La red invisible

La red invisible

Recuerdo bien que, de joven, me enfadaba cada vez que oía a Juan Manuel Serrat cantar la «Elegía a Ramón Sijé» del poeta oriolano Miguel Hernández.

La versión de Serrat comienza con el recitado de lo que se supone que es la dedicatoria del poema:

«En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé «a» quien tanto quería»

Y era ese recitado y esa «a» lo que yo no soportaba de la versión de Serrat, porque Miguel Hernández no quería «a» Ramón Sijé, Miguel Hernández quería «con» Ramón Sijé y así lo escribió:

«En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé con quien tanto quería».

Los poetas miden mucho las palabras y ese «con» no es casual, pues no es lo mismo querer a alguien que querer con alguien. Si quieren puedo ponerme «moñas» y tratar de explicarles la diferencia con una de esas famosas citas apócrifas de «El Principito»: «Amor no es mirarse el uno al otro , sino mirar los dos en la misma dirección». Y es eso, solo que más resumido y mejor, lo que nos dice Miguel Hernández con ese «con»; nos dice que él y Ramón Sijé no se miraban el uno al otro, que no se querían el uno al otro, sino que miraban en la misma dirección, compartían objetivos, querían cosas en común.

Este concepto que Miguel Hernández expresa al usar el «con» es tan de honda raíz y tan antiguo que podemos encontrarlo incluso en textos de San Agustín, pero es al mismo tiempo tan moderno que es el principio que define y organiza las más avanzadas estructuras… Y yo creo en él.

Uno puede definir una organización jerárquicamente, como el ejército, como la iglesia, como los partidos políticos, como el CGAE; pero puede también definir una organización como una red de pares, una red de iguales, como una geografía sin jerarquías donde todos son al mismo tiempo clientes y servidores y es sobre esta topología de red sobre la que se han construido todos los avances tecnológicos del siglo XXI.

Sí, créame, las redes descentralizadas son hoy el paradigma del progreso y ningún fondo de inversión ni de capital riesgo financiará ninguna aventura que usted decida emprender si no empieza por decirles que su iniciativa se funda sobre un modelo de red descentralizada. Internet, el blockchain y por tanto bitcoin y el mundo cripto, las redes de pares p2p, todo esto está construido sobre redes descentralizadas y es esa la base de su éxito. Lo que ocurre es que los seres humanos interiorizamos tanto, moldeamos tanto nuestro cerebro a las topologías de red existentes que sólo somos capaces de entender y crear el mundo de esa forma.

Cuando en los primeros siglos de la iglesia se trató de imaginar el cielo lo imaginaron como una red centralizada al estilo de la corte bizantina, con su emperador y sus complicadas jerarquías de ángeles, arcángeles, tronos y dominaciones… Del mismo modo, cuando en Prusia se implantó la escuela pública, la visión monarquico-militar se calcó a los colegios haciendo de ellos un trasunto de cualquier acuartelamiento militar: separación en pelotones de 40 ó 50, clasificaciones por edades y sexos, escalafones según aprovechamiento en los estudios…

Y en nuestras organizaciones políticas actuales ocurre otro tanto de lo mismo, sólo que ya, en el siglo XXI, esa organización jerárquica, radial, con un superimportante nodo central sin el cual el resto de los nodos parecen no existir comienza a echar peste y sus obras también.

No hay en una organización riqueza mayor que las personas que la componen y limitar sus capacidades de actuación a lo que quiera o no quiera el líder es tanto como mutilar toda la creatividad del grupo y podarla hasta alcanzar eñ nivel de incompetencia de su líder.

En el siglo XXI esto es inmoral.

Cuando se quieren cosas en común, cuando se comparten objetivos vitales, un hilo invisible comienza a tejer una red entre nosotros; una red tan fuerte como nuestras convicciones, una red tan poco visible como los verdaderos afectos, pero una red tan real y tan sólida como pueda serlo la más sólida de las redes. Por eso no me preocupan las jerarquías ni las organizaciones sino las convicciones y por eso me producen arcadas esas otras redes que no se apoyan sino en el ansia de notoriedad o de dinero. Eres lo que eres, vales lo que sirves, el ocupar un cargo no te hace mejor ni peor, sigues siendo el mismo o la misma aunque te autoconcedas medallas y distinciones.

Es por eso que prefiero soñar con una red invisible de gente con la que quiero cosas que una más que visible red de reparto de sinecuras, dietas y canonjías.

Creo que se me entiende.

Somos una red

Somos una red

Si algo nos está enseñando esta crisis es que nadie es una isla sino que todos estamos interconectados y, al final del día, todos somos iguales.

Todos enfermamos, todos morimos, todos podemos ser infectados y todos podemos infectar y, por eso, las acciones decisivas son las que llevamos a cabo en común.

Fue en 1623 cuando, gravemente enfermo, el clérigo inglés John Donne escribió sus «Devotions Upon Emergent Occasions», en cuya meditación XVII puede leerse un famoso texto que la cultura popular suele relacionar con el escritor norteamericano Ernest Hemingway:

«Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.»

Sí, somos una red de pares, una red de nodos esencialmente iguales en derechos y deberes, capaces de servir y aptos para ser servidos, somos una red de intercambio en la que sólo la soberbia, la vanidad o el olvido de esta radical igualdad que existe entre los nodos puede llevar al desastre.

El ministro de justicia —y esto es solo un ejemplo— es sólo un juez de instrucción, un juez de instrucción igual en conocimientos a los restantes 5.000 jueces que componen la carrera judicial española, su opinión no tiene ni más ni menos autoridad que la de ellos.

