Shem Tov el soriano

Shem Tov el soriano

Hace un tiempo que ando sin ganas ningunas de escribir en redes sociales. Sin embargo, ayer, mi amigo Chichu Lucas de Pedro  (un comunista leninista que se tiene ganado el infierno para tres reencarnaciones) sin duda con el ánimo de pincharme, me facilitó la noticia de que la casa Sotheby’s de Nueva York sacaba a subasta con un precio de salida de 5 millones de dólares un códice —teóricamente una copia de la Biblia— escrito por un judío soriano (Shem Tov ben Abraham) del siglo XIV.

Y supongo que muchos de ustedes se preguntarán ¿cómo un viejo códice puede llegar a alcanzar un precio tan alto?

Sin duda es algo a lo que merece que intentemos encontrarle una explicación sin perjuicio de que ya saben ustedes que el precio de una cosa es algo que no necesariamente responde al valor intrínseco de la misma sino al juego de la oferta y la demanda.

Así pues trataré aquí de ofrecer una explicación posible, aunque sea somera, y esto me conduce necesariamente a hablarles de la Biblia y de su «texto original».

Porque ustedes me habrán oído quejarme a menudo de las malas traducciones de la Biblia que corren por ahí y ustedes, con razón, se preguntarán si es que yo dispongo del original auténtico de la Biblia, porque malamente podré denunciar como errónea una traducción si el texto que yo manejo como original en realidad no lo es. Así que están ustedes plenamente legitimados para preguntar ¿dónde está el original de la Biblia?

La respuesta quizá les desilusione: el original de la Biblia no está en ningún lado porque, simplemente, no existe ningún original de la Biblia, tan solo tenemos supuestas copias de ella.

El Códice de Aleppo, un manuscrito datado en el año 930 EC es la primera copia de la Biblia que tenemos y no completa, puesto que un incendio destruyó toda la parte correspondiente a la Torá.

A día de hoy el llamado «Codex Leningradensis» (datado en el año 1008 EC) es considerado la copia más completa de lo que suponemos que era el original de la Biblia que tenemos; es decir, una copia realizada mil años después de Cristo y es este Códex Leningradensis el códice que hoy día se utiliza mayoritariamente por los expertos que llevan a cabo traducciones del Antiguo Testamento, es decir, de la Biblia hebrea.

Sabiendo que la copia más antigua que tenemos se realizó unos mil años después del fallecimiento de Cristo es legítimo que nos preguntemos hasta qué punto dicha copia es fidedigna en relación a los supuestos originales que trata de reproducir y esta pregunta nos conduce, a su vez, al trabajo de una serie de sabios a los que la historia conoce como los «masoretas».

Destruido el Templo de Salomón por primera vez por los babilonios el pueblo judío mantuvo su unidad en el exilio en torno a una serie de historias que se fueron recogiendo en una serie de documentos que, finalmente, acabaron constituyendo lo que hoy día conocemos como la Biblia hebrea y que, con leves diferencias, constituye la base del Antiguo Testamento.

Vueltos del exilio a su tierra y levantado el segundo templo que más tarde Herodes hermosearía y que fue el que conoció Jesucristo y sus apóstoles, todas esas historias fueron recogidas en una serie de colecciones de textos que, andando el tiempo y bastante siglos después de que Cristo muriese, acabaron convirtiéndose en la Biblia hebrea, nuestro Antiguo Testamento.

Pero el segundo templo también fue destruido en el año 70 por los romanos tras la revuelta judía que provocó una intensa y sangrienta represión y, destruido el templo, lo único que quedó al pueblo judío fueron de nuevo esas escrituras que recogían aquellos antiguos relatos y leyendas sobre los que se construyó una vez la unidad del pueblo judío.

