Lynn Margulis

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Ayer hube de dar una microconferencia sobre internet dentro de un ciclo de jornadas donde, junto a mí, intervenían verdaderos expertos en estos asuntos de los negocios en internet; no me sorprendió que los demás intervinientes hablasen de oportunidades de negocio y competitividad, pero a mí que internet nunca me pareció tanto un lugar donde competir como un espacio donde cooperar, me apetecía hablar de otras cosas. Por eso no pude evitar comenzar mi microintervención hablando del trabajo de una mujer cuyas ideas me fascinan desde hace tiempo: Lynn Margulis.

Frente al cocepto de evolución entendido como un proceso de competición, sangre y lucha, Lynn Margulis propuso una historia de cooperación y simbiosis que me parece mucho más inspiradora.

Lynn Margulis fue una bióloga estadounidense soprendente que, entre otras curiosidades, estuvo casada 9 años con Carl Sagan y a quien debemos uno de los descubrimientos más relevantes en la historia de la biología: la teoría sobre la aparición de las células eucariotas como consecuencia de la incorporación simbiótica de diversas células procariotas (endosimbiosis seriada).

La práctica totalidad de los seres vivos que conocemos están constituídos por células eucariotas, células que contienen en su interior otras células (mitocondrias) que, en un tiempo, fueron células independientes (de hecho conservan su ADN diferenciado) pero que, en algún momento de la evolución, cooperaron con otras células hasta dar lugar a las células eucariotas que forman los seres vivos que comúnmente conocemos. Sin ese proceso de cooperación no habría sido posible el mundo que conocemos ni hubiera sido posible el propio ser humano.

Lynn Margulis, también postuló la hipótesis según la cual la simbiogénesis sería la principal fuente de la novedad y diversidad biológica y, aunque es un postulado muy discutido, el mero hecho de poner el acento en la cooperación más que en la competencia dentro de los procesos evolutivos, ya es algo por lo que debemos estar agradecidos a Lynn Margulis.

Ayer construí mi microintervención sobre los trabajos de dos mujeres admirables: la bióloga Lynn Margulis y la premio Nobel de economía Elinor Ostrom quien efectuó un magnífico análisis de la gobernanza económica, especialmente de los recursos compartidos.

Creo más en la “cooperatividad” que en la competitividad y pienso que quizá no sea casual que sea la obra de dos mujeres la que me ha llevado a esta convicción.

