Una noche de Pascua del año 33

Resulta imposible saber cuándo ocurrió lo que sabemos que ocurrió aquella semana de pascua del año 33 en Jerusalén.

Si usted lee los evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) estos le contarán que los hechos ocurrieron el día de la cena de Pascua de los judíos y que fue esa noche cuando Jesús y sus apóstoles celebraron la cena, Jesús instituyó la eucaristía con lo del «esto es mi sangre» y «esto es mi cuerpo…» y luego ocurrieron todos los demás hechos que se ven reflejados en los pasos que desfilan por la calle estos días.

Sin embargo, si usted lee el evangelio de Juan, verá que no, que la cena de Jesús y sus apóstoles no era una cena de Pascua sino que era una cena de amigos, que no tuvo lugar el día de la Pascua sino que se celebró un día antes de la Pascua, de forma que Jesús habría muerto la tarde de hoy, justo cuando las familias judías estaban matando los corderos que habrían de cenar mañana en cuanto cayese la noche.

—¿Y entonces la eucaristía?
—Nada de nada. Lea usted el evangelio de Juan y verá que ni eucaristía ni «este es mi cuerpo» ni «esta es mi sangre», ni cáliz ni nada de nada de nada.
—Me deja usted estupefacto
—Pues compruébelo (Juan 13, 1-15)

Con los evangelios pasa como en los juicios con los testigos que, si declara un solo testigo, sólo hay una narración de los hechos y no hay contradicciones pero, si declaran dos o más, es cuando empiezan las versiones incompatibles. Los evangelistas, a mi ver, no tratan de transmitir un mensaje tanto histórico como teológico y si a Marcos, Mateo y Lucas les viene bien seguir la tradición de la cena de Pascua judía usando de sus ritos, de los cuatro brindis o el pan ácimo que se saca al final, a Juan le viene mejor hacer que coincida la muerte de Jesús con la de los corderos del templo para generar una imagen que no dudo ustedes perciben… ¿Que ambas historias no cuadran? Pues que no cuadren.

Es por eso, porque los evangelistas no se ponen de acuerdo, por lo que no sabemos en realidad cuando ocurrieron los hechos que vamos a narrar, lo que sí sabemos es que, fuese cual fuese el día en que ocurrieron los hechos, la noche redultó toledana para la guardia romana de la Torre Antonia en Jerusalén: había estallado una revuelta cuando un pelotón de legionarios ayudados por la policía del templo salieron a detener a Yeshua Bar Yosef (o sea a Jesús hijo de José; es decir, Jesús de Nazaret).

Por informaciones pagadas a un confidente se supo que el tal Yeshua se encontraba tras la cena junto al lagar de aceite (Getsemaní) que hay en el Monte de los Olivos, según se sale de camino a Betsaida y, el oficial de guardia, mandó allá fuerza bastante para detenerle aún en el caso de que opusiese resistencia.

La situación era delicada. Muchos eran los judíos llegados de toda la provincia y reinos vecinos que pasaban la noche en ese monte y, dado que el lagar de aceite que había camino de Betsaida aún se encontraba dentro del perímetro teórico de Jerusalén, era un lugar apto para celebrar legalmente allí la pascua. Detener en ese lugar a un judío esa noche y más si era, como se decía, un líder popular podía ser un problema.

Cómo sucedieron las cosas aún no estaba claro a esas horas de la mañana y, por ello, el oficial de guardia estaba deseando que llegase el relevo y quitarse de en medio.

—¡Salve Septimio!
—¡Salve Octavio! Menos mal que llegas.
—¿Ha sido mala la noche?
—De perros, tengo a un soldado herido, hay un muerto que mucho me temo sea uno de los nuestros, hay tres detenidos en el calabozo y tengo al jefe pidiéndome que le lleve a un prisionero que no figura entre los detenidos.
—¿Quién es ese prisionero que no tienes?
—Un tal Barrabás…
—Quiere sonarme ese nombre… ¿Puedes resumirme lo que pasó?.
—Pues sí. Resulta que nos avisaron para mandar a un pelotón de legionarios ahí a la salida de Jerusalén, a donde el lagar de aceite, por ahí por el Monte de los Olivos, para detener a un hombre, un tal Yeshua Bar Yosef, pero resulta que el prenda no estaba solo sino que estaba acompañado por gente armada. Menos mal que mandé gente suficiente pero, aún y así, me hirieron malamente de un espadazo a uno de los que formaban el pelotón…
—Buf… No te preocupes, atentado, pertenencia a banda armada, desórdenes públicos, sedición…
—Creo que el Senado ha derogado eso de la sedición…
—Vaya usted a saber, cambian las leyes cada dos meses y no da abasto uno estudiando… Lo mismo un día derogan la sedición que otro hay comicios y acuerdan una amnistía… Pero vas a tener suerte porque esto es un tema grave.
—¿Y…?
—Pues que te lo van a pasar a Diligencias Previas y, para cuando salga el juicio, ya estarás tú destinado en Hispania, en la Carthaginense, tomando el sol tan ricamente en el Cabo de Palus.
—Olvídate, esto es un tema internacional: ha metido el cuerno un tal Herodes Antipas, el rey de Galilea y quiere que esto sea no un Juicio Rápido, sino rapidísimo…
—Hacen con los procesos lo que les sale de los huevos y, claro, así va la República. ¿Y qué pinta el salido de Antipas en todo esto?

