueva era. Las animó convirtiéndolas en dibujos animados, con personajes y luz. Sin eliminar los elementos de miedo y peligro por completo, hizo que lo oscuro fuera divertido e inyectó compasión genuina donde antes solo había terror. Y esto no lo hizo únicamente con la obra de los hermanos Grimm. De hecho, el catálogo de las obras de Disney que se basan en la obra de otros, es asombroso cuando se repasa el catálogo completo: Blancanieves (1937), Fantasía (1940), Pinocho (1940), Dumbo (1941), Bambi (1942), Canción del sur (1946), Cenicienta (1950), Alicia en el país de las maravillas (1951), Robin Hood (1952), Peter Pan (1953), La dama y el vagabundo (1955), Mulan (1998), La bella durmiente (1959), 101 dalmatas (1961), Merlín el encantador (1963) y El libro de la selva (1967), sin mencionar un ejemplo reciente del que quizá nos deberíamos olvidar, El planeta del tesoro (2003). En todos estos casos, Disney (o Disney, Inc.) tomó creatividad de la cultura en torno suyo, mezcló esa creatividad con su propio talento extraordinario, y luego copió esa mezcla en el alma de su cultura. Toma, mezcla y copia.

Esto es un tipo de creatividad. Es una creatividad que deberíamos recordar y celebrar. Hay quien dice que no hay creatividad alguna excepto ésta. No tenemos que ir tan lejos para reconocer su importancia. Podríamos llamar a este tipo de creatividad «creatividad de Disney», aunque eso sería un poco engañoso pues muchos años antes la utilizó Don Quirino con su «Cielito lindo». Esta creatividad de Don Quirino es una forma de expresión y de genio que se basa en la cultura que nos rodea y que la convierte en algo diferente.

La forma en la que trabajó Don Quirino es la forma en la que trabaja el mundo, nadie inventa nada, Don Quirino no inventó el compás de tres por cuatro ni el vals, Don Quirino no inventó las notas musicales, Don Quirino no inventó el castellano ni las estrofas en seguidilla, ni la Sierra Morena, pero lo tomó todo, lo unió y creo algo nuevo y diferente que hoy perdura en la memoria de toda la humanidad que canta y siente en español y en parte de la que no lo hace. Es verdad que para 1882 cuando Don Quirino escribió «Cielito lindo» o para 1928 cuando Disney comenzó sus trabajos los derechos de autor apenas si se extendían por treinta años, no como hoy que estos se han extendido hasta más de 70 años después de muerto el autor, de forma que no se puede hacer con Disney lo que Disney hizo con los Hermanos Grimm. Pero para los Estados Unidos la industria del copyright es un elemento clave y la creatividad les importa bastante menos que el negocio.

En todo caso, cielito lindo, olvídate hoy del copyright y de los gringos que lo inventaron y disfruta: canta y no llores, porque gracias a Don Qurino y a su forma de hacer las cosas tendremos para siempre una canción que cantar juntos.

Sólo se gana lo que se da

Sólo se gana lo que se da

«En cuestiones de cultura y de saber, sólo se pierde lo que se guarda; sólo se gana lo que se da», la frase, de una sorprendente profundidad, es de un poeta que, a partir de la pasada nochevieja, ya nos pertenece un poco más a todos.

Digo lo anterior porque, este año, han pasado al dominio público las obras de Antonio Machado, el autor de la frase, y es que este año se cumplen 80 desde la muerte de este poeta en el exilio. Conforme a lo que él nos enseñó han tenido que pasar 80 años para que su obra haya podido ser entregada a la humanidad y él haya podido ganar su última batalla.

La frase de Don Antonio, sin duda, la firmaría el más radical de los militantes del partido pirata y es por eso llamativo que fuese pronunciada en la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, la frase, se enmarca en una vieja tradición del pensamiento español. Déjenme que les cuente una historia.

Cuando en el siglo XVIII en Inglaterra la Reina Ana aprobó la que pasa por ser la primera ley en materia de propiedad intelectual (el llamado «Estatuto de Ana» y oficialmente «An Act for the Encouragement of Learning, by vesting the Copies of Printed Books in the Authors or purchasers of such Copies, during the Times therein mentioned») se enfrentó radicalmente a la posición de la española Escuela de Salamanca en este punto.

Los sabios de Salamanca sabían que la educación, la cultura y las ideas no eran juegos de suma cero. Si un intelectual daba a otras personas sus ideas él no perdería el conocimiento que entregaba. Las ideas y la cultura, a diferencia de las mercaderías, podías darlas sin perderlas y esto hacía que en el mundo de la cultura no existiese la escasez por lo que la forma de comerciar con la cultura, el conocimiento o las ideas debería ser sustancialmente distinto a la forma en que se comerciaba con la materia.

Esta visión de la realidad, absolutamente correcta desde el punto de vista intelectual y filosófico, chocaba con la más tosca percepción de otros pensadores que, a la vista de que en el mundo de la cultura y la ideas no existía escasez, decidieron crearla artificialmente dictando leyes que prohibiesen la difusión de las ideas.

Antes de la aparición de estas leyes, si usted oía una canción bella, podía usted silbarla, cantarla o incluso hacerse juglar e interpretarla libremente y ganarse así la vida. A partir de estas leyes usted ya no podía hacerlo o, al menos, no podía hacerlo sin pagar algún tipo de canon o regalía. Los juristas inventamos la escasez con esas leyes y así pudimos sentirnos tranquilos y seguir aplicando las ideas y los conceptos que habíamos aprendido en el Digesto.

A día de hoy esto de pagar derechos por cualquier producto cultural nos parece natural y obvio y nos parece que esa es la forma correcta de defender la cultura. Sin embargo, antes de dar nada por sentado, quizá deberíamos preguntarnos por qué, sin derechos de autor de ninguna especie, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Virgilio, Horacio, Julio César, Plauto, Terencio, Aristóteles, Platón o el mismísimo Homero escribieron sus obras. Deberíamos preguntarnos por qué las obras de los escultores griegos se reprodujeron sin restricciones en Roma (gracias a esas copias romanas conocemos los originales griegos) o por qué las copias de cuadros clásicos se han llevado a cabo con el beneplácito de la sociedad. ¿Acaso fueron sus obras peores o menos transcendentes que las escritas bajo la vigencia de las leyes de propiedad intelectual?

Consideremos la obra de uno de los creadores modernos por antonomasia: Walt Disney. Su trabajo tuvo tal éxito y ha generado tales ingresos que, hoy, los superhéroes de Marvel, Luke Skywalker y todos los personajes del universo «Star Wars» están en su nómina y ello sin contar a los Mickey Mouse, Pluto o el Pato Donald. Pero ¿Cómo construyó su imperio Disney? Veamos cómo lo cuenta Lawrence Lessig:

En 1928 nació un personaje de dibujos animados. Un temprano Mickey Mouse hizo su debut en mayo de aquel año, en un corto mudo llamado “Plane Crazy”. En noviembre de ese mismo año, en el Cine Colonia de la ciudad de Nueva York, en la primera cinta de dibujos animados sincronizados con sonido, “Steamboat Willie” dio a luz al personaje que se convertiría en Mickey Mouse.

