Del gen a la justicia

Empezando por el principio

Me preguntan con frecuencia qué es la justicia y si creo en ella y esto creo que es algo que nos pasa con frecuencia a los juristas.

La mayor parte de las veces no suelo responder y despacho la pregunta con evasivas. Y no es porque yo no quiera responder o no tenga una idea muy precisa de lo que es la justicia, lo que ocurre es que me harían falta horas, incluso días, para explicar a quien me pregunta lo que yo entiendo que es la justicia.

Sin embargo las redes sociales tienen una ventaja y esta es que nadie está obligado a leerlas, verlas o escucharlas, de forma que, por larga que sea la explicación, no hay problema alguno en que se la ofrezca aquí y así lo haré.

Puede dejar de prestar atención ahora, si lo desea, porque voy a comenzar la historia por el principio y le aseguro que este principio ocurrió hace muchos, muchos, años; tantos como 2.700 millones de años, cuando la vida apareció sobre la tierra.

No se asuste, vamos a despachar muchos millones de años en unas pocas líneas pero, por el momento, déjeme que le cuente que todos los seres vivos, incluidos seres humanos, tienen un antepasado común, un ser vivo al que los científicos llaman LUCA (Last Universal Common Ancestor).

En el principio fue Luca

Sabemos que todos los seres vivos que hoy pueblan nuestro planeta tienen un antepasado común gracias a la evidencia genética y molecular que se encuentra en todas las formas de vida actuales. A través de estas pistas, los científicos han podido deducir que todas las especies conocidas comparten ciertos componentes moleculares y procesos bioquímicos fundamentales.

Y los hijos de Luca cooperaron

Cómo la vida recorrió el camino que media entre un ser unicelular como Luca y las complejas sociedades humanas que hoy día conocemos es una de las aventuras más maravillosas que existen y, en ella, jugará un papel fundamental una de las estrategias más exitosas de la naturaleza: la cooperación.

Guarden en la memoria este concepto pues sin cooperación no hay interacción social, no hay comunidades, no hay reglas que regulen el funcionamiento de esas comunidades y no hay, por tanto, moral, justicia ni derecho. El origen y la caracterización de nuestra moral y de nuestra concepción de lo justo y de lo injusto nace del fenómeno de la cooperación y es tan antiguo como ella, pero, de momento, sigamos conociendo qué pasó con los hijos de ese ser primigenio, solitario y unicelular llamado Luca.

Los primeros descendientes de LUCA no eran más que un tipo de células llamadas “procariotas” (el propio LUCA no sería más que un organismo celular procariota evolucionado a partir de proto-células). Estas células carecían de núcleo y no habrían sido capaces por sí mismas de dar lugar a todo la fantástica variedad de especies que ahora conocemos.

El paso de procariotas a eucariotas significó el gran salto en complejidad de la vida y uno de los más importantes de su evolución. Sin este paso, sin la complejidad que adquirieron las células eucariotas no habrían sido posibles ulteriores pasos como la aparición de los seres pluricelulares. La vida, probablemente, se habría limitado a constituirse en un conglomerado de bacterias. De hecho, los cinco reinos restantes proceden de ese salto cualitativo. El éxito de estas células eucariotas posibilitó las posteriores radiaciones adaptativas de la vida que han desembocado en la gran variedad de especies que existe en la actualidad.

¿Cómo se produjo la aparición de las células eucariotas? ¿Cómo dio la vida este gigantesco salto cualitativo?

La cooperación

Por increíble que les parezca gracias al más importante motor de progreso con que cuenta la naturaleza: La cooperación. Las células procariotas “cooperaron” formando “sociedades” (nótense las comillas) que dieron lugar a un fenómeno llamado “simbiogénesis”.

Todo comenzó cuando una bacteria que obtenía energía mediante el azufre y el calor, se fusionó con una bacteria nadadora. Ambas pasaron a formar un nuevo organismo y sumaron sus características iniciales. Como resultado salió el primer eucarionte.

Este primer eucarionte era anaeróbico y por tanto era incapaz de sobrevivir en ambientes donde existía oxígeno un gas que, por entonces, se encontraba cada vez más presente en el planeta. La solución vino de la mano otra vez de la “cooperación” de este eucarionte con una nueva bacteria que sí respiraba oxígeno y que por entonces vivía de forma autónoma. Esa bacteria que entonces vivía de forma autónoma y que pasó a asociarse con el eucarionte hasta formar un único ser vivo hoy la conocemos como “mitocondria” y podemos verla en la actualidad en el interior de las células de los seres vivos.

Estas células que ya eran capaces de respirar oxígeno prosiguieron su racha de éxitos “cooperativos” asociándose más tarde con bacterias capaces de aprovechar la energía solar (fotosintéticas) que también pasaron a formar parte su organismo: había nacido la primera planta.

El origen bacteriano de mitocondrias y plastos está fuera de toda duda y esa labor investigadora se la debemos a la famosa bióloga Lynn Margulis que fue quien descubrió este proceso de “endosimbiosis seriada”.

Si es verdad que «ubi societas ibi ius» no puede uno dejar de sospechar que algo comenzó a fraguarse con esta cooperación bacteriana. Pero dejémoslo para más adelante, cuando estudiemos la forma en que la cooperación emerge y se desarrolla en la naturaleza.



NOTA PARA EL POST

Me preguntan con frecuencia qué es la justicia y si creo en ella y esto creo que es algo que nos pasa con frecuencia a los juristas. La mayor parte de las veces no suelo responder y despacho la pregunta con evasivas. Y no es porque yo no quiera responder o no tenga una idea muy precisa de lo que es la justicia, lo que ocurre es que me harían falta horas, incluso días, para explicar a quien me pregunta lo que yo entiendo que es la justicia. En este capítulo inicio una explicación de lo que sea la justicia desde una perspectiva evolutiva y te dejo algún apoyo sobre lo que en el video se dice.

Sobre LUCA:

Moody, E. R. R. (2024). The nature of the last universal common ancestor and its impact on the early Earth system. Nature. https://doi.org/10.1038/s41559-024-02… [1]

Weiss, M. C., Sousa, F. L., Mrnjavac, N., Neukirchen, S., Roettger, M., Nelson-Sathi, S., & Martin, W. F. (2018). The last universal common ancestor between ancient Earth chemistry and the onset of genetics. National Center for Biotechnology Information. https://doi.org/10.1371/journal.pgen…. [2]

Koskela, M. (2012). Looking for the Last Universal Common Ancestor (LUCA). In Evolutionary Biology (pp. 121–134). Springer. https://doi.org/10.1007/978-3-642-126… [3]

Wikipedia contributors. (2024). Last universal common ancestor. In Wikipedia, The Free Encyclopedia. https://en.wikipedia.org/wiki/Last_un… [4]

Sci-News. (2024, July 12). Last Universal Common Ancestor Lived 4.2 Billion Years Ago. Sci-News. https://www.sci.news/biology/last-uni… [5]

Springer contributors. (2024). Last Universal Common Ancestor. In Encyclopedia of Astrobiology (pp. 1728–1729). Springer. https://doi.org/10.1007/978-3-642-112… [6]

Sobre la simbiogénesis:

Lavagnino, N. J. (2014). Simbiosis y evolución: un análisis de las implicaciones evolutivas de la simbiosis en la obra de Lynn Margulis. CONICET Digital. https://doi.org/11336/85651 [2] Margulis, L. (2012).

