Los santos de mi ciudad

Los santos de mi ciudad

El santoral de mi ciudad no resiste el más mínimo examen de la autoridad eclesiástica.

En mi ciudad los santos del cielo no suelen ser bondadosos sujetos beatíficos ni dóciles monjitas rezadoras con aroma a claustro o a salón parroquial; en mi ciudad los santos y las santas empuñan con más frecuencia una pistola semiautomática o una navaja que un báculo episcopal o un rosario, porque en Cartagena los santos blandengues y relamidos gustan poco y es quizá por eso por lo que se le tiene tanta ley a santos como San Pedro, que además de espadachín y pendenciero es, en el iconostasio de los cartageneros, un santo obrero, rebelde, jaranero e indisciplinado.

Les cuento esto para advertirles de que los santos de que les voy a hablar en esta historia no pertenecen a esa estirpe que puebla los expedientes vaticanos de beatificación. Los santos de que voy a hablarles hoy no han realizado ningún milagro que los avale y ni siquiera es seguro que hayan entrado en el cielo del dios de los cristianos. Lo que sí puedo asegurarles es que los cartageneros les han elevado a sus particulares altares laicos y mis paisanos esperan antes encontrarse con ellos en la vida futura —si es que la hubiere— que con ninguno de esos santos de mitra o toca que miran beatíficamemte hacia los cielos en los camarines de las iglesias.

Y ahora vayamos al turrón.

Los santos de que yo quiero hablarles hoy se llamaban Miguel y Caridad. Miguel había nacido en La Unión en el año 1900 y Caridad, algo mayor que él, había nacido en Cartagena en el año 1879, de forma que, para el año 1936 que fue cuando sucedieron los hechos que voy a narrarles, Miguel contaba 36 años y Caridad ya era una mujer de 56.

Sus vidas, eso sí puedo adelantárselo, no habían sido de esas que su Santidad Pio XII, a la sazón papa de la Iglesia de Roma, habría puesto de ejemplo para nadie, pero no dejaban de tener su interés.

Miguel era hijo de una familia minera de La Unión. A los 9 años y por necesidad comenzó a trabajar en una imprenta m primero sindicalista de la UGT, luego militante del PSOE y, tras diversos avatares, afiliado del Partido Comunista de España. Llegó a ser alcalde de Cartagena pero para el día 25 de julio de 1936 el cargo que ocupaba Miguel era el de simple concejal del Ayuntamiento de Cartagena.

La vida de Caridad había sido mucho más miserable que la de Miguel. Hija de una mujer con fama de vivir en el mundo de la prostitución, Caridad desde muy niña fue prostituida por su propia madre en un barrio enclavado en el centro mismo de Cartagena: el barrio del Molinete. La pequeña Caridad, para su desgracia, fue entregada desde casi niña a hombres mucho mayores que ella.

Es preciso aclarar a quienes no sean de Cartagena que el Molinete, a finales del siglo XIX y principios del XX, era meca de toreros, artistas y cantaores flamencos, pero también ¡ay! era un bullicioso barrio prostibulario alimentado por las súbitas fortunas amasadas con la minería de la plata y el plomo o la llegada de barcos de la Armada repletos de marinería. Y fue en ese barrio y en ese ambiente donde nació y creció Caridad.

Pero, por inverosímil que parezca, Caridad no fue una chica normal. Desde muy joven fue amante de políticos y ricos propietarios mineros y por su cama pasaron regularmente alcaldes de Cartagena y Ministros del gobierno de Alfonso XIII que la hicieron su amante.

Para 1936, Caridad ya contaba 56 años pero había amasado una discreta fortuna y era la dueña del burdel de más fama del Molinete; su red de contactos e influencias, además, era tan amplia como la persona más ambiciosa pudiese desear.

Y fue en ese situación cuando ocurrieron los hechos que quiero narrarles.

Los generales Franco, Goded y Mola se habían sublevado en Marruecos, Barcelona y Navarra, hacía apenas una semana. Las Brigadas de Navarra avanzaban hacia Madrid y el ejército de África trataba de pasar a la península para acabar con el gobierno de la República.

Por su parte en Cartagena, que permaneció leal a la República con toda su flota, se desató una frenética búsqueda y captura de miembros, reales o imaginarios, de la llamada «quinta columna», lo que convirtió de inmediato en sospechoso a cualquier individuo de derechas.

Y en medio de toda aquella locura el 25 de julio de 1936 turbas incontroladas decidieron asaltar iglesias y templos y destruir cuanto de valor hubiese en ellos.

Para Miguel, el militante del Partido Comunista y concejal del Ayuntamiento de Cartagena protagonista de nuestra historia, aquella forma de proceder era inaceptable y la jornada resultó particularmente dura para él.

En un primer momento, Miguel se presentó en la iglesia de Santa María de Gracia pues allí se acumulaban numerosísimos pasos de Francisco Salzillo de extraordinario valor artístico. Junto a personas como la poetisa Carmen Conde (primera mujer miembro de la Real Academia Española de la Lengua), trató de evitar la quema de las esculturas pero sin éxito, viéndose obligado a huir del lugar al ver peligrar su propia vida.

Miguel se encontró posteriormente con idénticas escenas de destrucción en otras iglesias y fue entonces cuando decidió dirigirse a la Basílica de la Caridad, templo de la patrona de nuestra ciudad, la Virgen de la Caridad, donde el destino le llevaría a cruzarse con la otra Caridad de nuestra historia, no la virgen, obviamente, sino la otra santa de nuestro relato.

Porque en la puerta del templo de la Caridad, como en el resto de las iglesias de la ciudad, se había agolpado una masa descontrolada dispuesta a destruir cuanto hubiese en el interior del templo. Lo que no esperaba aquella masa furiosa es que, por el vecino barrio prostibulario del Molinete, pronto corriese la voz de que iban a destruir la imagen de la Patrona de la ciudad, lo que dio lugar a una reacción inesperada.

Enteradas de que la masa se dirigía al templo de la Patrona las chicas del burdel de Caridad decidieron atajar el paso a la turba y provistas de armas blancas se colocaron en la puerta principal de la basílica determinadas a bloquear el paso a la turba.

No está claro cuántas chicas formaron el cuadro ese día frente a la iglesia, tampoco está claro si era la propia Caridad quien las capitaneaba, en lo que sí coinciden todos los testigos es que en el momento de máxima tensión, cuando las chicas y la turba se aprestaban al enfrentamiento a cara de perro, apareció desde dentro de la iglesia el concejal Miguel.

Miguel había llegado a la iglesia de la Caridad por su parte posterior, la que colindaba con el Molinete y, entrando en la iglesia por la puerta trasera, se dirigió hasta la puerta principal a donde llegó cuando el enfrentamiento entre las chicas de Caridad y la masa que venía a asaltar la iglesia parecía inevitable.

La masa increpó al comunista Miguel y Miguel increpó a su vez a la masa. Las chicas cerraron filas en torno a Miguel y este, se cuenta, que amartilló su pistola.

Lo que pasó en ese momento varía según las versiones de los diversos testigos que refieren esta historia.

«Si vais a subir esos escalones acerrojad los fusiles porque os aseguro que no os va a ser fácil» dicen algunos que dijo… Eso o algo parecido. Quién sabe, lo que estaba ocurriendo allí estaba transitando en ese momento por la delgada línea que delimita los márgenes del campo de la historia de los límites de la leyenda.

Sea como fuere lo cierto es que quienes venían con la masa se achantaron y que quienes les dirigían se achantaron también, de forma que comenzaron a disolverse ante la determinación del concejal y las chicas de Caridad que no tardaron en quedar dueñas del campo.

Muchas iglesias e imágenes ardieron ese día pero eso no pasó en el templo de la Patrona de Cartagena salvado por un inesperado pelotón de voluntarias. En todos los años que quedaban de guerra el templo ya nunca más volvió a ser amenazado y Caridad y sus chicas subieron así al olimpo cartagenero de las leyendas.

