El arma secreta de la humanidad

El arma secreta de la humanidad

La ropa que se ve en la fotografía tiene 2000 años de antigüedad y perteneció a una mujer que vivió ennla península de Jutlandia (actual Dinamarca) en torno al siglo primero de nuestra era. Su cuerpo fue encontrado en una turbera en buen estado de conservación y sus ropas hoy se exponen en el Museo Nacional de Dinamarca.

Una falda y un manteo de lana junto con una capa hecha de cuadrados de piel cosidos componían su indumentaria el día que murió. Alguna pequeña peineta completaba su equipación.

Los análisis nos muestran que, antes del accidente, la mujer había sufrido una fractura de fémur de la cual había curado y todo esto nos retrotrae a esos lejanos momentos en que el ser humano era todavía un animal indefenso frente a la naturaleza pero en los que, gracias a su mejor arma, podía sobreponerse a ella.

Y esta arma secreta que hizo grande al género humano fue la cooperación. En la naturaleza un animal con el fémur roto muere indefectiblemente, pero un ser humano no, porque sus compañeros le cuidan hasta que el hueso vuelve a soldar. Los vestidos de esta mujer y esta mujer misma nos hablan de una sociedad que coopera, que busca lana y la teje para abrigar a sus miembros, que caza, curte y cose pieles con la calidad necesaria para que duren dos mil años, una sociedad, en fin, que no deja que mueran sus miembros enfermos y los arrastra con ella si es preciso persiguiendo a sus presas pero no los abandona a su suerte.

Muchos líderes nos hablan de competencia y de lucha como claves de éxito pero, en mi sentir, deberían mirar antes las ropas y los huesos de esta mujer de Huldremose porque en ellas está escrita la clave del éxito humano, la herramienta que nos ayudó a abandonar los árboles y nos llevó a poblar el mundo y a soñar con habitar planetas cercanos: la cooperación.

Trato de estudiar las claves de esa estrategia evolutivamente estable llamada cooperación porque, en el fondo, esas son las reglas que, torpemente y sin entenderlas del todo, los juristas tratamos de actuar en la realidad.

Es otra forma de ver nuestro trabajo.

Mujer Valiente

Mujer Valiente

Para la caballería de los Estados Unidos aquella fue solo «La Batalla de Rosebud» pero, para la Nación Cheyenne, aquella fue «La Batalla en que la Muchacha salvó a su Hermano».

Mujer Valiente (Brave woman) fue una india Cheyenne que se hizo famosa al cargar sola con su caballo en medio de la batalla para rescatar a su hermano herido. Su intrépida acción enardeció a sus compañeros de armas y la Nación Cheyenne derrotó aquel día al ejército de los Estados Unidos.

Mujer Valiente peleó poco después junto a su marido en la batalla de «Little Big Horn» donde los indios derrotaron al Séptimo de Caballería de los Estados Unidos cuando este pretendía masacrar a mujeres, viejos y niños indefensos; una batalla inmortalizada desde el falseado punto de vista estadounidonse en el film «Murieron con las botas puestas».

La tradición oral de los Cheyennes, conocida recientemente, atribuye a Mujer Valiente el haber propinado el golpe que descabalgó al General Custer durante la batalla.

La que ven arriba es la foto de Mujer Valiente y, mirándola, trató de averiguar en su rostro cuánto hubo de padecer este ser humano para tener que verse obligada a enfrentarse al hombre blanco con tal desprecio de su vida.

Mujer Valiente murió en Montana en Mayo de 1879 a causa de la difteria que le había contagiado el hombre blanco.

El bitcoin y el Antiguo Egipto

El bitcoin y el Antiguo Egipto

Hoy el bitcoin ha rebasado la barrera de los 25.000 dólares y, como siempre que bitcoin bate records (lo cual últimamente sucede casi todos los días), siempre hay quien me pregunta cómo es posible que una unidad de cuenta sin valor intrínseco alguno pueda alcanzar semejantes precios.