La pregunta del oficial romano era sensata y hay que convenir en que Jesús de Nazaret tuvo muy mala suerte aquel día de Pascua del año 33 pues, uno de los que habían venido a celebrarla a Jerusalén, era el salido de Herodes Antipas, el rey de Galilea y Perea; es decir, el que mandaba en los territorios de los cuales Jesús era nacional. Que Antipas estuviese en Jerusalén era algo que a Pilato no le podía pasar desapercibido y según los evangelios, al enterarse que Jesús era Galileo, aprovechó para mandarlo a Antipas.

Es ahora cuando conviene recordar que Antipas había perseguido hasta cortarle el cuello hacía poco a Juan el Bautista, primo de Jesús y líder de una facción a la que, en algún momento, perteneció Jesús. Podrá imaginar el amable lector que esto leyere que a Antipas el tal Yeshua de Nazaret, primo y secuaz de Juan el Bautista, gracia podía hacerle entre muy poca y ninguna y si, además, si leemos a Lucas 9-9 veremos que Antipas hacía tiempo que tenía muchas ganas  de echarse a la cara Yeshua

«Y dijo Herodes: A Juan yo degollé: ¿quién pues será éste, de quien yo oigo tales cosas? Y procuraba verle».

Antipas, según los evangelistas, se deshace del problema remitiendo a Jesús de nuevo a Pilato tras burlarse de él y colocarle una toga brillante… pero usted y yo creo que, tras haber leído hace varios días la historia de Juan el Bautista que nos cuenta Flavio Josefo, podemos dar por seguro que, junto con los guardias que conducían a Jesús, Antipas mandó a Pilato algún recadito en cuanto a la suerte que debía correr Jesús.

Recapitulemos: que Jesús había entrado dándoselas de rey en Jerusalén el domingo estaba claro, que el lunes había montado una pajarraca y no pequeña en el exterior del templo estaba también admitido por innúmeros testigos, que el martes había aconsejado no pagar tributo al César había decenas de saduceos que lo sostenían y que anoche, en compañía de gente armada y violenta, había opuesto resistencia a su detención y había resultado herido al menos un soldado, estaba acreditado; pero es que, además, esa acción no sucedió aislada sino que, además, se había producido un motín con resultado de un muerto según nos cuenta Marcos y del que sería responsable un misterioso sujeto llamado «Barrabás» que…

«estaba preso junto a los amotinados que en la revuelta habían cometido un asesinato» (Marcos 15, 7)

Si la traducción exacta de la palabra griega empleada por Marcos es «tumulto», «insurrección» o «revuelta» (así traducido en las diversas versiones de la Biblia) y si el artículo es el determinado «el» (el tumulto) o el indeterminado «un» (un tumulto) es algo que, si tienen un amigo humanista, pueden ustedes mismos comprobar. Lo cierto es que, contemporáneamente a la detención de Jesús, se detuvo durante un tumulto a un tal «Barrabás» y que, al parecer, era el directo o indirecto de una muerte.

¿Y quién era ese tal «Barrabás»?

Lo primero que debemos saber es que Barrabás no es un nombre hebreo y que, por más que usted busque en la Biblia o en cualquier otro documento de la época no encontrará a ningún personaje llamado así. Muy probablemente Barrabás no es nombre, sino el patronímico habitual usado por los hebreos de forma que, igual que Jesús de Nazaret podía ser conocido como «Jesús hijo de José» (Yeshua Bar Yosef) o su apostol al que conocemos como Bartolomé era en realidad «Natanael hijo de Ptolomeo» (Natanael «Bar Ptolomeo») este Barrabás era en realidad un tal «Bar Abba».

Pero ¿qué significa «Bar Abba» y cuál era su nombre de pila?

Bueno (y por favor que no se me enfade nadie) «Bar Abba» significa literalmente «Hijo del Padre» y su nombre lo desconocemos. Bueno… Hay algún papiro perdido algunos siglos después que nos habla seguramente de un tal Bar Abba que se llamaba… Yeshua.

