Falacia «ad hominem»: el rebuzno humano

Falacia «ad hominem»: el rebuzno humano

La libertad de expresión no es la libertad de decir lo primero que se te ocurra; decir majaderías, emitir rebuznos o lanzar ladridos es algo para lo que, muy probablemente, la libertad de expresión no fue pensada.

Los rebuznos más habituales del discurso humano son las falacias de entre las cuales destaca, antes que ninguna otra, la falacia «ad hominem», esa que se caracteriza por intentar desacreditar a la persona que defiende una postura, señalando una característica o creencia impopular de esa persona, en vez de analizar el contenido del argumento que defiende la postura contraria.

La verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero, decían los antiguos sabios, la falacia «ad hominem» trata de desacreditar al porquero por su trabajo, no por la veracidad o inveracidad de sus afirmaciones; la falacia «ad hominem» es esa que cuando te acusan de corrupto te hace ladrar ¡fascista! o ¡perroflauta! a tu interlocutor… es la falacia del «¡y tú más!». Es esa que cuando se analizan las acciones del Tito Berni responde Rato o cuando se juzga Gürtel responde ERE.

La falacia «ad hominem» jamás conduce a la verdad sino sólo a la bronca; es una falacia tabernaria, grosera, faltona e incapaz de generar nada bueno para la convivencia. La falacia «ad hominem» es propia de mala gente y es por eso lamentable que no se enseñe en el colegio desde las edades más tiernas a despreciar a quien la usa, sería una enorme contribución a la mejora de este país.

Hay muchos más tipos de rebuznos habituales en el entendimiento humano, desde el «ad hoc ergo propter hoc» al casi siempre mal utilizado argumento de autoridad, pero, seguramente, ninguno tan disolvente y despreciable como este de la falacia «ad hominem».

Toda libertad lleva aparejada una responsabilidad y cuando la libertad es grande la responsabilidad es grande también. Si la libertad de expresión es grande tu responsabilidad antes de usarla es pensar y trabajar tu pensamiento con la misma grandeza con que te es permitido expresarlo para que, aquello que expreses, sirva para generar una sociedad mejor y no sirva solo para envenenarla.

Abogados, derrota y gloria

Abogados, derrota y gloria

Ayer mientras escribía el post «Papá quiero ser LAJ» y hablaba del indudable glamour de nuestra profesión, sobre todo en el caso de que los protagonistas fuesen seres frágiles y al borde de la derrota, no podía dejar de pensar en una cita sobre Cervantes de Manuel Vázquez Montalbán:

«Si Cervantes no hubiera sido manco, ni hubiera perdido tantas cosas, incluido el honor mal llevado por sus parientes femeninos, probablemente jamás se habría metido en la piel de Don Quijote, ni habría arrastrado a Sancho al mal camino de la utopía. Sólo a un derrotado se le ocurre convertir la derrota en victoria moral».

Y pensé si no seremos nosotros y los que son como nosotros los auténticos derrotados de esta historia.

Recuerdo que un día, tras escribir uno de mis habituales post sobre abogados reales y abogados de grandes bufetes, un abogado de uno de esos bufetes me puso un comentario agrio diciendo que ellos también tenían gloria y tal… y creo que le respondí algo así como que no se podía querer todo, que el dinero y la gloria en nuestra profesión no suelen ir juntos y que había que escoger porque, como dijo Calamandrei, el abogado nunca o casi nunca se hace rico; ricos se hacen (y cito textualmente)

«…ricos se hacen solamente aquellos que, bajo el título de abogados, son en realidad comerciantes o intermediarios…»

Y ahora, mientras veo a la profesión pelear por las migajas del turno y no atacar al núcleo de esos que, como dijo Calamandrei, son «…en realidad comerciantes o intermediarios…» y están destruyendo la abogacía, me pregunto si no acabaremos cambiando la poca gloria que nos queda por unos, aún más pocos, euros.

Sí, seguramente sólo a los derrotados se les ocurre convertir las derrotas en victorias morales, pero es porque ser pobre es en verdad la única condición que no puede comprarse con dinero.

Una cuestión de glamour

Una cuestión de glamour

Ayer recordé la serie televisiva «Turno de oficio» (1986) y muchos de mis lectores más jóvenes me dijeron que ellos eran más bien de «La ley de los Ángeles» sin que faltaran tampoco una buena proporción de abogadas que citaron otra serie, «Ally McBeal».

Hay que reconocer que nuestra profesión tiene glamour y yo diría que tanto más glamour cuanto más frágil y humano es el protagonista. Así, en «Anatomía de un asesinato» tenemos a un acabado y desengañado James Stewart defendiendo hasta los límites del esfuerzo humano a unos clientes que huyen sin pagarle (¿te suena?); en «Llamad a cualquier puerta» un abogado (Humphrey Bogart) salido de los barrios bajos pierde un proceso con un joven de esos mismos barrios bajos a quien trata de salvar y que acaba ejecutado o a un Paul Newman sumido en una espiral de autodestrucción en «Veredicto final» (1982).

Si el glamour nace de la derrota, indudablemente en este siglo XXI nuestra profesión tiene más glamour que nunca.

Tampoco los jueces andan mal de glamour y alguna serie que otra o alguna película se ha hecho sobre ellos. Obviamente no tantas como sobre abogados —no vayamos a comparar— pero también alguna y meritoria.

No es por eso infrecuente que, cuando se pregunta a algún chaval qué quiere ser de mayor, mencione las opciones de juez o abogado, pues, aunque no sean las más frecuentes, es indudable que, de vez en cuando, aparecen.

—Hijo ¿Tú qué quieres ser de mayor?
—Astronauta

Y el padre queda tranquilo.

Ahora bien, hay profesiones que jamás pasan por la mente de un niño cuando se le pregunta qué quiere ser de mayor. Imagine usted que le pregunta a su hijo

—Nene ¿tú qué quieres ser de mayor?

Y el nene responde

—Papá, quiero ser LAJ.

Hipertensión, sudoración copiosa, hiperventilación, susto mayúsculo… ¿estará bien mi chiquillo? (se pregunta el padre)…

Tengo la sensación de que si un niño (o niña) le dice a sus progenitores a los ocho años que «quiere ser LAJ» estos lo llevarán de inmediato al ambulatorio más cercano o buscarán para él algún tipo de terapia.

Y no es que ser LAJ sea raro, simplemente es que no tiene glamour y contra eso no se puede hacer nada; dicho sea siempre en estrictos términos de defensa y con todos los respetos hacia la judicial fe pública.

Creo que ahora que la huelga parece estar en trance de solucionarse ya podemos decirlo: los chiquillos y chiquillas de España no quieren ser LAJ y esto ha sido olvidado por la comisión negociadora.

Además de sueldo y condiciones laborales yo creo que es imprescindible dotar a los LAJ de glamour por lo cual, en la tabla reivindicativa, debió incluirse el que el estado, aprovechando su control de la televisión pública, realizase una serie sobre los LAJ de forma que los padres y niños españoles pudiesen enfrentar sin traumas el momento, hasta ahora traumático, del «papá quiero ser LAJ».

Ojalá la huelga termine bien y ojalá todo vuelva a su natural ser, los LAJ a su despacho, los jueces a sus agobios y los abogados a sus hambres y a sus plazos. Esos plazos que en España nadie cumple salvo ellos.

Vacaciones para tiesos (III): entendiendo la Semana Santa

Vacaciones para tiesos (III): entendiendo la Semana Santa

Observo por las estadísticas que, el número de tiesos que aún sigue esta serie de post destinada a hacerles disfrutar sin gastar dinero de la Semana Santa, se mantiene así que ahí va hoy una nueva entrega. Si aguantan la entrega de hoy —sin duda la más espesa— los capítulos restantes harán las delicias del respetable pero… Hay que entender este.

Vamos al turrón.

Dejamos ayer a los judíos metidos en un follón tremendo, con media población adicta a la cultura griega, la otra media sintiéndose «muy judía y mucho judía» y gobernados por unos recien llegados, los Macabeos, quienes se habían apoderado de todos los poderes declarándose reyes —a pesar de no ser de la casa de David— y hasta del cargo de Sumo Sacerdote del templo que había reconstruido Zorobabel. Los judíos, para entonces, no tenían miedo ya de sus antiguos dominadores, los Seleúcidas, porque a estos les había salido un grano en el oriente de su imperio, una tribu de jinetes implacables que, en pocos años, construyeron un imperio formidable que abarcaba desde el actual Pakistán hasta el norte de Mesopotamia, dejando a los Seleúcidas apenas recluidos en lo que es la actual Siria: esos jinetes terribles eran conocidos como los Partos.

Parecía que las cosas iban medio bien para los judíos y que no podían aumentar mucho los problemas pero se equivocaban.

Se equivocaban porque un nuevo poder emergente, la joven República Romana, había adquirido intereses en el Mediterráneo Oriental y empezaba a estar hasta el «pilum» de la maldita plaga de piratas que asolaba la región del oriente de Cilicia y el norte de Siria, justo donde hacen ángulo la península de Anatolia (actual Turquía) y el norte de la vieja Fenicia, actual Líbano.

