Están entre nosotros

Están entre nosotros

Conviven con nosotros desde la noche de los tiempos. Dueños de un saber «secreto» consideran a sus contemporáneos una especie de masa inconsciente que no es capaz de captar la realidad profunda de las cosas. Ellos saben que nada ocurre por casualidad, que todo efecto tiene una causa y que esta causa se halla casi siempre en un grupo oculto y manipulador que controla los eventos desde las sombras. Ellos saben que gobiernos, corporaciones, sociedades secretas (como los masones o los illuminati) u otras élites globales son las que controlan el mundo y son ellos, los despiertos, los únicos que están descubriendo está verdad oculta en medio de la ignorancia general de una sociedad dormida.

Igual te parece que estos grupos son algo moderno, propio de terraplanistas, negacionistas y otras nuevas tribus habitantes de la red, pero no te engañes, siempre han estado entre nosotros y muy a menudo han dejado sentir su influencia de forma intensa.

Si buceas en la historia los puedes encontrar en forma de seguidores de cultos mistéricos, de selectos grupos gnósticos, de sociedades secretas y a veces rayanas en lo esotérico como masones o rosacruces.  Inflamados por una visión maniquea de la realidad estos grupos de «elegidos» suelen dividir el mundo en términos de «buenos» y «malos». Generalmente, presentan a la élite poderosa o grupo oculto que les mencionaba antes como el villano que manipula y engaña a la mayoría de la población y esta estructura binaria les permite simplificar situaciones complejas.

Este tipo de movimientos suelen surgir alrededor de sucesos complejos de no sencilla explicación (epidemias, atentados terroristas, logros científicos…) y permiten a sus creyentes ofrecer una «explicación» simple a sucesos que, de otra forma, exigirían una compleja investigación y aproximación.

Son inmunes a cualquier razonamiento: la evidencia que contradiga su creencia se interpretará como parte de la conspiración, y aquellos que la presenten, a menudo, serán percibidos como engañados o cómplices; mucho más si quien la presenta es un organismo oficial: las teorías de la conspiración se basan en la idea de que la información oficial es engañosa o manipulada. Existe una profunda desconfianza hacia gobiernos, medios de comunicación, ciencia y figuras de autoridad, a quienes ven como cómplices en la ocultación de la «verdad» que ellos poseen.

Acólitos de la cofradía de la tierra plana, de los chemtrails, del origen extraterrestre sumerio de la humanidad a través de los annunaki, de la luna hueca, del proyecto MK-Ultra y el control mental, fanáticos negacionistas de la llegada del hombre a la luna o férreos defensores de la tesis de que las vacunas son una forma de control social, toda esta tribu de nuevos «gnósticos» se extiende y amplía su ámbito de actuación y creencias a nuevos territorios, en especial los territorios políticos.

Y la sociedad de la información está, por muchos motivos, de su parte.

En una sociedad donde multitud de personas se sienten desconectadas o alienadas las comunidades conspirativas ofrecen un sentido de pertenencia. A través de estos movimientos los individuos encuentran una identidad compartida y un grupo donde sus opiniones, aunque marginales, son valoradas. La sociedad de la información y sus inevitables sesgos de confirmación algorítmicos hacen el resto pues los algoritmos de recomendación tienden a promover justo la información que agrada o coincide con las creencias del usuario, lo cual genera una fuerte corriente de confirmación e intensifica las creencias conspirativas. Las burbujas de creencias, por ridículas que sean, cada vez abundan más y si alguien afirma que los inmigrantes haitianos se comen las mascotas de los habitantes de Springfield no dudes que pronto aparecerán «testigos» o «informaciones» que apoyen tal afirmación. Que existan opiniones en sentido contrario dará igual, el algoritmo las mostrará mucho menos y, en todo caso, dichas objeciones chocarán contra la inmunidad a la contradicción que padecen los adeptos a esta forma de pensamiento.

Parece ridículo pero es la soledad del ser humano, su necesidad de pertenencia, uno de los más firmes motores de este fenómeno, necesidad de pertenencia que también podemos encontrar cimentando el éxito de determinados movimientos religiosos o nacionalistas.

A todo esto hay que añadir esa indudable sensación de placer que produce el sentirse un «elegido», un miembro de la «contracultura» dueño de un «pensamiento crítico» que desafía a la verdad oficial. Hay un algo heróico en todo esto, tanto más heróico cuanto más insensata sea la tesis que se profesa.

Nunca me acabaron de caer bien los chamanes dueños de conocimientos ocultos, los gnósticos poseedores de una verdad solo para iniciados, de grupos secretos que buscan ventaja en la sociedad a través de su cooperación al margen de la misma. Todo su juego de rituales iniciáticos, secretos compartidos y teorías pseudocientíficas, cuando por fin los conoces, resultan absolutamente ridículos y más merecedores de un tratamiento terapéutico que de una atención crítica sería.

Lo malo es que muchas de estas insensateces se hallan en la base de partidos y movimientos sociales que un día pueden llegar a gobernarnos.


Tostadas, tomate, jamón e inteligencia artificial

Tostadas, tomate, jamón e inteligencia artificial

Ya viví la «singularidad» y el camino hacia ella en el mundo del ajedrez en los años 90 y ahora disfruto experimentando con el muy parecido camino que las inteligencias artificiales han emprendido en otros aspectos de la vida humana. Y, si con los algoritmos de ajedrez disfruté y aún disfruto (¿has visto que «espiritualmente» juega alpha-zero?), ahora disfruto conversando con las inteligencias artificiales e intercambiando con ellas ideas que me persiguen desde los hace más de tres lustros que empecé a escribir en mi blog actual.

Está mañana, mientras desayuno, le he preguntado a propósito de uno de mis tole-toles habituales: el origen evolutivo de la justicia y, como tenía redactado un trocito de post que hoy pensaba endosarles a ustedes, antes de pegarlo aquí he decidido pedirle opinión a una avanzada IA sobre el mismo y esta ha sido la conversación. Me ha dejado bastante satisfecho y con ganas de seguir experimentando con ella.

Se la copiaré pero antes pongo una foto del bar donde estoy desayunando para ilustrar de cualquier manera la conversación y paso a trascribir la conversación:

«Hola, dice un proverbio latino que «ubi societas ibi ius»; es decir, que allá donde hay sociedad hay derecho y a mí está afirmación me parece tan cierta que creo que es válida no sólo para las sociedades humanas constituidas por seres conscientes sino también para las sociedades vivas menos evolucionadas como aquellas formadas por bacterias, carentes de sistema nervioso e incapaces —por tanto— de todo raciocinio.

Esto me sugiere que el derecho, la justicia o la regulación de las relaciones interindividuales no nace de actos de razón sino de procesos evolutivos independientes inicialmente de la voluntad de los indivíduos que forman el grupo.

¿Qué opinas sobre esto y qué nos dice la ciencia al respecto?»

