Conchitas

Conchitas

En pleno debate del acuerdo municipal de Jumilla sobre el uso del polideportivo muchos han recordado que nuestro país, hasta hace muy poco, fue un país de emigrantes a lo que inmediatamente se ha respondido desde la otra trinchera que éramos inmigrantes, sí, pero legales, siempre con papeles.

Y este debate me ha traído a la memoria cierta fotografía, que mi amigo Miguel me mandó desde Francia, de un libro que ves el que ven en la foto y que —en los años 60— pretendía ser un manual, dirigido a las amas de casa francesas, para enseñarles como tratar a las «Conchitas», que era como se denominaba —y aún se denomina en Francia— a las sirvientas españolas.

Los datos del Instituto Español de Emigración (IEE) de la época taparon entonces una realidad de enormes proporciones, cual fue la de la gran emigración de mujeres españolas en solitario. Sin otra formación que rudimentarios conocimientos de confección, su destino mayoritario fue trabajar de sirvientas en Francia.

Ilegales en muchos casos, sin papeles, trabajando en negro y sin devengar pensiones, víctimas en multitud de ocasiones de patrones desaprensivos que aprovechaban su desconocimiento del idioma para los más abyectos fines, las «Conchitas» españolas fueron duramente tratadas en Francia pero, también, muchas de ellas sintieron que vivir fuera del ambiente opresivo que imponía a la mujer en España la Iglesia y la Falange de aquellos años, compensaba. Muchas se resistieron a volver.

Aquellas mujeres eran la punta de lanza de una red de emigración al margen de los cauces legales del IEE (Instituto Español de Emigración) y el proceso típico es más o menos el que sigue:

En Francia tradicionalmente la servidumbre argelina había sido la más popular pero, en algún momento, en los distritos elegantes de París (creo que el Distrito13) se puso de moda como más elegante tener servidumbre española. Las españolas hacían gracia, cocinaban bien y llevaban con esmero las tareas domésticas aunque, eso sí, su forma de ser exacerbaba los tópicos franceses  sobre la forma de ser de las españolas. Jóvenes sensuales pero fuertemente retenidas por su formación católica las conchitas vivían su sexualidad retorcidas en un mar de contradicciones. Incapaces de dominar el idioma su forma de atender el teléfono provocaba no pocos chistes e historias hilarantes.

—Señora esta mañana han llamado por teléfono preguntando por usted.
—¿Quién era?
—Un hombre.
—¿Qué hombre?
—No sé, un hombre.
—¿Y qué quería?
—No sé, no le he entendido.

Nuestras conchitas, además de rezar el rosario, planificaban como llevarse el novio a París. Como la entrada a las habitaciones de la servidumbre en el distrito 13 era diferente de la de los señores, nuestras conchitas una vez ganaban confianza se traían a sus novios a vivir con ellas pues las habitaciones de la servidumbre estaban incomunicadas de las de los señores. En pocos días sus novios buscaban un trabajo y el ascenso definitivo solía producirse cuando el novio conseguía trabajao como portero de finca urbana lo cual daba derecho al uso de una pequeña residencia para el portero donde Conchita y su novio ya podían tener hijos.

Las historias de estas conchitas no son agradables de oír y perturbarían gravemente la conciencia de quienes ahora se muestran inflexibles con una emigración que ya no es española. Si desean gozar de un estudio en profundidad de la emigración de las conchitas les recomiendo el libro de Laura Oso Casas «Españolas en París» que es un estudio tan profundo como esclarecedor de este asunto.



No, nuestra emigración no era esa emigración legal que ahora quieren vendernos, lo que ocurre es que nos hemos vuelto ricos y se nos ha olvidado que el dinero que mandaban las «Conchitas» desde Francia palió mucha hambre en España. Nuestra memoria, a fuerza de comer bien, se ha vuelto débil.

Mujeres increíbles, seres humanos con biografías sorprendentes, cuando me hablan de emigrantes ilegales se me olvida la ley de extranjería y me acuerdo de las «Conchitas». Quizá no sea legal, pero es humano.

Y dicho esto quizá sea bueno aclararles por qué la emigración española solía ser ilegal.

El gobierno de Franco pretendía controlar también en Francia o Alemania que el comunismo no penetrase en la población emigrante y, además, la canalización y distribución de trabajos por este cauce podía dar lugar a que un campesino de Trebujena acabase picando carbón en una mina alemana, lo que raramente era de su agrado. El migrante español prefería seleccionar él el trabajo. Así lo hacían las conchitas que lejos de buscar trabajo a través del IEE lo buscaban a través de amigas que ya se habían instalado en París.

No es muy distinto lo que hace el gobierno de Marruecos y les pongo un ejemplo.

Justicia y Caridad (en árabe: جماعة العدل والإحسان‎) es un movimiento ilegal marroquí, pero parcialmente tolerado por el rey Mohamed VI, fundado por el jeque Abdeslam Yasín su ilegalidad deriva de no reconocer a Mohamed VI como Comendador de los creyentes. Son un fuerte núcleo de oposición al monarca y critican ferozmente los dispendios del Majzen (el entorno del monarca) al tiempo que le niegan su condición de líder religioso. Esto no le gusta al rey de Marruecos, obviamente.

