Conchitas

Conchitas

En pleno debate del acuerdo municipal de Jumilla sobre el uso del polideportivo muchos han recordado que nuestro país, hasta hace muy poco, fue un país de emigrantes a lo que inmediatamente se ha respondido desde la otra trinchera que éramos inmigrantes, sí, pero legales, siempre con papeles.

Y este debate me ha traído a la memoria cierta fotografía, que mi amigo Miguel me mandó desde Francia, de un libro que ves el que ven en la foto y que —en los años 60— pretendía ser un manual, dirigido a las amas de casa francesas, para enseñarles como tratar a las «Conchitas», que era como se denominaba —y aún se denomina en Francia— a las sirvientas españolas.

Los datos del Instituto Español de Emigración (IEE) de la época taparon entonces una realidad de enormes proporciones, cual fue la de la gran emigración de mujeres españolas en solitario. Sin otra formación que rudimentarios conocimientos de confección, su destino mayoritario fue trabajar de sirvientas en Francia.

Ilegales en muchos casos, sin papeles, trabajando en negro y sin devengar pensiones, víctimas en multitud de ocasiones de patrones desaprensivos que aprovechaban su desconocimiento del idioma para los más abyectos fines, las «Conchitas» españolas fueron duramente tratadas en Francia pero, también, muchas de ellas sintieron que vivir fuera del ambiente opresivo que imponía a la mujer en España la Iglesia y la Falange de aquellos años, compensaba. Muchas se resistieron a volver.

Aquellas mujeres eran la punta de lanza de una red de emigración al margen de los cauces legales del IEE (Instituto Español de Emigración) y el proceso típico es más o menos el que sigue:

En Francia tradicionalmente la servidumbre argelina había sido la más popular pero, en algún momento, en los distritos elegantes de París (creo que el Distrito13) se puso de moda como más elegante tener servidumbre española. Las españolas hacían gracia, cocinaban bien y llevaban con esmero las tareas domésticas aunque, eso sí, su forma de ser exacerbaba los tópicos franceses  sobre la forma de ser de las españolas. Jóvenes sensuales pero fuertemente retenidas por su formación católica las conchitas vivían su sexualidad retorcidas en un mar de contradicciones. Incapaces de dominar el idioma su forma de atender el teléfono provocaba no pocos chistes e historias hilarantes.

—Señora esta mañana han llamado por teléfono preguntando por usted.
—¿Quién era?
—Un hombre.
—¿Qué hombre?
—No sé, un hombre.
—¿Y qué quería?
—No sé, no le he entendido.

Nuestras conchitas, además de rezar el rosario, planificaban como llevarse el novio a París. Como la entrada a las habitaciones de la servidumbre en el distrito 13 era diferente de la de los señores, nuestras conchitas una vez ganaban confianza se traían a sus novios a vivir con ellas pues las habitaciones de la servidumbre estaban incomunicadas de las de los señores. En pocos días sus novios buscaban un trabajo y el ascenso definitivo solía producirse cuando el novio conseguía trabajao como portero de finca urbana lo cual daba derecho al uso de una pequeña residencia para el portero donde Conchita y su novio ya podían tener hijos.

Las historias de estas conchitas no son agradables de oír y perturbarían gravemente la conciencia de quienes ahora se muestran inflexibles con una emigración que ya no es española. Si desean gozar de un estudio en profundidad de la emigración de las conchitas les recomiendo el libro de Laura Oso Casas «Españolas en París» que es un estudio tan profundo como esclarecedor de este asunto.



No, nuestra emigración no era esa emigración legal que ahora quieren vendernos, lo que ocurre es que nos hemos vuelto ricos y se nos ha olvidado que el dinero que mandaban las «Conchitas» desde Francia palió mucha hambre en España. Nuestra memoria, a fuerza de comer bien, se ha vuelto débil.

Mujeres increíbles, seres humanos con biografías sorprendentes, cuando me hablan de emigrantes ilegales se me olvida la ley de extranjería y me acuerdo de las «Conchitas». Quizá no sea legal, pero es humano.

Y dicho esto quizá sea bueno aclararles por qué la emigración española solía ser ilegal.

El gobierno de Franco pretendía controlar también en Francia o Alemania que el comunismo no penetrase en la población emigrante y, además, la canalización y distribución de trabajos por este cauce podía dar lugar a que un campesino de Trebujena acabase picando carbón en una mina alemana, lo que raramente era de su agrado. El migrante español prefería seleccionar él el trabajo. Así lo hacían las conchitas que lejos de buscar trabajo a través del IEE lo buscaban a través de amigas que ya se habían instalado en París.

No es muy distinto lo que hace el gobierno de Marruecos y les pongo un ejemplo.

Justicia y Caridad (en árabe: جماعة العدل والإحسان‎) es un movimiento ilegal marroquí, pero parcialmente tolerado por el rey Mohamed VI, fundado por el jeque Abdeslam Yasín su ilegalidad deriva de no reconocer a Mohamed VI como Comendador de los creyentes. Son un fuerte núcleo de oposición al monarca y critican ferozmente los dispendios del Majzen (el entorno del monarca) al tiempo que le niegan su condición de líder religioso. Esto no le gusta al rey de Marruecos, obviamente.

Justicia y Caridad vio cómo muchos de sus miembros emigraron a España en busca de un ambiente más respirable para ellos e incluso abrieron mezquitas, mezquitas que en muchos casos fueron ocupadas cuando no asaltadas por emigrantes partidarios del rey pues Marruecos, como la España de Franco, también cuida de que sus emigrantes no se descarríen ideológicamente. El gobierno de Marruecos ha conseguido que el gobierno de España haga la vista gorda ante los asaltos de los leales al rey a los miembros de Justicia y Caridad que oficialmente, para la policía española, es un peligroso grupo terrorista.

Las historias se repiten y los patrones migratorios tambien, a fin de cuentas el hambre no tiene patria, solo va cambiando de sitio, ayer España hoy Marruecos.

No, la emigración española no fue esa emigración totalmente legal que ahora se nos quiere hacer ver desde una de las trincheras, estuvo llena de historias como la de nuestras conchitas, mujeres solas que marcharon a la aventura en busca de un futuro.

La votación nicena

Creo que ya les he dicho alguna vez que la democracia no es ese sistema político que dirime sus diferencias votando (como creen muchos) sino que es ese sistema político que alcanza acuerdos deliberando merced a un diálogo abierto, generoso y sincero.