El sonido sincronizado se había introducido en el cine un año antes con la película “El cantor de jazz“. Su éxito llevó a que Walt Disney copiara la técnica y mezclara el sonido con los dibujos animados. Nadie sabía si funcionaría o, si funcionaba, si llegaría a ganarse un público. Pero, cuando Disney hizo una prueba en el verano de 1928, los resultados no dejaron lugar a dudas. Disney describió así aquel experimento:

“Dos de mis muchachos sabían leer música, y uno de ellos sabía tocar el órgano. Los pusimos en una habitación en la que no podían ver la pantalla y lo arreglamos todo para llevar el sonido a la habitación en la que nuestras esposas y amigos iban a ver la película. Los muchachos trabajaban a partir de una partitura con música y efectos sonoros. Después de varias salidas en falso, el sonido y la acción echaron a correr juntos. El organista tocaba la melodía, el resto de nosotros en el departamento de sonido golpeábamos cacerolas y soplábamos silbatos. La sincronización era muy buena.

El efecto en nuestro pequeño público no fue nada menos que electrizante. Respondieron casi instintivamente a esta unión de sonido y animación. Pensé que se estaban burlando de mí. De manera que me senté entre el público y lo hicimos todo otra vez. ¡Era terrible, pero era maravilloso! ¡Y era algo nuevo!”

El socio de entonces de Disney, y uno de los talentos más extraordinarios en el campo de la animación, Ub Iwerks, lo explica con mayor intensidad:

“Nunca he recibido una emoción mayor en mi vida. Nada desde entonces ha estado a la misma altura”.

Disney había creado algo muy nuevo, basándose en algo relativamente nuevo. El sonido sincronizado dio vida a una forma de creatividad que raramente había sido –excepto en manos de Disney– algo más que un relleno para otras películas. Durante toda la historia temprana de la animación, fue la invención de Disney la que marcó el estándar que otros se esforzaron por alcanzar. Y bastante a menudo el gran genio de Disney, su chispa de creatividad, se basó en el trabajo de otros.

Todo esto es algo familiar. Lo que quizá ya no sepas es que 1928 también marcó otra transición importante. Ese año, otro genio, no de la animación sino de la comedia, creo su última película muda producida de forma independiente. Ése genio era Buster Keaton y la película era… “Steamboat Bill Jr.“.

Buster Keaton nació en una familia de actores de Vodevil en 1895. En la era del cine mudo había sido el rey, usando la comedia corporal como forma de arrancarle incontenibles carcajadas a su público. “Steamboat Bill, Jr.” era un clásico de este estilo, famoso entre los cinéfilos por sus números increíbles. La película era puro Keaton, extremadamente popular y de las mejores en su género. “Steamboat Bill, Jr.” apareció antes que la película de dibujos animados de Disney, “Steamboat Willie”.

La coincidencia de títulos no es casual. “Steamboat Willie” es una parodia directa en dibujos animados de “Steamboat Bill”, y ambas tienen como fuente una misma canción. No es solo a partir de la invención del sonido sincronizado en “El cantor de jazz” que obtenemos “Steamboat Willie”. Es también a partir de la invención por parte de Buster Keaton de “Steamboat Bill, Jr.”, inspirado a su vez en la canción “Steamboat Bill”. Y a partir de Steamboat Willie obtenemos Mickey Mouse.

Este “préstamo” no era algo único, ni para Disney ni para la industria. Disney estaba siempre repitiendo como un loro los largometrajes para el gran público de su tiempo. Lo mismo hacían muchos otros. Los primeros dibujos animados están llenos de obras derivadas, ligeras variaciones de los temas populares; historias antiguas narradas de nuevo. La clave para el éxito era la brillantez de las diferencias. Con Disney, fue el sonido lo que les dio la chispa a sus animaciones. Más tarde, fue la calidad de su trabajo en comparación con los dibujos animados producidos en masa con los que competía. Sin embargo, estos añadidos fueron creados sobre una base que había tomado prestada. Disney añadió cosas al trabajo de otros antes que él, creando algo nuevo a partir de algo que era apenas viejo.

A veces el préstamo era poca cosa, otras era significativo. Piensa en los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Si tienes la misma mala memoria que yo, seguramente pensarás que estos cuentos son historias dulces y felices, apropiadas para cualquier niño a la hora de acostarse. En realidad, los cuentos de hadas de los hermanos Grimm nos resultan, bueno, bastante siniestros. Solamente unos pocos padres pasados de ambición se atreverán a leerles a sus hijos, a la de hora de acostarse o a cualquier otra hora, esas historias llenas de sangre y moralina. Disney tomó estas historias y las volvió a contar de una manera que las llevó a una nueva era. Las animó convirtiéndolas en dibujos animados, con personajes y luz. Sin eliminar los elementos de miedo y peligro por completo, hizo que lo oscuro fuera divertido e inyectó compasión genuina donde antes solo había terror. Y esto no lo hizo únicamente con la obra de los hermanos Grimm. De hecho, el catálogo de las obras de Disney que se basan en la obra de otros, es asombroso cuando se repasa el catálogo completo: Blancanieves (1937), Fantasía (1940), Pinocho (1940), Dumbo (1941), Bambi (1942), Canción del sur (1946), Cenicienta (1950), Alicia en el país de las maravillas (1951), Robin Hood (1952), Peter Pan (1953), La dama y el vagabundo (1955), Mulan (1998), La bella durmiente (1959), 101 dalmatas (1961), Merlín el encantador (1963) y El libro de la selva (1967), sin mencionar un ejemplo reciente del que quizá nos deberíamos olvidar, El planeta del tesoro (2003). En todos estos casos, Disney (o Disney, Inc.) tomó creatividad de la cultura en torno suyo, mezcló esa creatividad con su propio talento extraordinario, y luego copió esa mezcla en el alma de su cultura. Toma, mezcla y copia.

Esto es un tipo de creatividad. Es una creatividad que deberíamos recordar y celebrar. Hay quien dice que no hay creatividad alguna excepto ésta. No tenemos que ir tan lejos para reconocer su importancia. Podemos llamarla creatividad de Disney, aunque eso sería un poco engañoso. Es, para ser más preciso, “la creatividad de Walt Disney”, una forma de expresión y de genio que se basa en la cultura que nos rodea y que la convierte en algo diferente.

En 1928, la cultura de la que Disney tenía la libertad de nutrirse era relativamente fresca. El dominio público en 1928 no era muy antiguo y por tanto estaba muy vivo. El plazo medio de copyright era aproximadamente treinta años, para esa minoría de obras creativas que efectivamente tenían copyright.

