Conchitas

Conchitas

En pleno debate del acuerdo municipal de Jumilla sobre el uso del polideportivo muchos han recordado que nuestro país, hasta hace muy poco, fue un país de emigrantes a lo que inmediatamente se ha respondido desde la otra trinchera que éramos inmigrantes, sí, pero legales, siempre con papeles.

Y este debate me ha traído a la memoria cierta fotografía, que mi amigo Miguel me mandó desde Francia, de un libro que ves el que ven en la foto y que —en los años 60— pretendía ser un manual, dirigido a las amas de casa francesas, para enseñarles como tratar a las «Conchitas», que era como se denominaba —y aún se denomina en Francia— a las sirvientas españolas.

Los datos del Instituto Español de Emigración (IEE) de la época taparon entonces una realidad de enormes proporciones, cual fue la de la gran emigración de mujeres españolas en solitario. Sin otra formación que rudimentarios conocimientos de confección, su destino mayoritario fue trabajar de sirvientas en Francia.

Ilegales en muchos casos, sin papeles, trabajando en negro y sin devengar pensiones, víctimas en multitud de ocasiones de patrones desaprensivos que aprovechaban su desconocimiento del idioma para los más abyectos fines, las «Conchitas» españolas fueron duramente tratadas en Francia pero, también, muchas de ellas sintieron que vivir fuera del ambiente opresivo que imponía a la mujer en España la Iglesia y la Falange de aquellos años, compensaba. Muchas se resistieron a volver.

Aquellas mujeres eran la punta de lanza de una red de emigración al margen de los cauces legales del IEE (Instituto Español de Emigración) y el proceso típico es más o menos el que sigue:

En Francia tradicionalmente la servidumbre argelina había sido la más popular pero, en algún momento, en los distritos elegantes de París (creo que el Distrito13) se puso de moda como más elegante tener servidumbre española. Las españolas hacían gracia, cocinaban bien y llevaban con esmero las tareas domésticas aunque, eso sí, su forma de ser exacerbaba los tópicos franceses  sobre la forma de ser de las españolas. Jóvenes sensuales pero fuertemente retenidas por su formación católica las conchitas vivían su sexualidad retorcidas en un mar de contradicciones. Incapaces de dominar el idioma su forma de atender el teléfono provocaba no pocos chistes e historias hilarantes.

—Señora esta mañana han llamado por teléfono preguntando por usted.
—¿Quién era?
—Un hombre.
—¿Qué hombre?
—No sé, un hombre.
—¿Y qué quería?
—No sé, no le he entendido.

Nuestras conchitas, además de rezar el rosario, planificaban como llevarse el novio a París. Como la entrada a las habitaciones de la servidumbre en el distrito 13 era diferente de la de los señores, nuestras conchitas una vez ganaban confianza se traían a sus novios a vivir con ellas pues las habitaciones de la servidumbre estaban incomunicadas de las de los señores. En pocos días sus novios buscaban un trabajo y el ascenso definitivo solía producirse cuando el novio conseguía trabajao como portero de finca urbana lo cual daba derecho al uso de una pequeña residencia para el portero donde Conchita y su novio ya podían tener hijos.

Las historias de estas conchitas no son agradables de oír y perturbarían gravemente la conciencia de quienes ahora se muestran inflexibles con una emigración que ya no es española. Si desean gozar de un estudio en profundidad de la emigración de las conchitas les recomiendo el libro de Laura Oso Casas «Españolas en París» que es un estudio tan profundo como esclarecedor de este asunto.



No, nuestra emigración no era esa emigración legal que ahora quieren vendernos, lo que ocurre es que nos hemos vuelto ricos y se nos ha olvidado que el dinero que mandaban las «Conchitas» desde Francia palió mucha hambre en España. Nuestra memoria, a fuerza de comer bien, se ha vuelto débil.

Mujeres increíbles, seres humanos con biografías sorprendentes, cuando me hablan de emigrantes ilegales se me olvida la ley de extranjería y me acuerdo de las «Conchitas». Quizá no sea legal, pero es humano.

Y dicho esto quizá sea bueno aclararles por qué la emigración española solía ser ilegal.

El gobierno de Franco pretendía controlar también en Francia o Alemania que el comunismo no penetrase en la población emigrante y, además, la canalización y distribución de trabajos por este cauce podía dar lugar a que un campesino de Trebujena acabase picando carbón en una mina alemana, lo que raramente era de su agrado. El migrante español prefería seleccionar él el trabajo. Así lo hacían las conchitas que lejos de buscar trabajo a través del IEE lo buscaban a través de amigas que ya se habían instalado en París.

No es muy distinto lo que hace el gobierno de Marruecos y les pongo un ejemplo.

Justicia y Caridad (en árabe: جماعة العدل والإحسان‎) es un movimiento ilegal marroquí, pero parcialmente tolerado por el rey Mohamed VI, fundado por el jeque Abdeslam Yasín su ilegalidad deriva de no reconocer a Mohamed VI como Comendador de los creyentes. Son un fuerte núcleo de oposición al monarca y critican ferozmente los dispendios del Majzen (el entorno del monarca) al tiempo que le niegan su condición de líder religioso. Esto no le gusta al rey de Marruecos, obviamente.

Justicia y Caridad vio cómo muchos de sus miembros emigraron a España en busca de un ambiente más respirable para ellos e incluso abrieron mezquitas, mezquitas que en muchos casos fueron ocupadas cuando no asaltadas por emigrantes partidarios del rey pues Marruecos, como la España de Franco, también cuida de que sus emigrantes no se descarríen ideológicamente. El gobierno de Marruecos ha conseguido que el gobierno de España haga la vista gorda ante los asaltos de los leales al rey a los miembros de Justicia y Caridad que oficialmente, para la policía española, es un peligroso grupo terrorista.

Las historias se repiten y los patrones migratorios tambien, a fin de cuentas el hambre no tiene patria, solo va cambiando de sitio, ayer España hoy Marruecos.

No, la emigración española no fue esa emigración totalmente legal que ahora se nos quiere hacer ver desde una de las trincheras, estuvo llena de historias como la de nuestras conchitas, mujeres solas que marcharon a la aventura en busca de un futuro.

La votación nicena

Creo que ya les he dicho alguna vez que la democracia no es ese sistema político que dirime sus diferencias votando (como creen muchos) sino que es ese sistema político que alcanza acuerdos deliberando merced a un diálogo abierto, generoso y sincero.

La votación marca en democracia el fracaso del debate.

Para no dar ejemplos de hoy que todos tenemos en mente me van a permitir que les traiga aquí una de las votaciones que más dramáticas consecuencias han tenido en la historia de la humanidad y esta no es otra que la que se produjo en el año 325 en el Concilio de Nicea, sínodo en el que se fijaron las bases de la doctrina católica pero, para que se me pueda entender, es preciso que antes les ofrezca un poco de contexto.

Para el año 325 el cristianismo había tenido un éxito fulgurante pues en apenas tres siglos la fe de unos pocos judíos se había extendido no solo por todo el imperio romano sino también por los territorios adyacentes. El cristianismo —y esto a menudo se olvida— contaba para el año 325 con seguidores no sólo dentro del limes del imperio sino en puntos tan lejanos como la China de la dinastía Han, el Imperio Persa Sasánida o la península arábiga.

Claro es que, para el 325, todos cuantos se llamaban cristianos en ese extenso territorio no creían exactamente en las mismas cosas.

Por solo citar unos ejemplos mencionaremos en primer lugar a los trinitarios, cristianos que creían que aunque Jesús era el Hijo de Dios era tan eterno como su Padre y tan Dios como su Padre mismo. Para complicar las cosas a las dos anteriores añadieron una tercera persona —el Espíritu Santo— a la que consideraron tan eterna y tan dios como las dos anteriores.