—Tu reflexión sobre el proverbio latino «ubi societas, ibi ius» plantea una idea fascinante sobre el origen del derecho y la justicia como fenómenos no exclusivos de la razón humana, sino como resultado de procesos evolutivos que podrían surgir incluso en formas de vida menos complejas, como las bacterias. Esto sugiere una visión del derecho y de las normas sociales como elementos emergentes de la vida en comunidad, más que como creaciones racionales deliberadas.

¿Es el derecho un fenómeno exclusivo de los seres humanos?

La noción tradicional de derecho se ha basado en la capacidad humana de razonar y tomar decisiones morales, lo que ha llevado a la creación de leyes y sistemas de justicia. Sin embargo, desde un enfoque evolutivo, algunas teorías sugieren que las normas de comportamiento —incluyendo las normas implícitas de cooperación y reciprocidad— podrían surgir en cualquier forma de vida social, aunque carezca de razón consciente o lenguaje formal.

En el ámbito de la biología, existen múltiples ejemplos de comportamientos organizados en seres vivos que, aunque no regulados por leyes en el sentido humano, parecen seguir una forma de «normatividad» emergente. Estos sistemas regulan las interacciones dentro de grupos para garantizar la supervivencia o mejorar las posibilidades de éxito evolutivo.

Ejemplos de «regulación» en organismos no conscientes:

1. Bacterias y la comunicación química: Las bacterias, por ejemplo, no tienen sistema nervioso ni capacidad de razonamiento, pero se organizan de manera colectiva a través de procesos como la quorum sensing. Este mecanismo regula el comportamiento colectivo en función de la densidad de la población bacteriana, permitiendo, por ejemplo, la formación de biopelículas o la coordinación en la liberación de toxinas. Aunque no podemos hablar de «derecho» en el sentido tradicional, se trata de una forma de regulación que establece ciertas reglas sobre cuándo y cómo los individuos deben actuar en beneficio del grupo.

2. Insectos sociales: En las sociedades de insectos como hormigas y abejas, hay comportamientos muy estructurados y «reglas» de cooperación que son esenciales para la supervivencia de la colonia. Las hormigas obreras, por ejemplo, tienen roles bien definidos y realizan tareas que benefician al grupo en su conjunto. Aunque no existe un derecho formal, su comportamiento colectivo responde a principios de organización que son funcionales para la supervivencia de la colonia.

3. Evolución de la cooperación: En animales más complejos, la cooperación puede surgir sin necesidad de un razonamiento consciente sobre normas. En muchas especies de mamíferos, las relaciones de cooperación y altruismo recíproco están documentadas. Estos comportamientos no se basan en un acuerdo explícito, sino que son producto de la evolución, donde las conductas cooperativas se seleccionan porque benefician a los individuos en el largo plazo.

¿Es el derecho un producto evolutivo?

Desde esta perspectiva biológica, podríamos argumentar que el derecho, entendido como un conjunto de reglas que regulan las relaciones entre los individuos, puede tener raíces más profundas en la evolución que lo que solemos atribuir únicamente a la razón humana. Si las bacterias y otros organismos menos evolucionados muestran patrones de conducta regulados por principios que favorecen la supervivencia colectiva, podríamos estar ante una forma primitiva de regulación que, en los humanos, alcanzó niveles de abstracción y formalización mucho más altos gracias a la capacidad de razonar, crear normas explícitas y reflexionar sobre la justicia.

Algunos filósofos y científicos del comportamiento han explorado la idea de que los humanos hemos desarrollado instituciones como el derecho a partir de nuestra historia evolutiva. Desde la psicología evolutiva y la biología del comportamiento, se argumenta que las normas de justicia, reciprocidad y cooperación tienen una base biológica, y que el derecho formal es una manifestación cultural de estos instintos profundamente arraigados. John Rawls y Robert Axelrod, por ejemplo, estudiaron cómo la cooperación puede emerger incluso en situaciones de conflicto y competencia, sugiriendo que nuestras instituciones legales son una extensión sofisticada de procesos evolutivos que favorecen la cooperación.

Conclusión

Tu propuesta de que el derecho y la regulación no son exclusivamente productos de la razón humana, sino de procesos evolutivos, está bien respaldada por la ciencia. Aunque los sistemas legales humanos son claramente construcciones sociales avanzadas, los principios básicos de cooperación y regulación de las interacciones sociales pueden encontrarse incluso en organismos mucho menos complejos. En ese sentido, podríamos decir que el derecho, como fenómeno de regulación de las relaciones, tiene raíces evolutivas que preceden a la aparición de la conciencia y la razón humanas, y que han sido adaptadas y perfeccionadas por la cultura y la civilización.

Este enfoque evolutivo aporta una perspectiva enriquecedora, donde la justicia y el derecho no son únicamente invenciones humanas, sino también una expresión de la vida en comunidad y de la necesidad de mantener un equilibrio entre los intereses individuales y los colectivos, desde los organismos más simples hasta las sociedades humanas más complejas.

Privacidad e intervención de las comunicaciones

Privacidad e intervención de las comunicaciones

Pavel Durov, el fundador de Telegram, ha sido detenido por orden de un juez francés y esta acción vuelve a traer al primer plano un debate fundamental para el futuro de nuestra sociedad.

Tratemos de poner las cosas en contexto.

El derecho al secreto en las comunicaciones y el derecho de los estados (en exclusiva el poder judicial) a intervenir las mismas son dos derechos en pugna. Sabemos que el derecho al secreto en las comunicaciones puede ser una herramienta útil para que determinadas organizaciones criminales consigan sus fines, del mismo modo que, sin secreto en las comunicaciones, la causa de la libertad quedaría inerme en países dictatoriales, al igual que muchos periodistas verían en peligro sus vidas así como cualquier disidente de la clase que sea.

Poder vulnerar el secreto de las comunicaciones es la aspiración legítima del poder judicial pero es también el sueño húmedo de la mayoría de los estados, desde los desvergonzadamente dictatoriales hasta los aparentes campeones de la democracia y la libertad ¿O es preciso recordar cómo Estados Unidos —por ejemplo— ha visto desvelados sus no muy limpios manejos en casos como el de Wikileaks, Prism o Echelon?

Pero esto no es solo una cuestión de estados y organizaciones criminales (que a veces son la misma cosa) sino de una particular forma de economía a la que se ha dado en llamar «capitalismo de vigilancia» (surveillance capitalism), un modelo de negocio fundado en la vigilancia, recopilación y uso de nuestros datos. Esto es válido no sólo para los datos que exponemos libremente en nuestras redes sociales, sino incluso para aquellos que compartimos por un correo electrónico que debería ser siempre secreto y que en la generalidad de los casos no lo es. Hoy nuestros datos alimentan inteligencias artificiales, algoritmos de mercadotecnia y publicidad e incluso forman parte de campañas de alteración de opciones políticas.

Si mira usted el listado de las cinco primeras empresas estadounidenses verá que estás son

Apple, Microsoft, Alphabet (Google), Amazon y NVIDIA, todas ellas empresas de nuevas tecnologías y en su inmensa mayoría proveedoras de servicios de correo, almacenamiento, mensajería y similares.