Fueron una serie de sabios quienes afrontaron la tarea de evitar que aquellos textos se perdiesen y por eso comenzaron a copiarlos con un cuidado especialísimo en que fuesen fidedignos, aunque necesariamente añadieron a ellos una serie de anotaciones imprescindibles para que los judíos de las nuevas generaciones pudiesen entenderlos correctamente e incluso pronunciarlos como debían ser pronunciados; a estos sabios, se les llamó «masoretas».

Una de las cosas que hicieron estos masoretas fue añadir las vocales a los textos originales en hebreo y arameo pues, como quizá ustedes no sepan, el hebreo el arameo, el árabe, el fenicio y en general todas las lenguas semíticas, no escriben las vocales, sino tan solo las consonantes. La pronunciación de las palabras, por tanto, depende de la identificación y de la memoria del lector.

Si me lo permiten y para que entiendan mejor lo que digo, les pondré un ejemplo, si bien lo haré en fenicio porque, a fin de cuentas, voy a utilizar el nombre de mi ciudad para tratar de explicarles cómo funcionan los alfabetos semíticos.

El nombre fenicio de mi ciudad traducido al castellano actual es el de «ciudad nueva», dos palabras que en fenicio se escriben como ven a continuación (léase de derecha a izquierda).

𐤒𐤓𐤕 𐤇𐤃𐤔𐤕

Estos signos, transliterados, nos dan la expresión supuestamente

«Quart hadasht»

Pero esto es solo supuestamente puesto que los signos fenicios que hay escritos (en la primera palabra) se corresponden tan solo con las consonantes QRT (o KRT).

Las tres consonantes QRT significan exactamente «ciudad» y las puede usted encontrar en muchos lugares del Mediterráneo si bien con variación de las vocales que hay entre dichas consonantes como por en Cartaya o Carteya del mismo modo que, por ejemplo, también podemos encontrarlas dentro del nombre del dios Melkart donde, si se fijan, también encontrarán el triglitero QRT (KRT) que, en todos los casos, significa «ciudad».

Cuáles fueran las vocales que existían entre la Q (K) la R y la T realmente no es posible saberlo, salvo que tengamos algún testimonio indirecto de alguien que escuchase a algún carthaginés o algún fenicio pronunciar esa sucesión de consonantes.

Otro ejemplo sería la sucesión de consonantes MLQ (MLK) que significa rey o señor, una sucesión de consonantes que podemos encontrar en nombres antiguos como Melquisedec o Abimelec y en nombres todavía usados como Malaquías.

¿Y en Melkart? Pues sí, también, y ahí pueden ver ustedes que se conjugan las sucesiones MLK (rey o Señor) y KRT (ciudad) de modo que podemos traducir el nombre «Melkart» como «el rey o el señor de la ciudad» de forma que no sea de extrañar que este fuese el nombre de la deidad supremos para los fenicios de la ciudad de Tiro y sus secuelas cartaginesas pues su propio nombre nos lo indica. Personajes importantes de la historia de Carthago llevaron nombres teofóricos que incorporaban el nombre de Melkart como Amílcar (Amelkart) Barca (BRK), que traducido (Amílcar, 𐤇𐤌𐤋𐤒𐤓𐤕) resulta «el hermano de Melkart».

Y ahora que he pronunciado el apellido «Barca» no puedo resistirme a contarles que la sucesión de consonantes BRK significa «rayo» y podemos encontrarla, no solamente en el apellido de la familia BaRKa, sino también en filósofos como BaRuK Spinoza (reparen en la BRK) o incluso en el nombre del ex-presidente de los Estados Unidos Barack (BRK) Obama.

Pero volvamos al tema que nos ocupa. Para todos aquellos judíos de la diáspora que no sabían o no conocían cómo se pronunciaban las palabras en hebreo o arameo que estaban escritas en los textos sagrados tan solo en forma de consonantes, los judíos masoretas decidieron inventar una forma de marcado que indicase las vocales a los judíos que no dominaban la pronunciación y así lo hicieron meticulosamente en todas las palabras salvo en una, justo esa que se escribía con las cuatro consonantes a las que hoy conocemos como tetragramatón: YHWH.