Dentro de la limes del imperio romano había también unos cristianos que se decían arrianos y que fueron muy populares entre los pueblos germanos, el Mediterráneo Oriental y algunas zonas de la costa del Mediterráneo africano. Estos arrianos, por ejemplo, llegaron a gobernar la península ibérica merced a la monarquía visigoda.

Los arrianos sostienen que Jesucristo es el Hijo de Dios y que procedente del Padre, pero que no es eterno, sino que fue, como hijo, engendrado por el Padre antes de que tiempo fuese creado. De esta manera, Jesús no sería coeterno con Dios Padre.  Los arrianos citaban fragmentos evangélicos en apoyo de sus tesis como este del Evangelio según san Juan 14:28 (Versión Biblia de Navarra)

«Habéis escuchado que os he dicho: «Me voy y vuelvo a vosotros». Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo».

También había una extendidísima rama de cristianos maniqueistas, un cristianismo que proviene del maniqueísmo (en nuevo persa آیینِ مانی, Āyīn-e Mānī) que es el nombre que recibe la religión universalista fundada en el siglo III d. C. en el Imperio sasánida por el profeta y sabio parto Mani (o Manes; c. 215-276 d. C.), quien decía ser el último de los profetas enviados por Dios a la humanidad, siguiendo a Zoroastro, Buda y Jesús.

Un cristianismo que contó con notable éxito fue el cristianismo gnóstico, una corriente sincrética filosófico-religiosa que sobre la base de ideas platónicas, la dualidad materia-espíritu y otras ideas un tanto «wokes» llegaron a mimetizarse exitosamente con el cristianismo en los tres primeros siglos de nuestra era (de hecho hay quien ve influencias gnósticas en el evangelio de San Juan) y legando una buena cantidad de evangelios apócrifos de contenido gnóstico fruto de una etapa de cierto prestigio entre algunos intelectuales cristianos.

Para que se hagan una idea de la difusión que tuvieron corrientes cristianas como el difisimo les dejo el mapa de la diócesis ortodoxa oriental en el siglo VIII.

Pues bien, el Concilio de Nicea fue convocado por la autoridad imperial romana (Constantino I) para fijar la ortodoxia cristiana y así se hizo en el año 325 donde se enfrentaron muchos de estos cristianismos y emergió tras la pertinente votación como triunfador el cristianismo trinitario.

La ortodoxia y el credo estaban fijados pero ¿qué paso con todos los cristianismos derrotados en Nicea? ¿desaparecieron?

Obviamente no.

Apoyado por la autoridad imperial romana el cristianismo trinitario con el tiempo se convertiría en la religión oficial del imperio, mientras que los demás cristianismos, más o menos perseguidos, se irían convirtiendo en pecado o delito de forma que los territorios vecinos al imperio se llenaron de seguidores de estos cristianismos proscritos e incluso el interior del imperio se convulsionó con las revueltas monofisitas de quienes mantenían sus firmes creencias en las ideas de estos cristianismos derrotados.

El climax se produjo con el choque que se produjo en el siglo VII entre el Imperio Romano y el persa Sasánida. Ambos imperios estuvieron a punto de desaparecer en aquella brutal guerra y emplearon cuantos medios tenían a su alcance lo que incluía a mercenarios de los más diversos lugares, incluida Arabia.

La guerra duró del año 602 al 628 y para cuando se firmó la paz ambos imperios estaban exhaustos.

Y fue entonces cuando los efectos de la votación de Nicea se dejaron sentir con mayo intensidad porque mientras esa guerra tenía lugar y principiando en el año 610 en un lugar recóndito de Arabia (La Meca) un hombre comenzó a redactar un texto que recogía muchas de las creencias de aquellos cristianismos derrotados que el Imperio Romano había expulsado tras Nicea y que ahora plagaban las tierras exteriores al imperio romano, incluyendo al imperio persa sasánida.

Ese texto, hecho de retazos de aroma a veces nestoriano, a veces ebionita, a veces de cualquier otro cristianismo derrotado, proclamaba que Jesús era el Mesías, sí, y que su madre lo había concebido virginalmente por obra de Dios pero que lo que no era era Dios igual que Dios, ni eterno como Dios ni de la misma sustancia que Dios. Mesías, sí, profeta sí, pero no Dios porque Dios no hay más que uno y no necesita ni tiene hijos.

Esta doctrina ferozmente antitrinitaria hizo las delicias de los derrotados en Nicea y no es de extrañar que habiendo quedado exánime el imperio persa sasánida la nueva doctrina se propagase practicamente sin esfuerzo por toda su antigua extensión.

También en muchas partes del imperio romano la nueva doctrina fue recibida con alborozo pues eliminaba el incomprensible galimatías trinitario, de forma que el norte de África no tardó en adherirse a la vieja/nueva creencia. Incluso la Hispania hasta hace poco arriana los recibió con agrado y sin más que unos pocos choques violentos con parte de los gobernantes visigodos.

El muy trinitario imperio romano sí se enfrentó agonísticamente a ellos y los frenó bajo los muros de la antigua Bizancio hasta 1452 en que acabó sucumbiendo.

¿Al islam?
¡Quiá!
A aquella vieja e innecesaria votación del año 325 en Nicea.

Maryam

Maryam

El interminable conflicto religioso que desangra a Canaán tiene un epicentro simbólico que no es otro que la llamada «explanada de las mezquitas», en Jerusalén, lugar donde se alzó el primer templo de Salomón y, tras su destrucción,  el segundo templo de Zorobabel que más tarde engrandecería Herodes el Grande, el llamado «segundo templo», el que conoció Jesucristo.

Tras su destrucción por los romanos en el año 70 la explanada del templo quedó vacía hasta que en el año 692 el califa omeya Abd-Al-Malik, movido por intereses políticos interesantísimos de comentar, levantó justo en el mismo lugar en que se encontraba el templo judío un lugar de culto conocido como «La cúpula de la roca».

Sin duda ustedes lo han visto, pues su cúpula dorada es la construcción más conspicua de cuantas componen la imagen habitual de Jerusalen en las noticias. La construcción más visible de Jerusalén, vista desde el monte de los olivos, es precisamente esta «Cúpula de la Roca» y es la plaza que la rodea (la «Explanada de las Mezquitas») el epicentro de los conflictos sociales interreligiosos que se disparan recurrentemente en Jerusalén.

Pero… ¿qué es lo que hay allí que convierte ese lugar en epicentro de tormentas religiosas»?

Lo que hay bajo esa cúpula es, como su nombre indica, una roca. Lo que ocurre es que para los judíos esa roca es la roca fundacional, desde ella creó Yahweh el mundo y al hombre, allí trató de sacrificar Abraham a su hijo Isaac, allí estuvo el arca de la alianza y el sancta sanctorum del templo y allí ha de volver el mesias esperado.

Los musulmanes poco más o menos creen lo mismo si bien a quién trató de sacrificar Abraham no fue a su hijo Isaac sino a su primogénito Ismael y fue desde allí, además, desde donde Mahoma inició su viaje por los cielos.

La cúpula es una de las primeras construcciones de lo que llamamos «islam» y las inscripciones que hay en su interior son las primera muestras epigráficas de lo que hoy llamamos islam.

¿Y qué dicen esas inscripciones?

Pues les ruego que controlen sus nervios y crean en las traducciones que les ofrezco.

Las inscripciones que hay en esa cúpula dorada nos hablan de Jesucristo y de su santa madre la siempre Virgen María. Les transcribo un par de ellas:

«Innamā l-Masīḥ ʿĪsā bnu Maryam rasūlu llāhi wa-kalimatuhū alqāhā ilā Maryam wa-rūḥun minhu.»

