Los jóvenes «tigres» jurídicos

Los jóvenes «tigres» jurídicos

Leo que hoy se reúne en Singapur la Asociación Internacional de Jóvenes Abogados para «analizar cuál será el futuro de la profesión». Leo una pequeña parte de la nómina de asistentes y me echo a temblar, les cito a unos pocos:

G.B., socio de AGM Abogados experto en litigación y arbitraje; Á.C., «counsel» de mercantil de Gomez Acebo & Pombo en el área mercantil, especializado en «Banking & Finance» (banca y finanzas); C.H., socia de Hernandez Martí Abogados, experta en propiedad intelectual; E.D.L.P., de la firma Reed Smith, de Miami; K. Z., socia del bufete alemán Rodl & Partner y J.-R. F., socio de la firma suiza Kellerhals Carrard, especializado en el campo de la construcción…

Podría seguir —la nómina es larga— pero la mayoría de los asistentes responden a este perfil y se nota que el congreso es influyente y que garbilla parneses: en la ceremonia inaugural estará Edwin Tong, ministro de Cultura de Singapur y junto a él intervendrá Richard Susskind, profesor de la Universidad de Oxford, conferenciante internacional y autor de libros esenciales sobre la evolución y el futuro de la profesión jurídica. Y eso para empezar.

Todo en este congreso respira dinero, desde la sede, Singapur, un centro financiero internacional y miembro del selecto club de los cuatro «tigres asiáticos», a la personalidad de los conferenciantes, personalidades del mundo político y académico, hasta a la caracterización de los asistentes, jóvenes abogadas y abogados de hasta 45 años relacionados con grandes bufetes dedicados a finanzas, mercantil, propiedad intelectual, constructoras… Supongo que si algún abogado o abogada de los que yo conozco apareciera por allí a contar cómo el último divorcio que defendió se retrasó inconorensiblemente tres años o que el gabinete psicosocial no funcionaba por falta de personal estos jóvenes tigres jurídicos creerían hallarse en presencia de una marciana/o proveniente de un planeta desconocido para ellos y donde habita una humanidad que no entiende de paraísos fiscales, royalties o grandes contratos transnacionales.

Y vuelvo a releer el titular de la noticia y no puedo evitar una sonrisa melancólica…

«La Asociación Internacional de Jóvenes Abogados se cita en Singapur para analizar cómo será el futuro de la profesión…»

A lo que parece los abogados que yo conozco no pertenecen a esa profesión cuyo futuro discuten en Singapur; preocupados por la «captación de talento» o el «networking» estos tigres no mencionan ni una vez como preocupación los déficits de las administraciones de justicia; enrolados en grandes firmas comprenden disciplicentemente que puedan existir «boutiques jurídicas», aunque lo que no parece caber en su cabeza es la existencia de tiñalpas que consagren su vida a la simple defensa de sus semejantes con conciencia y convencimiento de no solo estar ganándose honradamente la vida sino también desarrollando una labor imprescindible para la supervivencia del estado de derecho.

Y pienso que no me da la gana de que a mí me escriban ni me analicen el futuro estas gentes; y siento que no me apetece que estos jóvenes viejos de 45 años puedan hablar de la profesión con absoluto olvido de quienes ejercen la abogacía como los compañeros y compañeras con quienes me cruzo todos los días en los juzgados; y presiento que, a toda esta grey singapureña de «hubs» tecnológicos y «boutiques» jurídicas, no le vendría nada mal que fuesemos nosotros, los abogados y abogadas de verdad, quienes les analizásemos a ellos el futuro.

Somos más y estamos a tiempo de hacerlo y ni Córdoba, ni Barcelona, ni Oviedo o Sevilla, tienen menos glamour que Singapur.

El año que entra toca.

¿Hay muchos abogados en España?

La afirmación de que en España hay demasiados abogados reaparece con extraña regularidad en las noticias; sin embargo, esta especie de serpiente de verano jurídica, ni es una novedad ni, hasta la fecha, la he visto apoyada sobre un estudio serio y que tome en cuenta todos los parámetros necesarios —no siempre económicos— que deberían ser considerados antes de efectuarla.

Sí, la afirmación de que «hay demasiados abogados», es un tópico clásico de la civilización occidental en relación con nuestra profesión que se repite cíclicamente; de hecho creo que, en los más de treinta años que llevo ejerciendo, nunca he dejado de escucharla.