La pregunta es pertinente pero sería del todo pertinente si a esa pregunta se añadiese otra: ¿cómo es posible que un trozo de papel impreso tenga más valor que el valor intrínseco del papel?

Para entender este aparente sinsentido, seguramente, deberemos viajar al pasado hasta el mismo momento en que se inventó el dinero, lo cual, por cierto, sucedió en fecha bastante más reciente de lo que pudiera pensarse, pues las primeras civilizaciones y los primeros imperios que existieron sobre la tierra (sumerios, acadios, egipcios…) simplemente lo desconocieron; al menos en su versión física. Para entender como imperios tan extensos llevaban adelante su economía fijémonos, por ejemplo, en cómo sucedían las cosas en el Antiguo Egipto.

En el Antiguo Egipto no se acuñaba dinero, pero eso no significa que no tuviesen métodos de intercambio suficientemente sofisticados y, para ello, hacían uso de unidades de medida que podían ser de peso, superficie o capacidad. Por su extrema popularidad nos fijaremos en una unidad llamada «Deben» que equivalía a unos 91 gramos y que se dividía en diez partes (kite) de unos 9,1 gramos cada una.

La utilidad del Deben y su uso quedan patentes si nos fijamos, por ejemplo, en el Ostracón (un trozo de cerámica escrito) Turín 9753; en él se documenta la venta de una cabeza de ganado que el jefe de policía egipcio Nebsmen hace a un ciudadanos llamado Hay.

Nebsmen tasa el valor de su animal en 120 deben de cobre (el Deben de cobre era la medida generalmente usada) y Hay, para pagarle, le entrega mercaderías por valor de esos mismos 120 deben de cobre, en concreto dos tarros de grasa, cinco camisas de tejido fino, un vestido de tela del Alto Egipto y una piel.

No tengo la más mínima duda de que usted, inmediatamente, habrá pensado: «pues si las cosas se valoran en deben de cobre, llevando cobre en la bolsa, en forma de monedas, lingotes o en la que sea, el dinero ya estaba inventado». Pues sí, pero no. Los egipcios usaban el deben de cobre como medida de valor pero no cargaban con el cobre preciso para ir haciendo los pagos.

Naturalmente, desde que existía una unidad de valor la posibilidad de aplazar y garantizar las operaciones presentando avalistas o fiadores estaba servida.

Veamos el caso de la ciudadana egipcia Iret Neferet, ocurrido en el año 15 del reinado de Ramsés II (1264 AC) y que nos ha llegado recogido en un papiro de naturaleza judicial (el llamado Papiro Cairo 65739) y en el que se narra una violenta disputa entre dos mujeres.

Hay que hacer notar que el tratamiento que el papiro (un documento oficial) otorga a la acusada Iret Neferet es el de «ciudadana» lo que, junto con la actividad negocial y jurídica que ella y su adversaria llevaron a cabo, nos revela un papel negocial de las mujeres en Egipto mucho más independiente del que podríamos imaginar.

La propia Iret Neferet nos cuenta así el principio de su caso:

En el año 15 (de Ramsés II) siete años después de que yo entrara en la casa del inspector del distrito Samut, el mercader Raia se acercó a mí con la esclava siria Gemeherimentet, siendo ella aún una niña y él me dijo: «Compra a esta chica y dame un precio por ella». Eso me dijo. Y yo le compré a la chica y le di un precio por ella.

Resulta horrible que la vida y la libertad de una niña se valorase en aquel tiempo en 373,1 gramos de plata (unos 310€ a precio de hoy) pero, al margen de este tristísimo hecho, la compra de la esclava siria Gemenherimentet por la ciudadana Iret Neferet nos ilustra muy bien sobre cómo se llevaban a cabo las operaciones comerciales en el antiguo Egipto.