Como los romanos tenían muy poco sentido del humor cuando les tocaban sus naves decidieron poner fin al asunto de los piratas mandando a la zona a su mejor general, un tal Pompeyo, que acababa derrotar a Espartaco y sus esclavos rebeldes y al cual dieron, además, poderes especiales para hacer y deshacer a su antojo.

Pompeyo se plantó en Cilicia e hizo un escabeche de piratas notable pero, ya puesto en harina, no sólo se dedicó a apiolar piratas sino que se anexionó un montón de territorios en la península de Anatolia y, además, de paso conquistó los restos del Imperio Seleúcida que pasaron a formar parte de la República Romana con el nombre de provincia de Siria.

Faltaban apenas 64 años para el nacimiento de Jesús de Nazaret cuando la República Romana se hizo fronteriza con el Reino Macabeo de Judea y pasó lo que tenía que pasar.

Diversos miembros de la familia de los macabeos resulta que andaban embroncados (as usual) por ver quien mandaba y concretamente dos de ellos, Hircano y Aristóbulo, andaban a tortas. Obsérvese, incidentalmente, que estos macabeos que habían llegado al poder diciendo que eran muy judíos y mucho judíos y oponiéndose a los judíos helenísticos, ahora llevaban ya nombres de pila griegos, lo cual es tan paradójico como si en la actualidad los reyes de España se llamasen Philip VI o John Charles I. Estos nombres nos dan una idea de cuán helenizada estaba la aristocracia judía.

Sigamos.

Viendo Hircano y Aristóbulo que los romanos andaban en la frontera, ambos, se dirigieron a Siria a pedirle ayuda contra su hermano respectivo a Pompeyo, pero no fueron solos, porque allí también se presentaron representantes de la secta de los fariseos a decirle que esos macabeos eran unos genares que ni respetaban a Yahweh, ni la Torá, ni nada de nada, y que, para gobernar, mucho mejor ellos que los macabeos del demonio.

Pompeyo, cuando empezó a enterarse del follón lírico que había en Judea entre helenizados, macabeos, fariseos, partidarios de Hircano, de Aristóbulo, esenios y saduceos varios, pidió tiempo muerto y dijo que le dieran cuartel para tratar de entender todo aquel galimatías, que le dejaran recabar informes.

Si Pompeyo hubiese leído los dos post que usted, amable lector o lectora, leyó ayer y anteayer, no habría necesitado pedir tiempo muerto, pero en la época de Pompeyo no había Facebook ni Twitter y, claro, el hombre andaba desinformado.

Estaba Pompeyo estudiando el asunto cuando el tontazo de Aristóbulo decidió atacar con sus tropas a Pompeyo y pasó lo que tenía que pasar, que fue aplastado sin levantar mano por las tropas de Pompeyo que vio resuelto el problema, pues, si sólo quedaba vivo Hircano, no iba a nombrar a otro (se ve que los fariseos no acabaron de hacerse entender) así que Pompeyo colocó a Hircano de Sumo Sacerdote y declaró a Judea estado vasallo.

Toda la toma de Jerusalén por Pompeyo de manos de Aristóbulo es un episodio bellamente narrado por el principal historiador judío, Flavio Josefo. El relato de cómo Pompeyo penetró en el Sancta Sanctorum del templo de Jerusalén y vio lo que nadie podía ver sin tocar ninguno de los tesoros que allí se guardaban, aún eriza el vello pero, como esto es un resumen y hemos de llegar lo antes posible a Jesús de Nazaret, lo pasaré por alto.

Lo malo de las conquistas de Pompeyo es que ahora Roma hacía frontera con el imperio Parto a través del Reino vasallo de Judea y los puñeteros Partos eran tipos muy, muy, duros y acabaron siendo la némesis de la República Romana.

La República en aquellos años la gobernaba el triunvirato formado por Pompeyo, César y Craso y, mientras César andaba conquistando la Galia, Craso fue enviado a poner orden con el Imperio Parto. Fue una de las más brutales catástrofes romanas. Cuando faltaban apenas 50 años para el nacimiento de Jesús de Nazaret, Craso fue brutalmente derrotado en Carras (Siria) donde, además de masacrar a un imponente ejército, los partos mataron a Craso y a su hijo.

Las consecuencias las imagináis, con Pompeyo y César como únicos supervivientes del triunvirato la guerra civil entre ambos no tardó en estallar y César, tras derrotar a Pompeyo, mientras acababa con la guerra civil, apareció por Egipto donde otros dos faraones peleaban por la corona: Ptolomeo XIII y su hermana Cleopatra. Creo que no necesito decir lo que pasó, César se enamoró perdidamente de Cleopatra pero no sin que antes, su hermano, Ptolomeo XIII, cercase con su ejército a César de tal modo que este pensó que ahí se terminaba la fiesta.

Sin embargo un sorprendente 7⁰ de caballería llegó en ayuda de César; resulta que Hircano (el Sumo Sacerdote judío a quien Pompeyo había puesto al frente del Reino de Judea) apareció por Egipto con su ejército al frente del cual estaba el general Antípatro (otro nombrecito griego). Su inesperada llegada salvó a César de ser apiolado por las huestes de Ptolomeo XIII y todo fue alegría, felicidad y Cleopatra, mucha Cleopatra.

La ayuda de Hircano y Antípatro no era desinteresada; nombrado Sumo Sacerdote por Pompeyo, enemigo mortal de César, Hircano venía a congraciarse con el nuevo «boss» y César lo agradeció confirmando a Hircano como sumo sacerdote y a Antípatro como Procurador romano en la zona. Es bueno que aclaremos que Antípatro tenía dos hijos, uno llamado Faisal y otro Herodes, un personaje este último que, seguramente, les sonará y que será decisivo en la historia de Jesús de Nazaret.

César, mientras tanto, tras pegarse unas vacaciones en el Nilo con Cleopatra navegando arriba y abajo y flipando con las cosas que había en Egipto, marchó un momentito a Roma para ver cómo arreglaba el asunto de los partos. Decidido a vengar la derrota de Craso, Julio César convocó una reunión en el Senado el 15 de marzo del año 44 antes de que naciese Jesús de Nazaret y allí ya sabéis lo que pasó: fue apuñalado a los pies de la estatua de su archienemigo Pompeyo.

Muerto César un nuevo triunvirato se formó con su hijo adoptivo Octaviano, Lépido y su sucesor moral Marco Antonio que, decidido a completar la obra de César y derrotar a los partos, marchó a oriente a preparar la campaña y allí se encontró… ¿lo adivináis? sí, con Cleopatra.

Perdidamente enamorado de Cleopatra (¿qué tendría esta mujer?) a Marco Antonio pronto se le olvidó el asunto de la guerra con los partos y comenzó a vivir de fiesta en fiesta con la faraona. Perdido en un delirio erótico de vino y rosas Marco Antonio ni se enteró de que los partos habían decidido que no iban a esperar a que los romanos fuesen por allí y que mejor serían ellos los que atacarían primero, así que, aprovechando la enésima enemistad entre dos personajes del clan de los Macabeos, los Partos se apoderaron de Judea apoyando a un sobrino de Hircano, el Sumo Sacerdote macabeo nombrado por Pompeyo y confirmado por César.

Faltaban apenas 41 años para el nacimiento de Jesús de Nazaret cuando un sobrino de Hircano llamado Antígono (otro nombrecito griego) buscó y encontró ayuda en los Partos para derrocar a su tío.

El episodio merece ser narrado: cuando Antígono y sus partos llegaron a Jerusalén mataron a Feisal —uno de los dos hijos del general Antípatro— y tras detener al Sumo Sacerdote Hircano le cortó las dos orejas. No es que Antígono hubiese lidiado con torería a su tío, lo que ocurre es que para ser Sumo Sacerdote era imprescindible no tener tara alguna y con esto Antígono se aseguraba que nunca jamás volviera a serlo.

Si Antígono dio la vuelta al ruedo con las orejas no nos lo cuentan las crónicas.

Sé que el follón que les estoy contando es de padre y muy señor mío pero, si has llegado hasta aquí, verás que el final está cercano y que acaba de forma sorprendente.

Mientras le cortaban las orejas a Hircano y apiolaban a Faisal, su hermano Herodes se las apañó para huir hacia Egipto con lo puesto, es decir, apenas con 500 concubinas, con sus tesoros y otras fruslerías de nada y fue a Egipto a presentarse a Marco Antonio y a decirle:

—¡Salve! noble Marco Antonio, no es que quiera yo estropearte la fiesta Cleopátrica que tienes montada, pero es que los partos han conquistado Judea y, desorejado Hircano y muerta la descendencia del fiel general Antípatro, sólo te quedo yo para poner orden en este putiferio. Nómbrame rey de Judea y yo te arreglo el asunto.

—Vale noble Herodes, pero es que ahora me pillas ocupado, mira, yo te nombro rey vasallo de Judea y tú cógete un ejército mientras yo acabo de resolver unos complejos problemas de estado que tengo con su alteza Cleopatra, la faraona.

Y así fue. Faltaban 38 años para que naciese Jesús de Nazaret cuando Herodes reconquistó Jerusalén y puso fin al rollo macabeo. Ahora él era el baranda en jefe y ya estamos listos para que venga al mundo Jesús de Nazaret.

