Falsificar documentos ha sido uno de los peligros más comunes para el tráfico jurídico desde que se inventó la escritura y fueron, precisamente los inventores de la escritura, quienes idearon algunas de las más ingeniosas técnicas antifalsificación.
Lo que ven en la primera fotografía es un contrato mesopotámico. Como ven, la tablilla donde está escrito el original del contrato está embutida en una especie de sobre, también de arcilla, que en la fotografía aparece roto. En el trozo de «sobre» que no está roto aún se ven unas figuras que son el sello del envoltorio. Dichas figuras se impresionaban sobre la arcilla blanda usando un cilindro con las mismas figuras entalladas en él, de forma que, haciéndolo rodar sobre la arcilla, dejaba impresas las figuras.
Sobre el lado que no se ve del «sobre» está copiado, rasgo por rasgo, el mismo texto que figura en el contrato original.
En la tercera foto puede verse un sobre intacto por el lado donde estaba copiado el texto del contrato. Este «sobre» fue encontrado por Sir Max Mallowan y su esposa la novelista Agatha Christie (fue su segundo marido, una historia que les contaré otro día) y se trata de un contrato de préstamo de plata fechado el día 28 del mes de Nisán (aproximadamente nuestro marzo) del año 650 AC.
El sistema funcionaba como sigue: se escribía el contrato original en una tablilla de arcilla que, luego, se recubría por un envoltorio de arcilla donde se copiaba exactamente el mismo contrato. Sobre este envoltorio se aplicaban sellos rodados (de los contratantes) y en el caso del sobre de Agatha Christie los de hasta seis testigos.
Si, posteriormente, alguien afirmaba que se había falsificado el contrato, bastaba con romper el envoltorio y confrontarlo con lo escrito en su interior. Obviamente, para falsificar el interior, había que romper el envoltorio, lo que habría delatado la manipulación.
Se me ocurre que el sistema, de una forma u otra, aún sigue en uso en algunas aplicaciones informáticas.
Los sumerios, en verdad, eran unos tipos geniales.