Conchitas

Conchitas

En pleno debate del acuerdo municipal de Jumilla sobre el uso del polideportivo muchos han recordado que nuestro país, hasta hace muy poco, fue un país de emigrantes a lo que inmediatamente se ha respondido desde la otra trinchera que éramos inmigrantes, sí, pero legales, siempre con papeles.

Y este debate me ha traído a la memoria cierta fotografía, que mi amigo Miguel me mandó desde Francia, de un libro que ves el que ven en la foto y que —en los años 60— pretendía ser un manual, dirigido a las amas de casa francesas, para enseñarles como tratar a las «Conchitas», que era como se denominaba —y aún se denomina en Francia— a las sirvientas españolas.

Los datos del Instituto Español de Emigración (IEE) de la época taparon entonces una realidad de enormes proporciones, cual fue la de la gran emigración de mujeres españolas en solitario. Sin otra formación que rudimentarios conocimientos de confección, su destino mayoritario fue trabajar de sirvientas en Francia.

Ilegales en muchos casos, sin papeles, trabajando en negro y sin devengar pensiones, víctimas en multitud de ocasiones de patrones desaprensivos que aprovechaban su desconocimiento del idioma para los más abyectos fines, las «Conchitas» españolas fueron duramente tratadas en Francia pero, también, muchas de ellas sintieron que vivir fuera del ambiente opresivo que imponía a la mujer en España la Iglesia y la Falange de aquellos años, compensaba. Muchas se resistieron a volver.

Aquellas mujeres eran la punta de lanza de una red de emigración al margen de los cauces legales del IEE (Instituto Español de Emigración) y el proceso típico es más o menos el que sigue:

En Francia tradicionalmente la servidumbre argelina había sido la más popular pero, en algún momento, en los distritos elegantes de París (creo que el Distrito13) se puso de moda como más elegante tener servidumbre española. Las españolas hacían gracia, cocinaban bien y llevaban con esmero las tareas domésticas aunque, eso sí, su forma de ser exacerbaba los tópicos franceses  sobre la forma de ser de las españolas. Jóvenes sensuales pero fuertemente retenidas por su formación católica las conchitas vivían su sexualidad retorcidas en un mar de contradicciones. Incapaces de dominar el idioma su forma de atender el teléfono provocaba no pocos chistes e historias hilarantes.

—Señora esta mañana han llamado por teléfono preguntando por usted.
—¿Quién era?
—Un hombre.
—¿Qué hombre?
—No sé, un hombre.
—¿Y qué quería?
—No sé, no le he entendido.

Nuestras conchitas, además de rezar el rosario, planificaban como llevarse el novio a París. Como la entrada a las habitaciones de la servidumbre en el distrito 13 era diferente de la de los señores, nuestras conchitas una vez ganaban confianza se traían a sus novios a vivir con ellas pues las habitaciones de la servidumbre estaban incomunicadas de las de los señores. En pocos días sus novios buscaban un trabajo y el ascenso definitivo solía producirse cuando el novio conseguía trabajao como portero de finca urbana lo cual daba derecho al uso de una pequeña residencia para el portero donde Conchita y su novio ya podían tener hijos.

Las historias de estas conchitas no son agradables de oír y perturbarían gravemente la conciencia de quienes ahora se muestran inflexibles con una emigración que ya no es española. Si desean gozar de un estudio en profundidad de la emigración de las conchitas les recomiendo el libro de Laura Oso Casas «Españolas en París» que es un estudio tan profundo como esclarecedor de este asunto.



No, nuestra emigración no era esa emigración legal que ahora quieren vendernos, lo que ocurre es que nos hemos vuelto ricos y se nos ha olvidado que el dinero que mandaban las «Conchitas» desde Francia palió mucha hambre en España. Nuestra memoria, a fuerza de comer bien, se ha vuelto débil.

Mujeres increíbles, seres humanos con biografías sorprendentes, cuando me hablan de emigrantes ilegales se me olvida la ley de extranjería y me acuerdo de las «Conchitas». Quizá no sea legal, pero es humano.

Y dicho esto quizá sea bueno aclararles por qué la emigración española solía ser ilegal.

El gobierno de Franco pretendía controlar también en Francia o Alemania que el comunismo no penetrase en la población emigrante y, además, la canalización y distribución de trabajos por este cauce podía dar lugar a que un campesino de Trebujena acabase picando carbón en una mina alemana, lo que raramente era de su agrado. El migrante español prefería seleccionar él el trabajo. Así lo hacían las conchitas que lejos de buscar trabajo a través del IEE lo buscaban a través de amigas que ya se habían instalado en París.

No es muy distinto lo que hace el gobierno de Marruecos y les pongo un ejemplo.

Justicia y Caridad (en árabe: جماعة العدل والإحسان‎) es un movimiento ilegal marroquí, pero parcialmente tolerado por el rey Mohamed VI, fundado por el jeque Abdeslam Yasín su ilegalidad deriva de no reconocer a Mohamed VI como Comendador de los creyentes. Son un fuerte núcleo de oposición al monarca y critican ferozmente los dispendios del Majzen (el entorno del monarca) al tiempo que le niegan su condición de líder religioso. Esto no le gusta al rey de Marruecos, obviamente.

Justicia y Caridad vio cómo muchos de sus miembros emigraron a España en busca de un ambiente más respirable para ellos e incluso abrieron mezquitas, mezquitas que en muchos casos fueron ocupadas cuando no asaltadas por emigrantes partidarios del rey pues Marruecos, como la España de Franco, también cuida de que sus emigrantes no se descarríen ideológicamente. El gobierno de Marruecos ha conseguido que el gobierno de España haga la vista gorda ante los asaltos de los leales al rey a los miembros de Justicia y Caridad que oficialmente, para la policía española, es un peligroso grupo terrorista.

Las historias se repiten y los patrones migratorios tambien, a fin de cuentas el hambre no tiene patria, solo va cambiando de sitio, ayer España hoy Marruecos.

No, la emigración española no fue esa emigración totalmente legal que ahora se nos quiere hacer ver desde una de las trincheras, estuvo llena de historias como la de nuestras conchitas, mujeres solas que marcharon a la aventura en busca de un futuro.

La votación nicena

Creo que ya les he dicho alguna vez que la democracia no es ese sistema político que dirime sus diferencias votando (como creen muchos) sino que es ese sistema político que alcanza acuerdos deliberando merced a un diálogo abierto, generoso y sincero.

La votación marca en democracia el fracaso del debate.

Para no dar ejemplos de hoy que todos tenemos en mente me van a permitir que les traiga aquí una de las votaciones que más dramáticas consecuencias han tenido en la historia de la humanidad y esta no es otra que la que se produjo en el año 325 en el Concilio de Nicea, sínodo en el que se fijaron las bases de la doctrina católica pero, para que se me pueda entender, es preciso que antes les ofrezca un poco de contexto.

Para el año 325 el cristianismo había tenido un éxito fulgurante pues en apenas tres siglos la fe de unos pocos judíos se había extendido no solo por todo el imperio romano sino también por los territorios adyacentes. El cristianismo —y esto a menudo se olvida— contaba para el año 325 con seguidores no sólo dentro del limes del imperio sino en puntos tan lejanos como la China de la dinastía Han, el Imperio Persa Sasánida o la península arábiga.

Claro es que, para el 325, todos cuantos se llamaban cristianos en ese extenso territorio no creían exactamente en las mismas cosas.

Por solo citar unos ejemplos mencionaremos en primer lugar a los trinitarios, cristianos que creían que aunque Jesús era el Hijo de Dios era tan eterno como su Padre y tan Dios como su Padre mismo. Para complicar las cosas a las dos anteriores añadieron una tercera persona —el Espíritu Santo— a la que consideraron tan eterna y tan dios como las dos anteriores.

Dentro de la limes del imperio romano había también unos cristianos que se decían arrianos y que fueron muy populares entre los pueblos germanos, el Mediterráneo Oriental y algunas zonas de la costa del Mediterráneo africano. Estos arrianos, por ejemplo, llegaron a gobernar la península ibérica merced a la monarquía visigoda.

Los arrianos sostienen que Jesucristo es el Hijo de Dios y que procedente del Padre, pero que no es eterno, sino que fue, como hijo, engendrado por el Padre antes de que tiempo fuese creado. De esta manera, Jesús no sería coeterno con Dios Padre.  Los arrianos citaban fragmentos evangélicos en apoyo de sus tesis como este del Evangelio según san Juan 14:28 (Versión Biblia de Navarra)

«Habéis escuchado que os he dicho: «Me voy y vuelvo a vosotros». Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo».