Tras la guerra Caridad Norberta Pacheco (alias Caridad «La Negra» en el submundo prostibulario pero ya también Caridad La Negra para todos los cartageneros) disfrutó de un reconocimiento social, incluso entre las clases altas, que nunca pudo imaginar. Los Viernes de Dolores, día de la fiesta grande de nuestra ciudad, un lugar preeminente para ella en la basílica de la Caridad y en los corazones de los cartageneros estaba asegurado. Hoy, todavía, todos los Viernes de Dolores, una agrupación cofrade hace llegar al templo un ramo de rosas negras en recuerdo de Caridad La Negra, la santa de nuestra historia.

Es verdad que aún se pueden ver en los bares de la ciudad fotografías de los años mozos de Caridad donde esta, supuestamente, aparece desnuda, pero, salvo para la mirada ignorante del turista, no hay en ello falta de consideración alguna hacia Caridad. En Cartagena a los santos también se les recuerda así, aunque…

Aunque en el caso de Caridad La Negra no solo fue elevada a los altares tras los mostradores de las tabernas y, si vas a la Basílica de la Caridad y a la derecha del altar te inclinas, verás en lugar bien visible el cuadro de una María Magdalena del pintor Manuel Wsell de Guimbarda, que nos recuerda poderosamente a una niña de 15 años, una tal Caridad Norberta, que fue de niña modelo del pintor y que está para siempre a la derecha de la otra Caridad, la que ella y sus muchachas defendieron aquel lejano 25 de julio de hace muchos, muchos, años.

Para nuestro otro santo, Miguel, el final de la guerra no fue tan dulce como para Caridad. Miembro del Partido Comunista y concejal de izquierdas en el Ayuntamiento de Cartagena durante la guerra, Miguel Céspedes fue juzgado en un procedimiento sumarísimo en el que fue acusado de «adhesión a la rebelión» e investigado en referencia a su posible participación en varios asesinatos y en la redacción de la lista de presos a ejecutar en la «saca» de la cárcel de San Antón del 18 de octubre de 1936, en la que 49 personas fueron fusiladas.

En su favor declararon numerosos testigos y en 1943 fue condenado «exclusivamente» por «adhesión a la rebelión» a 30 años de prisión, si bien fue excarcelado ese mismo año y pudo acogerse a indulto en 1945. Desde entonces abandonó cualquier actividad política, y permaneció hasta su fallecimiento en 1971 al frente de su imprenta.

Como pueden imaginar los sucesos del 25 de julio pesaron mucho en todo esto, al igual que la sombra de las dos Caridades de esta historia.

Hoy, la vieja imprenta del tipógrafo Manuel Céspedes se arruina en el lateral sur de la Plaza de San Francisco, pero aún nos permite ver el nombre con que Miguel decidió bautizar a su negocio.

Adivinen ustedes por qué o por quién.

Barro fraguado con memoria

La silente sociedad civil

El asunto de CAETRA no sólo está poniendo de manifiesto cómo, quiénes nos gobiernan, anteponen su interés personal y partidista a sus obligaciones de representación y defensa del interés de la ciudad sino que revela también el sinnúmero de voces subvencionadas que componen el ruido mediático habitual de esta ciudad.

Ante el ignominioso caso CAETRA, en el que nuestra alcaldesa se opone a que venga a nuestra ciudad la dirección de un programa regional de 26 millones de euros y prefiera que se lo lleven a Murcia, uno esperaría que organizaciones como COEC o como Cámara de Comercio desarrollaran una actividad algo más que testimonial, pero este martes pasado ya pudimos comprobar que no.

Entidades locuaces y ubícuas cuando se trata de estar al lado del poder político en congresos, saraos, ruedas de prensa y otros eventos de moqueta y canapé, COEC y Cámara se muestran increíblemente cautas y renuentes a asistir a actos donde cabe poca alabanza al gobierno y a actitudes caciquiles. El martes pasado, por ejemplo, se les echó muy en falta en el acto organizado por la asociación «Origen» a propósito de CAETRA, acto al que sí acudieron representantes, diputados regionales y concejales del resto de los partidos a excepción, claro, del de la alcaldesa.

Todo esto le lleva a uno a preguntarse por el estado de salud de la sociedad civil cartagenera. ¿Hasta dónde la subvención o la influencia condicionan el comportamiento de nuestra sociedad civil? ¿hasta dónde llega la colonización gubernamental de entidades teóricamente independientes?

En un estado donde la política pretende ocuparlo todo —hasta la justicia— la existencia de una sociedad civil sana e independiente es la única garantía democrática que queda y por eso, si esta sociedad civil se trufa de silencios subvencionados y de voces mercenarias, se habrá perdido toda esperanza.

Y ya no es sólo que representantes conspícuos de la sociedad civil guarden silencio, es que pronto aparecerán los habituales agentes blanqueantes, prontos a ganar relevancia y presencia social a costa de vender su alma al diablo.

Pronto saldrán a la luz. Ya lo verán ustedes.

Mañana toca podcast en la SER, buen momento para reflexionar sobre todo esto.

La ciudad doliente

Introducción

No me gusta ver a mi ciudad instalada en la queja perenne y en la frustración perpetua, repitiendo una y mil veces una lista de agravios tan larga como su propia historia y apelando exclusivamente a la protesta individual o colectiva como única herramienta de solución.

Digámoslo claramente aunque moleste: el mismo problema que sufre Cartagena lo sufren 43 de los 45 municipios de la región y, por lo que respecta al cuadragésimo cuarto, es un problema que también sufren la mayor parte de sus 55 pedanías.

Es más, el problema que padece Cartagena no es ni siquiera propio ni exclusivo de la región de Murcia sino que lo viven la mayor parte de los municipios de España y es un problema que nace de una insensata ordenación del territorio trabada a medias sobre un anticuado soporte ideológico nacionalista y una irracional red de administraciones construidas sobre el modelo de la administración centralista borbónica. Este modelo —que analizaremos— da lugar a un sistema que, de forma perpetua y constante, depreda a unos territorios tributarios (la inmensa mayoría de España) en favor de unos pocos lugares elegidos que, de este modo, generan a su favor un sistema incesante de ingresos que viene bombeando desde hace más de dos siglos recursos y riqueza desde los territorios tributarios hacia los territorios dominantes, empobreciendo a unos y enriqueciendo a otros.

Ese sistema, absurdo, irracional y periclitado, es sentido con especial intensidad en mi ciudad, Cartagena, pero no es un problema exclusivo de ella y ni siquiera es ella la ciudad o territorio más perjudicado por el mismo, sólo quizá lo vive con especial intensidad y esto hace que se contabilicen con especial atención (o al menos con más atención que en otros lugares) la cada vez más larga lista de agravios que el sistema produce. Ahora bien, que el problema no sea sentido en otros lugares no quiere decir que no estén tan o más afectados que mi ciudad por este sistema perverso de depredación interterritorial.

Describamos primero el mecanismo de depredación para articular más adelante una propuesta de solución.

El mecanismo de depredación

La designación de una ciudad como capital nacional, autonómica o provincial, le otorga una posición dominante que provoca un flujo inmediato tanto de naturaleza económica como de influencia política en su favor y en perjuicio del resto de ciudades tributarias. Desde el mismo momento de su nombramiento y salvo circunstancias excepcionales se instala un sistema generador de desequilibrios interterritoriales en favor de estas ciudades y en perjuicio de las demás.

Suelen señalarse como herramientas principales de depredación el hecho de que la instalación de la capital en una ciudad conlleva la instalación en su municipio de una administración y una clase funcionarial que, manteniendo sus infraestructuras y cobrando sus salarios de los impuestos que paga toda la región los gastan en un único y exclusivo lugar. Piensen en que la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia paga a más de 60.000 funcionarios de los cuales un porcentaje importante tienen su puesto de trabajo en instalaciones mantenidas en Murcia. Tal situación provoca un flujo constante de dinero de las ciudades tributarias a la ciudad capital sin que acabe de entenderse por qué, en pleno siglo XXI, la Consejería de Agricultura ha de estar en Murcia y no en Lorca, Totana o Torre-Pacheco. Particularmente inspirador —y permítanme la broma en temas tan serios— sería ver la Consejería de Ecología y Medio Ambiente instalada en San Pedro del Pinatar o Portmán, con su consejero y todos sus funcionarios contemplando diariamente el estado de los lugares que deben regenerar.

