Creo que hace unos días les conté que nuestros esquemas jurídicos responden al estado de la tecnología del momento y que, para una sociedad agrícola, conceptos como la propiedad de la tierra o la caza eran muy distintos de los de una sociedad de pastores o de cazadores recolectores.

Les hablaba de ello para advertirles de cuán duras van a ser las pugnas futuras en materia de open source o propiedad intelectual. Las mentalidades cambian despacio en materia de moral, religión o estructuras jurídicas y conviene ser conscientes de hacia donde vamos no sea que acabemos dando lugar a culturas profundamente injustas como la nuestra, al menos con las mujeres.

Porque ¿vamos a ver? ¿eso de que el varón ostente preeminencia sobre la mujer es una enfermedad de siempre o en algún momento de la historia humana no fue así? Y, si no en toda la historia fue así ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

Ya, ya sé que ustedes me dirán que, si estoy diciendo todos los días que la historia empieza en Sumeria, que vaya a buscar la respuesta en una tablilla sumeria; y, al menos en parte, lo haré así, aunque este tema es de demasiado calado y vamos a necesitar irnos algo más atrás del año 3000AEC.

Si ustedes observan el panteón sumerio observarán que su diosa principal es una mujer, aunque, desgraciadamente, el papel de las mismas en la sociedad sumeria no se correspondiese con el status de su diosa suprema, la bondados reina del cielo, Inana.

Sin embargo, que las más antiguas civilizaciones históricas adorasen deidades femeninas y no masculinas es una pista que merece ser investigada. ¿Cuándo los dioses supremos dejaron de ser mujeres y por qué?

Para averiguarlo será necesario que retrocedamos a sociedades pre-históricas, es decir, anteriores al descubrimiento de la escritura. En este caso es particularmente útil retroceder hasta el año 7000 AEC y acercarnos hasta una de las poblaciones más antiguas del mundo: Çatalhöyük.

Çatalhöyük se halla al sur de la península de Anatolia, en la planicie de Konya, cerca de la actual ciudad de Konya (antigua Iconium) y aproximadamente a 140 km del volcán Hasan Dağ, en Turquía. Çatalhöyük es, pues, una de las más antiguas ciudades del mundo, cuatro mil años anterior a las primeras culturas —sumeria, egipcia— que usaron de la escritura e incluso anterior a la Edad del Bronce. En torno al año 5700AEC un gran incendio destruyó la ciudad, cociendo las paredes de adobe de las casas y permitiendo, de este modo, que sus edificios hayan llegado hasta nosotros.

Pero, si no sabían escribir ¿qué podemos saber de los habitantes de Çatalhöyük? Bueno… Muchas cosas. Los arqueólogos, cual detectives, observan los restos y leen en ellos como nosotros en el texto de un libro y en Çatalhöyük observaron muchas cosas que les impresionaron.

Observaron, por ejemplo, que la inmensísima mayoría de las figurillas religiosas —y las había por cientos— de Çatalhöyük eran la representación de una diosa. Y observaron que en los enterramientos de Çatalhöyük, a diferencia de los posteriores enterramientos egipcios o sumerios, hombres y mujeres se enterraban con ajuares parecidos y en tumbas de similar porte y presencia. A día de hoy solo una veinteava parte de la ciudad ha sido excavada y lo que se ha encontrado allí es una ingente cantidad de pinturas, relieves y esculturas en piedra centradas en el culto a la diosa, y ello sin contar las miles de estatuillas de arcilla de la misma. Si podemos, pues, afirmar algo con cierta seguridad sobre las personas que vivían en Çatalhöyük es que, para ellas, dios era mujer.

Antes de que se me adelanten diciendo que quizá Çatalhöyük  fue un fenómeno aislado les diré que, excavaciones posteriores, han puesto de manifiesto la existencia de una extensa área geográfica donde han aparecido estatuillas y símbolos de diosas, yacimientos arqueológicos que cubren una extensa área geográfica que va más allá de Oriente Próximo y Oriente Medio.

Aunque la historia, hablando en sentido estricto, empieza en Sumeria, la peripecia humana empieza mucho antes y la historia de cómo el ser humano descubre la agricultura y la ganadería y se adentra en el neolítico es un proceso muy anterior a Sumeria y Egipto y que no se da exclusivamente en esa región que se ha dado en llamar creciente fértil sino que tenemos rastros del mismo en Anatolia, Europa Suroriental y otros lugares del mundo y, aunque en esos lugares no hay textos escritos —no hay «historia»— sí quedan vestigios suficientes para saber que el papel de las mujeres no siempre fue el mismo que acabó siendo en Sumeria, Egipto, Canaán, Grecia o Roma.

El culto a la diosa parece firmemente establecido en estas sociedades neolíticas y tiene sentido. Los seres humanos sabemos que las encargadas de crear la vida son las hembras, lo mismo en el género humano que en las demás especies animales; era pues absolutamente coherente que se atribuyese la creación y el dominio del mundo a una mujer cósmica —la diosa— responsable de la creación y regeneración del mundo. El vigor del toro o la capacidad de regeneración de la serpiente —que cambia de piel anualmente y parece «resucitar» tras el letargo invernal— son atributos que frecuentemente acompañan a la diosa y si en Çatalhöyük encontramos una diosa representada en una escultura dando a luz a un toro, ese mismo toro nos conduce a la sociedad tauromáquica por excelencia: la sociedad minóica.