(Traducción) «Ciertamente, el Mesías, Jesús hijo de María, es el Mensajero de Dios, y Su Palabra que Él comunicó a María, y un espíritu procedente de Él.»

¿Curioso verdad? Uno de los «sancta sanctorum» del islamismo y un lugar de enfrentamiento crónico con judíos y cristianos lo que guarda en su interior son menciones de inmenso respeto hacia Jesús (a quien llama mesías) y hacia su madre.

Sabemos muy poco del islam y lo que nos transmiten los medios de comunicación no suele ser más que los episodios violentos o los de integrismo religioso ocultando los demás. ¿Sabían ustedes, por ejemplo, que la Virgen María es mencionada más veces en el Corán que en los mismos Evangelios? Y no, no crean que es mencionada con poco respeto, todo lo contrario, María (Maryam) es mencionada con reverencia extrema, su concepción de Jesús fue tan inmaculada como la cristiana y es para ellos, como para los cristianos, Virgen. Una de las suras más bellas del Corán (la 19) está íntegramente dedicada a ella.

Ayer coloqué una encuesta en twitter preguntando a mis seguidores si creían que los musulmanes consideraban virgen o no a María y el grado de desconocimiento de aspectos como este resultó enorme. Y como este los demás ¿conocen los musulmanes el antiguo testamento? ¿en qué creen? ¿de dónde nace el islam?

Los seres humanos preferimos ignorar y temer lo desconocido que conocer y tender puentes hacia lo ignorado y esto es válido para musulmanes, judíos, católicos y protestantes. Por eso no debiera extrañarnos que si cultivamos la ignorancia estemos cultivando al mismo tiempo el miedo y la violencia.

O asumimos que vivimos en un estado aconfesional, sacamos las religiones (todas) de nuestras ecuaciones políticas y combatimos la ignorancia, o lo de Torre Pacheco será solo el principio.

Y discúlpenme si molesto.

Dios lo quiere

Dios lo quiere

Veo a Donald Trump en televisión dando cuenta del ataque de los Estados Unidos a instalaciones militares de Irán y le escucho terminar su intervención diciendo: «Gracias Dios. Dios proteja al ejército y a los Estados Unidos». Estas palabras me traen a la memoria la narración que de la guerra entre Israel y sus acérrimos enemigos los amalecitas se hace en el primer libro del profeta Samuel.

Han sido muchos los filósofos y pensadores que se han asombrado de la extrema crueldad con la que Yahweh, el dios de Israel, ordenó el genocidio de la población amalecita (I Samuel. Cap. 15):

«Y Samuel dijo á Saúl: Jehová me envió á que te ungiese por rey sobre su pueblo Israel: oye pues la voz de las palabras de Jehová. 
2 Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Acuérdome de lo que hizo Amalec á Israel; que se le opuso en el camino, cuando subía de Egipto. 
3 Ve pues, y hiere á Amalec, y destuiréis en él todo lo que tuviere: y no te apiades de él: mata hombres y mujeres, niños y mamantes, vacas y ovejas, camellos y asnos».

El rey Saúl, en cambio, más piadoso que su dios, tras derrotar a los amalecitas no cumplió la orden de Yahweh y perdonó la vida de los mamíferos (según él para sacrificarlos a Yahweh) y de parte de la población amalecita lo que provocó la ira de Yahweh quien retiró su apoyo a Saúl y provocó su caída a manos de David.

Como digo, muchos pensadores y filósofos se han preguntado durante años cómo es posible que un dios, teóricamente justo y bueno, ordenase matar a hombres, mujeres y niños de pecho y se encolerizase porque sus órdenes no fuesen cumplidas al pie de la letra.

Podrían haberse ahorrado sus sesudas reflexiones si hubiesen partido de la evidencia de que el primer libro de Samuel, como toda la Biblia, fue escrito por hombres que tenían un programa político en mente.

Los seres humanos siempre han sentido la necesidad de justificar las terribles iniquidades y vilezas que han llevado a cabo y el expediente al que han recurrido con mayor frecuencia ha sido precisamente dios («Dios lo quiere»).

Islamistas, cristianos, israelitas… Cada vez que han sido autores de matanzas y genocidios han descargado sus conciencias afirmando que cumplían órdenes de dios y no han tenido empacho en hacerlo constar como palabra de dios en los libros sagrados.

Pero que nadie te engañe, los libros sagrados han sido escritos por hombres y estos se han encargado de intercalar entre el mensaje divino las palabras precisas para justificar sus mayores crímenes. Si Israel exterminó de la faz de la tierra a los amalecitas no fue por maldad, sino por orden de dios; si los terroristas islamistas hacen explotar bombas para asesinar personas inocentes es porque dios lo quiere y si Donald Trump lanzó un ataque militar ayer noche contra Irán tampoco tenga usted dudas: es también porque dios lo quiere.

«Gracias Dios. Dios proteja al ejército y a los Estados Unidos» dijo ayer Donald Trump usando de una retórica para nada distinta de la usada por los dirigentes de la República Islámica de Irán. «Gracias Dios. Dios proteja al ejército y a los Estados Unidos» ¿y por qué habría Dios de proteger a los Estados Unidos y no a los niños de Gaza?

El ser humano usa a dios para justificar sus iniquidades y crímenes y esta estrategia parece no haber cambiado en los últimos cinco mil años. Cinco milenios durante los que la humanidad se ha mostrado incapaz de sacar a dios de sus ecuaciones criminales, cinco mil años de que siempre haya una pluma mercenaria que ponga en bica de dios palabras que —si existiese— dios jamás pronunciaría.

Donald Trump no es muy distinto del viejo rey Saúl aunque, seguramente, habría sido menos compasivo que este con los amalecitas.

¿Quién fue Cayo Licino Torax?

Monseñor Reig y el problema del mal

Monseñor Reig y el problema del mal

Esta semana un sedicente ministro de dios afirmó (literalmente) que la discapacidad es «herencia del pecado» y del «desorden de la naturaleza» y, como era de esperar, gran parte de la población de sintió abochornada por tales afirmaciones.

Sin embargo no pasó mucho tiempo antes de que se alzaran voces sosteniendo que las tales palabras, aunque literales, sacadas de contexto se estaban malinterpretando y, naturalmente, se apresuraron a ofrecer un «contexto» teológico que sirviese de emoliente a la escandalosa frase.

No creo que lo lograran porque, en realidad, tal tarea es misión imposible.

Al debate en el que negligentemente se enredó Reig Plá se le conoce como «el problema del mal» y ha sido formulado de muchas y diferentes maneras a lo largo de la historia de la humanidad.

A Epicuro (341–270 a.C.) se le atribuye la formulación más temprana y conocida del problema del mal:

«¿Quiere Dios prevenir el mal, pero no puede? Entonces no es omnipotente. ¿Puede hacerlo, pero no quiere? Entonces es malévolo. ¿Puede y quiere hacerlo? ¿Entonces por qué existe el mal?»

En su Diálogos sobre la religión natural, David Hume (1711–1776) reformula el argumento epicúreo: «¿Está Dios dispuesto a prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces es impotente. ¿Es capaz, pero no está dispuesto? Entonces es malévolo ¿Es capaz y está dispuesto? ¿De dónde, pues, proviene el mal?».

Hume no niega directamente la existencia de Dios, pero considera que el mal en el mundo pone seriamente en cuestión la existencia de un Dios tradicionalmente concebido como bueno y todopoderoso.

Más recientemente J.L. Mackie (1917–1981) un filósofo australiano desarrolló el argumento lógico del mal. Sostenía que es lógicamente incompatible que Dios sea omnipotente, omnibenevolente y que exista el mal. Su famoso artículo “Evil and Omnipotence” (1955) defendía que no hay forma coherente de mantener los tres enunciados a la vez sin contradicción.