Vacaciones para tiesos (II): entendiendo la Semana Santa

Vacaciones para tiesos (II): entendiendo la Semana Santa

Parece que han sido muchos los abogados y abogadas que leyeron el post de ayer, lo que me confirma que el número de tiesos y tiesas que hay en nuestra profesión estos días es muy alto; esto me anima a seguir en mi tarea de ayudarles a desentrañar los secretos de la Semana Santa para poder disfrutarla sin gastarse un euro y, para ello, nada mejor que terminar de conocer cómo eran, cómo pensaban y en qué creían las gentes de la sociedad en que nació Jesús de Nazaret.

Ayer dejamos a los judíos felices, recién liberados por Ciro el Grande de su cautiverio en Babilonia y prestos a reconstruir el templo de Jerusalén. Habían vuelto de Babilonia llenos de nuevas creencias y tradiciones y hasta hablando un idioma nuevo llamado arameo (de «Aram» Siria) y, aunque miraban el futuro con esperanza, se equivocaban.

Se equivocaban porque en Macedonia, al norte de Grecia, unos años después, el rey Filipo y su esposa Olympia tuvieron un hijo al que pusieron por nombre Alejandro y que habría de cambiar la forma de pensar y la cultura del mundo.

Como Filipo y Olympia eran gente de posibles y tenían un buen pasar, en vez de mandar al chiquillo a un colegio público lo que hicieron fue contratar al tío más listo de aquel momento, un tal Aristóteles, un griego que se tiraba todo el día pensando y que lo mismo te demostraba que la tierra era redonda que te escribía dos o tres tratados de política. Como el zagal era listo y el profesor más aún el chiquillo nos salió una lumbrera que, además de guapo y bien plantado, tenía más gusto por las batallas que un tonto por un lápiz. Fue por eso que, en cuanto tuvo cosa de veinte años, se le puso en la cabeza conquistar el mundo. Y a ello se aplicó.

Relatar las conquistas de Alejandro sería tarea interminable, a nuestros efectos lo que importa es que en poco más de diez años conquistó Egipto, el Imperio Persa hasta India y la tierra que había entre ambos imperios: Canaán. Así pues, los judíos, allá por el año 300 y pico antes de nuestra era, recibieron a Alejandro y sus griegos alborozados pensando que les liberarían de la influencia persa pero se equivocaban y su alegría duró poco, al menos para una parte de los judíos, porque los griegos habían venido para quedarse.

Lo más llamativo de los griegos es que, allá donde llegaban, contagiaban su cultura y pronto en todos los dominios griegos, en Persia, Bactriana, Ecbatana y donde menos se pudiese pensar, de la noche a la mañana se construyeron teatros donde se podía asistir a obras de unos tales Esquilo, Sófocles y Eurípides y la población abrazó con la pasión de los adolescentes las modas griegas y esto, a un judío como Yahweh manda, no podía gustarle.

—¿Has visto, Efrain, que han construido en la ciudad de David un gimnasio?
—¿Y eso qué es?
—Un lugar donde la gente se queda en pelotas y se dedica a dar saltos y perigallos.
—¡Yahweh nos proteja!

Y no es que fueran sólo los gimnasios, los griegos, con sus enloquecidas ideas, permitían a las mujeres que presentasen por sí solas pruebas en juicio e incluso les habían permitido ser «Arcontas» (Mandamases) en varias ciudades…

—¡Dónde vamos a llegar Efraín! ¡Válganme los querubines del Arca!

La fiebre helenística llegó a tal punto que si no hablabas griego eras un «loser» y el que más y la que menos le daban a la cosa de la filosofía que era una actividad que se puso muy de moda y que era como hoy el rap pero con más flou. Un tal Platón se puso muy, muy, de moda.

—Efraín dicen que a los griegos les gusta la coyunda a pelo y a lana…
—¿Pero qué barbaridades dices Neftalí?
—Lo que oyes, sé que todos practican una cosa que llaman homomanfloritismo y que las mujeres son todas libanesas…
—Será lesbianas…
—¡Calla blasfemo!

Era evidente que la llegada de la cultura griega a Judea, el «helenismo», no podía acabar bien.

Y no podía acabar bien porque mientras la mitad de la población abrazó la cultura y costumbres griegas la otra mitad se arriscó en sus costumbres judías y la cosa llegó a tanto que ambas facciones empezaron a beberse el vino de espaldas. Sólo les doy un dato. Según el Evangelio la familia de Jesús vive en Nazaret, una minúscula población de Galilea que, sin más que unas decenas de habitantes, se encontraba a apenas cinco kilómetros de una gran ciudad fuertemente poblada por decenas de miles de habitantes: Séforis.

Con toda probabilidad José trabajó como constructor en Séforis (se conservan recibos de pago de constructores como José por obras en Séforis) pero, si se fijan, Séforis ni una sola vez es mencionada en los evangelios siendo la principal ciudad de la zona a gran distancia de las demás. ¿Por qué? Por el nombre pueden imaginarlo, Séforis era una ciudad habitada por una población fuertemente helenizada.

Dispuestos a acabar con ese sindiós unos patrióticos judíos, los hermanos Macabeos, se conjuraron para acabar con tanto libertinaje y de paso con el dominio griego y, gracias a ellos, hoy tenemos rollos macabeos y Maccabi de Tel Aviv. Sin estos hombres y sus acciones no puede entenderse la época de Jesús.

Vamos a ello.

Aprovechando que Judea estaba enmedio de los dominios de los Seleucidas (sucesores de Seleuco, general de Alejandro, gobernadores de Persia) y de los Ptolemaicos (sucesores de Ptolomeo, otro general de Alejandro y gobernadores de Egipto) los Macabeos fueron abriéndose paso a base de «palicos y cañicas» hasta lograr tomar bajo su control Jerusalén. Llegados allí se dispusieron a poner en orden las cosas y lo primero que hicieron fue ir al templo donde el Sumo Sacerdote los recibió alborozado…

—Loado sea el cuerno del altar de Elohim, por fin unos judíos como Yahweh manda por aquí…
—Déjate de bendiciones que venimos a solucionar la cosa sacerdotal y a poner en claro quién manda aquí.
—Por la barbas de Elías, ¿pues quién va a mandar? ¡el que dicen las escrituras! Hay que buscar un descendiente de David, ungirlo y…
—Para, para, para… Que nosotros no somos descendientes de David, que somos Macabeos…
—Pues entonces no va a poder ser porque la Torá es muy clara en esto y…
—Espera, que te vamos a enseñar lo que dice la Torá… ¡Judas! ¡Ve sacando el sable de degollar curas y enséñaselo aquí al amigo!

Como pueden imaginar la clase sacerdotal que gobernaba el recién recuperado templo tardó poco en ser destituida y expulsada al tiempo que los Macabeos la sustituyeron con otro grupo de gentes afines y que antes les obedecían a ellos que a las escrituras sagradas. Esta acomodaticia clase dirigente sacerdotal se establecerá en el templo y protagonizará buena parte de los sucesos que se narran en la Semana Santa, son los conocidos como «saduceos».

Y ¿qué ocurrió con la clase sacerdotal depuesta?

Al parecer marcharon al desierto donde alimentaron la idea de que el templo estaba corrompido y sus sacerdotes usurpadores también. Sus creencias —y hasta hay quien dice que ellos mismos— están en la base de la comunidad Esenia, autora de los Manuscritos del Mar Muerto a los que, en algún momento, volveremos.

Y dicho esto creo que ya pueden ir ustedes haciéndose una idea de cómo estaba el patio en los años que Jesús vino al mundo: por un lado una población judía fuertemente helenizada y que en algunos casos ni siquiera hablaba arameo (por aquellos años se tradujeron todas las escrituras al griego pues había judíos que ya no podían leerlas en hebreo, la llamada «Septuaginta» base del Antiguo Testamento cristiano) y, al lado de esos judíos helenizados, estaban también los judíos patanegra que creían a pie juntillas en las tradiciones traidas del exilio y que se expresaban en arameo sin perjuicio de saber griego y hasta hebreo también. Pero no crean que los judíos patanegra estaban unidos, no señor, entre ellos y a cuenta del gobierno del templo, aparecieron tres sectas principales: los saduceos, los aristócratas que controlaban el templo y eran maestros en la ciencia de ponerse al sol que más calienta; los esenios, gentes tan íntegras y cumplidoras de las escrituras que andaban por los desiertos preparando los caminos del Señor y una nueva clase de gente, los fariseos, que, al igual que los esenios repudiaban a los usurpadores que se habían hecho con el poder del templo. Estos fariseos, a diferencia de los saduceos que solo creían en el mundo presente, ya creían en la resurrección.

Como ves el ambientillo era espeso en Judea en esos años pero, gracias a esto, se entiende mejor, por ejemplo, por qué Jesús se lió a trompadas en el templo. De hecho fariseos y esenios de buen grado hubiesen hecho lo mismo.

Y Jesús ¿que era? ¿helenista, fariseo, saduceo o esenio?

Buena pregunta, lo que pasa es que, para terminar de guisar este potaje, nos falta un elemento primordial: los romanos; unos tipos que llegaron a Canaán apenas 63 (sesenta y tres) años antes del nacimiento de Jesús de Nazaret, pero de eso nos ocuparemos mañana.

