Olvidando pasados y destruyendo futuros

Olvidando pasados y destruyendo futuros

Hoy, 12 de julio de 2023, se cumplen 150 años de la sublevación republicana y federal que dio lugar al Cantón de Cartagena.

Ninguna institución oficial de la Región de Murcia lo va a conmemorar, ni para su gloria ni para su execración.

La presencia de la Región de Murcia en la historia de España tiende a ser residual. De hecho, si consideramos el término «Historia de España» como ese período histórico que abarca desde la Constitución de Cádiz de 1812 —primera vez que la «Nación Española» es mencionada como protagonista político— hasta nuestros días, la presencia de nuestra región no parece haber sido demasiado relevante.

La imagen general de lo que sea la historia de España para la población ha venido en buena medida influenciada por la obra colosal de Don Benito Pérez Galdós —los «Episodios Nacionales» que, muy apropiadamente, comienzan con la batalla del Cabo Trafalgar y la invasión francesa de 1808— en la cual la Región de Murcia es un personaje absolutamente irrelevante de no ser por qué, Don Benito, relata minuciosamente y de forma por cierto magistral, los sucesos ocurridos durante el Cantón de Cartagena, un movimiento por el que Don Benito no puede ocultar sus simpatías.

Llama la atención que el suceso más relevante ocurrido en la Región de Murcia (sí, el Cantón no sólo fue cosa de cartageneros ¿o hemos olvidado el papel esencial del huertano y diputado Antonete Gálvez?), llama la atención, digo, que el suceso históricamente más relevante ocurrido en nuestra región desde que la nación española es elevada a la categoría de protagonista político, sea minuciosamente olvidado por nuestro gobierno regional y aún municipal.

Pueden ustedes denostar una sublevación que acabó con el 80% de la ciudad destruida tras feroces bombardeos, pueden ustedes censurar un movimiento que pretendía imponer desde abajo una república federal en España, ferozmente laico, donde se reconoció el derecho al divorcio, a donde acudieron en defensa de los más dispares ideales bakuninistas y anarquistas de toda laya al igual que miembros de la recién derrotada Comuna de París (un suceso de importancia mundial), simples republicanos federales y una población en gran medida inocente.

La Región de Murcia ha carecido de toda identidad política hasta que, abandonada por la provincia de Albacete, se constituyó en comunidad autónoma uniprovincial tras la Constitución; sin bandera (hubo que inventarla) y sin himnos (todavía hay que inventarlo), lo peor que le ocurre a esta Región es que carece de ninguna identidad compartida y no porque no la tenga —la tiene y podría repartir identidad entre las comunidades autónomas de España— sino porque sus políticos, obsesionados con la identidad capitalina, son incapaces de leer ni de siquiera intuir cuán profunda es la identidad de esta tierra.

Con estos políticos y con esta visión de nuestra región la Región de Murcia jamás tendrá un lugar en el pasado al que todos podamos mirar con orgullo y, lo que es peor, jamás tendremos un lugar en el futuro al que mirar con esperanza.

Lo ocurrido en Cartagena hace 150 años puedes condenarlo o puedes elogiarlo, ambas posturas y todos los matices intermedios son legítimos, lo que no puedes hacer es olvidarlo y tratar de que todos lo olviden: eso retrata a cualquier político como un indigente cultural.

Yo no soy nacionalista, yo no creo que existan esos entes a los que llamamos «naciones» y que tienen una identidad propia y distinta de los habitantes de un territorio, entidades en nombre de las cuales hablan personad que, como los venales sacerdotes de otros tiempos, nos dicen lo que la patria «quiere» o qué es y qué no es patriótico. Las naciones son un producto existoso del romanticismo político y son una entelequia tan irreal como los dioses y los reyes «por la gracia de dios» que antes nos gobernaban; las naciones son no más que un relato pero tan eficaz como lo han sido antiguos textos sagrados.

Y dicho esto mi sensación es que quienes nos han gobernado de 1978 aquí, ciegos por la miopía que les impide ver más allá de uno solo de los municipios de esta región, han sido incapaces no ya de imaginar una entidad política moderna y alejada del romanticismo político del que hablo sinp incapaces de hacer algo mucho más sencillo: descubrir y potenciar las brutales señas de identidad de este trozo de tierra del sureste de la península ibérica que, desde Diocleciano, formó una unidad política por muchos motivos protagonista de la historia de nuestra península y del mundo, aunque por entonces no se conociese la palabra «Murcia».

No siempre se cumplen los 150 años de una efeméride y si ni el gobierno regional de mi comunidad ni el municipal de mi ciudad son capaces de recordar el suceso en lo bueno y en lo malo que tuvo lo único que puedo colegir de todo ello es que ninguno de los que nos gobiernan está capacitado para forjar un futuro ilusionante y en el que quepamos todos los habitantes de esta región.

La Nochebuena de 1873

La Navidad de 1873 fue quizá una de las peores navidades que pasó esta ciudad. Sitiada por fuerzas militares del gobierno centralista la ciudad había sido bombardeada durante meses y estaba llegando al extremo de sus fuerzas.