La votación marca en democracia el fracaso del debate.

Para no dar ejemplos de hoy que todos tenemos en mente me van a permitir que les traiga aquí una de las votaciones que más dramáticas consecuencias han tenido en la historia de la humanidad y esta no es otra que la que se produjo en el año 325 en el Concilio de Nicea, sínodo en el que se fijaron las bases de la doctrina católica pero, para que se me pueda entender, es preciso que antes les ofrezca un poco de contexto.

Para el año 325 el cristianismo había tenido un éxito fulgurante pues en apenas tres siglos la fe de unos pocos judíos se había extendido no solo por todo el imperio romano sino también por los territorios adyacentes. El cristianismo —y esto a menudo se olvida— contaba para el año 325 con seguidores no sólo dentro del limes del imperio sino en puntos tan lejanos como la China de la dinastía Han, el Imperio Persa Sasánida o la península arábiga.

Claro es que, para el 325, todos cuantos se llamaban cristianos en ese extenso territorio no creían exactamente en las mismas cosas.

Por solo citar unos ejemplos mencionaremos en primer lugar a los trinitarios, cristianos que creían que aunque Jesús era el Hijo de Dios era tan eterno como su Padre y tan Dios como su Padre mismo. Para complicar las cosas a las dos anteriores añadieron una tercera persona —el Espíritu Santo— a la que consideraron tan eterna y tan dios como las dos anteriores.

Dentro de la limes del imperio romano había también unos cristianos que se decían arrianos y que fueron muy populares entre los pueblos germanos, el Mediterráneo Oriental y algunas zonas de la costa del Mediterráneo africano. Estos arrianos, por ejemplo, llegaron a gobernar la península ibérica merced a la monarquía visigoda.

Los arrianos sostienen que Jesucristo es el Hijo de Dios y que procedente del Padre, pero que no es eterno, sino que fue, como hijo, engendrado por el Padre antes de que tiempo fuese creado. De esta manera, Jesús no sería coeterno con Dios Padre.  Los arrianos citaban fragmentos evangélicos en apoyo de sus tesis como este del Evangelio según san Juan 14:28 (Versión Biblia de Navarra)

«Habéis escuchado que os he dicho: «Me voy y vuelvo a vosotros». Si me amarais os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo».

También había una extendidísima rama de cristianos maniqueistas, un cristianismo que proviene del maniqueísmo (en nuevo persa آیینِ مانی, Āyīn-e Mānī) que es el nombre que recibe la religión universalista fundada en el siglo III d. C. en el Imperio sasánida por el profeta y sabio parto Mani (o Manes; c. 215-276 d. C.), quien decía ser el último de los profetas enviados por Dios a la humanidad, siguiendo a Zoroastro, Buda y Jesús.

Un cristianismo que contó con notable éxito fue el cristianismo gnóstico, una corriente sincrética filosófico-religiosa que sobre la base de ideas platónicas, la dualidad materia-espíritu y otras ideas un tanto «wokes» llegaron a mimetizarse exitosamente con el cristianismo en los tres primeros siglos de nuestra era (de hecho hay quien ve influencias gnósticas en el evangelio de San Juan) y legando una buena cantidad de evangelios apócrifos de contenido gnóstico fruto de una etapa de cierto prestigio entre algunos intelectuales cristianos.

Para que se hagan una idea de la difusión que tuvieron corrientes cristianas como el difisimo les dejo el mapa de la diócesis ortodoxa oriental en el siglo VIII.

Pues bien, el Concilio de Nicea fue convocado por la autoridad imperial romana (Constantino I) para fijar la ortodoxia cristiana y así se hizo en el año 325 donde se enfrentaron muchos de estos cristianismos y emergió tras la pertinente votación como triunfador el cristianismo trinitario.

La ortodoxia y el credo estaban fijados pero ¿qué paso con todos los cristianismos derrotados en Nicea? ¿desaparecieron?

Obviamente no.

Apoyado por la autoridad imperial romana el cristianismo trinitario con el tiempo se convertiría en la religión oficial del imperio, mientras que los demás cristianismos, más o menos perseguidos, se irían convirtiendo en pecado o delito de forma que los territorios vecinos al imperio se llenaron de seguidores de estos cristianismos proscritos e incluso el interior del imperio se convulsionó con las revueltas monofisitas de quienes mantenían sus firmes creencias en las ideas de estos cristianismos derrotados.

El climax se produjo con el choque que se produjo en el siglo VII entre el Imperio Romano y el persa Sasánida. Ambos imperios estuvieron a punto de desaparecer en aquella brutal guerra y emplearon cuantos medios tenían a su alcance lo que incluía a mercenarios de los más diversos lugares, incluida Arabia.

La guerra duró del año 602 al 628 y para cuando se firmó la paz ambos imperios estaban exhaustos.

Y fue entonces cuando los efectos de la votación de Nicea se dejaron sentir con mayo intensidad porque mientras esa guerra tenía lugar y principiando en el año 610 en un lugar recóndito de Arabia (La Meca) un hombre comenzó a redactar un texto que recogía muchas de las creencias de aquellos cristianismos derrotados que el Imperio Romano había expulsado tras Nicea y que ahora plagaban las tierras exteriores al imperio romano, incluyendo al imperio persa sasánida.

Ese texto, hecho de retazos de aroma a veces nestoriano, a veces ebionita, a veces de cualquier otro cristianismo derrotado, proclamaba que Jesús era el Mesías, sí, y que su madre lo había concebido virginalmente por obra de Dios pero que lo que no era era Dios igual que Dios, ni eterno como Dios ni de la misma sustancia que Dios. Mesías, sí, profeta sí, pero no Dios porque Dios no hay más que uno y no necesita ni tiene hijos.

Esta doctrina ferozmente antitrinitaria hizo las delicias de los derrotados en Nicea y no es de extrañar que habiendo quedado exánime el imperio persa sasánida la nueva doctrina se propagase practicamente sin esfuerzo por toda su antigua extensión.

También en muchas partes del imperio romano la nueva doctrina fue recibida con alborozo pues eliminaba el incomprensible galimatías trinitario, de forma que el norte de África no tardó en adherirse a la vieja/nueva creencia. Incluso la Hispania hasta hace poco arriana los recibió con agrado y sin más que unos pocos choques violentos con parte de los gobernantes visigodos.