Lynn Margulis (1938-2011), la evolución de la célula. Jot Down. Recuperado de https://www.jotdown.es/2012/01/lynn-m… [5]

Wikipedia contributors. (2024). Teoría simbiogenética. En Wikipedia, la enciclopedia libre. Recuperado de https://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3… [3]

Ubi societas ibi ius

Ubi societas ibi ius

Dice un proverbio latino de atribución dudosa que «ubi societas ibi ius»; es decir, que allá donde hay sociedad hay derecho y a mí está afirmación me parece tan cierta que, desde hace unos 16 años, creo que es válida no sólo para las sociedades humanas constituidas por seres conscientes sino también para las sociedades vivas menos evolucionadas como aquellas formadas por microbios o bacterias, carentes de sistema nervioso e incapaces —por tanto— de todo raciocinio.

Conforme a esta concepción el derecho, la justicia o la regulación de las relaciones interindividuales no nacería originariamente de actos de razón sino de procesos evolutivos independientes inicialmente de la voluntad de los indivíduos que forman el grupo. La evolución genética primero y memética y cultural después harían el resto.

Hemos llenado el origen del derecho y el derecho natural de mitos, contratos sociales que nunca existieron, autoridades divinas legislando desde la cima de una montaña al estilo de Hammurabbi y Moisés y hemos dado de lado a una comprensión del derecho científica, biológica, evolutiva e informacional a la que parecen ser refractarios los juristas.

Afortunadamente la ciencia aún sigue ahí.

Tostadas, tomate, jamón e inteligencia artificial

Tostadas, tomate, jamón e inteligencia artificial

Ya viví la «singularidad» y el camino hacia ella en el mundo del ajedrez en los años 90 y ahora disfruto experimentando con el muy parecido camino que las inteligencias artificiales han emprendido en otros aspectos de la vida humana. Y, si con los algoritmos de ajedrez disfruté y aún disfruto (¿has visto que «espiritualmente» juega alpha-zero?), ahora disfruto conversando con las inteligencias artificiales e intercambiando con ellas ideas que me persiguen desde los hace más de tres lustros que empecé a escribir en mi blog actual.

Está mañana, mientras desayuno, le he preguntado a propósito de uno de mis tole-toles habituales: el origen evolutivo de la justicia y, como tenía redactado un trocito de post que hoy pensaba endosarles a ustedes, antes de pegarlo aquí he decidido pedirle opinión a una avanzada IA sobre el mismo y esta ha sido la conversación. Me ha dejado bastante satisfecho y con ganas de seguir experimentando con ella.

Se la copiaré pero antes pongo una foto del bar donde estoy desayunando para ilustrar de cualquier manera la conversación y paso a trascribir la conversación:

«Hola, dice un proverbio latino que «ubi societas ibi ius»; es decir, que allá donde hay sociedad hay derecho y a mí está afirmación me parece tan cierta que creo que es válida no sólo para las sociedades humanas constituidas por seres conscientes sino también para las sociedades vivas menos evolucionadas como aquellas formadas por bacterias, carentes de sistema nervioso e incapaces —por tanto— de todo raciocinio.

Esto me sugiere que el derecho, la justicia o la regulación de las relaciones interindividuales no nace de actos de razón sino de procesos evolutivos independientes inicialmente de la voluntad de los indivíduos que forman el grupo.

¿Qué opinas sobre esto y qué nos dice la ciencia al respecto?»

—Tu reflexión sobre el proverbio latino «ubi societas, ibi ius» plantea una idea fascinante sobre el origen del derecho y la justicia como fenómenos no exclusivos de la razón humana, sino como resultado de procesos evolutivos que podrían surgir incluso en formas de vida menos complejas, como las bacterias. Esto sugiere una visión del derecho y de las normas sociales como elementos emergentes de la vida en comunidad, más que como creaciones racionales deliberadas.

¿Es el derecho un fenómeno exclusivo de los seres humanos?

La noción tradicional de derecho se ha basado en la capacidad humana de razonar y tomar decisiones morales, lo que ha llevado a la creación de leyes y sistemas de justicia. Sin embargo, desde un enfoque evolutivo, algunas teorías sugieren que las normas de comportamiento —incluyendo las normas implícitas de cooperación y reciprocidad— podrían surgir en cualquier forma de vida social, aunque carezca de razón consciente o lenguaje formal.

En el ámbito de la biología, existen múltiples ejemplos de comportamientos organizados en seres vivos que, aunque no regulados por leyes en el sentido humano, parecen seguir una forma de «normatividad» emergente. Estos sistemas regulan las interacciones dentro de grupos para garantizar la supervivencia o mejorar las posibilidades de éxito evolutivo.

Ejemplos de «regulación» en organismos no conscientes:

1. Bacterias y la comunicación química: Las bacterias, por ejemplo, no tienen sistema nervioso ni capacidad de razonamiento, pero se organizan de manera colectiva a través de procesos como la quorum sensing. Este mecanismo regula el comportamiento colectivo en función de la densidad de la población bacteriana, permitiendo, por ejemplo, la formación de biopelículas o la coordinación en la liberación de toxinas. Aunque no podemos hablar de «derecho» en el sentido tradicional, se trata de una forma de regulación que establece ciertas reglas sobre cuándo y cómo los individuos deben actuar en beneficio del grupo.

2. Insectos sociales: En las sociedades de insectos como hormigas y abejas, hay comportamientos muy estructurados y «reglas» de cooperación que son esenciales para la supervivencia de la colonia. Las hormigas obreras, por ejemplo, tienen roles bien definidos y realizan tareas que benefician al grupo en su conjunto. Aunque no existe un derecho formal, su comportamiento colectivo responde a principios de organización que son funcionales para la supervivencia de la colonia.

3. Evolución de la cooperación: En animales más complejos, la cooperación puede surgir sin necesidad de un razonamiento consciente sobre normas. En muchas especies de mamíferos, las relaciones de cooperación y altruismo recíproco están documentadas. Estos comportamientos no se basan en un acuerdo explícito, sino que son producto de la evolución, donde las conductas cooperativas se seleccionan porque benefician a los individuos en el largo plazo.

¿Es el derecho un producto evolutivo?

Desde esta perspectiva biológica, podríamos argumentar que el derecho, entendido como un conjunto de reglas que regulan las relaciones entre los individuos, puede tener raíces más profundas en la evolución que lo que solemos atribuir únicamente a la razón humana. Si las bacterias y otros organismos menos evolucionados muestran patrones de conducta regulados por principios que favorecen la supervivencia colectiva, podríamos estar ante una forma primitiva de regulación que, en los humanos, alcanzó niveles de abstracción y formalización mucho más altos gracias a la capacidad de razonar, crear normas explícitas y reflexionar sobre la justicia.

Algunos filósofos y científicos del comportamiento han explorado la idea de que los humanos hemos desarrollado instituciones como el derecho a partir de nuestra historia evolutiva. Desde la psicología evolutiva y la biología del comportamiento, se argumenta que las normas de justicia, reciprocidad y cooperación tienen una base biológica, y que el derecho formal es una manifestación cultural de estos instintos profundamente arraigados. John Rawls y Robert Axelrod, por ejemplo, estudiaron cómo la cooperación puede emerger incluso en situaciones de conflicto y competencia, sugiriendo que nuestras instituciones legales son una extensión sofisticada de procesos evolutivos que favorecen la cooperación.

Conclusión

Tu propuesta de que el derecho y la regulación no son exclusivamente productos de la razón humana, sino de procesos evolutivos, está bien respaldada por la ciencia. Aunque los sistemas legales humanos son claramente construcciones sociales avanzadas, los principios básicos de cooperación y regulación de las interacciones sociales pueden encontrarse incluso en organismos mucho menos complejos. En ese sentido, podríamos decir que el derecho, como fenómeno de regulación de las relaciones, tiene raíces evolutivas que preceden a la aparición de la conciencia y la razón humanas, y que han sido adaptadas y perfeccionadas por la cultura y la civilización.