También había una extendidísima rama de cristianos maniqueistas, un cristianismo que proviene del maniqueísmo (en nuevo persa آیینِ مانی, Āyīn-e Mānī) que es el nombre que recibe la religión universalista fundada en el siglo III d. C. en el Imperio sasánida por el profeta y sabio parto Mani (o Manes; c. 215-276 d. C.), quien decía ser el último de los profetas enviados por Dios a la humanidad, siguiendo a Zoroastro, Buda y Jesús.

Un cristianismo que contó con notable éxito fue el cristianismo gnóstico, una corriente sincrética filosófico-religiosa que sobre la base de ideas platónicas, la dualidad materia-espíritu y otras ideas un tanto «wokes» llegaron a mimetizarse exitosamente con el cristianismo en los tres primeros siglos de nuestra era (de hecho hay quien ve influencias gnósticas en el evangelio de San Juan) y legando una buena cantidad de evangelios apócrifos de contenido gnóstico fruto de una etapa de cierto prestigio entre algunos intelectuales cristianos.

Para que se hagan una idea de la difusión que tuvieron corrientes cristianas como el difisimo les dejo el mapa de la diócesis ortodoxa oriental en el siglo VIII.

Pues bien, el Concilio de Nicea fue convocado por la autoridad imperial romana (Constantino I) para fijar la ortodoxia cristiana y así se hizo en el año 325 donde se enfrentaron muchos de estos cristianismos y emergió tras la pertinente votación como triunfador el cristianismo trinitario.

La ortodoxia y el credo estaban fijados pero ¿qué paso con todos los cristianismos derrotados en Nicea? ¿desaparecieron?

Obviamente no.

Apoyado por la autoridad imperial romana el cristianismo trinitario con el tiempo se convertiría en la religión oficial del imperio, mientras que los demás cristianismos, más o menos perseguidos, se irían convirtiendo en pecado o delito de forma que los territorios vecinos al imperio se llenaron de seguidores de estos cristianismos proscritos e incluso el interior del imperio se convulsionó con las revueltas monofisitas de quienes mantenían sus firmes creencias en las ideas de estos cristianismos derrotados.

El climax se produjo con el choque que se produjo en el siglo VII entre el Imperio Romano y el persa Sasánida. Ambos imperios estuvieron a punto de desaparecer en aquella brutal guerra y emplearon cuantos medios tenían a su alcance lo que incluía a mercenarios de los más diversos lugares, incluida Arabia.

La guerra duró del año 602 al 628 y para cuando se firmó la paz ambos imperios estaban exhaustos.

Y fue entonces cuando los efectos de la votación de Nicea se dejaron sentir con mayo intensidad porque mientras esa guerra tenía lugar y principiando en el año 610 en un lugar recóndito de Arabia (La Meca) un hombre comenzó a redactar un texto que recogía muchas de las creencias de aquellos cristianismos derrotados que el Imperio Romano había expulsado tras Nicea y que ahora plagaban las tierras exteriores al imperio romano, incluyendo al imperio persa sasánida.

Ese texto, hecho de retazos de aroma a veces nestoriano, a veces ebionita, a veces de cualquier otro cristianismo derrotado, proclamaba que Jesús era el Mesías, sí, y que su madre lo había concebido virginalmente por obra de Dios pero que lo que no era era Dios igual que Dios, ni eterno como Dios ni de la misma sustancia que Dios. Mesías, sí, profeta sí, pero no Dios porque Dios no hay más que uno y no necesita ni tiene hijos.

Esta doctrina ferozmente antitrinitaria hizo las delicias de los derrotados en Nicea y no es de extrañar que habiendo quedado exánime el imperio persa sasánida la nueva doctrina se propagase practicamente sin esfuerzo por toda su antigua extensión.

También en muchas partes del imperio romano la nueva doctrina fue recibida con alborozo pues eliminaba el incomprensible galimatías trinitario, de forma que el norte de África no tardó en adherirse a la vieja/nueva creencia. Incluso la Hispania hasta hace poco arriana los recibió con agrado y sin más que unos pocos choques violentos con parte de los gobernantes visigodos.

El muy trinitario imperio romano sí se enfrentó agonísticamente a ellos y los frenó bajo los muros de la antigua Bizancio hasta 1452 en que acabó sucumbiendo.

¿Al islam?
¡Quiá!
A aquella vieja e innecesaria votación del año 325 en Nicea.

Los santos de mi ciudad

Los santos de mi ciudad

El santoral de mi ciudad no resiste el más mínimo examen de la autoridad eclesiástica.

En mi ciudad los santos del cielo no suelen ser bondadosos sujetos beatíficos ni dóciles monjitas rezadoras con aroma a claustro o a salón parroquial; en mi ciudad los santos y las santas empuñan con más frecuencia una pistola semiautomática o una navaja que un báculo episcopal o un rosario, porque en Cartagena los santos blandengues y relamidos gustan poco y es quizá por eso por lo que se le tiene tanta ley a santos como San Pedro, que además de espadachín y pendenciero es, en el iconostasio de los cartageneros, un santo obrero, rebelde, jaranero e indisciplinado.

Les cuento esto para advertirles de que los santos de que les voy a hablar en esta historia no pertenecen a esa estirpe que puebla los expedientes vaticanos de beatificación. Los santos de que voy a hablarles hoy no han realizado ningún milagro que los avale y ni siquiera es seguro que hayan entrado en el cielo del dios de los cristianos. Lo que sí puedo asegurarles es que los cartageneros les han elevado a sus particulares altares laicos y mis paisanos esperan antes encontrarse con ellos en la vida futura —si es que la hubiere— que con ninguno de esos santos de mitra o toca que miran beatíficamemte hacia los cielos en los camarines de las iglesias.

Y ahora vayamos al turrón.

Los santos de que yo quiero hablarles hoy se llamaban Miguel y Caridad. Miguel había nacido en La Unión en el año 1900 y Caridad, algo mayor que él, había nacido en Cartagena en el año 1879, de forma que, para el año 1936 que fue cuando sucedieron los hechos que voy a narrarles, Miguel contaba 36 años y Caridad ya era una mujer de 56.

Sus vidas, eso sí puedo adelantárselo, no habían sido de esas que su Santidad Pio XII, a la sazón papa de la Iglesia de Roma, habría puesto de ejemplo para nadie, pero no dejaban de tener su interés.

Miguel era hijo de una familia minera de La Unión. A los 9 años y por necesidad comenzó a trabajar en una imprenta m primero sindicalista de la UGT, luego militante del PSOE y, tras diversos avatares, afiliado del Partido Comunista de España. Llegó a ser alcalde de Cartagena pero para el día 25 de julio de 1936 el cargo que ocupaba Miguel era el de simple concejal del Ayuntamiento de Cartagena.

La vida de Caridad había sido mucho más miserable que la de Miguel. Hija de una mujer con fama de vivir en el mundo de la prostitución, Caridad desde muy niña fue prostituida por su propia madre en un barrio enclavado en el centro mismo de Cartagena: el barrio del Molinete. La pequeña Caridad, para su desgracia, fue entregada desde casi niña a hombres mucho mayores que ella.

Es preciso aclarar a quienes no sean de Cartagena que el Molinete, a finales del siglo XIX y principios del XX, era meca de toreros, artistas y cantaores flamencos, pero también ¡ay! era un bullicioso barrio prostibulario alimentado por las súbitas fortunas amasadas con la minería de la plata y el plomo o la llegada de barcos de la Armada repletos de marinería. Y fue en ese barrio y en ese ambiente donde nació y creció Caridad.

Pero, por inverosímil que parezca, Caridad no fue una chica normal. Desde muy joven fue amante de políticos y ricos propietarios mineros y por su cama pasaron regularmente alcaldes de Cartagena y Ministros del gobierno de Alfonso XIII que la hicieron su amante.

Para 1936, Caridad ya contaba 56 años pero había amasado una discreta fortuna y era la dueña del burdel de más fama del Molinete; su red de contactos e influencias, además, era tan amplia como la persona más ambiciosa pudiese desear.

Y fue en ese situación cuando ocurrieron los hechos que quiero narrarles.

Los generales Franco, Goded y Mola se habían sublevado en Marruecos, Barcelona y Navarra, hacía apenas una semana. Las Brigadas de Navarra avanzaban hacia Madrid y el ejército de África trataba de pasar a la península para acabar con el gobierno de la República.