El muy trinitario imperio romano sí se enfrentó agonísticamente a ellos y los frenó bajo los muros de la antigua Bizancio hasta 1452 en que acabó sucumbiendo.

¿Al islam?
¡Quiá!
A aquella vieja e innecesaria votación del año 325 en Nicea.

Maryam

Maryam

El interminable conflicto religioso que desangra a Canaán tiene un epicentro simbólico que no es otro que la llamada «explanada de las mezquitas», en Jerusalén, lugar donde se alzó el primer templo de Salomón y, tras su destrucción,  el segundo templo de Zorobabel que más tarde engrandecería Herodes el Grande, el llamado «segundo templo», el que conoció Jesucristo.

Tras su destrucción por los romanos en el año 70 la explanada del templo quedó vacía hasta que en el año 692 el califa omeya Abd-Al-Malik, movido por intereses políticos interesantísimos de comentar, levantó justo en el mismo lugar en que se encontraba el templo judío un lugar de culto conocido como «La cúpula de la roca».

Sin duda ustedes lo han visto, pues su cúpula dorada es la construcción más conspicua de cuantas componen la imagen habitual de Jerusalen en las noticias. La construcción más visible de Jerusalén, vista desde el monte de los olivos, es precisamente esta «Cúpula de la Roca» y es la plaza que la rodea (la «Explanada de las Mezquitas») el epicentro de los conflictos sociales interreligiosos que se disparan recurrentemente en Jerusalén.

Pero… ¿qué es lo que hay allí que convierte ese lugar en epicentro de tormentas religiosas»?

Lo que hay bajo esa cúpula es, como su nombre indica, una roca. Lo que ocurre es que para los judíos esa roca es la roca fundacional, desde ella creó Yahweh el mundo y al hombre, allí trató de sacrificar Abraham a su hijo Isaac, allí estuvo el arca de la alianza y el sancta sanctorum del templo y allí ha de volver el mesias esperado.

Los musulmanes poco más o menos creen lo mismo si bien a quién trató de sacrificar Abraham no fue a su hijo Isaac sino a su primogénito Ismael y fue desde allí, además, desde donde Mahoma inició su viaje por los cielos.

La cúpula es una de las primeras construcciones de lo que llamamos «islam» y las inscripciones que hay en su interior son las primera muestras epigráficas de lo que hoy llamamos islam.

¿Y qué dicen esas inscripciones?

Pues les ruego que controlen sus nervios y crean en las traducciones que les ofrezco.

Las inscripciones que hay en esa cúpula dorada nos hablan de Jesucristo y de su santa madre la siempre Virgen María. Les transcribo un par de ellas:

«Innamā l-Masīḥ ʿĪsā bnu Maryam rasūlu llāhi wa-kalimatuhū alqāhā ilā Maryam wa-rūḥun minhu.»

(Traducción) «Ciertamente, el Mesías, Jesús hijo de María, es el Mensajero de Dios, y Su Palabra que Él comunicó a María, y un espíritu procedente de Él.»

¿Curioso verdad? Uno de los «sancta sanctorum» del islamismo y un lugar de enfrentamiento crónico con judíos y cristianos lo que guarda en su interior son menciones de inmenso respeto hacia Jesús (a quien llama mesías) y hacia su madre.

Sabemos muy poco del islam y lo que nos transmiten los medios de comunicación no suele ser más que los episodios violentos o los de integrismo religioso ocultando los demás. ¿Sabían ustedes, por ejemplo, que la Virgen María es mencionada más veces en el Corán que en los mismos Evangelios? Y no, no crean que es mencionada con poco respeto, todo lo contrario, María (Maryam) es mencionada con reverencia extrema, su concepción de Jesús fue tan inmaculada como la cristiana y es para ellos, como para los cristianos, Virgen. Una de las suras más bellas del Corán (la 19) está íntegramente dedicada a ella.

Ayer coloqué una encuesta en twitter preguntando a mis seguidores si creían que los musulmanes consideraban virgen o no a María y el grado de desconocimiento de aspectos como este resultó enorme. Y como este los demás ¿conocen los musulmanes el antiguo testamento? ¿en qué creen? ¿de dónde nace el islam?

Los seres humanos preferimos ignorar y temer lo desconocido que conocer y tender puentes hacia lo ignorado y esto es válido para musulmanes, judíos, católicos y protestantes. Por eso no debiera extrañarnos que si cultivamos la ignorancia estemos cultivando al mismo tiempo el miedo y la violencia.

O asumimos que vivimos en un estado aconfesional, sacamos las religiones (todas) de nuestras ecuaciones políticas y combatimos la ignorancia, o lo de Torre Pacheco será solo el principio.

Y discúlpenme si molesto.

Dios lo quiere

Dios lo quiere

Veo a Donald Trump en televisión dando cuenta del ataque de los Estados Unidos a instalaciones militares de Irán y le escucho terminar su intervención diciendo: «Gracias Dios. Dios proteja al ejército y a los Estados Unidos». Estas palabras me traen a la memoria la narración que de la guerra entre Israel y sus acérrimos enemigos los amalecitas se hace en el primer libro del profeta Samuel.

Han sido muchos los filósofos y pensadores que se han asombrado de la extrema crueldad con la que Yahweh, el dios de Israel, ordenó el genocidio de la población amalecita (I Samuel. Cap. 15):

«Y Samuel dijo á Saúl: Jehová me envió á que te ungiese por rey sobre su pueblo Israel: oye pues la voz de las palabras de Jehová. 
2 Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Acuérdome de lo que hizo Amalec á Israel; que se le opuso en el camino, cuando subía de Egipto. 
3 Ve pues, y hiere á Amalec, y destuiréis en él todo lo que tuviere: y no te apiades de él: mata hombres y mujeres, niños y mamantes, vacas y ovejas, camellos y asnos».

El rey Saúl, en cambio, más piadoso que su dios, tras derrotar a los amalecitas no cumplió la orden de Yahweh y perdonó la vida de los mamíferos (según él para sacrificarlos a Yahweh) y de parte de la población amalecita lo que provocó la ira de Yahweh quien retiró su apoyo a Saúl y provocó su caída a manos de David.

Como digo, muchos pensadores y filósofos se han preguntado durante años cómo es posible que un dios, teóricamente justo y bueno, ordenase matar a hombres, mujeres y niños de pecho y se encolerizase porque sus órdenes no fuesen cumplidas al pie de la letra.