Venganza

VENGANZA
Tradicionalmente la venganza ha tenido mala prensa. Casi todas las religiones y tratados morales suelen condenarla y, sin embargo, tengo para mí que en ella debemos buscar una buena parte de lo que el ser humano entiende por justicia.
Permítanme que, como en tantos otros post de este blog, vuelva a citar la obra de Robert Axelrod, concretamente su libro «The evolution of cooperation», donde el autor examina las posibles estrategias con que enfrentarse al llamado «dilema del prisionero iterado», del que ya hemos tratado también en otros post de este blog. Dicho juego es un magnífico banco de pruebas para estudiar las estrategias con que la naturaleza resuelve las tensiones que se producen entre las ventajas que ofrece la cooperación y la natural tendencia «egoista» de los cooperantes, ya sean estos bacterias u hombres.
Robert Axelrod organizó un concurso para encontrar una estrategia válida para el dilema del prisionero iterado. Se jugaría un torneo con 200 rondas por partida, y el programa con mayor puntuación sería el ganador.
Entre los 14 participantes, Anatol Rapoport presentó un programa que consistía en 4 líneas en BASIC, y al que llamó «Tit for tat» (Dónde las dan las toman). Sólo tenía dos reglas:
1. Comenzar colaborando
2. Hacer lo que tu oponente hizo la ronda anterior
Era la más sencilla de todas las estrategias presentadas y fue la que obtuvo la puntuación más alta. Después de la publicación de los resultados, se organizó un segundo torneo, en el que el número de rondas a jugar por partida sería aleatorio (para no crear una ronda especial, la final, en la que se favorece la deserción). A esta competición se presentaron 62 participantes, entre ellos el mismo «tit for tat» que, de nuevo, obtuvo la mayor puntuación.
«Tit for tat», ciertamente, se guiaba por una estrategia basada en la reciprocidad que se demostró particularmente eficaz en los juegos de cooperación; sin embargo, presentaba problemas frente a estrategias también basadas en la reciprocidad pero menos amables que la suya. Si, por ejemplo, «tit for tat» se enfrentaba a un programa con sus mismas instrucciones pero que, a diferencia de él, desertaba en la primera ronda, la cadena de retaliaciones (venganzas) se prolongaba indefinidamente, lo que resultaba devastador para la cooperación. Fue por eso por lo que se propusieron estrategias que, sobre la base de «tit for tat», trataban de corregir los efectos perniciosos de su implacable reciprocidad, sobre todo cuando el rival tenía tentaciones egoístas.
No podemos dejar de admirar como estos programas reproducían las consecuencias de algunos de los más típicos debates morales en relación a la venganza.
La estricta reciprocidad que gobernaba a «tit for tat» hacía que la famosa frase de Ghandi «ojo por ojo y el mundo acabará ciego» resplandeciese; sin embargo, las estrategias más cooperativas o «pacifistas» en ningún momento se revelaron como serias candidatas al triunfo. De los trabajos realizados parece desprenderse, más bien, que las estrategias más exitosas se han de fundar de un modo u otro en la reciprocidad y, por lo mismo, han de ser vengativas dentro de unos límites difíciles de discernir. La reciprocidad (y por ende la venganza) son básicas para una estrategia cooperativa exitosa.
También una adecuada economía del perdón es precisa, la férrea reciprocidad que debe presidir las estrategias cooperativas es mucho más exitosa si se mezcla en proporciones adecuadas con el perdón y el olvido. Como la vida misma.
Siendo, en principio, la reciprocidad la estrategia estadísticamente más favorable para regular las tensiones cooperación-egoismo, resulta razonable investigar si podemos encontrar esa reciprocidad en las conductas de seres vivos inferiores como baterias, peces o incluso mamíferos no humanos y, hasta donde se ha investigado, parece que así es, por lo que no parece razonable dudar de que dicha estrategia es, para los animales que la practican instintiva y, por tanto, de un modo u otro, genética.
Y si esto es así, como lo es, ¿qué podremos decir del ser humano? ¿es la reciprocidad, la gratitud pero también la venganza, un instinto natural? ¿sería la venganza uno de esos instintos con que la naturaleza nos equipa para poder afrontar nuestra vida de animal gregario?
No sé de la existencia de estudios específicos al respecto pero mi intuición me dice que, de un modo u otro, la venganza es un instinto natural del ser humano, si bien, en las sociedades avanzadas, la venganza se ha refinado hasta extremos verdaderamente sofisticados.
Los hombres hemos implementado la venganza con otras estrategias admirables. La supresión de la venganza privada ha limitado grandemente uno de sus peores defectos, las cadenas de venganzas. Hemos suprimido la venganza privada y la hemos encomendado a un tercero, lo que ha limitado grandemente la posibilidad de que se produzcan cadenas interminables de venganzas; hemos eliminado la perniciosa «última ronda» del juego alargando el futuro mediante las creencias de ultratumba de las religiones; hemos fomentado el perdón como estrategia más moralmente aceptable que la venganza… aunque probablemente todos sabemos que, en el fondo, la venganza, es una herramienta insustituíble.
La venganza (o la reciprocidad si se prefiere) es más que probable que sea uno de los instintos que está en la base de lo que los hombres llamamos justicia y que su mala fama sea, solamente, una forma de controlar un instinto tan útil como peligroso.

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Tradicionalmente la venganza ha tenido mala prensa. Casi todas las religiones y tratados morales suelen condenarla y, sin embargo, tengo para mí que en ella debemos buscar una buena parte de lo que el ser humano entiende por justicia. Seguir leyendo «Venganza»

Orgullosos como los monos

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En 2003 se publicaron los resultados de un curioso experimento con primates llevado a cabo por la universidad estadounidense de Emory. Sarah Brosnan y su colega Frans de Waal (quizá el más reputado primatólogo de la actualidad) realizaron un experimento para tratar de aclarar si el sentido de justicia es un comportamiento producto de la evolución humana o el resultado de las reglas que se establecen en la sociedad.

Para ello entrenaron a un grupo de primates a los que enseñaron a  intercambiar fichas por comida o a realizar trabajos para obtener comida: Los experimentadores daban a los primates un pedazo de pepinillo a cambio del «pago» de una de esas fichas o de la realización de alguna tarea. Lo sorprendente fue que, cuando uno de los primates recibía a cambio de la ficha o tarea en lugar del trozo de pepinillo una uva (un manjar mucho más apetitoso), el resto de los primates que habían recibido el acostumbrado trozo de pepinillo no sólo se negaban a cooperar sino que incluso se negaban a comer.

Esta conducta de los monos, desde el punto de vista de la teoría de juegos es irracional pues, evidentemente, es mejor recibir un trozo de pepinillo que no recibir nada y, sin embargo, de acuerdo al estudio publicado en la revista Nature, los monos se ofendían cuando veía que uno de sus compañeros recibía un premio que consideraban más apetitoso que el suyo a cambio del mismo trabajo o de la misma cantidad de fichas. El experimento se realizó con monos capuchinos separados en parejas y el experimento consistió, precisamente, en premiarlos de diferente manera por una misma tarea, bien fuera dándoles uva en lugar de pepino o, simplemente, no pagando su trabajo.

Los monos, cuando percibían la desigualdad del pago, a veces ignoraban la recompensa y otras veces la aceptaban para después, muy dignamente, tirarla. Curiosamente Seguir leyendo «Orgullosos como los monos»

Buenos como las ratas

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En 1959 el psicólogo norteamericano Russell Church entrenó a un grupo de ratas para que obtuviesen su alimento accionando una palanca que colocó en su jaula, palanca que, a su vez, accionaba un mecanismo que le dispensaba a la rata que lo accionaba una razonable cantidad de comida. Las ratas aprendieron pronto la técnica de accionar la palanca para obtener comida y así lo hicieron durante un cierto período de tiempo.