El caso de Iret Neferet no terminó ahí pues otra ciudadana, llamada Bakmut, acusó a Iret Neferet de haber pagado a Raia, el mercader de esclavos, con objetos de su propiedad, lo que dio lugar a un feo litigio en el que Bakmut llevó ante el tribunal hasta seis testigos (tres hombres y tres mujeres) que, según dice el papiro, juraron por su rey y por su dios.

Como vemos, en el caso de Iret Neferet, el precio ya no se paga en deben de cobre sino de plata, lo que nos sugiere que, en ese tiempo, ya debía existir una cotización plata/cobre, y no nos equivocamos, pues ya en época de Ramsés II se sabe que cada deben de plata equivalía a 100 deben de cobre, cotización que bajó durante el reinado de Ramsés III en el que el deben de plata se cambiaba por tan solo 60 deben de cobre. Supongo que los ciudadanos de Ramsés III estarían tan sorprendidos por la bajada de la plata como nosotros por la subida del bitcoin.

Con esta forma de operar era una pura cuestión de tiempo que a alguien se le ocurriese llevar cobre o plata en la bolsa para pagar las mercancías y, quizá por eso y tal y como nos cuenta Herodoto, sobre el año 680 AC los lidios comenzaron a acuñar moneda que no era sino una forma de certificar el peso del metal que contenía la moneda.

Durante más de 2600 años (desde el año 680 AC hasta el 15 de agosto del año 1971 DC), el mundo funcionó de la misma forma que en Egipto y Lidia. Los precios de las cosas se valoraban según un determinado peso en metal (oro o plata) y, si los bancos extendían billetes, estos eran canjeables por la cantidad de metal que representaban.

Pero, para mayo de 1971, la Guerra de Vietnam estaba drenando las reservas estadounidenses y Nixon constató que ya no disponía de las reservas de oro precisas para atender a los jeques árabes, por ejemplo, si estos venían a cambiar sus petrodólares por oro, por lo que, el 15 de agosto de 1971, Richard Nixon decidió que el dólar se desvincularía del patrón oro y que, a partir de ese momento, pasaría a convertirse en un dinero «fiat».

¿Qué significaba esto? Pues, dicho en corto, que el dólar, a partir de ese momento, no tendría más valor que la confianza que en él depositaran las personas que lo usaban. Desde esa fecha el dólar carece de ningún valor intrínseco, es un trozo de papel que, eso sí, genera más fe y más confianza que los más importantes textos sagrados aunque esa fe puede volatilizarse en muy poco tiempo.

A día de hoy podemos decir que el Bitcoin y el Dólar tienen el mismo valor intrínseco: ninguno. Y creo que con esto puedo cerrar hoy este post (que ya va siendo largo de más) y dejar para mañana, o para pasado, comparar las ventajas y desventajas que, como unidades de cuenta, tienen las criptomonedas como bitcoin y las monedas fiat como el dólar y el resto de divisas nacionales.

Pero eso será otro día.

El testamento de Naunakhte

El testamento de Naunakhte

Es difícil saber cómo la condición de la mujer ha podido alcanzar las indignantes cotas de desigualdad a las que ha llegado en nuestra civilización occidental y, a veces, me pregunto si esto siempre fue así o si, simplemente, fue el producto de una sociedad atada a un determinado sistema de valores. Es por eso que, mientras estudio la cultura de antiguas civilizaciones, observo, por el rabillo del ojo, qué me cuentan los datos que aprendo de las mujeres que en ellas vivieron.

Recuerdo cuánto me sorprendió comprobar que el primer legislador conocido (Urukagina de Lagash) a pesar de sus intentos de proteger a pobres y huérfanos, viera turbada la paz de su mandato porque al hombre se le ocurrió prohibir la poliandría (que las mujeres pudieran desposar a varios hombres) y esto causó un follón muy importante en Lagash. De primeras uno simpatiza con Urukagina, a fin de cuentas el hombre protegía a pobres y huérfanos de las depredaciones de los ricos, pero, como me dijo una amiga feminista: ¿Y por qué no prohibió también que los hombres se casasen con varias mujeres?