La concentración funcionarial y de poder político en una sola ciudad conlleva asimismo que las oligarquías económicas se instalen al lado de las administraciones públicas con quienes han de tratar, negociar o en las cuales han de tratar de influir, produciéndose de nuevo un injustificable trasvase interterritorial de influencia y poder económico.

Esto, obviamente, no es nada que yo acabe de inventarme, esto es algo que ha sido objeto de reiterado estudio académico.

Esta situación es, además, evidente para cualquier habitante de una zona tributaria y, como adelanté, no son pocos los estudios científicos que la confirman como, por ejemplo, Bel G., Heblich S. (2011). “Industrial Concentration and Public Infrastructure Investment: Spanish Evidence.” un estudio que muestra cómo las decisiones políticas sobre infraestructuras tienden a beneficiar a las capitales administrativas; De la Fuente, A. y Vives, X. (1995) “Infraestructuras y localización industrial: un panorama analítico y empírico.”un estudio que, aunque centrado en localización industrial, destaca cómo las infraestructuras públicas, muchas veces ubicadas en capitales, fomentan una mayor actividad económica; José Villaverde y Adolfo Maza (2009). “Regional economic disparities and decentralisation in Spain.” trabajo que argumenta que la descentralización política en España ha favorecido a las capitales autonómicas, que reciben más recursos y funciones que otras ciudades de la misma región; Luis Rubalcaba-Bermejo (1999). “Business services in European cities: demand, location and regional policy.” donde se analiza cómo las capitales regionales concentran servicios avanzados, muchas veces como resultado de su papel político y administrativo.

En fin, para los habitantes de cualquier ciudad no capital (2/3 de la población española) tales estudios aparecen como innecesarios ante las evidencias de una realidad discriminatoria perennemente vampirizadora de recursos de las ciudades tributarias hacia las capitales dominantes.

El que esta depredación sea y haya sido perpétua y constante en los últimos dos siglos ha dejado huellas indelebles en nuestros territorios en forma de desequilibrios territoriales siempre —y salvo excepcionales casos— en favor de las ciudades capitales y en perjuicio de las ciudades tributarias.

Si es usted un habitante de Lorca, Cieza, Yecla, Jumilla o cualquiera de los 44 municipios tributarios de esta Región debería usted preguntarse cuál es el futuro de su ciudad si este sistema se mantiene cincuenta años más. Con toda probabilidad sus nietos ya no serán más lorquinos, ciezanos, yeclanos o jumillanos, pues antes o después habrán emigrado hacia la ciudad capital en busca de mejores oportunidades de las que le ofrece su tierra. Pregúntese, de paso, también, por qué acepta usted ese destino como si se tratase de una cruel fatalidad y no pudiese ser cambiado.

Pero antes de pasar a la acción —aunque los motivos que le he dado debieran ser bastantes— quizá sea bueno conocer las trampas ideológicas que nos han traído aquí y por qué esas coartadas ideológicas no deben pervivir ni un lustro más si queremos que en España las fracturas interterritoriales y sociales no acaben destruyendo un estado cada día más frágil.

Fundamentos ideológicos del sistema depredatorio

Dije más arriba que la organización territorial española era heredera del centralismo borbónico de una parte, en especial en lo que se refiere a la administración provincial, y de los principios nacionalistas propios del siglo XIX, en especial en cuanto se refiere a la administración autonómica. Veamos cómo operan ambos.

La división provincial y el centralismo borbónico

En las monarquías absolutistas del despotismo ilustrado propio de los siglos XVIII y XIX con frecuencia vemos provincias más o menos de similares poblaciones y tamaños cuyas capitales son el eje de una máquina centralista que, a su vez, es movida por el eje central que es el el lugar donde radica el trono. El poder emite órdenes que se transmiten a través de un sistema burocrático y de comunicaciones centralizado dando lugar a redes de poder centralizadas cuyo ejemplo visual paradigmático sería la red de carreteras y ferrocarriles de España. Una red al servicio del poder, no de los ciudadanos.

Como escribió Timon Cormenin: «En la máquina ingeniosa y sabia de nuestra administración la ruedas grandes impelen a las medianas y estas a las pequeñas».

Tal tipo de redes son una de las peores catástrofes que puede sufrir un estado del siglo XXI, pues este tipo de topologías jerárquicas, usualmente redes radiales o «estrelladas» de poder, son incompatibles con un desarrollo justo y equilibrado de los territorios.

Este tipo de redes obedecen más a la necesidad de ejercer el poder sobre el territorio que a la voluntad de enfrentar problemas concretos de la población. Son redes decimonónicas tendentes a que la voluntad de los gobiernos centrales alcance a todos los territorios y responden a un tipo de sociedades en que las comunicaciones se realizaban en carruajes o como mucho ferrocarril y son precisamente las redes radiales de carreteras o ferrocarril en España una de sus mejores ilustraciones.

El nacionalismo estatal y los nacionalismos periféricos

Para quien todavía no lo sepa el nacionalismo, como forma de organizar los estados del mundo es una ideología con apenas doscientos años de historia, fundada sobre la creencia de que cada nación tiene un cierto espíritu e idiosincrasia (volkgeist) y que, aparte de haber dado lugar a la organización actual del mundo ha sido la causa de los mayores crímenes y guerras desatados por el ser humano.

Una aclaración inicial: abomino del nacionalismo

Cualquiera de cuantos siguen este blog saben que soy cartagenero y que Cartagena es mi patria, no sólo por nacimiento sino por un sentimiento incontrolable de amor por mi tierra que sé que no es exclusivo mío, sino compartido por muchos de mis conciudadanos.

Pero, para quienes hayan leído lo que escribo con más detenimiento, sabrán también que abomino del nacionalismo como forma de organizar políticamente la sociedad.

No hay contradicción en ello. Del mismo modo que no entiendo que la fe que cada uno profese haya de gobernar la vida de la sociedad y que me parece fundamental la separación iglesia-estado, tampoco entiendo que el hecho de haber nacido aquí o allá haya de determinar el estatus jurídico o político de ninguna comunidad ni de ninguna persona. Del mismo modo que considero que iglesia y estado deben ser conceptos separados, tambien considero que los conceptos estado y nación deben separarse si aspiramos a un mundo humano, justo y en paz.

Son (somos) muchos los que instintivamente percibimos que religión y nacionalismo han sido las principales causas de conflictos en el mundo desde finales del siglo XVIII. Son (somos) muchos también los que profesamos un sentimiento incontrolable de amor por nuestra tierra o por nuestra fe, pero es fundamental saber que eso no nos autoriza a fundar sobre esos sentimientos ninguna forma de estado. Nación y fe son conceptos tan humanos como irracionales y ningún estado puede fundamentarse sobre la irracionalidad.

Créanme si les digo que el estado-nación es una fórmula tan periclitada de organizar la sociedad como la del estado-teocrático. Y sin embargo, mientras vemos la segunda como una forma organizativa propia de regímenes antidemocráticos, fanatizados o atrasados, no percibimos al estado-nación con las mismas notas de fanatismo e irracionalidad, aunque las tiene en la misma o mayor medida. Entendemos el mundo como un conjunto de naciones más que de indivíduos, consideramos natural que cada nación tenga su estado y un poder exclusivo (soberano) sobre un territorio y profesamos la criminal creencia de que es legítimo quitar la vida en nombre de la patria («todo por la patria») y que podemos exigir a nuestros connacionales que den la vida por ella («todo por la patria»).

Y todo ello aunque nadie, absolutamente nadie, ni siquiera los más profundos estudiosos del tema, sepan ni puedan explicar con un mínimo rigor científico qué es una nación. Las únicas definiciones sedicentemente «científicas» de nación nos llegan desde el romanticismo alemán con su «Volkgeist» y demás magufadas, patrañas incubadas durante años que eclosionaron en dos guerras mundiales (sobre todo la segunda) y en la mayor colección de crímenes que el ser humano ha podido cometer en nombre de una doctrina.