Antes de que ustedes me lapiden, en mi descargo cedo la pluma a Su Santidad Joseph Ratzinger y les transcribo lo que el mismo escribió en su libro «Jesús de Nazaret».

«Barrabás («hijo del padre») es una especie de figura mesiánica»

Es decir, no soy yo quien traduce el apellido Bar Abba por «hijo del padre», sino Joseph Ratzinger, aunque él, firme en el relato evangélico del plebiscito popular entre Jesús y Bar Abba, sostiene que son dos «Mesías» diferentes. Les transcribo el texto.

«Barrabás («hijo del padre») es una especie de figura mesiánica; en la propuesta de amnistía pascual están frente a frente dos interpretaciones de la esperanza mesiánica. Se trata de dos delincuentes acusados según la ley romana de un delito idéntico: sublevación contra la Pax romana. Está claro que Pilato prefiere el «exaltado» no violento, que para él era Jesús».

Lo cierto es que Jesús se llama a sí mismo numerosas veces Bar Abba sin que sepamos cuál es el nombre de ese otro Bar Abba que según los evangelios es un rebelde contra Roma (leamos de nuevo a Ratzinger)

«Juan denomina a Barrabás, según nuestras traducciones, simplemente como «bandido» (18,40). Pero, en el contexto político de entonces, la palabra griega que usa había adquirido también el significado de «terrorista» o «combatiente de la resistencia». Que éste era el significado que se quería dar resulta claro en la narración de Marcos: «Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta» (15,7)».

Observen que el Papa Ratzinger traduce Marcos 15,7 con artículo determinado «la revuelta» (no «una» revuelta como hacen interesadamente algunas biblias) y de esta forma parece claro que la noche de Pascua, sea quien quiera que sea el tal Barrabás, para la guarnición romana de la Torre Antonia fue una auténtica noche judeotoledana.

Sí debo hacer aquí una precisión.

Recuerdo cuando de niño, a finales de los 60 y todavía en pleno régimen de Franco, los profesores nos hablaban de los males de la democracia y negaban la capacidad del pueblo para tomar decisiones. Con frecuencia recurrían al ejemplo de lo que ellos llamaban «la primera decisión democrática» que no era otra que aquella que, supuestamente, promovió Poncio Pilato al pedirle al pueblo judío que decidiese sobre la vida y la muerte de Jesús o Barrabás. El pueblo eligió a Barrabás y con esto mis profesores daban por zanjada la cuestión.

El ejemplo me atormentó años.

La imagen del pueblo gritando a Poncio Pilato que liberase a Barrabás («Bar Abba» en arameo) me estremecía, hasta que un día aprendí que «Bar Abba» (el nombre del supuesto delincuente) significa literalmente en arameo «Hijo del Padre». Más tarde, manuscritos procedentes de Cesárea y del Sinaí aclararon que el nombre de ese tal «Bar Abba» no era otro que «Iessous», es decir: Jesús. Entonces comencé a intuir la posible moraleja profunda de esa historia.

Cuando la multitud gritaba a Poncio Pilato que liberase a «Bar Abba» lo que estaba gritando, en nuestro idioma, es que liberase a «el Hijo del Padre».

Hoy se sabe con bastante certeza que la elección de que hablaban mis profesores jamás existió y que entra dentro de lo posible e incluso probable que Jesús y Barrabás pudiesen ser la misma persona.

Ocurre que la historia la escriben los poderosos y, cuando el cristianismo llegó a ser la religión del imperio, no quedaba nada bien que fuese la propia Roma la responsable de la muerte de quien ahora era su deidad oficial. No existe ningún documento ni romano, ni judío ni de ninguna otra especie que nos hable de esa supuesta costumbre de amnistiar a un prisionero por Pascua de que nos habla el evangelio. El desconocimiento del arameo y unos cuantos retoques hicieron el resto: fueron los judíos —y no los romanos— los responsables de la muerte de Jesús al elegir a un peligroso delincuente llamado Barrabás. Ese pasaje, con toda probabilidad apócrifo, ha sido además terrible para la suerte del pueblo judío pues, en su afán por descargar a la República Romana de la responsabilidad de la muerte de Jesús, hace gritar al pueblo aquello de «su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos» frase brutal y terrible que, a lo largo de más de veinte siglos de historia, ha costado millones y millones de muertos al llamado «pueblo deicida».

Veamos el terrible fragmento del evangelio de Mateo.