No supe qué decir, en realidad ni siquiera sé si en Lagash los hombres podían casarse con varias mujeres… Así que hube de archivar a Urukagina.

Dando vueltas por los documentos sumerios, acadios, asirios y babilónicos uno encuentra no pocos ejemplos de contratos en los que intervienen mujeres con total capacidad de obrar (algo que perdieron hasta hace muy poco) y hoy he encontrado un texto legal egipcio que nos señala algo parecido: el testamento de Naunakhte.

Naunakhte, una zagala egipcia de época ramésida a la que imagino morena y guapa, tuvo la mala suerte de ser casada a los doce años con un escriba de más de cincuenta. El escriba no debía carburar muy bien porque murió pronto sin haber dejado embarazada a Naunakhte quien, de este modo, se convirtió en su heredera y se hizo con una fortunita apañada para su tiempo.

Naturalmente Naunakhte, joven y con dinero, tardó poco en volver a casarse en segundas nupcias, fruto de las cuales dio a luz cuatro hijos y cuatro hijas.

Conservamos de Naunakhte su testamento y en él, la voz antigua de una madre de hace más de 3.000 años, nos cuenta cómo sacó a sus ocho hijos adelante y como dio a todos sus hijos e hijas casas donde vivir y enseres para equiparlas pero… Lo de siempre. Naunakhte, en el otoño de su vida, vieja y enferma, vio como algunos de sus hijos e hijas no la cuidaron cuando lo necesitaba y la anciana, en su testamento, nos lo cuenta y afirma que sus bienes irán solo a los hijos que «han puesto sus manos sobre las mías», no así a esas dos hijas y a ese hijo que, vieja y enferma, no la han cuidado.

Fuera de lo emocionante que resulta volver a leer en textos de hace tres mil años esta historia tantas veces contada, para un jurista hay unas cuanta cosas interesantes. La primera que una mujer egipcia testaba con mayor libertad que una mujer europea de hasta hace pocos años y la segunda que, por lo que se lee, no la limitaban legítimas ni tercios de mejora: su herencia, era toda de «libre disposición» y podía disponer de ella de la forma que le viniese en gana.

Claro que Naunakhte era rica y, al igual que otras mujeres que aparecen en documentos acadios o asirios gobernando sus bienes o forzando condiciones ventajosas en los divorcios, estaba protegida por su patrimonio.

Tener o no tener, that is the question.

Compañera de armas

Compañera de armas

Maryia Vasílyevna Oktiábrskaya era, según sus amigas, una mujer trabajadora y elegante en sus modales y forma de vestir. Se casó en 1925 con el amor de su vida: el cadete de la escuela de caballería Ilyá Fedótovich Riadnenko y por eso, cuando en el verano de 1941 le llegó la noticia de la muerte de su marido a manos de las tropas alemanas que habían invadido la URSS, corrió a alistarse como soldado en el ejército rojo.

Fue rechazada, padecía tuberculosis de columna y contaba ya 36 años, demasiados para el combate en una mujer según los comisarios soviéticos.

Pero su dolor y su ira eran demasiado grandes como para conformarse con esa decisión. Tras vender todo cuanto tenía y reunir la nada despreciable cantidad de 50.000 rublos decidió escribir a Stalin en estos términos:

“Querido Iosif Vissariónovich!:
Mi marido, el comisario de regimiento Oktiábrskiy Ilyá Fedótovich, ha muerto en los combates por la Patria. Por su muerte, por la muerte de todos los soviéticos torturados por la barbarie fascista, deseo vengarme de los perros fascistas para lo cual ingreso en el banco público todos mis ahorros personales (50.000 rublos) para la fabricación de un tanque. Solicito que el tanque se llame «Compañera de Armas» y yo sea destinada al frente como su conductora.”