Justicia y Caridad vio cómo muchos de sus miembros emigraron a España en busca de un ambiente más respirable para ellos e incluso abrieron mezquitas, mezquitas que en muchos casos fueron ocupadas cuando no asaltadas por emigrantes partidarios del rey pues Marruecos, como la España de Franco, también cuida de que sus emigrantes no se descarríen ideológicamente. El gobierno de Marruecos ha conseguido que el gobierno de España haga la vista gorda ante los asaltos de los leales al rey a los miembros de Justicia y Caridad que oficialmente, para la policía española, es un peligroso grupo terrorista.

Las historias se repiten y los patrones migratorios tambien, a fin de cuentas el hambre no tiene patria, solo va cambiando de sitio, ayer España hoy Marruecos.

No, la emigración española no fue esa emigración totalmente legal que ahora se nos quiere hacer ver desde una de las trincheras, estuvo llena de historias como la de nuestras conchitas, mujeres solas que marcharon a la aventura en busca de un futuro.

La votación nicena

Creo que ya les he dicho alguna vez que la democracia no es ese sistema político que dirime sus diferencias votando (como creen muchos) sino que es ese sistema político que alcanza acuerdos deliberando merced a un diálogo abierto, generoso y sincero.

La votación marca en democracia el fracaso del debate.

Para no dar ejemplos de hoy que todos tenemos en mente me van a permitir que les traiga aquí una de las votaciones que más dramáticas consecuencias han tenido en la historia de la humanidad y esta no es otra que la que se produjo en el año 325 en el Concilio de Nicea, sínodo en el que se fijaron las bases de la doctrina católica pero, para que se me pueda entender, es preciso que antes les ofrezca un poco de contexto.

Para el año 325 el cristianismo había tenido un éxito fulgurante pues en apenas tres siglos la fe de unos pocos judíos se había extendido no solo por todo el imperio romano sino también por los territorios adyacentes. El cristianismo —y esto a menudo se olvida— contaba para el año 325 con seguidores no sólo dentro del limes del imperio sino en puntos tan lejanos como la China de la dinastía Han, el Imperio Persa Sasánida o la península arábiga.

Claro es que, para el 325, todos cuantos se llamaban cristianos en ese extenso territorio no creían exactamente en las mismas cosas.

Por solo citar unos ejemplos mencionaremos en primer lugar a los trinitarios, cristianos que creían que aunque Jesús era el Hijo de Dios era tan eterno como su Padre y tan Dios como su Padre mismo. Para complicar las cosas a las dos anteriores añadieron una tercera persona —el Espíritu Santo— a la que consideraron tan eterna y tan dios como las dos anteriores.

Dentro de la limes del imperio romano había también unos cristianos que se decían arrianos y que fueron muy populares entre los pueblos germanos, el Mediterráneo Oriental y algunas zonas de la costa del Mediterráneo africano. Estos arrianos, por ejemplo, llegaron a gobernar la península ibérica merced a la monarquía visigoda.

Los arrianos sostienen que Jesucristo es el Hijo de Dios y que procedente del Padre, pero que no es eterno, sino que fue, como hijo, engendrado por el Padre antes de que tiempo fuese creado. De esta manera, Jesús no sería coeterno con Dios Padre.  Los arrianos citaban fragmentos evangélicos en apoyo de sus tesis como este del Evangelio según san Juan 14:28 (Versión Biblia de Navarra)

«Habéis escuchado que os he dicho: «Me voy y vuelvo a vosotros». Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo».

También había una extendidísima rama de cristianos maniqueistas, un cristianismo que proviene del maniqueísmo (en nuevo persa آیینِ مانی, Āyīn-e Mānī) que es el nombre que recibe la religión universalista fundada en el siglo III d. C. en el Imperio sasánida por el profeta y sabio parto Mani (o Manes; c. 215-276 d. C.), quien decía ser el último de los profetas enviados por Dios a la humanidad, siguiendo a Zoroastro, Buda y Jesús.

Un cristianismo que contó con notable éxito fue el cristianismo gnóstico, una corriente sincrética filosófico-religiosa que sobre la base de ideas platónicas, la dualidad materia-espíritu y otras ideas un tanto «wokes» llegaron a mimetizarse exitosamente con el cristianismo en los tres primeros siglos de nuestra era (de hecho hay quien ve influencias gnósticas en el evangelio de San Juan) y legando una buena cantidad de evangelios apócrifos de contenido gnóstico fruto de una etapa de cierto prestigio entre algunos intelectuales cristianos.

Para que se hagan una idea de la difusión que tuvieron corrientes cristianas como el difisimo les dejo el mapa de la diócesis ortodoxa oriental en el siglo VIII.