¿Qué vocales deben colocarse entre esta sucesión de consonantes?

No lo sabemos: la prohibición de pronunciar el nombre de Dios mas que en unos pocos momentos señalados y solo por el sumo sacerdote hizo que se olvidase cómo se pronunciaba exactamente el nombre de Dios y cuáles eran las vocales que iban entre las consonantes YHWH. Los diversos copistas colocaron entre las cuatro consonantes vocales diversas y así, por ejemplo, hoy día nos ha resultado la palabra «YaHWeH» o la palabra «YeHoWaH» dependiendo de las vocales que cada uno decidiese escribir entre las consonantes y que, debo adelantárselo, tampoco eran vocales seleccionadas al azar, sino con unas intencionalidades muy concretas.

Los masoretas indicaron además palabras malsonantes que no debían ser pronunciadas, aunque aparecían en los textos sagrados e incluso llegaron a sustituir la palabra YHWH por Elohim o Adonaí al igual que introdujeron comentarios marginales o finales (masoras) para la mejor inteligencia del texto.

Pues bien, el trabajo de los masoretas —es preciso decirlo— fue cuidadosísimo; de hecho computaban las letras, el número de caracteres, incluso las letras mal escritas o el tamaño de las mismas para tratar de que sus copias fuesen absolutamente fidedignas al original, pues ese era su trabajo.

La exactitud del trabajo de estos judíos masoretas en cierto modo ha sido confirmada por la aparición reciente de los manuscritos del Mar Muerto, entre los cuales destaca el «Gran rollo de Isaías» el texto del libro del profeta que forma parte Antiguo Testamento o Biblia hebrea

Es verdad que el gran rollo de Isaías hallado en el Mar Muerto, tampoco es original, sino una copia, pero es una copia de aproximadamente del siglo segundo antes de Cristo, mientras que las copias de que disponemos ahora singularmente el Codex Leningradensis es una copia mil años posterior al fallecimiento de Cristo, con lo cual deberíamos suponer que, por la cercanía en el tiempo, este gran rollo de Isaías hallado entre los manuscritos del Mar Muerto podría ser una magnífica piedra de contraste para verificar la exactitud de las copias masoréticas.

Y sí, para sorpresa de muchos, la identidad entre el el gran rollo de Isaías hallado en el Mar Muerto y los textos del libro del profeta Isaías contenidos en el Antiguo Testamento resulta, hasta cierto punto, sorprendente.

Dicho de otro modo, los judíos masoretas tuvieron bastante éxito en su labor de mantenerse lo más fidedignos posible a las copias que ellos, a su vez, supusieron fidedignas de las copias de los documentos que, alguna vez, fueron originales.

Así pues y dicho esto debemos concluir que es imposible señalar a un solo códice o documento como el original de la Biblia pues simplemente este original se perdió hace muchos, muchos, siglos y ya no tenemos acceso a él sino solo a estas copias de que les estoy hablando.

Y a día de hoy —y esto le gustará a mi amigo Chichu Lucas de Pedro— el códice más fidedigno que hay en opinión de los principales expertos al texto original hebreo es el Codex Leningradensis, el cual se encuentra en la actual San Petersburgo y, dicho esto, supongo que a Chichu le gustará saber que el códice, a pesar del cambio de nombre de la ciudad, sigue denominándose Codex «Leningradensis», nombre este de resonancias marxistas que debe satisfacer las más oscuras expectativas de mi soviético amigo.

¿Y qué pinta en todo esto el judío soriano  Shem Tov Ben Abraham y su copia del Antiguo Testamento?

Pues, aparte de su valor como antigüedad, sin duda influye que el mismo está lleno de referencias, al desaparecido Códice Hillel, un códice del siglo VII que pasaba por ser una de las más autorizadas versiones de la Biblia Hebrea.

