Mi sufijico materno

Como en mi figón habitual cuando, en la mesa de al lado, se sienta un matrimonio que requiere finústicamente la presencia del camarero y le solicita:

«Un «cafetito» cortado con leche sin lactosa y otro normal; una «flautita» de salmón y unas «galletitas» de las que se ven en el expositor del mostrador».

Casi me atraganto al oír tal barahúnda de flautitas, cafelitos y galletitas.

Recuerdo perfectamente cuando, de niño, el profesor nos enseñó que los diminutivos en castellano se hacían añadiendo el sufijo «-ito» a las palabras. Recuerdo que me invadió una sensación de repugnancia casi física, yo nunca había construído un diminutivo en -ito y, cuando escuchaba a alguien hacerlo, mi percepción era que se trataba de una cursilada insufrible, algo falso e impostado pues ¿cómo alguien en su sano juicio podía construir un diminutivo con el sufijo -ito, estando ahí mi natal -ico tan a la mano?

El cabreo que cogí esa tarde aumentó cuando el profesor añadió que -ito era la forma correcta y que si nosotros hacíamos el diminutivo en -ico era por nuestra natural burricie, esa misma burricie que nos llevaba a pronunciar «quinse» en vez de quince.

Recuerdo que me juré que yo nunca sería un cursi de esos que hacían los diminutivos en -ito y que, dijera lo que dijera el profesor, yo los haría siempre en -ico.

Luego pasaron los años y leí el Quijote y en él aprendí que lo que decía mi profesor era con toda probabilidad falso porque Cervantes, en esa obra, el diminutivo que prefirió era el terminado en -illo (114 veces) seguido por mi natal -ico (49 veces) y ya después el execrable -ito y otros sufijos válidos en lengua castellana (-uelo, -ete, -ejo…).

El diminutivo en -ico, además, a su función disminuidora añade una indudable función afectiva, una función afectiva tan grande que en algunos casos esta sobrepuja a la función disminuidora. El uso afectivo del -ico en la Diócesis de Cartagena me exigiría un extenso análisis de ejemplos pero, si son ustedes de aquí, me entenderán.

No pasó mucho tiempo antes de que consultara el Diccionario de la Real Academia Española y descubriese que el sufijo -ico era un castellano absolutamente correcto y reconocido por ella. Se lo transcribo literalmente:

«-ico, ca
1. suf. And., Ar., Mur., Nav., Col., C. Rica, Cuba y Ven. Tiene valor diminutivo o afectivo. Ratico, pequeñica, hermanico. A veces, toma las formas -ececico, -ecico, -cico. Piececico, huevecico, resplandorcico. En Colombia, Costa Rica, Cuba y Venezuela, solo se une a radicales que terminan en -t. Gatico, patica. Muchas veces se combina con el sufijo -ito3. Ahoritica, poquitico».

Y desde entonces sé que a Juan puedo llamarlo Juanico, Juanillo, Juanelo, Juanete o Juanito según me apetezca y sabiendo que cada diminutivo tiene no solamente una función disminuidora sino afectiva, ponderativa, despectiva, regional o de muchos otros tipos.

Y ahora, acabada mi colación, me voy a ir a casa y voy a dejar a este matrimonio con sus flautitas y galletitas.

Y que no se me enfade nadie, yo solo soy un zagalico de aquí.