Vacaciones para tiesos: entendiendo la semana santa

Vacaciones para tiesos: entendiendo la semana santa

Si eres un abogado o abogada patanegra, de esos que ejercen solos o en un despacho pequeño con unos pocos compañeros, a estas alturas tienes que estar tieso, muy tieso, pero… ¡Sssshhhh! ¡que no se entere nadie! tú, abogada, saca el bolso y los zapatos buenos y tú, abogado, ponte la chaqueta y la corbata; los clientes no quieren tener abogados sin blanca y no es bueno que estando tieso dejes ver, aunque sea Semana Santa, que no que es que estés a dos velas, sino a dos cirios pascuales.

Yo, para ayudarte a pasar esta mala época, te sugiero que, en lugar de encerrarte en casa y simular que te has ido a esquiar a Baqueira Beret, comiences a propalar por tu ciudad que este año quieres disfrutar de la experiencia cultural de la Semana Santa de tu ciudad, de la cual no disfrutas hace años debido a la pandemia y a que antes solías pasar las pascuas esquiando en Chamonix.

Propalando la idea de que te quedarás en tu pueblo o ciudad no por necesidad sino por un imperativo cultural tus amigos y clientes te mirarán con respeto y podrás pasar estas semanas que faltan para que la huelga concluya gastando poco y sin desdoro de tu condición.

Ahora bien, esta estrategia tiene un peligro, cada pueblo o ciudad tiene un sinnúmero de personas entregadas a su semana santa, que la consideran la mejor del mundo y que se saben desde el año que se coronó canónicamente a la Virgen de la Amargura hasta las palabras exactas que dijo el desvergonzado de Poncio Pilatos cuando condenó a Jesús de Nazaret. Y claro, siendo tú un letrado o una letrada, no puedes dejar traslucir tu desconocimiento del tema de forma que, para que puedas salvar las formas y salir del paso exhibiendo conocimientos históricos no frecuentes, te brindo esta serie de post que comienzo hoy a fin de que puedas vivir una Semana Santa consciente y en la que puedas distinguir el rito ortodoxo de las barbaridades de cada pueblo o ciudad y que te resultarán válidas tanto si eres un creyente fervoroso, como un ateo militante o un agnóstico lleno de dudas.

Pero, como aún no ha llegado en sí la semana santa, antes que nada hemos de tratar de conocer cómo eran y que pensaban los habitantes de Canaán, de Palestina, del viejo territorio del Reino de Israel o como prefiráis llamarle. La semana santa no se entiende sin saber cómo eran los habitantes de los lugares que menciona el evangelio, así que vamos, primero que nada, a conocer al paisanaje que rodeó a Jesús de Nazaret para lo cual será preciso hacer un poco de historia y remontarnos a unos 580 años antes del nacimiento de Jesús, justo ese momento que cantó el grupo de música disco Boney M. en su famosa canción «The rivers o Babylon» y que decía:

«By the rivers of Babylon
there we sat down
Yeah! We wept
when we remembered Sion».

Si no identificas la canción búscala en Youtube y verás cómo la has oído muchas veces. Su letra, nos cuenta cómo allá, por los ríos de Babilonia, «nos sentábamos y llorábamos al recordar Sión». Boney M. no inventó nada, es una canción escrita medio milenio antes del nacimiento de Jesús, concretamente es el Salmo 137 y se lleva cantando más de 2000 años.

A ver cómo te lo explico.

Seguro que en tu cabeza te rondan conceptos como «Israel», «Judá», «Las tribus de Israel» o la «Tribu de Judá» sin que sepas exactamente por qué a todos los israelíes se les llama «judíos» y cosas así. Si me lo permites voy a resolver todas tus dudas.

Israel, desde la mítica época de David y Salomón (de cuya existencia real se duda), que podemos colocar grosso modo unos mil años antes de Jesús, nunca fue un solo reino. Tal y como ves en la imagen existía un rico Reino del Norte (Israel) en el que vivían principalmente las tribus de Rubén, Simeón, Gad, Aser, Dan, Neftalí, Isacar, Zabulón y las tribus de la estirpe de José, Efraín y Manasés.

Al sur de este reino existía un reino más pobre, con capital en Jerusalén, en el que vivían principalmente las tribus de Judá y Benjamín y que es el territorio que conocemos como Judea.

Por si alguien siente comezón o piensa que he olvidado a los levitas diré que a esta tribu, según la Torá, nunca se le adjudicó un territorio sino que, en cuanto que sacerdotes, los descendientes de Leví vivían desperdigados por ambos reinos dedicados a sus funciones sagradas.

Y ahora vamos al turrón.

Los reinos de Israel y Judá (el reino del norte y el reino del sur) se encontraban situados entre las dos grandes potencias de la época, Babilonia al oriente y Egipto al oeste, de forma que fueron a lo largo de la historia un territorio en permanente disputa y hubieron de sufrir las arremetidas de unos y de otros. Como consecuencia de estas arremetidas el Reino del Norte (Israel y las 10 tribus que lo poblaban) desapareció para siempre de la historia porque, doscientos años antes de los hechos que voy a contarles, los asirios cayeron sobre el Reino del Norte (Israel), lo derrotaron y deportaron a su población, las diez tribus, a Nínive donde fueron asimilados desapareciendo para siempre de la historia.

No es de extrañar que el mundo a partir de esa fecha conozca a los descendientes de Jacob (Israel) como «judíos» pues, excepción hecha de los descendientes de Benjamín y unos pocos levitas, la gran masa de la población del reino del sur era judía, como Jesús.

Es verdad que muchos habitantes del reino del norte huyeron despavoridos buscando en el Reino del Sur refugio de los asirios y es verdad que este éxodo de norteños hacia el sur tuvo consecuencias religioso políticas como veremos enseguida, pero también es verdad que el Reino del Norte recibió nuevos habitantes traidos por los asirios y conservó algún resto de población israelí originaria. Pues bien, esta amalgama de gente es la que la historia conocerá más tarde como «Samaritanos».

Creo que me estoy extendiendo de más pero merece la pena saber que en este momento el pueblo de Israel y el de Judá eran pueblos principalmente politeístas.

Sí politeístas.

No te dejes engañar por lo que parecen querer decirte en tu iglesia o culto sobre el eterno monoteísmo del pueblo de Israel o sobre el monoteísmo de David o de Salomón, si lees los textos con cuidado verás que no es así, que en Israel se adoraban toda la pléyade de dioses comunes a la región de Canaán y, además de Yahweh se adoraba a dioses como Baal o El y a diosas como Ashera.

Vale, no me crees, permíteme que te transcriba unas lineas del Antiguo Testamento, concretamente del segundo libro de los Reyes, capítulo 23 versículos de 4 en adelante. Sólo citaré un trozo porque la ristra de dioses que adoraban los judíos era interminable:

«Entonces mandó el rey al sumo sacerdote Hilcías, a los sacerdotes de segundo orden, y a los guardianes de la puerta, que sacasen del templo de Jehová todos los utensilios que habían sido hechos para Baal, para Asera y para todo el ejército de los cielos; y los quemó fuera de Jerusalén en el campo del Cedrón, e hizo llevar las cenizas de ellos a Bet-el. 5 Y quitó a los sacerdotes idólatras que habían puesto los reyes de Judá para que quemasen incienso en los lugares altos en las ciudades de Judá, y en los alrededores de Jerusalén; y asimismo a los que quemaban incienso a Baal, al sol y a la luna, y a los signos del zodíaco, y a todo el ejército de los cielos. 6 Hizo también sacar la imagen de Asera fuera de la casa de Jehová, fuera de Jerusalén, al valle del Cedrón, y la quemó en el valle del Cedrón, y la convirtió en polvo, y echó el polvo sobre los sepulcros de los hijos del pueblo. 7 Además derribó los lugares de prostitución idolátrica que estaban en la casa de Jehová, en los cuales tejían las mujeres tiendas para Asera. 8 E hizo venir todos los sacerdotes de las ciudades de Judá, y profanó los lugares altos donde los sacerdotes quemaban incienso, desde Geba hasta Beerseba; y derribó los altares de las puertas que estaban a la entrada de la puerta de Josué, gobernador de la ciudad, que estaban a la mano izquierda, a la puerta de la ciudad. 9 Pero los sacerdotes de los lugares altos no subían al altar de Jehová en Jerusalén, sino que comían panes sin levadura entre sus hermanos. 10 Asimismo profanó a Tofet, que está en el valle del hijo de Hinom, para que ninguno pasase su hijo o su hija por fuego a Moloc. 11 Quitó también los caballos que los reyes de Judá habían dedicado al sol a la entrada del templo de Jehová, junto a la cámara de Natán-melec eunuco, el cual tenía a su cargo los ejidos; y quemó al fuego los carros del sol. 12 Derribó además el rey los altares que estaban sobre la azotea de la sala de Acaz, que los reyes de Judá habían hecho, y los altares que había hecho Manasés en los dos atrios de la casa de Jehová; y de allí corrió y arrojó el polvo al arroyo del Cedrón. 13 Asimismo profanó el rey los lugares altos que estaban delante de Jerusalén, a la mano derecha del monte de la destrucción, los cuales Salomón rey de Israel había edificado a Astoret ídolo abominable de los sidonios, a Quemos ídolo abominable de Moab, y a Milcom ídolo abominable de los hijos de Amón. 14 Y quebró las estatuas, y derribó las imágenes de Asera, y llenó el lugar de ellos de huesos de hombres».