Las quejas sobre el exceso de abogados fueron corrientes ya en la Inglaterra y en los Estados Unidos de 1840, por ejemplo; también en la Alemania de la primera década del siglo XX; en Australia, Canada, los Estados Unidos y Escocia en la década de los ochenta del siglo pasado…, etc.1 No estamos pues ante una afirmación novedosa ni que responda a criterios científicos, pues parece válida para cualquier tiempo y lugar. Esta afirmación, más que con consideraciones económicas o jurídicas, parece tener que ver con ciertos lugares comunes negativos que la sociedad suele tener sobre la profesión de abogado.

La afirmación, además, no suele ser neutra ni imparcial y, cuando se hace, es bueno analizar cuidadosamente las características de su emisor pues puede que la misma, lejos de ser un diagnóstico de una situación real, no sea más que un ardid o engaño para arrimar el ascua a su sardina o, como más elegantemente dicen los abogados, sea un simple argumento «pro domo sua».

Reducir el número de abogados en el mercado es bueno, en primer lugar, para quienes ya están suficientemente establecidos en él: una menor oferta hace subir los precios y por ende los beneficios. ¿Alguien cree que detrás del endurecimiento de los requisitos de acceso a la abogacía no se esconde una porción de ese deseo de reducir la oferta de letrados con la vista puesta en una mayor cuota de mercado para los ya establecidos?.

Reducir la oferta de letrados, en segundo lugar, es bueno para quien desee reducir o recortar los derechos de la ciudadanía. Los abogados facultan a los ciudadanos para defender sus derechos individuales frente al poder (los «empoderan» que diría algún moderno); cuanto más caro o difícil sea acceder a un letrado tanto más complicado será oponerse a un abuso o restricción de derechos2. Toda la batalla que los bancos están dando ahora en relación a las costas sólo tiene un sentido: hacer antieconómico para letrados y clientes reclamar por las cláusulas nulas en los casos de pequeña cuantía de forma que los bancos puedan lucrarse impunemente por sus abusos-masa. Alejar los juzgados de los administrados (juzgados únicos provinciales hipotecarios) tiene el mismo efecto: encarecer para el ciudadano y su letrado el procedimiento y favorecer el enriquecimiento abusivo de los bancos; del mismo modo colapsar deliberadamente esos juzgados prolonga en el tiempo los procedimientos y disuade al consumidor. ¿Qué les voy a contar que ustedes no sepan?

Reducir la oferta de letrados favorece, en tercer lugar, el control de la independencia real de los letrados. Si la abogacía, en lugar de estar compuesta por un 85% de letrados independientes, lo estuviera por tan sólo doscientos o trescientos grandes bufetes para quienes trabajasen el 85% de los abogados, tengan por seguro que procedimientos como el de las cláusulas suelo serían muchísimo más difíciles pues, en la generalidad de los casos, estos despachos tendrían como cliente principal a alguna gran corporación o banco que dificultaría que el despacho trabajase con la deseable independencia en contra de sus intereses.

En realidad el número deseable de abogados tan sólo está en relación con un indicador: el número de injusticias que se cometen en un país. El trabajo de los abogados es remediar injusticias y su número será mucho o poco tan sólo en función del número de injusticias que se hayan de remediar.

Para tener una idea aproximada veamos las tasas de litigiosidad en España y pongámoslas en conexión con el número de abogados ejercientes.

Conforme a las estadísticas publicadas por el CGPJ (Consejo General del Poder Judicial) la tasa de litigiosidad (casos ingresados por cada mil habitantes) en la jurisdicción civil es de 47,7 casos. Si tal afirmación es cierta eso supondría aproximadamente un total de mas de dos millones de asuntos civiles anuales ingresados y, si consideramos que todos esos casos fuesen simples casos de juicios verbales en los que tan sólo interviniese un abogado que pudiese cobrar el mínimo imprescindible, resultaría que la facturación estimada de tal mercado estaría en torno a los 1.600 millones de euros y esto en el caso más restrictivo pues ustedes saben que no solo de procedimientos verbales de ínfima cuantía vive el hombre. Si dividimos el mercado civil así considerado (juicio verbal, cuantía ínfima, un solo letrado por caso ingresado) entre los 150.000 letrados teóricos de España a cada uno corresponderían unos ingresos de 10.000€. Parece poco pero es que hemos calculado en las peores condiciones, incluso considerando que en un juicio sólo hay un letrado (lo racional sería duplicar esos diez mil euros).