Eso significaba que durante treinta años en promedio los autores y los dueños de copyright de una obra creativa tenían un “derecho exclusivo” para controlar ciertos usos de esa obra, para hacerlo se requería el permiso del dueño del copyright.

Al final del plazo de copyright, una obra pasaba al dominio público. Entonces no se necesitaba permiso alguno para usarla o para basarse en esa obra. Ningún permiso y, por tanto, ningún abogado. El dominio público era una “zona libre de abogados”. Así, la mayoría de los contenidos del siglo XIX eran libres para que Disney los usara y se basase en ellos en 1928. Eran libres para que cualquiera –tuviera contactos o no, fuera rico o no, tuviera permiso o no– los usara y se basara en ellos. Ésta es la forma en la que las cosas siempre habían sido –hasta hace bien poco–. Durante la mayoría de nuestra historia, el dominio público estaba justo detrás del horizonte. Desde 1790 a 1978, el plazo medio de copyright nunca fue más de treinta y dos años, lo cual significaba que la mayoría de la creación cultural que tuviera apenas una generación y media era libre para que cualquiera se basara en ella sin necesitar permiso de nadie.

Hoy día el equivalente sería que las obras creativas de los sesenta y los setenta serían libres para que el próximo Walt Disney pudiera basarse en ellas sin permisos. Sin embargo, hoy el dominio público solo está presuntamente libre en lo que respecta a contenidos de la década de los 20, los años previos a la Gran Depresión.

La realidad es que hoy día nadie puede hacer con Disney lo que él hizo con los hermanos Grimm pues la propia Disney Inc. se ha encargado de que el Gobierno de los Estados Unidos dicte leyes que lo impidan. Fue el inmenso trabajo de lobby desarrollado por la Disney la que le valió a la reforma de 1998 el nombre peyorativo de Mickey Mouse Protection Act, ya que el interés de defender el copyright del dibujo nacido en el Vapor Willie, a su vez nacido del Vapor Bill Jr. que a su vez nació de la canción del Vapor Bill (supongo que este será el “senior”) era manifiesto.

En 1998 la Copyright Term Extension Act (CTEA) de 1998 – también conocida como Mickey Mouse Protection Act – extendió los plazos de copyright en los Estados Unidos durante 20 años. Antes del Acta (bajo la Copyright Act of 1976), el copyright duraba toda la vida del autor más 50 años, o 75 años para una obra de corporate authorship; el Acta extendió estos plazos durante la vida del autor más 70 años y para obras de corporate authorship durante 120 años tras la creación o 95 años tras la publicación, independientemente de la anterioridad del punto final creativo.

Así pues el imperio Disney no sólo se construyó sobre el ingenio de su fundador sino, sobre todo, por el aprovechamiento de obras previas de otros autores que, ahora, han sido fagocitadas por Disney al provocar sucesivas extensiones del plazo del copyright. Hoy no sólo nadie podría crear en la forma que lo hizo Walt Disney sino que toda la industria de un país, Estados Unidos, se fundamenta en el respeto mundial de unas leyes: las leyes del copyright. Si esas leyes no son respetadas en todas las partes del mundo ¿Qué pasará con la industria del software, de los videojuegos, de Hollywood, materialmente en poder de los Estados Unidos?

Quizá ahora comprendan por qué los Estados Unidos llegan a espiar a los jueces españoles para comprobar si aplican o no estrictamente las leyes de copyright.

Los sabios de la Escuela de Salamanca, si viesen a dónde ha llegado la humanidad, se revolverían en sus tumbas y no precisamente de gozo.

Sin embargo la sociedad se cuestiona cada vez más que este tipo de legislación «contra natura» (contra la naturaleza de la cultura y las ideas) sea beneficiosa o mínimamente buena para la cultura. Les pongo un ejemplo.

Si uno observa en las tiendas de libros, por ejemplo en Amazon, los libros que hay a la venta descubrirá -y esto no es una sorpresa- que los libros más ofertados suelen ser los más recientes; es decir, que los libros escritos entre el año 2000 y 2010 se ofertan más que los escritos en la década comprendida entre los años 1990 y 2000. Nada sorprendente, como digo, pues parece razonable que los libros más recientes se vendan más y esta regla se cumple perfectamente según viajamos hacia atrás en el tiempo, pues, los libros de la década de los 80 se ofertan más que los de la decada de los 70 y así sucesivamente.

Esta constante se cumple perfectamente según exploramos el pasado pero, ¡Oh!, llegados a la década de 1920, al menos en Amazon, los libros de aquella década se venden más que los de la década de los 30 y, si analizamos los libros que se ofrecen de las décadas anteriores, observaremos que la oferta de los mismos aumenta exponencialmente.

La cantidad de libros de cada década ofertados por Amazon puede verse en la siguiente gráfica, presentada públicamente por Paul Heald, profesor de derecho de la Universidad de Illinois. Para realizarla un alumno suyo escribió un programa de ordenador que recogió el número de libros ofertados en Amazon y los clasificó según la década en que fueron escritos. Los resultados fueron expuestos en una conferencia dada por el propio Paul Heald el 16 de marzo pasado en la Universidad de Canterbury.

Oferta de libros según la década en que fueron escritos
Oferta de libros en Amazon según la década en que fueron escritos
Como pueden observar los libros de la década de los 10, se ofertan diez veces más que los de la década de los 60.

La explicación a este curioso fenómeno se encuentra en la regulación del copyright, pues, los libros que se escribieron en la década de los 20 ya están casi todos en el dominio público -su copyright ha expirado- y Amazon puede ponerlos a disposición del público sin problemas. No ocurre lo mismo con los de las décadas siguientes, de forma que los lectores quedan dramáticamente privados de la posibilidad de comprarlos.

Como puede observarse en la gráfica el copyright ha convertido el siglo XX en un erial cultural, privando de todo sentido a la legislación en materia de copyright que, como vemos, no sólo no estimula la cultura sino que, simplemente, la bloquea haciendo caer en el olvido a decenas de miles de títulos que los lectores, eventualmente, podrían leer.

Sí, parece que los datos dan la razón a Don Antonio; en materia de cultura solo se gana lo que se da —los libros anteriores a la década de los años 20-30 del siglo pasado— y sólo se pierde lo que se guarda —los libros editados con posterioridad—.

A día de hoy dos concepciones libran una lucha a muerte: la que considera la cultura como una mercancia sujeta a las reglas del mercado y la que considera la cultura algo distinto de un mera mercancía con que comerciar y fija su atención en sus capacidades para promover el desarrollo humano.

Es obligación de los juristas imaginar una regulación acorde con la naturaleza del mundo de la cultura y las ideas que resulte beneficiosa para la sociedad en su conjunto y no para unos pocos (¿Hablamos de las patentes de fármacos?) y, sobre todo, que no lastre el desarrollo y la felicidad de todos para enriquecer a unos cuantos.