Puede usted imaginar que estas empresas, como los estados, tampoco desean que las comunicaciones de usted sean absolutamente privadas, es más le ofrecen gratis sus servicios a los consumidores y creo que usted puede imaginar fácilmente por qué.

Si la sociedad manifiesta sus temores al respecto de la privacidad siempre hay un oportuno caso de pedofilia o tráfico de drogas que hace que esa misma sociedad reconsidere sus demandas y es por eso que —fuera de las demandas de algún activista (que acaba exiliado o en prisión generalmente) o de algún minoritario partido pirata— este asunto no parece interesar a nadie. Para cuando interese me temo que el problema no tendrá remedio; de hecho es posible que ya no lo tenga.

Hoy sin embargo me he encontrado con la atractiva personalidad de Meredith Wittaker (la chica de la foto que ilustra el post), cara visible de una empresa de mensajería (Signal) comprometida con el secreto de las comunicaciones, el cifrado y la privacidad.

Leo su entrevista en Wired y veo que afirma que «todos tenemos un análisis claro del capitalismo de vigilancia y de lo que está en juego con la vigilancia masiva en manos de los poderosos» y pienso que esa claridad de visión será en su empresa, en Signal, porque en la sociedad todos los días nos dejamos ganar mansamente esta batalla y ya la mayoría piensa que está sociedad de la vigilancia es la forma natural en que ocurren las cosas.

Y, mientras, el debate entre la justa intervención  y el imprescindible derecho al secreto en las comunicaciones se sigue cerrando una y otra vez siempre en el mismo sentido en medio de la indiferencia de todos.

Agita tus alas

Agita tus alas

Hace unos cinco días escribí un post en el que les preguntaba si eran ustedes de los que consideraban que el futuro estaba escrito o si, por el contrario, eran de los que opinaban que nuestras acciones eran susceptibles de determinarlo. En suma, si creían ustedes o no en la predestinación.

Les conté como la física clásica entendía que era perfectamente posible predecir el futuro y decirnos cómo fue el pasado siempre y cuando contásemos con los datos suficientes; es decir, que si conocíamos los datos precisos sobre la órbita de la Tierra o de un planeta alrededor de un astro, no habría problema en predecir dónde estaría nuestro astro en el futuro y donde estaba en el pasado. La naturaleza era un mecanismo de relojería regulado por leyes que nos permitían saber cómo sería el futuro y cómo fue el pasado.

Esta idea la expresó con toda claridad en 1776 el matemático francés Laplace cuando afirmó que, si conociésemos la velocidad y posición de todas las partículas del universo en un momento dado podríamos predecir con toda precisión el futuro y narrar cómo fue el pasado.

La realidad es que el asunto no es tan fácil y es aquí donde debo contarles la historia de Edward Lorenz, un meteorólogo hoy famoso.

Edward Lorenz trabajaba en 1963 en unas ecuenciaciones que le permitiesen efectuar predicciones sobre el clima. En un cierto momento introdujo las ecuaciones en el computador para ver de forma gráfica los resultados y, como los ordenadores eran lentos en aquella época, marchó a tomar el té. Posteriormente trató de reproducir el experimento introduciendo los mismos datos y se encontró con que el ordenador arrojó un resultado absolutamente distinto al que había arrojado en el primer experimento. Sorprendido por el resultado Edward Lorenz trató de averiguar la causa de aquella tremenda discrepancia y halló que en el primero de los experimentos había suministrado a la computadora datos con hasta el sexto decimal de precisión, mientras que en el segundo tan solo había introducido datos hasta el tercer decimal de precisión y, sin embargo, una variación de diezmilésimas en los datos iniciales  provocaba unos resultados finales absolutamente dispares. Esta observación se considera el principio de la teoría del caos.

Que pequeñas variaciones mínimas en las condiciones iniciales den lugar a tremendas diferencias en los estados finales es algo que resulta verdaderamente sorprendente, pero que desde luego no anula esa afirmación de Laplace de que si conociésemos «con toda precisión» los datos que afectan a cada partícula del universo podríamos predecir tanto el pasado como el futuro. Es por eso que, antes que otra cosa, debemos preguntarnos si podemos medir «con absoluta precisión» los datos porque, si no podemos medirlos con absoluta precisión y pequeñas variaciones en los datos iniciales producen grandes diferencias en los estados finales en los sistemas caóticos, parece evidente que nunca podremos predecir nada y en este punto seguramente es oportuno recordar un artículo que en 1967 publicó el hoy famosísimo matemático Benoit Mandelbrot, un artículo titulado «¿Cuánto mide la costa de Gran Bretaña?»

Trato de resumirlo. Si ustedes se proveen de un metro y se deciden a medir cuánto mide la costa de Gran Bretaña obtendrán un determinado resultado. Pero el resultado no será exacto, porque en cada trozo de costa medido con ese metro habrá entrantes y salientes que no han sido perfectamente, medidos con con la herramienta. Naturalmente que en lugar de un metro podemos utilizar una vara de 50 centímetros, pero igualmente volveremos a obtener una diferencia porque en esos 50 centímetros existen entrantes y salientes que no coinciden con la rectitud de la vara y lo mismo nos irá pasando según vayamos reduciendo nuestro patrón de medida.

No les sorprenderá que el matemático que escribió este artículo Benoit Mandelbrot fuese el padre de los hoy famosísimos fractales.

Dado que el continuo de los números es infinito siempre tendremos un grado mayor de precisión del que hemos medido de forma que lo cierto es que nunca podremos medir con absoluta precisión la costa de Gran Bretaña.

Si a esta imprecisión de la medida le unimos esa característica especial de los sistemas caóticos de que la más leve modificación en los valores iniciales nos conduce a resultados que pueden ser absolutamente distintos desde luego tendremos que reconocer que en los sistemas caóticos el futuro no está escrito y que depende de hasta las más mínimas variaciones, pudiendo tener estas, por mínimas que sean, consecuencias imprevisibles.

Permítanme que les diga ahora que en los «Sistema dinámicos» un **atractor** es un conjunto de valores numéricos hacia los cuales un sistema tiende a evolucionar, dada una gran variedad de condiciones iniciales en el sistema. Geométricamente, un atractor puede ser un punto, una curva, una variedad o incluso un conjunto complicado de estructura fractal y es ahí donde tiene sentido la ilustración de este post pues Edward Lorenz, cuando obtuvo la representación geométrica de sus observaciones sobre los sistemas caóticos, obtuvo la imagen que ven en la fotografía.

Atractor extraño

A este tipo de atractores se les llama «atractores extraños» e ilustran bien esos sistemas caóticos en los que, la más mínima variación, puede generar consecuencias impredecibles, como en el caso del clima, la economía, las biología, la sociedad o los enjambres.

Seguramente mirando la ilustración te has percatado del parecido de este «atractor extraño» con un cierto insecto de grandes alas. Y sí, su parecido no es sólo formal, porque tú y yo sabemos que el aleteo de una mariposa en África puede dar lugar a un ciclón en Florida, que es justo lo que nos dice la teoría del caos.