Ahora bien, si la tasa de litigiosidad civil es de 47.7 casos, la tasa de litigiosidad penal es de ¡67,5!, punto este en el que les dejo a ustedes calcular el tamaño mínimo del mercado en euros. En lo Contencioso la tasa es de 4,5 y en Social de 8,7.

¿Sobran abogados? Pues… a juzgar por las cifras crudas, en un primer vistazo (y a salvo de un estudio riguroso e independiente) parece que no, aunque, claro, nunca hay mercado que soporte una intervención insidiosa. Veámoslo.

Una forma eficaz de rebajar la retribución de los abogados es proclamar un amplio derecho a la justicia gratuita que alcance a grandes capas de la población y luego pagar esos servicios a 2€/hora, por ejemplo. Si se hace esto se está operando sobre el mercado forzando una bajada artificial de los precios de los servicios sin que la CNMC parezca tener nada que decir al respecto en este caso. Pagar con justicia a los abogados de oficio no es sólo una exigencia de los abogados de oficio sino una demanda irrenunciable de la abogacía independiente si quiere poder sobrevivir.

Otra forma eficaz de reducir el número de abogados es acaparar la demanda a través de campañas publicitarias que no están al alcance del abogado tradicional y presionar los precios aparentemente a la baja (a la hora de litigar se cobra a precio de criterios orientadores).

Otra forma eficaz de rebajar la retribución de los abogados y contraer el mercado es alejar las sedes judiciales del lugar donde viven los ciudadanos. Tal alejamiento encarece los servicios para los ciudadanos pues los letrados, necesariamente, habrán de minutar los gastos de desplazamiento mientras, bancos y empresas grandes, verán cómo sus gastos se reducen al litigar en el foro donde suelen tener sus despachos: la capital de provincia. Esta maniobra de concentración de juzgados es quizá una de las más siniestras estrategias de los diversos gobiernos para cercenar los derechos de los consumidores, para favorecer a las grandes empresas en detrimento de los ciudadanos y para atentar contra la independencia judicial, pero todo eso para dos o tres posts. Simplemente permítanme dejar aquí anotado este efecto pernicioso para el mercado de servicios jurídicos.

La política de costas es otra forma eficaz a través de la cual el poder restringe el acceso a la justicia. Siempre favoreciendo a bancos y grandes empresas (las costas en los procesos ejecutivos o hipotecarios se embargan desde el primer día) los poderes públicos se han protegido en la jurisdicción contenciosa con un estricto sistema de costas mientras los bancos —y de forma siniestra la propia abogacía— buscan cómo modificar las costas en la jurisdicción ordinaria en su beneficio y en perjuicio de los consumidores.

Así pues ¿sobran abogados?. No deberían sobrar pero, si no tomamos en nuestras manos las riendas de la situación y corregimos los abusos que desde el poder se están llevando a cabo contra la abogacía, pronto sí que sobrarán y sobrarán muchos. Las artificiales condiciones del mercado hacen que, en tanto que hay un importante incremento en la demanda de servicios jurídicos, el precio de los mismos caiga fortísimamente, una paradoja que convendría estudiar seriamente.

Por el momento baste señalar que la afirmación de que «hay muchos abogados» debe ser tomada a beneficio de inventario pues no se apoya en ningún estudio serio, debe señalarse también que el estado interviene en los precios a través de su política de justicia gratuita, de planta judicial, de costas judiciales, de forma que sienta las bases para hacerle un ERE de dimensiones inauditas a la abogacía independiente en favor de la abogacía negocio.

Mientras la abogacía independiente está en peligro de muerte el Consejo General de la Abogacía Española se reúne de urgencia elndía 7 en pleno monográfico para hablar del control horario en los despachos y de la postura contraria al mismo de los grandes despachos y del propio CGAE. Nada de turno de oficio o de precarización de la profesión, lo urgente es defender los intereses de los grandes despachos.

Yo que tú no dejaría mi futuro en sus manos y me organizaría.