Como puedes ver el templo de Salomón era un centro comercial con religiones y dioses de todos los gustos, desde ídolos levantados por el mismísimo Salomón (Astoret), hasta prostitutas sagradas consagradas a la diosa Ashera, pasando por el infame dios Moloc, al que los judíos sacrificaban su primer hijo recién nacido.

Tratemos de ser serios, antes del exilio en Babilonia que veremos después los judíos nunca fueron un pueblo monoteista (o monolatrista) y ello a pesar de los esfuerzos del bueno del rey Josías que fue quien ordenó sacar del templo y destruir todos los dioses a excepción de Yahweh.

Por otro lado fue también Josías quien dijo haber encontrado dentro del templo, donde se hallaba perdido, «el libro de la ley» que se decidió a imponer a todo su pueblo. La mayoría de los historiadores sostienen que este «libro de la ley» a que hace referencia Josías es el llamado «Deuteronomio», el quinto de los libros de la Torá o Pentatéuco que, según esta tesis, sería el primer libro escrito de la Biblia. El Génesis, el Éxodo y otros libros se forjaron, como veremos, durante el exilio en Babilonia y más tarde aún hasta etapas casi contemporáneas al propio Jesús.

Se supone que Josías destruyó los idolos y trató de construir un pueblo en torno a un libro acuciado por la necesidad de dotar de unidad a los judíos y a todos cuantos israelitas habían llegado del Reino del Norte huyendo de los asirios pero todo su trabajo se vendría abajo poco tiempo después, cuando el poder asirio fue sustituido por un nuevo poder emergente: Babilonia.

Como ya les adelanté en torno al 580 antes de nuestra era Babilonia cayó sobre el Reino del Sur, sobre Judea y tras derrotarla llevó al cautiverio al pueblo judío. ¿A todo? No. Sólamente a las clases más preparadas, a la nobleza, a la familia real, a los técnicos y personas mejor preparadas dejando al pueblo llano en una conquistada judea.

Son esos deportados a Babilonia quienes lloran su ausencia en salmos como el que Boney M. cantó 2500 años después y, sin embargo, fue este exilio en Babilonia el que verdaderamemte dotó de señas de identidad al pueblo judío.

Por un lado los judíos entraron en contacto con una civilización mucho más avanzada que la suya y allí aprendieron un nuevo idioma de forma que dejaron de hablar hebreo, que quedó reservado a los textos religiosos, para pasar a hablar arameo, el idioma materno de Jesús.

Por otro lado los judíos pudieron conocer los textos sagrados y las ceremonias babilónicas que, con las consiguientes adaptaciones, hicieron suyos. Así llegaron a la tradición judía textos babilonios como el «Enuma Elish» del que se tomaron bastantes ideas para el Génesis, o del «Poema de Gilgamesh» del que se tomó toda la historia del diluvio universal, o del «Ludlul Bel Nemeki» con todo su planteamiento teórico sobre el mal, u observaron en la propia Babilonia el Entenenanki, el zigurat erigido en Babilonia en honor del Dios Marduk, edificado por dioses según los textos babilónicos y que alcanzaba el cielo que sirvió de origen para el relato de la Torre de Babel. Observen que Babel es la misma palabra que dio origen al nombre Babilonia. «Bab» (puerta) «ilu» (de dios) o mas aún «Bab» (puerta) «ilani» (de los dioses). Todavía hoy «Bab» significa «puerta» en las lenguas semíticas de forma que, cuando oigas hablar del Estrecho de Bab El Mandeb a la entrada sur del Mar Rojo, ya puedes especular con lo que significa.

En Babilonia los judíos mantuvieron su identidad como pueblo gracias a la ley, a esa ley que les dio Josías y que ellos fueron corrigiendo y aumentando con leyendas, relatos y mitos babilonios debidamente adaptados.

Para cuando el emperador Ciro el Grande, fundador de la dinastía persa aqueménida, liberó a los judíos y les permitió volver a su país estos habían sufrido una profundísima transformación cultural. Salieron politeistas y hablando hebreo de Judea y ochenta años más tarde volvieron allí hablando arameo y decididos partidarios del monoteísmo.

Ciro el Grande, además, les permitió reconstruir el templo de Yahweh que Nabucodonosor en babilonio había arrasado y no es de extrañar que uno de los libros capitales del Antiguo Testamento, el del profeta Isaías, se otorgue a este emperador, Ciro el Grande, la condición de «Mesías».

¿No me crees?

Acudamos al libro del profeta Isaías, capítulo 45 y leerás:

«Así dice Jehová a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha, para sujetar naciones delante de él y desatar lomos de reyes; para abrir delante de él puertas, y las puertas no se cerrarán: 2 Yo iré delante de ti, y enderezaré los lugares torcidos; quebrantaré puertas de bronce, y cerrojos de hierro haré pedazos; 3 y te daré los tesoros escondidos, y los secretos muy guardados».

Es importante que sepas que donde lees «ungido» debes leer «Mesías» porque «Mesías» (Masiah) es la palabra hebrea que se traduce al español como ungido. Dicho de otra forma, la palabra Mesías, se dice en castellano «ungido» del mismo modo que en griego se dice «Cristo» (Χριστός, Christós). Es decir, Mesías, Ungido y Cristo significan exactamente lo mismo. Mesías, Ungido y Cristo designan a cualquier persona sobre la que se ha derramado el aceite de oliva preparado en la forma que nos enseña el Antiguo Testamento.

—Pero yo no recuerdo que a Jesús de Nazaret nadie le echase aceite.
—Tranquilo, ya veremos eso otro día.

Por hoy debe bastarte saber que Ciro respetó a todos los dioses de los diversos pueblos de su imperio. Él, que adoraba a Ahura Mazda, el dios de los zoroastristas, respetó al dios babilonio Marduk y al judío Yahweh. Para Ciro, al parecer, bajo diversos nombres todos eran uno y el único dios… No es de extrañar que Isaías le considerase como «ungido» de Yahweh pues su posición espiritual indica ya el monoteísmo que acabará cuajando en el pueblo judío.

A la vuelta de Babilonia, el pueblo judío así transformado culturalmente, reedificó bajo el reinado de Zorobabel el templo de Yahweh y se dispuso a vivir feliz sin saber que por las tierras de Macedonia pronto habría de nacer un niño que, educado por Aristóteles, estaba a punto de adueñarse de casi todo el mundo conocido y cambiar de forma determinante las creencias y la forma de pensar de una parte importantísima del pueblo judío.

Pero eso os lo cuento en la segunda parte de esta serie. Por hoy bastante hemos tenido con Babilonia, el exilio y Boney M.

Economía de mercado y abogacía

Economía de mercado y abogacía

Cuando en tercero de derecho me tocó estudiar Economía Política me pareció un sinsentido pero, como yo venía de un bachiller de ciencias, aquello de las gráficas y las curvas representó una oportunidad para mí. A la edad en que se cursa la carrera los seres humanos no estamos para muchos estudios pues nos preocupan mucho más otros asuntos de forma que, a mí, aquella asignatura, sólo me gustaba porque me ofrecía la posibilidad de explicarle a alguna compañera —que en otras circunstancias ni me hubiese mirado— qué significaba eso de que «el coste marginal se calcula como la derivada de la función del coste total con respecto a la cantidad». En realidad yo creo que el profe, cuando soltaba esa retahíla, era plenamente consciente de que ni era necesaria ni nadie le entendía pero —como él también era joven— no dejaba pasar la oportunidad de darse tono y a mí, la verdad, no me venía mal aquello porque, el haber estudiado matemáticas hasta COU y haberme peleado con Rouché-Frobenius o con el Polinomio de Lagrange, ahora tenía para mí una utilidad práctica jamás pensada por Don Antonio, mi inolvidable profesor de matemáticas.

Sin embargo, a mí, las bases de toda aquella construcción económica me parecían una absoluta filfa.

Todavía guardo en la biblioteca de mi despacho los manuales de economía de Spencer y de Lipsey que, curiosamente, me compré después de acabada la asignatura, porque a mí las cosas por obligación no me salen pero perder el tiempo se me da genial, así que, años después de aprobada la asignatura, me compré dos de los tres manuales clásicos (Samuelson, Spencer y Lipsey) para tratar de ver si mis percepciones eran erróneas; pero no, de entonces a hoy sigo pensando que los principios sobre los que se construye esa teoría (casi una religión para muchos) no me convencen en absoluto sin perjuicio de reconocer que algo —o mucho— de razón pueden tener, sobre todo en economías primitivas.

Ahora, al cabo de los años, me encuentro con que el sanedrín de tal teoría económica ha encargado al Santo Oficio de su muy mercantil iglesia —la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia— pronunciarse sobre un aspecto económico de la profesión a la que he dedicado mi vida y, por lo que veo, esta lo ha hecho con inquisitorial fe en los dogmas de su secta, incapaz de comprender que su doctrina tiene límites. Y el Santo Oficio ha actuado convirtiendo todos los problemas que presenta la faceta económica de una profesión que no entienden en clavos aptos para ser machacados con su martillo ideológico.

