12 de octubre ¿Día de qué Raza?

12 de octubre ¿Día de qué Raza?


Recuerdo que de niño, cada vez que oía que el 12 de octubre era llamado «el Día de la Raza», se me producían naúseas casi físicas.

Recuerdo escuchar la expresión «Día de la Raza» y preguntarme ¿Qué narices me estarán queriendo decir con ese nombrecito? ¿Día de la Raza? ¿De qué raza? ¿Pero es que en España no sabemos todos que somos como los perros callejeros, unos mil leches producto de los cien pueblos y pueblas que han pasado por la península ibérica a lo largo de la historia?

La raza… ¡menuda raza! desde que neandertales y cro magnones habitaban la península hace más de 30.000 años por aquí ha pasado todo bicho viviente: los homo sapiens de los campos de urnas, los indoeuropeos, los iberos, los celtas, los fenicios, los griegos, los carthagineses, los romanos, los suevos, los vándalos, los visigodos, los árabes, los gitanos, los judíos, los alemanes de Mallorca, los ingleses de Magaluf y hasta magyares como Kubala y Puskas.

¿Raza dice usted? ¿Día de «La Raza»? Deje que me descojone, caballero.

En mi infancia lo del «Día de La Raza» era el nombre que algunos «falangistas valerosos» aplicaban a la festividad del 12 de octubre, día que, por aquellos tiempos, se conocía oficialmente como el «Día de la Hispanidad», un nombre que a mí me caía bien y que no entendía que nadie quisiera sustituir por el, a mi juicio repulsivo, nombre de «Día de la Raza».

Pero ya se lo dije al principio: soy un ignorante, desconozco muchas cosas y a menudo juzgo demasiado rápidamente.

No digo que quienes utilizaban entonces e incluso ahora la expresión de «La Raza» no lo hiciesen con una intencionalidad ideológica digna de un cráneo fraguado con hormigón de búnker berlinés, lo que digo es que por las mentes de quienes idearon la expresión «Día de la Raza» no pululaba ninguna de las ideas que yo, prejuiciosamente, les atribuía.

La existencia en Sevilla, junto al Parque de María Luísa, de un «Monumento a La Raza» inaugurado en 1929 debió hacerme sospechar. El monumento, una especie de mural, luce unos versos del poeta nicaragüense Rubén Darío que dicen textualmente:

«Ínclitas razas ubérrimas,
sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos,
luminosas almas, ¡salve!»

Total ná, «razas ubérrimas», «Hispania fecunda», «espíritus fraternos», «luminosas almas»… Rubén Darío no podemos decir que se quedase corto, no…

Pero ¿qué significa todo esté galimatías?

Mi desconcierto alcanzó niveles máximos cuando descubrí que, en países americanos como Honduras, aún se celebra el «Día de la Raza», así, con este nombre. Al conocer ese dato me quedé petrificado de piedra basáltica del volcán Popocatéptl.

Y fue bueno que me quedase de piedra de este volcán mexicano porque de México llega la explicación más plausible de todo esté galimatías de la mano —o mejor dicho de la pluma— del principal intelectual de la Revolución Mexicana, es decir, de Don José Vasconcelos y Calderón.

Resulta que esté prolífico autor, verdadero apóstol de la educación de su estado, hombre que había ocupado relevantes puestos públicos en el gobierno mexicano y que fue incluso aspirante a la presidencia de la república, es el principal responsable de este asunto de «La Raza» que, como verán, es justamente todo lo contrario de lo que parece.

En el pensamiento de Vasconcelos los conceptos exclusivos de raza y nacionalidad debían ser trascendidos en nombre del destino común de la humanidad. Este pensamiento tuvo su origen en un movimiento de intelectuales mexicanos de la década de 1920, que apuntaron que los latinoamericanos tienen sangre de las cuatro razas primigenias del mundo: roja (amerindios), blanca (europeos), negra (africanos) y amarilla (asiáticos): la mezcla entre todas ellas da como resultado la aparición de una quinta y última, la más perfecta y sublime.

Resulta, pues, que «La Raza» a la que se refería originariamente el nombrecito «Día de la Raza» y la que cantaba el poema de Rubén Darío es justo a la nuestra, la de los perros callejeros, la de los «mil leches». La Raza de la que habla Vasconcelos es la raza de los antirracistas, la de los mestizos, la de todos en realidad porque, en el fondo, todos los seres humanos somos eso, mestizos.

Según Vasconcelos la América hispana es la suma de toda la humanidad, el punto culminante de su historia: América es donde se combina la hispanidad europea (síntesis de celtas, iberos, romanos, germanos) con «el espíritu contemplativo» del indio americano, «la sensualidad» del africano y «el sentido de unidad colectiva» del asiático. ¡Toma candela, Manuela!

Y a esta raza que no es raza, a esta raza antirracista, Vasconcelos (a quien ciertamente no le faltaban palabras) la bautizó nada menos que como «La Raza Cósmica» y se tiró el folio de publicar en Madrid, en 1925, un ensayo titulado así: «La Raza Cósmica».