Por su parte en Cartagena, que permaneció leal a la República con toda su flota, se desató una frenética búsqueda y captura de miembros, reales o imaginarios, de la llamada «quinta columna», lo que convirtió de inmediato en sospechoso a cualquier individuo de derechas.

Y en medio de toda aquella locura el 25 de julio de 1936 turbas incontroladas decidieron asaltar iglesias y templos y destruir cuanto de valor hubiese en ellos.

Para Miguel, el militante del Partido Comunista y concejal del Ayuntamiento de Cartagena protagonista de nuestra historia, aquella forma de proceder era inaceptable y la jornada resultó particularmente dura para él.

En un primer momento, Miguel se presentó en la iglesia de Santa María de Gracia pues allí se acumulaban numerosísimos pasos de Francisco Salzillo de extraordinario valor artístico. Junto a personas como la poetisa Carmen Conde (primera mujer miembro de la Real Academia Española de la Lengua), trató de evitar la quema de las esculturas pero sin éxito, viéndose obligado a huir del lugar al ver peligrar su propia vida.

Miguel se encontró posteriormente con idénticas escenas de destrucción en otras iglesias y fue entonces cuando decidió dirigirse a la Basílica de la Caridad, templo de la patrona de nuestra ciudad, la Virgen de la Caridad, donde el destino le llevaría a cruzarse con la otra Caridad de nuestra historia, no la virgen, obviamente, sino la otra santa de nuestro relato.

Porque en la puerta del templo de la Caridad, como en el resto de las iglesias de la ciudad, se había agolpado una masa descontrolada dispuesta a destruir cuanto hubiese en el interior del templo. Lo que no esperaba aquella masa furiosa es que, por el vecino barrio prostibulario del Molinete, pronto corriese la voz de que iban a destruir la imagen de la Patrona de la ciudad, lo que dio lugar a una reacción inesperada.

Enteradas de que la masa se dirigía al templo de la Patrona las chicas del burdel de Caridad decidieron atajar el paso a la turba y provistas de armas blancas se colocaron en la puerta principal de la basílica determinadas a bloquear el paso a la turba.

No está claro cuántas chicas formaron el cuadro ese día frente a la iglesia, tampoco está claro si era la propia Caridad quien las capitaneaba, en lo que sí coinciden todos los testigos es que en el momento de máxima tensión, cuando las chicas y la turba se aprestaban al enfrentamiento a cara de perro, apareció desde dentro de la iglesia el concejal Miguel.

Miguel había llegado a la iglesia de la Caridad por su parte posterior, la que colindaba con el Molinete y, entrando en la iglesia por la puerta trasera, se dirigió hasta la puerta principal a donde llegó cuando el enfrentamiento entre las chicas de Caridad y la masa que venía a asaltar la iglesia parecía inevitable.

La masa increpó al comunista Miguel y Miguel increpó a su vez a la masa. Las chicas cerraron filas en torno a Miguel y este, se cuenta, que amartilló su pistola.

Lo que pasó en ese momento varía según las versiones de los diversos testigos que refieren esta historia.

«Si vais a subir esos escalones acerrojad los fusiles porque os aseguro que no os va a ser fácil» dicen algunos que dijo… Eso o algo parecido. Quién sabe, lo que estaba ocurriendo allí estaba transitando en ese momento por la delgada línea que delimita los márgenes del campo de la historia de los límites de la leyenda.

Sea como fuere lo cierto es que quienes venían con la masa se achantaron y que quienes les dirigían se achantaron también, de forma que comenzaron a disolverse ante la determinación del concejal y las chicas de Caridad que no tardaron en quedar dueñas del campo.

Muchas iglesias e imágenes ardieron ese día pero eso no pasó en el templo de la Patrona de Cartagena salvado por un inesperado pelotón de voluntarias. En todos los años que quedaban de guerra el templo ya nunca más volvió a ser amenazado y Caridad y sus chicas subieron así al olimpo cartagenero de las leyendas.

Tras la guerra Caridad Norberta Pacheco (alias Caridad «La Negra» en el submundo prostibulario pero ya también Caridad La Negra para todos los cartageneros) disfrutó de un reconocimiento social, incluso entre las clases altas, que nunca pudo imaginar. Los Viernes de Dolores, día de la fiesta grande de nuestra ciudad, un lugar preeminente para ella en la basílica de la Caridad y en los corazones de los cartageneros estaba asegurado. Hoy, todavía, todos los Viernes de Dolores, una agrupación cofrade hace llegar al templo un ramo de rosas negras en recuerdo de Caridad La Negra, la santa de nuestra historia.

Es verdad que aún se pueden ver en los bares de la ciudad fotografías de los años mozos de Caridad donde esta, supuestamente, aparece desnuda, pero, salvo para la mirada ignorante del turista, no hay en ello falta de consideración alguna hacia Caridad. En Cartagena a los santos también se les recuerda así, aunque…

Aunque en el caso de Caridad La Negra no solo fue elevada a los altares tras los mostradores de las tabernas y, si vas a la Basílica de la Caridad y a la derecha del altar te inclinas, verás en lugar bien visible el cuadro de una María Magdalena del pintor Manuel Wsell de Guimbarda, que nos recuerda poderosamente a una niña de 15 años, una tal Caridad Norberta, que fue de niña modelo del pintor y que está para siempre a la derecha de la otra Caridad, la que ella y sus muchachas defendieron aquel lejano 25 de julio de hace muchos, muchos, años.

Para nuestro otro santo, Miguel, el final de la guerra no fue tan dulce como para Caridad. Miembro del Partido Comunista y concejal de izquierdas en el Ayuntamiento de Cartagena durante la guerra, Miguel Céspedes fue juzgado en un procedimiento sumarísimo en el que fue acusado de «adhesión a la rebelión» e investigado en referencia a su posible participación en varios asesinatos y en la redacción de la lista de presos a ejecutar en la «saca» de la cárcel de San Antón del 18 de octubre de 1936, en la que 49 personas fueron fusiladas.

En su favor declararon numerosos testigos y en 1943 fue condenado «exclusivamente» por «adhesión a la rebelión» a 30 años de prisión, si bien fue excarcelado ese mismo año y pudo acogerse a indulto en 1945. Desde entonces abandonó cualquier actividad política, y permaneció hasta su fallecimiento en 1971 al frente de su imprenta.

Como pueden imaginar los sucesos del 25 de julio pesaron mucho en todo esto, al igual que la sombra de las dos Caridades de esta historia.

Hoy, la vieja imprenta del tipógrafo Manuel Céspedes se arruina en el lateral sur de la Plaza de San Francisco, pero aún nos permite ver el nombre con que Miguel decidió bautizar a su negocio.

Adivinen ustedes por qué o por quién.

El hombre que leía a Rafael Barret

Recuerdo bien aquella noche.

Era ya casi hora de cenar cuando de algún lado llegó una orden para intervenir en casa de un ciudadano que, a algunos otros vicios insoportables para el régimen, unía también el de leer.

El servicio duró poco. Apenas si yo había acabado de cenar cuando «la fuerza actuante» estaba de vuelta cargada con una colección de libros con las hojas aún sin cortar de la Editorial Sopena Argentina. El jefe de la «fuerza actuante», sin duda apremiado porque a él también le esperaba la cena en casa, determinó provisoriamente que mi padre habría de llevarse los libros en custodia como depositario y así llegaron aquellos libros a mi casa.

Como todo lo «provisional» en España, la presencia de aquellos libros en mi casa se hizo eterna y, por eso, no dejó de parecerme normal que mi madre los fuese leyendo todos sistemáticamente hasta que un día, a la hora de comer, ocurrió lo que tenía necesariamente que ocurrir.

Mientras comíamos sopa de cocido con fideos (estos detalles por razones que se me escapan nunca se olvidan) mi madre levantó la vista del plato y dijo a mi padre con toda candidez:

—Oye Pepe ¿sabes que a mí me gusta lo que pone en esos libros?

Yo, temiéndome lo peor, seguí mirando fijamente al plato de sopa sin saber cuál sería exactamente la reacción de mi padre pero me tranquilicé cuando vi que, simplemente, se encogía de hombros y que ponía cara de estar harto de libros y de órdenes que él no entendía. Como si no hubiese pasado nada mi padre siguió comiendo su sopa.