Posteriormente Russell Church instaló un dispositivo mediante el cual, cada vez que una rata accionaba la palanca de su jaula, no sólo recibía comida sino que, además, provocaba una dolorosa descarga eléctrica a la rata que vivía en la jaula de al lado. En efecto, el suelo de las jaulas estaba hecho de una rejilla de metal que, cuando se accionaba la palanca de la jaula de al lado, suministraba una descarga eléctrica a la ocupante de la jaula fuera cual fuera el lugar de la jaula en que estuviese. Ni que decir tiene que ambas ratas, la que accionaba la palanca y la que recibía la descarga, se veían perfectamente pues estaban en jaulas contiguas.

Lo que ocurrió a continuación fue sorprendente. Seguir leyendo «Buenos como las ratas»

Homo homini lupus

Lobo

Suscribo en general las afirmaciones que el prestigioso primatólogo Frans de Waal efectua respecto de la evolución de la moralidad en su libro «Primates and Philosophers» (Princeton University, 2006). Las teorías de Hobbes, Rousseau y Rawls que han fatigado nuestros estudios de derecho natural y filosofía del derecho siempre me han resultado tan míticas y poco científicas como la entrega del decálogo por Dios en el Sinaí. No logro alcanzar a entender cómo se ha podido anclar tan fuertemente en nuestras conciencias la creencia de que nuestra maldad y egoísmo son herencia de nuestros antepasados «salvajes» mientras que la bondad y altruismo son por el contrario rasgos exclusivamente «humanos». Es hora de resolver un falso dilema: Los hombres no son buenos o malos por naturaleza, los hombres, por naturaleza, simplemente son como son y ha sido esa misma naturaleza la que ha hecho evolucionar nuestras estrategias (altruismo y egoímo incluidos) puliéndolas y adaptándolas hasta el punto en que podemos encontrarlas de forma innata en éste momento en los ejemplares de la especie humana. Seguir leyendo «Homo homini lupus»

Justicia, evolución y teoría de juegos. (I) | El blog de José Muelas

Justicia, evolución y teoría de juegos; El dilema del prisionero (I) | El blog de José Muelas. Seguir leyendo «Justicia, evolución y teoría de juegos. (I) | El blog de José Muelas»

¿Tienen los animales sentido de la justicia?

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El 26 de mayo pasado la versión electrónica del Daily Mail publicaba un artículo sobre las investigaciones del doctor Marc Bekoff, doctor en etología y experto en conducta animal que trabaja actualmente en la Universidad de Colorado. Sus investigaciones versaban sobre la existencia de conductas morales en los animales. No me resisto a traducirles el artículo aunque, si lo desean, pueden consultarlo en su versión original aquí.

El texto de la noticia dice, más o menos, lo que sigue:

Según nuevas investigaciones realizadas los animales tienen sentido de la moral y pueden distinguir lo correcto de lo incorrecto. Especies que van desde los ratones a los lobos se rigen por códigos de conducta similares a los de los seres humanos, dicen estos etólogos.

Hasta hace poco se creía que los seres humanos eran la única especie capaz de experimentar emociones complejas. Sin embargo, el profesor Marc Bekoff, de la Universidad de Colorado, considera que la moralidad «equipa» el cerebro de todos los mamíferos. Esta moralidad suministra el «pegamento social» que permite a animales a menudo agresivos y competitivos vivir juntos en grupos, dijo. Seguir leyendo «¿Tienen los animales sentido de la justicia?»

Juegos de microbios.

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Los comportamientos altruistas han sido una de las cuestiones más intrigantes para los estudiosos de la teoría de la evolución; explicar cómo en un entorno egoísta podían resultar exitosos los comportamientos altruistas, no deja de resultar paradójico.

El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) ha publicado recientemente los resultados de un estudio llevado a cabo por un grupo de científicos con levaduras, aprovechando que en estas, a diferencia de los humanos, al ser unicelulares, su “comportamiento” no está determinado por un sistema nervioso  o un código cultural o racional de conducta:  La conducta de las levaduras es meramente genética.

Estos científicos desarrollaron un experimento que empleaba a las ya citadas levaduras y el metabolismo de la sacarosa, o azúcar común. Seguir leyendo «Juegos de microbios.»

La caridad romana.

La caridad romana. Rubens
La caridad romana. Rubens

La escena que se observa en éste cuadro de Rubens resulta, a primera vista, perturbadora: Una joven ofrece su pecho a un viejo que se dispone a succionarlo. Sin embargo, si conocemos la historia de ambos personajes, la escena deviene absolutamente tierna pues representa a la joven romana Pero amamantando a su padre Cimón, encarcelado y a punto de morir de hambre.

La historia completa la conocemos gracias al escritor latino Valerio Máximo Seguir leyendo «La caridad romana.»