Legionarios a morir

Me ocurrió el Jueves pasado en la planta cuarta del Palacio de Justicia de Cartagena. Yo iba a revisar la tramitación de un expediente de testamentaría cuando me encontré, atascando la puerta de entrada del juzgado, a veinte o treinta personas cuyos rostros me resultaban vagamente conocidos. Cuchicheaban por lo bajo y sonreían, sobre todo sonreían.

Pronto caí en la cuenta de que se trataba de subasteros, una de las especies más repulsivas de las que habitan en el ecosistema judicial y, si sonreían, malo: alguien iba a perder algo que ellos iban a ganar y, de pronto, se oyó la voz destemplada por el alcohol de un hombre.

– ¡Buitres!

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