Pues bien, el Concilio de Nicea fue convocado por la autoridad imperial romana (Constantino I) para fijar la ortodoxia cristiana y así se hizo en el año 325 donde se enfrentaron muchos de estos cristianismos y emergió tras la pertinente votación como triunfador el cristianismo trinitario.

La ortodoxia y el credo estaban fijados pero ¿qué paso con todos los cristianismos derrotados en Nicea? ¿desaparecieron?

Obviamente no.

Apoyado por la autoridad imperial romana el cristianismo trinitario con el tiempo se convertiría en la religión oficial del imperio, mientras que los demás cristianismos, más o menos perseguidos, se irían convirtiendo en pecado o delito de forma que los territorios vecinos al imperio se llenaron de seguidores de estos cristianismos proscritos e incluso el interior del imperio se convulsionó con las revueltas monofisitas de quienes mantenían sus firmes creencias en las ideas de estos cristianismos derrotados.

El climax se produjo con el choque que se produjo en el siglo VII entre el Imperio Romano y el persa Sasánida. Ambos imperios estuvieron a punto de desaparecer en aquella brutal guerra y emplearon cuantos medios tenían a su alcance lo que incluía a mercenarios de los más diversos lugares, incluida Arabia.

La guerra duró del año 602 al 628 y para cuando se firmó la paz ambos imperios estaban exhaustos.

Y fue entonces cuando los efectos de la votación de Nicea se dejaron sentir con mayo intensidad porque mientras esa guerra tenía lugar y principiando en el año 610 en un lugar recóndito de Arabia (La Meca) un hombre comenzó a redactar un texto que recogía muchas de las creencias de aquellos cristianismos derrotados que el Imperio Romano había expulsado tras Nicea y que ahora plagaban las tierras exteriores al imperio romano, incluyendo al imperio persa sasánida.

Ese texto, hecho de retazos de aroma a veces nestoriano, a veces ebionita, a veces de cualquier otro cristianismo derrotado, proclamaba que Jesús era el Mesías, sí, y que su madre lo había concebido virginalmente por obra de Dios pero que lo que no era era Dios igual que Dios, ni eterno como Dios ni de la misma sustancia que Dios. Mesías, sí, profeta sí, pero no Dios porque Dios no hay más que uno y no necesita ni tiene hijos.

Esta doctrina ferozmente antitrinitaria hizo las delicias de los derrotados en Nicea y no es de extrañar que habiendo quedado exánime el imperio persa sasánida la nueva doctrina se propagase practicamente sin esfuerzo por toda su antigua extensión.

También en muchas partes del imperio romano la nueva doctrina fue recibida con alborozo pues eliminaba el incomprensible galimatías trinitario, de forma que el norte de África no tardó en adherirse a la vieja/nueva creencia. Incluso la Hispania hasta hace poco arriana los recibió con agrado y sin más que unos pocos choques violentos con parte de los gobernantes visigodos.

El muy trinitario imperio romano sí se enfrentó agonísticamente a ellos y los frenó bajo los muros de la antigua Bizancio hasta 1452 en que acabó sucumbiendo.

¿Al islam?
¡Quiá!
A aquella vieja e innecesaria votación del año 325 en Nicea.

Maryam

Maryam

El interminable conflicto religioso que desangra a Canaán tiene un epicentro simbólico que no es otro que la llamada «explanada de las mezquitas», en Jerusalén, lugar donde se alzó el primer templo de Salomón y, tras su destrucción,  el segundo templo de Zorobabel que más tarde engrandecería Herodes el Grande, el llamado «segundo templo», el que conoció Jesucristo.

Tras su destrucción por los romanos en el año 70 la explanada del templo quedó vacía hasta que en el año 692 el califa omeya Abd-Al-Malik, movido por intereses políticos interesantísimos de comentar, levantó justo en el mismo lugar en que se encontraba el templo judío un lugar de culto conocido como «La cúpula de la roca».

Sin duda ustedes lo han visto, pues su cúpula dorada es la construcción más conspicua de cuantas componen la imagen habitual de Jerusalen en las noticias. La construcción más visible de Jerusalén, vista desde el monte de los olivos, es precisamente esta «Cúpula de la Roca» y es la plaza que la rodea (la «Explanada de las Mezquitas») el epicentro de los conflictos sociales interreligiosos que se disparan recurrentemente en Jerusalén.

Pero… ¿qué es lo que hay allí que convierte ese lugar en epicentro de tormentas religiosas»?

Lo que hay bajo esa cúpula es, como su nombre indica, una roca. Lo que ocurre es que para los judíos esa roca es la roca fundacional, desde ella creó Yahweh el mundo y al hombre, allí trató de sacrificar Abraham a su hijo Isaac, allí estuvo el arca de la alianza y el sancta sanctorum del templo y allí ha de volver el mesias esperado.

Los musulmanes poco más o menos creen lo mismo si bien a quién trató de sacrificar Abraham no fue a su hijo Isaac sino a su primogénito Ismael y fue desde allí, además, desde donde Mahoma inició su viaje por los cielos.

