Si existe un himno «in pectore» para los mexicanos este es la canción «Canta y no llores» (Cielito lindo). Famosa en México, en España y en el mundo entero pareciera que no pueda existir nada más mexicano que esta canción, un sombrero charro y una botella de Tequila. Y sin embargo…

Sin embargo, a poco que nos fijemos, hay algo sospechoso en la letra de esta canción sobre todo en la estrofa que dice

«De la Sierra Morena,
(cielito lindo)
vienen bajando
un par de ojitos negros
(cielito lindo)
de contrabando.»

En México, necesario es decirlo, no existe ninguna sierra que se llame «Sierra Morena» por lo que si esos ojos negros bajaban de algún lugar ciertamente este no estaba en México.

Mis lectores españoles, estoy seguro, nunca habrían reparado en este detalle pues existiendo en América lugares con nombres tan españoles como Guadalajara, Veracruz, Los Ángeles o Santa Fé ¿por qué no iba a haber en México otra Sierra Morena? Y sin embargo no, por extraño que parezca, a nadie se le ocurrió bautizar ninguna cordillera mexicana con ese nombre y es por eso que resulte chocante que de la Sierra Morena (cielito lindo) bajen de contrabando los ojos de esta canción.

Si prescindimos del omnipresente «cielito lindo» observaremos que la métrica de las estrofas es la que corresponde a las llamadas «seguidillas» con versos de, alternativamente, siete y cinco sílabas

«Ese lunar que tienes
junto a la boca
no se lo des a nadie
que a mí me toca.»

Y con estos datos que les he dado no sería extraño que alguno de mis lectores se decidiese a bucear entre los poemarios y cancioneros en lengua castellana a la búsqueda de alguna letra parecida a las que se cantan en la canción (cielito lindo) que hoy nos ocupa. Y, si lo hiciera, se llevaría la tremenda sorpresa de que, muchos años antes de que la canción fuese compuesta, la letra de la misma ya era popular en España.

Las dos estrofas que hemos citado hasta ahora junto con el estribillo

«Canta y no llores
porque cantando se alegran
los corazones»

Son estrofas de una seguidilla española recogida ya en 1865 por Emilio Lafuente Alcántara aún cuando tienen un origen anterior. Dado que el compositor oficial de la canción, el mexicano Don Quirino Mendoza y Cortés, compuso la canción en 1882 podemos concluir que la letra no era original y podemos preguntarnos ¿fue un plagio?

La respuesta es un rotundo no. Don Quirino no sólo compuso la música de vals que todos conocemos sino que, a las viejas letras, les añadió ese obstinado «cielito lindo» que da chispa, gracia y hasta nombre a la canción. Nada teman los mexicanos, «cielito lindo» es mexicana hasta la médula y lo seguiría siendo aunque la letra hubiese sido escrita en Marte. De hecho el caso de «cielito lindo» ilustra perfectamente esa ley de la vida y de la información que dicen que información y vida mutan siempre hasta alcanzar su máximo nivel replicativo. Las viejas letras españolas casi olvidadas mutaron con solo añadir el «cielito lindo» y hoy todo el mundo las recuerda gracias a esa mínima adición y a la música de Don Quirino.

No fue pues un plagio, lo que sí fue un plagio en toda regla fue la versión que registraron el argentino Osvaldo Fresedo y su hermano Emilio como tango con el nombre de «Cielito mío», una copia clónica del «Cielito lindo» de Don Quirino y que llegó a ser cantada con éxito nada menos que por Carlos Gardel.

Nada de extraño hay en todo esto que les cuento pues es así como funciona la vida y la cultura, nadie crea nunca de la nada y todas las creaciones son, como explicaba magistralmente Jorge Drexler en una charla de TED (véanla), «un poco de todas partes y de todas partes un poco».

Y esto que les cuento no es sólo un caso de mexicanos, españoles y argentinos pues en todas partes cuecen habas y en los Estados Unidos a calderadas. Vean si no el caso de Walt Disney.