Yo, antes que a Epicuro o Hume, había escuchado planteado este problema del mal en una canción de Atahualpa Yupanqui que el gaucho Jorge Cafrune interpretaba con su estilo característico.  La obrita, llamada las «Coplas del payador perseguido», en cierto punto afirmaba:

«Tal vez otro habrá rodao
tanto como he rodao yo,
y le juro, créamelo,
que he visto tanta pobreza,
que yo pensé con tristeza:
Dios por aquí no pasó».

Y desde entonces, cada vez que veo niños morir de hambre o inocentes cadáveres infantiles muertos sin razón alguna que pueda justificarlo, me viene a la memoria aquel verso que recitaba Cafrune y pienso que, seguramente, «Dios, por allí, no pasó». Y es verdad que me cuesta creer que haya un dios en Canaán que permita las matanzas que vemos todos los días o que exista un dios en Ucrania que permita que bombas, drones y misiles, aniquilen la vida de centenares de niños y niñas.

Dios, por allí, parece evidente que no pasó.

El problema del mal, como les dije es viejo, tan antiguo como la religión y la humanidad.

El primer texto escrito donde se especula sobre este problema es un texto acadio que data de los siglos XIV-XIII AEC y que, conforme a su «incipit» conocenos como el «Ludlul bel nemequi» aunque es popularmente conocido en países de habla inglesa como el «Poema del justo sufriente» o como «El Job babilónico» pues su argumento es sorprendentemente parecido al del más antiguo de los libros de la Biblia: el «Libro de Job».

En el «Ludlul bel Nemequi» se nos relata cómo cambió un día la suerte de un hombre Shubshi-meshre-Shakkan, un hombre rico de alto rango. Cuando fue acosado por señales ominosas, provocó la ira del rey, y siete cortesanos tramaron todo tipo de daño contra él. Esto resultó en que él perdiera sus propiedades («han dividido todas mis posesiones entre gentuza extranjera»), sus amigos («mi ciudad me desaprueba como un enemigo; de hecho, mi tierra es salvaje y hostil»), su fuerza física («mi carne está flácida y mi sangre ha menguado»), y la salud, como él relata que «se revolcaba en mis excrementos como una oveja». Muy probablemente este poema fue conocido durante su exilio en Babilonia por el pueblo hebreo y se haya en el origen siquiera sea remoto del libro de Job.

Y hablando del «Libro de Job» no se fíen ustedes de lo que les enseñaron en el colegio. Job no sufre con paciencia los males que Yahweh (por una ridícula apuesta con un satán) permite que le ocurran sino que, antes bien, se subleva contra el dios que le abandona.

Lo de «el señor me lo da, el señor me lo quita, bendito sea dios» sólo pasa en las primeras páginas, porque los males de Job se acumulan de tal manera que, si lee usted el Libro de Job más allá de los versículos iniciales, es posible que se sorprenda y no poco.

Cuando el mal es gratuito y recae directamente sobre víctimas inocentes todos los argumentos de quienes plantean el «problema del mal» alcanzan el peso de un razonamiento casi irrefutable y evidente por sí mismo.

Este «problema del mal», considerado por muchos pensadores como uno de los argumentos lógicos más solidos en contra de la existencia de un dios omnipotente y bueno, es en el que Reig Plá se metió de hoz y de coz (sobre todo de coz) cometiendo una negligencia rayana en la imprudencia temeraria cuando decidió introducirlo, como de pasada, en su discurso. Con un mínimo de sentido común hubiera debido prever que lo mejor que podía pasarle es un escándalo como el que ha montado aunque, vista su trayectoria vital, parece que a este hombre lo que en verdad le gusta es provocar este tipo de escándalos.

La teodicea de las diversas religiones monoteístas (para los que tienen religiones dualistas como los zoroastrianos el problema se conlleva mucho mejor) ha tratado de ofrecer explicaciones más o menos convincentes aunque siempre hay algo que le dice a la razón humana que «Dios por allí no pasó» cuando presencia los dramas que la vida diariamente nos ofrece.

¿Qué explicaciones son esas? Bueno son variadas:

San Agustín, por ejemplo, argumentó que el mal en realidad no existe sino que es «ausencia de bien», no algo creado por Dios, un argumento —y que me disculpen quienes tengan una opinión contraria— francamente poco convincente.

Santo Tomás de Aquino, con un razonamiento parecido, sostuvo que Dios permite el mal para obtener bienes mayores lo cual es tanto como no justificar en absoluto por qué un dios bueno permite el mal.

Leibniz, quizá con más éxito popular, formuló la famosa idea de que vivimos en «el mejor de los mundos posibles» aunque a nadie se le escapa que el mundo mejoraría si no se asesinasen niños. Y en fin, finalmente, Alvin Plantinga, filósofo contemporáneo, propuso la idea de la «defensa del libre albedrío» como una solución lógica: Dios permite el mal porque crear seres libres implica el riesgo de que elijan el mal lo que tampoco aclara mucho las cosas.

Otros razonamientos (por ejemplo el que realiza el medio digital Infovaticano para tratar de dar «contexto» a las palabras de Reig Plá) ponen el foco en el llamado «pecado original» sosteniendo que lo que Reig Pla quería decir es que el dolor, la enfermedad y la fragilidad humana, se comprenden plenamente a la luz del pecado original y de la redención obrada por Jesucristo. Que esto no implica una relación directa entre los pecados individuales y el sufrimiento específico, sino que señala que toda la creación está marcada por una herida primordial debido al pecado de Adán, introduciendo desarmonía entre el hombre, la naturaleza y Dios. El sufrimiento, la muerte y la enfermedad no son castigos personales, sino realidades que forman parte de un universo herido que espera la plenitud redentora.

Si a usted le parece que «toda la creación está marcada por una herida primordial debido al pecado de Adán, introduciendo desarmonía entre el hombre, la naturaleza y Dios» pues quizá pueda tratar de aceptar la doctrina religiosa en este punto, pero dudo que su razón alcance a entender —por incomprensible— este abstruso razonamiento de Infovaticano.

Sea como sea y crea usted lo que crea —que es muy libre usted de creer en lo que le parezca mejor y no quiero yo llevar razón en temas de esta especie— lo que sí podrá comprender es que mezclar en la misma frase el sufrimiento y el dolor gratuito de niños inocentes con el pecado, la herencia y el desorden de la naturaleza, es una imprudencia de tal calibre que cuesta pensar que una persona en sus cabales pueda haberla realizado.

Y voy a olvidarme de este asunto aunque solo sea para salvaguardar mi salud mental.

El nombre de mi ciudad

El nombre de mi ciudad

Creo que estos días les he hablado de muchas cosas (del islam, de las cruces de mayo, de las papas con chocos…) aunque siento que he hablado poco de mi ciudad, así que, esta tarde, me van a permitir que les cuente la historia del nombre de mi ciudad. Ténganme paciencia.

A mi ciudad le dieron nombre (como dijo Cervantes) los carthagineses, que a su vez eran no más que una colonia fenicia que, como es natural, hablaba y escribía en fenicio.

Para entender el nombre de mi ciudad es preciso entender primero cómo funciona el idioma fenicio, siquiera sea superficialmente, así que déjenme decirles que el fenicio es una lengua semítica no muy distinta del hebreo, el arameo o el árabe y que, como ellas, a la hora de escribir no dibuja las vocales sino solo las consonantes, pues es en las consonantes donde se esconde la fuerza semántica de las palabras. Por ejemplo, si yo les pidiese que adivinaran el nombre de una ciudad del mundo cuyas vocales son «AI» estoy convencido de que nadie tendría la seguridad de la ciudad de que estoy hablando, pero si yo escribo las consonantes de su nombre «MDRD» tengo la seguridad de que un altísimo porcentaje de mis lectores sabrán de inmediato de qué ciudad hablo.