  1. Abel, England and Wales, 37; Gerald W. Gawalt, «Sources of Anti-Lawyer Sentiment in Massachusetts, 1740–1840,» in Essays in Nineteenth-Century American Legal History, ed. Wythe Holt, 624–648 (Westport, CT: Greenwood Press, 1976), 624–625; Blankenburg, 127; Weisbrot, 246; Arthurs, 128; Marc Galanter, «Predators and Parasites: Lawyer-Bashing and Civil Justice, » 28 Ga. L. Rev. 633, 644–648 (1994); Stephen D. Easton, «Fewer Lawyers? Try Getting Your Day in Court,» Wall Street Journal, 27 November 1984; Gerry Spence, With Justice For None: Destroying An American Myth (New York: Times Books, 1989), 27–40; Paterson, 76; todos ellos citados en wikipedia, bajo la voz «Lawyer». ↩︎
  2. Stephen D. Easton, «Fewer Lawyers? Try Getting Your Day in Court,» Wall Street Journal, 27 November 1984. Este artículo refuta la queja generalizada de que hay demasiados abogados en los Estados Unidos, señalando que, en aquellos países donde hay menos abogados, como Japón, a los demandantes les resulta virtualmente imposible llevar adelante con éxito sus reclamaciones simplemente porque el número de letrados es insuficiente. El artículo señala que incluso los casos de muerte por negligencia con pruebas claras de culpa pueden prolongarse durante décadas en Japón (¿les suena?). Por lo tanto —concluye el autor— cualquier reducción en el número de abogados resultaría en una reducción de la aplicación de los derechos individuales. ↩︎

Si quieres ser abogado déjalo ahora: no tienes ninguna oportunidad.

Por lo que veo no he logrado convencerte, joven amigo, y sigues empeñado en ser abogado. Te ha gustado todo eso que te conté ayer de la ética y de que ser abogado era una forma de vida; veo que tienes buena pasta, pero no te engañes: no vas a ser un abogado de esos de que te he hablado porque, simplemente, no tienes la más mínima oportunidad.

Hoy, en España, el 85% de los abogados forman parte de esa república de que te he hablé ayer pero ese tiempo ha llegado a su fin.

Ha llegado a su fin porque a los gobiernos no les importa tanto la justicia como desregular la profesión, de forma que se establezca una guerra de precios que no permita la supervivencia de este tipo de despachos más que de forma residual. Supongo que ya habrás visto publicidad de divorcios a 150€ (¿tú crees que se puede asesorar y dirigir debidamente un proceso de esta especie por 150€?) y habrás visto también aplicaciones en las que se subastan procedimientos al abogado que ofrezca llevarlos más barato. ¿Crees que a los gobiernos les preocupa si se pueden llevar o no dignamente asesinatos o ejecuciones hipotecarias a 300€? ¿Crees que les preocupa que ejecutante y ejecutado dispongan de una dirección letrada de calidad pareja? ¿Crees que esto es visto con malos ojos por los gobiernos o los dirigentes del Consejo General de la Abogacía Española?

Te daré un dato: en el último «congreso» (nota las comillas joven amigo) el CGAE, en lugar de tratar de buscar una regulación adecuada para estas aplicaciones, ha convocado un hackaton afortunadamente con escaso éxito de participación. Como ves no puedes esperar mucho, ni del gobierno ni de tus representantes, que, no lo olvides, no sólo representan esa forma que amas del ejercicio profesional, representan también a los grandes despachos y a la abogacía-negocio.

No me entiendas mal: la libre competencia es buena, más que buena imprescindible. La libre concurrencia abarata —sin duda— los servicios de los abogados, pero, si estamos de acuerdo en que el dinero no es el primer objetivo de nuestra profesión sino la defensa de los derechos de los ciudadanos, el gobierno y nuestros representantes deberían establecer unas justas reglas del juego, priorizando la justicia frente al precio y adoptando algunas —mínimas— medidas complementarias, salvo —claro está— que quieran beneficiar a un tipo muy concreto de despachos (los despachos-negocio), despachos estos expertos, por cierto, en las tareas de lobby y en subvencionar congresos y saraos a los que siempre son invitados, adivina quiénes, joven amigo.

No creo que nadie entendiese que una clínica privada pudiera ofertar apendicectomías a 150€ o que, en el mercado del medicamento, no hubiese más criterio de regulación que el del negocio y el precio. Los abogados no curamos a nadie de una afección cardíaca pero por nuestras manos pasan la libertad de las personas o el futuro de muchos menores, por ejemplo; quizá no nos juguemos la muerte de nuestros clientes pero sí que nos jugamos su vida.