Por eso no te preguntes nunca si tus acciones tendrán o no importancia, si servirán para obtener una pasarela al reta o no, tú, simplemente, agita tus alas y deja que la física, la biología, las matemáticas y las dinámicas de enjambre se ocupen del resto.

Haz lo que sientes que has de hacer, tú no lo sabes pero tu trabajo puede ser el que marque la diferencia entre el fracaso y el éxito.

Vamos.

Mektub

Mektub

Existe una fatalista expresión en árabe que designa lo inevitable, «Mektub» (está escrito), una palabra que, por cierto, da título a una muy conocida marcha pasional de semana santa.

Está convicción de que el futuro «está escrito» está firmemente asentada en muchas personas pero ¿qué hay de verdad en ello?

Cuando acudíamos a clase de religión durante la enseñanza primaria, la existencia de un dios omnisciente necesariamente nos conducía a preguntarnos sobre la predestinación: si dios conocía el futuro y sabía lo que había de ser de nosotros ¿Qué sentido tenía entonces todo ese lío de mandamientos de la Ley de Dios, de la Santa Madre Iglesia y todo aquel catálogo de pecados mortales y veniales con que nos atormentaban los curas y profesores? Si lo que había de ser de nuestras almas ya estaba escrito, lo mejor, sin duda, era aparcar la clase, irnos al recreo y dejar que las cosas fuesen como estaba escrito que habían de ser. Este debate, créanme, se reproducía año tras año; eran otras épocas.

No fallaba, en cuanto el cura nos hablaba de que dios lo sabía todo, inmediatamente, algún compañero planteaba la cuestión de la predestinación y el debate estaba servido. Los curas despachaban el asunto recurriendo al inapelable argumento de la omnipotencia divina —un siempre muy socorrido expediente para no enredarse en debates interminables— pero nuestros profesores de filosofía, siempre reacios a recurrir al recurso divino, no fueron pocas las horas de clase que perdieron tratando de explicarnos lo inexplicable. ¿O no?

La historia de la humanidad es la historia de la búsqueda de esas leyes que regulan el funcionamiento del universo, leyes que nos permiten predecir el futuro con toda exactitud y averiguar cómo fue el pasado con idéntica certidumbre. Los científicos, una vez han descubierto una ley física, tradicionalmente han parecido capaces de predecir el futuro y hasta el pasado. Conocida la ley de la gravitación universal, los científicos pueden predecir sin problemas en qué punto de la órbita se encontrarán Marte o Júpiter dentro de un año o dos, como serán capaces también de decirnos donde estuvieron esos mismos planetas hace un año o dos en el pasado.

Contando con todos los datos precisos podríamos predecir con exactitud si una moneda, lanzada al aire, caería de cara o de cruz; claro que son demasiados datos (posición inicial de la moneda, fuerza exacta aplicada y dirección de la misma, incluso densidad del aire… Y un larguísimo etcétera) pero, si contásemos con todos esos datos, un científico newtoniano se sentiría bastante seguro de poder predecir el resultado de ese experimento no tan aleatorio de lanzar una moneda al aire. No existe el azar, nos dirá un científico determinista, lo que ocurre, simplemente, es que no contamos con todos los datos precisos.

Esta visión determinista de la ciencia parecería corroborarse por el funcionamiento de los ordenadores actuales. Para un ordenador es virtualmente imposible generar un número verdaderamente aleatorio, ante la potencia de cálculo parece que se rinde el azar; lo que para los seres humanos es evidente no resulta tan fácil para un ordenador, el azar, los números realmente aleatorios, parecen un campo vedado para ellos y sus chips deterministas.

¿No existe entonces el azar? ¿Es verdad entonces que todo está escrito y que, si no somos capaces de predecir lo que va a ocurrir, se debe simplemente a carecemos de los datos necesarios? ¿Es el universo determinista y —como decían mis compañeros de colegio— lo mejor que podemos hacer es irnos al recreo, dado que nada puede hacerse contra un futuro ya determinado por los hechos pasados?

Nunca me gustó el determinismo y ni siquiera me resulta simpático el aire de suficiencia de esos científicos newtonianos con aire de saberlo todo; el gato de Schrodinger es mil veces más simpático que ellos, esté vivo, muerto, o ambas cosas al mismo tiempo.

Porque, gracias a los físicos cuánticos, en las últimas décadas la sociedad ha empezado a habituarse al uso de expresiones como «complejidad», «ecuaciones no lineales», «principio de incertidumbre» o «atractores extraños» y «efectos mariposa». El azar, la incertidumbre, lo incognoscible, se abren paso en el mundo subatómico y, si un físico newtoniano es capaz de predecir con exactitud donde está o estará un planeta, un físico cuántico nos enseña que es una tarea imposible tratar de predecir en qué punto exacto se encontrará un electrón en un momento dado. En el mundo de la física cuántica las cosas nunca se sabe si están en un lugar concreto porque, a veces, incluso pueden estar en dos lugares distintos al mismo tiempo.

Tal y como está ahora la ciencia el azar y el determinismo parecen convivir y mezclarse, la manzana de Newton y el gato de Schrodinger conviven juntos en la misma habitación y la realidad es que, dependiendo de cómo contemplemos el mundo, el dios omnisciente y la imprevisibilidad más inquietante son ambas posibles y, lo que es más sorprendente, parece que en la realidad conviven con toda naturalidad.

No, no está el futuro escrito, no es tiempo todavía de irse al recreo, me temo que es todavía tiempo de apencar y tratar de escribir el futuro por nosotros mismos.

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Y ahora que escribo esto no puedo evitar recordar aquel discurso de Adolfo Suárez en que recordó los versos de Antonio Machado:

«¡Qué importa un día! Está el ayer alerto
al mañana, mañana al infinito,
hombres de España, ni el pasado ha muerto,
ni está el mañana -ni el ayer- escrito».

Y noto un regusto triste en la boca al recordar algo que me llamó la atención el día de su funeral: mientras el cortejo avanzaba se escuchaban los sones de una marcha fúnebre muy familiar para mí: «Mektub».

Estoy seguro que al Adolfo que conocí no le hubiese gustado.

Construyendo un meme: el síndrome de Fadh

Construyendo un meme: el síndrome de Fadh

El de Fadh es un síndrome casi siempre idiopático cuyo principal síntoma es la tendencia de quién lo padece a formular argumentos «ad hominem» cuando se ve inmerso en cualquier tipo de debate.

Se ha observado que el síndrome de Fadh (o de la Falacia AD Hominem) suele aquejar principalmente a los participantes en debates en redes sociales y se ha llegado a formular un enunciado de interacción social paralelo a la llamada «Ley de Godwin» que afirma que:

«formulada una afirmación en redes, a medida que la discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una alusión personal relativa a algún atributo del emisor de la afirmación en lugar de analizar el contenido sustancial del argumento en sí mismo, tiende a uno».