Podrían haberse ahorrado sus sesudas reflexiones si hubiesen partido de la evidencia de que el primer libro de Samuel, como toda la Biblia, fue escrito por hombres que tenían un programa político en mente.

Los seres humanos siempre han sentido la necesidad de justificar las terribles iniquidades y vilezas que han llevado a cabo y el expediente al que han recurrido con mayor frecuencia ha sido precisamente dios («Dios lo quiere»).

Islamistas, cristianos, israelitas… Cada vez que han sido autores de matanzas y genocidios han descargado sus conciencias afirmando que cumplían órdenes de dios y no han tenido empacho en hacerlo constar como palabra de dios en los libros sagrados.

Pero que nadie te engañe, los libros sagrados han sido escritos por hombres y estos se han encargado de intercalar entre el mensaje divino las palabras precisas para justificar sus mayores crímenes. Si Israel exterminó de la faz de la tierra a los amalecitas no fue por maldad, sino por orden de dios; si los terroristas islamistas hacen explotar bombas para asesinar personas inocentes es porque dios lo quiere y si Donald Trump lanzó un ataque militar ayer noche contra Irán tampoco tenga usted dudas: es también porque dios lo quiere.

«Gracias Dios. Dios proteja al ejército y a los Estados Unidos» dijo ayer Donald Trump usando de una retórica para nada distinta de la usada por los dirigentes de la República Islámica de Irán. «Gracias Dios. Dios proteja al ejército y a los Estados Unidos» ¿y por qué habría Dios de proteger a los Estados Unidos y no a los niños de Gaza?

El ser humano usa a dios para justificar sus iniquidades y crímenes y esta estrategia parece no haber cambiado en los últimos cinco mil años. Cinco milenios durante los que la humanidad se ha mostrado incapaz de sacar a dios de sus ecuaciones criminales, cinco mil años de que siempre haya una pluma mercenaria que ponga en bica de dios palabras que —si existiese— dios jamás pronunciaría.

Donald Trump no es muy distinto del viejo rey Saúl aunque, seguramente, habría sido menos compasivo que este con los amalecitas.

El hombre que leía a Rafael Barret

Recuerdo bien aquella noche.

Era ya casi hora de cenar cuando de algún lado llegó una orden para intervenir en casa de un ciudadano que, a algunos otros vicios insoportables para el régimen, unía también el de leer.

El servicio duró poco. Apenas si yo había acabado de cenar cuando «la fuerza actuante» estaba de vuelta cargada con una colección de libros con las hojas aún sin cortar de la Editorial Sopena Argentina. El jefe de la «fuerza actuante», sin duda apremiado porque a él también le esperaba la cena en casa, determinó provisoriamente que mi padre habría de llevarse los libros en custodia como depositario y así llegaron aquellos libros a mi casa.

Como todo lo «provisional» en España, la presencia de aquellos libros en mi casa se hizo eterna y, por eso, no dejó de parecerme normal que mi madre los fuese leyendo todos sistemáticamente hasta que un día, a la hora de comer, ocurrió lo que tenía necesariamente que ocurrir.

Mientras comíamos sopa de cocido con fideos (estos detalles por razones que se me escapan nunca se olvidan) mi madre levantó la vista del plato y dijo a mi padre con toda candidez:

—Oye Pepe ¿sabes que a mí me gusta lo que pone en esos libros?

Yo, temiéndome lo peor, seguí mirando fijamente al plato de sopa sin saber cuál sería exactamente la reacción de mi padre pero me tranquilicé cuando vi que, simplemente, se encogía de hombros y que ponía cara de estar harto de libros y de órdenes que él no entendía. Como si no hubiese pasado nada mi padre siguió comiendo su sopa.

Yo, naturalmente, me apresuré a leer aquellos libros para verificar qué era aquello que le gustaba a mi madre y quien era la persona que lo escribía. Por más que le di vueltas yo allí no encontré nada raro ni que me pareciera peligroso; de hecho el autor, un tal Rafael Barret, me resultaba absolutamente desconocido y en ninguno de mis libros de texto ni en ninguna otra de mis lecturas había ninguna referencia a él.

Aquellos libros, naranjas y negros con los títulos de la portada en blanco, siguieron dando vueltas por mi casa muchos años aunque ni mi madre ni yo les prestábamos ya atención y estoy seguro que, el día que logre reunir ánimos, buscaré entre los viejos enseres de la casa de mi madre y encontraré alguno de ellos, porque estoy seguro que alguno sigue allí.

Fue hará unos tres años que, al hilo de la muerte de mi padre, me acordé del tal Rafael Barret y decidí investigar quién era aquel hombre que había provocado con sus escritos la intervención de la guardia civil en la casa de un ciudadano privado. Y lo encontré.

No les contaré su vida ni les haré reseña alguna de su biografía, es interesantísima y no quiero privarles del placer de leerla si a ello se deciden, sólo les diré que, aún siendo español, se le considera el padre de las letras paraguayas. Y en mi búsqueda encontré uno de aquellos pasajes que tanto le gustaban a mi madre y a mí. El texto se titula «Gallinas» y a continuación se lo transcribo:

«Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.

La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llenó para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en la casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté a uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.

¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí.

Antes era un hombre. Ahora soy un propietario.»

(«Gallinas», Rafael Barret, 1910)

He dudado mucho sobre si contarles o no esta historia y no han sido pocas las veces que la he iniciado para abandonarla acto seguido, pero creo que ya ha pasado el tiempo suficiente. Soy el último testigo vivo de ella y me parece, pues, que ya puedo contarla.

La ciudad doliente

Introducción

No me gusta ver a mi ciudad instalada en la queja perenne y en la frustración perpetua, repitiendo una y mil veces una lista de agravios tan larga como su propia historia y apelando exclusivamente a la protesta individual o colectiva como única herramienta de solución.

Digámoslo claramente aunque moleste: el mismo problema que sufre Cartagena lo sufren 43 de los 45 municipios de la región y, por lo que respecta al cuadragésimo cuarto, es un problema que también sufren la mayor parte de sus 55 pedanías.