Afortunadamente, a partir de este año, resultará más fácil leer a Machado.

Cómo el copyright perjudica a la cultura

Si uno observa en las tiendas de libros, por ejemplo en Amazon, los libros que hay a la venta descubrirá -y esto no es una sorpresa- que los libros más ofertados suelen ser los más recientes; es decir, que los libros escritos entre el año 2000 y 2010 se ofertan más que los escritos en la década comprendida entre los años 1990 y 2000. Nada sorprendente, como digo, pues parece razonable que los libros más recientes se vendan más y esta regla se cumple perfectamente según viajamos hacia atrás en el tiempo, pues, los libros de la década de los 80 se ofertan más que los de la decada de los 70 y así sucesivamente.

Esta constante se cumple perfectamente según exploramos el pasado pero, ¡Oh!, llegados a la década de 1920, al menos en Amazon, los libros de aquella década se venden más que los de la década de los 30 y, si analizamos los libros que se ofrecen de las décadas anteriores, observaremos que la oferta de los mismos aumenta exponencialmente.

La cantidad de libros de cada década ofertados por Amazon puede verse en la siguiente gráfica, presentada públicamente por Paul Heald, profesor de derecho de la Universidad de Illinois. Para realizarla un alumno suyo escribió un programa de ordenador que recogió el número de libros ofertados en Amazon y los clasificó según la década en que fueron escritos. Los resultados fueron expuestos en una conferencia dada por el propio Paul Heald el 16 de marzo pasado en la Universidad de Canterbury.

Oferta de libros según la década en que fueron escritos
Oferta de libros en Amazon según la década en que fueron escritos

Como pueden observar los libros de la década de los 10, se ofertan diez veces más que los de la década de los 60.

La explicación a este curioso fenómeno se encuentra en la regulación del copyright, pues, los libros que se escribieron en la década de los 20 ya están casi todos en el dominio público -su copyright ha expirado- y Amazon puede ponerlos a disposición del público sin problemas. No ocurre lo mismo con los de las décadas siguientes, de forma que los lectores quedan dramáticamente privados de la posibilidad de comprarlos.

Como puede observarse en la gráfica el copyright ha convertido el siglo XX en un erial cultural, privando de todo sentido a la legislación en materia de copyright que, como vemos, no sólo no estimula la cultura sino que, simplemente, la bloquea haciendo caer en el olvido a decenas de miles de títulos que los lectores, eventualmente, podrían leer.

No creo que sea preciso añadir más.

Nota: Esta entrada se publicó el 31 de marzo de 2012 en «El otro blog de José Muelas»

Imágenes prohibidas

Hoy estoy disfrutando de un gran sitio (Real Sitio le llaman) gracias al cariño de unos amigos y aquí va una foto del lugar. Mando esta foto y no otra por dos razones. La primera porque me parece una vista bonita del exterior y, la segunda, porque está absolutamente prohibido tomar fotos en el interior ni siquiera desactivando el flash. Esta prohibición me resulta muy llamativa.

En los Estados Unidos hasta las fotografías de la luna tomadas por los astronautas de la NASA están libres de derechos de autor y es justo que así sea. Todos los estadounidenses pagaron con sus impuestos los inmensos gastos necesarios para que los astronautas llegaran allí y tomasen las fotos: todos son copropietarios de esas imágenes.

Lo dicho de la NASA se aplica a las fotografías o imágenes tomadas por personal del ejército o de la administración.

Para mi sorpresa, que he hecho fotos en el Louvre o en Versalles, en el Escorial está prohibido a pesar de que es propiedad de todos los españoles y nuestros antepasados pagaron hasta el último bloque del carísimo granito con que está edificado.

Antiguas formas de pensar.

Por qué es perversa la propiedad intelectual

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Una de las evidencias más importantes que debemos tener en cuenta para entender las protestas actuales en relación con el disparatado sistema legal de propiedad intelectual que nos gobierna, es la de reconocer que el conocimiento (la información) es uno de los más importantes recursos naturales con que cuenta la humanidad. La información, es fácil comprenderlo, es la materia prima con la que se elaboran todas las grandes obras, construcciones y creaciones del género humano.

Las investigaciones del famoso economista Paul Romer mostraron claramente que la información, el conocimiento, como recurso, son los que generan el crecimiento económico de los hombres y las naciones. Una vez que uno percibe y asimila esta realidad, las preguntas sobre la naturaleza y funcionamiento de este increíble recurso natural comienzan a amontonarse.

Pensemos, por ejemplo, en cualquier otro recurso natural distinto de la información o el conocimiento: ¿No estaríamos todos de acuerdo en que lo mejor para la humanidad sería disponer de una cantidad ilimitada de ellos?

Si no existiese escasez de cereales en el mundo lo consideraríamos, sin duda, algo positivo; si dispusiésemos de fuentes de energía inagotables sin duda también lo consideraríamos un factor positivo para la humanidad. Es cierto que la superabundancia de alimentos o energía podría tener efectos colaterales perniciosos en algunos casos, pero, indudablemente, el hecho de que la humanidad dispusiese de tantos cuantos alimentos o energía necesitase, sería, antes que nada, una bendición.

Sin embargo, cuando esta abundancia aparece en un sector donde antes sólo había escasez, los problemas salen a la superficie. Déjenme que les ponga un ejemplo.

Quizá ustedes se hayan preguntado alguna vez cómo era posible que, desde la más remota antigüedad, se consumiesen helados o se tratasen enfermedades y se conservasen los alimentos gracias al hielo. Es obvio que la tecnología del frío es muy reciente y cabe preguntarse cómo obtenían hielo en la antigüedad en zonas tan cálidas como Roma o Barcelona incluso durante el verano. El secreto estaba en unos pozos excavados en la tierra con muros de contención e incluso con techo, que disponían de aberturas para la introducción de la nieve y posteriormente la extracción del hielo. A esos pozos se les llamaba «neveras» (sí, como su frigorífico) y dieron lugar a una muy floreciente industria de producción y reparto de hielo. El gran desarrollo de esta industria tuvo lugar entre los siglos XVI y XIX, y ha sido utilizada hasta mediados del siglo XX, cuando, con la aparición de los primeros frigoríficos su uso devino innecesario. Sobre 1890 aparecieron también las primeras fábricas de hielo y, hasta que la electricidad no fue un recurso común en todas las casas, la industria de las neveras dio trabajo a muchos hombres y mujeres.

Yo recuerdo perfectamente la primera nevera de que dispusieron mis padres, era poco más que un armario en el que se introducía un bloque de hielo que se compraba en la fábrica de hielo y que se repartía incluso a domicilio.

La aparición de los frigoríficos convirtió las neveras y la industria a ella asociada en manifiestamente obsoleta de forma que, de ella, ya sólo nos queda su nombre.