El gobierno y nuestros representantes no están por ti ni por mí, joven amigo, no están por la defensa de la profesión de que te hablé ayer y, por eso, el avance de una profesión mercantilizada se produce en los últimos años a pasos agigantados. Los procedimientos que afectan a multitud de afectados son un caramelo demasiado dulce para que los fondos de inversión y los bufetes-negocio extranjeros no se hayan fijado en ellos. No te estoy hablando de ciencia-ficción, amigo, te estoy hablando de algo que vamos a ver en los próximos meses o años.

A día de hoy, joven amigo, nadie cuida de esa profesión de la que aspiras a ser parte, déjame que te dé unos datos:

-Si eres abogada y vas a ser madre o si, simplemente, tienes una grave enfermedad, nadie detendrá siquiera mínimamente los plazos procesales: tu enfermedad te deparará, además de sufrimiento, la pérdida de clientes y deudas en forma de responsabilidad civil. Las
peticiones a todos los partidos han sido hechas y tus representantes no han pedido nada distinto de lo que ya existe en la ley.

-Tu trabajo como abogado de oficio para los más pobres, declarado obligatorio por el gobierno en connivencia con tus representantes, se paga a precios de esclavitud. El gobierno valora tu hora de trabajo apenas a dos euros, exige tu trabajo, y lo paga mal… cuando lo paga. Sin duda has visto en las redes manifestaciones de abogados en protesta por el turno de oficio. Habrás visto que colegios de aquí y de allá han organizado protestas y te habrás preguntado: si todos protestan, unos un día y otros otro, ¿por qué los representantes nacionales no convocan un único día de protesta o convocan huelga? Buena pregunta joven amigo, si encuentras una respuesta lógica dímela, yo aún no encuentro explicación salvo la connivencia cómplice o el Principio de Hanlon.

-Habrás visto que, cuando los abogados y abogadas claman por planificar políticas comunes frente a los impagos del turno de oficio, la falta de conciliación, la precarización de la profesión, la explotación de jóvenes abogados por los grandes despachos… los que dicen ser tus representantes organizan un «congreso» en Valladolid en el que hablan de músicas celestiales, tortas y pan pintados. En ese ¿congreso? La única manifestación visible fue la oposición de los grandes despachos y CGAE a las medidas de control de tiempo y exceso de horas extras tomadas por el gobierno. El turno de oficio sólo ha existido porque un puñado de profesionales dignos han llevado su protesta hasta allí.

-Habrás visto también que los abogados de esa clase que tú aspiras a ser no cuentan en absoluto para sus dirigentes: el «congreso», máximo órgano consultivo de la abogacía ha sido convertido, con clara infracción del Estatuto de la Abogacía, en una feria; el código deontológico, una eficaz herramienta para evitar que se acabe con esta forma de entender la profesión, ha sido modificado a espaldas de los abogados, sin periodo de información pública, sin recibir enmiendas más que de los pocos que se sientan en un oscuro sótano en el paseo de Recoletos. Pareciera que esos pocos entiendan que el resto de los abogados no tienen nada que aportar y olvidan así el primer mandamiento de la república de los abogados: que nadie es más que nadie, que en esta república todos somos lo mismo: abogados, desde la presidenta al último colegiado, y que prescindir de cualquiera de los miembros de esta república es desperdiciar la mayor riqueza que esta tiene: sus mujeres y hombres. La participación, tu participación, joven amigo, está en vías de extinción: si se aprueba el nuevo y ominoso estatuto de la abogacía por el que se pugna desde el sótano de Recoletos ya no tendrán ni que saltarse el Estatuto para convocar un Congreso donde nadie pueda hablar, pues ese tipo de Congresos, simplemente, habrá sido eliminado. Eso es lo que puedes esperar de un borrador estatuto redactado en 2013 y que, si entonces ya nació viejo, ahora es un atentado contra la profesión que amas.

No te engañes, pues: no tienes ninguna oportunidad. Aseguradoras, partidos, bancos, lobbys y hasta tus propios representantes (deliberadamente o por efecto de Hanlon) trabajan en la dirección contraria. No vengas pues, no tienes nada que hacer.

El 85% de los abogados de este país carecen de futuro. Son mayoría, sí, pero cada vez serán menos. El año que viene serán el 80% y en dos o tres años no llegarán al 60.

Por eso, joven amigo, si, a pesar de todo, aún persistes en la idea de ser un abogado de esos de los que te hablé ayer, tendrás que pelear por lo que quieres y tendrás que pelear ya, porque hoy somos el 85% y podemos dar la batalla pero cada vez seremos menos y pronto no podremos hacer nada.

