Odio comprar ropa

Odio comprar ropa

Odio salir a comprar ropa. Lo odio con todas mis fuerzas, con toda mi alma, con todo mi ser. Si tú, como yo, tienes una cierta edad y peso entenderás lo que digo.

Las personas, llegada cierta edad, reciben de su doctor la instrucción de vestirse y desvestirse sentados. Esto es imperativo sobre todo en el caso de los pantalones, cambiarse de pantalones haciendo equilibrios a la pata coja puede dar lugar a caídas que pueden ser peligrosas. Las tiendas de ropa responden a esta necesidad prescindiendo meticulosamente en la mayoría de sus probadores de todo vestigio de banquito o taburete. En la tienda donde he ido a comprar ropa esta mañana sí tenía un vestidor con banquito (el resto no), banquito que la señorita ha utilizado para colocar los seis pantalones que había de probarme de distintas tallas y tamaños.

Adicionalmente el vestidor (en este caso todos los vestidores) tan solo disponían de dos pomos de percha de forma esférica y de un tamaño tan notable que, si colocabas en ellos los pantalones a probar (seis) caían al suelo, a más de que, como uno va vestido a esos sitios pues debe optar por colgar la chaqueta y pantalones que lleva puestos en las perchas o arrojarlos al suelo.

La conclusión de todo esto es que uno debe sentarse en el banquito sobre los pantalones a probar o bien arrojar los pantalones al suelo (cosa que no oarece muy civilizada) o colgarlos en los pomos-percha de donde, con toda seguridad, caerán grácilmente al suelo.

El usuario comenzará entonces una tabla de ejercicios notables que incorporan fases tales como flexión y captura de pantalón del suelo, contorsionismo en banquito sentado sobre una pila de pantalones o lanzamiento de prenda cuando ha terminado de probarse cada unidad.

A esta facilidad se añade otra verdaderamente sofisticada y es que cada modelo tiene un tallaje diferente expresado en unidades incomprensibles.

Estos pantalones que ven en la foto tienen ambos la misma talla pero, como ven, uno lleva la talla «Skinny stretch fabric W34» y el otro esta etiquetado como «Slim 44». Todo clarísimo para un consumidor medio. Transparente y cristalino. ¿Quién no sabe qué es un «Skinny stretch fabric W34»? Y sobre todo ¿quién no conoce la equivalencia en centímetros de la unidad métrica W34?

He tratado de intuir si W34 era una medida en pulgadas, palmos, dedos o pies (pues es evidente que no era sistema métrico) y sobre todo qué la diferenciaba del «Slim 44» y qué medida era esta pues, si ambas medían lo mismo, era evidente que las unidades de medida eran distintas.

Alguien me ha dicho que es que eso era así y que se trataba de «equivalencias» aunque no ha sido capaz de aclararme cuál era la proporción que guardaban las equivalencias ni las unidades en que se medían cada uno. Eso era así y yo era un loco que se quejaba de algo evidente.

Yo debería haberle recordado que los sastres utilizan una herramienta llamada «cinta métrica» que mide en unas curiosas unidades llamadas «centímetros» y que son absolutamente iguales independientemente del país, la marca y modelo donde compremos la ropa pero, a lo que parece, las tiendas de ropa aún no conocen el sistema métrico y ni siquiera el imperial con sus pulgadas y pies.

Para cualquier persona con la movilidad limitada o con la necesaria edad o peso, esta mendruguez de los W36 iguales a los Slim 44 es algo más que una denostración de desprecio por parte de las marcas al consumidor, pues supone un innecesario ejercicio probatorio de ropas que, etiquetadas distinto, debes comprobar que, en realidad, son del mismo tamaño.

Tras haber hecho en el vestidor más ejercicio de Nadia Comanecci en las olimpiadas de Montreal-76 mi sangre ha alcanzado el punto de ebullición a la temperatura de 212⁰ (Farenheit, claro, he estado a punto de decirle a la señorita para que obtuviese la «equivalencia» a grados centígrados) y he estado a punto de colocarme mis pantalones e irme de la tienda dejándolo todo abandonado en el vestidor. No lo he hecho. Al fin la sociedad parece estar preparada solo para jóvenes y para embrollar las medidas de las prendas, supongo que para dificultar la venta «on line» (¿quién sabe qué talla es la suya ante este galimatías?) o quizá, por algún maligno designio, para disfrutar viendo la cara de confusión del concumidor.

Mi ánimo, bueno al entrar a la tienda, se ha trasmutado en un indisimulado mal humor y me ha torcido el gesto buena parte de la mañana.

Pero bueno, ya tengo tres pantalones adaptados a mi actual talla, espero no volver por una tienda de ropa en mucho tiempo.

El arma secreta de la humanidad

El arma secreta de la humanidad

La ropa que se ve en la fotografía tiene 2000 años de antigüedad y perteneció a una mujer que vivió ennla península de Jutlandia (actual Dinamarca) en torno al siglo primero de nuestra era. Su cuerpo fue encontrado en una turbera en buen estado de conservación y sus ropas hoy se exponen en el Museo Nacional de Dinamarca.

Una falda y un manteo de lana junto con una capa hecha de cuadrados de piel cosidos componían su indumentaria el día que murió. Alguna pequeña peineta completaba su equipación.

Los análisis nos muestran que, antes del accidente, la mujer había sufrido una fractura de fémur de la cual había curado y todo esto nos retrotrae a esos lejanos momentos en que el ser humano era todavía un animal indefenso frente a la naturaleza pero en los que, gracias a su mejor arma, podía sobreponerse a ella.

Y esta arma secreta que hizo grande al género humano fue la cooperación. En la naturaleza un animal con el fémur roto muere indefectiblemente, pero un ser humano no, porque sus compañeros le cuidan hasta que el hueso vuelve a soldar. Los vestidos de esta mujer y esta mujer misma nos hablan de una sociedad que coopera, que busca lana y la teje para abrigar a sus miembros, que caza, curte y cose pieles con la calidad necesaria para que duren dos mil años, una sociedad, en fin, que no deja que mueran sus miembros enfermos y los arrastra con ella si es preciso persiguiendo a sus presas pero no los abandona a su suerte.

Muchos líderes nos hablan de competencia y de lucha como claves de éxito pero, en mi sentir, deberían mirar antes las ropas y los huesos de esta mujer de Huldremose porque en ellas está escrita la clave del éxito humano, la herramienta que nos ayudó a abandonar los árboles y nos llevó a poblar el mundo y a soñar con habitar planetas cercanos: la cooperación.

Trato de estudiar las claves de esa estrategia evolutivamente estable llamada cooperación porque, en el fondo, esas son las reglas que, torpemente y sin entenderlas del todo, los juristas tratamos de actuar en la realidad.

Es otra forma de ver nuestro trabajo.