Dicho de otro modo, si una conversación en linea se alarga lo suficiente uno de los conversantes acabará efectuando alusiones personales respecto de su interlocutor en lugar de analizar el contenido sustancial del argumento enunciado.

El síndrome de Fadh es crónico entre los miembros de la clase política española (trastorno explosivo del «y tú más») y hay quien le tiene por patognomónico del llamado «trastorno del hooligan político español».

Dada su enorme prevalencia en los debates políticos en redes sociales se ha propuesto como remedio que cualquier conversación se cierre en el exacto momento en que aparezca el primer argumento ad hominem y se coloque en situación de «ignorar» a su emisor señalando o no (en esto no hay consenso) la presencia del síndrome de Fadh.

Aclaración final (wikipedia):

En lógica, se denominan como argumento ad hominem (del latín ‘contra el hombre’) o falacia ad hominem varios tipos de argumentos, muchos de los cuales considerados falacias informales, que consisten en refutar una afirmación en función del carácter o de algún atributo del emisor de la afirmación, en lugar de analizar el contenido sustancial del argumento en sí mismo. Generalmente sigue la siguiente estructura: «A afirma x; B afirma que A tiene algo cuestionable; luego, por extensión, B afirma que x es cuestionable». La conclusión también suele indicar que lo que afirma A no merece ser tenido en cuenta.

Es una de las falacias lógicas más conocidas. Tanto la falacia en sí misma como la acusación de haberse servido de ella (argumento ad logicam) se utilizan como recursos en discursos reales. Como técnica retórica es efectiva, y tiene como objetivo persuadir de una idea a personas que se mueven más por sentimientos que por la lógica; se atacan, así, no los argumentos propiamente dichos, sino a la persona que los produce y algunas de sus circunstancias, como origen, etnia, educación, riqueza (o pobreza), estatus social, moral, familia, etcétera.

Canta y no llores

Canta y no llores

Si existe un himno «in pectore» para los mexicanos este es la canción «Canta y no llores» (Cielito lindo). Famosa en México, en España y en el mundo entero pareciera que no pueda existir nada más mexicano que esta canción, un sombrero charro y una botella de Tequila. Y sin embargo…

Sin embargo, a poco que nos fijemos, hay algo sospechoso en la letra de esta canción sobre todo en la estrofa que dice

«De la Sierra Morena,
(cielito lindo)
vienen bajando
un par de ojitos negros
(cielito lindo)
de contrabando.»

En México, necesario es decirlo, no existe ninguna sierra que se llame «Sierra Morena» por lo que si esos ojos negros bajaban de algún lugar ciertamente este no estaba en México.

Mis lectores españoles, estoy seguro, nunca habrían reparado en este detalle pues existiendo en América lugares con nombres tan españoles como Guadalajara, Veracruz, Los Ángeles o Santa Fé ¿por qué no iba a haber en México otra Sierra Morena? Y sin embargo no, por extraño que parezca, a nadie se le ocurrió bautizar ninguna cordillera mexicana con ese nombre y es por eso que resulte chocante que de la Sierra Morena (cielito lindo) bajen de contrabando los ojos de esta canción.

Si prescindimos del omnipresente «cielito lindo» observaremos que la métrica de las estrofas es la que corresponde a las llamadas «seguidillas» con versos de, alternativamente, siete y cinco sílabas

«Ese lunar que tienes
junto a la boca
no se lo des a nadie
que a mí me toca.»

Y con estos datos que les he dado no sería extraño que alguno de mis lectores se decidiese a bucear entre los poemarios y cancioneros en lengua castellana a la búsqueda de alguna letra parecida a las que se cantan en la canción (cielito lindo) que hoy nos ocupa. Y, si lo hiciera, se llevaría la tremenda sorpresa de que, muchos años antes de que la canción fuese compuesta, la letra de la misma ya era popular en España.

Las dos estrofas que hemos citado hasta ahora junto con el estribillo

«Canta y no llores
porque cantando se alegran
los corazones»

Son estrofas de una seguidilla española recogida ya en 1865 por Emilio Lafuente Alcántara aún cuando tienen un origen anterior. Dado que el compositor oficial de la canción, el mexicano Don Quirino Mendoza y Cortés, compuso la canción en 1882 podemos concluir que la letra no era original y podemos preguntarnos ¿fue un plagio?

La respuesta es un rotundo no. Don Quirino no sólo compuso la música de vals que todos conocemos sino que, a las viejas letras, les añadió ese obstinado «cielito lindo» que da chispa, gracia y hasta nombre a la canción. Nada teman los mexicanos, «cielito lindo» es mexicana hasta la médula y lo seguiría siendo aunque la letra hubiese sido escrita en Marte. De hecho el caso de «cielito lindo» ilustra perfectamente esa ley de la vida y de la información que dicen que información y vida mutan siempre hasta alcanzar su máximo nivel replicativo. Las viejas letras españolas casi olvidadas mutaron con solo añadir el «cielito lindo» y hoy todo el mundo las recuerda gracias a esa mínima adición y a la música de Don Quirino.

No fue pues un plagio, lo que sí fue un plagio en toda regla fue la versión que registraron el argentino Osvaldo Fresedo y su hermano Emilio como tango con el nombre de «Cielito mío», una copia clónica del «Cielito lindo» de Don Quirino y que llegó a ser cantada con éxito nada menos que por Carlos Gardel.

Nada de extraño hay en todo esto que les cuento pues es así como funciona la vida y la cultura, nadie crea nunca de la nada y todas las creaciones son, como explicaba magistralmente Jorge Drexler en una charla de TED (véanla), «un poco de todas partes y de todas partes un poco».

Y esto que les cuento no es sólo un caso de mexicanos, españoles y argentinos pues en todas partes cuecen habas y en los Estados Unidos a calderadas. Vean si no el caso de Walt Disney.

En 1928 nació un personaje de dibujos animados. Un temprano Mickey Mouse hizo su debut en mayo de aquel año, en un corto mudo llamado «Plane Crazy». En noviembre de ese mismo año, en el Cine Colonia de la ciudad de Nueva York, en la primera cinta de dibujos animados sincronizados con sonido, «Steamboat Willie» dio a luz al personaje que se convertiría en Mickey Mouse.

El sonido sincronizado se había introducido en el cine un año antes con la película «El cantor de jazz». Su éxito llevó a que Walt Disney copiara la técnica y mezclara el sonido con los dibujos animados. Nadie sabía si funcionaría o, si funcionaba, si llegaría a ganarse un público. Pero, cuando Disney hizo una prueba en el verano de 1928, los resultados no dejaron lugar a dudas. Disney describió así aquel experimento:

«Dos de mis muchachos sabían leer música, y uno de ellos sabía tocar el órgano. Los pusimos en una habitación en la que no podían ver la pantalla y lo arreglamos todo para llevar el sonido a la habitación en la que nuestras esposas y amigos iban a ver la película. Los muchachos trabajaban a partir de una partitura con música y efectos sonoros. Después de varias salidas en falso, el sonido y la acción echaron a correr juntos. El organista tocaba la melodía, el resto de nosotros en el departamento de sonido golpeábamos cacerolas y soplábamos silbatos. La sincronización era muy buena.