Por eso, joven amigo, si quieres ser abogado, no puedes dejar tu futuro en manos de nadie sino tomarlo en las tuyas; por eso, cuando se hable de abogacía, no puedes dejar que nadie hable por ti —porque probablemente no hable en favor de lo que crees y amas— sino que debes ponerte en pie y dejar oír tu voz; por eso debes saber que nadie hará por ti lo que tú no hagas y que el tiempo de hacerlo es ya.

Por eso no mires alrededor y esperes que alguien empiece la acción, vienes a una profesión de héroes y has de acostumbrarte a pelear solo. No temas, tu acción es importante, siempre seremos unos cuantos los que te sigamos y ten fe en que la acción de unos pocos puede cambiar la historia. Y sobre todo no te quejes si el presente es malo, porque lo seguro, joven amigo, es que el mañana es tuyo.

Ser abogado no es negocio

Me dirijo a ti, joven estudiante de derecho o del máster de acceso a la abogacía porque quiero que, antes de que sea tarde, sepas una cosa que debo decirte: ser abogado no es negocio.

Si estás estudiando derecho o el máster de acceso porque tu familia o amigos te han dicho que siendo abogado ganarás dinero olvídalo, te están engañando. Si ganar dinero con el ejercicio profesional es tu objetivo vital yo te diría que cambies inmediatamente de idea, la de abogado no es la profesión que buscas.

Seguro que has oído hablar de Calamandrei. Piero Calamandrei, además de ser un autor que aparece en tus apuntes de procesal, era un tipo que los tenía muy bien puestos. Era abogado ya en 1912 pero cuando llegó la primera guerra mundial (1914-1918) se alistó voluntario en el 218° de Infantería y concluyó la guerra con el grado de teniente coronel. Cuando llegó a Italia el fascismo Piero ya era catedrático, pero no dudó en jugarse su puesto y su libertad firmando manifiestos contra Mussolini, escribiendo en publicaciones valientemente antifascistas como Non mollare (No te rindas) y participando en la resistencia contra el régimen con riesgo de su libertad y su vida.

Pues bien, este tipo —que como ves no solo estudiaba derecho procesal— lo explicó muy gráficamente:

No me hables de riqueza, tu sabes que, el verdadero abogado, el que dedica toda su vida al patrocinio, muere pobre; ricos se hacen solamente aquellos que, bajo el título de abogados, son en realidad comerciantes o intermediarios…

Sí, joven amigo, el verdadero abogado si no muere pobre, al menos, no muere inmensamente rico. Y esto es así porque ser abogado no es —no puede ser— simplemente un negocio. Si para ti ganar dinero tiene más prioridad que defender los derechos de tu cliente, antes defenderás tu dinero que su causa y serás un buen comerciante, pero no serás abogado, serás otra cosa.

Que no te engañen con la prensa salmón y las páginas de economía de los periódicos: esos despachos que se dicen «grandes» y que miden su éxito en dinero sólo son ¿grandes? en su cuenta de resultados, aunque tú, desde hoy, sabes que, para un abogado de verdad, ellos sólo son un negocio.

Es importante que recuerdes esto que te digo, joven compañero, porque desde el gobierno, desde los medios de comunicación e incluso desde la propia abogacía institucional, te hablarán en términos económicos cuando hablen de la profesión.

Desde el gobierno te hablarán de desregulación, de ampliar la competencia, de libertad de precios y bajadas de tarifas y honorarios. Los gobiernos y sus comisiones de defensa de la competencia no distinguen un abogado de una distribuidora de chicles o de una peluquería; para los gobiernos y sus comisiones de defensa de la competencia lo importante no es que todos los españoles sean iguales ante la ley y dispongan de una asistencia letrada suficiente; lo importante es que los honorarios bajen; ya luego, si se puede llevar decentemente un divorcio por 150€ o un asesinato por 300€, no es cosa que parezca importarles.

A la prensa económica y los medios de comunicación sólo les preocupa la facturación. Tanto ganas tanto vales. Medir en dinero es fácil, ellos son economistas y de eso entienden, pero ¿cómo se mide la justicia?