Es por eso que el códice del judío soriano Shem Tov también tiene un valor especial.

Quizás sea conveniente decir en este punto que el códice Hillel sobre el que trabajó Shem Tob fue destruido por los musulmanes, por los almohades, no sea que alguno de mis lectores sienta la tentación de creer que fue la Inquisición la que acabó con el texto. La fe del pirómano no es exclusiva de la Inquisición y la han utilizado prácticamente todas las religiones del mundo.

Así pues no tengo duda de que el soriano Shem Tov, aunque por ser judío no comiese torreznos, es uno de los sorianos universales y que merecen estar en la lista de hijos ilustres de Soria por derecho propio. Estoy casi convencido que ningún seríano ha escrito un libro que alcance en el mercado un valor comparable al escrito por este judío castellano que vivió en los siglos XIII y XIV de nuestra era.

El Antiguo Testamento, el trigo y la teoría de la evolución

El Antiguo Testamento, el trigo y la teoría de la evolución

Creo que uno de los mejores instrumentos para entender en profundidad la teoría de la evolución es el Antiguo Testamento.

—Oiga ¿Está usted loco?
—Bien pudiera ser, pero mi locura no afecta a este asunto.

A ver cómo les explico yo esto.

Olviden todos sus prejuicios sobre la evolución y atiendan a lo que les digo: allá donde hay copia y mutación hay evolución.

—Oiga pero eso de la evolución ¿no era una historia que iba de animales más fuertes que se meriendan a los más débiles y de la supervivencia de los más aptos?

No sea usted bruto y ustedes háganme caso: hay evolución allá donde hay copia y mutación y si no me creen «fijarse» en lo que os voy a decir que «se váis» a quedar pasmados.

Todos entendemos con facilidad que cada ser, por ley natural, engendra su semejante (esto está escrito hasta en el prólogo de El Quijote) y que la cría hereda caracteres de su progenitor o progenitores. A estas entidades (animales, plantas) que son capaces de autorreplicarse y de elaborar copias más o menos fidedignas de ellos mismos, les llamamos «seres vivos» por lo que, si un día, tal y como imaginara John Von Neumann, somos capaces de construir máquinas autorreplicantes no nos quedará más remedio que reconocer que hemos creado una nueva forma de vida.

Pero no son la vida ni las máquinas autorreplicantes las que me interesan hoy; lo que me interesa hoy es la evolución cuando existe copia y mutación al margen de entidades autorreplicantes (seres vivos) y para ello voy a usar el Antiguo Testamento aunque podría utilizar cualquier otra obra literaria o musical.

Empecemos, pues, por el principio; es decir, por el creciente fértil.

La invención de la agricultura supuso la domesticación por el hombre de determinadas especies vegetales. El proceso de selección natural fue sustituido por el de selección humana en el caso de determinados vegetales y esta acción humana ha ido dejando huellas que la arqueología y el estudio del ADN pueden ahora descifrar. Veamos un ejemplo.

Hace unos ocho mil años los seres humanos domesticaron el trigo. El trigo silvestre tenía sus propias estrategias reproductivas, sus pequeñas semillas eran transportadas por el viento favoreciendo su difusión, la naturaleza favorecía esto pero esto no es lo que convenía al ser humano que prefería semillas más grandes aunque hubiese de ser él el encargado de hacer que el trigo se reprodujese. Fue hace unos ocho mil años que, por mutación o hibridación, aparecieron variedades de trigo con semillas tetraploides, mucho más gruesas, peores para la reproducción del trigo en la vida silvestre pero que encantaban a los seres humanos quienes desde entonces se preocuparon de que esta variedad del trigo se reprodujese. Si el hombre domesticó al trigo o el trigo domesticó al hombre haciéndole trabajar para cuidarlo y que se multiplicarse es una cuestión que aún se debate.