El efecto en nuestro pequeño público no fue nada menos que electrizante. Respondieron casi instintivamente a esta unión de sonido y animación. Pensé que se estaban burlando de mí. De manera que me senté entre el público y lo hicimos todo otra vez. ¡Era terrible, pero era maravilloso! ¡Y era algo nuevo!»

El socio de entonces de Disney, y uno de los talentos más extraordinarios en el campo de la animación, Ub Iwerks, lo explica con mayor intensidad:

_“Nunca he recibido una emoción mayor en mi vida. Nada desde entonces ha estado a la misma altura”._

Disney había creado algo muy nuevo, basándose en algo relativamente nuevo. El sonido sincronizado dio vida a una forma de creatividad que raramente había sido –excepto en manos de Disney– algo más que un relleno para otras películas. Durante toda la historia temprana de la animación, fue la invención de Disney la que marcó el estándar que otros se esforzaron por alcanzar. Y bastante a menudo el gran genio de Disney, su chispa de creatividad, se basó en el trabajo de otros.

Todo esto es algo familiar. Lo que quizá ya no sepas es que 1928 también marcó otra transición importante. Ese año, otro genio, no de la animación sino de la comedia, creo su última película muda producida de forma independiente. Ése genio era Buster Keaton y la película era…  [_«Steamboat Bill Jr._«](http://en.wikipedia.org/wiki/Steamboat_Bill_Jr.).

Buster Keaton nació en una familia de actores de Vodevil en 1895. En la era del cine mudo había sido el rey, usando la comedia corporal como forma de arrancarle incontenibles carcajadas a su público era un clásico de este estilo, famoso entre los cinéfilos por sus números increíbles. La película era puro Keaton, extremadamente popular y de las mejores en su género apareció **antes** que la película de dibujos animados de Disney, _«Steamboat Willie»_.

La coincidencia de títulos no es casual. «_Steamboat Willie»_ es una parodia directa en dibujos animados de y ambas tienen como fuente una misma canción. No es solo a partir de la invención del sonido sincronizado en _«El cantor de jazz»_ que obtenemos _«Steamboat Willie»_. Es también a partir de la invención por parte de Buster Keaton de «Steamboat Bill, Jr_.», inspirado a su vez en la canción _“Steamboat Bill”.  Y a partir de _Steamboat Willie_ obtenemos Mickey Mouse.

Este “préstamo” no era algo único, ni para Disney ni para la industria. Disney estaba siempre repitiendo como un loro los largometrajes para el gran público de su tiempo. Lo mismo hacían muchos otros. Los primeros dibujos animados están llenos de obras derivadas, ligeras variaciones de los temas populares; historias antiguas narradas de nuevo. La clave para el éxito era la brillantez de las diferencias. Con Disney, fue el sonido lo que les dio la chispa a sus animaciones. Más tarde, fue la calidad de su trabajo en comparación con los dibujos animados producidos en masa con los que competía. Sin embargo, estos añadidos fueron creados sobre una base que había tomado prestada. Disney añadió cosas al trabajo de otros antes que él, creando algo nuevo a partir de algo que era apenas viejo.

A veces el préstamo era poca cosa, otras era significativo. Piensa en los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Si tienes la misma mala memoria que yo, seguramente pensarás que estos cuentos son historias dulces y felices, apropiadas para cualquier niño a la hora de acostarse. En realidad, los cuentos de hadas de los hermanos Grimm nos resultan, bueno, bastante siniestros.

Solamente unos pocos padres pasados de ambición se atreverán a leerles a sus hijos, a la de hora de acostarse o a cualquier otra hora, esas historias llenas de sangre y moralina. Disney tomó estas historias y las volvió a contar de una manera que las llevó a una nueva era. Las animó convirtiéndolas en dibujos animados, con personajes y luz. Sin eliminar los elementos de miedo y peligro por completo, hizo que lo oscuro fuera divertido e inyectó compasión genuina donde antes solo había terror. Y esto no lo hizo únicamente con la obra de los hermanos Grimm. De hecho, el catálogo de las obras de Disney que se basan en la obra de otros, es asombroso cuando se repasa el catálogo completo: Blancanieves (1937), Fantasía (1940), Pinocho (1940), Dumbo (1941), Bambi (1942), Canción del sur (1946), Cenicienta (1950), Alicia en el país de las maravillas (1951), Robin Hood (1952), Peter Pan (1953), La dama y el vagabundo (1955), Mulan (1998), La bella durmiente (1959), 101 dalmatas (1961), Merlín el encantador (1963) y El libro de la selva (1967), sin mencionar un ejemplo reciente del que quizá nos deberíamos olvidar, El planeta del tesoro (2003). En todos estos casos, Disney (o Disney, Inc.) tomó creatividad de la cultura en torno suyo, mezcló esa creatividad con su propio talento extraordinario, y luego copió esa mezcla en el alma de su cultura. Toma, mezcla y copia.

Esto es un tipo de creatividad. Es una creatividad que deberíamos recordar y celebrar. Hay quien dice que no hay creatividad alguna excepto ésta. No tenemos que ir tan lejos para reconocer su importancia. Podríamos llamar a este tipo de creatividad «creatividad de Disney», aunque eso sería un poco engañoso pues muchos años antes la utilizó Don Quirino con su «Cielito lindo». Esta creatividad de Don Quirino es una forma de expresión y de genio que se basa en la cultura que nos rodea y que la convierte en algo diferente.

La forma en la que trabajó Don Quirino es la forma en la que trabaja el mundo, nadie inventa nada, Don Quirino no inventó el compás de tres por cuatro ni el vals, Don Quirino no inventó las notas musicales, Don Quirino no inventó el castellano ni las estrofas en seguidilla, ni la Sierra Morena, pero lo tomó todo, lo unió y creo algo nuevo y diferente que hoy perdura en la memoria de toda la humanidad que canta y siente en español y en parte de la que no lo hace. Es verdad que para 1882 cuando Don Quirino escribió «Cielito lindo» o para 1928 cuando Disney comenzó sus trabajos los derechos de autor apenas si se extendían por treinta años, no como hoy que estos se han extendido hasta más de 70 años después de muerto el autor, de forma que no se puede hacer con Disney lo que Disney hizo con los Hermanos Grimm. Pero para los Estados Unidos la industria del copyright es un elemento clave y la creatividad les importa bastante menos que el negocio.

En todo caso, cielito lindo, olvídate hoy del copyright y de los gringos que lo inventaron y disfruta: canta y no llores, porque gracias a Don Qurino y a su forma de hacer las cosas tendremos para siempre una canción que cantar juntos.

El dios alfarero

El dios alfarero

«Oficio noble y bizarro,
entre todos el primero
pues, en la industria del barro,
dios fue el primer alfarero
y el hombre el primer cacharro».

Impresiona fuertemente cómo, a veces, los viejos textos ilustran las más modernas teorías.