Hoy nos parece natural que Rusia, Estados Unidos o China se armen nuclearmente y se amenacen con la destrucción de la raza humana en caso de que alguno de ellos trate de prevalecer, como si el triunfo de un concepto abstracto como «China», «Rusia» o los «Estados Unidos», justificase inmolar en su altar a toda la humanidad.

Si a usted esto le parece razonable le sugiero que revise su equilibrio mental: su equilibrio mental está alterado y sufre de profundas deficiencias.

Esto pudo servir en el siglo XVIII para sustituir la soberanía de los monarcas por otro sujeto de soberanía (la nación), esto pudo servir en tanto las armas del género humano no eran capaces de destruir al propio ser humano más que de forma limitada, pero, hoy que el ser humano puede acabar con la entera humanidad varias veces, tal forma de pensar es una criminal aberración que debe ser extirpada de raíz.

Si a usted le parece natural que el mundo se organice en naciones y respalda usted todas las consecuencias de dicha organización no solo tiene usted, a mi juicio, un problema sino que es usted también un problema para el mundo.

Y sentado mi férreo antinacionalismo veamos ahora cómo el mismo contribuye a la depredación de unos territorios por otros y a la generación de tensiones inútilmente disgregadoras.

El nacionalismo como criterio organizador de las comunidades humanas

Tras la caída del Antiguo Régimen —y en el caso concreto de España tras la desaparición del rey de la vida del país secuestrado por Napoleón Bonaparte en 1808— se hubo de buscar un fundamento para la soberanía y el ejercicio del poder.

Mientras perduró el Antiguo Régimen la justificación del origen del poder fue siempre de naturaleza religiosa, los reyes eran reyes por designación divina («Deo gratias», «por la gracia de Dios») expresada a través de unos vínculos hereditarios. Sin embargo, la desaparición del rey de la vida pública en Francia debido a la revolución y en España debido al secuestro del tándem Carlos IV-Fernando VII por Napoleón, impulsó a buscar un fundamento para esa soberanía que antes ejercía el soberano por derecho divino. La solución muchos creyeron encontrarla en una reciente idea producto del romanticismo alemán: la nación.

En el caso concreto de España fue la Constitución de 1812 la primera en expresar esta idea en su artículo 3 al expresar: «La soberanía reside esencialmente en la Nación…» aunque, en el momento de redactar el texto nadie supiera con exactitud qué era eso de «la Nación» por lo que hubo de ser definida con carácter previo, concretamente en el artículo 1, como «…la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios» un concepto sintéticamente coincidente con «el pueblo», pero esta identificación de la nación con el pueblo no duraría mucho.

La creencia de que la nación es un concepto previo al estado mismo y que viene definido por unos antecedentes culturales, históricos, lingüísticos o culturales donde encarna el «espíritu» (volkgeist) de un pueblo pronto sustituyó al simple y hasta tautológico concepto contenido en la Constitución de 1812. La creencia en tan irracional y fantasmagórica entidad dio lugar a procesos tanto de integración (Alemania, Italia) como de disgregación, singularmente de imperios como el Austro-Húngaro o el imperio hispánico cuyo nombre oficial era el de Monarquía Católica.

La historia del siglo XIX es la historia de la constitución (invención) de las diversas naciones que habrían de componer el mundo civilizado, especialmente en Europa y de modo exitosísimo en la antigua América Hispana.

Fue en ese siglo (no antes) cuando se construyó el relato nacional español con una selección de episodios históricos sobre los que construir una identidad nacional. Igual proceso se vivió en la América Hispana y en bastantes zonas de Europa. Este proceso fue tan exitoso que, culturalmente, pronto se identificó el concepto indefinible e indefinido de «nación» con el concepto de estado llegando a proclamarse el derecho de toda nación (sea esto lo que sea) a constituirse en estado.

Ocurre, sin embargo, que en monarquías compuestas como la española no era sola España la que reunía los vagos requisitos cuasi mágicos para ser considerada nación sino que partes de la misma comenzaron a reivindicar su status de nación.

Esta reivindicación no fue demasiado sólida hasta que la catástrofe de 1898 debilitó grandemente el relato nacionalista español, al tiempo que la pérdida del negocio ultramarino y antillano de algunas regiones (singularmente Cataluña) impulsó el conjunto de creencias que alientan a todo nacionalismo, pero no solo eso.

No olvidemos que el centralismo borbónico para 1898 llevaba casi un siglo dejando sentir sus efectos depredadores, efectos depredadores en favor de Madrid que fueron sentidos de forma especialmente acusada en Cataluña y otras regiones como las provincias vascas si bien, en este último caso, trufado de otras componentes ideológicas como el absolutismo carlista.

Con la llegada de la Constitución de 1978 se asumió que el criterio de organización de todo el estado debería ser ese abstracto e inasible concepto de nación que animaba no sólo a España sino a otras «nacionalidades» que formaban parte de la misma. La organización territorial española, desde entonces, en lugar de obedecer a criterios económicos, de resolución de problemas, de articulación del territorio o redistribución de riqueza, obedece a un vago conjunto de relatos históricos falsos o simplemente inventados en la abrumadora mayoría de los casos.

Fundada la articulación del país sobre estos criterios irracionales nacionalistas no sólo no se resolvió ninguno de los problemas que generaba la vieja administración centralista borbónica (que se mantuvo en forma de provincias, diputaciones, delegaciones y sub-delegaciones del gobierno) sino que añadió un problema más: la aparición de una serie de nuevas capitales, que si no eran corte si eran cortijo de una nueva clase política autonómica, y que dieron lugar a la aparición de una nueva máquina depredadora que superpuso a las capitales de provincia las nuevas capitales autonómicas. Madrid siguió conservando su capitalidad y determminando las redes jerárquicas españolas si bien, las nuevas nacionalidades más fuertemente nacionalistas, operaron de contrapoder exigiendo obvenciones y gabelas que compensasen los desequilibrios y los agravios sufridos desde la llegada de la administración borbónica.

La Constitución de 1978 como vemos, en lugar de contener a una ideología tan antigua y periclitada como el nacionalismo, lo que hizo fue fomentarlo convirtiendo a la visión nacionalista del mundo y de nuestro nuestro propio estado en prácticamente la visión natural y estándar para todos los ciudadanos.

Quedó así instaurado el doble sistema de depredación que hoy padecen los territorios tributarios que forman la inmensa mayoría de las tierras de España. Un sistema que es urgente desactivar y extirpar si tú, como yo, formas parte de cualquiera de esos territorios tributarios que sufren la depredación de cortes y cortijos, de élites y de concentraciones de poder económico o político.

Nos jugamos en ello el futuro de la inmensa mayoría de los territorios y habitantes de este lugar que el mundo conoce como España.

En post siguientes veremos el modo de hacerlo porque hoy, me parece, que mientras redactaba estas líneas alguien ha anunciado que «habemus papam».

El nombre de mi ciudad

El nombre de mi ciudad

Creo que estos días les he hablado de muchas cosas (del islam, de las cruces de mayo, de las papas con chocos…) aunque siento que he hablado poco de mi ciudad, así que, esta tarde, me van a permitir que les cuente la historia del nombre de mi ciudad. Ténganme paciencia.

A mi ciudad le dieron nombre (como dijo Cervantes) los carthagineses, que a su vez eran no más que una colonia fenicia que, como es natural, hablaba y escribía en fenicio.

Para entender el nombre de mi ciudad es preciso entender primero cómo funciona el idioma fenicio, siquiera sea superficialmente, así que déjenme decirles que el fenicio es una lengua semítica no muy distinta del hebreo, el arameo o el árabe y que, como ellas, a la hora de escribir no dibuja las vocales sino solo las consonantes, pues es en las consonantes donde se esconde la fuerza semántica de las palabras. Por ejemplo, si yo les pidiese que adivinaran el nombre de una ciudad del mundo cuyas vocales son «AI» estoy convencido de que nadie tendría la seguridad de la ciudad de que estoy hablando, pero si yo escribo las consonantes de su nombre «MDRD» tengo la seguridad de que un altísimo porcentaje de mis lectores sabrán de inmediato de qué ciudad hablo.