Cuando Dionisio Moreno —un abogado humilde— propuso plantear una cuestión prejudicial al TJUE en el caso Aziz y el juez del caso, efectivamente, la planteó, Dionisio no pudo cobrar nada a su cliente pobre de solemnidad; sin embargo la sentencia del caso Aziz —la de las hipotecas— permitió que centenares de miles de españoles pudiesen reclamar a los bancos el dinero que estos, injustamente, les habían depredado durante años. La cuenta de resultados de Dionisio y del Juez que planteó la cuestión prejudicial no subieron un céntimo, ahora bien ¿tú dirías que esos dos juristas son peores que algún gran despacho que factura infinitamente más pero que se ve salpicado directamente por un caso de fraude fiscal?

No, ser abogado no es negocio, es profesión, es vocación; se es abogado, no «se trabaja» de abogado, porque ser abogado es, simplemente, una forma de vida.

Tratarán de convencerte de que no escuches a la gente que piensa como yo, que asumas que lo moderno es entender la profesión como un negocio, que lo guay es decir muchas palabras en inglés del tipo, junior, senior, of counsel, networking y hasta a tomarse un café le llamarán coffee break. No les hagas caso, toda esa parafernalia no es moderna, el uso innecesario del inglés es un marcador de pobreza léxica (recuerda que «letrado» viene de letras) y no obedece más que a una copia acrítica de discursos ajenos. Son malas copias de malos originales.

Y sí, gobiernos y empresas te mandarán el mensaje de que entender la abogacía al estilo de Calamandrei es algo anticuado, la abogacía institucional afianzará tal mensaje con congresos «moelnos» donde los problemas de esa abogacía de que te hablo —el 85% de los abogados de España— serán cuidadosamente silenciados.

Que no te engañen estos tampoco. En la república de los abogados el último de ellos no es ni más ni menos que el primero: abogado. Cada uno de los abogados y abogadas que forman esta república no sólo no son inferiores en nada a quienes la dirigen sino que, en su concreto campo de especialización, probablemente están mejor formados que quienes les gobiernan. No eres, no serás, ni más ni menos que ninguno de tus compañeros y por eso, si ves que algunos de ellos mantienen sus reuniones y acuerdos en secreto, que buscan la forma de impedir o dificultar tu participación, si ves que hablan en tu nombre sin haberte preguntado, si ves que ocultan minuciosamente el importe de las dietas que tú les pagas, entonces sabrás que no defienden la abogacía de que te hablo sino otra bien distinta. No te achiques, tú sabes quién eres y quién puedes llegar a ser y su oscurantismo es sólo una medida de su miedo.

Así pues, jóvenes y futuros compañeros y compañeras, debéis saber dónde venís y a qué venís. Probablemente con esta profesión no os hagáis ricos pero habéis de saber que, si a pesar de todo elegís serlo, a vosotros os corresponderá defender las esperanzas de justicia de los ciudadanos y la posibilidad de que este país tenga futuro. No es poca cosa.

Los abogados de verdad no miden su éxito en dinero

Leo la prensa económica y veo con preocupación como las páginas de la prensa salmón incluyen entre sus gráficas y ratios las de determinadas firmas de abogados. La marcha, buena o mala, de estas firmas se mide en euros, las firmas tienen tanto más éxito cuanto más dinero ingresan. Miro y remiro la gráfica con detenimiento tratando de dar con alguna magnitud no cuantificada en euros y no encuentro nada más que el criterio del beneficio económico para medir el éxito o el fracaso. No son muchas las firmas que aparecen en esos periódicos, usualmente cuatro o cinco, lo cual, en un país con 150.000 abogados, da una imagen bastante poco cercana a la realidad de lo que es, de verdad, la abogacía en España.

Tratan de convencernos de que el ejercicio de la abogacía es un negocio y que, como tal negocio ha de ser tratado, imponiendo el mercantil criterio del reparto de dividendos como el único valido para regir la empresa.

Esta visión de la abogacía como negocio es compartida por muchas y muy poderosas entidades. La Comisión Nacional del Mercado de la Competencia, cada poco tiempo, deja oír su voz inquisidora en defensa del mercado como si el mercado fuera el supremo interés del género humano, muy por encima de cualquier derecho fundamental proclamado en las constituciones. La nueva ortodoxia religiosa fija el libre mercado como el nuevo paraíso terrenal y a él se dirigen sus fieles sin que un derecho fundamental de más o de menos vaya a dificultar su marcha.