Los seres humanos que cultivaban ese trigo al igual que el trigo mismo tenían su propia firma genética y, gracias a la arqueología y a la genética, hoy podemos saber cómo los genes de ese trigo y esos seres humanos se han ido extendiendo por el mundo. Observar un mapa con los gradientes de esta expansión ha permitido incluso calcular a qué velocidad se fue extendiendo la agricultura por el mundo: un kilómetro al año.

Cuando el trigo mutó y aparecieron las semillas tetraploides su cultivo se fue extendiendo por el mundo y su rastro permitió que los historiadores pudiesen seguir su difusión por el mundo para así comprobar, con sorpresa, cómo su extensión corría pareja al avance de los genes de los seres humanos que habían aprendido a domesticar el propio trigo. Es decir que los marcadores genéticos de quienes habían aprendido a domesticar el trigo se extendían por el mundo a la par que los del trigo por ellos domesticado dibujando un gradiente en los mapas que sugería que la técnica se desplazaba con los técnicos, lo que no es de extrañar en unas civilizaciones mayoritariamente prehistóricas.

Pero este fenómeno no es exclusivo de seres vivos como el trigo o los humanos; copia y mutación las hay también en el mundo de las ideas y por ende —y ese va a ser nuestro ejemplo— en el de la literatura.

Del mismo modo que en el caso del trigo a partir de una mutación puede seguirse su descendencia, pues esta hereda esa mutación, en el caso de la literatura ocurre lo mismo, cuando se produce una mutación en el texto las copias de la copia mutada heredan está variación. Es por eso que el caso del Antiguo Testamento es particularmente atractivo porque en su labor de replicación pugnan, de un lado, el interés de copiar o traducir fiel y exactamente la palabra de dios y de otro lado dificultades de la traducción o la copia y a veces hasta la agenda ideológica del copista/traductor.

Creo que todos podemos citar ejemplos de cómo las canciones o los poemas van mutando hasta alcanzar la forma que les garantiza un mayor éxito replicativo. En mi caso, por ejemplo, jamás he olvidado el primer poema que había en mi libro de lectura de 4⁰, recuerdo que,textualmente, decía:

«Cultivo una rosa blanca
en junio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.»

Casi cincuenta años más tarde descubrí que el poema no era así y que en la versión original de José Martí la ortiga no figuraba por ningún lado sino que lo que decía el penúltimo verso era

«cardo ni oruga cultivo»

como ven en el poema se había producido una mutación y hoy, si buscan este poema en internet, se encontrarán con que la versión mutada se encuentra con más frecuencia que la versión original. Alguien, seguramente ajeno a la cultura cubana, en algún momento pensó que la palabra oruga no encajaba en el poema sin caer en la cuenta que «oruga» no solo es un animal sino también una planta y por eso la usó el autor. Pero como el pueblo es soberano y

Hasta que las canta el pueblo
las coplas, coplas no son,
y cuando el pueblo las canta
ya nadie sabe su autor.

el pueblo decidió que ortiga sonaba mejor que oruga y así verá escrito usted el poema en multitud de sitios, incluido mi libro de lectura con el texto aprobado por el entonces Ministerio de Educación y Descanso.

Sin embargo, como digo, siendo el Antiguo Testamento un tipo especial de literatura inspirada por Dios, es razonable pensar que los copistas pusiesen un especialísimo celo en que las copias permaneciesen idénticas a los originales para no alterar las expresiones de la inspiración divina. Como pueden imaginar tal deseo no tuvo éxito y hoy tenemos multitud de versiones del Antiguo Testamento o Biblia Hebrea cada una conteniendo pasajes y libros enteros distintos.

Vamos a analizar por ejemplo el misterioso caso de los cuernos de Moisés.

Si ustedes hacen memoria (y si no miren la fotografía de abajo) recordarán que Miguel Ángel, cuando esculpió la magistral imagen de Moisés que hoy puede verse en Roma en la iglesia de «San Pietro in vincoli», le colocó en la testuz dos visibles cuernos que producen no pocos comentarios entre quienes lo observan. ¿Por qué hizo esto Miguel Ángel? ¿Es que acaso sufrió Moisés una mutación y le salieron cuernos?