Es por eso que fenicios, hebreos, arameos o árabes no suelen escribir las vocales (aunque hay signos auxiliares para ellas) y sí solo las consonantes de ahí que el alfabeto fenicio esté compuesto exclusivamente por consonantes.

No desprecien ustedes el alfabeto fenicio pues todos, absolutamente todos, los alfabetos del mundo descienden del alfabeto fenicio y seguramente les sorprenda saber que el alfabeto latino y el árabe, tan distintos entre sí, descienden los dos del alfabeto fenicio.

Los fenicios (y con ellos los carthagineses), pues, enseñaron a la humanidad a leer y escribir y, reduciendo los miles de signos de los silabarios mesopotámicos o egipcios a poco más de 20 letras, convirtieron la tarea de aprender el alfabeto en una tarea sencilla y pusieron la escritura a disposición de todas las clases sociales.

Si usted y yo nos estamos comunicando ahora mediante este texto es gracias a los fenicios, no lo olvide.

¿Y en qué dirección escribían los fenicios? ¿de derecha a izquierda o de izquierda a derecha?

La respuesta exacta es que en cualquiera, de hecho, a menudo, escribían el primer renglón de derecha a izquierda y el segundo de izquierda a derecha y así sucesivamente. A esta forma de escribir se le llama «bustrofedón» y fue común en las épocas tempranas de las lenguas, momento en que el griego o incluso el latín se escribían de izquierda a derecha o de derecha a izquierda dependiendo de los gustos del escriba. Con el tiempo latín y griego comenzaron a escribirse principalmente de izquierda a derecha mientras que el fenicio/carthaginés se escribió principalmente de derecha a izquierda y es por eso que tanto el hebreo como el arameo como el árabe se escriben de derecha a izquierda, aunque por entonces no era una regla fija y hoy puede usted usar el alfabeto fenicio como prefiera. Yo, por razones técnicas, lo escribiré en este post de derecha a izquierda salvo que les diga otra cosa.

Una vez explicado esto les diré que Carthago, la originaria, la de Túnez, deriva de las expresiones fenicias que, transliteradas, se corresponderían con las secuencias latinas QRT HDST. La primera letra de la grafía fenicia «𐤒» presenta algunas dificultades pues representa un sonido extraño al alfabeto latino. Qop (𐤒‏‏‏‏‏) es la decimonovena letra del alfabeto fenicio y representaba el sonido oclusivo uvular sorda transliterado como /q/. De esta letra derivan la qof siríaca (ܩ), la kuf hebrea (ק), la qāf árabe (ﻕ), la qoppa (Ϙ) griega, la Q latina y la Ҁ cirílica. Quizás deriven también de ella las fi (Φ) y psi (Ψ) griegas y las Ф y Ѱ cirílicas.

No se extrañen pues si ven la letra «𐤒‏‏‏‏‏» transliterada como «K» o como «C» y de hecho, ustedes verán que, dependiendo de la época, el nombre de nuestra ciudad aparece escrito en textos latinos como Karthago o Carthago.

La primera palabra de las dos que componen el nombre de nuestra ciudad «QRT» (o KRT o CRT) significa exactamente «Ciudad» en fenicio.

Pueden ustedes encontrar la secuencia QRT o KRT en muchos lugares del Mediterráneo siempre con este mismo significado de «Ciudad»; por ejemplo, si oyen el nombre de un dios llamado MELKART ya pueden ustedes apostar a que es un dios fenicio o cananeo y en su nombre hace referencia a algo que tiene que ver con una ciudad. Y así es. La secuencia MLK significa «rey» y puede usted encontrarla en nombres bíblicos como MaLaKias o abiMeLeK o incluso en la actualidad en nombres musulmanes como Abd el MaLiK. Por su parte la secuencia KRT quiere decir ciudad de forma que la secuencia MLKRT (MeLKaRT) puede ser traducida con toda corrección como «el rey de la ciudad» y, en efecto, así es pues Melkart era el principal dios de la ciudad fenicia de Tiro, lugar de donde son originarios los carthagineses.

Como puedes imaginar muchas ciudades del Mediterráneo incorporan la secuencia sonora KRT en su nombre y, por solo citar ciudades de España, les recordaré Cartaya, en la costa onubense, la vieja Carteia carthaginesa. Es muy divertido buscar KRT’s en el Mediterráneo y si un día les sobra tiempo les estimulo a que lo hagan.

Y sí la secuencia 𐤒𐤓𐤕 (QRT, KRT, CRT) significa «ciudad» la secuencia 𐤇𐤃𐤔𐤕 (HDST) significa «nueva». Así pues, ambas secuencias juntas, KRT HDST significan exactamente «Ciudad Nueva».

Pero ¿a qué ciudad hace referencia este nombre? ¿a la Carthago de Túnez o a la Carthago de España?

A ambas, pues ambas ciudades se llamaban EXACTAMENTE IGUAL lo cual ya fue advertido por autores romanos que llamaron la atención a sus compatriotas sobre el hecho de que no debían llamar a la Carthago de Hispania «Carthago Nova» pues ya el propio nombre Carthago incorporaba el significado de «nueva». Así pues Carthago una y Carthago la otra, ambas con el mismo nombre y ambas ciudades «nuevas».

A la vista de las secuencias originales fenicias entenderán porqué prefiero escribir Carthago a Cartago, pues la h separa las dos palabras de nuestro nombre, CaRT HaGo, Quart Hadast, QRT 𐤒𐤓𐤕 – HDST, 𐤇𐤃𐤔𐤕.

Por todo esto hoy he decidido darle un toque local a mi avatar y colocarle en la estrella, en lugar de la habitual #T, el nombre primigenio de mi ciudad, empezando por esa letra extraña Qop (𐤒‏‏‏‏‏) que podría haber representado originalmente una aguja de coser, específicamente el ojo de la aguja (en hebreo קוף quf y en arameo קופא qopɑʔ ambos se refieren al ojo de una aguja) o la parte posterior de la cabeza y el cuello (qāf en árabe significa «nuca»).

Y no me parece mal que la primera letra de nuestra ciudad represente al ojo de una aguja pues con ella se escribió también aquel versículo evangelio del camello, el rico y el ojo de la aguja (es más facil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el cielo). Y es que me parece a mí que es también más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que algunos pastadores del presupuesto público de la Asamblea o del Gobierno Regional entiendan el sentido profundo de alguna de estas cosas.

La necesaria separación nación-estado

Sé que lo que voy a decir no será entendido por muchos pero creo que no tengo otra opción. Es lo que pienso y necesito contárselo.

Cualquiera de cuantos siguen este blog saben que soy cartagenero y que Cartagena es mi patria no sólo por nacimiento sino por un sentimiento incontrolable de amor por mi tierra que sé que no es exclusivo mío, sino compartido por muchos de mis conciudadanos.

Pero, para quienes hayan leído lo que escribo con más detenimiento, sabrán también que abomino del nacionalismo como forma de organizar políticamente la sociedad.

No hay contradicción en ello. Del mismo modo que no entiendo que la fe que cada uno profese haya de gobernar la vida de la sociedad y que me parece fundamental la separación iglesia-estado, tampoco entiendo que el hecho de haber nacido aquí o allá haya de determinar el estatus jurídico o político de ninguna comunidad ni de ninguna persona. Del mismo modo que considero que iglesia y estado deben ser conceptos separados, tambien considero que los conceptos estado y nación deben separarse si aspiramos a un mundo humano, justo y en paz.

Son (somos) muchos los que instintivamente percibimos que religión y nacionalismo han sido las principales causas de conflictos en el mundo desde finales del siglo XVIII. Son (somos) muchos también los que profesamos un sentimiento incontrolable de amor por nuestra tierra o por nuestra fe, pero es fundamental saber que eso no nos autoriza a fundar sobre esos sentimientos ninguna forma de estado. Nación y fe son conceptos tan humanos como irracionales y ningún estado puede fundamentarse sobre la irracionalidad.

