La primera de las fotografías que ven al pie de este post pertenece a un barrio llamado Montesacro y está en Cartagena; la otra es de un barrio llamado Sacromonte y está en Granada.
No se extrañe si he llamado «barrio» a ese solar que se ve en mi ciudad entre la calle del Caramel —donde yo vivo— y el Molino o la antigua Compañía de Aguas y el Castillo.
Ambos barrios ilustran bien la historia y catadura moral de los ayuntamientos y los políticos que han gobernado ambas ciudades. Montesacro y Sacromonte son nombres simétricos pero antagónicos y reflejan perfectamente el diferente grado de amor por la ciudad y sus vecinos que hay en Granada o en Cartagena.
En Granada el barrio humilde se cuidó y hoy es un lugar bello y de indudable atractivo; en Cartagena el barrio humilde fue demolido a pesar de su protección legal, desalojando a la gente honrada que en él vivía y demoliendo sus casas y sus calles hasta convertirlo en una ruina donde el barrio yace arrasado hasta sus cimientos.
¿Y todo por qué?
Por dinero, por ansia, por avaricia, por catetura, por estolidez, por vesania, por incultura, por soberbia, por la más alta expresión de ignorancia atrevida y avaricia especulativa.
Malditos sean quienes acabaron con mi barrio y la felicidad de muchos, tan sólo en busca de llenar los bolsillos de unos pocos.
Si en Granada hubiesen gobernado alcaldes y alcaldesas cartageneros no duden que habrían acabado, no ya con el Sacromonte sino hasta con la Alhambra y habrían tratado de llenarlos de dúplex adosados o torres de pisos.
Pero no, afortunadamente para Granada, los políticos cartageneros se quedaron en Cartagena y así destruyeron minuciosamente y hasta los cimientos el 25% del casco antiguo de nuestra ciudad, amén de generar innumerables solares en diversas calles del centro.
Y eso que se suponía que todo el centro estaba legalmente protegido.
Hoy el chancro del Monte Sacro supura en pleno centro de Cartagena la pus repulsiva de aquellos que, diciendo defender su ciudad, demolieron sus barrios y dejaron sin techo a sus vecinos. Y supura también para la vergüenza de todos nosotros que les toleramos todas aquellas tropelías a aquella banda de caciques ignorantes. Y cuando digo todos digo todos. Desde el último ciudadano que no salió a la calle a pararles los pies, al primer juez que cohonestó la tropelía bajo un manto de aparente legalidad y a mí mismo que no fui capaz de organizar en defensa de los más humildes alguna acción que hiciese pagar caras sus fechorías a quienes destruyeron el barrio.
Hoy el Monte Sacro y el Sacro Monte son dos realidades distintas que cantan las vergüenzas de nuestra ciudad ante los miles de turistas que nos visitan todos los días.
Y lo peor es que los de siempre siguen ahí, agazapados, esperando la oportunidad de convertir la desgracia de todos en dinero para lucrar su avaricia. Su canallada no ha terminado y antes o después les veremos volver a saltar a la yugular de nuestra ciudad.
Sólo espero que el Monte Sacro haga honor a su nombre y aparezcan en él tal cantidad de restos arqueológicos que les impida construir y lucrarse por todo el resto de sus vidas.
Desde mi ventana estaré vigilando.