Este enfoque evolutivo aporta una perspectiva enriquecedora, donde la justicia y el derecho no son únicamente invenciones humanas, sino también una expresión de la vida en comunidad y de la necesidad de mantener un equilibrio entre los intereses individuales y los colectivos, desde los organismos más simples hasta las sociedades humanas más complejas.

Las ñoras, el caldero y los procesos irreversibles

Las ñoras, el caldero y los procesos irreversibles

Ayer, mientras comía caldero con unos compañeros abogados, la idea del paso del tiempo volvió a asediarme.

Para cualquier ser humano la existencia del tiempo es evidente y, si alguna vez dudamos de ella, las arrugas de nuestro rostro y las muertes de nuestros seres queridos se encargan de recordarnos que el paso del tiempo es real, muy real.

Sin embargo para los científicos la naturaleza del tiempo no es clara en absoluto.

Es muy famosa la carta que Einstein dirigió a la viuda de su gran amigo Michele Besso y en la que dejaba clara cuál era la concepción einsteiniana del tiempo. La carta, en su párrafo esencial, decía así:

Ahora resulta que se me ha adelantado un poco en despedirse de este mundo extraño. Esto no significa nada. Para nosotros, físicos creyentes, la distinción entre el pasado, el presente y el futuro no es más que una ilusión, aunque se trate de una ilusión tenaz.

Sí, el tiempo para Einstein era solo una ilusión. No mucho más real era el tiempo para Newton pues este no pasaba de ser una magnitud más en su universo determinista, un universo que podía moverse adelante o atrás como un mecanismo de relojería y donde, aparentemente, pasado, presente y futuro estaba escritos. Conociendo las leyes de gravitación podíamos fijar la posición de un planeta en el pasado y en el futuro, el tiempo era, pues, solo una variable.

De hecho el tiempo tampoco estuvo claro nunca para los viejos filósofos griegos. Para Aristóteles el tiempo era el estudio del movimiento pero desde la perspectiva del «antes» y el «después»; lo malo es que, Aristóteles, nunca supo explicar de dónde venía esa perspectiva llegando a especular que pudiera producirla el alma.

No existe «antes» ni «después» si no existen procesos irreversibles. Si, como en el universo de Newton, podemos hacer andar los procesos hacia adelante o hacia atrás, el tiempo, ciertamente, no será sino una ilusión. Sólo la existencia de procesos irreversibles, procesos que impidan la vuelta atrás, permitirá obtener una flecha del tiempo que señale la dirección de su avance inexorable, un avance que, siendo evidente e intuitivo para los seres humanos, no es en absoluto evidente para la ciencia ni para los mejores científicos como Einstein.

En este punto siempre me han interesado las inspiradoras tesis del premio nobel de química Ilya Prigogine (1917-2003) acerca de los procesos irreversibles (unos procesos fascinantes de los que les hablaré otro día) y su papel en esta «ilusión» del tiempo einsteiniano.

Para Ilya Prigogine el universo es una realidad en «evolución irreversible» y en eso andaba yo pensando cuando el cocinero del bar «El Palacio» en San Javier me invitó a pasar a la cocina para ver cómo marchaba la preparación del caldero que nos íbamos a comer.

La epifanía tuvo lugar cuando me enseñó unas ñoras, componente indispensable de la receta de un buen caldero y fue ahí donde se me juntaron las ideas del tiempo, Ilya Prigogine, mi amiga Claudia, Colombia, el Perú y el sursum corda.

Hoy, piensen ustedes lo que piensen que sea lo más españolísimo español de España, estarán pensando en un fenómeno mestizo y no sólo mestizo sino «ireversiblemente» mestizo.

Para un buen caldero es preciso el uso de una clase de pimientos secos llamados «ñoras», pimientos que —mal que pese en vecina provincia de Alicante— toman su nombre de un pueblo de la Diócesis de Cartagena llamado «La Ñora». Junto a este pueblo hay un monasterio construido por los frailes Jerónimos que fueron quienes introdujeron el cultivo del pimentón en La Ñora. A estos frailes, a su vez, les habían mandado las semillas los frailes Jerónimos de un monasterio de Extremadura quienes, por su parte, las habían recibido de América. Porque en América no había pimienta pero, oíganme, había unas plantas que picaban tanto o más que la pimienta y que por eso recibieron en España el nombre de «pimentón».

Así pues América está ínsita en el ADN del plato más característico de la costa de la Diócesis Cartaginense, del mismo modo que la fabada asturiana —santo y seña de las esencias asturianas— debe su existencia y nombre a las fabes que ¡oh casualidad! son también americanas. Hoy ya nada es pensable en España sin su ADN americano y ese es un proceso irreversible. Ya no es posible la fabada sin fabes, el caldero sin ñoras, el castellano sin Sor Juana Inés o el Inca Garcilaso ni México sin la Virgen de Guadalupe.

Y le andaba yo dando vueltas a esto mientras pensaba en todos esos locos que desde hace un siglo andan buscando purezas de sangres, de extirpar la sangre semítica de la aria o de separar el producto de razas que se amaron a la busca de restaurar purezas indígenas o europeas. Hoy, racial, cultural, genética y hasta meméticamente, todos esos a los que los rubios gobernantes del norte del Río Grande llaman «hispanos» forman uno de esos «procesos irreversibles» de que hablaba Ilya Prigogine, uno de esos procesos que hacen que el tiempo no pueda volver atrás y que hacen de nosotros, como del universo, una realidad en «evolución irreversible».

Y andaba yo pensando en estas cosas mientras miraba las ñoras que me enseñaba el cocinero cuando mis compañeros me dieron unas voces diciendo que el vino ya estaba en la mesa.

Y tuve que irme hacia la mesa de forma irreversible.

El tiempo, la ñora y el caldero

El Antiguo Testamento, el trigo y la teoría de la evolución

El Antiguo Testamento, el trigo y la teoría de la evolución

Creo que uno de los mejores instrumentos para entender en profundidad la teoría de la evolución es el Antiguo Testamento.

—Oiga ¿Está usted loco?
—Bien pudiera ser, pero mi locura no afecta a este asunto.

A ver cómo les explico yo esto.

Olviden todos sus prejuicios sobre la evolución y atiendan a lo que les digo: allá donde hay copia y mutación hay evolución.

—Oiga pero eso de la evolución ¿no era una historia que iba de animales más fuertes que se meriendan a los más débiles y de la supervivencia de los más aptos?

No sea usted bruto y ustedes háganme caso: hay evolución allá donde hay copia y mutación y si no me creen «fijarse» en lo que os voy a decir que «se váis» a quedar pasmados.

Todos entendemos con facilidad que cada ser, por ley natural, engendra su semejante (esto está escrito hasta en el prólogo de El Quijote) y que la cría hereda caracteres de su progenitor o progenitores. A estas entidades (animales, plantas) que son capaces de autorreplicarse y de elaborar copias más o menos fidedignas de ellos mismos, les llamamos «seres vivos» por lo que, si un día, tal y como imaginara John Von Neumann, somos capaces de construir máquinas autorreplicantes no nos quedará más remedio que reconocer que hemos creado una nueva forma de vida.

Pero no son la vida ni las máquinas autorreplicantes las que me interesan hoy; lo que me interesa hoy es la evolución cuando existe copia y mutación al margen de entidades autorreplicantes (seres vivos) y para ello voy a usar el Antiguo Testamento aunque podría utilizar cualquier otra obra literaria o musical.