Es así como se entiende que Rubén Darío, en el monumento a la raza de Sevilla, hablase de «Ínclitas razas ubérrimas» (en plural) y de «espíritus fraternos». Mientras que cualquier filósofo centroeuropeo con cráneo de hormigón y acero hubiese hablado del «Volkgeist» y de otras ideas de bigotito recortado, aquí, el Darío y el Vasconcelos, se tiraron un pegote verdaderamente cósmico:

—¿A nosotros nos váis a hablar de razas? ¡Tirad pal búnker, cabezas de cemento!

No creo necesario aclarar que este post no pretende ser del todo científico y que algo de ironía hay en él, tampoco pretendo saberlo todo sobre el pensamiento del recién descubierto por mí Vasconcelos y sobre su delirante idea de la «Raza Cósmica», de hecho, ya lo dije al principio, debo confesar que todo esto hace poco no lo sabía, que soy un ignorante, que había fundado mi juicio sobre premisas erróneas y que quizá también lo esté haciendo ahora.

Quiero decirles que siempre puedo estar equivocado, en suma.

Sin embargo no creo engañarles si les digo que prefiero esta raza de mestizos que a todos nos hace hermanos a cualquier otro intento racista, clasista, nacionalista o indigenista que pretenda desunir y eliminar todo aquello que nos convierte en esa «raza» mestiza de mil leches que hace que todos compartamos ancestros y, por lo tanto, nos convierte a todos en hermanos.

Las respuestas son…

Las respuestas son…

Hoy he planteado dos encuestas en tuíter relacionadas con la festividad del 12 de octubre; la primera en relación a cuál era la bandera que arbolaban los barcos de Colón este día y la segunda sobre el origen de la dotación que las tripulaba. La participación ha sido grande y lo agradezco, el acierto ya, quizá, sea otra cosa.

1. La bandera de las carabelas

La verdad que no es fácil saber con exactitud cómo era la bandera que arbolaban las carabelas que llegaron a América el 12 de octubre de 1492 aunque el propio Colón, en su diario, las describe así:

«Sacó el Almirante la bandera real y los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por seña, con una F y una Y: encima de cada letra su corona, una de un cabo de la cruz y otra de otro.»

Así pues los navíos arbolaban banderas «de la Cruz Verde» con una F y una Y. Cómo era la cruz (de qué tipo era) es algo que no nos dice y que, por ello, merecería la pena investigar. Algunos quieren que la cruz sea de Malta, (supongo que por darle un toque templario), otros la pintan como si fuese del tipo «de la Orden de Cristo» lo que parece absolutamente fuera de lugar pues era propia de los portugueses, en Estados Unidos, por su parte, es muy popular en el «Columbus Day» una especie de cruz florenzada, mientras que, en la iconografía española, abunda la cruz patada (cruz cuyos brazos se van estrechando según se acercan al centro).

¿De qué tipo era la cruz y por qué? Es un magnífico tema de investigación que, yo, desde luego, no he llevado a cabo y, por lo mismo, no puedo decirles cuál de todas estas banderas que les muestro es la exacta.

Aunque créanme, hoy que se me han llenado mis time lines en redes sociales de banderas de los más variados colores, mucho más importante que saber que la bandera del descubrimiento era una parecida a esta que les muestro, es reconsiderar el uso que hacemos los seres humanos de los símbolos y su significado.

Así pues, feliz día verdiblanco de la hispanidad y, a todos aquellos que se han acercado a la respuesta correcta (que no sé cuál es como ya he dicho) les espero con el café asiático y todo el Mediterráneo dispuesto. Un saludo.

2. La composición de las tripulaciones

Por lo que respecta a la pregunta sobre los marineros y las comunidades autónomas ninguna de las respuestas que he ofrecido como posibles es absolutamente exacta.

Sin ninguna duda tras los andaluces los vascos fueron los tripulantes más numerosos y, entre marineros y grumetes, superaban el número de 7 (recordemos que una carabela tenía entre 18 y 25 tripulantes aproximadamente). Llaman la atención los tres marineros que aporta la villa de Lequeitio, los dos de la actual Ea y los que simplemente se sabe de ellos que son «de Vizcaya».

Cantabria aporta al menos 3 marineros, los tres de Santoña, pero Castilla (en concreto Segovia) también pone —probablemente— 3 entre los cargos y burócratas que embarcaron con Colón.

No se conoce que en la expedición viajase ningún catalán, gallego, canario, extremeño, asturiano o balear, aunque no se puede descartar dado que hay un buen número de marineros cuyo origen se desconoce.

Como curiosidad añadir que, en la Santa María, viajaba Diego, un pintor murciano que supongo iría como «fotógrafo» del viaje y, en toda la flota, no menos de cinco criminales.

Por cierto: ningún marinero se llamaba «Rodrigo de Triana» aunque Colón sí lo menciona en su diario del día 11 como la perdona que, desde La Pinta, gritó tierra; de forma que, si quieren entretener la tarde del domingo, pueden dedicarla a averiguar el nombre auténtico del tal Rodrigo, un hombre con una vida, ya se lo adelanto, misteriosa y apasionante.