Comparto las tesis del premio nobel Ilya Prigogine sobre la forma en que funcionan el universo y la vida, una mezcla de materia energía e información donde está última, mediante un generoso derroche de energía, informa a la primera haciéndola adoptar todas las formas que conocemos; un trabajo que, la entropía, se encargará con el tiempo de borrar.

La imagen del dios creador alfarero presente en numerosos textos antiguos —no sólo en el Génesis— dando con su energía forma a la materia (barro) es una metáfora perfecta de esta forma de funcionamiento del universo de que les hablo.

Como el hombre que escribe en la arena de la playa su nombre para que luego las olas del mar lo borren, como el niño que amontona arena para hacer con ella un castillo que destrozará la marea, como el cántaro informado y cocido por el alfarero que, antes o después, caerá al suelo hasta hacerse añicos, somos materia que por un brevísimo lapso ha sido organizada de forma excepcional hasta que, en un plazo fugaz, incapaz de mantenerse en equilibrio —en homeostásis— se disolverá en el olvido como el nombre en la arena, el castillo del niño o el cántaro del alfarero. O como lágrimas en la lluvia, si quieren una versión más moderna de todos estos símiles.

Razón y revelación

Razón y revelación

El establecimiento del catolicismo como religión oficial del imperio romano provocó una serie de interesantes cambios que serían decisivos para la humanidad, hoy he andado cacharreando y tratando de sintetizar algunos de ellos.

La implantación del catolicismo como religión oficial del Imperio Romano supuso, en primer lugar, un cambio en la relación del ser humano con su entorno, un cambio en la forma de entender y organizar la sociedad, una jerarquía distinta de valores, una nueva respuesta a las preguntas de de dónde venimos y a dónde vamos y, por supuesto, un cambio en la forma de legitimar el poder. Y, siendo el catolicismo una religión mistérica incomprensible para la razón humana en algunos aspectos, el catolicismo también supuso un detrimento de las fórmulas racionales de conocimiento del entorno en favor de las fórmulas reveladas. La facultad de conocer, en última instancia, fue retirada al común de la población y, también en última instancia, entregada a una casta de personas que tenían el monopolio de la interpretación de la verdad revelada. El mundo católico es un mundo donde había una sola verdad, lo cual es, en muchos aspectos, tranquilizador.

Aún recuerdo cómo, durante mi educación infantil, se nos repetía a los niños la anécdota de Agustín de Hipona (San Agustín) que contaba cómo, paseando este cierto día por la playa pensando en el misterio de la Santísima Trinidad, se encontró con un niño que, tras hacer un hoyo en la arena, se dedicaba a echar agua del mar dentro de él.

—¿Por qué haces eso, niño? (preguntó Agustín)
—Quiero meter toda el agua del mar en este hoyo.
—Pero ¿no ves que eso es imposible?

A lo que el niño respondió

—Más imposible es que tú entiendas eso en lo que estás pensando.

La anécdota ilustra bien que con el catolicismo hay cosas que no hay que tratar de entender, que son cuestión de fé y que, por ello, son cosas que se creen, no son cosas que se saben.

Este carácter mistérico del catolicismo hizo que, durante aquellos años oscuros que vieron el advenimiento de la Edad Media, la revelación ocupase un lugar central en lo relativo al conocimiento del mundo y que preguntarse por qué el mundo era como era y no de otra forma hasta cierto punto no tuviese sentido, el mundo era así porque así lo había creado Dios.

Esto no quiere decir que se renunciase a toda investigación, obviamente, pero sí que, en último término, la revelación era la fuente suprema de conocimiento y esta solo podía ser desvelada por una casta especial de hombres: los hombres de iglesia.

Así simplificadas las cosas no es de extrañar que, en el mundo cristiano, todo pareciese estar ordenado hasta los tiempos modernos. Dios gobernaba el mundo, la iglesia expresaba sus deseos extraídos de la revelación, los reyes lo eran por designio divino expresado a través de la sucesión hereditaria y eran ellos quienes gobernaban, hacían las leyes, declaraban las guerras y firmaban las paces, siempre bajo la supervisión de una casta sacerdotal que, curiosamente, ni era ni podía ser hereditaria pues regía el celibato, sino cooptada.

El mundo pues, para la civilización cristiana, fue un lugar seguro y conocido durante casi mil años, cada cosa estaba en su sitio y todo tenía una razón de ser dentro del plan divino, desde la vida terrena hasta la ultraterrena pasando por las formas de vida y de gobierno.

Pero con el redescubrimiento de la antigüedad pagana durante el Renacimiento, con la reforma de Lutero, con la aparición de la imprenta y la difusión de nuevas ideas, está visión monolítica del mundo comenzó a resquebrajarse tras mil años de hegemonía, la razón y la lógica comenzaron a salir del lugar en que les había confinado la revelación y el mundo, claro, se tambaleó.

En la caja de herramientas de la humanidad la razón y el método científico sustituyeron a la revelación como instrumentos del conocimiento y esto tuvo consecuencias políticas a la hora de legitimar las formas de gobierno existentes. Si no estaba tan claro que los reyes fuesen reyes por designio divino ¿por qué no buscar formas de gobierno y gobernantes de acuerdo con las reglas de la razón y no de la revelación?

Cuando en 1793 el rey de Francia Luis XVI fue guillotinado sin que a Dios pareciese importarle demasiado, una visión del mundo, del gobierno y del estado, comenzó a desaparecer.

Pero… Y si no era Dios quien legitimaba los gobiernos ¿Quién o qué era quien lo hacía?

Hubo que buscarle un sustituto a Dios como legitimador del poder y, de entre las muchas ideas que se propusieron una idea, no menos irracional ni inexplicable que la divina, se abrió paso con tremendo éxito, la nación, una idea que no pareció ser puesta en cuestión hasta que dos guerras mundiales devastaron el planeta poniendo en peligro la propia supervivencia de la especie humana en una hipotética tercera.

¿Qué era y que representaba esa idea llamada nación? ¿tenía algún fundamento racional? ¿era una idea filantrópica o perversa?

El cambio que sufrió el mundo en el siglo XIX no tiene parangón y en pocos años la visión del mundo de los seres humanos cambió por completo.

Pero ¿por qué narices les estoy contando yo todo esto una mañana de domingo?

Esa sí que es una buena pregunta.

Cómo empezó todo

Cómo empezó todo

La mayoría de las civilizaciones de la tierra han tratado de explicar cómo comenzó este mundo que habitamos y, para ello y a falta de conocimientos científicos, han dado en usar de intuiciones, a veces geniales, que han plasmado en mitos.

De los inventores de la historia —los sumerios— nos llega a través de los acadios y los babilonios una de las primeras historias que nos explican cómo el mundo y el hombre fueron creados. A esa historia la conocemos con el nombre de sus primeras palabras «Enuma elish» («Cuando en lo alto».  𒂊𒉡𒈠𒂊𒇺) y nos cuenta cómo el mundo fue creado «Cuando en lo alto el cielo no existía ni abajo existía la tierra firme».