La cúpula es una de las primeras construcciones de lo que llamamos «islam» y las inscripciones que hay en su interior son las primera muestras epigráficas de lo que hoy llamamos islam.

¿Y qué dicen esas inscripciones?

Pues les ruego que controlen sus nervios y crean en las traducciones que les ofrezco.

Las inscripciones que hay en esa cúpula dorada nos hablan de Jesucristo y de su santa madre la siempre Virgen María. Les transcribo un par de ellas:

«Innamā l-Masīḥ ʿĪsā bnu Maryam rasūlu llāhi wa-kalimatuhū alqāhā ilā Maryam wa-rūḥun minhu.»

(Traducción) «Ciertamente, el Mesías, Jesús hijo de María, es el Mensajero de Dios, y Su Palabra que Él comunicó a María, y un espíritu procedente de Él.»

¿Curioso verdad? Uno de los «sancta sanctorum» del islamismo y un lugar de enfrentamiento crónico con judíos y cristianos lo que guarda en su interior son menciones de inmenso respeto hacia Jesús (a quien llama mesías) y hacia su madre.

Sabemos muy poco del islam y lo que nos transmiten los medios de comunicación no suele ser más que los episodios violentos o los de integrismo religioso ocultando los demás. ¿Sabían ustedes, por ejemplo, que la Virgen María es mencionada más veces en el Corán que en los mismos Evangelios? Y no, no crean que es mencionada con poco respeto, todo lo contrario, María (Maryam) es mencionada con reverencia extrema, su concepción de Jesús fue tan inmaculada como la cristiana y es para ellos, como para los cristianos, Virgen. Una de las suras más bellas del Corán (la 19) está íntegramente dedicada a ella.

Ayer coloqué una encuesta en twitter preguntando a mis seguidores si creían que los musulmanes consideraban virgen o no a María y el grado de desconocimiento de aspectos como este resultó enorme. Y como este los demás ¿conocen los musulmanes el antiguo testamento? ¿en qué creen? ¿de dónde nace el islam?

Los seres humanos preferimos ignorar y temer lo desconocido que conocer y tender puentes hacia lo ignorado y esto es válido para musulmanes, judíos, católicos y protestantes. Por eso no debiera extrañarnos que si cultivamos la ignorancia estemos cultivando al mismo tiempo el miedo y la violencia.

O asumimos que vivimos en un estado aconfesional, sacamos las religiones (todas) de nuestras ecuaciones políticas y combatimos la ignorancia, o lo de Torre Pacheco será solo el principio.

Y discúlpenme si molesto.

Y sin embargo aquí seguimos

Y sin embargo aquí seguimos

Les contaba el otro día que en Cartagena habíamos perdido todas las guerras, desde la segunda guerra púnica en el 209 AEC a la última guerra civil en el 1939 EC. Y sin, embargo…

Sin embargo, a pesar de la República Romana, de Suintila, de los moros y los cristianos, de los austrias y de los borbones, de los bombardeos de Martínez Campos y los de la Legión Condor, 2229 años después de que Asdrúbal diese nombre a nuestra ciudad aquí seguimos pese a esos casi tres mil años de derrotas.

Y hemos vivido no solo derrotas sino también traiciones, muchas traiciones, desde alcaldes (o alcaldesas) que venden el futuro de todos para pagar su personal futuro político, a obispos que abrazan la mentira para ellos y sus sucesores como forma de ejercer su cargo. Sin propósito de enmienda y sin el más mínimo dolor de los pecados.

No, no es fácil seguir aquí tras 2209 años de traiciones y derrotas, sólo la memoria de quienes fuimos, la seguridad de lo que somos y la conciencia de quiénes podemos llegar a ser, empuja desde hace dos milenios a las gentes de esta tierra a marchar hacia Roma, a zarpar hacia las Antillas a pelear guerras perdidas o a enfrentarse al mundo en un sueño federal que costó miles de muertos.

Sí, hemos perdido todas las guerras, pero quizá porque las hemos peleado todas seguimos aquí, va ya para 3000 años.

Y a lo mejor es también por eso por lo que, infames que desearían que sus iniquidades se olvidasen, tratan de convertir en mercancía paletizada los vestigios venerables y las pruebas palpables de su miserable inanidad.

No se trata solo de una catedral.

Tres mil años de derrotas

Tres mil años de derrotas

En Cartagena hemos perdido todas las guerras… O casi.

Ya durante la segunda púnica nuestra ciudad fue punto de partida de la ofensiva carthaginesa y principal centro logístico de las tropas de Anibal hasta el punto de que la estrategia romana, tras perder una interminable lista de batallas en la península itálica, fue marchar a la península ibérica y contraatacar sobre nuestra ciudad en el 209 AEC. La suerte de la civilización se jugó a los pies de nuestras murallas y… perdimos.