Es más, el problema que padece Cartagena no es ni siquiera propio ni exclusivo de la región de Murcia sino que lo viven la mayor parte de los municipios de España y es un problema que nace de una insensata ordenación del territorio trabada a medias sobre un anticuado soporte ideológico nacionalista y una irracional red de administraciones construidas sobre el modelo de la administración centralista borbónica. Este modelo —que analizaremos— da lugar a un sistema que, de forma perpetua y constante, depreda a unos territorios tributarios (la inmensa mayoría de España) en favor de unos pocos lugares elegidos que, de este modo, generan a su favor un sistema incesante de ingresos que viene bombeando desde hace más de dos siglos recursos y riqueza desde los territorios tributarios hacia los territorios dominantes, empobreciendo a unos y enriqueciendo a otros.

Ese sistema, absurdo, irracional y periclitado, es sentido con especial intensidad en mi ciudad, Cartagena, pero no es un problema exclusivo de ella y ni siquiera es ella la ciudad o territorio más perjudicado por el mismo, sólo quizá lo vive con especial intensidad y esto hace que se contabilicen con especial atención (o al menos con más atención que en otros lugares) la cada vez más larga lista de agravios que el sistema produce. Ahora bien, que el problema no sea sentido en otros lugares no quiere decir que no estén tan o más afectados que mi ciudad por este sistema perverso de depredación interterritorial.

Describamos primero el mecanismo de depredación para articular más adelante una propuesta de solución.

El mecanismo de depredación

La designación de una ciudad como capital nacional, autonómica o provincial, le otorga una posición dominante que provoca un flujo inmediato tanto de naturaleza económica como de influencia política en su favor y en perjuicio del resto de ciudades tributarias. Desde el mismo momento de su nombramiento y salvo circunstancias excepcionales se instala un sistema generador de desequilibrios interterritoriales en favor de estas ciudades y en perjuicio de las demás.

Suelen señalarse como herramientas principales de depredación el hecho de que la instalación de la capital en una ciudad conlleva la instalación en su municipio de una administración y una clase funcionarial que, manteniendo sus infraestructuras y cobrando sus salarios de los impuestos que paga toda la región los gastan en un único y exclusivo lugar. Piensen en que la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia paga a más de 60.000 funcionarios de los cuales un porcentaje importante tienen su puesto de trabajo en instalaciones mantenidas en Murcia. Tal situación provoca un flujo constante de dinero de las ciudades tributarias a la ciudad capital sin que acabe de entenderse por qué, en pleno siglo XXI, la Consejería de Agricultura ha de estar en Murcia y no en Lorca, Totana o Torre-Pacheco. Particularmente inspirador —y permítanme la broma en temas tan serios— sería ver la Consejería de Ecología y Medio Ambiente instalada en San Pedro del Pinatar o Portmán, con su consejero y todos sus funcionarios contemplando diariamente el estado de los lugares que deben regenerar.

La concentración funcionarial y de poder político en una sola ciudad conlleva asimismo que las oligarquías económicas se instalen al lado de las administraciones públicas con quienes han de tratar, negociar o en las cuales han de tratar de influir, produciéndose de nuevo un injustificable trasvase interterritorial de influencia y poder económico.

Esto, obviamente, no es nada que yo acabe de inventarme, esto es algo que ha sido objeto de reiterado estudio académico.

Esta situación es, además, evidente para cualquier habitante de una zona tributaria y, como adelanté, no son pocos los estudios científicos que la confirman como, por ejemplo, Bel G., Heblich S. (2011). “Industrial Concentration and Public Infrastructure Investment: Spanish Evidence.” un estudio que muestra cómo las decisiones políticas sobre infraestructuras tienden a beneficiar a las capitales administrativas; De la Fuente, A. y Vives, X. (1995) “Infraestructuras y localización industrial: un panorama analítico y empírico.”un estudio que, aunque centrado en localización industrial, destaca cómo las infraestructuras públicas, muchas veces ubicadas en capitales, fomentan una mayor actividad económica; José Villaverde y Adolfo Maza (2009). “Regional economic disparities and decentralisation in Spain.” trabajo que argumenta que la descentralización política en España ha favorecido a las capitales autonómicas, que reciben más recursos y funciones que otras ciudades de la misma región; Luis Rubalcaba-Bermejo (1999). “Business services in European cities: demand, location and regional policy.” donde se analiza cómo las capitales regionales concentran servicios avanzados, muchas veces como resultado de su papel político y administrativo.

En fin, para los habitantes de cualquier ciudad no capital (2/3 de la población española) tales estudios aparecen como innecesarios ante las evidencias de una realidad discriminatoria perennemente vampirizadora de recursos de las ciudades tributarias hacia las capitales dominantes.

El que esta depredación sea y haya sido perpétua y constante en los últimos dos siglos ha dejado huellas indelebles en nuestros territorios en forma de desequilibrios territoriales siempre —y salvo excepcionales casos— en favor de las ciudades capitales y en perjuicio de las ciudades tributarias.

Si es usted un habitante de Lorca, Cieza, Yecla, Jumilla o cualquiera de los 44 municipios tributarios de esta Región debería usted preguntarse cuál es el futuro de su ciudad si este sistema se mantiene cincuenta años más. Con toda probabilidad sus nietos ya no serán más lorquinos, ciezanos, yeclanos o jumillanos, pues antes o después habrán emigrado hacia la ciudad capital en busca de mejores oportunidades de las que le ofrece su tierra. Pregúntese, de paso, también, por qué acepta usted ese destino como si se tratase de una cruel fatalidad y no pudiese ser cambiado.

Pero antes de pasar a la acción —aunque los motivos que le he dado debieran ser bastantes— quizá sea bueno conocer las trampas ideológicas que nos han traído aquí y por qué esas coartadas ideológicas no deben pervivir ni un lustro más si queremos que en España las fracturas interterritoriales y sociales no acaben destruyendo un estado cada día más frágil.

Fundamentos ideológicos del sistema depredatorio

Dije más arriba que la organización territorial española era heredera del centralismo borbónico de una parte, en especial en lo que se refiere a la administración provincial, y de los principios nacionalistas propios del siglo XIX, en especial en cuanto se refiere a la administración autonómica. Veamos cómo operan ambos.

La división provincial y el centralismo borbónico

En las monarquías absolutistas del despotismo ilustrado propio de los siglos XVIII y XIX con frecuencia vemos provincias más o menos de similares poblaciones y tamaños cuyas capitales son el eje de una máquina centralista que, a su vez, es movida por el eje central que es el el lugar donde radica el trono. El poder emite órdenes que se transmiten a través de un sistema burocrático y de comunicaciones centralizado dando lugar a redes de poder centralizadas cuyo ejemplo visual paradigmático sería la red de carreteras y ferrocarriles de España. Una red al servicio del poder, no de los ciudadanos.

