Playa de Portmán, años ’60 (urbanización)

Portmán años 60 barracas Ahora que la costa está llena de urbanizaciones esta imagen parece salida de un mundo irreal. Dos zagales juegan en el agua con una caja de madera y un cordel y, detrás, luce en todo su esplendor la «urbanización» de la playa de Portmán: un conjunto de barracas que eran desmontadas cuando acaba el verano devolviendo a la playa su aspecto originario. Ahora que el hormigón ha invadido nuestras costas y que los zagales tienen teléfono móvil, recuerdo aquellos años, cuando a los adultos para veranear les bastaba una barraca y los niños éramos felices con una caja de madera y un cordel.

Playa del Pedrucho. La Manga años ’60

Pedrucho años '60Si algo cambia con el tiempo es la moda; ya me he referido en días anteriores a la nula presencia de bikinis en nuestras playas en los ’60, pero, esta mañana, he recordado unas prendas hoy desterradas de los baños de mar pero que entonces eran muy frecuentes: los gorros de baño.

A mí siempre me parecieron horribles. Solían consistir en una especie de funda de goma para la cabeza que, en la mayoría de los casos, estaba decorada con relieves de anémonas, medusas y otros bichos marinos que, junto con los brillantes colores blancos, verdes o rosas en que se fabricaban, me espeluznaban de una forma que no puedo relatar. Otras veces esos gorros de baño remedaban cofias o tocados antiguos que me parecían tan fuera de lugar en la playa como un vendedor de mantas.

El caso es que las mujeres cuidaban mucho el rito del «capuzón» pues mojarse el pelo o no era una decisión que obedecía a arcanos indescifrables para los zagales (de mayor ya va uno entendiendo algo). En cualquier caso, a Dios gracias, ya no se ven aquellos gorros que convertían a nuestras madres y hermanas en monstruos marinos dignos de una novela de Lovecraft; aunque, como siempre, había en la playa un si es no es de «protopostureo» tal y como deja patente el peculiar posado de estas jóvenes.

Playa de Islas Menores, años ’60.

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En los ’60 poca gente tenía coche particular de forma que, los zagales que vivíamos en el Cuartel de la Guardia Civil de Cartagena, íbamos a la playa en un autobús cuyo conductor, al llegar al Algar, sometía a democrática votación la playa de destino preguntando en voz alta «¿A los Urrutias o a las Islas Menores?» La votación casi siempre la ganaba —y por mucho— la playa de Islas Menores.

Entonces no abundaban los salvavidas de diseños galácticos ni los artilugios inflables que ahora se estilan, bastaba con el balón azul de «Nivea» o este sucedáneo, también azul, que vemos en la foto del detergente para lavadoras «Elena». Las chicas, en cuanto alcanzaban cierta edad, abandonaban el bikini y abrazaban el bañador de una pieza del cual sólo las liberaría el correr de los años 70.
Canciones en el autobús, playas sin duchas, fiambrera, nevera y toalla. Veranos de los ’60.

Playa de La Azohía, años ’60.

Playa de La Azohía, años '60
Playa de La Azohía, (Cartagena) años ’60

Ya supongo que no la reconocerán pero La Azohía era así en los años 60 y, salvo el Cuartel de la Guardia Civil (recientemente demolido), nada había allí. La playa era de piedras y la abundantísima presencia de erizos hacía que a los niños nos resultase peligroso entrar a bañarnos sin sandalias. Entonces el erizo de mar no era un manjar caro como ahora (nos los habríamos comido) y lo que los zagales capturábamos en la Azohía eran las lapas que también abundaban. Había pesca en grado sumo y sacando peces de todo tipo disfrutaban los mayores; nunca faltaba un pulpo por la noche, recién pescado, ni unos higos de pala frescos para desayunar. Allí pasé veranos enteros sin más compañía que la de los guardias civiles que vigilaban la costa y los habitantes del pueblo que pasaban unas penurias notables hasta que llegaba la época del atún, que era cuando la almadraba daba dinero a todos ellos para pagar las deudas que contraían en la única tienda del pueblo.

La Manga, años ’60

La Manga, años ’60

La Manga, años '60. Polígono del "Tiro de Pichón".
La Manga, años ’60. Polígono del «Tiro de Pichón».
Estas intrépidas bañistas ilustran perfectamente lo que podía ser un día de playa en La Manga en los años ’60 y lucen todos los atributos propios de su cargo, a saber:

  • Bañador negro de una sola pieza (los bikinis sólo los lucían las impúdicas suecas).
  • Una damajuana conteniendo agua o vino.
  • Sandía y melón que, debidamente enterrados en la arena de la playa, adquirirían frescor aún a riesgo de olvidar el lugar en que se enterraron, cosa que pasaba con no poca frecuencia.

Los zagales, a pesar del calor, éramos sometidos a la tortura de esperar dos horas antes de bañarnos si acaso comíamos algo. El peligro de incumplir tan férrea norma era tremebundo: sufrir un «corte de digestión». Este peligro solo se daba, al parecer, en los zagales genuinamente ibéricos, pues, los de otras nacionalidades (generalmente franceses), se bañaban en el mar cuando les venía en gana, incluso después de haberse zampado dos bocadillos. Nuestras madres jamás lograron explicarnos el por qué de nuestras frágiles digestiones.