Tras varios siglos de dominio romano unos foederati germanos (los visigodos) fueron instaurados en el poder por un imperio de occidente moribundo aunque el emperador de Constantinopla mandó a nuestra ciudad a las fuerzas imperiales de Patricio Liberio que recuperaron para el imperio romano nuestra ciudad y una extensa franja de tierras en el sureste que constituyeron la «Provincia de Spania». Fueron los tiempos de buenos obispos como Liciniano y de santos trascendentales para la historia de la humanidad: Leandro, Fulgencio, Florentina e Isidoro. Pero tras casi un siglo los visigodos volvieron y Suintila atacó nuestra ciudad. Y de nuevo perdimos.

Y fuimos visigodos contra los musulmanes… Y perdimos. Y fuimos musulmanes contra los cristianos… Y perdimos. Y fuimos españoles contra los franceses (aquí milagrosamente no perdimos) y fuimos liberales contra los Cien mil hijos de San Luís (y volvimos a perder) y fuimos republicanos federales contra el mundo en 1873 y volvimos a perder y fuimos el último enclave militar en ser tomado en nuestra guerra civil… Otra que perdimos y ahí tienen las ruinas de la vieja catedral de Santa María para comprobarlo.

Sí, hemos perdido todas las guerras (o casi) pero, desde el 209 AEC al 1939 EC nuestra ciudad ha estado en todas las guerras jugando un papel importante cuando no decisivo en ellas y es por eso que, aunque no hayamos ganado —casi— ninguna guerra, sí que nuestra ciudad se ha ganado un puesto preeminente en la historia de la península ibérica, de Aníbal a la Legión Cóndor, un puesto del que pocas ciudades de España pueden alardear.

A mí, de las muchas derrotas de mi ciudad, me gusta recordar las mantenidas en defensa de la libertad como en esos tiempos en que Torrijos (el General Torrijos) mandó esta plaza.

Obviamente cuando Torrijos y sus compañeros fueron fusilados como consecuencia de su intentona liberal en la playas de Málaga, también había cartageneros allí. Entre los fusilados, claro.

Dios lo quiere

Dios lo quiere

Veo a Donald Trump en televisión dando cuenta del ataque de los Estados Unidos a instalaciones militares de Irán y le escucho terminar su intervención diciendo: «Gracias Dios. Dios proteja al ejército y a los Estados Unidos». Estas palabras me traen a la memoria la narración que de la guerra entre Israel y sus acérrimos enemigos los amalecitas se hace en el primer libro del profeta Samuel.

Han sido muchos los filósofos y pensadores que se han asombrado de la extrema crueldad con la que Yahweh, el dios de Israel, ordenó el genocidio de la población amalecita (I Samuel. Cap. 15):

«Y Samuel dijo á Saúl: Jehová me envió á que te ungiese por rey sobre su pueblo Israel: oye pues la voz de las palabras de Jehová. 
2 Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Acuérdome de lo que hizo Amalec á Israel; que se le opuso en el camino, cuando subía de Egipto. 
3 Ve pues, y hiere á Amalec, y destuiréis en él todo lo que tuviere: y no te apiades de él: mata hombres y mujeres, niños y mamantes, vacas y ovejas, camellos y asnos».

El rey Saúl, en cambio, más piadoso que su dios, tras derrotar a los amalecitas no cumplió la orden de Yahweh y perdonó la vida de los mamíferos (según él para sacrificarlos a Yahweh) y de parte de la población amalecita lo que provocó la ira de Yahweh quien retiró su apoyo a Saúl y provocó su caída a manos de David.

Como digo, muchos pensadores y filósofos se han preguntado durante años cómo es posible que un dios, teóricamente justo y bueno, ordenase matar a hombres, mujeres y niños de pecho y se encolerizase porque sus órdenes no fuesen cumplidas al pie de la letra.

Podrían haberse ahorrado sus sesudas reflexiones si hubiesen partido de la evidencia de que el primer libro de Samuel, como toda la Biblia, fue escrito por hombres que tenían un programa político en mente.

Los seres humanos siempre han sentido la necesidad de justificar las terribles iniquidades y vilezas que han llevado a cabo y el expediente al que han recurrido con mayor frecuencia ha sido precisamente dios («Dios lo quiere»).

Islamistas, cristianos, israelitas… Cada vez que han sido autores de matanzas y genocidios han descargado sus conciencias afirmando que cumplían órdenes de dios y no han tenido empacho en hacerlo constar como palabra de dios en los libros sagrados.

Pero que nadie te engañe, los libros sagrados han sido escritos por hombres y estos se han encargado de intercalar entre el mensaje divino las palabras precisas para justificar sus mayores crímenes. Si Israel exterminó de la faz de la tierra a los amalecitas no fue por maldad, sino por orden de dios; si los terroristas islamistas hacen explotar bombas para asesinar personas inocentes es porque dios lo quiere y si Donald Trump lanzó un ataque militar ayer noche contra Irán tampoco tenga usted dudas: es también porque dios lo quiere.

«Gracias Dios. Dios proteja al ejército y a los Estados Unidos» dijo ayer Donald Trump usando de una retórica para nada distinta de la usada por los dirigentes de la República Islámica de Irán. «Gracias Dios. Dios proteja al ejército y a los Estados Unidos» ¿y por qué habría Dios de proteger a los Estados Unidos y no a los niños de Gaza?