Yo, naturalmente, me apresuré a leer aquellos libros para verificar qué era aquello que le gustaba a mi madre y quien era la persona que lo escribía. Por más que le di vueltas yo allí no encontré nada raro ni que me pareciera peligroso; de hecho el autor, un tal Rafael Barret, me resultaba absolutamente desconocido y en ninguno de mis libros de texto ni en ninguna otra de mis lecturas había ninguna referencia a él.

Aquellos libros, naranjas y negros con los títulos de la portada en blanco, siguieron dando vueltas por mi casa muchos años aunque ni mi madre ni yo les prestábamos ya atención y estoy seguro que, el día que logre reunir ánimos, buscaré entre los viejos enseres de la casa de mi madre y encontraré alguno de ellos, porque estoy seguro que alguno sigue allí.

Fue hará unos tres años que, al hilo de la muerte de mi padre, me acordé del tal Rafael Barret y decidí investigar quién era aquel hombre que había provocado con sus escritos la intervención de la guardia civil en la casa de un ciudadano privado. Y lo encontré.

No les contaré su vida ni les haré reseña alguna de su biografía, es interesantísima y no quiero privarles del placer de leerla si a ello se deciden, sólo les diré que, aún siendo español, se le considera el padre de las letras paraguayas. Y en mi búsqueda encontré uno de aquellos pasajes que tanto le gustaban a mi madre y a mí. El texto se titula «Gallinas» y a continuación se lo transcribo:

«Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.

La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llenó para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en la casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté a uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.

¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí.

Antes era un hombre. Ahora soy un propietario.»

(«Gallinas», Rafael Barret, 1910)

He dudado mucho sobre si contarles o no esta historia y no han sido pocas las veces que la he iniciado para abandonarla acto seguido, pero creo que ya ha pasado el tiempo suficiente. Soy el último testigo vivo de ella y me parece, pues, que ya puedo contarla.

Toute une éternité d’amour

Toute une éternité d’amour

Yo recuerdo con ternura aquel café y aquella chica.

El café, antes de ser café había sido un negocio de venta de libros jurídicos y no era extraño que, si levantabas el asiento de alguno de sus muchos bancos corridos, te encontrases con algún ejemplar sin guillotinar del Castán o el Rodríguez Devesa.

La chica era la más bella del mundo. O al menos así la veía yo.

Las horas en aquel café se prolongaban desde la sobremesa hasta la madrugada y, como siempre sonaba la misma e interminable selección de canciones, podías saber qué hora era con solo reconocer la canción: si sonaba «La marcha de Sacco y Vanzetti» ya podías jurar que eran las cuatro de la tarde o, si sonaba «My baby just cares for me», es que era hora de pedir la última, la del estribo, e iniciar la vuelta a casa.

Ella solía llegar antes que yo y cuando yo abría la puerta del café y la veía sentada con sus libros de filosofía solía ser la hora de la «Marcha de Sacco y Vanzetti».

A las cinco de la tarde Georges Moustaki cantaba «Le Métèque» y, para esa hora, sus besos me traducían con toda precisión el sentido exacto de aquellas palabras en francés que decían «Et nous ferons de chaque jour, toute une éternité d’amour» que eran para mí el único fragmento inteligible de la canción.

Hoy ese café y aquella chica ya no existen pero, esta mañana, el teléfono me ha sorprendido con Georges Moustaki cantando «Le Métèque» y al llegar a lo de la «éternité d’amour» he sentido que volvían a ser las cinco de la tarde de mi vida y que le debía un post a aquella chica.

Málaga y la Reina de Saba

Málaga y la Reina de Saba

Hace dos post les hablaba de que el fenicio —como el resto de lenguas semíticas— escribe sólo las consonantes mas no las vocales.

Les ponía en ejemplo de mi ciudad 𐤒𐤓𐤕 (QRT «ciudad») pero pude ponerles el de Cádiz 𐤂𐤃𐤓 (GDR «recinto murado») o también Málaga 𐤌𐤋𐤊𐤀 una secuencia que se translitera como MLK’, aunque en el caso de Málaga hay interesantes problemas de error en la traducción.

—Oiga, usted en el post sobre el nombre de su ciudad nos dijo con toda claridad que la secuencia MLK significa «rey» con toda claridad y nos puso el ejemplo del dios fenicio MeLKaRT al tiempo que nos decía que las secuencias MLK + KRT podían traducirse como «El rey de la ciudad». Si «MaLaKa» incorpora la secuencia MLK parece evidente que su nombre significa «Rey».

—Bueno… Hay algún problema del que entonces no le hablé pero que creo que hoy puedo tratar de aclarar.

Lo de escribir sólo las consonantes tiene algunos problemas el más famoso de los cuales es, sin duda, el nombre del mismo Dios de la Biblia.

Estoy seguro que casi todos ustedes saben que Dios en hebreo se escribe con las letras YHWH, el llamado «tetragramatón», lo malo es que, al no saber qué vocales hay entre las consonantes, lo mismo podemos escribir «YaHWeH» que «YeoHWaH». La prohibición judía de pronunciar el nombre de dios hace que, aunque sepamos escribirlo, no sepamos pronunciarlo.

—Oiga ¿y eso qué tiene que ver com Málaga? Es obvio que pone MLK y eso es «rey».

—Bueno, sí y no, déjeme que le cuente una historia que hay en la Biblia y ya luego usted decide.

No le negaré que MLK significa generalmente rey y que donde usted vea esa secuencia puede suponer que se habla de un rey, ya sea su nombre MaLaKias, abiMeLeK, MeLKaRT, MoLoK o MeLKisedeq, Melquisedec, Melkisetek o Malki Tzedek (en hebreo: מַלְכּי־צֶדֶֿק, traducido como ‘mi rey de justicia’).

Con esto no debería haber duda pero ese MLK de Málaga ¿es rey, reina o alguna otra cosa? Es aquí donde me viene al pelo la historia de la Biblia de que quería hablarles y que da nombre al post. Permítanme que se la cuente.

Como seguramente saben en la Biblia se relata, en I Reyes 10 y II Crónicas 9, que una cierta Reina de Saba (actual Yemen, por entonces Arabia Félix) visitó al Rey Salomón portando grandes regalos de su tierra. Esta Reina de Saba cuyo nombre no menciona la Biblia aparece más tarde de forma relevante en el Corán y, en el libro sagrado de la iglesia ortodoxa etíope, llega a afirmarse que tuvo un hijo con Salomón.

Sin embargo no todo es tan claro. Indudablemente MLK es rey y su forma femenina es MLKT (la desinencia T marca el femenino igual que en idioma egipcio) que es como la menciona la Biblia (מַלְכַּת שְׁבָא Malkaṯ Šəḇāʾ) aunque no puede descartarse que la historia de la Reina de Saba no sea más que una leyenda derivada de un hecho real cual sería la llegada a Israel desde Saba de una caravana oficial, una delegación de comercio diplomático, o una figura simbólica que representa a un grupo mercantil poderoso (por ejemplo, los sabeos controlaban el comercio de incienso y especias) pues el título MLKT (forma femenina de MLK en hebreo) podría haberse malinterpretado como una reina literal, cuando en realidad se refería a un «dominio» o «reino» en sentido institucional.

Como ven ningún idioma se libra de la anfibología y MLKT no necesariamente es traducible como reina.

Sin embargo, en el caso de Málaga la Bella, hay datos adicionales pues a la vieja MaLaKa el mismísimo Estrabón la llamó «princesa entre las demás de esta costa». También las monedas encontradas representan con reiteración a un dios, posiblemente MeLKart, dios de Tiro, lo que sugiere que el étimo real se halle en lo profundo del nombre Málaga.

Así pues la tierra del Piyayo y el cenachero fue, si su nombre no nos engaña y yo creo que no lo hace, antes que otra cosa reina o princesa y, dicho esto, tengo para mí que le cuadra bien el nombre a la ciudad de la manquita.

Las cruces de mayo y el islam

Las cruces de mayo y el islam

Se está celebrando en muchos lugares de España la fiesta de las cruces de mayo y —visto que en lugares como Cartagena esta fiesta no tiene más profundidad que la de un macrobotellón para mayor ganancia de los hosteleros— me van a permitir que aproveche la ocasión para decirles que esta fiesta de las cruces de mayo es un buen momento para establecer los orígenes del islam.

Y, como alguno de ustedes habrá comenzado a trasudar con esta afirmación de que el islam tiene su origen en la fiesta de la cruz de Cristo, antes de seguir adelante le ruego que me lea con indulgencia y me dé tiempo a explicarme.

