«Oficio noble y bizarro,
entre todos el primero
pues, en la industria del barro,
dios fue el primer alfarero
y el hombre el primer cacharro».
Impresiona fuertemente cómo, a veces, los viejos textos ilustran las más modernas teorías.
Comparto las tesis del premio nobel Ilya Prigogine sobre la forma en que funcionan el universo y la vida, una mezcla de materia energía e información donde está última, mediante un generoso derroche de energía, informa a la primera haciéndola adoptar todas las formas que conocemos; un trabajo que, la entropía, se encargará con el tiempo de borrar.
La imagen del dios creador alfarero presente en numerosos textos antiguos —no sólo en el Génesis— dando con su energía forma a la materia (barro) es una metáfora perfecta de esta forma de funcionamiento del universo de que les hablo.
Como el hombre que escribe en la arena de la playa su nombre para que luego las olas del mar lo borren, como el niño que amontona arena para hacer con ella un castillo que destrozará la marea, como el cántaro informado y cocido por el alfarero que, antes o después, caerá al suelo hasta hacerse añicos, somos materia que por un brevísimo lapso ha sido organizada de forma excepcional hasta que, en un plazo fugaz, incapaz de mantenerse en equilibrio —en homeostásis— se disolverá en el olvido como el nombre en la arena, el castillo del niño o el cántaro del alfarero. O como lágrimas en la lluvia, si quieren una versión más moderna de todos estos símiles.