El ser humano usa a dios para justificar sus iniquidades y crímenes y esta estrategia parece no haber cambiado en los últimos cinco mil años. Cinco milenios durante los que la humanidad se ha mostrado incapaz de sacar a dios de sus ecuaciones criminales, cinco mil años de que siempre haya una pluma mercenaria que ponga en bica de dios palabras que —si existiese— dios jamás pronunciaría.

Donald Trump no es muy distinto del viejo rey Saúl aunque, seguramente, habría sido menos compasivo que este con los amalecitas.

Los santos de mi ciudad

Los santos de mi ciudad

El santoral de mi ciudad no resiste el más mínimo examen de la autoridad eclesiástica.

En mi ciudad los santos del cielo no suelen ser bondadosos sujetos beatíficos ni dóciles monjitas rezadoras con aroma a claustro o a salón parroquial; en mi ciudad los santos y las santas empuñan con más frecuencia una pistola semiautomática o una navaja que un báculo episcopal o un rosario, porque en Cartagena los santos blandengues y relamidos gustan poco y es quizá por eso por lo que se le tiene tanta ley a santos como San Pedro, que además de espadachín y pendenciero es, en el iconostasio de los cartageneros, un santo obrero, rebelde, jaranero e indisciplinado.

Les cuento esto para advertirles de que los santos de que les voy a hablar en esta historia no pertenecen a esa estirpe que puebla los expedientes vaticanos de beatificación. Los santos de que voy a hablarles hoy no han realizado ningún milagro que los avale y ni siquiera es seguro que hayan entrado en el cielo del dios de los cristianos. Lo que sí puedo asegurarles es que los cartageneros les han elevado a sus particulares altares laicos y mis paisanos esperan antes encontrarse con ellos en la vida futura —si es que la hubiere— que con ninguno de esos santos de mitra o toca que miran beatíficamemte hacia los cielos en los camarines de las iglesias.

Y ahora vayamos al turrón.

Los santos de que yo quiero hablarles hoy se llamaban Miguel y Caridad. Miguel había nacido en La Unión en el año 1900 y Caridad, algo mayor que él, había nacido en Cartagena en el año 1879, de forma que, para el año 1936 que fue cuando sucedieron los hechos que voy a narrarles, Miguel contaba 36 años y Caridad ya era una mujer de 56.

Sus vidas, eso sí puedo adelantárselo, no habían sido de esas que su Santidad Pio XII, a la sazón papa de la Iglesia de Roma, habría puesto de ejemplo para nadie, pero no dejaban de tener su interés.

Miguel era hijo de una familia minera de La Unión. A los 9 años y por necesidad comenzó a trabajar en una imprenta m primero sindicalista de la UGT, luego militante del PSOE y, tras diversos avatares, afiliado del Partido Comunista de España. Llegó a ser alcalde de Cartagena pero para el día 25 de julio de 1936 el cargo que ocupaba Miguel era el de simple concejal del Ayuntamiento de Cartagena.

La vida de Caridad había sido mucho más miserable que la de Miguel. Hija de una mujer con fama de vivir en el mundo de la prostitución, Caridad desde muy niña fue prostituida por su propia madre en un barrio enclavado en el centro mismo de Cartagena: el barrio del Molinete. La pequeña Caridad, para su desgracia, fue entregada desde casi niña a hombres mucho mayores que ella.

Es preciso aclarar a quienes no sean de Cartagena que el Molinete, a finales del siglo XIX y principios del XX, era meca de toreros, artistas y cantaores flamencos, pero también ¡ay! era un bullicioso barrio prostibulario alimentado por las súbitas fortunas amasadas con la minería de la plata y el plomo o la llegada de barcos de la Armada repletos de marinería. Y fue en ese barrio y en ese ambiente donde nació y creció Caridad.

Pero, por inverosímil que parezca, Caridad no fue una chica normal. Desde muy joven fue amante de políticos y ricos propietarios mineros y por su cama pasaron regularmente alcaldes de Cartagena y Ministros del gobierno de Alfonso XIII que la hicieron su amante.

Para 1936, Caridad ya contaba 56 años pero había amasado una discreta fortuna y era la dueña del burdel de más fama del Molinete; su red de contactos e influencias, además, era tan amplia como la persona más ambiciosa pudiese desear.

Y fue en ese situación cuando ocurrieron los hechos que quiero narrarles.

Los generales Franco, Goded y Mola se habían sublevado en Marruecos, Barcelona y Navarra, hacía apenas una semana. Las Brigadas de Navarra avanzaban hacia Madrid y el ejército de África trataba de pasar a la península para acabar con el gobierno de la República.

Por su parte en Cartagena, que permaneció leal a la República con toda su flota, se desató una frenética búsqueda y captura de miembros, reales o imaginarios, de la llamada «quinta columna», lo que convirtió de inmediato en sospechoso a cualquier individuo de derechas.