Créanme si les digo que el estado-nación es una fórmula tan periclitada de organizar la sociedad como la del estado-teocrático. Y sin embargo, mientras vemos la segunda como una forma organizativa propia de regímenes antidemocráticos, fanatizados o atrasados, no percibimos al estado-nación con las mismas notas de fanatismo e irracionalidad, aunque las tiene en la misma o mayor medida. Entendemos el mundo como un conjunto de naciones más que de indivíduos, consideramos natural que cada nación tenga su estado y un poder exclusivo (soberano) sobre un territorio y profesamos la criminal creencia de que es legítimo quitar la vida en nombre de la patria («todo por la patria») y que podemos exigir a nuestros connacionales que den la vida por ella («todo por la patria»).

Y todo ello aunque nadie, absolutamente nadie, ni siquiera los más profundos estudiosos del tema, sepan ni puedan explicar con un mínimo rigor científico qué es una nación. Las únicas definiciones sedicentemente «científicas» de nación nos llegan desde el romanticismo alemán con su «Volkgeist» y demás magufadas, patrañas incubadas durante años que eclosionaron en dos guerras mundiales (sobre todo la segunda) y en la mayor colección de crímenes que el ser humano ha podido cometer en nombre de una doctrina.

Hoy nos parece natural que Rusia, Estados Unidos o China se armen nuclearmente y se amenacen con la destrucción de la raza humana en caso de que alguno de ellos trate de prevalecer, como si el triunfo de un concepto abstracto como «China», «Rusia» o los «Estados Unidos», justificase inmolar en su altar a toda la humanidad.

Si a ti esto te parece razonable debes revisar tu equilibrio mental: tu equilibrio mental está alterado y sufre de profundas deficiencias.

Esto pudo servir en el siglo XVIII para sustituir la soberanía de los monarcas por otro sujeto de soberanía (la nación), esto pudo servir en tanto las armas del género humano no eran capaces de destruir al propio ser humano más que de forma limitada, pero, hoy que el ser humano puede acabar con la entera humanidad varias veces, tal forma de pensar es una criminal aberración que debe ser extirpada de raíz.

Si a usted le parece natural que el mundo se organice en naciones y respalda usted todas las consecuencias de dicha organización no solo tiene usted, a mi juicio, un problema sino que es usted también un problema para el mundo.

Y sentado mi férreo antinacionalismo, creo que en los siguientes post ya puedo ir contándoles como veo el mundo y la sociedad, cómo creo que es y cómo debería ser y todo ello desde mi visión de la situación tanto en la ciudad en que nací (mi patria), como en la región y el estado en que vivo, la cultura en que me encuadro y la humanidad a la que pertenezco.

Pero eso será otro día.

Cartagenamórate

Cartagenamórate

Hoy es Viernes de Dolores, la fiesta de mi ciudad por antonomasia y seguramente sea esta una buena fecha para hablarte de mi ciudad y su diócesis.

La ciudad de Cartagena con el étimo de este nombre (𐤇𐤃𐤔𐤕  𐤒𐤓𐤕, Qrt Hdst, Quart Hadast, Carthago) la fundó el púnico carthaginés Asdrubaal yerno de Amelkart Barca hace ahora 2252 años. Discúlpenme si en lugar de Asdrúbal o Amílcar escribo Asdrubaal o Amelkart pero es que no renuncio en los nombres teofóricos (nombres que incorporan el nombre de una deidad) a tratar de mantener en lo posible la grafía del dios a que hacen mención, Baal en el caso de Asdrúbaal y Melkart en el caso de Amelkart (𐤇𐤌𐤋𐤒𐤓𐤕) Barca.

A veces los nombres nos cuentan cosas.

Como ven Amelkart Barca y Carthago comparte en sus nombre el trilítero «krt», «qrt» o «crt» en grafías actuales (𐤒𐤓𐤕 en alfabeto fenicio) y es normal pues esa palabra significa «ciudad». Así el dios Melkart es el rey (Melek) de la ciudad (Quart) y mi ciudad Quart, más de dos mil años después aún conserva el trilítero CRT, QRT o KRT en grafías actuales que nos indica no solo su origen fenicio sino también su caracter de ciudad.

Y ya me he ido por las ramas.

Mi ciudad y mis vecinos mantienen una idiosincrasia propia que no siempre es entendida en esta región (en realidad casi nunca) a pesar de que desde el año 297 AEC todas las ciudades del sureste que se corresponden con la actual región han formado parte del «Distrito de Cartagena» (sí, «Diócesis» es palabra latina que en castellano significa «Distrito» y a cuyo frente suele haber un «episcopus», o sea, en castellano un «supervisor») y por tanto llevan viviendo juntas 2000 años. Lorca, Jumilla-Coimbra, Cehegín… etc. ya formaban parte con Cartagena del mismo distrito cuando, mil años después, los árabes fundaron Murcia.

Mirar el imafronte de la llamada Catedral de Murcia explica muchas cosas de esta región mejor de lo que lo hacen políticos interesados y webs institucionales.

Si miras el imafronte de la llamada Catedral de Murcia observarás que en ella no aparece ninguna referencia a la ciudad de Murcia. Los santos que aparecen en lugar más relevante son todos cartageneros (Leandro, Fulgencio, Isidoro y Florentina). Incluso el nombre por antonomasia del huertano murciano (Pencho) es el nombre de un cartagenero (Fulgencio) y si tratamos de encontrar otros símbolos que no sean cartageneros lo que encontraremos es, por ejemplo, la Cruz de Caravaca, otra ciudad que no es Murcia. Y es normal, pues Murcia, fundada por árabes, carece de un pasado cristiano que contar y por tanto de nada relevante que colocar en el imafronte de un templo cristiano. Lo curioso es que si alguien le hubiese dicho a Leandro, Isidoro, Fulgencio y Florentina que sus estatuas se colocarían en un lugar llamado Murcia quedarían muy sorprendidos pues, simplemente, cuando ellos vivieron, un lugar con ese nombre ni existía ni se le esperaba. Leandro, Fulgencio, Isidoro y Florentina sí conocían la Diócesis de Cartagena pues habían nacido en ella, pero no Murcia ni una catedral de Murcia, pues las catedrales estaban (y están aunque bombardeadas) en la sede de los distritos (diócesis).

Igual ustedes ignoran de quiénes les estoy hablando pero les diré que son, con toda probabilidad los perdonajes históricos más importantes nacidos en esta tierra nuestra. Quizá Isidoro sea el más conocido (Isidoro, obispo luego, de Sevilla) pues, como a buen cartagenerico, se le ocurrió el disparate de meter todo el conocimiento del mundo en un solo libro creando así la primera enciclopedia de la historia, las «Etimologías», permitiendo que el conocimiento de la Roma clásica atravesase toda la Edad Media hasta que, muchos siglos después, Diderot y D’Alembert se lanzasen de nuevo a una hazaña de similares proporciones.

Seguramente Leandro les suene menos que Isidoro pero, para la historia de España y del mundo, es probable más trascendente que su hermano.

Leandro fue el responsable de la conversión al catolicismo del pueblo visigodo y es ese momento de la historia el considerado por muchos historiadores como el del «nacimiento de España». De hecho, si visitan ustedes el Palacio del Senado de España verán que en lugar prominente hay un cuadro de grandes dimensiones conmemorando ese episodio. Leandro también, en el tercer concilio de Toledo, fue en buena parte responsable de la modificación del Credo de Nicea añadiendo la cláusula «y del Hijo», modificación que, andando el tiempo, daría lugar a la separación de las iglesias católica, apostólica y romana de la católica, apostólica y ortodoxa. ¡Ah si Putin lo supiera!

Isidoro y Leandro pues son santos para toda la cristiandad, ya sea romana u ortodoxa, es decir de Moscú a la Tierra del Fuego.

Cosas de cartagenericos.

Por alguna razón, culturalmente, la idea de España ha ido asociada al catolicismo. Los visigodos eran «españoles» porque eran católicos (de ello se encargó Leandro) y las imágenes de sus reyes adornan la Plaza de Oriente y el Palacio Real de Madrid cual si de reyes de España se tratase. Curiosamente los árabes, a pesar de los ocho siglos de presencia en la península ibérica, no son considerados «españoles» por la historiografía tradicional, sino enemigos de los auténticos españoles que, herederos de los reinos godos del norte, eran cristianos desicados a «reconquistar» el viejo reino que perdió Don Rodrigo en el Guadalete. Como ven, a lo que parece, Leandro hizo un buen trabajo y esta caracterización de España es la que todavía mantiene una mayoría sociológica de los españoles.