Sin embargo, cuando aparecieron los frigoríficos, nadie se planteó establecer un canon sobre ellos para evitar el cierre de industrias de hielo; tampoco nadie se planteo prohibir la fabricación doméstica de hielo o imponer restricciones a la venta de refrigeradores. Ciertamente el drama de los trabajadores y empresarios del sector no era diferente entonces del de las empresas e industrias que la revolución tecnológica ha convertido ahora en obsoletas. No tenía sentido entonces perpetuar artificialmente una industria obsoleta en perjuicio del común de los ciudadanos y no tiene sentido ahora defender privilegios sin sentido en contra del interés común.

La industria del frío, además, aunque cerró numerosas neveras y fábricas de hielo y mandó al paro a un buen número de trabajadores, abrió nuevos mercados y nuevas oportunidades de negocio. Hoy todos disponemos de frigoríficos cuya construcción genera un buen número de puestos de trabajo, la posesión generalizada de frigoríficos permite asimismo que todos dispongamos de productos congelados en casa, un producto que antes apenas se podía comercializar… En fin, les dejo imaginar el resto.

La aparición de los frigoríficos hizo que desapareciese la escasez de hielo, escasez que había permitido florecer durante dos mil años a una industria. Indudablemente la aparición de los frigoríficos fue un mal indudable para los empresarios del sector de las neveras pero, en pocos años, se puso de manifiesto que, en general, fue un avance para la sociedad en su conjunto.

El ejemplo anterior creo que ilustra suficientemente por qué, cuando aparece la abundancia en un sector económico donde antes había escasez, los problemas afloran. Siempre que existe escasez en un sector económico alguien construye un negocio sobre ella. En el ejemplo anterior eran los fabricantes de hielo, pero otros muchos ejemplos pueden ponerse, como por ejemplo el de la distribución de agua cuando no existían suficientes redes de canalización, el de los instrumentistas músicos cuando no existía la industria del disco o el de los amanuenses y copistas cuando la imprenta aún no estaba inventada. En fin, puede usted encontrar tantos cuantos ejemplos desee pero, allá donde exista escasez, siempre aparecerá alguien que construye un negocio sobre dicha escasez; de hecho, una de las definiciones más extendidas de la economía es aquella que la define como «La ciencia que se encarga del estudio de la satisfacción de las necesidades humanas mediante bienes que, siendo escasos, tienen usos alternativos entre los cuales hay que optar».

El concepto de «escasez» aparece siempre que hablamos de economía y la desaparición de esta escasez da lugar a fenómenos que merece la pena considerar.

Hace ya años que la mayoría de los economistas rechazaron la idea mercantilista de que los estados debían constituir monopolios que generasen escaseces artificiales a fin de lucrarse con ellos, porque se percataron de que, a largo plazo, un mercado competitivo resultaba mucho más ventajoso para todos. Es verdad que, para quienes disfrutaron del monopolio del comercio con las colonias de América, del monopolio del azúcar o de la sal, el fin de sus monopolios fue una noticia terrible y desagradable pero, para el resto de la población, el fin de los privilegios monopolísticos sólo trajo bienestar y riqueza.

Por lo que respecta a la información y al conocimiento, considerados como recurso natural, debemos decir que son recursos no meramente abundantes, sino que, simplemente, son infinitos.

Tal y como escribió Thomas Jefferson

«Si la naturaleza ha creado alguna cosa menos susceptible de ser poseída como propiedad privada que todas las demás, esta es ese resultado del poder del pensamiento al que llamamos «idea», la cual sólo puede ser poseída por un indivíduo en la medida en que la guarde sólo para él pues, en el mismo momento que la divulgue, la pone en posesión de todo el mundo sin que ninguno de quienes reciban tal idea pueda desposeer a quien la difundió de la posesión de la misma ni desposeerse ellos mismo de ella. La peculiaridad de las ideas es, también, que nadie pierde la posesión de las mismas porque las transmita a otro por completo. Aquel que recibe una idea de mí recibe instrucción para él sin que yo pierda la instrucción que le he transmitido, al igual que quien enciende su lámpara en una mina recibe su luz sin por ello oscurecernos a nosotros. Que las ideas puedan difundirse libremente de un lugar a otro del globo, para la instrucción y mejora de la condición moral del hombre, parece haber sido una pecualiaridad diseñada por la benevolencia de la naturaleza cuando las creó, como el fuego, que se propaga a todas partes sin perder su densidad en ningún punto, y como el aire en el que respiramos, nos movemos y vivimos, incapaz de ser confinado ni ser objeto de apropiación exclusiva. Las invenciones no pueden ser, por naturaleza, objeto de propiedad»

También en España la naturaleza perversa y errónea de la legislación en materia de propiedad intelectual fue denunciada desde los primeros momentos de su instauración, y no por pensadores aislados sino nada menos que por la Escuela Iusnaturalista de Salamanca, religiosos desde luego de reconocida autoridad en todo el orbe en el campo del Derecho Natural. Partiendo del concepto de Santo Tomas de Aquino de la suidad, la escuela de Salamanca circunscribió a mediados del siglo XVIII la protección a lo que luego se llamarán derechos morales, atacando frontalmente la equiparación del privilegio real con una forma de propiedad, dado que sobre las ideas, conocimientos y conceptos no puede reivindicarse propiedad con independencia del estado, ni la transmisión llevarse a cabo como un juego de suma cero como sí ocurre con la propiedad de las cosas. Además, no siendo la propiedad un derecho natural, difícilmente podría argumentarse su universalidad.

Sin embargo y a pesar de lo dicho por Jefferson, todavía hay personas que piensan que la información, el conocimiento, estos fascinantes recursos humanos, deben de ser limitados, encerrados, poseídos y sujetos a propiedad. Esto es así porque es mucho más simple darse cuenta de que el fin de la escasez (el fin del negocio del hielo) perjudicará a las personas que viven de dicha industria que darse cuenta de que, a pesar de esos aspectos negativos para unos pocos, el fin de la escasez permitirá la aparición de nuevos mercados y formas de negocio en forma de fabricantes de refrigeradores, distribuidores de productos congelados, fabricantes de aire acondicionado… cada uno de los cuales tratará de ofrecer mejores productos que beneficiaran a los consumidores y harán crecer los mercados, la riqueza y las nuevas oportunidades de negocio.

Ciertamente que resulta muy sencillo percibir que la industria de las fábricas de hielo se resentirá y que los oligarcas de estas empresas lo pasarán mal y parece que, cuando hablamos de información y conocimiento, nuestros gobernantes caen una y otra vez en esta percepción simplista, bien es verdad que eficazmente «ayudados» por quienes no quieren que su monopolio se acabe y prefieren que sigamos consumiendo su hielo a que dispongamos de refrigeradores.