Es por eso que fenicios, hebreos, arameos o árabes no suelen escribir las vocales (aunque hay signos auxiliares para ellas) y sí solo las consonantes de ahí que el alfabeto fenicio esté compuesto exclusivamente por consonantes.

No desprecien ustedes el alfabeto fenicio pues todos, absolutamente todos, los alfabetos del mundo descienden del alfabeto fenicio y seguramente les sorprenda saber que el alfabeto latino y el árabe, tan distintos entre sí, descienden los dos del alfabeto fenicio.

Los fenicios (y con ellos los carthagineses), pues, enseñaron a la humanidad a leer y escribir y, reduciendo los miles de signos de los silabarios mesopotámicos o egipcios a poco más de 20 letras, convirtieron la tarea de aprender el alfabeto en una tarea sencilla y pusieron la escritura a disposición de todas las clases sociales.

Si usted y yo nos estamos comunicando ahora mediante este texto es gracias a los fenicios, no lo olvide.

¿Y en qué dirección escribían los fenicios? ¿de derecha a izquierda o de izquierda a derecha?

La respuesta exacta es que en cualquiera, de hecho, a menudo, escribían el primer renglón de derecha a izquierda y el segundo de izquierda a derecha y así sucesivamente. A esta forma de escribir se le llama «bustrofedón» y fue común en las épocas tempranas de las lenguas, momento en que el griego o incluso el latín se escribían de izquierda a derecha o de derecha a izquierda dependiendo de los gustos del escriba. Con el tiempo latín y griego comenzaron a escribirse principalmente de izquierda a derecha mientras que el fenicio/carthaginés se escribió principalmente de derecha a izquierda y es por eso que tanto el hebreo como el arameo como el árabe se escriben de derecha a izquierda, aunque por entonces no era una regla fija y hoy puede usted usar el alfabeto fenicio como prefiera. Yo, por razones técnicas, lo escribiré en este post de derecha a izquierda salvo que les diga otra cosa.

Una vez explicado esto les diré que Carthago, la originaria, la de Túnez, deriva de las expresiones fenicias que, transliteradas, se corresponderían con las secuencias latinas QRT HDST. La primera letra de la grafía fenicia «𐤒» presenta algunas dificultades pues representa un sonido extraño al alfabeto latino. Qop (𐤒‏‏‏‏‏) es la decimonovena letra del alfabeto fenicio y representaba el sonido oclusivo uvular sorda transliterado como /q/. De esta letra derivan la qof siríaca (ܩ), la kuf hebrea (ק), la qāf árabe (ﻕ), la qoppa (Ϙ) griega, la Q latina y la Ҁ cirílica. Quizás deriven también de ella las fi (Φ) y psi (Ψ) griegas y las Ф y Ѱ cirílicas.

No se extrañen pues si ven la letra «𐤒‏‏‏‏‏» transliterada como «K» o como «C» y de hecho, ustedes verán que, dependiendo de la época, el nombre de nuestra ciudad aparece escrito en textos latinos como Karthago o Carthago.

La primera palabra de las dos que componen el nombre de nuestra ciudad «QRT» (o KRT o CRT) significa exactamente «Ciudad» en fenicio.

Pueden ustedes encontrar la secuencia QRT o KRT en muchos lugares del Mediterráneo siempre con este mismo significado de «Ciudad»; por ejemplo, si oyen el nombre de un dios llamado MELKART ya pueden ustedes apostar a que es un dios fenicio o cananeo y en su nombre hace referencia a algo que tiene que ver con una ciudad. Y así es. La secuencia MLK significa «rey» y puede usted encontrarla en nombres bíblicos como MaLaKias o abiMeLeK o incluso en la actualidad en nombres musulmanes como Abd el MaLiK. Por su parte la secuencia KRT quiere decir ciudad de forma que la secuencia MLKRT (MeLKaRT) puede ser traducida con toda corrección como «el rey de la ciudad» y, en efecto, así es pues Melkart era el principal dios de la ciudad fenicia de Tiro, lugar de donde son originarios los carthagineses.

Como puedes imaginar muchas ciudades del Mediterráneo incorporan la secuencia sonora KRT en su nombre y, por solo citar ciudades de España, les recordaré Cartaya, en la costa onubense, la vieja Carteia carthaginesa. Es muy divertido buscar KRT’s en el Mediterráneo y si un día les sobra tiempo les estimulo a que lo hagan.

Y sí la secuencia 𐤒𐤓𐤕 (QRT, KRT, CRT) significa «ciudad» la secuencia 𐤇𐤃𐤔𐤕 (HDST) significa «nueva». Así pues, ambas secuencias juntas, KRT HDST significan exactamente «Ciudad Nueva».

Pero ¿a qué ciudad hace referencia este nombre? ¿a la Carthago de Túnez o a la Carthago de España?

A ambas, pues ambas ciudades se llamaban EXACTAMENTE IGUAL lo cual ya fue advertido por autores romanos que llamaron la atención a sus compatriotas sobre el hecho de que no debían llamar a la Carthago de Hispania «Carthago Nova» pues ya el propio nombre Carthago incorporaba el significado de «nueva». Así pues Carthago una y Carthago la otra, ambas con el mismo nombre y ambas ciudades «nuevas».

A la vista de las secuencias originales fenicias entenderán porqué prefiero escribir Carthago a Cartago, pues la h separa las dos palabras de nuestro nombre, CaRT HaGo, Quart Hadast, QRT 𐤒𐤓𐤕 – HDST, 𐤇𐤃𐤔𐤕.

Por todo esto hoy he decidido darle un toque local a mi avatar y colocarle en la estrella, en lugar de la habitual #T, el nombre primigenio de mi ciudad, empezando por esa letra extraña Qop (𐤒‏‏‏‏‏) que podría haber representado originalmente una aguja de coser, específicamente el ojo de la aguja (en hebreo קוף quf y en arameo קופא qopɑʔ ambos se refieren al ojo de una aguja) o la parte posterior de la cabeza y el cuello (qāf en árabe significa «nuca»).

Y no me parece mal que la primera letra de nuestra ciudad represente al ojo de una aguja pues con ella se escribió también aquel versículo evangelio del camello, el rico y el ojo de la aguja (es más facil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el cielo). Y es que me parece a mí que es también más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que algunos pastadores del presupuesto público de la Asamblea o del Gobierno Regional entiendan el sentido profundo de alguna de estas cosas.

Las cruces de mayo y el islam

Las cruces de mayo y el islam

Se está celebrando en muchos lugares de España la fiesta de las cruces de mayo y —visto que en lugares como Cartagena esta fiesta no tiene más profundidad que la de un macrobotellón para mayor ganancia de los hosteleros— me van a permitir que aproveche la ocasión para decirles que esta fiesta de las cruces de mayo es un buen momento para establecer los orígenes del islam.

Y, como alguno de ustedes habrá comenzado a trasudar con esta afirmación de que el islam tiene su origen en la fiesta de la cruz de Cristo, antes de seguir adelante le ruego que me lea con indulgencia y me dé tiempo a explicarme.

Vayamos, pues, al turrón sin mayor dilación.

La fiesta de las cruces de mayo conmemora el descubrimiento de la cruz de Cristo por la madre del emperador Constantino; es decir, la madre del emperador que convocó el concilio de Nicea para fijar la ortodoxia católica.

Recordemos lo que pasó en este concilio y las consecuencias que tuvo para la cristiandad.