No es de extrañar que cualquier intento de construir una «identidad regional» sobre un pasado árabe sea una tarea condenada al fracaso. La identidad regional no está vinculada al pasado árabe de Murcia, la identidad regional la tienen escrita en el imafronte de la llamada catedral de Murcia y está vinculada a un pasado cristiano, Cartagenero, Caravaqueño, Jumillano, Ceheginero… Pero no murciano.

Insisto, desde hace dos mil años todas las ciudades de esta zona formamos parte de la misma división administrativa y hemos vivido juntos, aunque 800 años después apareciese una ciudad nueva que, desde 1833, fue designada arbitrariamente capital de este viejo distrito.

Y esto no sentó bien.

Nuestra región, compuesta de dos provincias, Murcia y Albacete, se resquebrajó en la década de los 80 debido a un centralismo crónico que arranca del siglo XIX y que Albacete venía denunciando desde época tan temprana como 1838. Para que se hagan una idea: cuando en 1838 los carlistas aparecieron por Almansa la Audiencia Territorial de Albacete (órgano judicial supremo de las provincias de Murcia, Ciudad Real, Cuenca y Albacete) decidió huir de Albacete y establecerse en Cartagena. Cuando la Diputación de Murcia les ofreció instalarse en Murcia tanto la Audiencia como la Diputación de Albacete se negaron afirmando que si la Audiencia se instalaba en Murcia ya no volvería nunca a Albacete.

Por eso, en cuanto hubo la más mínima oportunidad, Albacete huyó de la Región de Murcia. Hoy tienen una universidad que el centralismo de Murcia les negaba y hoy son la primera ciudad en población de Castilla La Mancha en lugar de ser la tercera ciudad de la Región de Murcia.

Sí, el centralismo mal entendido ha destruido esta Región hasta seccionarla por la mitad y la seguirá destruyendo si persisten asuntos como CAETRA por solo poner un ejemplo.

La propia ciudad de Murcia padece ese centralismo de unos pocos. Pedanías fortísimamente pobladas como El Palmar han venido reclamando una entidad local menor que nunca acaba de llegar en la forma deseada y en general, 52 pedanías que reúnen a la abrumadora mayoría de los habitantes del municipio de Murcia ven como sólo el pequeño centro de Murcia (unos 140.000 habitantes frente a los más de 400.000 de la ciudad, se benefician de un reparto poco equitativo de gastos, impuestos e inversiones).

El centralismo percibido —subrayo «percibido»— ya ha fracturado esta región expulsando a Albacete y la fracturará aún más si, en lugar de una Región centralizada no diseñamos una Región distribuida que haga posible que esta historia de 2000 años que se inició con el distrito carthaginense pueda seguir adelante.

Quizá hoy, día de la fiesta mayor de mi ciudad, sea un buen día para recordar estas cosas.

El Sacromonte y el Monte Sacro

El Sacromonte y el Monte Sacro

La primera de las fotografías que ven al pie de este post pertenece a un barrio llamado Montesacro y está en Cartagena; la otra es de un barrio llamado Sacromonte y está en Granada.

No se extrañe si he llamado «barrio» a ese solar que se ve en mi ciudad entre la calle del Caramel —donde yo vivo— y el Molino o la antigua Compañía de Aguas y el Castillo.

Ambos barrios ilustran bien la historia y catadura moral de los ayuntamientos y los políticos que han gobernado ambas ciudades. Montesacro y Sacromonte son nombres simétricos pero antagónicos y reflejan perfectamente el diferente grado de amor por la ciudad y sus vecinos que hay en Granada o en Cartagena.

En Granada el barrio humilde se cuidó y hoy es un lugar bello y de indudable atractivo; en Cartagena el barrio humilde fue demolido a pesar de su protección legal, desalojando a la gente honrada que en él vivía y demoliendo sus casas y sus calles hasta convertirlo en una ruina donde el barrio yace arrasado hasta sus cimientos.

¿Y todo por qué?

Por dinero, por ansia, por avaricia, por catetura, por estolidez, por vesania, por incultura, por soberbia, por la más alta expresión de ignorancia atrevida y avaricia especulativa.

Malditos sean quienes acabaron con mi barrio y la felicidad de muchos, tan sólo en busca de llenar los bolsillos de unos pocos.

Si en Granada hubiesen gobernado alcaldes y alcaldesas cartageneros no duden que habrían acabado, no ya con el Sacromonte sino hasta con la Alhambra y habrían tratado de llenarlos de dúplex adosados o torres de pisos.

Pero no, afortunadamente para Granada, los políticos cartageneros se quedaron en Cartagena y así destruyeron minuciosamente y hasta los cimientos el 25% del casco antiguo de nuestra ciudad, amén de generar innumerables solares en diversas calles del centro.

Y eso que se suponía que todo el centro estaba legalmente protegido.

Hoy el chancro del Monte Sacro supura en pleno centro de Cartagena la pus repulsiva de aquellos que, diciendo defender su ciudad, demolieron sus barrios y dejaron sin techo a sus vecinos. Y supura también para la vergüenza de todos nosotros que les toleramos todas aquellas tropelías a aquella banda de caciques ignorantes. Y cuando digo todos digo todos. Desde el último ciudadano que no salió a la calle a pararles los pies, al primer juez que cohonestó la tropelía bajo un manto de aparente legalidad y a mí mismo que no fui capaz de organizar en defensa de los más humildes alguna acción que hiciese pagar caras sus fechorías a quienes destruyeron el barrio.

Hoy el Monte Sacro y el Sacro Monte son dos realidades distintas que cantan las vergüenzas de nuestra ciudad ante los miles de turistas que nos visitan todos los días.

Y lo peor es que los de siempre siguen ahí, agazapados, esperando la oportunidad de convertir la desgracia de todos en dinero para lucrar su avaricia. Su canallada no ha terminado y antes o después les veremos volver a saltar a la yugular de nuestra ciudad.

Sólo espero que el Monte Sacro haga honor a su nombre y aparezcan en él tal cantidad de restos arqueológicos que les impida construir y lucrarse por todo el resto de sus vidas.

Desde mi ventana estaré vigilando.

Carthago Spartaria

Carthago Spartaria

Los cartageneros solemos atribuir la fundación de nuestra ciudad al magnífico instinto marinero de los carthagineses, unos fenicios que habían hecho de la navegación y el comercio su modo de vida. La visión del puerto perfectamente «cerrado a todos vientos y encubierto» (como escribió Cervantes) suele opacar todas las demás circunstancias y nos hace olvidar una que tuvo tanta importancia como las propias características naturales del puerto: la abundancia de esparto en la zona.

Sí, a nuestra ciudad, allá por los siglos V y VI se la conoció como «Carthago Spartaria» y les aseguro que la presencia del esparto en su nombre no fue en absoluto casual.

La importancia del esparto en Carthago Spartaria, nuestra actual Cartagena, fue crucial durante siglos, especialmente por su uso en la fabricación de cabos y estachas con que equipar las jarcias de los barcos que se construían o se reparaban en su puerto. No sólo, pues, era cuestión de que el puerto fuese magnífico sino que, además, se contaba con una materia prima importante para poder aparejar las embarcaciones.

La industria del esparto en nuestro entorno se mantuvo vital hasta mediados del siglo XX, cuando comenzó su declive debido a la introducción de fibras sintéticas más baratas y versátiles. Estas nuevas fibras, como el nylon, ofrecían una mayor resistencia y durabilidad, además de ser más económicas de producir. Esto llevó a un declive en la demanda de esparto y a la eventual desaparición de esta industria no sólo en nuestra ciudad sino también en todo el levante español, con especial virulencia en Valencia.

