Obras de misericordia

Vaya por delante mi respeto por todas las religiones pasadas y presentes. Creo que a ningún lector de este blog se le ocultan ni mi respeto ni mi interés cultural y antropológico por el hecho religioso. Y, dicho esto, debo confesarles francamente que, yo, personalmente, dudo que dios exista del mismo modo que tampoco creo que, si existe, nosotros le preocupemos lo más mínimo.

Pero soy culturalmente católico y, mucho menos que en dios, creo en esa inicua doctrina calvinista y protestante que predica que es la fe y no las obras la que salva.

No me importa en absoluto que la fe salve o no, de hecho no me importa en absoluto cuál sea su fe ni su dios, yo solo creo en las obras de las personas y creo que son esas obras —y no la fe— las que justifican tanto la existencia de los seres humanos como su paso por este breve enigma al que llamamos vida.

Desconfío absolutamente de los hombres de fe tanto como confío absolutamente en aquellos que, con fe y aun sin fe o llenos de dudas, realizan esas obras que, desde antiguo, conocemos como obras de misericordia, ya sean en relación con el cuerpo

1. Dar de comer al hambriento.
2. Dar de beber al sediento.
3. Dar posada al peregrino.
4. Vestir al desnudo.
5. Visitar a los enfermos.
6. Visitar a los presos.
7. Enterrar a los difuntos.

Ya sean en relación con el espíritu

1. Enseñar al que no sabe.
2. Dar buen consejo al que lo necesita.
3. Corregir al que se equivoca.
4. Perdonar al que nos ofende.
5. Consolar al triste.
6. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.

Las llaman «obras de misericordia», del verbo latino «miserere» (compadecerse) y de la palabra también latina «cor, cordis» (corazón). Las «obras de misericordia» son, pues, las obras de un corazón que se compadece, que padece con el dolor ajeno, eso que modernamente algunos, menos poéticamente y perdiendo connotaciones importantes, llaman empatía.

No las olvides, tu fe es inútil para el resto del mundo, tus obras no.

Sólo cambian diosas, templos y ritos, el alma humana persevera. Per severa. Per se vera.

Sólo cambian diosas, templos y ritos, el alma humana persevera. Per severa. Per se vera.

En el pequeño espacio que se ve en la fotografía los cartageneros han dado culto a tres diosas desde hace más de dos mil años. A ustedes puede parecerles algo de poca importancia, a mí me impresiona y me sume en cavilaciones.

En primer término pueden ver el templo de Isis, una deidad egipcia cuyo culto fue mayoritario en el siglo I de nuestra era. Diosa madre, grande en magia, estrella de los mares y protectora de los marineros no cuesta imaginar cómo su culto llegó hasta aquí desde el oriente en los barcos que llegaban desde allá.

A la izquierda, tras una especie de escalinata, se ve la única columna que queda del templo de Atargatis, otra diosa relacionada con el agua, de hecho Atargatis fue una diosa sirena, mitad mujer mitad pez. Fue otra diosa que llegó en barco.

A la derecha se ve la cúpula de la iglesia de la Virgen de la Caridad, la actual patrona de la ciudad, otra figura sacral que también llegó en barco.

Muchas oraciones de muchas personas de muchas fes y credos distintos aún vibran en este pequeño espacio de mi ciudad. ¿Hay algo especial en él que atrae a las diosas?

Esta es una de las muchas partes de que está hecha mi ciudad.

Guía de los perplejos

Guía de los perplejos

Hay quienes se hacen preguntas y hay quienes no.

Un zagal de Córdoba, tras un año de profunda depresión, creyó comprender que esta era la principal división que podía hacerse entre los seres humanos: los que se preguntan cosas y los que no.

Los que no se preguntan cosas no piensan demasiado, creen, no saben, cumplen la ley que se les da y viven felices. Quienes se hacen preguntas no son tan felices, dudan y se ven obligados a vivir tomando decisiones firmes en un mundo de incertezas.

Para ellos, para los que dudan, escribió este cordobés universal, Maimónides, su «Guía de los perplejos» y por eso, cuando dudo, siempre vuelvo la vista hacia la patría de este judío.