Como escribió Timon Cormenin: «En la máquina ingeniosa y sabia de nuestra administración la ruedas grandes impelen a las medianas y estas a las pequeñas».

Tal tipo de redes son una de las peores catástrofes que puede sufrir un estado del siglo XXI, pues este tipo de topologías jerárquicas, usualmente redes radiales o «estrelladas» de poder, son incompatibles con un desarrollo justo y equilibrado de los territorios.

Este tipo de redes obedecen más a la necesidad de ejercer el poder sobre el territorio que a la voluntad de enfrentar problemas concretos de la población. Son redes decimonónicas tendentes a que la voluntad de los gobiernos centrales alcance a todos los territorios y responden a un tipo de sociedades en que las comunicaciones se realizaban en carruajes o como mucho ferrocarril y son precisamente las redes radiales de carreteras o ferrocarril en España una de sus mejores ilustraciones.

El nacionalismo estatal y los nacionalismos periféricos

Para quien todavía no lo sepa el nacionalismo, como forma de organizar los estados del mundo es una ideología con apenas doscientos años de historia, fundada sobre la creencia de que cada nación tiene un cierto espíritu e idiosincrasia (volkgeist) y que, aparte de haber dado lugar a la organización actual del mundo ha sido la causa de los mayores crímenes y guerras desatados por el ser humano.

Una aclaración inicial: abomino del nacionalismo

Cualquiera de cuantos siguen este blog saben que soy cartagenero y que Cartagena es mi patria, no sólo por nacimiento sino por un sentimiento incontrolable de amor por mi tierra que sé que no es exclusivo mío, sino compartido por muchos de mis conciudadanos.

Pero, para quienes hayan leído lo que escribo con más detenimiento, sabrán también que abomino del nacionalismo como forma de organizar políticamente la sociedad.

No hay contradicción en ello. Del mismo modo que no entiendo que la fe que cada uno profese haya de gobernar la vida de la sociedad y que me parece fundamental la separación iglesia-estado, tampoco entiendo que el hecho de haber nacido aquí o allá haya de determinar el estatus jurídico o político de ninguna comunidad ni de ninguna persona. Del mismo modo que considero que iglesia y estado deben ser conceptos separados, tambien considero que los conceptos estado y nación deben separarse si aspiramos a un mundo humano, justo y en paz.

Son (somos) muchos los que instintivamente percibimos que religión y nacionalismo han sido las principales causas de conflictos en el mundo desde finales del siglo XVIII. Son (somos) muchos también los que profesamos un sentimiento incontrolable de amor por nuestra tierra o por nuestra fe, pero es fundamental saber que eso no nos autoriza a fundar sobre esos sentimientos ninguna forma de estado. Nación y fe son conceptos tan humanos como irracionales y ningún estado puede fundamentarse sobre la irracionalidad.

Créanme si les digo que el estado-nación es una fórmula tan periclitada de organizar la sociedad como la del estado-teocrático. Y sin embargo, mientras vemos la segunda como una forma organizativa propia de regímenes antidemocráticos, fanatizados o atrasados, no percibimos al estado-nación con las mismas notas de fanatismo e irracionalidad, aunque las tiene en la misma o mayor medida. Entendemos el mundo como un conjunto de naciones más que de indivíduos, consideramos natural que cada nación tenga su estado y un poder exclusivo (soberano) sobre un territorio y profesamos la criminal creencia de que es legítimo quitar la vida en nombre de la patria («todo por la patria») y que podemos exigir a nuestros connacionales que den la vida por ella («todo por la patria»).

Y todo ello aunque nadie, absolutamente nadie, ni siquiera los más profundos estudiosos del tema, sepan ni puedan explicar con un mínimo rigor científico qué es una nación. Las únicas definiciones sedicentemente «científicas» de nación nos llegan desde el romanticismo alemán con su «Volkgeist» y demás magufadas, patrañas incubadas durante años que eclosionaron en dos guerras mundiales (sobre todo la segunda) y en la mayor colección de crímenes que el ser humano ha podido cometer en nombre de una doctrina.

Hoy nos parece natural que Rusia, Estados Unidos o China se armen nuclearmente y se amenacen con la destrucción de la raza humana en caso de que alguno de ellos trate de prevalecer, como si el triunfo de un concepto abstracto como «China», «Rusia» o los «Estados Unidos», justificase inmolar en su altar a toda la humanidad.

Si a usted esto le parece razonable le sugiero que revise su equilibrio mental: su equilibrio mental está alterado y sufre de profundas deficiencias.

Esto pudo servir en el siglo XVIII para sustituir la soberanía de los monarcas por otro sujeto de soberanía (la nación), esto pudo servir en tanto las armas del género humano no eran capaces de destruir al propio ser humano más que de forma limitada, pero, hoy que el ser humano puede acabar con la entera humanidad varias veces, tal forma de pensar es una criminal aberración que debe ser extirpada de raíz.

Si a usted le parece natural que el mundo se organice en naciones y respalda usted todas las consecuencias de dicha organización no solo tiene usted, a mi juicio, un problema sino que es usted también un problema para el mundo.

Y sentado mi férreo antinacionalismo veamos ahora cómo el mismo contribuye a la depredación de unos territorios por otros y a la generación de tensiones inútilmente disgregadoras.

El nacionalismo como criterio organizador de las comunidades humanas

Tras la caída del Antiguo Régimen —y en el caso concreto de España tras la desaparición del rey de la vida del país secuestrado por Napoleón Bonaparte en 1808— se hubo de buscar un fundamento para la soberanía y el ejercicio del poder.

Mientras perduró el Antiguo Régimen la justificación del origen del poder fue siempre de naturaleza religiosa, los reyes eran reyes por designación divina («Deo gratias», «por la gracia de Dios») expresada a través de unos vínculos hereditarios. Sin embargo, la desaparición del rey de la vida pública en Francia debido a la revolución y en España debido al secuestro del tándem Carlos IV-Fernando VII por Napoleón, impulsó a buscar un fundamento para esa soberanía que antes ejercía el soberano por derecho divino. La solución muchos creyeron encontrarla en una reciente idea producto del romanticismo alemán: la nación.