Y en medio de toda aquella locura el 25 de julio de 1936 turbas incontroladas decidieron asaltar iglesias y templos y destruir cuanto de valor hubiese en ellos.

Para Miguel, el militante del Partido Comunista y concejal del Ayuntamiento de Cartagena protagonista de nuestra historia, aquella forma de proceder era inaceptable y la jornada resultó particularmente dura para él.

En un primer momento, Miguel se presentó en la iglesia de Santa María de Gracia pues allí se acumulaban numerosísimos pasos de Francisco Salzillo de extraordinario valor artístico. Junto a personas como la poetisa Carmen Conde (primera mujer miembro de la Real Academia Española de la Lengua), trató de evitar la quema de las esculturas pero sin éxito, viéndose obligado a huir del lugar al ver peligrar su propia vida.

Miguel se encontró posteriormente con idénticas escenas de destrucción en otras iglesias y fue entonces cuando decidió dirigirse a la Basílica de la Caridad, templo de la patrona de nuestra ciudad, la Virgen de la Caridad, donde el destino le llevaría a cruzarse con la otra Caridad de nuestra historia, no la virgen, obviamente, sino la otra santa de nuestro relato.

Porque en la puerta del templo de la Caridad, como en el resto de las iglesias de la ciudad, se había agolpado una masa descontrolada dispuesta a destruir cuanto hubiese en el interior del templo. Lo que no esperaba aquella masa furiosa es que, por el vecino barrio prostibulario del Molinete, pronto corriese la voz de que iban a destruir la imagen de la Patrona de la ciudad, lo que dio lugar a una reacción inesperada.

Enteradas de que la masa se dirigía al templo de la Patrona las chicas del burdel de Caridad decidieron atajar el paso a la turba y provistas de armas blancas se colocaron en la puerta principal de la basílica determinadas a bloquear el paso a la turba.

No está claro cuántas chicas formaron el cuadro ese día frente a la iglesia, tampoco está claro si era la propia Caridad quien las capitaneaba, en lo que sí coinciden todos los testigos es que en el momento de máxima tensión, cuando las chicas y la turba se aprestaban al enfrentamiento a cara de perro, apareció desde dentro de la iglesia el concejal Miguel.

Miguel había llegado a la iglesia de la Caridad por su parte posterior, la que colindaba con el Molinete y, entrando en la iglesia por la puerta trasera, se dirigió hasta la puerta principal a donde llegó cuando el enfrentamiento entre las chicas de Caridad y la masa que venía a asaltar la iglesia parecía inevitable.

La masa increpó al comunista Miguel y Miguel increpó a su vez a la masa. Las chicas cerraron filas en torno a Miguel y este, se cuenta, que amartilló su pistola.

Lo que pasó en ese momento varía según las versiones de los diversos testigos que refieren esta historia.

«Si vais a subir esos escalones acerrojad los fusiles porque os aseguro que no os va a ser fácil» dicen algunos que dijo… Eso o algo parecido. Quién sabe, lo que estaba ocurriendo allí estaba transitando en ese momento por la delgada línea que delimita los márgenes del campo de la historia de los límites de la leyenda.

Sea como fuere lo cierto es que quienes venían con la masa se achantaron y que quienes les dirigían se achantaron también, de forma que comenzaron a disolverse ante la determinación del concejal y las chicas de Caridad que no tardaron en quedar dueñas del campo.

Muchas iglesias e imágenes ardieron ese día pero eso no pasó en el templo de la Patrona de Cartagena salvado por un inesperado pelotón de voluntarias. En todos los años que quedaban de guerra el templo ya nunca más volvió a ser amenazado y Caridad y sus chicas subieron así al olimpo cartagenero de las leyendas.

Tras la guerra Caridad Norberta Pacheco (alias Caridad «La Negra» en el submundo prostibulario pero ya también Caridad La Negra para todos los cartageneros) disfrutó de un reconocimiento social, incluso entre las clases altas, que nunca pudo imaginar. Los Viernes de Dolores, día de la fiesta grande de nuestra ciudad, un lugar preeminente para ella en la basílica de la Caridad y en los corazones de los cartageneros estaba asegurado. Hoy, todavía, todos los Viernes de Dolores, una agrupación cofrade hace llegar al templo un ramo de rosas negras en recuerdo de Caridad La Negra, la santa de nuestra historia.

Es verdad que aún se pueden ver en los bares de la ciudad fotografías de los años mozos de Caridad donde esta, supuestamente, aparece desnuda, pero, salvo para la mirada ignorante del turista, no hay en ello falta de consideración alguna hacia Caridad. En Cartagena a los santos también se les recuerda así, aunque…

Aunque en el caso de Caridad La Negra no solo fue elevada a los altares tras los mostradores de las tabernas y, si vas a la Basílica de la Caridad y a la derecha del altar te inclinas, verás en lugar bien visible el cuadro de una María Magdalena del pintor Manuel Wsell de Guimbarda, que nos recuerda poderosamente a una niña de 15 años, una tal Caridad Norberta, que fue de niña modelo del pintor y que está para siempre a la derecha de la otra Caridad, la que ella y sus muchachas defendieron aquel lejano 25 de julio de hace muchos, muchos, años.