Yo creo que si eres jurista sabes perfectamente que la abogacía no es un negocio, o al menos no es exclusivamente un negocio, porque antes y por encima del beneficio económico se sitúan otros fines y consideraciones que —aunque el mercado no las entienda— un jurista las percibe de inmediato. Preséntenme a un abogado cuya primera prioridad sea ganar dinero y les señalaré a un psicópata con un brillante futuro delictivo. Luego le pillarán o no; de momento, alguna de esas cuatro o cinco firmas habituales de los papeles salmón, han confirmado ya esta predicción que les hago.

Lo diré una vez más: los abogados a los que admiro no miden su éxito en dinero.

Quizá nadie como Dionisio Moreno ilustre esto que les digo. Él fue el letrado del Caso Aziz, ese que permitió que todo el abuso hipotecario español fuese dinamitado por la jurisprudencia europea. Dionisio, sin duda, con su trabajo, ha sido el hombre que mayor cantidad de felicidad ha regalado a los españoles en los últimos tiempos: hoy centenares de miles de familias españolas no han perdido sus hogares porque Dionisio hizo lo que hizo, hoy centenares de miles de familias españolas litigan para recuperar parte de las ingentes cantidades de dinero que, esos supremos sacerdotes del dividendo que son los bancos, les sacaron del bolsillo.

Hoy Dionisio debería ser famoso y hartarse de dar conferencias, pero resultó que en la época en que defendía a Aziz alguien trató de hacerle la puñeta. Yo no diría que ninguno de los bufetes de la prensa salmón haya tenido un éxito comparable al suyo.

Este tipo de letrados como Dionisio son el 80% de los que ejercen la abogacía en España. Son los letrados de la gente común, los que no trabajan para el alto staff de bancos, aseguradoras, multinacionales o grandes corporaciones. Son quienes no deben nada a los grandes y por eso son la esperanza de los pequeños, son los abogados que molestan a quienes preferirían una abogacía menos luchadora, a los que quieren «desjudicializar» los asuntos para impedir que nadie pueda conocer sus fechorías.

Esta abogacía independiente y al servicio de la población, esta que no divide a los abogados en «seniors» o «juniors», esta que no sale en las hojas sepia de la prensa económica, es mi abogacía; a la que pertenezco, a la que amo, la imprescindible si de verdad queremos poder vivir en libertad y con justicia.

Hoy esa abogacía está sufriendo el mayor ataque de su historia: casi un 25% de sus miembros no pueden pagar la Mutualidad, se han reducido sus parcelas de actuación y una legislación dolosa trata de favorecer los entornos sociales y económicos donde ejercer este tipo de abogacía sea cada vez más difícil.

Estamos alcanzando el punto de no retorno y no parece que las instituciones corporativas (Colegios, CGAE) sean capaces de invertir este rápido descenso a los infiernos. Hay que hacer algo y hay que hacerlo ya. Y si algo hay que hacer en primer lugar es recuperar la dimensión ética de nuestra profesión, de nuestra escasez, de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Porque pueden haber unos cuantos mandarines que piensen que lo nuestro es sólo una forma de hacer dinero pero yo sé que tú sabes que tu profesión es más, mucho más que un simple negocio.

Aún somos muchos y aún podemos conseguirlo todo pero esto no siempre seguirá siendo así. Es hora de actuar. Si nos determinamos a impedirlo tened la absoluta certeza de que la esperanza de los más quedará a salvo y que los menos no se saldrán con la suya.

Vamos.

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http://youtu.be/n05SS3xe7-M

La regulación de la profesión informática

El pasado 26 de febrero y en el marco de la celebración del XXV Aniversario de los estudios de Informática en la Región de Murcia, la Facultad de Informática organizó una mesa redonda sobre la regulación de nuestra profesión a la que asistieron como ponentes Don Félix Faura Mateu, Rector de la Universidad Politécnica de Cartagena, Miembro de la Comisión de Ingenierías y Arquitectura de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas; Don Antonio Robles Martínez, Director de la Escuela Técnica Superior de Informática Aplicada, Universidad Politécnica de Valencia; Don Javier Pagés, Presidente de AI2-Federación Española de Asociaciones de Ingenieros en Informática y yo mismo en mi calidad de Secretario General de TIMUR (Asociación Murciana de Empresas del Sector de las Tecnologías de la Información, de las Comunicaciones y del Audiovisual de la Región de Murcia), que es AETIC en nuestra región.

La mesa resultó interesante aunque me tocó lidiar con el antipático papel de defender una menor regulación profesional en éste y otros ámbitos.

La mesa redonda podéis verla aquí en la televisión de la Universidad.