Empecemos, pues, por el principio; es decir, por el creciente fértil.

La invención de la agricultura supuso la domesticación por el hombre de determinadas especies vegetales. El proceso de selección natural fue sustituido por el de selección humana en el caso de determinados vegetales y esta acción humana ha ido dejando huellas que la arqueología y el estudio del ADN pueden ahora descifrar. Veamos un ejemplo.

Hace unos ocho mil años los seres humanos domesticaron el trigo. El trigo silvestre tenía sus propias estrategias reproductivas, sus pequeñas semillas eran transportadas por el viento favoreciendo su difusión, la naturaleza favorecía esto pero esto no es lo que convenía al ser humano que prefería semillas más grandes aunque hubiese de ser él el encargado de hacer que el trigo se reprodujese. Fue hace unos ocho mil años que, por mutación o hibridación, aparecieron variedades de trigo con semillas tetraploides, mucho más gruesas, peores para la reproducción del trigo en la vida silvestre pero que encantaban a los seres humanos quienes desde entonces se preocuparon de que esta variedad del trigo se reprodujese. Si el hombre domesticó al trigo o el trigo domesticó al hombre haciéndole trabajar para cuidarlo y que se multiplicarse es una cuestión que aún se debate.

Los seres humanos que cultivaban ese trigo al igual que el trigo mismo tenían su propia firma genética y, gracias a la arqueología y a la genética, hoy podemos saber cómo los genes de ese trigo y esos seres humanos se han ido extendiendo por el mundo. Observar un mapa con los gradientes de esta expansión ha permitido incluso calcular a qué velocidad se fue extendiendo la agricultura por el mundo: un kilómetro al año.

Cuando el trigo mutó y aparecieron las semillas tetraploides su cultivo se fue extendiendo por el mundo y su rastro permitió que los historiadores pudiesen seguir su difusión por el mundo para así comprobar, con sorpresa, cómo su extensión corría pareja al avance de los genes de los seres humanos que habían aprendido a domesticar el propio trigo. Es decir que los marcadores genéticos de quienes habían aprendido a domesticar el trigo se extendían por el mundo a la par que los del trigo por ellos domesticado dibujando un gradiente en los mapas que sugería que la técnica se desplazaba con los técnicos, lo que no es de extrañar en unas civilizaciones mayoritariamente prehistóricas.

Pero este fenómeno no es exclusivo de seres vivos como el trigo o los humanos; copia y mutación las hay también en el mundo de las ideas y por ende —y ese va a ser nuestro ejemplo— en el de la literatura.

Del mismo modo que en el caso del trigo a partir de una mutación puede seguirse su descendencia, pues esta hereda esa mutación, en el caso de la literatura ocurre lo mismo, cuando se produce una mutación en el texto las copias de la copia mutada heredan está variación. Es por eso que el caso del Antiguo Testamento es particularmente atractivo porque en su labor de replicación pugnan, de un lado, el interés de copiar o traducir fiel y exactamente la palabra de dios y de otro lado dificultades de la traducción o la copia y a veces hasta la agenda ideológica del copista/traductor.

Creo que todos podemos citar ejemplos de cómo las canciones o los poemas van mutando hasta alcanzar la forma que les garantiza un mayor éxito replicativo. En mi caso, por ejemplo, jamás he olvidado el primer poema que había en mi libro de lectura de 4⁰, recuerdo que,textualmente, decía:

«Cultivo una rosa blanca
en junio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.»

Casi cincuenta años más tarde descubrí que el poema no era así y que en la versión original de José Martí la ortiga no figuraba por ningún lado sino que lo que decía el penúltimo verso era

«cardo ni oruga cultivo»

como ven en el poema se había producido una mutación y hoy, si buscan este poema en internet, se encontrarán con que la versión mutada se encuentra con más frecuencia que la versión original. Alguien, seguramente ajeno a la cultura cubana, en algún momento pensó que la palabra oruga no encajaba en el poema sin caer en la cuenta que «oruga» no solo es un animal sino también una planta y por eso la usó el autor. Pero como el pueblo es soberano y

Hasta que las canta el pueblo
las coplas, coplas no son,
y cuando el pueblo las canta
ya nadie sabe su autor.

el pueblo decidió que ortiga sonaba mejor que oruga y así verá escrito usted el poema en multitud de sitios, incluido mi libro de lectura con el texto aprobado por el entonces Ministerio de Educación y Descanso.

Sin embargo, como digo, siendo el Antiguo Testamento un tipo especial de literatura inspirada por Dios, es razonable pensar que los copistas pusiesen un especialísimo celo en que las copias permaneciesen idénticas a los originales para no alterar las expresiones de la inspiración divina. Como pueden imaginar tal deseo no tuvo éxito y hoy tenemos multitud de versiones del Antiguo Testamento o Biblia Hebrea cada una conteniendo pasajes y libros enteros distintos.

Vamos a analizar por ejemplo el misterioso caso de los cuernos de Moisés.

Si ustedes hacen memoria (y si no miren la fotografía de abajo) recordarán que Miguel Ángel, cuando esculpió la magistral imagen de Moisés que hoy puede verse en Roma en la iglesia de «San Pietro in vincoli», le colocó en la testuz dos visibles cuernos que producen no pocos comentarios entre quienes lo observan. ¿Por qué hizo esto Miguel Ángel? ¿Es que acaso sufrió Moisés una mutación y le salieron cuernos?

No, Miguel Ángel sabía lo que hacía, créanme, la que sufrió una mutación —ya se lo adelanto yo— es la Biblia y todo a cuenta de la traducción de la palabra hebrea «QRM» (qaram o karam).

Si usted consulta hoy una cualquiera de las múltiples y todas distintas traducciones de la Biblia encontrará que estas nos dicen algo como esto (Biblia de la Conferencia Episcopal Española. Éxodo 34,29):

«Cuando Moisés bajó de la montaña del Sinaí con las dos tablas del Testimonio en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, por haber hablado con el Señor.»

Nada muy diferente encontrará si busca en una Biblia protestante como la Reina-Valera que en Éxodo 34,29 nos cuenta:

«Y aconteció, que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, mientras descendía del monte, no sabía él que la tez de su rostro resplandecía, después que hubo con El hablado.»

Pero, si las Biblias dicen esto… ¿Por qué demonios tiene cuernos Moisés?

Creo que en este punto necesitaremos un poco de contexto.

En general, la iglesia católica, en sus primeros años había venido utilizando como versión más o menos oficial del Antiguo Testamento la llamada «Septuaginta»; es decir, la traducción que de este se había realizado al griego en 285-246 AEC por orden del Faraón Ptolomeo II Filadelfo y en la cual, en el texto que se ocupa de los problemas córneos de Moisés, el verbo que utiliza es «dodicastai», que en griego significa algo así como «glorificado» y que, obviamente, no tiene nada que ver con cuernos.

Sin embargo, cuando a finales del siglo IV Jerónimo de Estridón, por orden del papa Dámaso I, tradujo el Antiguo Testamento al latín, lejos de hablar de glorificaciones, brillos ni resplandores de la cara, lo que dice con toda claridad es que a Moisés le estaban saliendo cuernos. Un par y sin anestesia.

Veamos que nos dice Jerónimo (San Jerónimo) de Estridón:

«Cumque descenderet Moyses de monte Sinai, tenebat duas tabulas testimonii, et ignorabat quod cornuta esset facies sua ex consortio sermonis Domini.»

¿Se había vuelto loco Jerónimo?