En un post anterior ya les conté como Tim Berners-Lee, el creador del lenguaje html con el que funcionan todos los navegadores y webs de internet, en todas sus entrevistas siempre tenía que contestar a la misma pregunta «¿Por qué no patentó usted su invención y ahora sería millonario?». Berners-Lee suele contestar que las cosas son así en materia de conocimiento, información e internet. Nadie pagaría por usar su lenguaje, para que las personas hablen un mismo lenguaje el mismo debe estar a disposición de todas sin restriccciones y un lenguaje sirve de poco si lo usa un sólo interlocutor como un teléfono no sirve de nada si no hay otro teléfono al que llamar. Nadie crea nada desde cero. Como dijo Sir Isaac Newton para él sus descubrimientos eran perfectamente sencillos y naturales, porque los había realizado apoyándose en hombros de gigantes (Galileo, Copérnico, Kepler…). En materia de conocimiento es una obligación moral permitir que, al igual que nosotros nos elevamos sobre los hombros de quienes nos precedieron, aquellos que nos han de seguir puedan subir sobre los nuestros. Quizá si Tim Berners-Lee hubiese patentado alguna de sus invenciones podría ser ahora un poco más rico; lo indudable es que la humanidad en su conjunto sería ahora más pobre. ¿Qué interés deben, pues, defender quienes dicen que nos representan?

Así es como funciona la red o, al menos, así es como ha venido funcionando hasta ahora que han aparecido una serie de políticos que no entienden de moral y sí sólo de su interés y el de unos pocos fabricantes de hielo. Las industrias del entreteniiento y la propiedad intelectual, ahora, tratan incluso de lavarnos el cerebro para convencernos de que el conocimiento y la información son esencialmente poseíbles y apropiables. Por lo que parece lo están logrando en muchos casos, pues se permiten llamar ladrones y piratas a quienes simplemente copian información y hacen con ella aquello para lo que la naturaleza la creó. No saben nada, no entienden nada y no tienen otro norte que el de su propio beneficio.

El fundamento originario de las leyes sobre copyright y propiedad intelectual fue crear una ficción jurídica temporal para que, en cierto modo, determinados individuos pudiesen controlar el uso y distribución de determinadas obras o conocimientos.Se pensaba que, de este modo, se incentivaría la creación de las mismas y por ello, porque era bueno para todos, se aprobaron dichas leyes.

Sin embargo, con el paso del tiempo, esos derechos se fueron pervirtiendo, aumentando su plazo de ejercicio hasta límites intolerables, permitiendo que Su titularidad recayese sobre personas jurídicas (otra ficción) y, finalmente, a golpe de presión de la industria, han perdido todo el sentido que los hizo nacer. Los ejemplos de las infames consecuencias de esta legislación son, a día de hoy, innumerables y que incluso pueda responsabilizarse a dicha regulación de la pobreza y hambruna de grandes zonas del planeta. Trataré de ese tema en otro post, ahora simplemente piense usted que el cereal que alimenta a la mayor parte de la humanidad es el maíz, que llevó a los mayas miles de años de selección de plantas conseguir las mazorcas que usted conoce (las primeras mazorcas apenas contenían tres o cuatro granos de maíz) y que ahora… Ahora se modifica genéticamente y se patenta este maíz, de forma que se priva a pueblos de la tierra de la posibilidad de plantar y consumir una materia prima que ellos mismos crearon con su esfuerzo a través de milenios.

Si usted está pensando que la legislación sobre copyright y propiedad intelectual tan sólo tiene que ver con la posibilidad de que usted se descargue gratuitamente canciones o películas se equivoca. Quizá es eso lo que quieran hacernos creer quienes pervierten la regulación en esa materia, pero es lo cierto que sobre esas leyes se está construyendo un mundo absolutamente injusto en beneficio de unos pocos y en perjuicio de casi todos.

Estamos a tiempo de rechazar todavía esta economía del monopolio y de la escasez artificial. No es sólo megaupload.

PD. Este post es un remix de otros posts de diferentes personas, singularmente Mike Masnick, Falkvinge y otros diversos posts míos. Es así como funciona la red.

La verdad es que no dan una

Una de las formas de evaluar la credibilidad de quienes formulan pronósticos es verificar el grado de aciertos que han tenido previamente, de forma que, ahora que la industria del entretenimiento amenaza con horribles cataclismos económicos si no se lleva a la práctica la Ley SINDE en España o SOPA en Estados Unidos, quizá sea bueno comprobar qué nivel de aciertos han tenido estos profetas en casos anteriores. Comprobémoslo.

En los años 20 la industria del disco predijo que la radio acabaría con ellos si no se tomaban medidas. El argumento era que, dado que la radio era gratis, nadie querría comprar sus discos. No necesito decirles que la radio, finalmente, lo que hizo fue aumentar la venta de discos.

En los años 40 las grandes compañías cinematográficas hubieron de prescindir de su principal canal de distribución -poseían el 50% de los cines en Estados Unidos-. Las cinematográficas predijeron que el fin estaba cercano, sin embargo el número de salas de cine creció en los Estados Unidos de 17.000 en 1948. 38.000 en la actualidad.

Cuando apareció la televisión que, como la radio, era gratuita también se afirmó que era el fin del cine. Ya conocen el resultado.

En los 70 aparecieron los Videos que permitían grabar directamente de la televisión. Los empresarios del sector del cine clamaron que ese era el final de su industria. La publicidad de los lobbys del sector en aquella época fue tremenda en USA. La realidad demostró que la aparición del video hizo que los beneficios del sector se multiplicaran exponencialmente. Gracias al nuevo canal de distribución los ingresos por alquiler de videos superaron los de las salas de proyección.

Con este currículum como profetas quizá no sería malo que tuviesen un poquito más de cuidado a la hora de emitir pronósticos y, sobre todo, algo más de respeto con esas personas de las que viven y a quienes llaman «piratas».

Mejor (ironía) cómprele un Garand

Garand, una eficaz máquina de matar a distancia
Garand una eficaz máquina de matar a distancia

Un Garand es una herramienta notable. Desde 1936 hasta 1957 fue el fusil oficial de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, fue utilizado intensivamente en la Segunda Guerra Mundial, en la Guerra de Corea y, en menor medida, en la Guerra de Vietnam. A día de hoy sigue siendo utlizado en numerosos paises y si mira con atención las imágenes del telediario lo puede ver en uso en los rincones más apartados del planeta.

En manos de «Clint Eastwood» resultó un poderoso argumento persuasivo en «Gran Torino». Perfectamente capaz de disparar ocho balas sin recargar y reventar a un búfalo a 550 metros; dada su alta eficacia, no es extraño que el general George Patton se refiriese al M1 Garand como «La mejor herramienta de guerra jamás creada». Ahí es nada.

Pues bien, a día de hoy, en España usted puede comprar un Garand (o un Mauser, o un Mosin Nagant) si dispone de licencia de caza. No está nada mal. Supongo que para cazar elefantes o ballenas, mamíferos propios de la fauna ibérica.