Hasta el concilio de Nicea no había una versión oficial del cristianismo, antes al contrario, coexistían muchas versiones de la fe cristiana. A poco que hayan leído ustedes sobre el tema recordarán que para el tiempo en se convocó el concilio de Nicea había al menos una versión del cristianismo en plena efervescencia: el arrianismo. Para un cristiano arriano Jesucristo es el Hijo de Dios, procedente del Padre, pero no es eterno, sino engendrado por el Padre antes que Dios creara el tiempo. De esta manera, Jesús no sería coeterno con Dios Padre, si bien habría empezado a existir fuera del tiempo, en tanto el tiempo se aplica solamente a las creaciones de Dios. Hay que destacar que los arrianos no se denominaban a sí mismos de esta manera, y se trata de un término empleado por los autodenominados ortodoxos.

Obviamente un arriano no se llamaba a sí mismo arriano sino simplemente cristiano, el nombre de «arrianos» se lo colocó la facción trinitaria vencedora en Nicea.

Antes de este cristianismo arriano ya habían existido —y en muchos casos aún perduraban— otras versiones del cristianismo como es el caso del cristianismo de Marción cuya doctrina afirmaba la existencia de un verdadero Dios, desconocido y ajeno al mundo, revelado por Jesús, al cual se oponía un ser inferior, el demiurgo, a quien identifica con Yahveh, el dios de los judíos. Alegaba que la Ley mosaica era imperfecta y contraria a las enseñanzas del evangelio por lo que rechazaba la Biblia judía y en general las creencias y prácticas del judaísmo. Compiló por vez primera las epístolas escritas por Pablo de Tarso y las publicó junto a una versión modificada del Evangelio de Lucas. Se considera por ello a Marción el inventor del concepto de Nuevo Testamento.

Pensar que en los siglos IV-V-VI había un solo cristianismo es tan erróneo como creer que el cristianismo era una doctrina circunscrita a los límites del imperio romano. Había cristianos en el imperio romano, sí, pero también los había en el imperio persa, en arabia y muchos otros lugares. Para que se hagan una idea, en el siglo VIII (siglo del nacimiento del islam) la difusión del cristianismo nestoriano llegaba desde Arabia hasta la China.

Con todo esto en mente piensen ustedes ahora cuáles podían ser las consecuencias geopolíticas del Concilio de Nicea y su decisión de que un solo cristianismo —el trinitario— fuese el oficial dentro de los confines del imperio romano.

La primera consecuencia, obviamente, fue la derrota de todos los cristianismos no trinitarios (arrianismo, docetismo, gnosticismo, nestorianismo…) dentro del imperio lo que, paradójicamente, produjo un alivio evidente entre los imperios vecinos al imperio romano. En el imperio persa, por ejemplo, se dejó de mirar a los cristianos con recelo cual si fuesen una «quinta columna» del imperio romano, pues sus cristianos no eran trinitarios sino nestorianos y el Concilio de Nicea no hizo sino expulsar a los cristianos no trinitarios del imperio y potenciar los cristianismos derrotados en Nicea dentro de los límites del Imperio Persa, némesis del imperio romano, que acabó viendo a los cristianos nestorianos como «sus» cristianos.

Guarden en la memoria este dato porque la divinidad de Jesucristo, el trinitarismo de Nicea y todas las controversias cristianas en torno a la figura del Hijo, están en el origen de esa religión judeo-cristiana a la que se acabará conociendo como islam siglos más tarde.

Pero, por ahora, volvamos a la madre de Constantino, Elena, y a su descubrimiento de la cruz de Cristo origen de la fiesta de las cruces de mayo.

Ni que decir tiene que el «descubrimiento» de la más sagrada reliquia de la cristiandad tuvo consecuencias geopolíticas inesperadas por entonces.

Según los datos ofrecidos por los historiadores de la época, en torno a los años 325-327 Elena vigilaba las labores de desmantelamiento del foro occidental de un templo consagrado a Afrodita. Mientras se realizaban estos trabajos, se encontraron las tres cruces, los clavos y el titulus crucis (el letrero mandado poner por Pilato a la cruz). Elena misma, al volver a Roma, decidió que la cruz fuera partida en dos de manera que una parte de ella pudiera trasladarse a la capital del imperio partiendo el titulus crucis también en dos con idéntica motivación.

Las otras dos mitades de la cruz y su titulus quedaron en Jerusalén, dominado entonces por el imperio romano aunque no lejos del «limes» con el imperio persa, auténtica némesis de los romanos y con quien se sucedieron siglos de guerra y tensiones.

El clímax de la tensión entre persas y romanos llegó en el año 613 en que los persas invadieron Jerusalén y aniquilaron du guarnición. El rey persa Cosroes II Abharwez (el Victorioso) mandó entonces al obispo de Jerusalén deportado, junto con las reliquias de la cruz, a la ciudad de Ctesifonte, cerca de Bagdad.

La reacción romana como pueden imaginar fue violentísima y entre el 613 y el 627 tanto el Imperio Persa como el Imperio Romano (bizantino) se desangraron atrozmente en una guerra sin cuartel que les dejó absolutamente extenuados.

Fue en ese mundo del imperio persa extenuado, poblado por cristianos monoteístas no trinitarios y plagado de evangelios no reconocidos por la iglesia trinitaria (apócrifos) donde acabó arraigando un siglo más tarde esa religión que otro siglo después conoceremos como islam.

En el 627, tras la batalla de Nínive, el emperador romano Heraclio recupera la santa reliquia y en un desfile triunfal la devuelve a Jerusalén, quedando desangrados ambos imperios.

Pero el dominio romano de Tierra Santa estaba condenado a extinguirse, extenuados por la guerra contra los persas apenas una década después, en el 638, Jerusalén fue conquistada por un tal Umar ibn al-Jattab en el año 638.

¿Quién era este hombre y quiénes los soldados que le acompañaban?

Nuestra primera tendencia es decir que eran musulmanes pero les ruego que conserven en la memoria dos datos: el primero es que hasta el año 750 no existe ningún texto que nos hable de la existencia de ningún profeta llamado Mahoma (Muhammad); el segundo es que hasta el año 800 no podemos hablar con propiedad de una religión llamada islam.

Y sin embargo… Sin embargo para el año 691 estos recién llegados a Jerusalén habían construido en la explanada del viejo templo de Yahweh un nuevo templo sagrado conocido hoy día como «la cúpula de la roca». Si todavía no había una edición del Corán ¿qué textos la decoraban?

La respuesta les sorprenderá: ese lugar santo para los musulmanes no contiene versículos del Corán, su epigrafía nos habla de Jesucristo y de su Madre la Virgen María aunque dejando bien claro que Jesucristo, santo y profeta, no es hijo de Dios ni es Dios porque Dios no tiene ni necesita hijos.

Un nestoriano lo firmaría en el acto.

Al tiempo que dentro de la cúpula ya no hay iconos ni imágenes al otro lado de la frontera, todavía dentro del imperio romano, la revolución iconoclasta sacudía al imperio. Siendo clara la prohibición de representar imágenes de dios el emperador empleaba su furia en destruir imágenes algo en lo que los nuevos ocupantes de Jerusalén parecían estar totalmente de acuerdo.

A esos recién llegados se les llamó de muchas formas: judíos ismaleitas (descendientes de Ismael el primer hijo de Abraham), se les llamó también agarenos (descendientes de Agar, la madre de Ismael), se les llamó judíos del desierto y a la fé que les movía se la consideraba una forma de judaismo propia de los habitantes del desierto. Aunque hablaban en árabe su lengua de cultura seguía siendo el griego y era así como leían a Aristóteles y al resto de filósofos griegos… El estado de extenuación en que quedó el imperio persa tras la guerra contra el imperio romano a cuenta de la cruz de Cristo les permitió extenderse por todo él sin esfuerzo y los romanos apenas si pudieron escapar a ser ocupados por estas nuevas poblaciones.

