Deseos inconfesables

Deseos inconfesables

Mi amigo Pedro de Paz es poeta, y de los buenos. El tío escribe bien y lo mismo te urde una novela que te hilvana un serventesio y el jodío todo lo hace con arte. Pero yo no quería hablarles de eso.

Yo de lo que quería hablarles es de que, cada vez que lo veo, me acuerdo de uno de mis más inconfesables deseos: a mí me hubiese gustado ser guapo y estar muy bueno.

Pero no guapo de eso de decir, oye qué guapo, no, guapo de esos que cuando entran en el bar las mujeres se mandan whatsapps diciendo ¿has visto a ese cordero de dios que siembra el pecado en el mundo?

Guapo no de arreglarse o ponerse guapo, no, sino guapo como esos artistas de Hollywood que, hasta cuando se les descompone el vientre por la noche y van al retrete, están guapos los jodíos. Miren, hasta cuando Paul Newman se iba de vareta, estaba guapo el cabrón.

Pero no pudo ser, las hechuras no salieron buenas y, en vez de dedicarme a estar bueno, hube de dedicarme a la literatura. Ya saben, metáforas, sinécdoques, sinestesias… (abre los ojos, María, que quiero escuchar el mar…) Esas cosas con las que, los que vamos al retrete con muy mala cara, nos vamos apañando y nos sirven para ir tirando.

Yo tengo condición de poeta, pero no por facultades, inteligencia o vocación, sino porque no me queda otro remedio; y, como sé que ir al gimnasio tampoco va a cambiar mucho las cosas, pues estudio historia sumeria, termodinámica o blockchain, que, aunque no me van a mejorar los abdominales, me entretienen mucho más. Los abdominales, si eso, ya luego los cuido con algún potajico con su vino tinto acompañante.

Por eso, cada vez que veo las fotos de mi amigo Pedro de Paz me pregunto: ¿Qué necesidad tendría este hombre de hacerse poeta y encima de los buenos?

Hay gente que lo quiere todo, que son unos gomias y que, esto es lo peor, encima son mis amigos, los aprecio, los valoro, y no puedo cantarles las verdades del barquero.

Maldita sea.

Nos están dejando sin poesía

Hace apenas dos días, tras una conferencia improvisada que di en Sabadell sobre informática y derecho, hubo tertulia en un bar cercano con varios de los asistentes a la charla entre los que se encontraba Manuel Cachón, catedrático de derecho procesal en la Universidad Autónoma de Barcelona y hombre de enciclopédica cultura y fina sensibilidad.

La conversación corrió distendida por temas relativos a la propiedad intelectual y la no siempre razonable forma en que los estados la regulan. Se habló de las patentes de ADN, se habló de agricultura, se habló de los organismos genéticamente modificados y se habló, naturalmente, de los efectos que los mismos tienen o pueden tener sobre nuestro hábitat.

Yo, por mi parte, hablé a mis contertulios del «Roundup», un herbicida capaz de acabar con todas las plantas a excepción de aquellas que habían sido modificadas genéticamente para ser inmunes a él. Soja, maíz y muchos vegetales han sido modificados genéticamente por una conocida multinacional norteamericana (Monsanto) para que sean «RR» (Roundup Ready) y hasta hay noticias de trigo que podría estar modificado genéticamente.

El uso intensivo y sofisticado de herbicidas, el uso de semillas modificadas genéticamente en países pobres y las consecuencias socioeconómicas de toda esta agricultura hipertecnificada dieron para un breve rato de amena charla.

Sin embargo, si algo recuerdo de aquella conversación, fue una observación que hizo Manuel Cachón: «Viajando por Castilla cada vez se ven menos amapolas en los campos».

Y pensé que tenía razón, que la amapola no es para el agricultor más que una mala hierba que suele crecer en los cultivos de cereal y que, con tanto herbicida hipertecnificado, no solo estábamos acabando con las malas hierbas sino con las amapolas y hasta un poco con la lírica.

Lo escribo hoy para no olvidar la observación sobre la modernidad y la poesía, debo volver algún día sobre este tema aunque solo sea porque, de niño, me gustaba aquel poema —creo que de Juan Ramón Jiménez— que empezaba…

Novia del campo, amapola

que estás abierta en el trigo;

amapolita, amapola

¿te quieres casar conmigo?