En el caso concreto de España fue la Constitución de 1812 la primera en expresar esta idea en su artículo 3 al expresar: «La soberanía reside esencialmente en la Nación…» aunque, en el momento de redactar el texto nadie supiera con exactitud qué era eso de «la Nación» por lo que hubo de ser definida con carácter previo, concretamente en el artículo 1, como «…la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios» un concepto sintéticamente coincidente con «el pueblo», pero esta identificación de la nación con el pueblo no duraría mucho.

La creencia de que la nación es un concepto previo al estado mismo y que viene definido por unos antecedentes culturales, históricos, lingüísticos o culturales donde encarna el «espíritu» (volkgeist) de un pueblo pronto sustituyó al simple y hasta tautológico concepto contenido en la Constitución de 1812. La creencia en tan irracional y fantasmagórica entidad dio lugar a procesos tanto de integración (Alemania, Italia) como de disgregación, singularmente de imperios como el Austro-Húngaro o el imperio hispánico cuyo nombre oficial era el de Monarquía Católica.

La historia del siglo XIX es la historia de la constitución (invención) de las diversas naciones que habrían de componer el mundo civilizado, especialmente en Europa y de modo exitosísimo en la antigua América Hispana.

Fue en ese siglo (no antes) cuando se construyó el relato nacional español con una selección de episodios históricos sobre los que construir una identidad nacional. Igual proceso se vivió en la América Hispana y en bastantes zonas de Europa. Este proceso fue tan exitoso que, culturalmente, pronto se identificó el concepto indefinible e indefinido de «nación» con el concepto de estado llegando a proclamarse el derecho de toda nación (sea esto lo que sea) a constituirse en estado.

Ocurre, sin embargo, que en monarquías compuestas como la española no era sola España la que reunía los vagos requisitos cuasi mágicos para ser considerada nación sino que partes de la misma comenzaron a reivindicar su status de nación.

Esta reivindicación no fue demasiado sólida hasta que la catástrofe de 1898 debilitó grandemente el relato nacionalista español, al tiempo que la pérdida del negocio ultramarino y antillano de algunas regiones (singularmente Cataluña) impulsó el conjunto de creencias que alientan a todo nacionalismo, pero no solo eso.

No olvidemos que el centralismo borbónico para 1898 llevaba casi un siglo dejando sentir sus efectos depredadores, efectos depredadores en favor de Madrid que fueron sentidos de forma especialmente acusada en Cataluña y otras regiones como las provincias vascas si bien, en este último caso, trufado de otras componentes ideológicas como el absolutismo carlista.

Con la llegada de la Constitución de 1978 se asumió que el criterio de organización de todo el estado debería ser ese abstracto e inasible concepto de nación que animaba no sólo a España sino a otras «nacionalidades» que formaban parte de la misma. La organización territorial española, desde entonces, en lugar de obedecer a criterios económicos, de resolución de problemas, de articulación del territorio o redistribución de riqueza, obedece a un vago conjunto de relatos históricos falsos o simplemente inventados en la abrumadora mayoría de los casos.

Fundada la articulación del país sobre estos criterios irracionales nacionalistas no sólo no se resolvió ninguno de los problemas que generaba la vieja administración centralista borbónica (que se mantuvo en forma de provincias, diputaciones, delegaciones y sub-delegaciones del gobierno) sino que añadió un problema más: la aparición de una serie de nuevas capitales, que si no eran corte si eran cortijo de una nueva clase política autonómica, y que dieron lugar a la aparición de una nueva máquina depredadora que superpuso a las capitales de provincia las nuevas capitales autonómicas. Madrid siguió conservando su capitalidad y determminando las redes jerárquicas españolas si bien, las nuevas nacionalidades más fuertemente nacionalistas, operaron de contrapoder exigiendo obvenciones y gabelas que compensasen los desequilibrios y los agravios sufridos desde la llegada de la administración borbónica.

La Constitución de 1978 como vemos, en lugar de contener a una ideología tan antigua y periclitada como el nacionalismo, lo que hizo fue fomentarlo convirtiendo a la visión nacionalista del mundo y de nuestro nuestro propio estado en prácticamente la visión natural y estándar para todos los ciudadanos.

Quedó así instaurado el doble sistema de depredación que hoy padecen los territorios tributarios que forman la inmensa mayoría de las tierras de España. Un sistema que es urgente desactivar y extirpar si tú, como yo, formas parte de cualquiera de esos territorios tributarios que sufren la depredación de cortes y cortijos, de élites y de concentraciones de poder económico o político.

Nos jugamos en ello el futuro de la inmensa mayoría de los territorios y habitantes de este lugar que el mundo conoce como España.

En post siguientes veremos el modo de hacerlo porque hoy, me parece, que mientras redactaba estas líneas alguien ha anunciado que «habemus papam».

Ayer fue 25 de abril

Ayer fue 25 de abril

Recuerdo muy bien aquel 25 de abril, no del 73, ni del 74 ni del 75. Si mi memoria no falla era un 25 de abril de 1976 o 1977.

Como saben ustedes hay un momento en la adolescencia de las personas en que las muchachas sacan una diferencia de dos años de edad mental sobre los muchachos y en mi colegio no fue distinto. Para aquellos años 76-77 nosotros, los chavales de mi generación, todavía jugábamos al futbolín mientras que nuestras compañeras ya andaban enredadas en actividades de bastante más madurez. Y por eso a los chavales nos pasó lo que nos pasó.

Franco acababa de morir y España enfrentaba un futuro incierto, el presidente del gobierno Arias Navarro no había dado un solo paso hacia la democracia y el recién llegado Adolfo Suárez se enfrentaba a un búnker monolítico para nada dispuesto a tomar otro rumbo que el del franquismo sin Franco. En esas circunstancias mi colegio seguía funcionando como si nada hubiese cambiado desde la muerte de Franco.

Sin embargo, dos años antes, en 1973, en el vecino Portugal unos capitanes habían organizado un incruento golpe de estado que acabaría con la dictadura de Marcelo Caetano. El golpe se desarrolló con una civilidad máxima: los cañones de los fusiles de los soldados portugueses se llenaron de claveles que les entregaba la población y, por eso, a ese golpe de estado se le conoció en el mundo como «la revolución de los claveles» y esa revolución en el país vecino, como pueden imaginar, provocó importantes temblores de tierra en la política del estado franquista.

El problema de que les quiero hablar, ya se lo adelanto, fueron los claveles y que los chavales a esa edad estamos atontolinados.

