Pilotos de las Malvinas

Pilotos de las Malvinas

Gestionar las emociones para enfrentar una muerte posible no es un oficio sencillo y pienso en esto en medio de esta incierta madrugada en la que dormito y escucho en Youtube los testimonios de los veteranos pilotos argentinos que, en sus viejos aviones A4 «Skyhawk», combatieron a la flota británica en la guerra de las Malvinas.

Conste que no hago distingos en este punto entre los sufridos pilotos argentinos y los esforzados marineros británicos; el miedo (como los seres humanos) no es distinto por sufrirse bajo una determinada bandera ni en defensa de una patria, el miedo, la angustia, es patrimonio común y no hace distingos entre los seres humanos. Ocurre, sin embargo, que los pilotos argentinos se apellidan Barrionuevo, Gómez o Carballo y se expresan en castellano y esto hace que, al escucharles contar sus historias, les sienta especialmente cercanos.

La superioridad tecnológica británica en aquella guerra hacía que las posibilidades nominales de regresar salvos de una misión contra la flota inglesa fuese, para los viejos «Skyhawk» argentinos, de tan solo una de cada ocho. El perfeccionamiento de técnicas de vuelo rasante a escasos metros de las olas mejoraron las posibilidades de sobrevivir hasta un tercio, pero es la realidad que, salir en misión de ataque a la flota en aquella guerra, suponía para los pilotos argentinos el enfrentar una muy cierta posibilidad de morir. Y muchos murieron. Unos por los misiles de la flota, otros por la acción de los Harrier británicos, otros más incluso por fuego amigo de las propias fuerzas argentinas y aún otros más por fallas técnicas en los aparatos en que volaban.

Un Skyhawk es un artefacto construido con miles de piezas de metal que conspiran incesantemente para caer a tierra en cuanto algo deje de funcionar como debe. Los pilotos, pues, cuando suben a su avión, deben confiar en que todo aquel complejo mecanismo funcionará cuando sea requerido para ello y, llegado el caso, deberán ser capaces de lanzarlo hacia otro mecanismo que pugna por desintegrarlos a cañonazos o misilazos. Es una situación atroz.

Cuando los seres humanos enfrentan la muerte su percepción de la realidad y de lo que sea la vida cambia, todo cuanto antes parecía importante ahora es irrelevante, todo parece no tener sentido y la mente se focaliza en lo que, ahora, es lo único importante. Y toca subir al avión y confiar en que todo funcione bien y en que la fortuna esté de tu parte y puedas ser ese uno de cada tres que vuelve para contarlo.

Y es llamativo cómo, en cuanto cesa el riesgo y el aviador vuelve a la base, todo recupera sus antiguas dimensiones y volvemos a soñar ese sueño que llamamos vida.

Y a veces pienso que, enredados en esta especie de enajenación, perdemos la consciencia de que, cada mañana que dios amanece, todos, absolutamente todos, hemos de volver a subir en nuestro Skyhawk.

Como Barrionuevo, como Gómez, como Bustos, como Carrizo, como Arrarás…

En el fondo como todos nosotros.

LexNet y el «benchmarking»

En España somos unos fieras en esto de la informática y la justicia. Como la Justicia ya no iba mal de por sí, la falta de planificación (o la sobra de avidez) ha dado lugar a que casi cada comunidad autónoma tenga un sistema de gestión procesal distinto, atención al dato:


Hasta 10 sistemas de gestión procesal distintos que, en muchos casos, «ni se hablan» entre sí. No me hablen ustedes de Steve Jobs, ni de Bill Gates ni de Richard Stallman, para tíos listos nosotros. Viva España.

Hemos gastado 10 veces lo que habría bastado gastar una sola vez, y todo para liar un carajal informático que ni Silicon Valley hubiese conseguido liar aunque pusiera todo su empeño en ello. Como digo: «semos» los mejores. 

Un niño de 11 años habría optado por copiar o usar en todas las comunidades autónomas el mismo sistema, en lugar de gastarse 10 veces el dinero para hacer algo que ya estaba  hecho; pero, claro, eso es porque los niños de 11 años no perciben los complejos problemas jurídico-financieros de la coyuntura política. Ustedes me entienden.

Pienso en esto y, mientras espero unas horas a que LexNet decida admitirme un escrito, un amigo me sugiere por whatsapp que deberíamos hacer una comparativa entre los diversos programas existentes. «¿Un benchmarking?» -le digo- a lo que él me responde «no sé qué carajo es un benchmarking, pero aquí alguno o algunos se han gastado un pastizal en software y hardware para hacer una mierda como el sombrero de un picador» (mi amigo es hombre de metáforas poco elaboradas).

Y mientras LexNet sigue sin digerir un folio DIN-A4 a una cara, pienso que mi amigo tiene razón, que, ahora que ya tenemos 10 programas distintos para hacer la misma cosa, bien podríamos compararlos y ver cual funciona mejor y cual peor y, de paso, acabada la comparativa, podríamos correr a gorrazos a los responsables de los peores programas, que eso no devolverá el dinero malgastado a las arcas públicas, pero es una actividad que relaja mucho y contribuirá sin duda a serenar los ánimos del electorado en estos tiempos convulsos.

Luego, una vez elegido el mejor de los programas, podríamos instalarlo en todas las comunidades de forma que todos los sistemas se entendiesen entre sí y de este modo mejorase sensiblemente el funcionamiento de nuestra administración de justicia. En este punto habría que establecer un premio especial porque, si elegido un programa, el mismo no puede ser compartido por todos debido a que los responsables no eligieron convenientemente las licencias, tendremos entonces que volver a correrlos a gorrazos. Esto, sin duda, tampoco solucionará el problema de no poder compartir el programa, pero, nuevamente, proveerá de paz a muchos administrados, alejará de las arcas públicas bastantes farfollas y saneará el tejido de una buena parte de nuestra clase política. Todo esto son beneficiosos efectos colaterales que, no por menos obvios, debemos minusvalorar.

Si seguimos hasta el final con el método de los gorrazos podremos, con un poco de fortuna, llegar a encontrar el programa ideal y, de paso, también a deshacernos de una buena caterva de pastueños semovientes que ramonean en el erario público. Sé que el método propuesto no resulta muy dospuntocero ni hipstermillenial, pero a mí, al pronto, me parece bastante efectivo.

Estoy plenamente convencido de que esto de que cada CCAA haya invertido un pastizal en desarrollar su propio sistema no ha tenido nada que ver -por supuesto- con comisiones, ni sobres, ni ninguna de esas cosas que con harta frecuencia suele denunciar sin pruebas el populacho ignorante. Es mucho más «diecinuevepuntocero» atribuirlo a un inesperado efecto secundario del principio de Hanlon, diagnóstico este que resulta mucho más científico.

Si España fuese una empresa privada tengo para mí que todos estos dirigentes estarían, sin duda, despedidos. Hemos pagado 10 veces lo que se podía comprar con un solo pago; gracias a ese gasto no sólo no hemos obtenido lo que necesitábamos sino que ahora, además, necesitamos organismos de coordinación y armonización (más sueldos, más pasta) y todo para que el resultado sea justo el contrario del pretendido.

Por eso, a esta hora incierta de la madrugada y -sin duda- fruto de la desesperación que produce LexNet, se me ocurre que sí, que igual mi amigo tiene razón, y que lo que hace falta aquí es una buena tanda de gorrazos bien despachados.

No creo que pase.