Vayamos, pues, al turrón sin mayor dilación.

La fiesta de las cruces de mayo conmemora el descubrimiento de la cruz de Cristo por la madre del emperador Constantino; es decir, la madre del emperador que convocó el concilio de Nicea para fijar la ortodoxia católica.

Recordemos lo que pasó en este concilio y las consecuencias que tuvo para la cristiandad.

Hasta el concilio de Nicea no había una versión oficial del cristianismo, antes al contrario, coexistían muchas versiones de la fe cristiana. A poco que hayan leído ustedes sobre el tema recordarán que para el tiempo en se convocó el concilio de Nicea había al menos una versión del cristianismo en plena efervescencia: el arrianismo. Para un cristiano arriano Jesucristo es el Hijo de Dios, procedente del Padre, pero no es eterno, sino engendrado por el Padre antes que Dios creara el tiempo. De esta manera, Jesús no sería coeterno con Dios Padre, si bien habría empezado a existir fuera del tiempo, en tanto el tiempo se aplica solamente a las creaciones de Dios. Hay que destacar que los arrianos no se denominaban a sí mismos de esta manera, y se trata de un término empleado por los autodenominados ortodoxos.

Obviamente un arriano no se llamaba a sí mismo arriano sino simplemente cristiano, el nombre de «arrianos» se lo colocó la facción trinitaria vencedora en Nicea.

Antes de este cristianismo arriano ya habían existido —y en muchos casos aún perduraban— otras versiones del cristianismo como es el caso del cristianismo de Marción cuya doctrina afirmaba la existencia de un verdadero Dios, desconocido y ajeno al mundo, revelado por Jesús, al cual se oponía un ser inferior, el demiurgo, a quien identifica con Yahveh, el dios de los judíos. Alegaba que la Ley mosaica era imperfecta y contraria a las enseñanzas del evangelio por lo que rechazaba la Biblia judía y en general las creencias y prácticas del judaísmo. Compiló por vez primera las epístolas escritas por Pablo de Tarso y las publicó junto a una versión modificada del Evangelio de Lucas. Se considera por ello a Marción el inventor del concepto de Nuevo Testamento.

Pensar que en los siglos IV-V-VI había un solo cristianismo es tan erróneo como creer que el cristianismo era una doctrina circunscrita a los límites del imperio romano. Había cristianos en el imperio romano, sí, pero también los había en el imperio persa, en arabia y muchos otros lugares. Para que se hagan una idea, en el siglo VIII (siglo del nacimiento del islam) la difusión del cristianismo nestoriano llegaba desde Arabia hasta la China.

Con todo esto en mente piensen ustedes ahora cuáles podían ser las consecuencias geopolíticas del Concilio de Nicea y su decisión de que un solo cristianismo —el trinitario— fuese el oficial dentro de los confines del imperio romano.

La primera consecuencia, obviamente, fue la derrota de todos los cristianismos no trinitarios (arrianismo, docetismo, gnosticismo, nestorianismo…) dentro del imperio lo que, paradójicamente, produjo un alivio evidente entre los imperios vecinos al imperio romano. En el imperio persa, por ejemplo, se dejó de mirar a los cristianos con recelo cual si fuesen una «quinta columna» del imperio romano, pues sus cristianos no eran trinitarios sino nestorianos y el Concilio de Nicea no hizo sino expulsar a los cristianos no trinitarios del imperio y potenciar los cristianismos derrotados en Nicea dentro de los límites del Imperio Persa, némesis del imperio romano, que acabó viendo a los cristianos nestorianos como «sus» cristianos.

Guarden en la memoria este dato porque la divinidad de Jesucristo, el trinitarismo de Nicea y todas las controversias cristianas en torno a la figura del Hijo, están en el origen de esa religión judeo-cristiana a la que se acabará conociendo como islam siglos más tarde.

Pero, por ahora, volvamos a la madre de Constantino, Elena, y a su descubrimiento de la cruz de Cristo origen de la fiesta de las cruces de mayo.

Ni que decir tiene que el «descubrimiento» de la más sagrada reliquia de la cristiandad tuvo consecuencias geopolíticas inesperadas por entonces.

Según los datos ofrecidos por los historiadores de la época, en torno a los años 325-327 Elena vigilaba las labores de desmantelamiento del foro occidental de un templo consagrado a Afrodita. Mientras se realizaban estos trabajos, se encontraron las tres cruces, los clavos y el titulus crucis (el letrero mandado poner por Pilato a la cruz). Elena misma, al volver a Roma, decidió que la cruz fuera partida en dos de manera que una parte de ella pudiera trasladarse a la capital del imperio partiendo el titulus crucis también en dos con idéntica motivación.

Las otras dos mitades de la cruz y su titulus quedaron en Jerusalén, dominado entonces por el imperio romano aunque no lejos del «limes» con el imperio persa, auténtica némesis de los romanos y con quien se sucedieron siglos de guerra y tensiones.

El clímax de la tensión entre persas y romanos llegó en el año 613 en que los persas invadieron Jerusalén y aniquilaron du guarnición. El rey persa Cosroes II Abharwez (el Victorioso) mandó entonces al obispo de Jerusalén deportado, junto con las reliquias de la cruz, a la ciudad de Ctesifonte, cerca de Bagdad.

La reacción romana como pueden imaginar fue violentísima y entre el 613 y el 627 tanto el Imperio Persa como el Imperio Romano (bizantino) se desangraron atrozmente en una guerra sin cuartel que les dejó absolutamente extenuados.

Fue en ese mundo del imperio persa extenuado, poblado por cristianos monoteístas no trinitarios y plagado de evangelios no reconocidos por la iglesia trinitaria (apócrifos) donde acabó arraigando un siglo más tarde esa religión que otro siglo después conoceremos como islam.

En el 627, tras la batalla de Nínive, el emperador romano Heraclio recupera la santa reliquia y en un desfile triunfal la devuelve a Jerusalén, quedando desangrados ambos imperios.

Pero el dominio romano de Tierra Santa estaba condenado a extinguirse, extenuados por la guerra contra los persas apenas una década después, en el 638, Jerusalén fue conquistada por un tal Umar ibn al-Jattab en el año 638.

¿Quién era este hombre y quiénes los soldados que le acompañaban?

Nuestra primera tendencia es decir que eran musulmanes pero les ruego que conserven en la memoria dos datos: el primero es que hasta el año 750 no existe ningún texto que nos hable de la existencia de ningún profeta llamado Mahoma (Muhammad); el segundo es que hasta el año 800 no podemos hablar con propiedad de una religión llamada islam.

Y sin embargo… Sin embargo para el año 691 estos recién llegados a Jerusalén habían construido en la explanada del viejo templo de Yahweh un nuevo templo sagrado conocido hoy día como «la cúpula de la roca». Si todavía no había una edición del Corán ¿qué textos la decoraban?

La respuesta les sorprenderá: ese lugar santo para los musulmanes no contiene versículos del Corán, su epigrafía nos habla de Jesucristo y de su Madre la Virgen María aunque dejando bien claro que Jesucristo, santo y profeta, no es hijo de Dios ni es Dios porque Dios no tiene ni necesita hijos.

Un nestoriano lo firmaría en el acto.

Al tiempo que dentro de la cúpula ya no hay iconos ni imágenes al otro lado de la frontera, todavía dentro del imperio romano, la revolución iconoclasta sacudía al imperio. Siendo clara la prohibición de representar imágenes de dios el emperador empleaba su furia en destruir imágenes algo en lo que los nuevos ocupantes de Jerusalén parecían estar totalmente de acuerdo.

A esos recién llegados se les llamó de muchas formas: judíos ismaleitas (descendientes de Ismael el primer hijo de Abraham), se les llamó también agarenos (descendientes de Agar, la madre de Ismael), se les llamó judíos del desierto y a la fé que les movía se la consideraba una forma de judaismo propia de los habitantes del desierto. Aunque hablaban en árabe su lengua de cultura seguía siendo el griego y era así como leían a Aristóteles y al resto de filósofos griegos… El estado de extenuación en que quedó el imperio persa tras la guerra contra el imperio romano a cuenta de la cruz de Cristo les permitió extenderse por todo él sin esfuerzo y los romanos apenas si pudieron escapar a ser ocupados por estas nuevas poblaciones.