No, Miguel Ángel sabía lo que hacía, créanme, la que sufrió una mutación —ya se lo adelanto yo— es la Biblia y todo a cuenta de la traducción de la palabra hebrea «QRM» (qaram o karam).

Si usted consulta hoy una cualquiera de las múltiples y todas distintas traducciones de la Biblia encontrará que estas nos dicen algo como esto (Biblia de la Conferencia Episcopal Española. Éxodo 34,29):

«Cuando Moisés bajó de la montaña del Sinaí con las dos tablas del Testimonio en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, por haber hablado con el Señor.»

Nada muy diferente encontrará si busca en una Biblia protestante como la Reina-Valera que en Éxodo 34,29 nos cuenta:

«Y aconteció, que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, mientras descendía del monte, no sabía él que la tez de su rostro resplandecía, después que hubo con El hablado.»

Pero, si las Biblias dicen esto… ¿Por qué demonios tiene cuernos Moisés?

Creo que en este punto necesitaremos un poco de contexto.

En general, la iglesia católica, en sus primeros años había venido utilizando como versión más o menos oficial del Antiguo Testamento la llamada «Septuaginta»; es decir, la traducción que de este se había realizado al griego en 285-246 AEC por orden del Faraón Ptolomeo II Filadelfo y en la cual, en el texto que se ocupa de los problemas córneos de Moisés, el verbo que utiliza es «dodicastai», que en griego significa algo así como «glorificado» y que, obviamente, no tiene nada que ver con cuernos.

Sin embargo, cuando a finales del siglo IV Jerónimo de Estridón, por orden del papa Dámaso I, tradujo el Antiguo Testamento al latín, lejos de hablar de glorificaciones, brillos ni resplandores de la cara, lo que dice con toda claridad es que a Moisés le estaban saliendo cuernos. Un par y sin anestesia.

Veamos que nos dice Jerónimo (San Jerónimo) de Estridón:

«Cumque descenderet Moyses de monte Sinai, tenebat duas tabulas testimonii, et ignorabat quod cornuta esset facies sua ex consortio sermonis Domini.»

¿Se había vuelto loco Jerónimo?

Vayamos por partes. Lo primero que deben saber ustedes es que Jerónimo, además de ser un sujeto cultísimo, era un tipo que los tenía bien puestos, cuadrados y cristalizados según el sistema tetragonal. Cuando a Jerónimo se le ordenó traducir el Antiguo Testamento al latín tenía una opción fácil que era simplemente agarrar la Septuaginta y traducirla del griego al latín. Jerónimo era un experto en griego (de hecho acababa de traducir el Nuevo Testamento al latín) pero decidió que no, que él quería traducir el Antiguo Testamento desde los originales hebreos y a tal fin decidió marchar a vivir a Belén hasta que dominase el hebreo como si fuese su lengua nativa.

La machada de Jerónimo no le sentó nada bien a Agustín (San Agustín) de Hipona, el máximo pensador del cristianismo del primer milenio, quién, notando que los evangelios al citar el Antiguo Testamento lo hacían citando aparentemente textos de la Septuaginta (la traducción griega), apercibió a Jerónimo de que su traducción no debería contradecir la versión griega. Agustín le ordenó a Jerónimo que respetase la «auctoritas graeca» a lo que Jerónimo respondió que a él la «auctoritas graeca» se la traía al pairo, que a él lo que le importaba era la «veritas hebraica».

Y se puso a la tarea.

Fue por eso que, cuando Jerónimo llegó al pasaje que les he transcrito antes, tradujo el verbo QRN (qaram o karam) con su significado natural (encornar, echar cuernos) y se quedó tan fresco. Si la Biblia hebrea decía que a Moisés le estaban saliendo cuernos sería por algo y si ponía eso ponía eso.