Vayamos por partes. Lo primero que deben saber ustedes es que Jerónimo, además de ser un sujeto cultísimo, era un tipo que los tenía bien puestos, cuadrados y cristalizados según el sistema tetragonal. Cuando a Jerónimo se le ordenó traducir el Antiguo Testamento al latín tenía una opción fácil que era simplemente agarrar la Septuaginta y traducirla del griego al latín. Jerónimo era un experto en griego (de hecho acababa de traducir el Nuevo Testamento al latín) pero decidió que no, que él quería traducir el Antiguo Testamento desde los originales hebreos y a tal fin decidió marchar a vivir a Belén hasta que dominase el hebreo como si fuese su lengua nativa.

La machada de Jerónimo no le sentó nada bien a Agustín (San Agustín) de Hipona, el máximo pensador del cristianismo del primer milenio, quién, notando que los evangelios al citar el Antiguo Testamento lo hacían citando aparentemente textos de la Septuaginta (la traducción griega), apercibió a Jerónimo de que su traducción no debería contradecir la versión griega. Agustín le ordenó a Jerónimo que respetase la «auctoritas graeca» a lo que Jerónimo respondió que a él la «auctoritas graeca» se la traía al pairo, que a él lo que le importaba era la «veritas hebraica».

Y se puso a la tarea.

Fue por eso que, cuando Jerónimo llegó al pasaje que les he transcrito antes, tradujo el verbo QRN (qaram o karam) con su significado natural (encornar, echar cuernos) y se quedó tan fresco. Si la Biblia hebrea decía que a Moisés le estaban saliendo cuernos sería por algo y si ponía eso ponía eso.

La traducción de Jerónimo al latín la conocemos hoy como «La Vulgata» y fue el texto oficial de la iglesia durante muchos siglos, de ahí que Miguel Ángel y muchos artistas del renacimiento representen a Moisés con una cuerna que no tiene nada que envidiar a algunos ejemplares de Albaserrada.

Pero entonces ¿Moisés tenía cuernos? ¿Y si los tenía por qué los perdió?

Sí, según los textos hebreos Moisés bajó del Sinaí con cuernos y así se dice explícitamente, lo que ocurre es que, como la «oruga» en el poema de José Martí de que les hablé, a muchos no parece gustarles la cosa de los cuernos y han decidido que es mejor una traducción distinta. Piensen que los cuernos son el atributo del demonio y además ¿qué narices tienen que ver los cuernos con Moisés ni con el monte Sinaí?

Y es verdad que para un lector actual el de los cuernos es un episodio oscuro, que no se entiende y esto es así porque ellos no saben lo que cualquiera de mis lectores sí sabe y es que el episodio de Moisés recibiendo de Yahweh las tablas de la ley en el Sinaí no es más que el trasunto de la entrega de las leyes a Hammurabbi por el dios Shamash y de toda una tradición legitimadora de las leyes en virtud de un pretendido origen divino.

La simbología de los cuernos ha cambiado mucho del mil antes de Cristo hasta nuestros días. En Mesopotamia y Oriente Próximo los cuernos son los atributos de los dioses y por eso se les representa coronados por una abundante colección de cuernos (pueden verlo en la segunda fotografía). Los cuernos en Moisés tras su contacto con Yahweh eran una prueba de su contacto con Dios, era el signo visible de la glorificación de que hablaba la Septuaginta.


Algo parecido a lo que le ha ocurrido a los cuernos le ha pasado a la palabra «cerveza», por alguna razón a los traductores de la Biblia les molesta la palabra «cerveza» y cada vez que aparece está palabra en hebreo la cambian por eufemismos del tipo «bebidas fuertes».

Como ven ni la pretendida palabra de Dios soporta el asedio de los traductores traidores que la van mutando y construyendo versiones que ellos entienden más digeribles o atractivas para el hombre moderno.

Bueno, creo que por hoy esta bien, este post es un ladrillo de consideración y si sigo me veo hablando de los Cerros de Úbeda. Lo importante, créanme, es que no olviden que la información, en todas sus manifestaciones, ADN, literatura, pintura, ideas, memes en general… Muta exactamente igual que la vida y, mientras no falte la energía, mutará siempre hasta alcanzar su mayor nivel replicativo.

Eso quería yo decirles, lo que pasa es que a veces me descarrilo.

Los cuernos como distintivo divino.
Moisés de Miguel Ángel (San Pietro in vincoli. Roma).

La constitución de las hormigas

Supongo que es legítimo preguntarse al ver a una colonia de hormigas o de termitas dónde están escritas las leyes que determinan que los soldados hayan de salir a enfrentar a los enemigos, que las obreras hayan de trabajar para nutrir a la reina y a las crías o que la reina haya de pasar su vida poniendo huevos. ¿Dónde está escrita la Constitución de esa colonia de hormigas?

Y si es legítimo preguntarse dónde están escritas las normas que regulan la vida y funcionamiento de las sociedades de hormigas, del mismo modo es lícito preguntarse por el lugar donde están inscritas las leyes que determinan que en la sociedad de los chimpancés los miembros de una misma tribu se apoyen mutuamente o en la de los bonobos (el simio más parecido al ser humano) que siempre sea elegido líder el hijo de la hembra líder y que si está pierde el favor del resto de las hembras su hijo sea depuesto inmediatamente.

Asumimos que, por complejas que sean las sociedades animales, las normas inscritas en sus genes son suficientes para regularlas y permitir la vida en sociedad; sin embargo, cuando de humanos se trata, parece que nos cuesta trabajo admitir que la primera fuente de regulación de las conductas humanas y las sociedades que los humanos forman son también esas normas que todos los animales llevamos inscritas en nuestros genes.

Vivir en sociedad es una tarea compleja y para formar sociedades es preciso que los individuos llamados a formarlas dispongan de una serie de capacidades con las que cuentan desde los seres vivos más primitivos (bacterias) a los más evolucionados (seres humanos). Sin embargo, los juristas, quizá llevados de la complejidad y sofisticación aparentes de las normas que regulan la vida de las sociedades, hemos dedicado poco tiempo y aún menos interés a entender las normas que, inscritas en nuestros genes, hicieron del hombre ya no sólo un animal social, un zoon politikon que dijo Aristóteles, sino un animal moral, un animal justo y con sentido de la justicia.

Antes de que ninguna constitución o ningún libro sagrado nos dijese cómo habíamos de vivir y organizarnos, antes de que mitológicas leyes nos señalasen los mandamientos a que habíamos de ajustar nuestra conducta, todos los seres humanos en todos los confines del mundo ya sabían distinguir el bien del mal, al leal del traidor, al generoso del individualista, al agradecido del ingrato, al ladrón del despojado y a la víctima del victimario.

El bíblico «no matarás» ya era un mandamiento para todas las sociedades humanas antes de que Moisés lo bajase del Sinaí grabado en unas tablas de piedra y, al igual que para los judíos que atacaron a Amalec en tiempos del rey Saúl o que hoy bombardean la franja de Gaza, era un mandamiento relativo que alcanzaba solo a una determinada fracción del género humano. No, antes de que los hombres escribiesen las primeras leyes, antes de que Urukagina de Lagash grabase en tablas de arcilla sus primeras y revolucionarias leyes, las sociedades humanas ya se regían por leyes y formas de conducta comunes en su núcleo esencial a todas ellas.

Los seres humanos nacemos equipados de un complejo arsenal de instintos que son los que nos proporcionan las habilidades básicas para la vida en sociedad. ¿Cree usted que los sentimientos de gratitud, piedad, venganza, perdón y otros muchos son adquiridos? ¿O cree usted que ya vienen incorporados como instintos en nuestro equipamiento genético?