El Concilio de Nicea, la definición de una ortodoxia, la expulsión de los heterodoxos, la condena de unos evangelios creídos pero no autorizados fueron el caldo de cultivo y los mimbres con que elaborar una nueva religión judeo-cristiana. Las guerras a cuentas de la Cruz en que murió Jesús desangraron a los imperios dominantes y permitieron que estos heterodoxos, estos judíos del desierto, ismaelitas, agarenos o como usted prefiera llamarles, pudieran ocupar simplemente los territorios que dos estados exhaustos ya eran incapaces de controlar. Apenas un siglo después, no antes del 800, a su creciente conjunto de creencias se le llamó islam y el resto es historia.

Y todo porque Elena, un día, encontró la Cruz mientras su hijo Constantino fijaba una ortodoxia que es justo lo que celebramos hoy con las cruces de mayo.

Seguramente ismaelitas o agarenos podrían esgrimir mejores razones que nosotros para celebrar esta fiesta.

La palmera y la sura 19

La palmera y la sura 19

Recuerdo que, de niño, cada vez que comíamos dátiles en casa, mi padre me repetía una historia a propósito del dátil y la palmera

—Pepito ¿sabes que dentro del hueso del dátil se esconde la imagen del niño Jesús?

Yo ya me conocía la historia pero antes de darme tiempo a responder mi padre ya había cogido la navaja y estaba partiendo longitudinalmente por la mitad el hueso del dátil que acaba de comerse. Tras seccionar el hueso me lo enseñaba y me decía

—¿No ves la imagen del niño Jesús?

Yo ciertamente no veía nada más que un huequecito informe pero, a lo que se ve, mis dotes para la pareidolia estaban muy por debajo de las de mi padre.

Tras aquello venía la inevitable explicación de por qué dentro del hueso del dátil estaba la imagen del niño Jesús.

—Cuando la Sagrada Familia huyó a Egipto para ponerse a salvo de las iras de Herodes hubo un momento en que los soldados que les perseguían casi les dan alcance y San José, viéndose perdido, bajó a María y al niño del pollino y trató de ocultarlos tras una palmera, pero el intento fue en vano pues la palmera era muy alta y no les ocultaba. Fue entonces cuando María pronunció la frase mágica y exclamó: «¡Oh palmera, cúbreme!» y la palmera, al instante, se dobló y bajando sus palmas ocultó a la Sagrada Familia de forma que sus perseguidores no les vieron y pasaron de largo.

Yo la historia se la había escuchado decenas de veces lo que nunca supe a ciencia cierta es dónde había aprendido mi padre aquella historia. Hoy pienso que la historia debe formar parte de algún evangelio apócrifo o de alguna versión del Auto de Reyes Magos que mi tío Juan solía organizar por navidades en la pedanía de Santiago el Mayor.

Estas historias apócrifas son más frecuentes de lo que parece y están tan arraigadas en la mente y las tradiciones que muchos cristianos las tienen por parte del evangelio o de la historia sagrada porque ¿quién no ha oído hablar de la mujer Verónica o de la crucifixión de Pedro cabeza abajo o de los padres de la Virgen María San Joaquín y Santa Ana?

¿Qué pensarían si les digo que ninguna de estas historias figuran en los textos evangélicos?

Pues no, no figuran, pero la tradición oral es tan fuerte que esas historias han llegado hasta nuestros días y podemos ver incluso pasos de la Verónica o cruces cabeza abajo representando a San Pedro cuando llega la Semana Santa.

Los cuatro evangelios canónicos son sólo una mínima parte de las múltiples historias que tenemos de la vida de Jesús de Nazaret que, si contamos evangelios apócrifos y otros textos apócrifos también, superan los 70. Muchas son las historias que se cuentan en ellos y muchas de ellas han llegado hasta la actualidad por la vía de la tradición o por conductos más inesperados como el texto sagrado de los musulmanes: el Corán.

Créanme si les digo que los cristianos (de fe o simplemente de cultura) entendemos muy mal el Corán y, lo que es peor, no hacemos el más mínimo esfuerzo por entenderlo. Debo decir que también, muchos musulmanes, tienen ideas preconcebidas y acientíficas sobre el Corán y lo entienden poco y mal. Déjenme que les ponga un ejemplo.

Por razones que se me escapan la Europa cristiana considera el Corán poco menos que como un libro que, de pronto, alguien escribió y, como por arte de birlibirloque, se expandió y difundió y dio lugar a una rápida sucesión de guerras de conquista a las que solo pusieron fin las derrotas de Poitiers o Covadonga. Segfuramente no necesitan que yo les explique que tal versión de la historia no alcanza la categoría de un cuento para niños. Esta idea de que, de pronto, un profeta llamado Mahoma escribió un libro como de la nada provocando acto seguido una conmoción religiosa de carácter mundial debe ser desterrada simplemente porque las cosas nunca son así y en el caso del Corán tampoco es así.

En este punto sería bueno que repasásemos cómo era la sociedad en la que nace el Corán y cuáles son sus antecedentes.

Lo primero que sroprenderá a los menos avisados es que el Corán es un hijo histórico de la Biblia Hebrea y de los Evangelios cristianos. Ustedes no verán, por ejemplo, que en el Corán se cuente la historia de Noé o se repitan las historias contenidas en la Biblia Hebrea. El Corán, un libro redactado en primera persona y que habla directamente al lector usando la segunda persona del singular, simplemente nos advertirá con frases del tipo «No abuses del vino, recuerda a Noé»; pero no nos contará quién es Noé pues dará por supuesto que el lector lo sabe, porque tiene un conocimiento previo del contenido de la Biblia Hebrea.

El Corán nace también en medio de esa sociedad de oriente medio en la que se estaban escribiendo esos más de setenta evangelios apócrifos de que les hablé antes y es aquí donde la historia sobre la palmera y los dátiles que me contaba mi padre me viene al pelo.

Si se toman ustedes la molestia de leer uno de los evangelios sobre la infancia de Jesús que la iglesia católica rechazó como apócrifo —el llamado «Pseudo Mateo»— verán cómo en el capítulo 20 se relata una historia bastante parecida a la que me contaba a mí mi padre:

«20 Sucedió que a los tres días de marcha, María se sintió fatigada por el calor del desierto. Vio una palmera y dijo a José: «Descansaré un poquito bajo su sombra». José la llevó rápidamente a la palmera y la hizo bajar del jumento. Una vez que se hubo sentado, mirando hacia las ramas de la palmera, vio que estaban llenas de frutos, y dijo a José: «Desearía, si es posible, tomar algún fruto de esta palmera». José le contestó: «Me sorprende que digas esto cuando ves lo alta que es esta palmera y que pienses en comer de sus frutos. Yo me preocupo más de la escasez de agua, que ya falta en los odres, y no tenemos para satisfacer nuestra sed y la de los jumentos». 2Entonces el niñito Jesús, recostado con rostro alegre en el regazo de su madre, dijo a la palmera: «Dóblate, árbol, y con tus frutos da alivio a mi madre». Inmediatamente, ante esta voz, la palmera dobló su cima hasta las plantas de María. Y recogieron de ella frutos de los que todos quedaron reconfortados. Una vez que fueron recogidos todos los frutos de la palmera, seguía inclinada esperando para levantarse que le dieran la misma orden que la había ordenado inclinarse. Entonces Jesús le dijo: «Levántate, palmera, descansa y sé compañera de mis árboles que están en el paraíso de mi Padre. Pero abre ahora desde tus raíces una vena que está escondida en la tierra para que de ella broten aguas con las que podamos saciarnos». Al punto se levantó la palmera, y empezaron a salir de sus raíces manantiales de agua limpísima, fresca y dulce por demás. Cuando vieron las fuentes de agua, se alegraron con gran alegría, y se saciaron con hombres y jumentos dando gracias a Dios».