En 1928 nació un personaje de dibujos animados. Un temprano Mickey Mouse hizo su debut en mayo de aquel año, en un corto mudo llamado «Plane Crazy». En noviembre de ese mismo año, en el Cine Colonia de la ciudad de Nueva York, en la primera cinta de dibujos animados sincronizados con sonido, «Steamboat Willie» dio a luz al personaje que se convertiría en Mickey Mouse.

El sonido sincronizado se había introducido en el cine un año antes con la película «El cantor de jazz». Su éxito llevó a que Walt Disney copiara la técnica y mezclara el sonido con los dibujos animados. Nadie sabía si funcionaría o, si funcionaba, si llegaría a ganarse un público. Pero, cuando Disney hizo una prueba en el verano de 1928, los resultados no dejaron lugar a dudas. Disney describió así aquel experimento:

«Dos de mis muchachos sabían leer música, y uno de ellos sabía tocar el órgano. Los pusimos en una habitación en la que no podían ver la pantalla y lo arreglamos todo para llevar el sonido a la habitación en la que nuestras esposas y amigos iban a ver la película. Los muchachos trabajaban a partir de una partitura con música y efectos sonoros. Después de varias salidas en falso, el sonido y la acción echaron a correr juntos. El organista tocaba la melodía, el resto de nosotros en el departamento de sonido golpeábamos cacerolas y soplábamos silbatos. La sincronización era muy buena.

El efecto en nuestro pequeño público no fue nada menos que electrizante. Respondieron casi instintivamente a esta unión de sonido y animación. Pensé que se estaban burlando de mí. De manera que me senté entre el público y lo hicimos todo otra vez. ¡Era terrible, pero era maravilloso! ¡Y era algo nuevo!»

El socio de entonces de Disney, y uno de los talentos más extraordinarios en el campo de la animación, Ub Iwerks, lo explica con mayor intensidad:

_“Nunca he recibido una emoción mayor en mi vida. Nada desde entonces ha estado a la misma altura”._

Disney había creado algo muy nuevo, basándose en algo relativamente nuevo. El sonido sincronizado dio vida a una forma de creatividad que raramente había sido –excepto en manos de Disney– algo más que un relleno para otras películas. Durante toda la historia temprana de la animación, fue la invención de Disney la que marcó el estándar que otros se esforzaron por alcanzar. Y bastante a menudo el gran genio de Disney, su chispa de creatividad, se basó en el trabajo de otros.

Todo esto es algo familiar. Lo que quizá ya no sepas es que 1928 también marcó otra transición importante. Ese año, otro genio, no de la animación sino de la comedia, creo su última película muda producida de forma independiente. Ése genio era Buster Keaton y la película era…  [_«Steamboat Bill Jr._«](http://en.wikipedia.org/wiki/Steamboat_Bill_Jr.).

Buster Keaton nació en una familia de actores de Vodevil en 1895. En la era del cine mudo había sido el rey, usando la comedia corporal como forma de arrancarle incontenibles carcajadas a su público era un clásico de este estilo, famoso entre los cinéfilos por sus números increíbles. La película era puro Keaton, extremadamente popular y de las mejores en su género apareció **antes** que la película de dibujos animados de Disney, _«Steamboat Willie»_.

La coincidencia de títulos no es casual. «_Steamboat Willie»_ es una parodia directa en dibujos animados de y ambas tienen como fuente una misma canción. No es solo a partir de la invención del sonido sincronizado en _«El cantor de jazz»_ que obtenemos _«Steamboat Willie»_. Es también a partir de la invención por parte de Buster Keaton de «Steamboat Bill, Jr_.», inspirado a su vez en la canción _“Steamboat Bill”.  Y a partir de _Steamboat Willie_ obtenemos Mickey Mouse.