Si usted alberga dudas a la hora de responder a esta pregunta le propongo que hagamos una cosa, que comprobemos si esos mismos sentimientos e instintos existen en otros animales distintos del ser humanos, de los menos a los más evolucionados, pues, si los encontramos en animales menos evolucionados que el hombre, tendremos que admitir que, con alta probabilidad, ocurrirá lo mismo en los seres humanos.

Empecemos por ejemplo por un sentimiento muy de moda —la empatía— y un tipo de animales especialmente despreciados: las ratas.

¿Cree usted que las ratas son empáticas? Veámoslo.

En 1959 el psicólogo norteamericano Russell Church entrenó a un grupo de ratas para que obtuviesen su alimento accionando una palanca que colocó en su jaula, palanca que, a su vez, accionaba un mecanismo que le dispensaba a la rata que lo accionaba una razonable cantidad de comida. Las ratas aprendieron pronto la técnica de accionar la palanca para obtener comida y así lo hicieron durante un cierto período de tiempo.

Posteriormente Russell Church instaló un dispositivo mediante el cual, cada vez que una rata accionaba la palanca de su jaula, no sólo recibía comida sino que, además, provocaba una dolorosa descarga eléctrica a la rata que vivía en la jaula de al lado. En efecto, el suelo de las jaulas estaba hecho de una rejilla de metal que, cuando se accionaba la palanca de la jaula de al lado, suministraba una descarga eléctrica a la ocupante de la jaula fuera cual fuera el lugar de la jaula en que estuviese. Ni que decir tiene que ambas ratas, la que accionaba la palanca y la que recibía la descarga, se veían perfectamente pues estaban en jaulas contiguas.

Lo que ocurrió a continuación fue sorprendente.

Cuando las ratas que accionaban la palanca se percataron de que tal acción causaba dolor a su vecina dejaron de accionarla. Mucho más sorprendente aún fue el hecho de que las ratas preferían pasar hambre a causar daño a su vecina.

En los años sesenta el experimento anterior fue reproducido por psiquiatras americanos pero utilizando esta vez, en lugar de ratas, monos (Macaca mulatta). Sus conclusiones fueron sorprendentes.

Los monos fueron mucho más allá de lo que se había observado en las ratas. Uno de ellos dejó de accionar la palanca que le proporcionaba comida durante cinco días tras observar cuales eran los efectos de su acción en el mono de la jaula vecina. Otro, dejó de accionar la palanca y por tanto de comer durante doce días. Estos monos, simplemente, preferían dejarse morir de hambre a ver sufrir a sus compañeros.

Y una vez que sabemos esto ¿crees que podemos mantener que los seres humanos no son empáticos por naturaleza? ¿Admitiremos que hay normas de conducta con las que los seres humanos nacemos y que desde hace millones de años están escritas en nuestro ADN?

Pero ¿por qué habría de escribir la naturaleza en nuestros genes y en los de otros animales sociales instintos tales como la empatía, el orgullo, la venganza, la gratitud…?

La pregunta, debo admitirlo, está mal hecha pues la naturaleza nunca hace nada intencionalmente, opera de otra forma (si quiere esto podemos verlo otro día) pero mi hipótesis es que, siendo la cooperación una estrategia evolutivamente estable (los experimentos de Robert Axelrod en este punto son muy interesantes) la empatía, la gratitud, el orgullo, la venganza y hasta el sentimiento de justicia/injusticia forman parte de nuestro equipamiento genético.

¿No crees que los animales tengan sentido de la justicia tanto más evolucionada cuanto más evolucionada sea la especie a qué pertenecen? Creo que en este punto puedo sorprenderte.

¿Y esto qué nos importa?

No sé si has reparado en el recurrente debate justicia/ley que suelen plantearnos habitualmente a los juristas ¿Qué es justo y qué es injusto si no es aquello que está escrito en los textos positivos? ¿Dónde está escrito ese código que nos dice qué es justo y qué no?

Hay quien lo ha buscado en textos filosóficos o sagrados y así me lo «enseñaron» en la facultad cuando estudié derecho natural o filosofía del derecho, yo, desde hace años decidí buscarlo en la naturaleza y en la forma en que está funciona.

Y creo que es el mejor camino.

Los esquimales, la evolución y la cooperación

Los esquimales, la evolución y la cooperación

El otro día les hablaba de los mitos con que las distintas civilizaciones explican la creación del mundo y les hablé de algunos de los más extendidos y refinados; sin embargo, existen mitos más simples y si se quiere más tiernos, como por ejemplo este mito de la creación de los inuit (quizá tú les llames simplemente «esquimales»), una historia, un mito, que además esconde enseñanzas muy profundas.

Para los inuit, en el origen del mundo, tan solo había un hombre y una mujer, sin ningún animal. La mujer pidió a Kaila, el dios del cielo, que poblara la Tierra y Kaila le ordenó hacer un agujero en el hielo para pescar. Entonces, ella fue sacando del agujero, uno a uno, todos los animales.

El caribú fue el último animal en salir y Kaila le dijo a la mujer que el caribú era su regalo, el más bonito que podría hacerle, porque alimentaría a su pueblo. El caribú se multiplicó y los hijos de los humanos pudieron cazarlos, comer su carne, tejer sus vestidos y confeccionar sus tiendas.

Sin embargo, los humanos siempre elegían los caribús más grandes. Un día, solo les quedaron los débiles y los enfermos, por lo que los inuit no quisieron más. La mujer se quejó entonces a Kaila. El la reenvió al hielo y ella pescó entonces al lobo, enviado por Amarok, para que se comiera a los animales débiles y enfermos con el fin de mantener a los caribús con buena salud.

Esta antiquísima historia es absolutamente moderna y ha sido replicada casi punto por punto en uno de los mayores parques naturales del mundo: el parque natural de Yellowstone.

El último lobo del parque nacional de Yellowstone fue cazado en 1925, momento a partir del cual venados y búfalos pudieron pastar a sus anchas, y lo hicieron.

Las poblaciones de alces, cabras, bisontes, venados y otros hervíboros crecieron sin control, secaron las praderas, erosionaron la tierra, acabaron con bosques e incluso con ríos. Muchas especies ya no pudieron vivir en ese ecosistema y desaparecieron de Yellowstone.

Sin embargo, en 1995, se reintrodujeron en el parque 32 lobos canadienses en un experimento que no se sabía bien cómo terminaría, pero, para sorpresa de los científicos, la presencia del lobo alejó a los venados de determinadas zonas del parque dando así tiempo a la hierba a crecer en la pradera y a los árboles a crecer en los bosques; la erosión se frenó y volvieron a aparecer arroyos susceptibles de permitir construir sus diques a los castores o pescar a los osos. La presencia del lobo devolvió la vida al parque sin que las poblaciones de hervíboros sufriesen por ello más de lo que la naturaleza desea.

Y ahora es legítimo preguntar ¿Es, entonces, el lobo un «amigo» o un «enemigo» de alces, venados y bisontes? ¿Es entonces la historia de los inuit una historia de competencia o de cooperación?

Muchas gentes con cerebros enfermos han tratado de difundir la idea de que la de la evolución es una historia de lucha, sangre y competencia cuando la realidad es que la de la evolución es una auténtica historia de cooperación. Quizá el lobo te parezca un animal violento pero no dudes que, al final de la historia, coopera con el venado, el oso, el castor y las plantas del ecosistema.

Fue seguramente la grandísima bióloga estadounidense Lynn Margulis quién nos dio el mejor ejemplo de cómo la evolución hacía avanzar la vida cooperando antes que compitiendo y lo hizo al descubrir un proceso maravilloso conocido como «endosimbiosis seriada».