Como ven la historia que me contaba mi padre y esta historia del Pseudo Mateo guardan algunos paralelismos que, de pronto, se volverán en sorprendente identidad si leemos los versículos (aleyas) 18 al 34 de la Sura 19 del Corán, titulada simplemente «Mariam». Leámosla:

«18.Dijo ella: «Me refugio de ti en el Compasivo. Si es que temes a Dios…» 19. Dijo él: «Yo soy sólo el enviado de tu Señor para regalarte un muchacho puro». 20. Dijo ella: «¿Cómo puedo tener un muchacho si no me ha tocado mortal, ni soy una ramera?» 21. «Así será», dijo. «Tu Señor dice: ‘Es cosa fácil para Mí. Para hacer de él signo para la gente y muestra de Nuestra misericordia’. Es cosa decidida». 22. Quedó embarazada con él y se retiró con él a un lugar alejado. 23. Entonces los dolores de parto la empujaron hacia el tronco de la palmera. Dijo: «¡Ojalá hubiera muerto antes y se me hubiera olvidado del todo…!» 24. Entonces, de sus pies, le llamó: «¡No estés triste! Tu Señor ha puesto a tus pies un arroyuelo. 25. ¡Sacude hacia ti el tronco de la palmera y ésta hará caer sobre ti dátiles frescos, maduros! 26. ¡Come, pues, bebe y alégrate! Y, si ves a algún mortal, di: ‘He hecho voto de silencio al Compasivo. No voy a hablar, pues, hoy con nadie’» 27. Y vino con él a los suyos, llevándolo. Dijeron: «¡María! ¡Has hecho algo inaudito! 28. ¡Hermana de Aarón! Tu padre no era un hombre malo, ni tu madre una ramera». 29. Entonces ella se lo indicó. Dijeron: «¿Cómo vamos a hablar a uno que aún está en la cuna, a un niño?» 30. Dijo él: «Soy el siervo de Dios. Él me ha dado la Escritura y ha hecho de mí un profeta. 31. Me ha bendecido dondequiera que me encuentre y me ha ordenado la azalá y el azaque mientras viva, 32. y que sea piadoso con mi madre. No me ha hecho violento, desgraciado. 33. La paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea resucitado a la vida». 34. Tal es Jesús, hijo de María, para decir la Verdad, de la que ellos dudan».

Como ven la historia es idéntica a la contenida en el Pseudo Mateo pero no sólo en él, el niño de tres años que habla y da respuestas sapienciales es también una imagen típica de los evangelios apócrifos.

No, el Corán no es un libro aparecido de la nada, sino que se desarrolla y se escribe dentro de un universo cultural judeo cristiano y para entender su sentido es preciso entender antes qué cultura es la que da lugar a él pues solo así entenderemos su éxito fulminante.

¿Dónde pondremos, pues, la historia que me contaba mi padre, en el Pseudo Mateo 20 o en la Sura 19 del Corán? ¿O la pondremos dentro de la ecumené que dio lugar al nacimiento de estas y muchísimas otras historias parecidas.

La historia de la formación del Corán es apasionante y si la desconocemos desconoceremos absolutamente nuestra propia historia. Les dejo, para que piensen, con una pregunta:

Si el Corán no se consolidó como texto al menos hasta el año 780 y las bases del sunismo no se consolidaron al menos hasta el año 800… ¿quiénes invadieron la península en el año 711?

Ya les adelanto que ni los paises vecinos ni ellos a sí mismos se llamaban todavía musulmanes. ¿Quiénes eran, pues, estos desconocidos?

Diálogo del desesperado

Diálogo del desesperado

Les hablaba el otro día de la canción del arpista como ejemplo de literatura en el antiguo Egipto y en la que aparecían ejemplos de los tópicos que hoy conocemos como «carpe diem» o «ubi sunt». Hoy quisiera traerles un poema mucho más inquietante conocido como el del «Diálogo de un hombre con su Ba» o también como «Diálogo del desesperado de la vida con su alma», un poema datado en el siglo XXI AEC, una fecha que hace que Jesucristo estuviese tan distante del poema como nosotros lo estamos del propio Jesucristo.

Pues bien, desde esa remota era nos llega la voz de un hombre que contempla la muerte (hay quien ha sugerido que podría tratarse de un suicida) y la v3 como… Bueno, mejor juzguen ustedes por sí mismos como contempló este hombre de hace casi 5000 años la muerte a través de su conversación con su «Ba» (para los antiguos egipcios una fuerza anímica, un componente de la parte espiritual del hombre, que supone la fuerza animada de cada ser fallecido, o la personalidad espiritual manifestada una vez acaecida la muerte).

Vayamos al poema:

«La muerte delante de mí hoy está
Como la salud para el inválido
Como superar la enfermedad.

La muerte delante de mí hoy está
Como el perfume de la mirra
Como sentarse bajo la tienda en día ventoso.

La muerte delante de mí hoy está
Como el final de la lluvia
Como el retorno de un hombre a casa tras una campaña de ultramar.

La muerte delante de mí hoy está
Como el aroma del loto
Como sentarse en los lindes de la embriaguez.

La muerte delante de mí hoy está
Como cuando el cielo se despeja
Como un buscador llevado a lo que ignoraba.

La muerte delante de mí hoy está
Como el afán de un hombre de ver su casa de nuevo

Tras innumerables años de cautividad».

No sé qué les parece a ustedes, ya me lo comentarán.

Shem Tov el soriano

Shem Tov el soriano

Hace un tiempo que ando sin ganas ningunas de escribir en redes sociales. Sin embargo, ayer, mi amigo Chichu Lucas de Pedro  (un comunista leninista que se tiene ganado el infierno para tres reencarnaciones) sin duda con el ánimo de pincharme, me facilitó la noticia de que la casa Sotheby’s de Nueva York sacaba a subasta con un precio de salida de 5 millones de dólares un códice —teóricamente una copia de la Biblia— escrito por un judío soriano (Shem Tov ben Abraham) del siglo XIV.

Y supongo que muchos de ustedes se preguntarán ¿cómo un viejo códice puede llegar a alcanzar un precio tan alto?

Sin duda es algo a lo que merece que intentemos encontrarle una explicación sin perjuicio de que ya saben ustedes que el precio de una cosa es algo que no necesariamente responde al valor intrínseco de la misma sino al juego de la oferta y la demanda.

Así pues trataré aquí de ofrecer una explicación posible, aunque sea somera, y esto me conduce necesariamente a hablarles de la Biblia y de su «texto original».

Porque ustedes me habrán oído quejarme a menudo de las malas traducciones de la Biblia que corren por ahí y ustedes, con razón, se preguntarán si es que yo dispongo del original auténtico de la Biblia, porque malamente podré denunciar como errónea una traducción si el texto que yo manejo como original en realidad no lo es. Así que están ustedes plenamente legitimados para preguntar ¿dónde está el original de la Biblia?

La respuesta quizá les desilusione: el original de la Biblia no está en ningún lado porque, simplemente, no existe ningún original de la Biblia, tan solo tenemos supuestas copias de ella.

El Códice de Aleppo, un manuscrito datado en el año 930 EC es la primera copia de la Biblia que tenemos y no completa, puesto que un incendio destruyó toda la parte correspondiente a la Torá.

A día de hoy el llamado «Codex Leningradensis» (datado en el año 1008 EC) es considerado la copia más completa de lo que suponemos que era el original de la Biblia que tenemos; es decir, una copia realizada mil años después de Cristo y es este Códex Leningradensis el códice que hoy día se utiliza mayoritariamente por los expertos que llevan a cabo traducciones del Antiguo Testamento, es decir, de la Biblia hebrea.

Sabiendo que la copia más antigua que tenemos se realizó unos mil años después del fallecimiento de Cristo es legítimo que nos preguntemos hasta qué punto dicha copia es fidedigna en relación a los supuestos originales que trata de reproducir y esta pregunta nos conduce, a su vez, al trabajo de una serie de sabios a los que la historia conoce como los «masoretas».

Destruido el Templo de Salomón por primera vez por los babilonios el pueblo judío mantuvo su unidad en el exilio en torno a una serie de historias que se fueron recogiendo en una serie de documentos que, finalmente, acabaron constituyendo lo que hoy día conocemos como la Biblia hebrea y que, con leves diferencias, constituye la base del Antiguo Testamento.

Vueltos del exilio a su tierra y levantado el segundo templo que más tarde Herodes hermosearía y que fue el que conoció Jesucristo y sus apóstoles, todas esas historias fueron recogidas en una serie de colecciones de textos que, andando el tiempo y bastante siglos después de que Cristo muriese, acabaron convirtiéndose en la Biblia hebrea, nuestro Antiguo Testamento.

Pero el segundo templo también fue destruido en el año 70 por los romanos tras la revuelta judía que provocó una intensa y sangrienta represión y, destruido el templo, lo único que quedó al pueblo judío fueron de nuevo esas escrituras que recogían aquellos antiguos relatos y leyendas sobre los que se construyó una vez la unidad del pueblo judío.