Un marine con su Garand
Un marine con su Garand

A cualquiera le chirría que un cacharro de esa especie pueda comprarse en tales condiciones pero eso es normal (ironía) si consideramos que el Código Penal sólo debe castigar las conductas más indeseables y esta, por lo visto, no lo es, sobre todo si la comparamos con la maldición del siglo XXI (nótese una vez más la ironía): La copia ilegal de canciones o archivos.

Sí, señoras y señores, sí; conforme al artículo 270.3 del Código Penal:

«Será castigado también con la misma pena (prisión de seis meses a dos años y multa de 12 a 24 meses) quien fabrique, importe, ponga en circulación o tenga cualquier medio específicamente destinado a facilitar la supresión no autorizada o la neutralización de cualquier dispositivo técnico que se haya utilizado para proteger programas de ordenador o cualquiera de las otras obras, interpretaciones o ejecuciones en los términos previstos en el apartado 1 de este artículo.»

Esto es, que lleve usted cuidado, que igual su hijo tiene un programa en el ordenador de esos que le sirven para desproteger videojuegos y tiene usted un drama en la familia. Mejor cómprele un Garand, total, solo sirve para matar, cosa de poca monta y, además, estará usted más seguro/a: Aún no se conoce que disparar unas balas haya vulnerado jamás un derecho de autor, que es lo que es verdaderamente importante aquí en España.

Conclusión: Tener un programa de ordenador es delito, tener un fusil de guerra no lo es.

PD. ¡Ultimas Noticias! Se ha descubierto que hasta hoy vulnerar el copyright no ha causado ninguna muerte.

Mickey Mouse y los derechos de autor

Mickey_Mouse_-_The_Mad_Doctor

Me pide un amigo (que sospecho debe de ser uno de los pocos lectores de este blog) que escriba sobre cierta historia que un día le conté a propósito de Mickey Mouse y del Copyright.  Verdaderamente la historia la conocí en la obra de Lawrence Lessig y, como no creo poder contar mejor que él lo que el mismo cuenta, de su libro «Free Culture: How Big Media uses Technology and the Law to lock down Culture and control Creativity» y, agradeciéndole la creación de las licencias «creative commons» que me permiten hacer esto, transcribo los párrafos que cuentan la historia y los completo con algunas referencias que me parecen precisas, incluida una versión de «Steamboat Willie» de Walt Disney. Si hay errores en la traducción no me echen la culpa porque va por cuenta de Daniel Álvarez Valenzuela con alguna corrección mía que, sin duda, será errónea.

Y sin más preámbulos vamos a la historia que da razón de ser a este post:

En 1928 nació un personaje de dibujos animados. Un temprano Mickey Mouse hizo su debut en mayo de aquel año, en un corto mudo llamado «Plane Crazy». En noviembre de ese mismo año, en el Cine Colonia de la ciudad de Nueva York, en la primera cinta de dibujos animados sincronizados con sonido, «Steamboat Willie» dio a luz al personaje que se convertiría en Mickey Mouse.

El sonido sincronizado se había introducido en el cine un año antes con la película «El cantor de jazz«. Su éxito llevó a que Walt Disney copiara la técnica y mezclara el sonido con los dibujos animados. Nadie sabía si funcionaría o, si funcionaba, si llegaría a ganarse un público. Pero, cuando Disney hizo una prueba en el verano de 1928, los resultados no dejaron lugar a dudas. Disney describió así aquel experimento:

«Dos de mis muchachos sabían leer música, y uno de ellos sabía tocar el órgano. Los pusimos en una habitación en la que no podían ver la pantalla y lo arreglamos todo para llevar el sonido a la habitación en la que nuestras esposas y amigos iban a ver la película. Los muchachos trabajaban a partir de una partitura con música y efectos sonoros. Después de varias salidas en falso, el sonido y la acción echaron a correr juntos. El organista tocaba la melodía, el resto de nosotros en el departamento de sonido golpeábamos cacerolas y soplábamos silbatos. La sincronización era muy buena.

El efecto en nuestro pequeño público no fue nada menos que electrizante. Respondieron casi instintivamente a esta unión de sonido y animación. Pensé que se estaban burlando de mí. De manera que me senté entre el público y lo hicimos todo otra vez. ¡Era terrible, pero era maravilloso! ¡Y era algo nuevo!»

El socio de entonces de Disney, y uno de los talentos más extraordinarios en el campo de la animación, Ub Iwerks, lo explica con mayor intensidad:

“Nunca he recibido una emoción mayor en mi vida. Nada desde entonces ha estado a la misma altura”.

Disney había creado algo muy nuevo, basándose en algo relativamente nuevo. El sonido sincronizado dio vida a una forma de creatividad que raramente había sido –excepto en manos de Disney– algo más que un relleno para otras películas. Durante toda la historia temprana de la animación, fue la invención de Disney la que marcó el estándar que otros se esforzaron por alcanzar. Y bastante a menudo el gran genio de Disney, su chispa de creatividad, se basó en el trabajo de otros.

Todo esto es algo familiar. Lo que quizá ya no sepas es que 1928 también marcó otra transición importante. Ese año, otro genio, no de la animación sino de la comedia, creo su última película muda producida de forma independiente. Ése genio era Buster Keaton y la película era…  «Steamboat Bill Jr.«.

Buster Keaton nació en una familia de actores de Vodevil en 1895. En la era del cine mudo había sido el rey, usando la comedia corporal como forma de arrancarle incontenibles carcajadas a su público. «Steamboat Bill, Jr.» era un clásico de este estilo, famoso entre los cinéfilos por sus números increíbles. La película era puro Keaton, extremadamente popular y de las mejores en su género. «Steamboat Bill, Jr.» apareció antes que la película de dibujos animados de Disney, «Steamboat Willie».

La coincidencia de títulos no es casual. «Steamboat Willie» es una parodia directa en dibujos animados de «Steamboat Bill», y ambas tienen como fuente una misma canción. No es solo a partir de la invención del sonido sincronizado en «El cantor de jazz» que obtenemos «Steamboat Willie». Es también a partir de la invención por parte de Buster Keaton de «Steamboat Bill, Jr, inspirado a su vez en la canción “Steamboat Bill”. Y a partir de Steamboat Willie obtenemos Mickey Mouse.

http://www.youtube.com/v/RexXDDA8RoI?fs=1&hl=es_ES&color1=0x3a3a3a&color2=0x999999

Este “préstamo” no era algo único, ni para Disney ni para la industria. Disney estaba siempre repitiendo como un loro los largometrajes para el gran público de su tiempo. Lo mismo hacían muchos otros. Los primeros dibujos animados están llenos de obras derivadas, ligeras variaciones de los temas populares; historias antiguas narradas de nuevo. La clave para el éxito era la brillantez de las diferencias. Con Disney, fue el sonido lo que les dio la chispa a sus animaciones. Más tarde, fue la calidad de su trabajo en comparación con los dibujos animados producidos en masa con los que competía. Sin embargo, estos añadidos fueron creados sobre una base que había tomado prestada. Disney añadió cosas al trabajo de otros antes que él, creando algo nuevo a partir de algo que era apenas viejo.