El ministro no entiende de management, ni de pandemias, ni de gestión de emergencias, ni de planes de contingencia… Como tampoco entienden de ello CGAE, CGPJ, Asociaciones Judiciales…

Confundir la potestad con la autoridad es una de las más sutiles y catastróficas formas de estupidez.

El ministro tiene potestad (tiene poder) para dictar decretos pero no tiene autoridad (no tiene conocimientos) para dictarlos correctamente.

La única forma de que una red tome decisiones adecuadas es permitiendo que la información fluya, dejando que se formen las opiniones y, por encima de todo el impresionante ruido que se forma en una red en estado de alarma (miren sus grupos de whatsapp y díganme si no les apetece salirse de todos), se escuche a quienes tienen autoridad en cada campo.

Para que la información fluya la transparencia es esencial, sin que todos los datos estén al alcance de todos la posibilidad de errar en las decisiones es mayúscula y la posibilidad de que la red en su conjunto no entienda correctamente la situación está servida.

Estamos empezando a descubrir la vida y la acción en red y aún nos faltan algunas habilidades necesarias, pero el camino iniciado no tiene vuelta atrás, somos una red y seremos tanto mejores cuanto mejor funcione la red en su conjunto.

Vivimos en un mundo maravilloso con una sociedad maravillosa llena de conocimientos y recursos para solucionar cualquier problema y nuestro único objetivo debiera ser que esa esa red funcionase en todo momento al máximo de sus posibilidades. No es fácil, estamos aún explorando esta nueva forma de organizarnos y viendo como emergen al mismo tiempo las ventajas y los problemas, pero es el camino a seguir.

Hay todo un mundo nuevo frente a nosotros y esta crisis, además de dolor y sufrimiento, está trayendo ante nosotros una realidad palpable, que es, como escribió John Donne en 1623, que «Nadie es una isla, completo en sí mismo…»

O dicho de otro modo: que somos una red.

Cuenta lo que somos

Cuenta lo que somos

Muy pocos clientes nos comprenden, por eso es importante que, de vez en cuando, contemos quienes somos. No solemos hacerlo a menudo, por eso, discúlpenme si hoy les cuento un poco de lo que somos.

Somos esas personas que, cuando todos le abandonen, estarán a su lado. En otros tiempos acompañábamos a nuestro cliente hasta el mismo patíbulo, hoy, gracias sean dadas, sólo le acompañamos a la prisión.

Nosotros somos esas personas que, cuando nadie le crea, defenderán su verdad frente a la convicción general.

Nosotros somos quienes, cuando una corporación multinacional abuse de usted, nos subiremos a un estrado a defender su derecho de ciudadano humilde y honesto frente a la desvergüenza multidivisa.

Nosotros somos, en suma, esas personas que hacen que los derechos contenidos en la Constitución y en los Tratados Internacionales no sean un trampantojo sino el arco de carga sobre el que construir un mundo digno lleno de personas con dignidad.

Y molestamos, claro.

Al rico, que ve cómo su dinero no le sirve para avasallar al pobre; al gobernante, que se da cuenta de que hay límites que su poder e influencia no pueden traspasar; a la sociedad llena de prejuicios que ve como alguien, insolentemente, es capaz de sostener una verdad distinta de la que les han contado medios de comunicación envilecidos; a las corporaciones multinacionales que sufren la resistencia de unos don nadie con toga y, desgraciadamente, hasta algunos funcionario que preferirían que los expedientes acabasen rápido y sin incidentes ni recursos.

Recuerdo bien el momento en que se produjo esta foto. Dionisio estaba llorando emocionado por el aplauso y los gritos de una sala puesta en pie. No les contaré lo que pasó antes, lo verán y lo escucharán a su debido tiempo.

Cuando la tecnología es la ley

Somos capaces de percibir cómo las leyes -a través de constituciones, estatutos, códigos y demás instrumentos jurídicos- regulan el mundo real. En el ciberespacio, por el contrario, debemos comprender cómo un «código» diferente, regula el software y el hardware; software y hardware que hacen del ciberespacio lo que es; software y hardware que, por eso mismo, regulan absolutamente el ciberespacio y son su verdadera ley. (Lawrence Lessig Code 2.0)

El hombre impone sus leyes donde la naturaleza no impone las suyas, por eso, al igual que resulta ridículo legislar contra la ley de la gravedad en el mundo real, resulta imposible legislar en el ciberespacio contra la tecnología y los programas que permiten y definen la naturaleza de dicho espacio. De ahí la genial percepción de Lawrence Lessig al afirmar que, en el ciberespacio, «el código es la ley».

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Pensamiento topológico y piratería

Como escribí en un artículo anterior, una aproximación topológica a las cuestiones más habituales en la red, como son la copia y/o distribuición ilegal de productos multimedia puede revelarnos nuevos e interesantes aspectos de la cuestión, y a ello quisiera dedicar, siquiera sea muy brevemente, éste post.

Aproximémonos de forma topológica, por ejemplo, a la red tradicional de distribución de música: La productora nacional o inernacional distribuía desde unas pocas ubicaciones su producto a otra serie de sedes o subsedes que, a su vez, lo distribuían a tiendas que vendían al público en general. Dado que éste carecía de medios eficaces para distribuirlo a su vez (la tecnología para hacer copias de calidad no estaba al alcance del consumidor y no disponía de redes de distribución) la topología de la red presentaba en aquel momento un aspecto básicamente centralizado. En aquel entorno la capacidad de distribución de los consumidores era poca y, por ello, los controles que el propietario de la información ejercía sobre los mismos era pequeña. Seguir leyendo «Pensamiento topológico y piratería»