Así pues, cuando decimos que el descubrimiento fue una empresa española estamos diciendo también que fue una empresa en la que andaluces, vascos, cántabros, castellanos y hasta dos italianos (un genovés y un calabrés) y un portugués (de Tavira) cooperaron con un tal Cristóbal Colón, un sedicente genovés a quien jamás se le oyó hablar ni escribir en italiano a su hermano o familiares.

Quizá el misterio sobre la patria de Colón permita incluir a todas las patrias en la gesta.

Brindis

Brindis

Por los pintores y pintoras de Altamira y por los hombres y mujeres que dibujaron los petroglifos de Campo Lameiro; por Domenico Teocotópuli, Pacheco, Diego de Silva y Velázquez y Bartolomé Esteban Murillo; por Zurbarán y Ribera, por Don Francisco de Goya, por Sorolla y Zuloaga por Picasso, Gris, Miró y Dalí.

Por los constructores de los dólmenes, por quienes erigieron menhires, por quienes levantaron las navetas y los talayots, por quienes esculpieron las damas de Baza y Elche y por quienes pusieron en pie los Toros de Guisando. Por los hombres y mujeres que labraron los tesoros del Carambolo y por el Maestro Mateo, por quienes labraron la Alhambra y levantaron las catedrales de Burgos y León; y por Gil de Siloé, Berruguete, Juan de Juni, Juan de Arfe, Alonso Cano, Francisco Salzillo, Pedro Roldán y su hija La Roldana; y también por Benlliure, Capuz, Jorge Oteiza y Eduardo Chillida.

Por el inventor o inventora de la tortilla española, del gazpacho, de la paella, del pulpo a feira, del marmitako, de la fabada, del atascaburras, de las patatas con chorizo, de los torreznos, de los michirones, de los callos, del caldero y la butifarra, de la esqueixada y el pá amb tomàquet, del gofio, el jamón de pata negra y la sobrasada. Por quienes hicieron el primer queso manchego, de Mahón, de Cabrales, de tetilla, de cabra payoya o majorero. Y por quien inventó la torta del Casar. Por Ruperto de Nola y Ferrán Adriá y por todas las madres y abuelas.

Por Gonzálo de Berceo y el Arcipreste de Hita, por el monje que escribió la Nodicia de Kesos, por los escribanos de San Millán de la Cogolla que nos enseñaron al mismo tiempo castellano y euskera; por el Tirant Lo Blanc y por Don Quijote, por las Cantigas y por las Jarchas, por Lázaro de Tormes y por Pedro Crespo; por el Juglar que compuso el Mio Cid y por Alfonso X, un rey que sabía que escribir en gallego era también escribir en español; por Luis de Camões, el lusitano que nos enseñó a hablar de castellanos y de portugueses, porque españoles lo somos todos. Y por Calderón, Lope, Góngora, Quevedo, Zorrilla y su Juan Tenorio y por Valle Inclán, Galdós, Baroja, García Lorca, Gil de Biedma y José María Álvarez.

Por Miguel Servet y por Don Santiago Ramón y Cajal, por Severo Ochoa y por Leonardo Torres Quevedo, por Don Isaac Peral y Caballero y por Don Juan de la Cosa.

Por Séneca y su hermano Galión, por el bilbilitano Marcial y el calagurritano Quintiliano, por Ossio de Córdoba y por los cartageneros Leandro, Fulgencio, Isidoro y Florentina; por Averroes y Maimónides, y por Ramon Llull, Eiximenis, Francisco Suárez y toda la Escuela de Salamanca y por Gabriel Císcar y Francisco Giner de los Ríos.

Por Falla, Albéniz, Cabezón, Tomás Luís de Victoria, La Niña de los Peines, Quintero, León y Quiroga, Don Antonio Chacón, Joaquín Rodrigo, Pau Casals, Paco Alba, El Tío de La Tiza, Andrés Segovia y Paco de Lucía.

Por Ibn Yubair, Benjamín de Tudela, Ruy Gómez de Clavijo, Colón, Magallanes, Elcano, Andrés de Urdaneta, Malaspina, Jiménez de la Espada, Barberán y Collar.

Por Ruy López de Segura, los pelotaris Francisco Villota y José de Amézola, por Luís Aragones y los once del tiki-taka, por Francisco Fernández Ochoa y Fernando Alonso, por Pedro Delgado y Miguel Induráin y…

Por Isabel, Urraca, Juana, Teresa de Jesús, Agustina, María, Isabel Zendal, Doña Marina, Rosalía, Montserrat, Doña Emilia,Clara, Mariana, Concepción, Egeria, La Latina, La Roldana, Jimena, Federica, Sor Juana, Eugenia, Maria Isidra y todas las mujeres que nos trajeron al mundo, nos condujeron por él y nos hicieron llegar hasta aquí.

Y por todos y todas los que no he nombrado, tan buenos y tan buenas como los nombrados pero cien veces más numerosos, hoy levanto mi copa.

Feliz día de la Hispanidad.