Manducando por soleares

Manducando por soleares

Tengo la mala costumbre de vivir solo, de dormir solo, de hablar solo… pero sobre todo tengo la mala costumbre de comer solo, lo cual es una acción, sin duda, contranatura.

Comer en latín se decía «edere» (de ahí por ejemplo la expresión inglesa «edible», «comestible») raíz a la que, según el lexicógrafo español Sebastián de Covarrubias (1539-1613) la sabiduría hispana había añadido la raíz indoeuropea «kom-» que significa «junto, cerca de…» y que nos ha dado palabras como compañero, compasión o comunicación, pero también comunismo.

Si los españoles decimos «comer» (del latín com-edere) es según Covarrubias para que no olvidemos que no se debe comer nunca solo y que conviene siempre compartir el pan (cum-panis) con alguien que, por eso motivo, llamamos com-pañero o com-pañera.

Eso está bien, pero no tanto. Yo, como los flamencos rancios, como de la misma forma que ellos cantan por soleá: solos. «Canto pa Dios y pa mí» dicen que decía Silverio y yo, que no quiero enmendarle la plana, disfruto embaulando ternera por soleares, que también es un arte.

Y, mientras pienso estas cosas, reparo en el ingenio de los camareros de mi figón de cabecera a la hora de tapar la frasca de vino donde, acorde con la evolución de los materiales y las técnicas, han sustituido el corcho por un novedoso diseño de papel de aluminio denominado «gurullo» que funge como la corteza del mejor alcornoque de Extremadura.

Unos fieras.

Compradores de tristeza

Compradores de tristeza

Suele ocurrir que, cuando tienes el dinero suficiente para comprarte un coche, dejas de viajar en autobús. Y suele ocurrir también que, cuando tienes el dinero suficiente para comprar un chalet en una urbanización tranquila dejas de vivir en el bloque de pisos de tu barrio; cuando tienes dinero ya no cenas en restaurantes abarrotados sino exclusivos y por eso, cuando tienes el dinero suficiente, suele ocurrir que inicias un imperceptible pero fatal camino hacia el aislamiento.

Hace tiempo que los científicos nos dicen que la felicidad está unida a la sensación de integración en una comunidad y sin embargo, el ser humano, cuando tiene el dinero suficiente, parece preferir gastarlo en comprar un aislamiento triste que en integrarse en una comunidad con sentido.

Estudios citados por Christopher Ryan en su libro «Civilizados hasta la muerte: el precio del progreso», revelan que en 1920, en los Estados Unidos, apenas un 5% de la población vivía sola, una cifra que hoy ha aumentado hasta el 25%. En los últimos 20 años el consumo de antidepresivos ha aumentado un 400% en ese país y sospecho que la situación no es diferente en España, donde el suicidio es ya, a muchísima distancia de accidentes de tráfico u homicidios, la primera causa de muerte violenta.

Quizá debiéramos replantearnos nuestros conceptos de riqueza y bienestar, quizá debiéramos reconocer que vivir en lugares exclusivos y viajar de forma exclusiva no son sino carísimas formas de ser exclusivamente infelices.

Quizá sea el momento de reconocer que el afán de exclusividad es un rasgo humano de estupidez que sólo se manifiesta cuando se tiene el dinero suficiente.