21 Y respondiendo el presidente les dijo: ¿Cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos dijeron: á Barrabás.
22 Pilato les dijo: ¿Qué pues haré de Jesús que se dice el Cristo? Dícenle todos: Sea crucificado.
23 Y el presidente les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Mas ellos gritaban más, diciendo: Sea crucificado.
24 Y viendo Pilato que nada adelantaba, antes se hacía más alboroto, tomando agua se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo veréislo vosotros.
25 Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.

La historia de la elección entre Jesús y Barrabás es, aparte de sus dramáticas consecuencias, extremadamente moderna y tiene muchas moralejas. Hoy que cuando elegimos entre partidos -votemos lo que votemos- votamos siempre a los mismos; hoy que cuando el pueblo deja oír su voz el poder la manipula y tergiversa hasta hacerle decir lo que no dice; hoy que los Poncios Pilatos mandan a la Troika a quien el pueblo quiere salvar, la historia de Iessou Bar Abba cobra actualidad.

No; el pueblo no se equivocaba entonces, su decisión fue desoída y posteriormente falseada para que los culpables pasasen por inocentes y el pueblo resultase culpable de los delitos de sus inícuos gobernantes: «Han vivido por encima de sus posibilidades».

Pero la verdad -entonces y ahora- estuvo siempre ante nuestros ojos, escrita en el nombre de ese misterioso delincuente que quizá nunca lo fue: Barrabás, Bar Abbá, el Hijo del Padre.

Sin embargo, dejando al margen quién sea o no sea el tal Barrabás, para la guarnición romana de la Torre Antonia, aquella noche de la semana de Pascua fue una auténtica noche judeotoledana.

—Y ¿qué van a hacer con ese tal Yeshua Bar Yosef, Septimio?
—Pues ¿qué van a hacer? crucificarle de inmediato. Antipas quiere que lo apiolen, los saduceos quieren que lo apiolen, los sacerdotes quieren que lo apiolen, los mercaderes quieren que lo apiolen, una parte de los fariseos quieren que lo apiolen y al jefe, a Pilato, le gusta más una crucifixión que a un tonto un lápiz ¿qué crees tú que va a pasar?
—Por Júpiter Septimio, esto es un abuso ¿Pero es que nadie ha sido capaz de decir una palabra en defensa de ese Yeshua?
—Nadie Octavio, nadie. Ayer, mientras Yeshua estaba detenido en el palacio de Caifás y pensando en buscar alguien que dijese algo en su favor, mandé a una sirvienta a que llamase a uno que estaba en el patio calentándose y a quien yo había visto con él y sabía que era amigo suyo.
—¿Y acudió a hablar en su favor?
—¡Quiá! Cuando le preguntaron si era amigo de Yeshua sufrió un ataque repentino de lo que, en términos médico-forenses se llama «jindama» o «canguelo», dijo que no le conocía de nada y apretó a correr. A estas alturas debe de estar llegando a Cafarnaum.
—Si estuviese aquí Cicerón el abogado otro gallo cantaría.
—Pues… hablando de gallos, desde que apretó a correr el amigo de Yeshua, lleva el gallo de la Torre Antonia cantando como un loco, que estoy por apiolarlo a él también y servirlo de rancho a la tropa…

Como ven, en todo este relato donde aparecen todo tipo de actores, soldados, líderes políticos, autoridades religiosas, hombres armados, sediciosos… sólo se echa en falta a un personaje: alguien con el coraje preciso para ponerse en pie y hablar en favor de Yeshua, el acusado.

El legionario Octavio tenía razón «si estuviese aquí Cicerón otro gallo habr8a cantado…» y es que ese es el trabajo que Pedro, valiente para sacar la espada, no tuvo el valor de realizar, ponerse en pie y decir ante toda una sociedad en contra «este hombre es inocente de lo que se le acusa».

El hombre es un animal gregario y no quiere ser marginado socialmente por tomar partido por aquel a quien todos condenan y es por eso que, muchas veces, se precisa más valor para ponerse en pie y defender una posición minoritaria, a veces tan minoritaria, que la defiende una sola persona, que desenvainar la espada o realizar un acto violento. Sí, aquella noche en Jerusalén sólo faltó una persona, justo esa que defendiese el punto de vista y la inocencia de Yeshua Bar Yosef, Yeshua Bar Abba o simplemente Jesús de Nazaret.

Y aquí llegamos al final de esta serie queridos compañeros y compañeras de tiesuras y estrecheces; a partir de hoy voy a disfrutar de la magnífica semana santa de mi ciudad (estáis invitados) y voy a hacerlo con la tranquilidad y la confianza de que, mientras existan hombre y mujeres como vosotros, los gallos nunca cantarán en España por hombres como Yeshua Bar Yosef, el hijo del carpintero de Nazaret.

Un comentario en “Una noche de Pascua del año 33

Deja un comentario