Quizá esta historia sirva para ilustrar con tintes locales algo tan evidente como que el futuro de las comunidades humanas está indisolublemente unido a la generación y desarrollo de tecnologías que abran nuevas vías de desarrollo en antiguos lugares. La riqueza de nuestra ciudad —y de cualquier otra ciudad— no está, pues, en los recursos naturales con que pueda contar, sino con la capacidad de generar conocimiento y tecnología por parte de sus habitantes. Dicho de otro modo, importa poco tener o no tener esparto si tenemos la creatividad precisa para inventar y producir otro tipo de fibras.

Es por eso que resulta lamentable que a nuestro país y a nuestra ciudad se les escapen entre los dedos la mayor de sus riquezas: la de sus estudiantes y científicos que, no bien acaban sus estudios, ponen rumbo a países extranjeros en busca de las oportunidades que no encuentran en su tierra.

La era del capitalismo industrial o financiero hace décadas que se acabó y en un mundo gobernado por el capitalismo cognitivo/informacional perder de este modo a nuestra mayor riqueza es, simplemente, suicida.

Sueño con ver crecer alrededor de la UPCT un universo de oportunidades para los estudiantes que en ella se forman, lo que no sé es si eso también lo sueñan nuestros gobernantes locales, regionales o nacionales. Es o eso o quedarnos para siempre en el mundo del esparto.

Deberíamos tomar nuestro futuro en nuestras manos, no deberíamos dejar las cosas importantes en manos ajenas.

Persevera, per severa, per se vera

Persevera, per severa, per se vera

Cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser. (Baruch Spinoza)

Recuerdo cómo estaban los ánimos en mi ciudad en 1993. La reconversión industrial golpeaba la comarca de Cartagena y, en La Unión, por ejemplo, miles de personas se enfrentaban a un traumático final de la minería. Tras haber convertido la bahía de Portmán en un vertedero y haber hecho de ella el punto más contaminado del Mediterráneo, la multinacional Peñarroya vendió por un euro todos sus derechos en la Sierra Minera a conocidos empresarios locales para que estos llevasen a cabo las siempre sucias tareas de cierre. La continuidad de la minería en la zona había enfrentado a vecinos de La Unión con vecinos de El Llano del Beal: los primeros querían continuar con la actividad a toda costa, pues de lo contrario perderían sus trabajos, los segundos defendían su pueblo y sus propiedades, pues, el filón, pasaba justo bajo sus casas y continuar con las explotaciones mineras suponía desalojarles de sus hogares y borrar el pueblo del mapa. Los ánimos se crisparon y los habitantes del Llano se prepararon para resistir e impedir el avance de la cantera, resulta curioso recordar que los ánimos llegaron a alterarse tanto que, en el Llano del Beal, Herri Batasuna obtuvo unos magníficos resultados en las elecciones de esos años.

Y si la Sierra Minera era un polvorín no menos lo era la ciudad de Cartagena. La Primera Guerra del Golfo y la huida del capital Kuwaití se había unido a la reconversión industrial y las grandes empresas de la ciudad cerraban una tras otra, desde la Empresa Nacional de Fertilizantes a Potasas y Derivados pasando por industrias clásicas de Cartagena como la «Española del Zinc» o la popular «Desplatación». La revuelta obrera era cada vez más violenta y se había llegado al extremo en 1992 cuando, durante unos durísimos disturbios y en oscuras circunstancias, resultó incendiado el Parlamento Autonómico de la Región de Murcia (foto) cuya sede está en Cartagena. El humo y las llamas saliendo del Parlamento eran una ilustración casi perfecta del estado en el que se encontraban los ánimos de los cartageneros en aquellas fechas. A pesar de sus 200.000 habitantes muchos cartageneros comenzaron a considerar seriamente la posibilidad de buscar un futuro fuera de la ciudad; un triste final a 3.000 gloriosos años de historia.

Sin embargo, quiénes así pensaban olvidaban que esta ciudad contaba con un capital que estaba ante sus ojos. Contaba con una magnífica ubicación y un puerto de calidad superlativa —Asdrúbal y sus carthagineses sabían lo que hacían— contaba todavía con un importante tejido industrial (la primera refinería de petroleos de España y un importante sector de construcción naval) y sobre todo contaba con cartageneros y cartageneras que nunca habían perdido su consciencia de pertenecer a una ciudad única en el mundo, superposición visible de pueblos prerromanos, fenicios, carthagineses, iberos, romanos, bizantinos y así hasta completar treinta siglos de historia.

El grado de destrucción del centro de la ciudad llegó a tal punto que incluso fue utilizado para grabar películas bélicas ambientadas en lugares como Beirut u otras localizaciones de Oriente Medio. Durante estas películas se llevaban a cabo demoliciones en pleno centro de la ciudad (vean, por ejemplo, el film «Navy Seal» y se entretendrán un rato comprobándolo) y todo aquello parecía que acabaría con el definitivo abandono del casco antiguo y la marcha de los vecinos a vivir a las urbanizaciones del extrarradio.

Sin embargo esta puñetera ciudad es resistente y si lleva tres mil años aquí no es por casualidad. Justo durante las explosiones y la grabación de las películas de que les hablo, en el mismo lugar en que se grabó la demolición de un hotel en el film «Navy Seal», comenzaron a aparecer restos arqueológicos que hicieron palidecer a los arqueólogos. La ciudad, desnudada hasta el extremo, devolvía a los bárbaros que la maltrataban un tesoro de valor incalculable: el perdido teatro romano de Carthago Nova.

La recuperación del teatro llevó lustros pero con la recuperación del mismo corrió pareja la recuperación de la ciudad y, en el más puro estilo de esta jovencita de 3000 años, lo hizo perseverando en sí misma.

El puerto creció, la refinería y el tejido industrial crecieron, pero, sobre todo, creció la presencia de la vieja y siempre joven Carthago Nova. En un centro de la ciudad tan abandonado por sus habitantes como vil y suciamente expulsados de él por especuladores y administraciones sin alma, comenzaron a aparecer viejos e íntimos trozos de nuestra joven adolescente. Ya no era solo el Teatro Romano, eran termas y templos que permitían a los habitantes de la ciudad tocar lo mismo las piedras de la iglesia de su patrona que las basas y fustes de las columnas del viejo templo de la diosa-sirena Atargatis o la diosa madre Isis. Mucha gente se pregunta erróneamente por qué los cartageneros son como son cuando lo que habrían de preguntarse es justamente lo contrario: cómo podrían ser de otra manera viviendo en un lugar así.

Si Cartagena ha salido adelante durante estos años ha sido siempre siendo ella misma, perseverando en su esencia y es por eso que, si en algún lugar resulta particularmente cierta la afirmación del filósofo Baruch Spinoza de que «cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser», ese lugar se llama Cartagena.

Y si la ciudad nos ha enseñado esto a lo largo de la historia ¿por qué no la escuchamos?

Podemos dedicar decenas de millones de euros a construir un carísimo auditorio, pero al final del viaje no tendremos sino lo que muchas otras ciudades tienen y de mejor calidad; podemos dedicar carísimas inversiones a ciclos sobre manifestaciones culturales extranjeras pero, al final del camino, siempre preferiremos los lugares y ambientes originales a las copias.

Con el dinero invertido en un auditorio de calidad parecida al de muchas otras ciudades se podría haber recuperado ya el anfiteatro romano, amalgama única en el Mediterráneo de espectáculos fundados en la muerte, pues Plaza de Toros y Anfiteatro se funden y superponen. ¿Cuántas ciudades en el Mediterráneo tienen algo así?

Nadie llega a ser Elvis imitando a Elvis, nadie llega a ser Picasso tratando de copiar a Picasso; si hemos de ser algo seamos antes que nada auténticos, seamos nosotros mismos. Nuestra ciudad no necesita ser ninguna otra ciudad distinta de la que es para tener éxito, lo lleva demostrando tres mil años, sería muy bueno que nuestra administración y nosotros mismos la ayudásemos en su tarea.

Nada nos ha sido tan rentable como ser nosotros mismos, así pues, ¿por qué no perseveramos en ello?. Si lo mira usted bien, ser nosotros mismos es lo que mejor sabemos hacer y en eso no tendremos nunca competencia.

Pronto estrenaremos un nuevo curso, sería bueno que nuestros políticos estrenasen también nuevas mentalidades.