Lo escribiré en catalán para que me entiendan todos: tenim un nom i el sap tothom.

No, no estoy cantando el himno del Barça, les estoy hablando de algo bien distinto: de las clasificaciones étnicas que lleva a cabo la Oficina de Administración y Presupuesto sobre raza y etnicidad del gobierno de los Estados Unidos de América (OBM).

Y dicho esto y antes de tomarme por loco déjenme que me explique.

Españoles, Argentinos, Peruanos, Chilenos y en general la población de todos esos países que nacieron de la implosión de la Monarquía Católica (el muy mal llamado imperio español) son gentes que adoran las diferencias, las exaltan y hacen de ellas sus señas de identidad cuando no, en los casos más extremos, una razón para morir que es un verbo curioso que, en castellano, se conjuga siempre en forma transitiva como «matar».

Esta obsesión por la diferencia hace que catalanes, andaluces, vascos, navarros, canarios y hasta los de Cartagena como yo nos miremos con recelo. Si suena el himno de España medio estadio aplaudirá y el otro medio silbará para «marcar diferencias» y si hay que pagar impuestos a la caja común no dude que pronto alguien hablará del «hecho diferencial» normalmente para pagar menos.

Y no, no crea que esto es propio solamente de los españoles: argentinos y chilenos andan en líos desde la independencia, se ve que tres siglos (del XV al XVIII) de convivencia pacífica no les enseñaron nada y en los dos últimos siglos (XIX y XX) han ido de bronca en bronca con regularidad pasmosa hasta el decidido apoyo chileno a la flota británica durante la guerra de Malvinas.

¿Y qué decir de las guerras de Perú o Ecuador o de Chile y Bolivia? ¿tendré que recordar aquella horrible atrocidad que fue la llamada «Guerra de Triple Alianza» y que enfrentó al Paraguay contra Uruguay, Argentina y Brasil? En esa guerra —una auténtica guerra de exterminio— fue eliminada la mayoría de la población masculina paraguaya y a uno, en la distancia, le cuesta comprender tanta furia y crueldad entre seres humanos que apenas cincuenta años antes eran compatriotas y vivían en paz.

Es lo que tienen «hechos diferenciales» tan importantes como el haber nacido en la ribera norte o sur del Paraná o a este lado o a aquel lado de los Andes. Sí, la exaltación de la diferencia, la hipérbole del «hecho diferencial» conduce a la locura y, por lo que veo, en ella seguimos instalados.

Pareciera que nadie, desde California a la Tierra del Fuego y desde Menorca a Isla Guadalupe, tuviese el más mínimo interés en señalar todo lo que —y es mucho— tenemos en común sino en acabar con ello, pero, afortunadamente, para salvarnos de nuestros demonios, tenemos a los Estados Unidos de América y su Oficina de Administración y Presupuesto sobre raza y etnicidad.

Y digo que para salvarnos de nuestros demonios, tenemos a los Estados Unidos y su Oficina de Administración y Presupuesto sobre raza y etnicidad (OBM) porque para ellos el asunto es muy claro: del Río Grande a la Tierra del Fuego y de Menorca a Guadalupe viven (vivimos) unas gentes que tenim un nom i el sap tothom: «hispanos».

Sí, la OMB define «hispano o latino» como una persona de cultura u origen cubano, mexicano, puertorriqueño, sudamericano o centroamericano u otro de origen español, independientemente de la raza, de modo que ya lo sabe, independientemente de si usted llama a su amigo güey, boludo, parce, quillo o picha, o de si usted ha nacido al norte o al sur del Paraná o Sierra Morena o acá o allá de los Andes, usted para la OBM es «hispano», porque esos malditos seres blancos, anglosajones y protestantes que viven en USA (WASP), no se fijan en las sutilezas que a nosotros nos obsesionan y saben que, de California al Cabo de Hornos y de Menorca a Guadalupe, vive una comunidad humana que, aunque ella misma no lo sepa, comparte demasiadas cosas como para no considerarla un grandísimo proyecto de futuro en potencia.

Es por eso que se lo escribo en catalán, porque quiero que usted me entienda: entérese que para los gringos tenim un nom i el sap tothom: «hispanos». Y ahora puede usted seguir pensando en las tremendas «diferencias» que existen entre chilenos y argentinos, paraguayos y uruguayos, valencianos y baleares, murcianos y cartageneros… Pero no se extrañe si, al viajar a Estados Unidos, se encuentra usted con un muro en la frontera o con que el oficial de turno le clasifica a usted (se lo repetiré clar i catalá) como «hispano».

Y ahora me voy a desayunar.

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