El último oficial del emperador

El 26 de diciembre de 1944, Hiroo Onoda —un oficial de inteligencia del ejército imperial japonés— fue enviado a la Isla de Lubang, en el archipiélago de las Filipinas, con órdenes muy concretas de su oficial superior, el mayor Yoshini Taniguchi: «Bajo ningún concepto está usted autorizado a quitarse la vida. Puede ser que nos tome tres años, puede ser que nos tome cinco, pero nos tome el tiempo que nos tome volveremos a por usted y, entretanto, mientras quede un solo soldado japonés en la isla usted lo liderará. Si han de comer cocos para sobrevivir coman cocos, pero bajo ninguna circunstancia se quite usted la vida».

Los norteamericanos desembarcaron en la isla el 28 de febrero de 1945 y tras una fiera resistencia japonesa lograron tomar la isla, pero no a Hiroo Onoda pues este, cumpliendo las órdenes recibidas, no se quitó la vida ritualmente tras la derrota sino que, acompañado por el cabo Shoishi Shimada y los soldados Yuichi Akatsu y Kinshichi Kozuka, se internaron en la selva dispuestos a resistir y a hostigar al enemigo hasta que las tropas imperiales reconquistasen la isla.

En 1949 el soldado Akatsu se separó del grupo y para 1950 se rindió a las tropas aliadas tras muchos meses de vida en solitario. Onoda y sus hombres, sin embargo, a pesar de los folletos e incluso cartas de familiares que se lanzaron desde aviones sobre la región donde se ocultaban, se resistieron a creer que Japón hubiese perdido la guerra y continuaron con sus operaciones guerrilleras de inteligencia y hostigamiento.

En 1953 Soichi Shimada fue herido en un tiroteo del cual se recuperó sin más asistencia que la de sus compañeros pero, un año después, el 7 de mayo de 1954 Shimada murió a consecuencia de un disparo de un grupo que les buscaba.

Kinshichi Kozuka murió por dos disparos de la policía local el 19 de octubre de 1972, cuando él y Onoda, como parte de sus actividades de guerrilla, quemaban arroz recolectado por unos agricultores, dejando a Onoda solo.

Pero Onoda tenía órdenes que no pensaba desobedecer y —aunque había sido declarado oficialmente muerto en 1959— el último oficial del emperador siguió cumpliendo con su deber sin más compañía que su fusil «Arisaka», unos cuantos cientos de cartuchos y unas cuantas granadas de mano.

Alertados por los encuentros armados y las muertes subsiguientes desde Japón se enviaron a las Filipinas grupos de búsqueda que no lograron dar con el escurridizo Onoda hasta que, en 1974, logró contactar con él un excéntrico estudiante japonés llamado Norio Suzuki. Por alguna razón Hiroo Onoda confió en él pero, por más que se le rogó, Onoda se negó a rendirse si no recibía la orden de la misma autoridad que le había ordenado resistir 29 años antes: el mayor Yoshini Taniguchi.

Suzuki volvió a Japón con las fotografías que acreditaban que había encontrado a Onoda y se las mostró al gobierno. Para suerte de todos y del propio Onoda, el señor Yoshini Taniguchi aún vivía y regentaba una librería en Japón, de forma que fue enviado nuevamente a las Filipinas donde contactó con Onoda, le convenció de que Japón había perdido la guerra y le ordenó rendirse.

Hiroo Onoda, tras 29 años de guerrilla en la selva, entregó su Arisaka, varios cientos de cartuchos, las bombas de mano que aun le quedaban y volvió a Japón con el indulto del presidente filipino Marcos pues, durante todos esos años, el grupo de Onoda no se había limitado a esconderse sino que había causado treinta muertos al «enemigo».

En la foto Hiroo Onoda saluda militarmente mientras uno de los presentes sostiene su sable de oficial.

Y tras esto pienso en nuestros políticos, en la voluntad de servicio que les anima, en su disposición a darlo todo por la sociedad y su indudable inclinación a dedicar su vida a los demás y al cumplimiento del deber.

¡Venga ya!