Sí, me doy cuenta de que el párrafo anterior me ha quedado del todo barroco y que lo del martillo me la ha dejado botando para hacer un juego de palabras con la inquisitorial CNMC y el «Malleus Maleficarum» del Santo Oficio; pero me contendré, el Santo Oficio no sé si merece que le haga ahora este feo.

Y dicho todo lo anterior —que muy bien pudiera haberme ahorrado— vamos a hablar de lo que quiero hablar: de las costas de los abogados. Pero antes, vamos a repasar un poco esa doctrina económica que ha servido de base para poner en tela de juicio la forma en que actualmente se tasan las costas de los abogados.

En 1776 un profesor escocés, Adam Smith, publicó «The wealth of nations», un libro de capital importancia para la civilización occidental. Este libro consiguió para él el título de «fundador de la economía moderna» porque en él enunciaba claramente su principio de la «Mano Invisible»; es decir, la idea de que, si se permite a cada individuo que persiga su propio interés sin interferencia del gobierno, estos individuos se verían llevados, como dirigidos por una mano invisible, a conseguir lo que es mejor para la sociedad. Veamos cómo lo dice Adam Smith:

«Un individuo no intenta promover el interés público ni sabe que lo está promoviendo… Él pretende sólamente su propia ganancia y es conducido por una mano invisible a promover un fin que no formaba parte de su intención. No es de la benevolencia del carnicero, ni de la del vendedor de cervezas o del panadero, de la que esperamos nuestra comida, sino de su consideración de su interés propio. No apelamos a su filantropía sino a su egoísmo personal y no le hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas».

Este planteamiento, defendido con fe evangélica por muchos prohombres (vgr. Ronald Reagan) y muchas promujeres (vgr. Margaret Thatcher) ha caracterizado a la civilización occidental y, sin duda, alguna noche habrá sido objeto de debate para ti y tus amigos y amigas. ¿Por qué hacen las cosas los seres humanos? ¿Por interés propio o acaso existen el altruismo y otras motivaciones no monetarias? ¿Es el interés económico lo único que mueve al ser humano?

Seguro que este debate ha aparecido en algún momento de tu vida en tu círculo más cercano y estoy seguro también que ha dado lugar a intensas discusiones.

De ser cierto que un individuo «pretende solamente su propia ganancia» habremos de reconocer que todas las consecuencias extraídas de este principio por Adam Smith y los economistas que siguen sus postulados son más o menos acertadas pero, de ser falso, todas las consecuencias, filosóficas, lógicas y legales extraídas del mismo deben ser puestas en cuestión.

Adam Smith, para analizar algunos de sus postulados utilizó como ejemplo una fábrica de alfileres y con este ejemplo ilustró aspectos como la división del trabajo y otros. Ocurre sin embargo que el ejercicio de la abogacía no guarda demasiada relación con la fabricación de alfileres, ni con la manufactura de mercancias textiles o el cultivo de cucurbitáceas; el ejercicio de la abogacía está sometido a principios distintos. Vamos a echarles un vistazo.

Si eres abogado seguro que te ha pasado: la parte contraria te propone un acuerdo favorable para tu parte, tu cliente cobrará y tú cobrarás, pero tu cliente te ordena proseguir el pleito pues, movido por el odio o la simple avidez, él quiere más aunque, tú, sabes que la victoria es dudosa e incluso corres el riesgo de perder y ser condenado en costas.

Tu cliente te ordena que prosigas y entonces tú… ¿qué haces? ¿seguir tu interés económico u obedecer sus instrucciones? ¿Qué haría Adam Smith en ese caso?

No, muy a menudo los seres humanos no buscan solo «su propia ganancia», impulsos morales, deberes deontológicos e incluso legales les imponen tomar decisiones contrarias a ese interés egoista de la búsqueda de la propia ganancia. Pregunten a los sanitarios que arriesgaron su salud en la epidemia del Covid-19; pregunten a un bombero que, cuando todos huyen, tiene el deber de dirigirse al fuego; pregunten al policía, al guardia civil o al soldado que, en situación de riesgo vital, deben hacer frente a la situación aumentando su propio riesgo. No, no en todos los casos el «propio interés» es el criterio a perseguir —aunque ciertamente se desee— sino que, en muchas actividades, el interés económico debe ceder, en virtud de un mandato moral o legal, ante un valor superior y distinto. ¿Es este el caso de la abogacía?

Y no pensemos que el principio de «seguir su propia ganancia» se quiebra solo en el caso de los servidores públicos que he citado, pensemos también —¿por qué no?— en activistas que anteponen la defensa de determinados derechos y principios no sólo a su propio interés económico sino incluso a su interés vital y es que, de ese tipo de personas, también encontramos muchos y muy buenos ejemplos entre los abogados y abogadas del mundo; por no ir más lejos déjenme mencionar aquí el caso de un abogado que, en defensa de la igualdad de todos los seres humanos, permaneció 27 años de su vida encarcelado; se llamaba Nelson Mandela y sí, era abogado… como tú.

No, no en todas las ocasiones los seres humanos anteponen «su propia ganancia» a cualquier otra consideración y en el caso del ejercicio de la abogacía esta es una situación que se produce mucho más a menudo de lo que puede pensar cualquier inquisidor de la CNMC y es precisamente por eso por lo que la ley sanciona determinadas conductas de los letrados, para que tal no ocurra y letrados y letradas hayamos de defender siempre la justicia o el interés del cliente con preferencia al interés propio.

Y es precisamente porque no es el interés o la propia ganancia el principio que gobierna la labor de un abogado o abogada por lo que no pueden aplicarse sin matización las reglas básicas de la economía clásica, pues hay un interés superior al del propio interés de las partes que defender.

En un proceso hay principios que se deben respetar siempre y eso es así porque el proceso debe ser, antes que nada, justo; se trata de defender el primer valor de nuestro ordenamiento jurídico: la justicia.  Es algo parecido a lo que pasa con una intervención médica, no es el interés del cirujano el primer valor en juego sino la salud del paciente y es por eso que si un cirujano ofreciese operaciones de apendicitis a 150€ todos sabríamos que el paciente que aceptase ese presupuesto no tendría derecho ni a ser anestesiado. En el caso de los procesos judiciales pasa lo mismo ¿le parece a usted que defender un homicidio por 150€ es razonable? ¿y un divorcio? ¿Y si la ley de la oferta y la demanda así lo determinan, lo aceptaremos?

Los estados han establecido sistemas públicos de sanidad (algo contrario a los principios extremos de la pura economía de mercado) porque hay principios superiores al de «la propia ganancia» y, del mismo modo, los estados, para asegurar la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos independientemente de su capacidad económica, ofrecen un sistema de asistencia jurídica gratuita que… que… que…

Que es una vergüenza y una ofensa para cualquier gobierno que haya puesto sus posaderas en el banco azul de la Carrera de San Jerónimo o para cualquier ministro de justicia que haya contaminado con su presencia el palacete de la Calle San Bernardo 21 de Madrid.

Ese derecho constitucional a la asistencia jurídica gratuita se ha construido sobre la explotación infame y desvergonzada de los miembros de una profesión estableciendo como obligatorio un servicio que se retribuye según le da la gana —y siempre le da muy poca gana— al gobernante. En tiempos pasados les llamaban esclavos, ahora les llaman «profesionales que prestan el servicio de asistencia jurídica gratuita». ¿Eso no contraviene los dogmas de la economía de mercado? ¿eso no infringe las más elementales exigencias de la vergüenza?

¿Cómo puede pretenderse que en España exista igualdad de armas en un proceso donde se pagan al letrado cantidades que ni permiten dedicar al caso el tiempo necesario ni acercase siquiera a ver al cliente a prisión? ¿Igualdad de armas dice usted? Si existe la igualdad de armas es porque esa doctrina de Adam Smith que asume como dogma la CNMC no rige en el caso de la abogacía de oficio porque, esta, al «principio del propio interés» antepone la vieja virtud de la vergüenza, ese valor —la vergüenza— que es ajeno a los ministros y consejeros de justicia de España cuando de justicia gratuita se trata.

En la justicia gratuita y en la no gratuita, sépase y no se olvide, el principio del «propio interés» cede siempre a las exigencias de principios y valores que no se encuentran en la fábrica de alfileres de Adam Smith pero que aún existen en el alma y en la mente de una abogacía que se resiste a desaparecer, que se resiste a ser absorbida por empresas que, camuflándose bajo el manto ilustre de la abogacía, no son sino traficantes de carne.

Hay un plan bien trazado para acabar con nuestra profesión por quienes quieren hacer de ella un negocio y que deje de ser el «oficio» (officium) del que les hablaba en el post anterior. Quienes impulsan este plan, obviamente, no son abogados sino estos sedicentes «grandes» bufetes manejados por los titiriteros habituales, los bancos y compañías de seguros que financian los partidos de quienes luego hacen las leyes. Ellos tienen acceso e interlocución con los gobiernos y tienen bien establecidos sus lobbies y grupos de presión.