El Concilio de Nicea, la definición de una ortodoxia, la expulsión de los heterodoxos, la condena de unos evangelios creídos pero no autorizados fueron el caldo de cultivo y los mimbres con que elaborar una nueva religión judeo-cristiana. Las guerras a cuentas de la Cruz en que murió Jesús desangraron a los imperios dominantes y permitieron que estos heterodoxos, estos judíos del desierto, ismaelitas, agarenos o como usted prefiera llamarles, pudieran ocupar simplemente los territorios que dos estados exhaustos ya eran incapaces de controlar. Apenas un siglo después, no antes del 800, a su creciente conjunto de creencias se le llamó islam y el resto es historia.

Y todo porque Elena, un día, encontró la Cruz mientras su hijo Constantino fijaba una ortodoxia que es justo lo que celebramos hoy con las cruces de mayo.

Seguramente ismaelitas o agarenos podrían esgrimir mejores razones que nosotros para celebrar esta fiesta.

La palmera y la sura 19

La palmera y la sura 19

Recuerdo que, de niño, cada vez que comíamos dátiles en casa, mi padre me repetía una historia a propósito del dátil y la palmera

—Pepito ¿sabes que dentro del hueso del dátil se esconde la imagen del niño Jesús?

Yo ya me conocía la historia pero antes de darme tiempo a responder mi padre ya había cogido la navaja y estaba partiendo longitudinalmente por la mitad el hueso del dátil que acaba de comerse. Tras seccionar el hueso me lo enseñaba y me decía

—¿No ves la imagen del niño Jesús?

Yo ciertamente no veía nada más que un huequecito informe pero, a lo que se ve, mis dotes para la pareidolia estaban muy por debajo de las de mi padre.

Tras aquello venía la inevitable explicación de por qué dentro del hueso del dátil estaba la imagen del niño Jesús.

—Cuando la Sagrada Familia huyó a Egipto para ponerse a salvo de las iras de Herodes hubo un momento en que los soldados que les perseguían casi les dan alcance y San José, viéndose perdido, bajó a María y al niño del pollino y trató de ocultarlos tras una palmera, pero el intento fue en vano pues la palmera era muy alta y no les ocultaba. Fue entonces cuando María pronunció la frase mágica y exclamó: «¡Oh palmera, cúbreme!» y la palmera, al instante, se dobló y bajando sus palmas ocultó a la Sagrada Familia de forma que sus perseguidores no les vieron y pasaron de largo.

Yo la historia se la había escuchado decenas de veces lo que nunca supe a ciencia cierta es dónde había aprendido mi padre aquella historia. Hoy pienso que la historia debe formar parte de algún evangelio apócrifo o de alguna versión del Auto de Reyes Magos que mi tío Juan solía organizar por navidades en la pedanía de Santiago el Mayor.

Estas historias apócrifas son más frecuentes de lo que parece y están tan arraigadas en la mente y las tradiciones que muchos cristianos las tienen por parte del evangelio o de la historia sagrada porque ¿quién no ha oído hablar de la mujer Verónica o de la crucifixión de Pedro cabeza abajo o de los padres de la Virgen María San Joaquín y Santa Ana?

¿Qué pensarían si les digo que ninguna de estas historias figuran en los textos evangélicos?

Pues no, no figuran, pero la tradición oral es tan fuerte que esas historias han llegado hasta nuestros días y podemos ver incluso pasos de la Verónica o cruces cabeza abajo representando a San Pedro cuando llega la Semana Santa.

Los cuatro evangelios canónicos son sólo una mínima parte de las múltiples historias que tenemos de la vida de Jesús de Nazaret que, si contamos evangelios apócrifos y otros textos apócrifos también, superan los 70. Muchas son las historias que se cuentan en ellos y muchas de ellas han llegado hasta la actualidad por la vía de la tradición o por conductos más inesperados como el texto sagrado de los musulmanes: el Corán.

Créanme si les digo que los cristianos (de fe o simplemente de cultura) entendemos muy mal el Corán y, lo que es peor, no hacemos el más mínimo esfuerzo por entenderlo. Debo decir que también, muchos musulmanes, tienen ideas preconcebidas y acientíficas sobre el Corán y lo entienden poco y mal. Déjenme que les ponga un ejemplo.

Por razones que se me escapan la Europa cristiana considera el Corán poco menos que como un libro que, de pronto, alguien escribió y, como por arte de birlibirloque, se expandió y difundió y dio lugar a una rápida sucesión de guerras de conquista a las que solo pusieron fin las derrotas de Poitiers o Covadonga. Segfuramente no necesitan que yo les explique que tal versión de la historia no alcanza la categoría de un cuento para niños. Esta idea de que, de pronto, un profeta llamado Mahoma escribió un libro como de la nada provocando acto seguido una conmoción religiosa de carácter mundial debe ser desterrada simplemente porque las cosas nunca son así y en el caso del Corán tampoco es así.

En este punto sería bueno que repasásemos cómo era la sociedad en la que nace el Corán y cuáles son sus antecedentes.

Lo primero que sroprenderá a los menos avisados es que el Corán es un hijo histórico de la Biblia Hebrea y de los Evangelios cristianos. Ustedes no verán, por ejemplo, que en el Corán se cuente la historia de Noé o se repitan las historias contenidas en la Biblia Hebrea. El Corán, un libro redactado en primera persona y que habla directamente al lector usando la segunda persona del singular, simplemente nos advertirá con frases del tipo «No abuses del vino, recuerda a Noé»; pero no nos contará quién es Noé pues dará por supuesto que el lector lo sabe, porque tiene un conocimiento previo del contenido de la Biblia Hebrea.

El Corán nace también en medio de esa sociedad de oriente medio en la que se estaban escribiendo esos más de setenta evangelios apócrifos de que les hablé antes y es aquí donde la historia sobre la palmera y los dátiles que me contaba mi padre me viene al pelo.

Si se toman ustedes la molestia de leer uno de los evangelios sobre la infancia de Jesús que la iglesia católica rechazó como apócrifo —el llamado «Pseudo Mateo»— verán cómo en el capítulo 20 se relata una historia bastante parecida a la que me contaba a mí mi padre:

«20 Sucedió que a los tres días de marcha, María se sintió fatigada por el calor del desierto. Vio una palmera y dijo a José: «Descansaré un poquito bajo su sombra». José la llevó rápidamente a la palmera y la hizo bajar del jumento. Una vez que se hubo sentado, mirando hacia las ramas de la palmera, vio que estaban llenas de frutos, y dijo a José: «Desearía, si es posible, tomar algún fruto de esta palmera». José le contestó: «Me sorprende que digas esto cuando ves lo alta que es esta palmera y que pienses en comer de sus frutos. Yo me preocupo más de la escasez de agua, que ya falta en los odres, y no tenemos para satisfacer nuestra sed y la de los jumentos». 2Entonces el niñito Jesús, recostado con rostro alegre en el regazo de su madre, dijo a la palmera: «Dóblate, árbol, y con tus frutos da alivio a mi madre». Inmediatamente, ante esta voz, la palmera dobló su cima hasta las plantas de María. Y recogieron de ella frutos de los que todos quedaron reconfortados. Una vez que fueron recogidos todos los frutos de la palmera, seguía inclinada esperando para levantarse que le dieran la misma orden que la había ordenado inclinarse. Entonces Jesús le dijo: «Levántate, palmera, descansa y sé compañera de mis árboles que están en el paraíso de mi Padre. Pero abre ahora desde tus raíces una vena que está escondida en la tierra para que de ella broten aguas con las que podamos saciarnos». Al punto se levantó la palmera, y empezaron a salir de sus raíces manantiales de agua limpísima, fresca y dulce por demás. Cuando vieron las fuentes de agua, se alegraron con gran alegría, y se saciaron con hombres y jumentos dando gracias a Dios».