En el principio había un solo tipo de células sobre la faz de la tierra, un tipo de células llamadas procariotas que, aún hoy día, existen y dan lugar a organismos como arqueas, bacterias o cianobacterias (algasverdeazules) por ejemplo. Estas células procariotas tienen el material genético disperso en su citoplasma y sin llegar a tener un núcleo celular diferenciado del citoplasma.

Estas células procariotas han dado lugar sólo a organismos simples, muy al contrario de las células que conforman a los organismos superiores llamadas eucariotas y cuyo origen investigó y descubrió la mencionada Lynn Margulis.

Las células que han permitido la explosión y variedad de vida que hoy conocemos, las células eucariotas, son en realidad un equipo pues son dos células en realidad ya que están formadas además de por la célula principal por la mitocondria, que es en realidad otra célula con ADN propio y diferenciado. Cómo llegaron a cooperar estas dos células para formar el maravilloso equipo que hoy conocemos es lo que Lynn Margulis nos enseñó a través del proceso de la endosimbiosis seriada.

No, no es la evolución una historia de sangre y lucha como creen los que tienen alma de cabo austríaco, la evolución es una fantástica historia de cooperación.

Y, claro, dicho esto no puedo dejar de lamentar que, lo que fueron capaces de hacer dos seres unicelulares, no sean capaces de hacerlo ni imitarlo seres humanos que, con fundamento en una programación mental enferma, prefieren asesinarse en nombre de dioses y patrias que no son más que humo y niebla en sus cabezas.

Como un juego de niños

Como un juego de niños

Cualquier animal social, para vivir en grupo, necesita respetar las normas que regulan el funcionamiento del grupo y esto es válido para una colonia de simples bacterias como para la más evolucionada horda de chimpancés u homo sapiens.

Estas habilidades para la vida en grupo no se adquieren culturalmente mediante el aprendizaje sino que están inscritas, al menos en su nivel más básico, en los genes de los miembros del grupo dando lugar a conductas que se heredan. En el caso de los humanos a ese conjunto de conductas heredadas (el «derecho natural» genuino) se añade otro conjunto de normas fruto de la evolución cultural de cada comunidad.

¿Se ha planteado usted si la empatía, el orgullo o la venganza son rasgos heredados o aprendidos?

Las ideas que ha ido teniendo el ser humano sobre sí mismo han tenido a menudo consecuencias dramáticas. No es lo mismo pensar que el niño, cuando nace, es una hoja en blanco que la sociedad escribe a través de la educación a pensar que el niño, cuando nace, ya trae un equipamiento genético que determina muchas de sus características; no es lo mismo pensar que el hombre es un ser bondadoso por naturaleza que la sociedad estropea a que el hombre es, en sí mismo, un ser malvado que si no expresa toda su maldad es gracias a que, de alguna forma, firmó un contrato social que hace que la sociedad le salve de sí mismo.

Es muy peligroso creer que sabemos cómo es el hombre porque ello nos llevará a dictar leyes que pueden ir contra su naturaleza y hacerlo profundamente infeliz.

En la naturaleza existe la empatía, existe el orgullo y existe el altruismo y no sólo en la especie humana sino también, en mayor o menor medida, en cualquier animal social. Pero también existen en el hombre multitud de aspectos que no comprendemos y que no sabemos si se deben a la cultura o a su equipamiento genético. Hoy el País publica una serie de estudios científicos que yo conocía desde hace tiempo a través de los estudios del primatólogo Frans de Waal pero sobre los que no me había atrevido a escribir en redes sociales por temor a ir contra el «mainstream» del pensamiento actual: ¿los juegos de los niños y niñas humanos son diferentes por educación o existe algún tipo de condicionamiento genético?

El tema, que debiera ser estrictamente científico, sé que puede segmentar a los lectores rápidos en función de algunos apriorismos políticos y no me gustaría que ese fuese el caso, sólo quisiera compartir el «state of the art» de la ciencia en este punto y, para ello, nada mejor que transcribir las apreciaciones del propio Frans de Waal, primatólogo al que, como sabrán los lectores más antiguos y recalcitrantes de estos post, he dedicado numerosos artículos:

Una mañana, a través de mis binoculares, vi a Amber encaminarse hacia la isla en una extraña postura encorvada, renqueando sobre una mano y dos piernas. Con la otra mano abrazaba la cabeza de un cepillo de crin contra su vientre, exactamente igual que una madre chimpancé sostiene a un neonato que es demasiado pequeño y débil para agarrarse por sí solo. Amber era una hembra adolescente de la colonia de chimpancés del zoo de Burgers. Uno de los cuidadores debió de dejarse el cepillo, y Amber le había quitado el mango. Ocasionalmente, lo acicalaba y deambulaba con el cepillo colocado en la grupa, como una madre cargando con un retoño más crecido”.

En los infantes humanos encontramos un patrón similar al de los chimpancés: las niñas juegan mucho más con muñecas que los niños, en todas las culturas. Sin duda, desde pequeños aprendemos que algunas actividades son socialmente más aprobadas para un género u otro, y con frecuencia se estigmatiza a los niños que juegan con muñecas. Sin embargo, las observaciones con primates indican que también podría existir una base biológica.

Para comprobarlo, en 2008 se llevó a cabo un experimento en el Centro de Investigación de Yerkes con macacos (Macaca mulatta). A 39 infantes les dieron distintos objetos para que se divirtieran. Unos eran juguetes comúnmente asociados a chicos, como pelotas, tractores y otros objetos con ruedas, y otros eran peluches similares a muñecas, que solemos asociar a las chicas. El resultado fue que, al igual que ocurre con los humanos, los machos prefirieron los juguetes con ruedas a los peluches, mientras que las hembras no mostraron preferencias

Este resultado llama la atención, sobre todo si tenemos en cuenta que los macacos no tienen este tipo de objetos en su hábitat natural. En un gran número de especies de mamíferos, cada sexo juega de manera diferente: los machos suelen tener un juego más dinámico y brusco que las hembras. Por tanto, es posible que los juguetes con ruedas permitieran a los macacos desarrollar este tipo de juego mejor que los peluches.

Si dos machos jóvenes de macaco o chimpancé se ponen a jugar con una muñeca, lo más probable es que esta termine destrozada. Cada uno agarrará un extremo y tirarán de él en una lucha por hacerse con el objeto, demostrando así quién es el más fuerte. Por el contrario, las hembras lo arroparán y le inspeccionarán la zona de los genitales. Son más propensas a los cuidados.

Estas diferencias en el tipo de juego también se ha observado en los humanos. Los niños son más enérgicos y las niñas utilizan más los juegos narrativos. Por lo tanto, es posible que niños y niñas tengan juguetes distintos porque escogen aquellos que les permiten desarrollar mejor su tipo de juego. En 1982, un estudio estadounidense hizo una encuesta para averiguar los motivos por los que estos escogían los juguetes. El 55% habló de lo que podía hacer con esos juguetes, frente al 1% que hizo referencia a su género.

Por supuesto, esto no quiere decir que su entorno cultural no afecte. Uno de los juguetes preferidos de los macacos del experimento era un carrito de la compra en miniatura, pero este no es un juguete popular entre los niños humanos, probablemente por el imaginario asociado a él.

Es importante aclarar que hablamos en términos generales, siempre hay excepciones. Por ejemplo, la exposición en el útero a hormonas sexuales influye en las preferencias por los juguetes. Las niñas con hiperplasia suprarrenal congénita, que secretan más andrógenos de lo normal, presentan un juego más parecido al de los chicos y también eligen juguetes típicamente masculinos con más frecuencia. Esto es así, aunque desde pequeñas se les anime a utilizar juguetes supuestamente femeninos.