Es por eso por lo que los sucesivos gobiernos quieren reducir la planta judicial, porque esos «grandes» bufetes pueden tener sedes en las 50 grandes ciudades pero no en los 433 partidos judiciales donde todas las mañanas pelea la abogacía que amo: la abogacía de verdad. Para estos mercaderes hay que hacer que los ciudadanos, los consumidores, sean los que se desplacen en busca de justicia para que ellos puedan hacer un mejor negocio abriendo pocas tiendas y esperan que el estado les ayude —y de hecho les ayuda— en tal tarea.

Es por eso que se redujo a poco más de 50 los juzgados hipotecarios, no para acercar las justicia a la parte débil, los consumidores, sino para alejarla en beneficio de los bancos.

Es por eso también que no se arregla la conciliación laboral y familiar en el mundo de la abogacía, porque para los «grandes» despachos los abogados son elementos fungibles y no es problema alguno, mientras que para la abogacía de verdad la relación cliente-letrado es personalísima y por ello la conciliación es un problema vital.

Es por eso también que se prepara la legislación reguladora de grandes litigios colectivos de forma que los fondos de inversión —que hace años que presionan en este sentido— puedan financiar grandes procedimientos con los que hacer grandes negocios manejando grandes masas de consumidores.

Es por eso también que quisieron introducir las tasas judiciales mientras el ministro mentía como un bellaco soltando los infundios de que los españoles eran querulantes o que el dinero se destinaría a la justicia gratuita. Ese infame nunca pagó su vesania.

Es por eso que las costas son rebajadas o puestas en cuestión cuando han de cobrarlas los particulares, pero ni a una voz se le ha oído decir que es un abuso intolerable que los bancos, por una demanda a multicopista, presupuesten y embarguen desde el primer momento en sus ejecutivos un 30% para intereses, gastos y costas.

Es por eso que las aseguradoras y su lobby limitaron la libre valoración del daño corporal mediante un baremo que valoraba todos los casos igual e impedía a la judicatura juzgar el caso concreto. En 1995 la indemnización por día de baja era de unas 8000-10000 pesetas, hoy, casi 30 años después sigue siendo siendo lo mismo.

Es por eso que bancos y compañías de seguros establecen baremos leoninos para pagar a sus abogados teóricamente externos, quienes, debido al volumen de trabajo que reciben quedan convertidos virtualmente en trabajadores fijos del banco o la compañía pues, con todos los huevos en esa cesta, su capacidad de negociación es inexistente.

Es por eso que todas las compañías de seguros rebajaron la cobertura del seguro de defensa jurídica a límites ridículos y combaten un día sí y otro también el derecho de los consumidores a la libre elección de letrado.

Y es también por eso que no se cuestiona que bancos y aseguradoras usen de la lentitud de la justicia como parapeto frente a los consumidores, provocando un uso intensivo de la administración de justicia, mientras ellos, a través de sus rápidos juicios ejecutivos, la utilizan como un barato cobrador del frac.

Y podría seguir «ad infinitum»… aunque quizá no sea nada de esto lo peor, porque lo peor quizá sea que, quien debiera defender a la abogacía de verdad, a la auténtica, sigue de fiesta en fiesta y de medalla en medalla, cobrando dietas por comer canapés y sin querer decir a quienes le pagan las dietas cuanto se lleva de lo que todos ponen.

La abogacía de verdad se acaba y mientras muere de hambre y de abandono, a su alrededor, todo son festejos y mascaradas de quienes, por acción u omisión, la están matando.

Pero afortunadamente aún no ha muerto ese espíritu por el que merece la pena vivir y por el que, muchos y muchas, decidimos dedicar nuestras vidas a esa abogacía que, aunque herida, sigue viva y aún no ha dicho su última palabra.

(Continuará).

Oficina judicial: Madrid 2023

Oficina judicial: Madrid 2023

¡Albricias! ¡Por fin está aquí! La nueva oficina judicial, tantos años perseguida por todos los gobiernos de España, por fin se ha hecho realidad en el afortunado Juzgado de Instrucción 7 de Madrid.

Por fin podemos contar los abogados y procuradores de España con un juzgado donde las últimas tecnologías y la modernidad organizativo-ergonómica se dan la mano.

Esta mañana se han filtrado, gracias a la sagaz cámara de un letrado, los principales avances que el futuro nos tiene preparados y —créanme— no quepo en mí de gozo.

Del reportaje fotográfico filtrado se desprende que es voluntad de la administración de justicia que, en los juzgados de España, las comunicaciones se realicen siempre de forma «remota» y lo han conseguido del modo más ingenioso y económico que imaginarse pueda: gracias a una mesa sabiamente colocada en la puerta de la oficina judicial queda vedada cualquier posibilidad de comunicar con los funcionarios a una distancia humana, obligando de esta forma a que todas las conversaciones se realicen de forma «remota».

Es verdad que la inteligente distancia conseguida merced a la mesa-barricada puede dar lugar a que las llamadas de los administrados no sean escuchadas, sobre todo en el caso de que no sepan silbar introduciéndose dos dedos en la boca, pero, para solucionar el problema, el departamento de Nuevas Tecnologías y Cibernética Avanzada del Ministerio de Justicia ha ideado un dispositivo sonoro al que ha denominado «Timbre» (Transcomunicador Inalámbrico Manual Brillante y de Resonancias Estridentes). Este «Timbre», en su versión 1.0, es un dispositivo que, colocado sobre la mesa-barricada, puede ser accionado muscularmente por el administrado operando sobre una interfaz (palito) que hay sobre él. El prodigioso dispositivo no consume energía eléctrica alguna, de forma que preserva el medio ambiente y es por tanto sostenible, soporta un uso reiterado (y es por tanto resiliente) y no presenta dificultades de uso independientemente de la orientación o identidad sexual del administrado/a/e. Con «Timbre» la igualdad ha llegado por fin a los tribunales de justicia.

Como ya queda dicho el dispositivo «Timbre» no consume electricidad y es por ello que no precisa de ningún archivo sonoro .mp3 de suerte que el administrado ya no oirá la pervasiva sintonía de Windows o ninguno de los sonidos propios de los dispositivos electrónicos. El Ministerio, para hacer aún más agradable el sistema, sacó oportunamente a concurso la composición de la intro sonora del dispositivo «Timbre» y, a cambio de varios millones de euros, el hijo de un subsecretario se hizo con el concurso presentando una intro feng-sui inspirada en los más primigenios principios Zen: la melodía de inspiración oriental llamada «Ti-Lín» que es la que suena cuando usted acierta a activar el dispositivo.

Está previsto, además, que el dipositivo pueda ser usado de forma recursiva (a los técnicos no se les escapa una) en cuyo caso la melodía «Ti-lín» se convertirá en «Tilín-tilín» y así sucesivamente en función de los manotazos golpes o zurriagazos que el administrado, sin duda feliz, propine al resiliente dispositivo.

Finalmente y siempre en relación con el dispositivo «Timbre» hay que señalar que, siendo de naturaleza portátil, el mismo puede ser retirado de la mesa a voluntad del funcionariado de forma que, aunque el administrado silbe, dé palmadas, vocée o aúlle, el funcionariado puede legítimamente no salir a atenderle al no usar de la interfaz adecuada. Obsérvese que el dispositivo «Timbre» no está asegurado con el dispositivo «ACCA», del que hablaremos después, pues, de ser sustraído por alguien, toda comunicación con los administrados quedaría suspendida, lo cual es siempre deseable. Pero sigamos.

Junto al dispositivo «Timbre» y de cara a potenciar las comunicaciones entre el juzgado y los administrados, el departamento de aviónica avanzada del ministerio de justicia ha diseñado un sistema de impresión no eléctrónico denominado en la jerga tecnológica «boli». Este «boli» (Bártulo Obsoleto Lamentablemente Inútil) está diseñado para carecer de tinta en la mayor parte de las ocasiones de forma que el administrado no pueda pintar en la mesa o en las paredes pues, como puede verse, el dispositivo «Mesa» carece de ningún elemento «papel» sobre el que el sistema de impresión «Boli» pueda ejercer sus funciones. Hay que resaltar que el dispositivo «boli» en su versión 1.0 puede usarse con una sola mano y que su extrema ligereza le convierte en un dispositivo absolutamente «sostenible» (en la mano o incluso encajado en un orificio nasal) por cualquier ciudadano/a/e, al tiempo que, por la dureza de su plástico, el gadget es insospechadamente «resiliente».

Todo está tan pensado  en la oficina judicial de Instrucción-7 y es tanta la tecnología empleada que en el TJUE ya están estudiando la implementación de métodos similares aunque, claro, no tan avanzados.

El desarrollo del dispositivo «Boli» —debe reconocerse— experimentó alguna dificultad pues, siendo un dispositivo tan absolutamente avanzado y novedoso, se descubrió que provocaba irrefenables tentaciones en abogados y procuradores que no podían resistirse a apoderarse de él en alguno de los poquísimos descuidos del funcionariado; pero, afortunadamente, el Departamento de Seguridad, implementó la solución que pueden ver en la imagen denominada «Atadijo Con Cinta Americana» (ACCA), inspirándose en las soluciones que ApoloXIII improvisó durante su viaje estelar.