La vieja historia sumeria, en síntesis, nos cuenta uno de los mitos más ampliamente repetidos en todas las civilizaciones del mundo: la lucha entre el caos y el orden; el caos, en el caso del Enuma Elish, representado por la monstruosa diosa Tianmat y el orden por el luminoso dios Marduk. Tras la victoria de Marduk sobre Tianmat, del orden sobre el caos, comienza la labor creadora, ordenadora, de aquel hasta lograr el cosmos y armonía natural que admiran al ser humano.

No muy distinta es la historia que se relata en la creación contenida en nuestro Antiguo Testamento, pues, en el primero de sus libros —conocido como «Génesis» por la mayoría pero que, como en el caso del Enuma Elish, es conocido por su primera palabra por los judíos «Bereshit» («En el principio…»)— también un dios ordenador informa el caos primigenio hasta producir el cosmos armónico que conocemos.

Esta misma lucha caos-orden se produce también en las mitologías mesoamericanas y al lector curioso le sorprenderá comprobar cómo leyendas e imágenes se repiten, por ejemplo:

En el mito de la creación azteca los dioses Tezcatlipoca y Quetzalcóatl logran acabar con el monstruo del caos cuyas lágrimas se convierten en los ríos, justo igual que en el caso de Tianmat, cuyos ojos son las fuentes de los ríos Tigris y Eúfrates para los mesopotámicos. Igualmente sorprendente es el relato contenido en uno de los mitos incas sobre la creación donde el dios Viracocha, tras un primer intento de crear al hombre, al ver que la obra le ha quedado mal, ordena un diluvio para acabar con ellos.

Sí han leído el Antiguo Testamento o tienen nociones de historia sagrada estoy seguro que todos estos relatos que les cuento les suenan.

No digo que todos los mitos de creación de todas las civilizaciones sea iguales, sólo señalo que este de la lucha orden-caos es uno de los más frecuentes (Mesopotamia, Egipto, Mesoamérica…) y resulta, en mi criterio, una ilustración brillante, la expresión poética de una intuición verdaderamente notable sobre la forma en que el mundo funciona y sobre el mecanismo esencial de la «creación».

Porque, si lo analizamos bien, la forma en la que el mundo funciona es esta que nos cuentan los viejos textos, la de una eterna lucha entre una fuerza caótica y un impulso informador que dote de orden al caos. Seguramente este proceso de creación, de cómo puede emerger el orden del caos, es necesario que yo se lo explique aquí pues, de no hacerlo, pueden ustedes pensar que todo esto que les cuento no es más que otro mito como el Enuma Elish o el Bereshit y no la forma en que la naturaleza se comporta.

Para explicar todo este asunto de forma que se entienda bien recurriré a la estructura Sumeria del mito y, si su paciencia lo sufre, les presentaré a la diosa del caos (Tianmat) a la que llamaremos «entropía», al dios informador (Marduk) al que llamaremos energía y el resultado final de esta tensión, la materia informada, será el cosmos y la vida que conocemos.

Veamos cómo Marduk (la energía) pelea con Tianmat (la entropía) y produce orden donde antes sólo había caos.

Quizá para entender esto lo mejor es que empiecen por llenar su lavabo de agua y coloquen firmemente el tapón en su fondo, con esto habremos creado en su cuarto de baño ese océano primigenio de donde brotaron el mundo y la vida. Y ahora prepárense, van a ser espectadores del maravilloso proceso de la creación, ese proceso mediante el cual el caos se informa, se ordena, hasta dar lugar a fenómenos tan complejos y maravilloso como la vida. Vamos allá.

Una vez tenemos lleno nuestro lavabo de agua en nuestro miniocéano primigenio reina el caos, el sistema está en ese aburrido estado de máxima entropía del que parece imposible salir y malamente nadie nos sacará de aquí salvo que se nos aparezca algún dios Marduk que ordene un poco este aburrido charco de agua.

Nosotros invocaremos a Marduk (la energía) quitando el tapón del lavabo y dejaremos que la energía (Marduk) en forma de ley de la gravedad actúe sobre nuestro miniocéano primigenio a ver qué pasa.

Y ahora atentos porque la lucha entre Marduk (la energía) y Tianmat (el caos,la entropía) comienza a desarrollarse ante nuestros ojos, el sistema, la materia,entra en desequilibrio, se mueve y,de pronto, como por milagro, el orden aparece en el sistema. Donde antes las moléculas de agua flotaban a su libre albedrío, ahora, por efecto del desequilibrio introducido por Marduk y su generoso derroche de energía, las moléculas de agua se ordenan y forman espirales, esas espirales que usted conoce bien desde niño pero que, hasta ahora, no sabía que eran un ejemplo a escala de cómo Marduk gracias la energía puede ordenar un sistema que, de otro modo, tiende a la entropía, a Tianmat.

Marduk (la energía) ordena el mundo de muchas formas, no sólo en su lavabo. Si usted coloca su pequeño océano primigenio en una olla y la coloca sobre una fuente de energía (Marduk, el fuego) verá como ese miniocéano de agua que hay en la olla se ordena en forma de corrientes de convección (el agua borbollonea) reduciendo de este modo su entropía, ordenándolo, informándolo.

Este proceso de aparición de estructuras coherentes, autoorganizadas en sistemas alejados del equilibrio se trata de un concepto del científico ruso nacionalizado belga Ilya Prigogine, el cual recibió en 1977 el Premio Nobel de Química «por su gran contribución a la acertada extensión de la teoría termodinámica a sistemas alejados del equilibrio, que sólo pueden existir en conjunción con su entorno».

No les pido que entiendan en profundidad esas estructuras coherentes, autoorganizadas en sistemas alejados del equilibrio (estructuras disipativas) sólo les pido que entiendan ese proceso por el cual la información puede ordenar la materia a costa de un generoso derroche de energía, ganando de este modo la batalla, aunque sea local y temporalmente, a la entropía.

La imagen de un dios amasando barro, harina de maíz o cualquier otra sustancia para crear al hombre es una imagen muy ilustrativa de lo que acabo de contarles, la energía, aplicada a la materia, la informa y da lugar a una realidad nueva que es creada. Sí lo piensa bien quizá ni el Enuma Elish, ni el Génesis, ni el mito de Tezcatlipoca y Quetzalcóatl estaban tan lejos de la verdad y representaban bastante bien ese proceso por el cual se puede informar el caos a través de la aportación de energía.

Si quiere saber cómo empezó la vida en la Tierra puede usted pensar en las diversas fuentes de energía (sol, volcanes, vientos, impactos de meteoritos) que introdujeron en nuestro planeta los desequilibrios necesarios para informar nuevas realidades, aunque solo fuese burbujas en el agua que operasen como protocélulas o cualquiera otra forma que usted imagine.

Sí lo piensa tan solo hay tres realidades en nuestro universo: materia, energía e información y, de las tres, es esta última la que hace interesante al universo.

Esta imagen de Dios como una impresora 3D estoy seguro que le hará mirar de otra forma a quienes sustentamos criterios un tanto piratas/informacionales de la realidad.