Porque nuestras compañeras de clase, firmemente comprometidas con la democratización de nuestro país, aquel 25 de abril decidieron conmemorar el aniversario de la revolución de los claveles y a tal fin aquella mañana aparecieron por el colegio con un cargamento importante de claveles rojos, acto seguido tocaron a generala y nos convocaron a todos los muchachos a su presencia. Allí, sin más explicaciones, nos dieron a cada uno un clavel y nos dijeron que teníamos que colocárnoslo como mejor pudiésemos, preferiblemente en el ángulo del jersey de cuello de pico azul que era el uniforme del colegio.

Obviamente nosotros, a su lado y a esa edad, éramos unos simples zangolotinos dispuestos a hacer lo que ellas ordenaran de forma que todos nos acabamos colocando el clavel de marras hasta agotar existencias.

Lo siguiente que recuerdo eran las caras de los profesores: caras de disgusto, caras de alegría entre los más jóvenes, alguna cara de miedo entre los más mayores y auténticas miradas de ira entre quienes ocupaban cargos de responsabilidad.

A pesar de nuestra candidez de adolescentes de pelo grasiento, barba a medio hacer y cara llena de granos, los chavales pronto nos dimos cuenta de que allí pasaba algo y que nuestras compañeras nos habían enredado en alguna trapisonda que nosotros no alcanzábamos a entender pero, fuera por desconocimiento, por candidez o porque ellas no te vieran que no hacías caso allí nadie se quitó el clavel y lo que es más curioso, no recuerdo que ningún profesor se atreviese a decirnos nada a pesar de sus miradas asesinas.

Era evidente que en aquella España ya no solo tenían miedo los demócratas, que para 1976-77 el miedo ya se había instalado en todos los bandos y que, aunque nadie sabía qué nos traería el futuro, lo que todos sabíamos que no nos traería era más de lo mismo por mucho que algunos siguiesen empeñados en ello.

No recuerdo que yo, al salir de clase, tuviese la menor noción de lo que había pasado y hubieron de pasar algunos meses antes de que me enterase del sentido de la añagaza de mis compañeras.

Hoy esas adolescentes tienen ya 64 años, pero siguen siendo en mi mente y en mi corazón las chicas de mi vida.

La necesaria separación nación-estado

Sé que lo que voy a decir no será entendido por muchos pero creo que no tengo otra opción. Es lo que pienso y necesito contárselo.

Cualquiera de cuantos siguen este blog saben que soy cartagenero y que Cartagena es mi patria no sólo por nacimiento sino por un sentimiento incontrolable de amor por mi tierra que sé que no es exclusivo mío, sino compartido por muchos de mis conciudadanos.

Pero, para quienes hayan leído lo que escribo con más detenimiento, sabrán también que abomino del nacionalismo como forma de organizar políticamente la sociedad.

No hay contradicción en ello. Del mismo modo que no entiendo que la fe que cada uno profese haya de gobernar la vida de la sociedad y que me parece fundamental la separación iglesia-estado, tampoco entiendo que el hecho de haber nacido aquí o allá haya de determinar el estatus jurídico o político de ninguna comunidad ni de ninguna persona. Del mismo modo que considero que iglesia y estado deben ser conceptos separados, tambien considero que los conceptos estado y nación deben separarse si aspiramos a un mundo humano, justo y en paz.

Son (somos) muchos los que instintivamente percibimos que religión y nacionalismo han sido las principales causas de conflictos en el mundo desde finales del siglo XVIII. Son (somos) muchos también los que profesamos un sentimiento incontrolable de amor por nuestra tierra o por nuestra fe, pero es fundamental saber que eso no nos autoriza a fundar sobre esos sentimientos ninguna forma de estado. Nación y fe son conceptos tan humanos como irracionales y ningún estado puede fundamentarse sobre la irracionalidad.

Créanme si les digo que el estado-nación es una fórmula tan periclitada de organizar la sociedad como la del estado-teocrático. Y sin embargo, mientras vemos la segunda como una forma organizativa propia de regímenes antidemocráticos, fanatizados o atrasados, no percibimos al estado-nación con las mismas notas de fanatismo e irracionalidad, aunque las tiene en la misma o mayor medida. Entendemos el mundo como un conjunto de naciones más que de indivíduos, consideramos natural que cada nación tenga su estado y un poder exclusivo (soberano) sobre un territorio y profesamos la criminal creencia de que es legítimo quitar la vida en nombre de la patria («todo por la patria») y que podemos exigir a nuestros connacionales que den la vida por ella («todo por la patria»).

Y todo ello aunque nadie, absolutamente nadie, ni siquiera los más profundos estudiosos del tema, sepan ni puedan explicar con un mínimo rigor científico qué es una nación. Las únicas definiciones sedicentemente «científicas» de nación nos llegan desde el romanticismo alemán con su «Volkgeist» y demás magufadas, patrañas incubadas durante años que eclosionaron en dos guerras mundiales (sobre todo la segunda) y en la mayor colección de crímenes que el ser humano ha podido cometer en nombre de una doctrina.

Hoy nos parece natural que Rusia, Estados Unidos o China se armen nuclearmente y se amenacen con la destrucción de la raza humana en caso de que alguno de ellos trate de prevalecer, como si el triunfo de un concepto abstracto como «China», «Rusia» o los «Estados Unidos», justificase inmolar en su altar a toda la humanidad.

Si a ti esto te parece razonable debes revisar tu equilibrio mental: tu equilibrio mental está alterado y sufre de profundas deficiencias.

Esto pudo servir en el siglo XVIII para sustituir la soberanía de los monarcas por otro sujeto de soberanía (la nación), esto pudo servir en tanto las armas del género humano no eran capaces de destruir al propio ser humano más que de forma limitada, pero, hoy que el ser humano puede acabar con la entera humanidad varias veces, tal forma de pensar es una criminal aberración que debe ser extirpada de raíz.

Si a usted le parece natural que el mundo se organice en naciones y respalda usted todas las consecuencias de dicha organización no solo tiene usted, a mi juicio, un problema sino que es usted también un problema para el mundo.

Y sentado mi férreo antinacionalismo, creo que en los siguientes post ya puedo ir contándoles como veo el mundo y la sociedad, cómo creo que es y cómo debería ser y todo ello desde mi visión de la situación tanto en la ciudad en que nací (mi patria), como en la región y el estado en que vivo, la cultura en que me encuadro y la humanidad a la que pertenezco.

Pero eso será otro día.