La prensa internacional, atraída por esta pelea de una sola ciudad contra el mundo (la poderosa escuadra cantonal había sido declarada pirata por el gobierno y era acosada por buques de guerra de otras naciones), ilustraba sus diarios con los sucesos -reales o imaginarios- que sucedían en Cartagena.

Esta tarde he recordado que conservo un ejemplar de la prensa francesa que ilustra el modo en que «los corresponsales» franceses describieron la navidad de 1873/74 y he bajado al trastero a buscarlo. La foto no es buena (las condiciones de luz no eran las mejores) pero creo que se aprecian bien los principales detalles: la explosión de la fragata «Tetuán», el estallido de los arsenales del Parque de Artillería y, en el centro de la imagen, dos soldados bailando mientras otros dan palmas y un tercero toca la guitarra. Fascinante para un francés, sin duda. La leyenda que hay al pié del dibujo dice:

«ÉPISODES DU SIÉGE DE CARTHAGÉNE: Explosion du magasin des munitions.- La nuit de Noël sus le feu des assiégès.- Explosion du navire Le Tetuan appartenant aux insurgees.-«

Cuando se habla del Cantón de Cartagena suele olvidarse que el mismo supuso una enorme destrucción para la ciudad y una dramática mortandad, así que aprovecho para desear a mi ciudad que no se repita y a ustedes feliz Navidad.

Aquellos duros antiguos

Aprovechando que mi amigo Andrés anda a la caza de uno de esos famosos duros de plata cantonales que se acuñaron en 1873 cuando los cartageneros andábamos a cañonazos con el resto de España y unos cuantos países de Europa de añadidura; aprovechando eso, como digo, esta noche me he puesto a consultar publicaciones de numismática y, saltando de link en link, en lugar de a los duros cantonales he acabado llegando hasta aquellos otros duros antiguos que tanto en Cádiz dieron que hablar allá por 1904. Si no conocen la historia léanla, o mejor aún, escúchenla; porque si los europeos tuvieron a Ludwig Van Beethoven los gaditanos tuvieron a Don Antonio Rodríguez, y la historia de esos duros la cuenta y la canta Don Antonio en un archifamoso tango de carnaval, con tanta gracia y arte, que deja a la «Cuarta Sinfonía» a la altura de la música de verbena.

Sobre el origen de estos «duros antiguos» gaditanos se ha escrito mucho y hasta el cartagenero Arturo Pérez Reverte ha echado su cuarto a espadas contando la historia de «El defensor de Pedro«, un barco pirata comandado por un gallego que, tras asaltar, matar y desvalijar a cuanto bicho viviente navegaba por el Atlántico, embarrancó en la playa al confundir el faro de Trafalgar con ese otro faro que todas las noches le guiña a Cádiz desde el Castillo de San Sebastián (-pápate esa-).

Nadie se acordaría de esos duros antiguos si Don Antonio Rodríguez (El Tío de la Tiza) no hubiese compuesto su celebérrimo tango y pienso que en Cartagena nos han faltado poetas y literatos de esos que llaman populares; porque de los duros cantonales no se ha escrito ni una taranta y, para enterarse de lo que pasó en el Cantón, hay que echar mano de la obra de Don Benito Pérez Galdós que lo cantó con gracia y salero pero sin música. A mí me parece que la historia de estos «duros cantonales» pide a gritos un «Tío de la Tiza» pues ya tiene en Don Benito a su Herodoto, déjenme que les cuente.

Proclamado el Cantón en Cartagena (julio de 1873) las autoridades federales dispusieron que se acuñase moneda, pero no una moneda cualquiera ni esos vales de papel con que suelen financiarse las revoluciones de chichinabo, sino una moneda que, por su valor intrínseco, superase a la moneda que se usaba oficialmente en España. Por eso se acuñaron duros de plata y, si la ley de los duros españoles era de 900 milésimas, la de los duros cantonales se elevaba hasta las 925 milésimas y, si los duros españoles pesaban 25 gramos, los cantonales pesarían hasta 28. 

Las herramientas para acuñar estos duros estaban en el arsenal, la plata en las minas de Mazarrón y los operarios que llevasen a cabo tan delicada tarea se encontraron en el lugar más inesperado: el presidio, pues no faltaban allí magníficos expertos en el arte de acuñar monedas… falsas.

Ciento cincuenta mil duros cantonales de plata se acuñaron junto con monedas de dos pesetas y diez reales que proveyeron de numerario a los habitantes de esta arcadia federal y uno de esos ciento cincuenta mil es el que busca mi amigo Andrés pero, han sido tantas las imitaciones y falsificaciones que se han hecho de aquellos duros, que a día de hoy aún no se ha decidido a comprar ninguno, temiendo -con fundamento- que le den centralista por federal, quiero decir gato por liebre.

En fin que, saltando de los duros cantonales a los antiguos de Cádiz, he encontrado un libreto con las diversas letras que Don Antonio escribió para el tango de los anticuarios, así que, con su permiso, les dejo: voy a disfrutar con las letras de Don Antonio y si ustedes, entretanto, se enteran de alguien que tenga un duro cantonal legítimo y en buen estado, háganmelo saber, quizá a mi amigo Andrés le interese, aunque no les garantizo nada.