Maryia tenía formación como conductora de este tipo de vehículos y era además una magnífica operadora de ametralladoras. No debía de andar Stalin muy sobrado de efectivos porque su respuesta no se hizo esperar:

“A la atención de la camarada OKTIÁBRSKAYA Mariya Vasílyevna
Le agradezco, Mariya Vasílyevna, su apoyo a las tropas de tanques del Ejército Rojo.
Se hará como usted desea.
Reciba mi saludo.”

Mariya, vio sus deseos cumplidos: un magnífico tanque medio T-34 fue bautizado con el nombre de «Compañera de Armas» y ella fue destinada al puesto de conductora/mecánica.

Entró por primera vez en combate en los alrededores de Smolensko donde demostró un valor fuera de lo común. Con su tanque averiado por los proyectiles enemigos María salió del mismo y lo reparó para seguir combatiendo con él a pesar del denso fuego de la wehrmacht.

Muchos fueron los combates en que Mariya demostró su valor aunque, en una guerra como aquella, sobrevivir era la misión más difícil. Los días de Mariya finalizaron en noviembre de 1943, en las cercanías de Vitebsk, cuando, tras destruir varios nidos de ametralladoras y un cañón autopropulsado alemán, un proyectil antitanque destrozó una de las orugas de su «Compañera de Armas».

Mariya, como siempre, saltó del tanque para reparar la oruga dañada sin temor al fuego enemigo pero, ese día, la suerte no estuvo de su lado: una esquirla de metralla la hirió gravemente y, tras permanecer dos meses en coma, falleció en el hospital de sangre de Smolensk el 15 de marzo de 1944.

El 2 de agosto de 1944 se concedió a título póstumo a M. V. Oktiábrskaya el título de Héroe de la Unión Soviética. El dictamen de la hoja de condecoración, firmado por el comandante de la 26.ª Brigada de Tanques de la Guardia coronel Stepán Nésterov, decía:

«En el transcurso de las operaciones de combate y en el período de formación de la brigada, la camarada Oktiábrskaya cuidó y demostró amor por su máquina de guerra. Su tanque nunca tuvo paradas forzosas o averías. La camarada Oktiábrskaya se vengó de los fascistas por la muerte de su marido con el tanque adquirido por cuenta propia. La camarada Oktiábrskaya ha sido una guerrera audaz e intrépida.»

Aunque aquí acabó la vida de Mariya su recuerdo no se extinguió. Su brigada, en recuerdo de «mamá» —que era como la apodaban— bautizó otro tanque como «Compañera de Armas» y al ser este segundo tanque averiado en Minsk encargaron un tercer «Compañera de Armas» que fue destruido ya en Prusia Oriental. Aún quedaba guerra y un cuarto «Compañera de Armas» fue lanzado a la batalla.

Estos cuatro no fueron las únicas «Compañeras de Armas». Las trabajadoras de Sverdlovsk compraron con sus ahorros otro «Compañera de Armas» que acabó destruido en el infierno de Kursk y aún otro para sustituir a este…

… y así hasta nuestros días porque el 68º regimiento de Guardias continuó llamando siempre a uno de sus tanques «Compañera de Armas» en recuerdo de la valentía de «mamá».

Mariya, ciertamente, hizo algo mucho más importante que vengar la muerte de su marido.

Gracias «Mamá».

La mujer que nos enseñó el camino

La mujer que nos enseñó el camino

Era mujer y era negra ¿Pueden ustedes imaginar peores cartas credenciales para una mujer nacida en la norteamérica de 1918?

Sin embargo para Katherine Jonhson esto no habría de ser un problema: brillante como pocas personas pueden serlo en el campo de las matemáticas se abrió paso a viva fuerza en un mundo hecho para hombres blancos hasta conseguir entrar en la NASA.

Cuando los norteamericanos lanzaron su primer astronauta al espacio en 1961 (Alan Shepard) allí estaba Katherine para calcular la trayectoria que le llevaría al espacio y le traería de vuelta a casa. En 1962, ya con las computadoras en uso, John Glenn se negó a orbitar la Tierra si Katherine no revisaba todos los cálculos.