La civilización minóica es la primera civilización europea y sus orígenes se encuentran en el séptimo milenio antes de nuestra era en que fue poblada por seres humanos provenientes de Anatolia, la actual Turquía. Nacida en el año 7000 AEC, año del esplendor de Çatalhöyük, la civilización minóica presenta aspectos tan sorprendentes o más que la de Çatalhöyük o las poblaciones de oriente.

Si ustedes observan las ruinas de los espléndidos asentamientos cretenses con sus espectaculares palacios de traza laberíntica observarán que estamos en presencia de una civilización extraña. En primer lugar sus ciudades parecen ajenas a la guerra, carecen de murallas o torres defensivas y en sus pinturas y esculturas jamás aparece ninguna persona armada ni se representan escenas de guerra.

Dominadores del comercio del Mediterráneo Oriental con sus barcos y acumuladores de grandes riquezas, en sus obras de arte jamás se ve ningún barco de guerra y, entre los objetos arqueológicos recuperados, las armas parecen ser residuales.

Lo que sí encontramos en sus pinturas y obras de arte es una presencia intensiva de la mujer en la sociedad.

El dios de los minoicos es también mujer y la representación de la diosa como mujer adornada con serpientes o sujetándolas (recordemos el simbolismo positivo de la serpiente) es tan omnipresente como las imágenes de los toros o de los símbolos de sus cuernos (cuernos omnipresentes en Mesopotamia en incluso en determinados momentos históricos del judaismo: recordemos a Moisés y sus cuernos) y, lo que es más importante, la exclusividad femenina en el ejercicio del cargo sacerdotal (los hombres, como hoy las mujeres, eran meros espectadores) y su participación activa en las ceremonias tauromáquicas. Si se toman la molestia de buscar en internet imágenes del arte minóico verán que en ellas la presencia de la mujer es intensiva (la piel de las mujeres en las pinturas es blanca y la de los hombres morena) y comprobarán lo que les digo: las mujeres también participán en los arriesgados ejercicios tauromáquicos.

Entonces ¿la raza humana fue un matriarcado alguna vez? y, si es así, ¿por qué dejó de serlo?

Personalmente no creo que la raza humana fuese, ni creo que haya de ser, un matriarcado, creo simplemente en que existieron sociedades igualitarias donde el papel de hombres y mujeres en la sociedad, fuertemente condicionado por sus creencias religiosas, fue paritario.

¿Por qué cambió tal situación?

Es difícil responder pero personalmente creo que cambió porque cambió el entorno tecnológico de las sociedades. Los estados agrícolas fundan su riqueza sobre el dominio de tierras cultivables bien provistas de agua y otros recursos y es por eso que, la tierra, como principal recurso, despertó la avidez humana y una de las prácticas que, en los estadios más primitivos de la sociedad, mejor se daban a los hombres: la agresión, conquista y conservación de terrenos cultivables. Con Sargón de Akkad se creó el primer imperio y, de entonces a hoy, solemos medir la importancia de los imperios por su extensión territorial; parece evidente que la mentalidad de agricultores de que les hablaba ayer está firmemente instalada en el ser humano.

La guerra, en épocas de tecnologías rudimentarias, era una tarea especialmente apta para los hombres y así, poco a poco, pero de forma constante, el culto a la diosa empezó a ser sustituida por dioses agrícolas mitad dueños del cielo mitad señores de la guerra. Si repasan la Biblia verán que Yahweh es un dios típicamente guerrero (señor de los ejércitos se le llama) y como él muchos más. Esa es mi hipótesis.

Sin embargo hoy el mundo ha cambiado, la tierra y la agricultura, ya no son el recurso más preciado de las sociedades humanas sino que el conocimiento, las tecnologías, la ciencia y el know-how son un patrimonio mucho más apreciado y es en ese momento cuando, como en la vieja historia de pastores y agricultores que les contaba ayer, comienza la guerra.

Pero de esa guerra les hablaré otro día, por hoy déjenme que me quede con la idea de que otra sociedad es posible, ni patriarcal ni matriarcal, sino igualitaria.

Y ahora déjenme que me dé a mí mismo un divertimento: si les queda alguna duda de por qué las primeras sociedades eligieron a una mujer como diosa traten de averiguarlo observando esta foto que he encontrado navegando en internet. La he titulado «Jaime mirando a su madre».

4 comentarios en “Su dios era mujer.

  1. Robert Graves defendía que hasta la llegada de los arios a Grecia, en todo el Mediterráneo se rendía culto a la Diosa Madre.
    Las comunidades eran regidas por una sacerdotisa, su cargo era hereditario, y recaía en la hija menor, y sus hijos varones eran sacrificados.
    También pensaba que el último lugar en que regió este sistema fue en las Baleares.

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