Así pues, celebrémoslo por fin, ya se han logrado los objetivos de la NOJ, el sueño húmedo de Gallardón, el Shangri-La de Pilar Llop, un juzgado donde ni los administrados, ni su mercenaria cohorte de abogados y procuradores puedan perturbar bajo ningún concepto el incesante trabajo de la oficina judicial al tiempo que les dotan de los más avanzados medios de telecomunicación.

Por fin el paraíso, por fin Instrucción-7, por fin la solución de los problemas de la justicia en España.

Madrid, Jueves 16 de marzo de 2023, siglo XXI, así está la justicia.

¿Reímos o lloramos?

La economía de los abogados

La economía de los abogados

Mi vida ha sido ser abogado y no economista y es seguramente por eso que mi vida no la han gobernado principios económicos sino los principios éticos que, al menos hasta hace unos años, yo daba por sentado que regían nuestra profesión.

En estos más de 35 años de ejercicio profesional y debido a mi ignorancia de los principios que rigen la ciencia económica, he tratado de ajustar mi comportamiento antes a los principios que yo entendía que gobernaban desde antiguo mi profesión que a otras consideraciones de naturaleza mercantil. Seguramente me he estado equivocando toda mi vida y es ahora, al cabo de los años, cuando la CNMC (Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia), algunos muy concretos LAJ (Letrados de la Administración de Justicia) y alguna que otra sentencia de nuestro Tribunal Supremo, han venido a sacarme de este error vital que, sin duda, he padecido y aún padezco.

Durante la carrera la fijación y cobro de honorarios es una ciencia que no se estudia y seguramente por eso cobrar ha sido siempre la asignatura más difícil para los abogados y abogadas en ejercicio; pocos de ellos dominan este arte y lo optimizan de forma que les permita vivir y ejercer dignamente y no desnaturalice por ello su profesión. Analizar el por qué de esta dificultad nos retrotrae miles de años atrás; pero no desesperes y sigue leyendo porque, aunque triste, la historia es interesante.

La antigüedad romana

Ayudar a quien te llama para ello era para los antiguos romanos una obligación cívica de naturaleza cuasi sacral, de ahí que el llamado en auxilio de alguien (el ad auxilium vocatus) no pudiese cobrar por su trabajo. Si recuerdas tus estudios de derecho canónico (aunque no se bien si todavía se estudia) recordarás que entre los delitos más execrables que podía cometer un hombre de iglesia se encontraba el de la simonía; es decir, la venta de bienes espirituales (sacramentos) a cambio de dinero. Dicho en corto y por derecho: comete delito de simonía quien vende los sacramentos: quien otorga el perdón de los pecados, la comunión, el viático, etc. a cambio de dinero es reo de dicho delito.

No te extrañará saber que el oficio del abogado (del ad auxilium vocatus) era, en la antigua Roma, como el de los sacerdotes o pontífices de los cultos, un «oficio». Porque con la palabra oficio (officium) no se designaba en latín ningún tipo de trabajo sino que con ella se hacía referencia a un deber moral para con el resto de los ciudadanos, un deber que se ejercía con liberalidad (gratuitamente) y de buena fe. Similar en su naturaleza a los servicios religiosos (que todavía se llaman oficios hoy día) los servicios jurídicos se prestaban ex officio a impulsos de ese deber cívico y sin salario alguno a cambio. Cobrar salario (merces) era para los juristas algo tan reprobable (mercennaria vox) como vender los sacramentos para los sacerdotes (delito de simonía).

Parece que en pleno siglo XXI los clientes de los abogados aún siguen teniendo presente esa naturaleza eminentemente gratuita de los oficios de los letrados pues en ningún otro lugar distinto de los despachos de abogados se echa más de menos la expresión «¿se debe algo?» en boca de los clientes. Al parecer los consumidores españoles estudian derecho romano antes de acudir a la consulta de un letrado.

Y ¿de qué vivía un abogado? Bueno, pues de las donaciones que el cliente quisiera hacerle «en honor» a sus servicios. De ahí que, aquello que reciben los letrados de sus clientes en honor a los servicios prestados no se denomine salario, indemnización, estipendio, suma, unto, gato, guita, pasta ni parné; sino que recibe un nombre bien distinto.

La vieja virtud romana llevó al tribuno de la plebe Cincio Alimento (el nombrecito del tribuno tiene su guasa) a someter a plebiscito en el 204 a.C. una ley que prohibía a los abogados cobrar por sus oficios y así promulgó una «lex muneralis» que convirtió a la abogacía en la profesión «liberal» que ahora es. Porque liberal viene tanto de libre como de liberalidad (donación); es decir, que los ingresos del abogado provenían en exclusiva de las «liberalidades» (las donaciones) que el cliente satisfecho le hacía en «honor» a sus servicios. Por eso los abogados llamamos a nuestros ingresos «honorarios» y por eso nos decimos profesionales liberales. Y así quedó nuestra profesión en aquel año 204 a.C., llena de gloria y virtud pero famélica y ayuna de numerario.

El pago de los abogados, como constató Cicerón, consistía apenas en tres cosas, todas ellas muy virtuosas pero poco nutritivas: la admiración de los oyentes, la esperanza de los necesitados y el agradecimiento de los favorecidos.

No es poca cosa esto que señaló Cicerón, luego volveremos sobre ello.

Sin embargo los dirigentes romanos pronto descubrieron que de la admiración, la gratitud y la esperanza no se vive por lo que, años después, Alejandro Severo, hombre sin duda piadoso y práctico a la vez, acordó asignar víveres a los abogados, fijándolos siglo y medio más tarde Ulpino Marisciano en 15 modii de harina por todo asunto in urgenti que finendo sit. Las penas, ya se sabe, con pan son menos y con 15 modii de harina las fatigas se conllevan mejor que pasando hambre; al fin y al cabo once arrobas de harina por un pleito, viendo lo que pagan ahora en el turno, oiga, no está nada mal. Sin duda Ulpino Marisciano tenía fondos de LAJ avant la lettre.

Quizá comprendas ahora cuan exacto es el término «de oficio» aplicado a los letrados y letradas de España; Cicerón se reconocería en ellos. En medio de una inacabable procesión de bellos discursos agradeciendo su labor, admirándose de su ejecutoria y constituyéndolos en la única esperanza de los desfavorecidos, las administraciones de España no les entregan ni los miserables 15 modii de harina que hace dos mil años ya les entregaba Ulpino Marisciano.

Obligados a trabajar por lo que se les quiera pagar ¿conoces un diseño de sistema más parecido a la esclavitud que este?

Sin embargo el mundo fue cambiando y con el advenimiento de la ilustración llegaron las teorías clásicas y hasta marxistas de la economía, cualquiera de las cuales, sobre ser absolutamente inaplicables a nuestro oficio —y escribo «oficio» con toda la intención— dieron pie a que Comisiones Nacionales de la Competencia y al resto de los «operadores» que enumeré arriba demostrasen más allá de toda duda su incapacidad para entender la esencia de una profesión que, quizá por ser demasiado grande, no les cabe en la cabeza.

Pero de eso escribiré otro día.

(Continuará)

Abogacía independiente y huelga

Hace ocho años escribí un post que generó vivas polémicas y ahora, mientras repaso la situación creada por la huelga de los LAJ vuelvo a leerlo. El post se titulaba «pobres abogados» y empezaba diciendo:

«Quizá sea tiempo ya de decirlo: entre los abogados hay bolsas de pobreza; no de escasez o de apretura, sino de pobreza

De 2015 aquí la situación no ha mejorado sino todo lo contrario: nunca hemos acabado de salir de la crisis en que nos sumieron las corporaciones financieras en 2008-2009 y de entonces aquí sólo hemos vivido una inacabable cadena de agresiones a la más digna forma de ejercicio profesional que conozco: la de la abogacía independiente.

Las costas, con olvido de su carácter punitivo y restaurador del equilibrio entre las partes, han sido golpeadas por estamentos funcionariales y administrativos que no parecen entender la naturaleza de la actividad de los abogados, que creen que los servicios jurídicos deben someterse exclusivamente a la ley de la oferta y la demanda y que no parecen entender que el beneficio no es el primer criterio que preside la actividad económica de los letrados.

El mercado de esta abogacía independiente ha sido invadido por sociedades y corporaciones de carácter mercantil que, apoderándose de la demanda de servicios jurídicos y haciéndose pasar por abogados cuando no son más que mercachifles, pretenden someter a esa abogacía independiente a un régimen de semiesclavitud cuando no de hambre.

Los grandes fondos de inversión preparan su desembarco gracias a las grandes acciones colectivas desnaturalizando la prestación de servicios jurídicos y convirtiendo a los letrados y letradas independientes en un reducto residual.

Leo el artículo y veo que de 2015 acá nada ha cambiado a mejor sino tan solo a peor. Los intermediarios se exhiben sin rubor, los falsos despachos publicitan sus servicios sin recato, los órganos dependientes del poder ejecutivo zarandean el régimen de costas siempre en perjuicio de los letrados y los consumidores y, quien debería plantarles cara, pasa la vida en medio de un festival sin fin de condecoraciones, pasteleos con el adversario, dietas, cursos, cursillos y cursetes, organizados para mayor gloria de los tiralevitas de turno.

La abogacía independiente muere y, mientras los LAJ reclaman subidas salariales, los letrados y sus clientes no cobran y ven aumentar día a día sus hambres y sus ansias.