Fueron una serie de sabios quienes afrontaron la tarea de evitar que aquellos textos se perdiesen y por eso comenzaron a copiarlos con un cuidado especialísimo en que fuesen fidedignos, aunque necesariamente añadieron a ellos una serie de anotaciones imprescindibles para que los judíos de las nuevas generaciones pudiesen entenderlos correctamente e incluso pronunciarlos como debían ser pronunciados; a estos sabios, se les llamó «masoretas».

Una de las cosas que hicieron estos masoretas fue añadir las vocales a los textos originales en hebreo y arameo pues, como quizá ustedes no sepan, el hebreo el arameo, el árabe, el fenicio y en general todas las lenguas semíticas, no escriben las vocales, sino tan solo las consonantes. La pronunciación de las palabras, por tanto, depende de la identificación y de la memoria del lector.

Si me lo permiten y para que entiendan mejor lo que digo, les pondré un ejemplo, si bien lo haré en fenicio porque, a fin de cuentas, voy a utilizar el nombre de mi ciudad para tratar de explicarles cómo funcionan los alfabetos semíticos.

El nombre fenicio de mi ciudad traducido al castellano actual es el de «ciudad nueva», dos palabras que en fenicio se escriben como ven a continuación (léase de derecha a izquierda).

𐤒𐤓𐤕 𐤇𐤃𐤔𐤕

Estos signos, transliterados, nos dan la expresión supuestamente

«Quart hadasht»

Pero esto es solo supuestamente puesto que los signos fenicios que hay escritos (en la primera palabra) se corresponden tan solo con las consonantes QRT (o KRT).

Las tres consonantes QRT significan exactamente «ciudad» y las puede usted encontrar en muchos lugares del Mediterráneo si bien con variación de las vocales que hay entre dichas consonantes como por en Cartaya o Carteya del mismo modo que, por ejemplo, también podemos encontrarlas dentro del nombre del dios Melkart donde, si se fijan, también encontrarán el triglitero QRT (KRT) que, en todos los casos, significa «ciudad».

Cuáles fueran las vocales que existían entre la Q (K) la R y la T realmente no es posible saberlo, salvo que tengamos algún testimonio indirecto de alguien que escuchase a algún carthaginés o algún fenicio pronunciar esa sucesión de consonantes.

Otro ejemplo sería la sucesión de consonantes MLQ (MLK) que significa rey o señor, una sucesión de consonantes que podemos encontrar en nombres antiguos como Melquisedec o Abimelec y en nombres todavía usados como Malaquías.

¿Y en Melkart? Pues sí, también, y ahí pueden ver ustedes que se conjugan las sucesiones MLK (rey o Señor) y KRT (ciudad) de modo que podemos traducir el nombre «Melkart» como «el rey o el señor de la ciudad» de forma que no sea de extrañar que este fuese el nombre de la deidad supremos para los fenicios de la ciudad de Tiro y sus secuelas cartaginesas pues su propio nombre nos lo indica. Personajes importantes de la historia de Carthago llevaron nombres teofóricos que incorporaban el nombre de Melkart como Amílcar (Amelkart) Barca (BRK), que traducido (Amílcar, 𐤇𐤌𐤋𐤒𐤓𐤕) resulta «el hermano de Melkart».

Y ahora que he pronunciado el apellido «Barca» no puedo resistirme a contarles que la sucesión de consonantes BRK significa «rayo» y podemos encontrarla, no solamente en el apellido de la familia BaRKa, sino también en filósofos como BaRuK Spinoza (reparen en la BRK) o incluso en el nombre del ex-presidente de los Estados Unidos Barack (BRK) Obama.

Pero volvamos al tema que nos ocupa. Para todos aquellos judíos de la diáspora que no sabían o no conocían cómo se pronunciaban las palabras en hebreo o arameo que estaban escritas en los textos sagrados tan solo en forma de consonantes, los judíos masoretas decidieron inventar una forma de marcado que indicase las vocales a los judíos que no dominaban la pronunciación y así lo hicieron meticulosamente en todas las palabras salvo en una, justo esa que se escribía con las cuatro consonantes a las que hoy conocemos como tetragramatón: YHWH.

¿Qué vocales deben colocarse entre esta sucesión de consonantes?

No lo sabemos: la prohibición de pronunciar el nombre de Dios mas que en unos pocos momentos señalados y solo por el sumo sacerdote hizo que se olvidase cómo se pronunciaba exactamente el nombre de Dios y cuáles eran las vocales que iban entre las consonantes YHWH. Los diversos copistas colocaron entre las cuatro consonantes vocales diversas y así, por ejemplo, hoy día nos ha resultado la palabra «YaHWeH» o la palabra «YeHoWaH» dependiendo de las vocales que cada uno decidiese escribir entre las consonantes y que, debo adelantárselo, tampoco eran vocales seleccionadas al azar, sino con unas intencionalidades muy concretas.

Los masoretas indicaron además palabras malsonantes que no debían ser pronunciadas, aunque aparecían en los textos sagrados e incluso llegaron a sustituir la palabra YHWH por Elohim o Adonaí al igual que introdujeron comentarios marginales o finales (masoras) para la mejor inteligencia del texto.

Pues bien, el trabajo de los masoretas —es preciso decirlo— fue cuidadosísimo; de hecho computaban las letras, el número de caracteres, incluso las letras mal escritas o el tamaño de las mismas para tratar de que sus copias fuesen absolutamente fidedignas al original, pues ese era su trabajo.

La exactitud del trabajo de estos judíos masoretas en cierto modo ha sido confirmada por la aparición reciente de los manuscritos del Mar Muerto, entre los cuales destaca el «Gran rollo de Isaías» el texto del libro del profeta que forma parte Antiguo Testamento o Biblia hebrea

Es verdad que el gran rollo de Isaías hallado en el Mar Muerto, tampoco es original, sino una copia, pero es una copia de aproximadamente del siglo segundo antes de Cristo, mientras que las copias de que disponemos ahora singularmente el Codex Leningradensis es una copia mil años posterior al fallecimiento de Cristo, con lo cual deberíamos suponer que, por la cercanía en el tiempo, este gran rollo de Isaías hallado entre los manuscritos del Mar Muerto podría ser una magnífica piedra de contraste para verificar la exactitud de las copias masoréticas.

Y sí, para sorpresa de muchos, la identidad entre el el gran rollo de Isaías hallado en el Mar Muerto y los textos del libro del profeta Isaías contenidos en el Antiguo Testamento resulta, hasta cierto punto, sorprendente.

Dicho de otro modo, los judíos masoretas tuvieron bastante éxito en su labor de mantenerse lo más fidedignos posible a las copias que ellos, a su vez, supusieron fidedignas de las copias de los documentos que, alguna vez, fueron originales.

Así pues y dicho esto debemos concluir que es imposible señalar a un solo códice o documento como el original de la Biblia pues simplemente este original se perdió hace muchos, muchos, siglos y ya no tenemos acceso a él sino solo a estas copias de que les estoy hablando.

Y a día de hoy —y esto le gustará a mi amigo Chichu Lucas de Pedro— el códice más fidedigno que hay en opinión de los principales expertos al texto original hebreo es el Codex Leningradensis, el cual se encuentra en la actual San Petersburgo y, dicho esto, supongo que a Chichu le gustará saber que el códice, a pesar del cambio de nombre de la ciudad, sigue denominándose Codex «Leningradensis», nombre este de resonancias marxistas que debe satisfacer las más oscuras expectativas de mi soviético amigo.

¿Y qué pinta en todo esto el judío soriano  Shem Tov Ben Abraham y su copia del Antiguo Testamento?

Pues, aparte de su valor como antigüedad, sin duda influye que el mismo está lleno de referencias, al desaparecido Códice Hillel, un códice del siglo VII que pasaba por ser una de las más autorizadas versiones de la Biblia Hebrea.

Es por eso que el códice del judío soriano Shem Tov también tiene un valor especial.

Quizás sea conveniente decir en este punto que el códice Hillel sobre el que trabajó Shem Tob fue destruido por los musulmanes, por los almohades, no sea que alguno de mis lectores sienta la tentación de creer que fue la Inquisición la que acabó con el texto. La fe del pirómano no es exclusiva de la Inquisición y la han utilizado prácticamente todas las religiones del mundo.

Así pues no tengo duda de que el soriano Shem Tov, aunque por ser judío no comiese torreznos, es uno de los sorianos universales y que merecen estar en la lista de hijos ilustres de Soria por derecho propio. Estoy casi convencido que ningún seríano ha escrito un libro que alcance en el mercado un valor comparable al escrito por este judío castellano que vivió en los siglos XIII y XIV de nuestra era.