Y sin embargo, a pesar de lo expuesto, yo no tomaría decisiones definitivas sobre resultados científicos que, como todos los resultados cuentíficos, son siempre más o menos provisionales, jugar a ser Dios con otros seres humanos legislando sobre aspectos que no podemos estar seguros de conocer es siempre peligroso.

No hay nada que me inquiete tanto como un legislador absolutamente seguro y convencido de lo que hace y, en ese sentido, todos los credos me inquietan sean religiosos o políticos.

Desde 2008 he tratado de penetrar en los fundamentos genéticos —y por tanto evolutivos— de los comportamientos sociales —y por ende jurídicos— humanos para tratar de entender el verdadero derecho natural que se esconde tras las conductas humanas y que está escrito en su ADN y es por ello que me he dedicado a buscar los antecedentes de estos comportamientos en otros animales que podrían mostrar estadios evolutivos anteriores al de la especie humana actual.

He aprendido mucho en este viaje de 25 años aunque, seguramente, mi convicción más asentada es la de que la única seguridad válida es la duda; esa y la de que este tipo de post no suelen interesar a nadie, mucho menos en verano y a la hora de la siesta.

Darwin y los memes

Darwin y los memes

Leo en el muro de una amiga de Facebook que hoy es el aniversario del nacimiento de Charles Darwin, probablemente el científico más inspirador de la última centuria para quienes se ocupan del estudio de los seres vivos.

Pero también de entidades no vivas, me explicaré.

Charles Darwin nos enseñó que allá donde hay herencia y mutación hay evolución y que se perpetúa aquella mutación que ofrece a quien la incorpora un mayor éxito reproductivo.

Pero eso no ocurre solo con los seres vivos.

Hay entidades que se replican no por sí mismas sino parasitando o invadiendo a otros seres vivos. Es el caso de los virus, seres difícilmente clasificables como vivos, que se reproducen no por sí mismos sino invadiendo células donde replicar su código genético; pero yo no hablo de ellos.

Yo hablo de otras entidades que se replican colonizando a otros seres vivos, concretamente los seres humanos.

Pruebe usted a cantar una canción pegadiza, instintivamente otras personas a su alrededor la cantarán, puede que hasta se obsesionen y canten la canción de forma maníaca. El hecho de que una canción salte de un cerebro a otro hace que la canción, una sucesión inerte de sonidos, se replique y perviva hospedada en el cerebro de quienes la cantan. La canción se replica merced a esa peculiar calidad de sus sonidos que provocan a quienes los escuchan a reproducirlos.

La canción se reproduce (se canta) se propaga entre quienes la oyen (están en contacto con ella) que se «contagian» de ella y la reproducen a su vez (la replican) con más o menos exactitud o afinación (mutaciones) las notas que la componen.

En general las mutaciones son perniciosas pero puede ocurrir que alguna de ellas tenga éxito y haga que quienes escuchen la canción con mutaciones sientan más ganas de cantar esa versión que la original, de modo que la canción mutada tenga más éxito replicativo que la versión origina que irá cayendo en el olvido hasta morir.

Ya lo dijo Darwin, si hay herencia y mutación acabará funcionando la evolución y triunfará aquella entidad que tenga mayor éxito reproductivo. Si quieres un buen ejemplo de esto puedes examinar la historia del archifamoso villancico «Jingle Bells» comparando su partitura original con la versión que, hoy, todos conocemos.

Pero eso no pasa solo con las canciones sino con cualquier idea, credo político o religioso, construcciones mentales (informacionales) que sólo existen en el cerebro humano y cuya existencia depende de su capacidad de replicarse en otros cerebros. Para las ideas, para los credos, para las ideologías, la muerte es el olvido. Las entidades informacionales mueren cuando dejan de replicarse por ello sólo llegan a nosotros aquellas mutaciones de cada ideología que encuentra en cada momento un mayor éxito replicativo.

No es de extrañar que las religiones cuiden especialmente a su idea generatriz («Amarás a Dios sobre todas las cosas») o los credos políticos sus dogmas fundacionales («Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad…») y es normal, solo se replican las ideas que impulsan su replicación del mismo modo que la vida solo premia la vida.

Hoy se habla con naturalidad de «memes» y de «volverse viral» pero sospecho que la mayoría de los que lo hacen desconocen que «meme» es una expresión que inventó Richard Dawkins parodiando a «gene» (la forma inglesa de «gen») para referirse a esas entidades informacionales que se comportaban como si fuesen genes.

No un «meme» no es un chiste ni un dibujito, es un concepto mucho más complejo aunque, comi es difícil de explicar, la evolución ha hecho que haya proliferado un significado que no es sino una grosera mutación de su sentido originario pero que, como a nadie escapa, goza de un mayor éxito replicativo entre los cerebros a colonizar.

Entender la información (y por ende la sociedad de la información) es una tarea compleja y apasionante a la que no muchos —a salvo de unas élites no siempre bienintencionadas— parecen querer dedicar tiempo.

En todo caso tal tarea sería imposible sin Darwin.

Los reyes magos y la evolución

Los reyes magos y la evolución

Se dice que la evolución tiene que ver con la supervivencia de los mas aptos pero eso es falso, la evolución no es una historia de lucha, colmillos y sangre, la evolución sólo tiene que ver con quién tiene mayor éxito reproductivo.

La vida es ese fenómeno mediante el cual entes materiales son capaces de reproducirse, la diferencia entre una entidad viva y una que no lo está es que la entidad viva es capaz de reproducirse por sí misma. Es esta peculiaridad la que condiciona toda la evolución: quién se reproduzca transmitirá sus características a la siguiente generación, quien no lo haga colocará sus características en vía muerta. Usted y yo somos descendientes y tenemos por ello las características de una larga serie de seres vivos que se reprodujeron, quienes no lo hicieron desaparecieron.

Es por eso que en la naturaleza no se perpetúan los que sobreviven sino los que se reproducen, es por eso que decenas de animales mueren inmediatamente después de reproducirse aunque sea, en casos tan extremos como el de la mantis, solo para alimentar a la hembra. Por extrañas que parezcan estas estrategias reproductivas, si tienen éxito, pasarán a la próxima generación de los de su especie y se perpetuarán.

Piénselo así: si usted tiene hijos algo de usted pasará a la próxima generación —aunque sea su mal humor— pero, si no los tiene, sus características biológicas habrán entrado, en lo que a usted respecta, en via muerta.

La vida celebra la vida sobre todas las cosas y por eso la noche de Reyes que se celebra hoy es, seguramente, la noche más feliz del año.

Ocurre sin embargo que nuestra población envejece, las cenas de Nochebuena cada vez se van llenando más de sillas vacías y los Reyes Magos, cada año, ven cómo disminuye el número de domicilios que han de visitar.

Cuando eres niño crees que la mesa de Nochebuena siempre estará llena y que los Reyes, la noche del cinco al seis de enero, se portarán bien contigo aunque tú no te hayas portado demasiado bien con el mundo. Con los años descubres que no es así, que las mesas se vacían hasta quedar desiertas y que los Reyes empiezan a no tener quien les escriba.

Y es entonces cuando te das cuenta de que la vida solo celebra a la vida y de que algunas cosas solo tienen sentido cuando pagamos a la vida su tributo y nos reproducimos.

Así que amigo, amiga, aplícate a la tarea, no podemos mandar a los Reyes al INEM; bastante tenemos con lo que tenemos.