Este “préstamo” no era algo único, ni para Disney ni para la industria. Disney estaba siempre repitiendo como un loro los largometrajes para el gran público de su tiempo. Lo mismo hacían muchos otros. Los primeros dibujos animados están llenos de obras derivadas, ligeras variaciones de los temas populares; historias antiguas narradas de nuevo. La clave para el éxito era la brillantez de las diferencias. Con Disney, fue el sonido lo que les dio la chispa a sus animaciones. Más tarde, fue la calidad de su trabajo en comparación con los dibujos animados producidos en masa con los que competía. Sin embargo, estos añadidos fueron creados sobre una base que había tomado prestada. Disney añadió cosas al trabajo de otros antes que él, creando algo nuevo a partir de algo que era apenas viejo.

A veces el préstamo era poca cosa, otras era significativo. Piensa en los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Si tienes la misma mala memoria que yo, seguramente pensarás que estos cuentos son historias dulces y felices, apropiadas para cualquier niño a la hora de acostarse. En realidad, los cuentos de hadas de los hermanos Grimm nos resultan, bueno, bastante siniestros.

Solamente unos pocos padres pasados de ambición se atreverán a leerles a sus hijos, a la de hora de acostarse o a cualquier otra hora, esas historias llenas de sangre y moralina. Disney tomó estas historias y las volvió a contar de una manera que las llevó a una nueva era. Las animó convirtiéndolas en dibujos animados, con personajes y luz. Sin eliminar los elementos de miedo y peligro por completo, hizo que lo oscuro fuera divertido e inyectó compasión genuina donde antes solo había terror. Y esto no lo hizo únicamente con la obra de los hermanos Grimm. De hecho, el catálogo de las obras de Disney que se basan en la obra de otros, es asombroso cuando se repasa el catálogo completo: Blancanieves (1937), Fantasía (1940), Pinocho (1940), Dumbo (1941), Bambi (1942), Canción del sur (1946), Cenicienta (1950), Alicia en el país de las maravillas (1951), Robin Hood (1952), Peter Pan (1953), La dama y el vagabundo (1955), Mulan (1998), La bella durmiente (1959), 101 dalmatas (1961), Merlín el encantador (1963) y El libro de la selva (1967), sin mencionar un ejemplo reciente del que quizá nos deberíamos olvidar, El planeta del tesoro (2003). En todos estos casos, Disney (o Disney, Inc.) tomó creatividad de la cultura en torno suyo, mezcló esa creatividad con su propio talento extraordinario, y luego copió esa mezcla en el alma de su cultura. Toma, mezcla y copia.

Esto es un tipo de creatividad. Es una creatividad que deberíamos recordar y celebrar. Hay quien dice que no hay creatividad alguna excepto ésta. No tenemos que ir tan lejos para reconocer su importancia. Podríamos llamar a este tipo de creatividad «creatividad de Disney», aunque eso sería un poco engañoso pues muchos años antes la utilizó Don Quirino con su «Cielito lindo». Esta creatividad de Don Quirino es una forma de expresión y de genio que se basa en la cultura que nos rodea y que la convierte en algo diferente.

La forma en la que trabajó Don Quirino es la forma en la que trabaja el mundo, nadie inventa nada, Don Quirino no inventó el compás de tres por cuatro ni el vals, Don Quirino no inventó las notas musicales, Don Quirino no inventó el castellano ni las estrofas en seguidilla, ni la Sierra Morena, pero lo tomó todo, lo unió y creo algo nuevo y diferente que hoy perdura en la memoria de toda la humanidad que canta y siente en español y en parte de la que no lo hace. Es verdad que para 1882 cuando Don Quirino escribió «Cielito lindo» o para 1928 cuando Disney comenzó sus trabajos los derechos de autor apenas si se extendían por treinta años, no como hoy que estos se han extendido hasta más de 70 años después de muerto el autor, de forma que no se puede hacer con Disney lo que Disney hizo con los Hermanos Grimm. Pero para los Estados Unidos la industria del copyright es un elemento clave y la creatividad les importa bastante menos que el negocio.

En todo caso, cielito lindo, olvídate hoy del copyright y de los gringos que lo inventaron y disfruta: canta y no llores, porque gracias a Don Qurino y a su forma de hacer las cosas tendremos para siempre una canción que cantar juntos.

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