La traducción de Jerónimo al latín la conocemos hoy como «La Vulgata» y fue el texto oficial de la iglesia durante muchos siglos, de ahí que Miguel Ángel y muchos artistas del renacimiento representen a Moisés con una cuerna que no tiene nada que envidiar a algunos ejemplares de Albaserrada.

Pero entonces ¿Moisés tenía cuernos? ¿Y si los tenía por qué los perdió?

Sí, según los textos hebreos Moisés bajó del Sinaí con cuernos y así se dice explícitamente, lo que ocurre es que, como la «oruga» en el poema de José Martí de que les hablé, a muchos no parece gustarles la cosa de los cuernos y han decidido que es mejor una traducción distinta. Piensen que los cuernos son el atributo del demonio y además ¿qué narices tienen que ver los cuernos con Moisés ni con el monte Sinaí?

Y es verdad que para un lector actual el de los cuernos es un episodio oscuro, que no se entiende y esto es así porque ellos no saben lo que cualquiera de mis lectores sí sabe y es que el episodio de Moisés recibiendo de Yahweh las tablas de la ley en el Sinaí no es más que el trasunto de la entrega de las leyes a Hammurabbi por el dios Shamash y de toda una tradición legitimadora de las leyes en virtud de un pretendido origen divino.

La simbología de los cuernos ha cambiado mucho del mil antes de Cristo hasta nuestros días. En Mesopotamia y Oriente Próximo los cuernos son los atributos de los dioses y por eso se les representa coronados por una abundante colección de cuernos (pueden verlo en la segunda fotografía). Los cuernos en Moisés tras su contacto con Yahweh eran una prueba de su contacto con Dios, era el signo visible de la glorificación de que hablaba la Septuaginta.


Algo parecido a lo que le ha ocurrido a los cuernos le ha pasado a la palabra «cerveza», por alguna razón a los traductores de la Biblia les molesta la palabra «cerveza» y cada vez que aparece está palabra en hebreo la cambian por eufemismos del tipo «bebidas fuertes».

Como ven ni la pretendida palabra de Dios soporta el asedio de los traductores traidores que la van mutando y construyendo versiones que ellos entienden más digeribles o atractivas para el hombre moderno.

Bueno, creo que por hoy esta bien, este post es un ladrillo de consideración y si sigo me veo hablando de los Cerros de Úbeda. Lo importante, créanme, es que no olviden que la información, en todas sus manifestaciones, ADN, literatura, pintura, ideas, memes en general… Muta exactamente igual que la vida y, mientras no falte la energía, mutará siempre hasta alcanzar su mayor nivel replicativo.

Eso quería yo decirles, lo que pasa es que a veces me descarrilo.

Los cuernos como distintivo divino.
Moisés de Miguel Ángel (San Pietro in vincoli. Roma).

Pensamiento topológico y piratería

Como escribí en un artículo anterior, una aproximación topológica a las cuestiones más habituales en la red, como son la copia y/o distribuición ilegal de productos multimedia puede revelarnos nuevos e interesantes aspectos de la cuestión, y a ello quisiera dedicar, siquiera sea muy brevemente, éste post.

Aproximémonos de forma topológica, por ejemplo, a la red tradicional de distribución de música: La productora nacional o inernacional distribuía desde unas pocas ubicaciones su producto a otra serie de sedes o subsedes que, a su vez, lo distribuían a tiendas que vendían al público en general. Dado que éste carecía de medios eficaces para distribuirlo a su vez (la tecnología para hacer copias de calidad no estaba al alcance del consumidor y no disponía de redes de distribución) la topología de la red presentaba en aquel momento un aspecto básicamente centralizado. En aquel entorno la capacidad de distribución de los consumidores era poca y, por ello, los controles que el propietario de la información ejercía sobre los mismos era pequeña. Seguir leyendo «Pensamiento topológico y piratería»