Katherine trabajó con computadoras digitales pero, cuando, en 1969, Apolo XI hubo de llevar al primer ser humano a la Luna, Katherine fue la encargada de buscar el camino que les llevase hasta allá.

Es difícil encontrar una historia más emocionante de valía tesón y esfuerzo.

Hoy ha muerto Katherine Johnson, la mujer que enseñó a la humanidad el camino de las estrellas.

Descanse en paz.

La mirada de Lavoisier

Ayer estuve hablando de mujeres con mi amigo Juan y el tema —a qué negarlo— resultó interesante. Como Juan es científico, por mi parte, no dejé pasar la ocasión para aprovecharme y meter un par de veces la cuchara en el mundo de las ciencias; en una de ellas comenté la forma en que Francia homenajeaba a sus científicos, cité a Lavoisier y cómo su nombre estaba escrito en la mismísima Torre de Eiffel para público reconocimiento. Mi amigo Juan se detuvo y me dijo:

—¿Recuerdas cómo es el retrato más popular de Lavoisier?

—Sí, le dije, (pues lo había visto hace poco en internet y es el retrato que encabeza este post)

—¿Recuerdas cómo Lavoisier parece que esté mirando a las alturas con cara de borrego degollado? (Me dijo)

—Ahora que lo dices sí, tiene esa cara.

—Sí, sí que la tiene… ¿a que no sabes qué estaba mirando?

Hube de reconocer que no y entonces mi amigo Juan volvió a hablar de mujeres y me habló de Marie-Anne Pierrete Pulze, una mujer rica, hija del concesionario de la recaudación de impuestos de París. Marie-Anne, además garantizar una dote fabulosa, dominaba varios idiomas (entre ellos el inglés y el latín) lo que le permitía estar al tanto de los últimos descubrimientos científicos en las diversas naciones de Europa. Pero no se limitaba a traducir estudios científicos, además los anotaba y por sus comentarios sabemos que era una mujer culta y que conocía perfectamente la materia que estaba traduciendo. En una época donde una hija de buena familia podía hacer poco más que tocar el piano, Marie-Anne resultaba ser una científica formidable.

Marie-Anne se acabó casando con un científico y con el dinero de su dote le acabó montando un laboratorio con los últimos aparatos del momento. Le tradujo y le comentó libros que él era incapaz de entender y dicen las fuentes históricas que «le ayudó» en sus investigaciones científicas.

Probablemente su marido no tendría más remedio que admirarla, reconocerla y amarla con ese amor que hace que los hombres miren a las mujeres con cara de cordero degollado, que es, precisamente, como mira Lavoisier a Marie-Anne en el cuadro del cual, el retrato del científico, es sólo un fragmento.

Eso sí, el nombre de ella no está en la Torre de Eiffel.

La mujer que nos enseñó el camino

Katherine Johnson -aunque no lo parezca en la fotografía- es una afroamericana nacida en 1918 en Virginia y que, a pesar de la terrible discriminación racial y de género existente, fue, sin embargo, la persona que en 1969 acabo conduciendo a la humanidad a la luna. Famosa por su increíble capacidad para las matemáticas fue ella quien calculó las trayectorias que habría de seguir el Apolo XI en su viaje. Con su lápiz y su regla de cálculo se ocupaba también de comprobar la corrección de los cálculos realizados por los ordenadores (double check system) y también con su lápiz y su regla de cálculo al mismo tiempo fue reduciendo las fronteras del mundo de discriminación racial y de género en que vivía; Katherine ampliaba los derechos humanos con un lápiz y una regla como arma.

Katherine vive aún y en 2015 recibió la última de una larguísima serie de condecoraciones: la «Medalla presidencial de la Libertad».

Hoy, aniversario de la primera vez que las mujeres pudieron votar en los USA, esta va por ti, Katherine, nos hiciste soñar.