Como ven la historia que me contaba mi padre y esta historia del Pseudo Mateo guardan algunos paralelismos que, de pronto, se volverán en sorprendente identidad si leemos los versículos (aleyas) 18 al 34 de la Sura 19 del Corán, titulada simplemente «Mariam». Leámosla:

«18.Dijo ella: «Me refugio de ti en el Compasivo. Si es que temes a Dios…» 19. Dijo él: «Yo soy sólo el enviado de tu Señor para regalarte un muchacho puro». 20. Dijo ella: «¿Cómo puedo tener un muchacho si no me ha tocado mortal, ni soy una ramera?» 21. «Así será», dijo. «Tu Señor dice: ‘Es cosa fácil para Mí. Para hacer de él signo para la gente y muestra de Nuestra misericordia’. Es cosa decidida». 22. Quedó embarazada con él y se retiró con él a un lugar alejado. 23. Entonces los dolores de parto la empujaron hacia el tronco de la palmera. Dijo: «¡Ojalá hubiera muerto antes y se me hubiera olvidado del todo…!» 24. Entonces, de sus pies, le llamó: «¡No estés triste! Tu Señor ha puesto a tus pies un arroyuelo. 25. ¡Sacude hacia ti el tronco de la palmera y ésta hará caer sobre ti dátiles frescos, maduros! 26. ¡Come, pues, bebe y alégrate! Y, si ves a algún mortal, di: ‘He hecho voto de silencio al Compasivo. No voy a hablar, pues, hoy con nadie’» 27. Y vino con él a los suyos, llevándolo. Dijeron: «¡María! ¡Has hecho algo inaudito! 28. ¡Hermana de Aarón! Tu padre no era un hombre malo, ni tu madre una ramera». 29. Entonces ella se lo indicó. Dijeron: «¿Cómo vamos a hablar a uno que aún está en la cuna, a un niño?» 30. Dijo él: «Soy el siervo de Dios. Él me ha dado la Escritura y ha hecho de mí un profeta. 31. Me ha bendecido dondequiera que me encuentre y me ha ordenado la azalá y el azaque mientras viva, 32. y que sea piadoso con mi madre. No me ha hecho violento, desgraciado. 33. La paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea resucitado a la vida». 34. Tal es Jesús, hijo de María, para decir la Verdad, de la que ellos dudan».

Como ven la historia es idéntica a la contenida en el Pseudo Mateo pero no sólo en él, el niño de tres años que habla y da respuestas sapienciales es también una imagen típica de los evangelios apócrifos.

No, el Corán no es un libro aparecido de la nada, sino que se desarrolla y se escribe dentro de un universo cultural judeo cristiano y para entender su sentido es preciso entender antes qué cultura es la que da lugar a él pues solo así entenderemos su éxito fulminante.

¿Dónde pondremos, pues, la historia que me contaba mi padre, en el Pseudo Mateo 20 o en la Sura 19 del Corán? ¿O la pondremos dentro de la ecumené que dio lugar al nacimiento de estas y muchísimas otras historias parecidas.

La historia de la formación del Corán es apasionante y si la desconocemos desconoceremos absolutamente nuestra propia historia. Les dejo, para que piensen, con una pregunta:

Si el Corán no se consolidó como texto al menos hasta el año 780 y las bases del sunismo no se consolidaron al menos hasta el año 800… ¿quiénes invadieron la península en el año 711?

Ya les adelanto que ni los paises vecinos ni ellos a sí mismos se llamaban todavía musulmanes. ¿Quiénes eran, pues, estos desconocidos?

Ayer fue 25 de abril

Ayer fue 25 de abril

Recuerdo muy bien aquel 25 de abril, no del 73, ni del 74 ni del 75. Si mi memoria no falla era un 25 de abril de 1976 o 1977.

Como saben ustedes hay un momento en la adolescencia de las personas en que las muchachas sacan una diferencia de dos años de edad mental sobre los muchachos y en mi colegio no fue distinto. Para aquellos años 76-77 nosotros, los chavales de mi generación, todavía jugábamos al futbolín mientras que nuestras compañeras ya andaban enredadas en actividades de bastante más madurez. Y por eso a los chavales nos pasó lo que nos pasó.

Franco acababa de morir y España enfrentaba un futuro incierto, el presidente del gobierno Arias Navarro no había dado un solo paso hacia la democracia y el recién llegado Adolfo Suárez se enfrentaba a un búnker monolítico para nada dispuesto a tomar otro rumbo que el del franquismo sin Franco. En esas circunstancias mi colegio seguía funcionando como si nada hubiese cambiado desde la muerte de Franco.

Sin embargo, dos años antes, en 1973, en el vecino Portugal unos capitanes habían organizado un incruento golpe de estado que acabaría con la dictadura de Marcelo Caetano. El golpe se desarrolló con una civilidad máxima: los cañones de los fusiles de los soldados portugueses se llenaron de claveles que les entregaba la población y, por eso, a ese golpe de estado se le conoció en el mundo como «la revolución de los claveles» y esa revolución en el país vecino, como pueden imaginar, provocó importantes temblores de tierra en la política del estado franquista.

El problema de que les quiero hablar, ya se lo adelanto, fueron los claveles y que los chavales a esa edad estamos atontolinados.

Porque nuestras compañeras de clase, firmemente comprometidas con la democratización de nuestro país, aquel 25 de abril decidieron conmemorar el aniversario de la revolución de los claveles y a tal fin aquella mañana aparecieron por el colegio con un cargamento importante de claveles rojos, acto seguido tocaron a generala y nos convocaron a todos los muchachos a su presencia. Allí, sin más explicaciones, nos dieron a cada uno un clavel y nos dijeron que teníamos que colocárnoslo como mejor pudiésemos, preferiblemente en el ángulo del jersey de cuello de pico azul que era el uniforme del colegio.

Obviamente nosotros, a su lado y a esa edad, éramos unos simples zangolotinos dispuestos a hacer lo que ellas ordenaran de forma que todos nos acabamos colocando el clavel de marras hasta agotar existencias.

Lo siguiente que recuerdo eran las caras de los profesores: caras de disgusto, caras de alegría entre los más jóvenes, alguna cara de miedo entre los más mayores y auténticas miradas de ira entre quienes ocupaban cargos de responsabilidad.

A pesar de nuestra candidez de adolescentes de pelo grasiento, barba a medio hacer y cara llena de granos, los chavales pronto nos dimos cuenta de que allí pasaba algo y que nuestras compañeras nos habían enredado en alguna trapisonda que nosotros no alcanzábamos a entender pero, fuera por desconocimiento, por candidez o porque ellas no te vieran que no hacías caso allí nadie se quitó el clavel y lo que es más curioso, no recuerdo que ningún profesor se atreviese a decirnos nada a pesar de sus miradas asesinas.

Era evidente que en aquella España ya no solo tenían miedo los demócratas, que para 1976-77 el miedo ya se había instalado en todos los bandos y que, aunque nadie sabía qué nos traería el futuro, lo que todos sabíamos que no nos traería era más de lo mismo por mucho que algunos siguiesen empeñados en ello.

No recuerdo que yo, al salir de clase, tuviese la menor noción de lo que había pasado y hubieron de pasar algunos meses antes de que me enterase del sentido de la añagaza de mis compañeras.

Hoy esas adolescentes tienen ya 64 años, pero siguen siendo en mi mente y en mi corazón las chicas de mi vida.