Para nuestro otro santo, Miguel, el final de la guerra no fue tan dulce como para Caridad. Miembro del Partido Comunista y concejal de izquierdas en el Ayuntamiento de Cartagena durante la guerra, Miguel Céspedes fue juzgado en un procedimiento sumarísimo en el que fue acusado de «adhesión a la rebelión» e investigado en referencia a su posible participación en varios asesinatos y en la redacción de la lista de presos a ejecutar en la «saca» de la cárcel de San Antón del 18 de octubre de 1936, en la que 49 personas fueron fusiladas.

En su favor declararon numerosos testigos y en 1943 fue condenado «exclusivamente» por «adhesión a la rebelión» a 30 años de prisión, si bien fue excarcelado ese mismo año y pudo acogerse a indulto en 1945. Desde entonces abandonó cualquier actividad política, y permaneció hasta su fallecimiento en 1971 al frente de su imprenta.

Como pueden imaginar los sucesos del 25 de julio pesaron mucho en todo esto, al igual que la sombra de las dos Caridades de esta historia.

Hoy, la vieja imprenta del tipógrafo Manuel Céspedes se arruina en el lateral sur de la Plaza de San Francisco, pero aún nos permite ver el nombre con que Miguel decidió bautizar a su negocio.

Adivinen ustedes por qué o por quién.

El hombre que leía a Rafael Barret

Recuerdo bien aquella noche.

Era ya casi hora de cenar cuando de algún lado llegó una orden para intervenir en casa de un ciudadano que, a algunos otros vicios insoportables para el régimen, unía también el de leer.

El servicio duró poco. Apenas si yo había acabado de cenar cuando «la fuerza actuante» estaba de vuelta cargada con una colección de libros con las hojas aún sin cortar de la Editorial Sopena Argentina. El jefe de la «fuerza actuante», sin duda apremiado porque a él también le esperaba la cena en casa, determinó provisoriamente que mi padre habría de llevarse los libros en custodia como depositario y así llegaron aquellos libros a mi casa.

Como todo lo «provisional» en España, la presencia de aquellos libros en mi casa se hizo eterna y, por eso, no dejó de parecerme normal que mi madre los fuese leyendo todos sistemáticamente hasta que un día, a la hora de comer, ocurrió lo que tenía necesariamente que ocurrir.

Mientras comíamos sopa de cocido con fideos (estos detalles por razones que se me escapan nunca se olvidan) mi madre levantó la vista del plato y dijo a mi padre con toda candidez:

—Oye Pepe ¿sabes que a mí me gusta lo que pone en esos libros?

Yo, temiéndome lo peor, seguí mirando fijamente al plato de sopa sin saber cuál sería exactamente la reacción de mi padre pero me tranquilicé cuando vi que, simplemente, se encogía de hombros y que ponía cara de estar harto de libros y de órdenes que él no entendía. Como si no hubiese pasado nada mi padre siguió comiendo su sopa.

Yo, naturalmente, me apresuré a leer aquellos libros para verificar qué era aquello que le gustaba a mi madre y quien era la persona que lo escribía. Por más que le di vueltas yo allí no encontré nada raro ni que me pareciera peligroso; de hecho el autor, un tal Rafael Barret, me resultaba absolutamente desconocido y en ninguno de mis libros de texto ni en ninguna otra de mis lecturas había ninguna referencia a él.

Aquellos libros, naranjas y negros con los títulos de la portada en blanco, siguieron dando vueltas por mi casa muchos años aunque ni mi madre ni yo les prestábamos ya atención y estoy seguro que, el día que logre reunir ánimos, buscaré entre los viejos enseres de la casa de mi madre y encontraré alguno de ellos, porque estoy seguro que alguno sigue allí.

Fue hará unos tres años que, al hilo de la muerte de mi padre, me acordé del tal Rafael Barret y decidí investigar quién era aquel hombre que había provocado con sus escritos la intervención de la guardia civil en la casa de un ciudadano privado. Y lo encontré.

No les contaré su vida ni les haré reseña alguna de su biografía, es interesantísima y no quiero privarles del placer de leerla si a ello se deciden, sólo les diré que, aún siendo español, se le considera el padre de las letras paraguayas. Y en mi búsqueda encontré uno de aquellos pasajes que tanto le gustaban a mi madre y a mí. El texto se titula «Gallinas» y a continuación se lo transcribo:

«Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.

La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llenó para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en la casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté a uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.

¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí.

Antes era un hombre. Ahora soy un propietario.»

(«Gallinas», Rafael Barret, 1910)

He dudado mucho sobre si contarles o no esta historia y no han sido pocas las veces que la he iniciado para abandonarla acto seguido, pero creo que ya ha pasado el tiempo suficiente. Soy el último testigo vivo de ella y me parece, pues, que ya puedo contarla.

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