A veces el préstamo era poca cosa, otras era significativo. Piensa en los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Si tienes la misma mala memoria que yo, seguramente pensarás que estos cuentos son historias dulces y felices, apropiadas para cualquier niño a la hora de acostarse. En realidad, los cuentos de hadas de los hermanos Grimm nos resultan, bueno, bastante siniestros. Solamente unos pocos padres pasados de ambición se atreverán a leerles a sus hijos, a la de hora de acostarse o a cualquier otra hora, esas historias llenas de sangre y moralina. Disney tomó estas historias y las volvió a contar de una manera que las llevó a una nueva era. Las animó convirtiéndolas en dibujos animados, con personajes y luz. Sin eliminar los elementos de miedo y peligro por completo, hizo que lo oscuro fuera divertido e inyectó compasión genuina donde antes solo había terror. Y esto no lo hizo únicamente con la obra de los hermanos Grimm. De hecho, el catálogo de las obras de Disney que se basan en la obra de otros, es asombroso cuando se repasa el catálogo completo: Blancanieves (1937), Fantasía (1940), Pinocho (1940), Dumbo (1941), Bambi (1942), Canción del sur (1946), Cenicienta (1950), Alicia en el país de las maravillas (1951), Robin Hood (1952), Peter Pan (1953), La dama y el vagabundo (1955), Mulan (1998), La bella durmiente (1959), 101 dalmatas (1961), Merlín el encantador (1963) y El libro de la selva (1967), sin mencionar un ejemplo reciente del que quizá nos deberíamos olvidar, El planeta del tesoro (2003). En todos estos casos, Disney (o Disney, Inc.) tomó creatividad de la cultura en torno suyo, mezcló esa creatividad con su propio talento extraordinario, y luego copió esa mezcla en el alma de su cultura. Toma, mezcla y copia.

Esto es un tipo de creatividad. Es una creatividad que deberíamos recordar y celebrar. Hay quien dice que no hay creatividad alguna excepto ésta. No tenemos que ir tan lejos para reconocer su importancia. Podemos llamarla creatividad de Disney, aunque eso sería un poco engañoso. Es, para ser más preciso, “la creatividad de Walt Disney”, una forma de expresión y de genio que se basa en la cultura que nos rodea y que la convierte en algo diferente.

En 1928, la cultura de la que Disney tenía la libertad de nutrirse era relativamente fresca. El dominio público en 1928 no era muy antiguo y por tanto estaba muy vivo. El plazo medio de copyright era aproximadamente treinta años, para esa minoría de obras creativas que efectivamente tenían copyright.

Eso significaba que durante treinta años en promedio los autores y los dueños de copyright de una obra creativa tenían un “derecho exclusivo” para controlar ciertos usos de esa obra, para hacerlo se requería el permiso del dueño del copyright.

Al final del plazo de copyright, una obra pasaba al dominio público. Entonces no se necesitaba permiso alguno para usarla o para basarse en esa obra. Ningún permiso y, por tanto, ningún abogado. El dominio público era una “zona libre de abogados”. Así, la mayoría de los contenidos del siglo XIX eran libres para que Disney los usara y se basase en ellos en 1928. Eran libres para que cualquiera –tuviera contactos o no, fuera rico o no, tuviera permiso o no– los usara y se basara en ellos. Ésta es la forma en la que las cosas siempre habían sido –hasta hace bien poco–. Durante la mayoría de nuestra historia, el dominio público estaba justo detrás del horizonte. Desde 1790 a 1978, el plazo medio de copyright nunca fue más de treinta y dos años, lo cual significaba que la mayoría de la creación cultural que tuviera apenas una generación y media era libre para que cualquiera se basara en ella sin necesitar permiso de nadie.

Hoy día el equivalente sería que las obras creativas de los sesenta y los setenta serían libres para que el próximo Walt Disney pudiera basarse en ellas sin permisos. Sin embargo, hoy el dominio público solo está presuntamente libre en lo que respecta a contenidos de la década de los 20, los años previos a la Gran Depresión.

La realidad es que hoy día nadie puede hacer con Disney lo que él hizo con los hermanos Grimm pues la propia Disney Inc. se ha encargado de que el Gobierno de los Estados Unidos dicte leyes que lo impidan. Fue el inmenso trabajo de lobby desarrollado por la Disney la que le valió a la reforma de 1998 el nombre peyorativo de Mickey Mouse Protection Act, ya que el interés de defender el copyright del dibujo nacido en el Vapor Willie, a su vez nacido del  Vapor Bill Jr. que a su vez nació de la canción del Vapor Bill (supongo que este será el «senior») era manifiesto.

En 1998 la Copyright Term Extension Act (CTEA) de 1998 – también conocida como Mickey Mouse Protection Act – extendió los plazos de copyright en los Estados Unidos durante 20 años. Antes del Acta (bajo la Copyright Act of 1976), el copyright duraba toda la vida del autor más 50 años, o 75 años para una obra de corporate authorship; el Acta extendió estos plazos durante la vida del autor más 70 años y para obras de corporate authorship durante 120 años tras la creación o 95 años tras la publicación, independientemente de la anterioridad del punto final creativo.

La ampliación del plazo del copyright y la consiguiente disminución de obras en el acervo común es una disparatada estrategia legislativa que repasaré en algún otro post de este blog. Por hoy basta.

Obama y el copyright

Poster de campaña de Barack H. Obama
Poster de campaña de Barack H. Obama

La posición de Barack Obama frente a la actual regulación del copyright es algo que está levantando mucha expectación en el mundo, sobre todo si tenemos en cuenta que en los momentos iniciales de su campaña Lawrence Lessig colaboró con él y, como es sabido, Lessig es una de las personalidades más conocidas mundialmente por su oposición a la actual regulación.

Algo sí podemos afirmar con toda seguridad y es que el poster electoral que ha usado Barack Obama en su campaña ha infringido las leyes del copyright vigentes en los Estados Unidos.

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Cuando la tecnología es la ley

Somos capaces de percibir cómo las leyes -a través de constituciones, estatutos, códigos y demás instrumentos jurídicos- regulan el mundo real. En el ciberespacio, por el contrario, debemos comprender cómo un «código» diferente, regula el software y el hardware; software y hardware que hacen del ciberespacio lo que es; software y hardware que, por eso mismo, regulan absolutamente el ciberespacio y son su verdadera ley. (Lawrence Lessig Code 2.0)

El hombre impone sus leyes donde la naturaleza no impone las suyas, por eso, al igual que resulta ridículo legislar contra la ley de la gravedad en el mundo real, resulta imposible legislar en el ciberespacio contra la tecnología y los programas que permiten y definen la naturaleza de dicho espacio. De ahí la genial percepción de Lawrence Lessig al afirmar que, en el ciberespacio, «el código es la ley».

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